miércoles, 27 de octubre de 2010

Guerra de divisas: entre la política interna y la cooperación internacional / Federico Steinberg *


Introducción



El ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, afirmó en las asambleas de otoño del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial a principios de octubre que las principales potencias han entrado en una “guerra de divisas”. Desde entonces, el nerviosismo y la preocupación han invadido las portadas de la prensa económica mundial y la retórica bélica, aplicada a la economía, ha elevado la tensión hasta límites no vistos desde el estallido de la crisis financiera. Si estos problemas cambiarios son el principio de una ola de devaluaciones competitivas que termina llevando al aumento del proteccionismo como en los años 30 todos deberíamos estar preocupados. En aquella ocasión, estas políticas de empobrecimiento del vecino no llevaron al crecimiento, tensaron las relaciones económicas internacionales y abrieron guerras comerciales que solo se cerraron tras la Segunda Guerra Mundial.


Sin embargo, la economía internacional todavía está lejos de esta situación, y además cuenta con instrumentos de cooperación internacional que deberían permitirle evitar el escenario de unilateralismo, descoordinación, nacionalismo y desglobalización que dañaría de forma significativa las perspectivas de crecimiento de la economía mundial. Esto no significa que la situación pueda enderezarse rápidamente. Es mucho más probable que los movimientos sean graduales y poco espectaculares. Pero, en todo caso, todos los protagonistas de esta incipiente batalla ganarían si rebajan el nivel de tensión. Esto contribuiría a buscar una solución cooperativa en la cumbre del G-20 que se celebrará en Seúl a mediados de noviembre. De hecho, el problema de los tipos de cambio podría servir para que el G-20 recuperara el impulso que tuvo al principio de la crisis, en 2008 y 2009, y que ha ido perdiendo en las últimas dos cumbres, sobre todo en la de Toronto del pasado mes de junio.

Lo ideal sería que en la cumbre del G-20 se lograra un acuerdo para que China aprecie nominalmente su moneda y la desligue del dólar; EEUU, Japón, la zona euro y el Reino Unido coordinen una expansión monetaria a través de medidas de facilitación cuantitativa; y las restantes economías emergentes especifiquen claramente qué tipo de controles de capital piensan utilizar en el caso de que sus monedas se aprecien demasiado como consecuencia de la política monetaria expansiva estadounidense. Esta solución cooperativa permitiría que los ajustes de los tipos de cambio reales contribuyeran a reequilibrar la economía mundial; es decir, a aumentar la demanda de los países con superávit por cuenta corriente y reducir la de aquellos que tienen déficit. También permitiría alejar el riesgo de deflación que se cierne sobre los países ricos y legitimaría el uso de ciertos controles de capital en potencias emergentes como Brasil y la India, que están experimentando grandes entradas de capital que les generan inflación y burbujas en los mercados de activos y podrían ser la semilla de una próxima crisis financiera. De hecho el “Marco para el crecimiento sostenible y equilibrado” que el G-20 aprobó en la cumbre de Pittsburgh en septiembre de 2009 estaba pensado precisamente para facilitar este proceso de reequilibrio del crecimiento mundial bajo la supervisión del FMI. Y las propuestas que los países del G-20 han discutido en la reunión preparatoria de Ministros de Economía y Finanzas de finales de octubre iban en esa dirección.

Sin embargo, esta solución coordinada, que ya se compara con el acuerdo del Plaza de 1985, que entonces sirvió para depreciar el dólar, será difícil de plasmar en un acuerdo. Ello se debe a varios motivos: (1) a la resistencia de China a reevaluar su tipo de cambio por motivos políticos internos; (2) a la desconfianza de las autoridades estadounidenses hacia China y otras economías emergentes que intervienen en los mercados cambiarios y acumulan reservas en dólares; (3) a la incertidumbre sobre cuál será el impacto de una nueva oleada de facilitación cuantitativa por parte de la Reserva Federal, el Banco Central de Japón y el del Reino Unido, que podría o no contribuir a la lucha contra la deflación pero que afectará a los tipos de cambio; (4) a la indiferencia con la que el Banco Central Europeo (BCE), siguiendo fielmente el guión que marca Alemania, está tratando el problema de la volatilidad de los tipos de cambio y la fortaleza del euro; y (5) a la peligrosa sensación general de que cada país tenderá a buscar soluciones a sus propios problemas sin atender a las necesidades de la economía mundial, algo que afecta especialmente a los países relativamente pequeños que se ven incapaces de evitar que las políticas unilaterales adoptadas por las grandes potencias les afecten de forma adversa. Esto último es aplicable a países tan diversos como Corea, Suiza, Brasil, Tailandia o Indonesia, que ven como sus monedas se están apreciando sin que puedan evitarlo. Pero también a países de la periferia de la zona euro, que ven como el corsé que les supone la moneda única y la actitud conservadora del BCE dificultan la recuperación vía exportaciones debido a la fortaleza del euro. En definitiva, los determinantes políticos internos están obstaculizando una solución cooperativa al nivel internacional.

Este artículo analiza los distintos ángulos del conflicto cambiario y sus posibles soluciones. Primero, compara la situación actual con la de los años 30 y explica la relación entre devaluaciones competitivas y proteccionismo. Segundo, explora los condicionantes políticos internos que explican la posición de los principales países en relación a los tipos de cambio. Por último, evalúa la viabilidad de las distintas propuestas de coordinación que se han planteado, incluidas las destinadas a modificar la posición de China. A lo largo del trabajo se muestra que, por el momento, la economía mundial se encuentra lejos de una guerra abierta de divisas o de una oleada de devaluaciones competitivas que conduzcan al proteccionismo. Pero eso no significa que se pueda bajar la guardia. Es necesario abordar el problema y obtener avances graduales para evitar una escalada de conflicto e inestabilidad, que podría tener nefastas consecuencias para la economía mundial.

