sábado, 18 de diciembre de 2010

Vidal-Beneyto / Anónimo

La corrupción perjudica gravemente a la democracia

Podría haber dedicado mi Obituario del Año a Benoît Mandelbrot, a Paul Samuelson -que casi llegó vivo a 2010-, a Tony Judt, pero hablaré de José Vidal-Beneyto, fallecido hace casi ocho meses. Su obra universitaria, sus ensayos y sus columnas en El País, durante tantos años en la última página de Internacional, justo ante de los editoriales, en el formato anterior al rediseño del diario en 2007, eran un ejemplo de análisis lúcido, implacable y esclarecedor. No hacía falta estar de acuerdo con él para apreciar su cultura enciclopédica, su capacidad de análisis y su brillantez. 

En una de sus últimas contribuciones, cuando ya su artículo semanal se había convertido en una tribuna mensual en la Cuarta Página de Opinión de El País, hablaba de la corrupción, y recordaba un país, Francia, el segundo país, según las estadísticas, más corrupto de Europa, cuya peripecia política sigo muy de cerca.



Pienso qué habría dicho Vidal-Beneyto, cuyo último ensayo está dedicado a la corrupción, del affaire Bettancourt, que el mayordomo, como el de la foto de abajo, sacó a relucir en sus aspectos más políticos, en primavera, para ser sucedido, en otoño, por el affaire Karachi. El primero implica a la clase política local y la segunda es síntoma de la extensión a nivel planetario de la infame red Françafrique, que se contentaba antes con las antiguas colonias del continente negro, y la llegada a la mismísima Francia de sus conexiones, ya sea con ostentosas mansiones de mandatarios africanos, ya sea mediante retrocomisiones pasadas por paraísos fiscales. 

En todo momento, los dos escándalos tienen algo en común: el fango de la financiación de los partidos políticos en Francia: con cheques expedidos por la señora Bettancourt, a cuya nónina trabajaba la esposa del ministro de Hacienda y tesorero del partido gobernante, con retrocomisiones para campañas electorales producidas por la necesidad de corromper a los compradores extranjeros de armas, con intermediarios como ayuda.


'Un fil à la patte', de Georges Feydeau, en la Comédie Française. (Foto: Christophe Raynaud de Lage


Como prueba, un botón. Todos estos titulares están sacados de la edición del 11 de diciembre de Le Monde:



Raymond Aron, uno de los profesores de Vidal-Beneyto, hizo una lista de las amenazas a la democracia en los países desarrollados en su último ensayo -dejando a un lado las Memorias de 1983, publicadas unas semanas antes de su muerte, y que le valieron un éxito monumental, a él, aislado en una intelectualidad marcadamente situada a la izquierda-, titulado Plaidoyer pour l’Europe décadente (1977): la corrupción, los grupos de presión, el inmovilismo, el hedonismo en vez de la ciudadanía… 

En una sociedad tan aparentemente rebelde como la francesa, se encuentra la mayor dosis de desconfianza y atomización de Occidente, la mayor frialdad hacia el capitalismo y el más claro apego al Estado como defensor de la soberanía nacional popular, la práctica religiosa y el sindicalismo más débiles -relacionados por Emmanuel Todd, admirador de Aron desde la izquierda, él mismo nieto Nizan, que formó en los años 20 una peculiar amistad con Sartre y Aron en su etapa de estudiantes universitarios-, la frustración y la desconfianza campan a sus anchas, con instituciones alejadas y monárquicas, de cortes al estilo del siglo XXI, con participaciones récords en elecciones presidenciales y abstenciones masivas en legislativas y regionales. 

Es La société de Défiance, como la llamaron Pierre Cahuc y Yann Algan, una sociedad que se autrodestruye en la sospecha de todas las instancias, a todos los niveles, y que por eso acude siempre al Estado, antónimo de sociedad civil. El imposible acuerdo sobre las pensiones, tres años después del ensayo de Cahuc y Algan, lo atestiguan. 

La debilidad de la concertación social, de la representatividad sindical, de las divisiones feudales de las organizaciones patronales-empresariales, que funciona mejor cuando la compra de voluntades, la colusión y colisión interesadas, el soborno y la corrupción engrasan la maquinaria (caso de la UIMM, Unión de Industrias Metalúrgicas y ciertos sindicatos), la caída en la afiliación de partidos -convertidos en maquinarias de funcionarios y cargos públicos: el 50% de los miembros del PS son alcaldes, concejales, cargos cantonales, diputados regionales, diputados, senadores y eurodiputados-, etcétera. 

