domingo, 14 de noviembre de 2010

Lección de economía para Obama / Marshall Auerback *

Al Presidente le encantan los momentos aleccionadores. Pues bien, está a punto de recibir una buena lección cuando el nuevo Congreso haya tomado posesión el próximo mes de enero. Durante las elecciones de mitad de mandato, se nos dijo constantemente que las empresas y los hogares estaban tan atemorizados con la perspectiva de un futuro con mayor presión fiscal asociada con un mayor déficit público que no gastaban ni invertían. 

Nuestro gobierno derrochador era, pues, el responsable de lapidar el crecimiento económico (a pesar de que la mayoría de programas de gasto siguieron la línea política marcada por Bush y se centraron en el rescate de los ricos). El gasto creó un incesante coro, oído ininterrumpidamente cuando los resultados electorales fueron anunciados el martes por la noche, acusando al “socializante” estímulo fiscal de lapidar el crecimiento, y tuvimos que oír que el regreso a la austeridad fiscal (vivir dentro de nuestras posibilidades, igual que lo hacen los hogares) era la clave para recuperar la senda del crecimiento económico.

Pero ahora ha llegado el momento de que la brigada de la austeridad actúe de verdad, o se calle para siempre. ¿De dónde van a recortar? ¿Cómo van esos recortes a devolvernos a tiempos de prosperidad económica? Cuando oigo a gente como el congresista Eric Cantor discutir sobre la necesidad de que el Gobierno adelgace, me pregunto si realmente contempla o no que el objetivo final de su partido, si tiene éxito, va simplemente a transferir la deuda de vuelta hacia las empresas y los hogares.

Para ser aleccionado, uno necesita que su maestro sea un experto en su disciplina. Pero los tutores de Wall Street del Presidente han demostrado ser unos auténticos charlatanes de la economía. Son más responsables que nadie de haber tirado a esta economía a la cuneta tan invocada por Obama durante la campaña de las elecciones de mitad de mandato.

Así pues, intentemos darle al Presidente una nueva lección. Dios sabe que la va a necesitar cuando discuta estas cosas con gentes del estilo de Rand Paul. Cuando el Gobierno tiene superávit, el sector privado tiene que estar en situación deficitaria, y viceversa. Hay distintas posibilidades de reparto entre los componentes externos e internos del sector privado, pero en conjunto la situación de este sector debe ser el reverso del balance del Gobierno. Esta es una realidad contable fundamental. 

Así que el Presidente puede empezar señalando que cuando el nuevo Congreso con mayoría republicana y sus aliados del Tea Party argumentan que el Gobierno debe estar en situación de superávit, ello equivale a decir que el sector privado debe encontrarse en situación deficitaria. La realidad es que hoy las exportaciones netas de EEUU no son lo suficientemente fuertes como para respaldar simultáneamente una reducción de la deuda privada y un superávit de las cuentas públicas mientras se estimula a la vez el crecimiento hacia un nivel de pleno empleo. 

Si el sector exterior es deficitario, las ecuaciones contables elementales obligan a que un superávit del Gobierno quede siempre reflejado en un déficit privado interior, que es exactamente lo que ocurrió durante los años noventa. 

Es muy simple. Si estamos ante una situación de déficit por cuenta corriente (que es exactamente lo que tenemos hoy en los EEUU), y si tanto el Estado como el sector privado nacional desarrollan planes para reducir el gasto y amortizar la deuda, entonces la demanda agregada será insuficiente, lo que generará una reducción de la producción y de los ingresos. Estos cambios en la estructura de ingresos llevarán al presupuesto por la senda del déficit y arruinarán los planes de ahorro del sector privado. 

Así que, eventualmente, las balanzas reales sumarán cero. Pero, sin embargo, ni el Estado ni el sector privado nacional estarán en vías de alcanzar sus objetivos. Reducir el gasto público ahora significa reducir el crecimiento. Los estabilizadores automáticos van a activarse. Los ingresos fiscales van a caer aún más. El déficit va a crecer. Consecuentemente, el intento de obligar a la gente a “vivir dentro de sus posibilidades”, tal y como desea nuestro nuevo líder republicano del Congreso, creará de hecho el efecto contrario.  

Durante los primeros dos años de su Presidencia, la “estrategia negociadora” de Obama, si así puede llamársela así, parecía indicar que no ya que iba a contar con los Republicanos, sino a intentar nada menos que a tejer una alianza con el otro bando. Pero, a fin de cuentas, una negociación requiere la buena voluntad de la otra parte para alcanzar un acuerdo. Nada más lejos de la realidad. Si las tácticas del Presidente hubieran sido usadas por el Rey Salomón, el niño hubiera terminado partido por la mitad a fin de honrar el espíritu del “compromiso bipartidista”.

Eso se acabó. El momento de la confrontación llegará muy pronto. Tenemos a finales de año, de entrada, la llegada de la fecha de caducidad de los recortes fiscales de Bush. El Presidente puede perfectamente decidir extender estos recortes fiscales de forma permanente. O él y su partido pueden también decidir que dicha provisión sólo sea aplicable a aquellos que ganen menos de 250.000$. ¿Qué ocurrirá si los Republicanos no aceptan el acuerdo? El bloqueo legislativo puede provocar que los impuestos suban con el año nuevo, afectando directamente a la demanda agregada.  