Devaluaciones competitivas como antesala del proteccionismo
 
El espectro que planea sobre la economía mundial es el de las devaluaciones competitivas, también llamadas políticas de empobrecer al vecino. Estas prácticas tienen como objetivo promover las exportaciones debilitando la moneda nacional mediante la intervención directa en el mercado cambiario, la relajación de la política monetaria o la adopción de controles de capitales. Ya fueron utilizadas en los años 30 y tuvieron nefastas consecuencias colectivas porque como el tipo de cambio es la relación entre dos monedas es imposible que todas se deprecien al mismo tiempo. Además, el mantenimiento de tipos de cambio artificialmente bajos suele ser la antesala del proteccionismo, que por el momento en esta crisis se ha mantenido a raya (según el Banco Mundial sólo el 2% de la reducción del comercio mundial en esta crisis ha sido causada por un aumento del proteccionismo mientras que en los años 30 la cifra equivalente fue de casi el 50%).


Durante la Gran Depresión de los años 30, los países que más elevaron sus aranceles no fueron los que experimentaron una recesión más severa ni un mayor aumento del desempleo, sino los que a partir de 1931 se mantuvieron dentro del patrón oro (que era un sistema de tipos de cambio fijos que no les permitía devaluar). Los países que decidieron abandonar el patrón oro –es decir, romper su compromiso con esta regla que Keynes calificó de “bárbara reliquia” por su incompatibilidad con la autonomía de la política monetaria y sus efectos deflacionarios– pudieron sortear mejor la crisis y no elevaron tanto sus aranceles.

En la actualidad no existe un sistema global de tipos de cambio fijos. Pero como China fija su tipo de cambio al dólar desde 1995, EEUU se encuentra en la misma situación que la de los países que no podían devaluar en los años 30, lo que explica el aumento de las presiones proteccionistas y de la retórica anti-china en EEUU (dentro de la zona euro también se dan algunas tensiones entre Alemania y los países con déficit por cuenta corriente por la existencia de la moneda única y la imposibilidad de devaluar). Pocos discuten ya que China manipula su tipo de cambio. Sus reservas han alcanzado los 2,6 billones de dólares (aproximadamente la mitad de su PIB), una cifra demasiado elevada como para que pueda justificarse que son un colchón necesario contra posibles imprevistos. Y su resistencia a apreciar el yuan supone, como ha señalado Martin Wolf, que China está intentando hacer con EEUU lo mismo que Alemania con Grecia: obligarle a recuperar su competitividad vía deflación en vez de permitiendo un ajuste en el tipo de cambio nominal. Pero como EEUU no es Grecia, tiene instrumentos para liberarse de la presión china, e incluso contraatacar, como veremos en la siguiente sección. Por el momento, el Congreso norteamericano, que en su configuración actual de mayoría demócrata es más proteccionista que el Ejecutivo, ha aprobado una ley que le permitiría establecer aranceles contra los productos chinos de forma unilateral, lo cual está prohibido por la OMC al tratarse de medidas discriminatorias. Pero ambos colosos saben que una guerra comercial no beneficiaría a ninguno.

En definitiva, la experiencia de la Gran Depresión, que tanto ha contribuido a enfrentar con políticas adecuadas la crisis actual, indica que una guerra de divisas podría ser el desencadenante del proteccionismo que tanto se quiere evitar. Por lo tanto, es una prioridad buscar soluciones cooperativas al problema de las monedas para que EEUU no eleve sus aranceles y otros países lo imiten, lo que abriría una guerra comercial que obstaculizaría la recuperación y socavaría la credibilidad y legitimidad de la OMC.
Política interna: ¿qué preocupa a cada país?
 
Aunque existen soluciones cooperativas sobre la mesa, en un entorno de débil crecimiento económico en los países ricos y rápidos cambios geopolíticos a escala global, los condicionantes políticos internos dificultan las soluciones coordinadas. Por lo tanto, es importante entender qué preocupa a los principales actores y cuál es su margen de maniobra.


China
 
China, identificado desde occidente como “el problema”, ha encontrado en la política cambiaria el instrumento más efectivo para aumentar el crecimiento y el nivel de empleo, en el que se basa la legitimidad de su régimen político. Un yuan barato permite a China fortalecer su sector exportador y atraer inversión directa extranjera, lo que se traduce en creación de empleo y en un gradual incremento del nivel de vida de su población. Asimismo, la promoción del sector exportador manufacturero es clave en el aumento de la productividad, que a largo plazo es la variable fundamental para incrementar los niveles de renta per cápita. Por último, la intervención cambiaria es un instrumento más eficaz que las subvenciones a las exportaciones, que por su propia naturaleza discriminan entre sectores y además no son legales bajo las normas a las que China se comprometió cuando se integró en la OMC en 2001. Por lo tanto, aunque China ha permitido una ligera apreciación del yuan (tanto entre 2005 y 2008 como a partir de junio de 2010) y la posición de su Banco Central sobre el tipo de cambio es ambigua porque la debilidad de la moneda produce inflación y recalienta la economía, por el momento no parece que el gobierno vaya a cambiar su política, especialmente si recibe presiones externas.


Además, hay que recordar que China tiene un sistema financiero muy intervenido y mantiene fuertes controles de capital. Esto le permite preservar la autonomía de su política monetaria y contrarrestar los efectos inflacionistas de la intervención en los mercados cambiarios mediante la esterilización, la contracción del crédito y las subidas de los tipos de interés, algo que otros países en desarrollo que han liberalizado más su sector financiero y su cuenta de capitales no pueden hacer. En definitiva, los determinantes políticos internos hacen que el gobierno prefiera enfriar su economía con instrumentos que no contribuyen a reequilibrar la economía mundial (como lo haría una reevaluación del yuan), pero le permiten contener la inflación y seguir creando empleo y crecimiento a través del sector exportador.

EEUU, Japón y el Reino Unido
 
En EEUU los condicionantes internos son diferentes. El problema no es el valor del dólar en sí, sino el riesgo de deflación y la persistencia del desempleo. Es cierto que un dólar más barato es un instrumento para hacer frente a estos problemas, pero no es el único. De hecho, la Reserva Federal ha anunciado que si la inflación continúa bajando llevará a cabo una nueva batería de medidas de expansión monetaria. Como los tipos de interés ya están en el 0% iniciará otra oleada de expansión cuantitativa; es decir, imprimirá dinero para comprar activos, lo que elevará su precio, reducirá su rentabilidad e incentivará a los bancos a prestar más al sector privado. El efecto de esta medida será un dólar más barato y una salida de capitales desde EEUU hacia los países emergentes (incluido China), que tienen tipos de interés más elevados, lo que se suele denominar carry trade. En este sentido, puede decirse que, como EEUU tiene la moneda de reserva global y puede imprimir todo el dinero que quiera, con su facilitación cuantitativa puede “inflar” al resto del mundo, y cuenta con una munición ilimitada para ello.


