miércoles, 27 de octubre de 2010

El dólar, el yuan y los europeos / Josep Borrell *

La reducción de los déficits públicos y la medidas de austeridad social, en particular prolongando la edad de jubilación, son la letanía que entonan todos los gobiernos europeos.

Todos proclaman que no les temblará el pulso para tomar nuevas medidas si las cosas no van como está previsto. Aparentan ignorar, pero lo saben muy bien, que la única forma de reducir el déficit es conseguir que la economía vuelva a crecer. Y que seguir recortando el déficit público puede reducir aún más el crecimiento y hacer que el déficit siga aumentando en una espiral perversa de la que hay buenos ejemplos históricos.

Haríamos bien en recordar otras experiencias históricas en estos días en los que tanto se habla de la guerra de las monedas, que no se limita al combate dólar yuan sino que también nos afecta enormemente a los europeos.

La expresión fue utilizada recientemente por el Ministro brasileño de Economía y después repetida por todos. Recuerda al precedente funesto de las devaluaciones competitivas provocadas por la decisión británica de romper la relación entre la libra y el oro en 1931. Entonces todos los países depreciaron su moneda para intentar exportar su paro. Precisamente para evitar que eso volviera a ocurrir se diseñó el sistema monetario de la posguerra y se creo el FMI.

Ahora parece como si el mundo reviviese esa transmisión de una crisis financiera al sistema monetario que se produjo en 1929-1931. Todos, o casi todos, los países tratan de debilitar su moneda o impedir que se aprecie. Interviniendo directamente en el mercado de divisas, como Japón recientemente, comprando masivamente Deuda pública como EE.UU. y el Reino Unido, o simplemente poniendo impuestos sobre las entradas de capital como Tailandia y otros países emergentes.

Sólo el BCE parece remar en dirección contraria y, por acción o por omisión , el euro se ha apreciado fuertemente, a pesar de que hace bien poco era una moneda bajo sospecha de implosión. Se puede discutir hasta la saciedad las razones de esa política pero lo que es seguro es que no nos va a ayudar nada a salir de los problemas que afectan a países como España.

Esa guerra de las monedas esconde, o más bien refleja los gigantescos cambios que al calor de la crisis se han producido en la economía mundial. Los países emergentes están dejando la crisis atrás. Con pequeños ajustes en sus déficits públicos, menos de 3 puntos del PIB pueden mantener su Deuda pública por debajo del 40 % del PIB. Los emergidos tienen por delante un largo y doloroso camino. Según el FMI, tendrían que reducir sus gastos públicos o aumentar sus impuestos en 9 puntos del PIB para conseguir llevar el ratio Deuda pública/PIB por debajo del 60%.

Dos cifras que marcan la enorme diferencia entre dos mundos que ya no responden a los paradigmas de ayer. Y ante esta diferente situación es evidente que hacen falta diferentes políticas monetarias. Tipos de interés bajos en los países en recesion y altos en los que están en expansión. Y de ello se seguiría una apreciación de las monedas de los países emergentes que permitiría reequilibrar su crecimiento, controlaría su inflación y evitaría el riesgo deflacionista y recesivo en los países debilitados por la crisis mientras recomponen sus equilibrios.

Si no se hace así es por un problema de coordinación y de confianza colectiva. También los países emergentes desconfían entre sí y nadie quiere perder posiciones competitivas porque saben lo fácil que resulta deslocalizar la producción de un país a otro. Todos miran a ver qué hace China. Pero China no hará nada que le haga perder posiciones en beneficio de Vietnam o Camboya.

Y además porque en el interior de esos países hay enormes intereses creados en mantener un modelo de crecimiento basado en las exportaciones. El lobby de las industrias exportadoras chinas es enormemente poderoso, dominado por los caciques del Partido convertidos en multimillonarios que no tienen ningún interés en que el yuan y los salarios de sus trabajadores se revalúen. Y en una dictadura tienen los medios para evitarlo, durante un tiempo al menos.

Pero tarde o temprano ese reequilibrio se producirá porque no habrá otro remedio y porque su prolongación es insostenible. Si China siguiese exportando el 40% de su PIB cuando haya alcanzado el nivel de renta de Alemania, exportaría como 5 Alemanias ahora, y es difícil imaginar como el mundo podría soportar esos desequilibrios comerciales.

El tipo de cambio real entre el mundo desarrollado y el emergente se ajustará de una manera u otra. Pero las consecuencias no serán las mismas según como se haga, bien ajustando los tipos de cambio nominales o bien con una combinación de inflación en la casa de unos y de deflación en la de otros.

La guerra de las monedas no es un problema chino-americano. Es uno de los grandes temas del gobierno de la globalización que requiere una nueva acción colectiva y nuevas estructuras internacionales. Y más vale que los europeos participemos en la solución no sea que al final haya un acuerdo chino-americano del que nosotros paguemos las consecuencias. Por eso es tan sorprendente el silencio europeo sobre la candente cuestión del actual conflicto monetario. Un silencio que no hace sino demostrar, una vez más, nuestra división ante los grandes problemas globales.

(*) Josep Borrell es ex presidente del Parlamento Europeo

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