jueves, 23 de septiembre de 2010

Gracias, Pepín / Carlos Taibo *

Cuando pienso en el recién fallecido José Vidal-Beneyto son tres los recuerdos que, al calor de mis últimos encuentros con él, me vienen a la cabeza. El primero, y el más firme, trae a la memoria una pregunta que siempre me formulaba: cuéntame, Carlos –decía-, quiénes son los jóvenes pensadores que debo leer.

Qué sorprendente resultaba que en un mundo en el que la gente de la edad de Pepín lo común es que mostrase poco más que desdén ante lo que hacían los más jóvenes, alguien siguiese en la brecha de un aprendizaje incesante que descubría nuevas materias e ideas, y que invitaba a rehuir esa suerte de magisterio condescendiente al que tantos gustan de entregarse.

El segundo de mis recuerdos me obliga a rescatar que, con ocasión de un curso de verano de los que se celebran en El Escorial, y luego de que yo reivindicase -lo hago cada vez con mayor frecuencia e intensidad- el benefactor ascendiente de nuestra tradición libertaria, Vidal, que procedía de otros mundos y arrastraba al respecto, de muchos decenios atrás, alguna cautela cuasi familiar, se sumó, orgulloso y sin dobleces, a la reivindicación. 

No lo hizo, en cambio, y por cierto, el tercero de los participantes en aquella mesa redonda, que por algo será conserva su aura de prestigio en esos pasillos del poder en los que el dinero pesa mucho más que el talento y el coraje.

Me atrevo a adelantar, en suma, que Vidal arrastraba una amargura que a duras penas acertaba a ocultar: la que nacía de pensar qué es lo que pudo ser y de certificar qué es lo que al cabo fue. Lo digo -ahora sin certezas- porque lo más sencillo es que una y otra vez el amigo Pepín le diese vueltas a qué es lo que, en el decenio de 1970, hicieron mal para permitir que se alumbrase un país -varios, para mejor decirlo- tan triste y tan castigado como este en el que nos hallamos. 

Suponer que a José Vidal-Beneyto le llenaba de orgullo la transición política que retratan con arrobo los manuales al uso es olvidar quién era nuestro amigo, siempre dispuesto a revisarlo todo y siempre cercano a quienes, en el paraíso terrenal que dicen que habitamos, seguían viviendo en el infierno. Gracias, Pepín.

(*) Carlos Taibo. Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

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