Ahora bien, como lo que realmente preocupa al presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke es el riesgo de deflación, la expansión cuantitativa no debería considerarse como una devaluación competitiva orquestada para dañar a China y a las otras economías emergentes. Es una acción legítima por parte de un país que tiene poco margen para la expansión fiscal y emplea la política monetaria para evitar la deflación, que de producirse sería catastrófica porque elevaría el valor real de las ya abultadas deudas de hogares y empresas norteamericanas. Pero Bernanke, que se encuentra entre los banqueros centrales que más temen la deflación y que más abogan por establecer un objetivo concreto de inflación para infundir confianza y anclar las expectativas, dejará de imprimir dinero y retirará liquidez tan pronto como la demanda se reactive y los precios y el empleo se recuperen. Si no lo hiciera la inflación se dispararía, algo que la Reserva Federal tampoco está dispuesta a aceptar. El problema es que como la facilitación cuantitativa a gran escala nunca se ha llevado a cabo antes de esta crisis nadie sabe con certeza cuáles serán sus efectos sobre el crédito, el empleo, los precios o el crecimiento. Lo que sí se sabe es que se traducirán en una salida de capitales de EEUU, así como que reforzará la tendencia a la depreciación del dólar. 

Japón (y en menor medida el Reino Unido) se encuentran en unas situación similar a la estadounidense, aunque sus acciones tienen mucho menor impacto internacional. Japón se está planteando otra ola de facilitación cuantitativa, es el único país avanzado además de Suiza que ha intervenido directamente en el mercado cambiario para debilitar su moneda y ha aprobado un nuevo paquete de estímulo fiscal. Todas estas medidas van destinadas a luchar contra la deflación, cuyos devastadores efectos ya sufrió en los años 90. El Reino Unido podría volver a expandir el balance de su banco central, sobre todo si el enorme recorte fiscal que el gobierno de Cameron ha anunciado tiene efectos deflacionistas.

La zona euro
 
En la zona euro las cosas se ven de otra manera. Para el BCE no hay riesgo de deflación (aunque según el FMI el 66% de los países con riesgo alto de deflación son de la zona euro). Por lo tanto, para satisfacción de Alemania e incomodidad de Francia y los países periféricos (incluida España), el BCE ha iniciado su estrategia de salida monetaria retirando algunas de las líneas de liquidez extraordinarias que estableció al estallar la crisis, lo que en la práctica supone que, aunque los tipos de interés permanecen en el 1%, se ha iniciado una contracción monetaria. Estas medidas han disparado el valor del euro, lo que reduce la competitividad precio de las exportaciones de la eurozona, dificulta la recuperación e incrementa la probabilidad de que efectivamente los precios europeos caigan. En definitiva, el euro está soportando la mayor parte de la carga del ajuste cambiario global. Además, como el BCE permanece impasible ante la apreciación de la moneda única (y es plenamente independiente para hacerlo), nada indica que la fortaleza del euro vaya a detenerse, especialmente si los demás países avanzados se embarcan en la facilitación cuantitativa mientras el BCE restringe su oferta monetaria.


En todo caso, el impacto de un euro fuerte sobre España es menos dañino que sobre la media de los países de la zona euro por dos razones. Primero, porque más del 55% de las exportaciones españolas tienen como destino la zona euro (más que la media de la UE) y estas ventas no se ven afectadas por la apreciación de la moneda única, aunque sí por la pérdida de competitividad precio de los productos españoles derivada del diferencial de inflación positivo con la eurozona. Segundo, porque un euro fuerte abarata las importaciones de petróleo y la tasa de dependencia del petróleo en España es prácticamente del 100%, muy superior a la de la media de la zona euro.

El resto de emergentes
 
El último grupo de países relevantes en esta guerra de divisas lo forman las economías emergentes que, aun siendo importantes exportadores, no intervienen tan agresivamente sobre su tipo de cambio como China y algunos países exportadores de energía. Se trata fundamentalmente de los países de América Latina, la India, Corea del Sur, Singapur, Indonesia, Malasia y Tailandia (Suiza también entraría en esta categoría, aunque es un país rico).


Como la recuperación está siendo mucho más rápida en el mundo emergente que en el desarrollado, se están produciendo importantes flujos de capital hacia estos países, que ofrecen rentabilidades esperadas para la inversión muy superiores a las de los países desarrollados, tanto en depósitos bancarios como activos de mayor riesgo (según el Instituto de Finanzas Internacionales estos flujos de capital alcanzarán en 2010 los 825.000 millones de dólares, cuando en 2009 representaron sólo 581.000 millones). Además, si los países avanzados continúan aumentando la liquidez mediante la facilitación cuantitativa, dichos flujos se incrementarían, perjudicando a estos (inocentes) países al menos por dos motivos. Primero, porque ejercen una fuerte presión al alza sobre sus tipos de cambio, lo que afecta negativamente a sus exportaciones y puede llevarlos a tener déficit por cuenta corriente (o ampliarlos si ya los tenían). Segundo, porque aceleran la inflación y pueden dar lugar a burbujas en los mercados de activos que, en caso de un cambio de expectativas y una reversión de los flujos de capital (lo que se conoce en la literatura académica como un sudden stop), pueden dar lugar a crisis financieras como las que ya sufrieron en los años 90.

Aunque estos países han acumulado importantes reservas como medida de auto-protección contra las crisis, están optando por intervenir directamente para depreciar sus monedas o imponer controles de capital para limitar la entrada de capital (Brasil ha elevado del 2% al 4% el impuesto sobre las entradas de capital no productivo y Tailandia ha anunciado un impuesto del 15% para los inversores extranjeros que adquieran bonos). De hecho, el propio FMI, que tan crítico fue con controles de capital en las últimas décadas, parece bendecir ahora estas prácticas como medida preventiva contra el recalentamiento de sus economías. Pero si estos controles se generalizan, se produciría un proceso de desglobalización financiera con consecuencias negativas para el mundo emergente a largo plazo.

