jueves, 23 de septiembre de 2010

China, Japón, EE. UU. / Paul Krugman *

La semana pasada, el ministro de Economía de Japón declaró que él y sus colegas querían hablar con China sobre las compras de bonos japoneses por parte de este último país, a fin de "analizar sus intenciones" (jerga diplomática que significa: "Parad ya"). La noticia hizo que me entrasen ganas de darme cabezazos contra la pared por la frustración. 

Verán, los altos cargos de la política estadounidense se han negado una y otra vez a hacer algo respecto a la manipulación de la moneda china, por miedo -al menos en parte- a que los chinos dejen de comprar nuestros bonos. Pero en las circunstancias actuales, las compras de nuestros bonos por parte de los chinos no nos ayudan, sino que nos perjudican. Los japoneses lo entienden. ¿Por qué nosotros no?

Algunos antecedentes: si el debate sobre la política monetaria china parece poco claro, es únicamente porque mucha gente no quiere hacer frente a la cruda y simple realidad, o sea, que China, adrede, está manteniendo su moneda artificialmente débil. Las consecuencias de esta política también son crudas y simples: en la práctica, China está gravando las importaciones al tiempo que subvenciona las exportaciones, lo cual está fomentando un enorme superávit comercial. 

Puede que oigan afirmar que el superávit comercial de China no tiene nada que ver con su política monetaria; si así fuese, sería la primera vez que pasa eso en la historia económica mundial. Una moneda infravalorada siempre genera superávit comerciales, y China no es una excepción.

Y en una economía mundial deprimida, cualquier país que tenga un superávit comercial artificial está privando a otras naciones de unas ventas y unos empleos muy necesarios. Y repito, cualquiera que asegure lo contrario está afirmando que China está por alguna razón exenta de la lógica económica que siempre ha sido válida para todos los demás.

Entonces, ¿qué deberíamos estar haciendo? Los funcionarios estadounidenses han tratado de razonar con sus homólogos chinos, alegando que una moneda más fuerte redundaría en interés de China. En eso tienen razón: una moneda infravalorada fomenta la inflación, erosiona los salarios reales de los trabajadores chinos y despilfarra los recursos chinos. Pero aunque la manipulación monetaria es mala para China en su conjunto, es buena para las empresas chinas con influencia política (muchas de ellas, de propiedad estatal). De modo que la manipulación monetaria continúa.

Una y otra vez, las autoridades estadounidenses han anunciado avances en el asunto de la moneda; en cada ocasión ha resultado que les han tomado el pelo. Allá por junio, Timothy Geithner, secretario del Tesoro, elogiaba el anuncio hecho por China de que se pasaría a un tipo de cambio más flexible. 

Desde entonces, el yuan ha subido un total de 1 punto (sí, es correcto), un 1% respecto al dólar, y gran parte de la subida se ha producido en los últimos días, justo antes de las vistas previstas en el Congreso sobre el problema de la moneda. Y como el dólar ha bajado respecto a otras monedas importantes, la ventaja artificial de China en cuanto a los costes ha aumentado de hecho.

Está claro que no va a pasar nada hasta que -o a menos que- Estados Unidos demuestre que está dispuesto a hacer lo que normalmente hace cuando otro país subvenciona sus exportaciones: imponer un arancel temporal que compense la subvención. ¿Y por qué esa medida no se ha puesto nunca sobre el tapete?

Como ya he indicado, una respuesta es el miedo a lo que pasaría si los chinos dejaran de comprar bonos estadounidenses. Pero este miedo está completamente fuera de lugar: en un mundo inundado de ahorros en exceso, no necesitamos el dinero de China, sobre todo porque la Reserva Federal podría y debería comprar todos los bonos que vendan los chinos.

Es cierto que el dólar bajaría si China decidiese deshacerse de algunas participaciones estadounidenses. Pero esto ayudaría de hecho a la economía estadounidense, ya que haría que nuestras exportaciones fuesen más competitivas. Pregunten a los japoneses, que quieren que China deje de comprar sus bonos porque esas compras están impulsando al alza el yen.

Aparte de los miedos financieros injustificados, hay una explicación más siniestra para la pasividad de EE UU: las empresas tienen miedo a las represalias chinas.

Piensen en un problema relacionado: las subvenciones claramente ilegales que China ofrece al sector de las energías limpias en su país. Estas subvenciones deberían haber dado pie a una queja formal por parte de las empresas estadounidenses; de hecho, la única organización dispuesta a presentar una queja ha sido el sindicato de trabajadores del acero. ¿Por qué? 

Como contaba The New York Times, "las multinacionales y asociaciones comerciales del sector de las energías limpias, al igual que muchos otros sectores, se han mostrado reacias a presentar denuncias comerciales, temerosas de la fama que tienen los funcionarios chinos de tomar represalias contra las empresas conjuntas en su país, y hasta de negar el acceso al mercado a cualquier empresa que tome partido en contra de China".

Esta clase de intimidación ha contribuido a que no se tomen medidas en relación con la moneda. De modo que este es un buen momento para recordar que lo que es bueno para las empresas multinacionales suele ser malo para EE UU, especialmente para sus trabajadores.

Así que la duda es: ¿los responsables políticos de EE UU van a dejarse asustar por los fantasmas financieros e intimidar por las coacciones empresariales? ¿Seguirán de brazos cruzados ante unas políticas que benefician a intereses específicos de China a costa de los trabajadores tanto chinos como estadounidenses? ¿O por fin, por fin, reaccionarán? No cambien de canal.

(*) Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008

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