Todos estos factores encierran y aíslan la política de la ciudadanía y la hacen más permeable a la corrupción, a la oligarquización de la política, a los conflictos de intereses constantes y permanentes: saltan de empresas privadas a los ministerios, como F. Mer y T. Bréton, o vuelven a la empresa privada directos desde los despachos, caso de T. Bréton, o ayudantes de la actual ministra de Economía, a Areva, a France Telecom, Caisse d’Epargne-Banque Populaire.

Soy bastante menos pesimista en cuanto a la supuesta hedonización del ciudadano. Nuevas actitudes cívicas, de organización en la Red, de activismo social remplazan el carné de afiliación sindical o partidario, la sociedad civil regenera sus tejidos de manera mucho más acelerada de lo que los sociólogos pueden interpretar y detectar. 

Esas nuevas tendencias de asociacionismo urbano, ecológico, de derechos cívicos, de protección de consumidores, de supervisión y vigilancia de industrias, empresas, laboratorios, muestran la desconfianza de los ciudadanos, esa desconfianza de la que hablábamos. Pero, a la vez, esa desconfianza es un ingrediente necesario en una actitud crítica de la sociedad civil hacia el poder. 

Un poder que fusiona lo Político y lo Económico; las acusaciones a WikiLeaks de desprestigiar los aparatos públicos en beneficio de los conglomerados privados, hasta el momento relativamente poco afectados por las filtraciones, erran el blanco, porque los cables muestran la relación estrecha entre operaciones estatales y diplomáticas e intereses empresariales, en forma de visitas de Estado seguidas de cortejos de empresarios, hasta la defensa de los intereses privados por encima de consideraciones derechohumanistas, la modulación de las relaciones bilaterales en función de la primacía de las inversiones públicas (EDF) o privadas (Bouygues). 

El Poder Económico y Político son uno solo, uno e indivisible, y los conflictos de intereses, de los que habla el ex alto comisionado de Sarkozy Martin Hirsch en Pour en finir avec les conflits d’intérêts, son la regla. 

Por eso, la exigencia de transparencia, que supera con mucho a WikiLeaks, por parte de estas tendencias de asociaciones de la sociedad civil: el trabajo de laboratorios y agencias públicas en el caso del antidiabético Mediator, la composición de alimentos, genéticamente modificados o no, las denuncias de financiación ilegal/irregular, de abuso de bienes sociales, de modificación de las atribuciones y competencia de las instancias jurídicas que investigan todas estas tramas, la reivindicación de su independencia -en este terreno, la entrada en política de Eva Joly como candidata ecologista da mala imagen, porque se corre el riesgo de politizar la judicatura-, es una de las caras, la buena, de la desconfianza ciudadana.

La política no ha salido indemne de esa ola inmensa de erosión en la confianza social en iglesia, partidos, sindicatos, empresas, escuela, ideologías… En primer lugar, por la caída en estima del papel de los partidos políticos, en la colusión de estos con complejos privados, en la financiación oscura, en la puerta giratoria Gobierno-Sector Privado-Medios de Comunicación. 

En segundo lugar, last but not least, el incumplimiento de la Promesa de la política, que podría haberse beneficiado de la secularización de la misma -fin de las grandes ideologías, de los grandes relatos y narraciones-, al tiempo que se mantiene al Estado como instrumento de última instancia para responder a los deseos y necesidades de sociedad y ciudadanos-individuos. 

Hay quien dice que en el paso de ciudadano a individuo se ha pasado de la reclamación pública y política a la búsqueda de satisfacción hedonista y egoísta del yo. No lo creo, el patrón de cliente/usuario de servicios públicos o empresas privadas no es tan pasivo y silencioso ante la maquinaria del Estado, reclama y lo hace consciente de sus derechos, puestos en picota más que nunca en la era del supercapitalismo, del hípercapitalismo (La cultura Mundo: Respuesta a una Sociedad Desorientada, de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy).