En definitiva, como estos países están recibiendo sin culpa alguna las externalidades negativas de las políticas de China y EEUU, se justifica que impongan impuestos y controles a las entradas de capital. Sin embargo, sería preferible que no tuvieran que hacerlo, lo que requiere de una solución coordinada a nivel internacional.

Conclusión

Hacia una solución cooperativa en el G-20
 
A pesar de la divergencia de intereses a corto plazo entre los distintos países y de que sus problemas políticos internos hacen difícil forjar un acuerdo internacional, todos entienden que el recrudecimiento de la incipiente guerra de divisas no beneficiaría a nadie. De hecho, todos los países (incluida China) han admitido que el crecimiento mundial a largo plazo pasa por resolver los desequilibrios macroeconómicos globales, lo que requiere, entre otras cosas, atajar el problema de los tipos de cambio. Por lo tanto, es muy posible que el G-20 sea capaz de ir tomando medidas que poco a poco dejen atrás la actual retórica cuasi-bélica a favor de una solución de compromiso. La cuestión es qué medidas tomar.


Por el momento, todos los esfuerzos están centrados en cambiar la actitud de China. Para ello parece haber dos estrategias: una de confrontación, que ha venido liderando EEUU y que es poco probable que de resultados; y otra basada en la persuasión por parte de una amplia coalición liderada por EEUU, donde la revalorización del yuan forme parte de un paquete de negociaciones más amplio.

La primera opción, la de confrontación, consiste en que EEUU imponga distintas políticas a China para obligarle a revaluar el yuan. Se han propuesto aranceles unilaterales, la prohibición a China de adquirir títulos de deuda pública estadounidense o la intervención de la Reserva Federal comprando yuanes. Aunque estas propuestas son bien recibidas por el ala más dura de la sociedad estadounidense, es poco probable que sean efectivas. Los aranceles dañarían los beneficios de las empresas estadounidenses, encarecerían los bienes de consumo en EEUU y darían lugar a una guerra comercial; la prohibición de comprar títulos dejaría a EEUU sin su mayor financiador del déficit por cuenta corriente; y, como el yuan no es convertible, es imposible que la Reserve Federal lo adquiera en grandes cantidades. Por ello, la Administración Obama no está apoyando la estrategia de confrontación. Entiende (correctamente) que hay que persuadir a China para que cambie de política porque las amenazas no darán resultado.

Ahí aparece la segunda estrategia, donde el G-20 es clave porque se trata de forjar una coalición multilateral de “todos contra China”, de forma que el aislamiento lleve al gigante asiático a modificar sus posiciones en un contexto en el que algunas voces dentro de China ya alertan sobre los peligros de mantener indefinidamente un yuan tan barato. En esta estrategia son esenciales los demás países emergentes que, por primera vez, están siendo abiertamente críticos con la política cambiaria china, tanto porque daña la competitividad precio de sus propias exportaciones como porque podría forzar a EEUU a una expansión monetaria que les generaría problemas. Esta posición beligerante de países como Brasil, la India y Corea, es importante porque permite romper el bloque de los países emergentes, que en los últimos años han formado una sólida piña contra EEUU y la UE en los foros económicos internacionales.

El segundo aspecto clave para que China cambie su posición es llevar la negociación más allá del tema de los tipos de cambio, vinculándola a los desequilibrios por cuenta corriente, la reforma del FMI, la búsqueda de un sustituto al dólar como moneda de reserva internacional, e incluso a otros aspectos no económicos donde China quiere obtener algo de los países avanzados. Esta estrategia ha empezado a materializarse en la Cumbre de Ministros de Economía y Finanzas del G-20 de finales de octubre en Corea. En esta reunión preparatoria de la de presidentes, que tendrá lugar en Seúl a mediados de noviembre, se ha acordado aumentar las cuotas (y por tanto dar más votos) a los países en desarrollo en el FMI, permitiendo así que la institución sea más representativa de la economía mundial y por lo tanto más legítima (el ajuste llevará a China desde la sexta a la tercera posición, quedando sólo por detrás de EEUU y Japón en número de votos). Además, en una histórica decisión, los países europeos han acordado ceder definitivamente dos de sus ocho sillas en la Junta Directiva del FMI (sobre un total de 24) a los países emergentes. Aunque los detalles de este acuerdo no se concretarán hasta 2012 es posible que otro “gesto” sea que los países avanzados permitan que el próximo director gerente del FMI sea un chino, terminando así con la regla no escrita según la cual un europeo siempre ocupa este cargo.
Por último, EEUU ha propuesto limitar los déficit o superávit por cuenta corriente de cualquier país al 4% para reducir los desequilibrios macroeconómicos globales. Aunque la propuesta no ha sido aceptada por el rechazo de Alemania, Japón y Brasil, ha permitido abrir el debate sobre la política cambiaria china de forma multilateral y no como un conflicto bilateral entre EEUU y China (el superávit por cuenta corriente de China es del 5% y va en aumento, por lo que ponerle un límite del 4% obligaría a China a revaluar el yuan o aumentar su demanda interna).

En este contexto cabe destacar que la resistencia de Alemania a aceptar esta propuesta podría llevar a los países de la zona euro con déficit por cuenta corriente, como España, a plantear en el Eurogrupo que los recurrentes superávit por cuenta corriente de Alemania son tan peligrosos para la zona euro como los de China para el conjunto de la economía mundial. La resistencia de Alemania a aumentar su demanda interna hace tan difícil resolver los desequilibrios internos en la zona euro como la lentitud de los países periféricos en poner en marcha más reformas estructurales. Por ello, ahora que el debate de los desequilibrios macroeconómicos a nivel global señala a China como culpable, España haría bien en liderar una coalición en la zona euro que planteara lo mismo en relación a Alemania.
(*) Federico Steinberg es investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid

FED vs BCE / Javier López Somoza

Una vez más se vuelve a poner de manifiesto las diferencias de método para afrontar el escenario actual de la crisis que existen entre la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, responsables de la política monetaria del dólar y del euro, respectivamente. Más proactividad en la Fed en pos de la recuperación económica; más inacción en el BCE preocupados por las tensiones de precios que el crecimiento de la masa monetaria como consecuencia de las extraordinarias medidas de estímulo podría ocasionar tras la salida de la crisis.