¿Y que sucederá con el techo del gasto? El nuevo Congreso debe votar sobre su aumento a principios de año. A pesar de que muchos de nosotros hemos argumentado que un Estado soberano no tiene ningún límite OPERATIVO en términos de gasto, también es cierto que se han impuesto muchas restricciones LEGALES que crean problemas de solvencia para los EEUU. El diseño institucional americano es hoy aún un reflejo de las condiciones del patrón-oro, superado hace años.

Tomen en consideración un simple ejemplo: supongan que la cuenta del Tesoro Público está a cero y que éste, sin embargo, emite un cheque. ¿Será el cheque rechazado? Durante los viejos tiempos del Patrón-oro, ello significaba que ya no quedaba oro en el sótano. Si el Tesoro le prometía a alguien más oro, no se lo podía dar. El cheque, entonces, sería rechazado, y el Banco Central estaría obligado a aumentar los tipos de interés para atraer más flujos de oro hacia el país a fin de financiar el gasto futuro.  

Pero ya no vivimos bajo las reglas del Patrón-oro, y para que el Tesoro pueda emitir su cheque, debe comprometerse a un techo en su gasto, además de contar con leyes que den un mandato al Tesoro emitir Bonos que permitan financiar todo el gasto público. Podríamos fácilmente burlar esta obligación dejando que las cuentas del Tesoro estén en números rojos (en descubierto) en su banco, la Reserva Federal. La Fed podría necesitar dejar al Tesoro en números rojos en su casilla de la hoja de cálculo del banco que registra su situación, tal y como Winterspeal ha señalado.  

Actualmente, esto es ilegal. Sin embargo, cuando en el pasado el Tesoro no tenía suficientes fondos en sus depósitos en la FED, sorteaba temporalmente este problema vendiendo bonos a algunos depositarios que tienen permitido comprar los bonos con créditos sobre el depósito del tesoro. El Tesoro transferiría entonces su depósito a la FED ante de gastar. 

Ello resultaba normalmente en un débito de reserva de las cuentas de estos bancos, pero la FED permitiría entonces una “flotación” (por ejemplo, posponer el débito), porque el posterior gasto del Tesoro oermitiría luego restablecer las reservas. Esa práctica, sin embargo, sólo puede funcionar durante algunos días, porque si el nuevo Congreso no eleva el techo de gasto o cambia la ley que obliga a financiar nuestro gasto vía emisión de bonos, el Gobierno de los EEUU habrá decidido rechazar sus propios cheques. Su próxima decisión, previsiblemente, tendría que ser la de declararse en quiebra.

Esa es la limitación legal. Es una locura, pero es real. También significa, por ejemplo, que alrededor de 80.000 millones de dólares de capacidad de gasto serán retirados de la economía en el momento en que caduca el plazo de extensión temporal de la cobertura del desempleo. Eso puede encender emocionalmente a las bases republicanas, pero nos puede brindar también un pequeño placer. 

Consideren la posibilidad –como Lawrence O’Donnell hizo el martes por la noche— de que el nuevo senador de Kentucky, Rand Paul, lidera una rebelión evitando el debate sobre permitir al Gobierno aumentar el techo del gasto. ¿Cómo reaccionarían los multimillonarios que han financiado a candidatos del Tea Party cuando uno de los suyos actúa de forma irracional y crea una nueva crisis financiera? 

Ante el hecho de que el Congreso sea incapaz de aumentar el techo del gasto, el gobierno de los EEUU se vería obligado a declararse en suspensión de pagos. Es cierto que los mercados, durante algunos días, se lo tomarían con calma, pero, tras algunas semanas, ¿seguirían siendo optimistas?

¿Les parece a ustedes que todo esto es harto improbable? Pues repasen la historia del Congreso y su “Contrato con América” de 1994, aquel Congreso liderado por el entonces portavoz de la Cámara, Newt Gingrich. Bajo su dirección, el Congreso norteamericano decidió suspender el pago de la deuda estadounidense, rechazando aumentar el techo de gasto.  La única razón de que el gobierno de la nación no suspendiera pagos fue que el Secretario del Tesoro, Robert Rubin, consiguió realizar un pago desde una cuenta hasta ahora no revelada al Congreso. 

Cada vez que el techo del gasto que se autoimpone el Congreso está a punto de romperse, el debate reaparece, y entonces nadie llega nunca a concebir la posibilidad de que los bonos de los EEUU puedan dejar de ser considerados como seguros. Normalmente hay una buena razón para ello: después de que los miembros del Congreso hayan agitado como se debe manos y brazos y se hayan quejado oportunamente de las cargas que el Congreso está transfiriendo a las generaciones futuras, el límite máximo de la deuda se acaba elevando siempre. 

Pero eso muy bien podría cambiar ahora, sobre todo teniendo en cuenta el fanatismo de algunos de nuestros nuevos congresistas y senadores. ¿Tendrá Obama la fuerza suficiente para hacer algo al respecto? ¿Explicará que la venta de bonos es una operación completamente voluntaria y autoimpuesta por cualquier Estado soberano? 

Probablemente no, particularmente si se atiende a la conferencia de prensa que dio a primera hora de la mañana. La reducción del déficit era uno de sus mensajes principales. Pero más le vale al Presidente que encuentre muy pronto algo mejor que decir. Porque el siguiente “momento aleccionador” lo aguarda a la vuelta de la esquina. 

(*) Marshall Auerback es un reconocido analista económico norteamericano. Investigador veterano del prestigioso Roosevelt Institute, colabora regularmente con New Economic Perspectives y con NewDeal2.0.

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