Todo se complica, se entremezcla, se lía, se embarulla. Los Medios de Comunicación, que Vidal-Beneyto estudió en profundidad, deberían servir a la sociedad civil, decepcionada y reclamante, pero está sometida a las lógicas de las industrias culturales y la propagación de cierta cultura hegemónica. Vidal-Beneyto avisó de ello, él ayudaba a su manera, con sus columnas y tribunas, ensayos y conferencias, a poner luz, a enfocar el objetivo, a diseccionar categorías enumeradas y detalladas, a poner un poco de orden en la explosión de información, en la sobreinformación (too much information kills information); lo hacía desde una ambición interdisciplinaria, que escape de los silos especializados del conocimiento en que tantos caen, y del que no pueden salir. 

Décadas después de que Edgar Morin publicara El método, hay que recordar que en las artes, la filosofía, la medicina, la empresa, la educación y la investigación en general debería primar la interdisciplinariedad, el mestizaje, la hibridación, que enriquecen y fertilizan el pensamiento, lo liberan de la cadena del monocultivo e inyectan en la genética del saber (y el hacer) la lucidez y la fortaleza ante la realidad que nos toca vivir, el presente y el futuro que éste nos proyecta ante nosotros. 

Al leer a Vidal-Beneyto podíamos disfrutar por cómo conjugaba Economía Política, Sociología, Ciencia Política, Historia, Filosofía, Teoría de la Comunicación, etc. Informaba y analizaba; ponía encima de la mesa el cadáver, lo abría con el bisturí afilado y lo cerraba. Analizaba y sintetizaba, descomponía y recomponía, hacía a las veces de periodista e intelectual, no se limitaba en la frontera, en la Gran Muralla China, de tantas redacciones, entre Periodismo e Intelecto, entre Información y Opinión. Iba un paso más allá de esa separación, se atrevía a superar la especialización, la compartimentalización mental y metodológica.

Cuando podemos comprobar los hechos a través de cientos de periódicos, cadenas de radio, televisiones, sitios de Internet, Vidal-Beneyto subía un escalón más, devolvía, daba de nuevo, al Intelectual el papel de síntesis, de elevarse sobre la mera denuncia. No sé si el periodismo más elemental debe caminar por esos senderos, pero el de los intelectuales, especie en vías de extinción, sí, desde luego. Hay que encender la lámpara en la sala de autopsia, mejor dicho en el quirófano, porque no nos encontramos con muertos, sino con vivos muy vivos, con el ritmo cardíaco cada vez más rápida. 

Los intelectuales deberían poner la luz sobre el problema, realizar la incisión, teniendo cuidado de no introducir infecciones (La traición de los intelectuales, 100 años después, es muy útil; la supeditación a la ideología y la superioridad moral son una benda; en Le président des riches, el matrimonio Pinçon evoca las palabras de un banquero, según el cual el mejor ministro de Economía de la Historia francesa fue el socialista Bérégovoy, quien terminó suicidándose, él, que estaba limpio y llevaba calcetines agujereados, aunque lo injuriaban y acusaban de corrupción; le sobrevivieron Crésson, Dumas, Tapie y tantos otros, acusados/condenados por nepotismo, corrupción y pillados con prostituas) ni de dejarse el instrumentan dentro del paciente, descubrir y contarlo e interpretarlo. 

Las soluciones las darán los ciudadanos, la pregunta la debe plantear el intelectual, como dice Manuel Cruz. Vidal-Beneyto hacía precisamente eso. Por eso lo he elegido, porque no sufría el síndrome del periodista y/o intelectual, tal y como lo entiende en un cable de WikiLeaks la legación diplomática americana en Francia:
Les grands journalistes français sont souvent issus des mêmes écoles élitistes que beaucoup de responsables gouvernementaux. Ces journalistes ne considèrent pas forcément que leur premier devoir est de surveiller le pouvoir en place. Nombre d’entre eux se voient plutôt comme des intellectuels, préférant analyser les événements et influencer les lecteurs plutôt que de rapporter des faits.
Vidal-Beneyto hacía las dos cosas, informaba y analiza. Encendía en nosotros la pregunta a la que responder, la duda, la chispa de la inteligencia, como decía un personaje de un filme de Godard. En eso podría radicar el futuro de los intelectuales. Dudo de que sean capaces de hacerlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

lo que yo queria, gracias