Las últimas declaraciones de algunos miembros del Consejo de Gobierno del BCE señalan que se está preparando la “estrategia de salida”, es decir, la eliminación y retirada, progresiva eso sí, de algunos de los estímulos monetarios que se fueron implantando según la crisis se iba agravando, sobre todo aquellas más extraordinarias o como se denominaban “no convencionales”. En esta línea estarían, por ejemplo,

Actualmente, la mayoría de indicadores de coyuntura en el Área euro, así como otros que miden el riesgo financiero, señalan una clara recuperación de la actividad económica. Recuperación que, no obstante, va “por barrios”, destacando Alemania, mientras que en España es menos evidente por su exigüidad. Las últimas previsiones realizadas por el BBVA indican que el PIB del tercer trimestre podría haber crecido entre una y dos décimas. Ello permitiría que el conjunto del año 2010 no fuera negativo en términos de crecimiento del producto. 

Estos datos avalarían en cierta medida el esquema de salida que está diseñando el BCE. Los episodios de hiperinflación en el pasado, sobre todo en Alemania, pesan mucho en el subconsciente de los responsables del BCE, en los que el manual germano de política monetaria, que llevó a cabo el Bundesbank durante muchos años, sigue marcando la pauta. ¿El peligro de ello? Como ya hemos señalado en anteriores comentarios, que se vacíe el depósito de combustible antes de haber alcanzado los objetivos.

Los responsables de la Reserva Federal, sin embargo, introducen un sesgo de mayor proactividad y pragmatismo. 

La lectura del acta del último Comité Federal de Mercado Abierto (conocido por sus siglas en inglés, FOMC) sugiere la próxima puesta en marcha de la segunda parte de quantitative easing dado que sus dudas sobre la capacidad de mejora del mercado laboral son importantes todavía (en septiembre se destruyeron 95 mil puestos de trabajo, frente a los 5 mil previstos), la recuperación del sector inmobiliario es muy débil y los niveles de inflación se sitúan por debajo de lo que el propio Comité considera como apropiados.

En el caso de los responsables de la Fed el subconsciente está marcado por el recuerdo de la “crisis del 29” en donde una pronta retirada de los estímulos llevó a la Gran Depresión que se prolongó durante la práctica totalidad de la década siguiente.

Una de las primeras consecuencias de esta divergencia de políticas se está reflejando en el cruce de las divisas. En efecto, el euro cotiza en niveles por encima de los 1,41 frente al dólar cuando en el mes de julio llegó a cotizar en 1,20. Es decir, una apreciación superior al 15% que puede lastrar las expectativas de recuperación del área euro en la medida en que se produce un encarecimiento relativo de sus exportaciones. 

Se empieza a hablar del riesgo de las denominadas “devaluaciones competitivas”, es decir, utilizar la cotización de la moneda propia como estrategia comercial, lo que no produciría nada bueno para nadie.

El dólar, el yuan y los europeos / Josep Borrell *

La reducción de los déficits públicos y la medidas de austeridad social, en particular prolongando la edad de jubilación, son la letanía que entonan todos los gobiernos europeos.

Todos proclaman que no les temblará el pulso para tomar nuevas medidas si las cosas no van como está previsto. Aparentan ignorar, pero lo saben muy bien, que la única forma de reducir el déficit es conseguir que la economía vuelva a crecer. Y que seguir recortando el déficit público puede reducir aún más el crecimiento y hacer que el déficit siga aumentando en una espiral perversa de la que hay buenos ejemplos históricos.

Haríamos bien en recordar otras experiencias históricas en estos días en los que tanto se habla de la guerra de las monedas, que no se limita al combate dólar yuan sino que también nos afecta enormemente a los europeos.

La expresión fue utilizada recientemente por el Ministro brasileño de Economía y después repetida por todos. Recuerda al precedente funesto de las devaluaciones competitivas provocadas por la decisión británica de romper la relación entre la libra y el oro en 1931. Entonces todos los países depreciaron su moneda para intentar exportar su paro. Precisamente para evitar que eso volviera a ocurrir se diseñó el sistema monetario de la posguerra y se creo el FMI.

Ahora parece como si el mundo reviviese esa transmisión de una crisis financiera al sistema monetario que se produjo en 1929-1931. Todos, o casi todos, los países tratan de debilitar su moneda o impedir que se aprecie. Interviniendo directamente en el mercado de divisas, como Japón recientemente, comprando masivamente Deuda pública como EE.UU. y el Reino Unido, o simplemente poniendo impuestos sobre las entradas de capital como Tailandia y otros países emergentes.

Sólo el BCE parece remar en dirección contraria y, por acción o por omisión , el euro se ha apreciado fuertemente, a pesar de que hace bien poco era una moneda bajo sospecha de implosión. Se puede discutir hasta la saciedad las razones de esa política pero lo que es seguro es que no nos va a ayudar nada a salir de los problemas que afectan a países como España.

Esa guerra de las monedas esconde, o más bien refleja los gigantescos cambios que al calor de la crisis se han producido en la economía mundial. Los países emergentes están dejando la crisis atrás. Con pequeños ajustes en sus déficits públicos, menos de 3 puntos del PIB pueden mantener su Deuda pública por debajo del 40 % del PIB. Los emergidos tienen por delante un largo y doloroso camino. Según el FMI, tendrían que reducir sus gastos públicos o aumentar sus impuestos en 9 puntos del PIB para conseguir llevar el ratio Deuda pública/PIB por debajo del 60%.

Dos cifras que marcan la enorme diferencia entre dos mundos que ya no responden a los paradigmas de ayer. Y ante esta diferente situación es evidente que hacen falta diferentes políticas monetarias. Tipos de interés bajos en los países en recesion y altos en los que están en expansión. Y de ello se seguiría una apreciación de las monedas de los países emergentes que permitiría reequilibrar su crecimiento, controlaría su inflación y evitaría el riesgo deflacionista y recesivo en los países debilitados por la crisis mientras recomponen sus equilibrios.

Si no se hace así es por un problema de coordinación y de confianza colectiva. También los países emergentes desconfían entre sí y nadie quiere perder posiciones competitivas porque saben lo fácil que resulta deslocalizar la producción de un país a otro. Todos miran a ver qué hace China. Pero China no hará nada que le haga perder posiciones en beneficio de Vietnam o Camboya.

Y además porque en el interior de esos países hay enormes intereses creados en mantener un modelo de crecimiento basado en las exportaciones. El lobby de las industrias exportadoras chinas es enormemente poderoso, dominado por los caciques del Partido convertidos en multimillonarios que no tienen ningún interés en que el yuan y los salarios de sus trabajadores se revalúen. Y en una dictadura tienen los medios para evitarlo, durante un tiempo al menos.

Pero tarde o temprano ese reequilibrio se producirá porque no habrá otro remedio y porque su prolongación es insostenible. Si China siguiese exportando el 40% de su PIB cuando haya alcanzado el nivel de renta de Alemania, exportaría como 5 Alemanias ahora, y es difícil imaginar como el mundo podría soportar esos desequilibrios comerciales.

El tipo de cambio real entre el mundo desarrollado y el emergente se ajustará de una manera u otra. Pero las consecuencias no serán las mismas según como se haga, bien ajustando los tipos de cambio nominales o bien con una combinación de inflación en la casa de unos y de deflación en la de otros.

La guerra de las monedas no es un problema chino-americano. Es uno de los grandes temas del gobierno de la globalización que requiere una nueva acción colectiva y nuevas estructuras internacionales. Y más vale que los europeos participemos en la solución no sea que al final haya un acuerdo chino-americano del que nosotros paguemos las consecuencias. Por eso es tan sorprendente el silencio europeo sobre la candente cuestión del actual conflicto monetario. Un silencio que no hace sino demostrar, una vez más, nuestra división ante los grandes problemas globales.

(*) Josep Borrell es ex presidente del Parlamento Europeo

Iran-Irak : ¿poker de mentirosos sobre las reservas de petróleo? / EdgarMex


En tan solo una semana, los dos viejos enemigos han anunciado masivas alzas de sus reservas de petróleo “probadas”, sin que se vea por el momento, lo que legitima tales aumentos.

El lunes 4 de octubre Irak anunciaba una fuerte alza de sus reservas probadas. El Ministro del Petróleo de Irak, Hussein Chahristani, afirmó que su país disponía "ahora" de 143 mil millones de barriles de reservas explotables, un cifra 25% mayor a las estimaciones precedentes. De paso, esta “re-evaluación” le permitió a Irak quitarle momentaneamente a su vecino iraní el tercer rango, entre los países con mayores reservas de petróleo del planeta, detrás de Arabia Saudita y Venezuela.

Nuevo montaje: una semana mas tarde, en Teherán, el lunes 11 de octubre el Ministro del Petróleo iraní, Massoud Mirkazemi, anunció, en una conferencia de prensa, que Irán dispone ahora de 150.3 mil millones de barriles de petróleo, contra 138 mil millones que poseía antes. De golpe, Irán vuelve a pasar al tercer rango en las reservas de petróleo delante de Irak. El ministro advirtió además que esa cifra puede aumentar próximamente. 

Y todo esto ocurría días antes de la reunión de la OPEP el 14 de octubre. Las cuotas de extracción de los miembros de la OPEP se fijan en proporción a la cantidad de reservas, entre mas se declare en las reservas mas se puede extraer.

El Geólogo Jean Laherrère, antiguo director de Técnicas de extracción del grupo Total y co-fundador de ASPO, opinó que: “Es evidente que las reservas de los países de la OPEP son enteramente políticas, pues las cuotas de extracción están basadas en las reservas declaradas, el objetivo es producir al máximo, por lo tanto todo mundo hace trampa con las reservas”.

Las peripecias de la Deuda Pública española / Julio Rodríguez López *

2010 está resultando un ejercicio complicado para el gobierno de España y también para las restantes administraciones públicas. Desde el gobierno se trató de hacer frente en 2008-2009 a las consecuencias de la crisis practicando políticas anticiclicas de inspiración keynesianas. Dichas políticas se apoyaron en los denominados “estabilizadores automáticos” y en un mayor empuje del gasto público. 

Los planes de estimulo de la construcción no residencial, desarrollados a través de los ayuntamientos, financiados por el gobierno de España, pretendieron corregir en parte el hundimiento del sector de la construcción, verdadero responsable del intenso descenso del empleo en la economía española.
 
Pero en 2010 ha crecido la “burbuja” de la deuda pública a nivel mundial. En este ejercicio se han colocado volúmenes masivos de emisiones de deuda pública, derivados de la financiación de las actuaciones anticíclicas anteriores y del saneamiento de entidades financieras afectadas por la crisis. Tras dos ejercicios de aparición de un déficit publico elevado, la deuda pública española (administración central, autonomías y ayuntamientos) se situaba a fines de 2009 en un nivel (53,2% del PIB) inferior al de la media de la Eurozona (79%).

Los problemas crecieron al conocerse el alcance del déficit público de España, el -11,2% del PIB en 2009, lo que creó alarmas de nuevos aumentos importantes de la deuda pública. A lo anterior se añadió el fuerte endeudamiento alcanzado por hogares y empresas en España. 

El auge inmobiliario de 1997-2007 se financió complementando los depósitos bancarios con apelaciones a los mercados mayoristas de dinero. Los intensos déficits externos de la fase de auge (que alcanzaron el -10% del PIB en 2007) se financiaron acudiéndo masivamente al ahorro exterior. Las exigencias de nuevas emisiones en 2010 derivadas de dicho endeudamiento se plantearon en un momento de fuerte presión de demanda sobre los mercados de capitales.

El endeudamiento exterior privado pesó, pues, sobre la situación de la deuda pública española. La grave crisis griega de la primera mitad de 2010 afectó a los países con mayores déficits públicos y puso en dificultades a la Eurozona. El escenario de retorno a un déficit público del 3% del PIB en 2013 previsto por el gobierno español pareció insuficiente a los organismos económicos internacionales. 

El Ecofin de la primera semana de mayo de 2010 forzó a adoptar medidas reductoras del déficit de impacto más inmediato que las previstas inicialmente. En este contexto, el diferencial de la deuda española a diez años con la deuda alemana creció desde el 0,84% en abril de 2010 hasta aproximarse al 2% en mayo. El coste de las emisiones de deuda española a 10 años aumentó así en un 17% entre abril y junio de 2010.

En 2009 no solo habían registrado fuertes descensos las recaudaciones de los principales tributos en España, sino que se anticiparon recursos desde el gobierno a autonomías y ayuntamientos sobre la base de unos ingresos fiscales que no tuvieron lugar. La administración general del estado absorbió en principio los déficits de las restantes administraciones públicas.

En los meses de mayo y junio de 2010, en lo peor de la crisis de Grecia, no solo hubo problemas de colocación de deuda pública en los mercados de capitales, sino que también tuvieron dificultades las emisiones procedentes del sector empresarial de la economía española. Los mercados no se tranquilizaron para España hasta que se publicaron los resultados de las pruebas de “stress” realizadas a bancos y cajas de ahorros a fines de julio. Dichas pruebas evidenciaron una situación de solvencia suficiente de dichas entidades ante eventuales coyunturas problemáticas. El diferencial citado bajó hasta una media de 1,66 puntos porcentuales en agosto de 2010.

El aumento del déficit público irlandés complicó de nuevo en septiembre y octubre de 2010 la situación de los mercados. La deuda española mantuvo el tipo en principio, pero el anuncio a 30 de septiembre de que la Agencia Moody había rebajado la calificación de dicha deuda, desde el nivel Aaa al de Aa1, elevó el diferencial mencionado hasta un 1,80% y endureció la captación de recursos para España en los mercados de capitales.

Tres fueron las razones de Moody para la rebaja: las débiles expectativas de crecimiento de la economía española para los próximos años, el deterioro de la fortaleza financiera del gobierno de España, afectado por el empeoramiento de la situación de la deuda de las autonomías, y las posibles dificultades para atender las obligaciones derivadas de los mayores niveles de deuda que se avecinan. Moody ha estimado en 160.000 millones de euros las emisiones brutas de deuda española en 2011.

El ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, dijo en una ocasión que de mayor le gustaría ser mercado de bonos, por su enorme poder. La reacción del gobierno español implica un cambio radical de política económica. Ello ha supuesto, entre otros aspectos, un abrupto recorte del gasto publico, corriente y de inversión, unas elevaciones moderadas de los impuestos indirectos, la reducción o estabilización de algunas prestaciones sociales (véase pensiones) y unas reformas “duras” en el mercado de trabajo y en el sistema financiero. Ello implica un giro de 180 grados en el perfil de la politica económica seguida por el gobierno socialista hasta el primer trimestre de 2010.

No es esta la primera vez que un gobierno socialdemócrata debe de efectuar un fuerte ajuste ante una situación complicada frente al resto del mundo. La cuestión descansa en la necesidad de mantener el rigor de la política económica, a la vez que se intenta lograr que los costes del ajuste se repartan de forma equilibrada entre los diferentes estratos sociales, mientras se impulsa la salida de la crisis y el avance hacia un modelo productivo mas diversificado. Se trata de una tarea difícil, pero no imposible.

(*) Julio Rodríguez López es miembro de ATTAC y ex presidente del Banco Hipotecario de España y de Caja Granada. También es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense además de estadístico superior del Estado (en excedencia) y economista titulado del Banco de España (en excedencia).

¿Se acabó la recesión? / León Bendesky *

El diagnóstico es que desde junio de 2009 se acabó la recesión en Estados Unidos. Así lo declaró el pasado 20 de septiembre el NBER, institución independiente del gobierno que mide el comportamiento cíclico de aquella economía y cuyos criterios son aceptados de modo general. 

Comenzada en diciembre de 2007, ésta habría sido la recesión más larga y profunda desde la década de 1930, con una duración de 18 meses, 7.3 millones de empleos perdidos, una caída del producto de 4.1 por ciento y la reducción de la riqueza neta de las familias de 21 por ciento.

Acabada según las mediciones convencionales, se reconoce que las condiciones no son favorables para el crecimiento, y si vuelve a caer el PIB habría entonces una nueva recesión.

Más allá de los criterios técnicos, las repercusiones de esta recesión han sido muy grandes, todavía no se han superado y no parece que se esté cerca de ello. La recuperación procede a un ritmo muy lento y, además, ha perdido fuerza en meses recientes, de modo que el sector privado no responde mediante el gasto de consumo e inversión para provocar un crecimiento más rápido.

Se siguen perdiendo empleos y la tasa de desempleo en septiembre fue todavía de 9.6 por ciento, lejos de un nivel consistente con una sólida recuperación. La industria de la construcción sigue deprimida y hay fuertes conflictos entre deudores de hipotecas y bancos, que presionan para ejecutar los créditos.

La expansión hipotecaria no sólo llevó a un endeudamiento excesivo, sino que las prácticas bancarias han generado un severo problema que involucra los derechos de propiedad debido a la forma poco limpia en que se hicieron los contratos. Este aspecto es muy relevante en un país que se precia de la existencia de un fuerte estado de derecho y donde muchos de esos contratos se dirimen hoy en los juzgados.

Eso ocurre en un ambiente en el que los grandes estímulos fiscales aplicados por el gobierno de Barack Obama se agotan y cuando en el campo político han surgido disputas frontales con respecto a la intervención pública, sobre todo por la vía del gasto y sus efectos en el aumento del déficit fiscal. La fracción más conservadora del Partido Republicano, el Tea Party, amenaza con provocar una severa derrota para los demócratas en las elecciones legislativas de noviembre.

Con las medidas fiscales prácticamente en estado de coma, la Reserva Federal se apresta para intentar una nueva ronda de estímulos monetarios y allegar más dinero a los mercados. Esto sucede en un entorno de tasas de interés muy bajas (entre cero y medio por ciento) y de un reducido crecimiento de los precios (1.14 por ciento a tasa anual en septiembre).

La preocupación es que en medio del letargo prevaleciente en la producción, el consumo y el empleo, los precios bajen y se llegue a una deflación, o sea, un crecimiento negativo. Este es el espectro de la experiencia japonesa de la última década.

Una situación como esa agravaría las condiciones económicas. La Reserva Federal considera que los precios deben crecer a una tasa de 2.5 por ciento anual para que se cumpla el mandato que tiene de crear y preservar las condiciones de crecimiento y de estabilidad de precios.

Una de las consecuencias de la crisis es que ahora los técnicos estiman que lo que se llama la tasa natural de desempleo, o sea, aquella consistente con la estabilidad de los precios, es de entre 5 y 6.7 por ciento. Esta es muy elevada y el rango es muy amplio con respecto a situaciones anteriores, cuando dicha tasa se estimaba entre 3 y 3.5 por ciento. Hay, pues, efectos de tipo estructural que se han ido creando en los últimos años con la expansión de las actividades del sector financiero, con la manera en que se ha ido ajustando el sector de la producción, y los episodios de crisis como las que ocurrieron en 2001 y 2008.

El escenario que se advierte, entonces, es de una lenta expansión productiva, con más desempleo y precios a la baja. Si la economía no responde a las nuevas medidas de política monetaria habrá un entorno cada vez más complicado dentro de aquel país, incluyendo la creciente deuda y el déficit fiscal. A eso hay que añadir los efectos adversos fuera, ya sea a la manera de fricciones con otras economías, como la china, o con una baja capacidad de arrastre para otras como la mexicana.

Hoy se advierten los movimientos de varios gobiernos para proteger sus economías, especialmente con la manipulación del valor de sus monedas y con prácticas comerciales que benefician a sus productores. Los intentos para alcanzar acuerdos colectivos no están dando resultado y ahí se abre un espacio de nuevos conflictos. Este escenario se complica con las reformas laborales y del sistema de pensiones, o bien, con las acciones y exabruptos contra las inmigrantes en Europa.

En fin, que en temporada de serie mundial y como diría Yogi Berra: esto no se acaba hasta que se acaba.

(*) León Bendesky es un destacado analista económico mexicano. Estudió en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México y realizó sus estudios de doctorado en la Cornell University en Nueva York.
Es autor de varios libros, entre los que destacan México: de la euforia al sacrificio (1998), Parral, comunidad y desarrollo (2001) junto con Raúl Conde, De apetitos e intemperancias: horizontes de la crisis mexicana (2003) con Roberto González y Temas de economía (2004).
Es profesor de historia del pensamiento económico en la Facultad de Economía de la UNAM. Además, es columnista de La Jornada y co-director de SIREM

Modelo de negocio / Pedro Miguel

No se equivocaba Jeffrey Max Jones Jones cuando, hace justamente un año, postulaba que el narcotráfico es un negocio modelo (es decir, arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo) e instaba a los hombres de empresa del sector agropecuario a aprender de los barones de la droga, quienes han logrado definir el mercado con el gobierno en contra y sin subsidios
 
La única falsedad en la que incurrió el entonces subsecretario de Fomento de la Secretaría de Agricultura fue en ese último dato, porque, por medio de los programas gubernamentales Procampo y Aserca, el gobierno federal subsidia (y lo seguirá haciendo, según dijo en marzo de este año el aún subsecretario de Desarrollo Rural, Ignacio Rivera Rodríguez) a esa actividad que, en efecto, resulta paradigmática de los buenos negocios en la economía neoliberal: altas tasas de utilidad, expansión constante, innovación, mercado competitivo, desregulación, reducción de costos y recurso intensivo al outsourcing. 
 
Pero la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud, y el régimen de Felipe Calderón no aguantó tanta transparencia de intenciones: tras ruborizarse por las claridosas palabras de Jones Jones, la administración lo puso de patitas en la calle.
 
Pero desde mucho antes, y hasta la fecha, la gerencia en turno del régimen oligárquico ha estado trabajando duro para crearles y multiplicarles a los empresarios beneficiados por el neoliberalismo extremo –narcos y otros– oportunidades de negocio: ya sea malbaratando propiedad pública, programando gastos innecesarios e insultantes, permitiendo la explotación inmisericorde de los trabajadores, dejando de cobrar impuestos o incrementando las condiciones de persecución y sordidez necesarias para el florecimiento del tráfico de cosas ilegales, el desgobierno se ha mantenido fiel al precepto de acelerar la concentración de la riqueza en unas cuantas manos, imponer la ley de la jungla en la economía e impulsar la venta de todo lo vendible.

Tras los homicidios de 14 muchachos en Ciudad Juárez, el fin de semana, de los de otros 13, en Tijuana, y de la mayoría de las decenas de muertes violentas ocurridas en el país en estos días, subyace un afán de lucro equiparable al que desembocó en los asesinatos corporativos perpetrados en Pasta de Conchos en febrero de 2006, al que animó la intentona de privatización de la industria petrolera en abril de 2008, al que condujo al robo de los recursos de Luz y Fuerza del Centro en octubre de 2009, al que provocó el saqueo de Mexicana de Aviación o al que se pretendió hacer con la llamada licitación 21, hace unos días: reducir costos, incrementar la competitividad, maximizar las utilidades. Es más barato matar que negociar, más se gana licitando que preservando, menos se gasta en saquear que en restructurar.

No sean cursis: las vidas humanas son un insumo más en el vasto proceso de acumulación. Lo de menos es que sean de mineros, de chavos enfiestados, de adictos, de niños, de señoras que van pasando, de ancianos o de indígenas. Calderón no se cansa de repetir (lo dijo, por ejemplo, en febrero y abril de 2007, en enero de 2008, en agosto de 2010, y lo reitera cada vez que puede) que su pretendido afán contra la delincuencia costará vidas, y lo dice siempre en tiempo futuro, como quien planifica un programa de inversiones.

Sería injusto negar que el tsunami de sangre que ha provocado ya rinde frutos: los narcos, los secuestradores, los funcionarios corruptos y los vendedores de armas hacen fortunas como nunca y hay, en consecuencia, carretadas de dinero disponible para que las instituciones financieras hagan la lavandería a gran escala. 

Y que no se escatime el logro de la derrama de riqueza, pues en estos años se han multiplicado los puestos de trabajo. Para todos hay: desde los delictivos sicarios y descuartizadores hasta los honestos embalsamadores y los músicos que se contratan para acompañar cortejos fúnebres. El neoliberalismo, llevado a sus últimas consecuencias, está operando el milagro de reactivar la economía.

El negocio principal, el que imprime dinamismo al resto de las actividades productivas, es una aportación de los administradores actuales de la oligarquía mexicana (hay que ir pensando en postularlos para el Nobel de Economía del año entrante): la destrucción del país.