miércoles, 3 de noviembre de 2010

Las agencias de calificación, ¿un instrumento contra la socialdemocracia? / Francisco Rosa *

No es casualidad que hayan sido Grecia, Portugal y España los países sobre los que se ha volcado toda la inseguridad generada por la crisis financiera internacional –pese a que la deuda de Italia supera con creces a lasanteriores-, como tampoco es casualidad que los agentes encargados de llevar a cabo esa campaña procedantodos del mundo financiero. 

Más que de casualidad tendríamos que hablar aquí de causalidad, dado que JoséSócrates, Yorgos Papandreu y José Luis Rodríguez Zapatero son, curiosamente, líderes destacados delprogresismo europeo, ése que pone de los nervios a los mercados cuando pone de relieve sus creencias firmes en cuestiones fiscales o en la defensa de los derechos sociales.

En el caso español, ¿quiénes han sido los responsables de generar presión y desasosiego? La batalla contra la política económica del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero comenzó en enero de 2009, cuando Standard & Poor’s redujo la calificación de la deuda española del AAA al AA+. A finales de ese año (diciembre 2009) la misma agencia mandaba otro aviso, que se traduciría en una nueva rebaja en abril de 2010. España caía al AA con perspectivas “negativas”.

En mayo de este año era Fitch quien volvía a minar la credibilidad de las finanzas españolas, con su retirada de la triple A. Eso sí, mostrando una previsión más realista al usar el calificativo de “estable” para la situación de nuestra deuda. Por el contrario, la tercera en cuestión, Moody’s, mantenía el máximo rating, aunque avisaba a finales del pasado mes de junio de una más que posible rebaja. 

En el análisis que hacía esta agencia para justificar su ‘tarjeta amarilla’ a España, incluía la siguiente consideración: “Un tema importante del que hablamos con ellos (España) el año pasado fue cómo pensaban reducir el déficit. Va a ser un factor fundamental para la calificación”.

No hay que reflexionar demasiado para extraer una conclusión clara de esta afirmación. Las agencias lo tienenclaro: nosotros somos los encargados de poner la nota, vosotros tenéis que plegaros a nuestras condiciones. En este contexto, parece interesante analizar quiénes son las agencias de calificación, quién regula su actividad y si funcionan de forma autónoma o dependen de empresas o gobiernos.

El enigma no es tan fácil de resolver como puede parecer a priori. Estas agencias son privadas, por lo que, en teoría, actúan de forma independiente. Pero no se pueden obviar detalles como que calificaron a Lehman Brothers, poco antes de su quiebra, como una entidad eminentemente solvente; o que las instituciones financieras que hicieron caer a Islandia estaban bien valoradas por aquellas fechas. Parece claro, por tanto, que obedecen a los intereses del poder financiero.

Los casos expuestos son sólo algunas muestras de su falibilidad, de su escasez de rigurosidad y de la más que posible contaminación que sufren sus informes. Hasta tal punto, que el mismísimo Dominique Strauss-Khan, director del Fondo Monetario Internacional, ha llegado a decir que “no hay que creerlas demasiado”, una teoríaque comparte con el Nobel de Economía, Joshep Stiglitz, quien ha ido incluso más allá al afirmar que "han sido un factor esencial para dar un empujón a la crisis, al haber contribuido a la inestabilidad de los mercados".

Eso respecto a la valoración de la deuda española. Pero las críticas también arreciaron con la calificación de las finanzas griegas. El comisario europeo de Asuntos Económicos, Olli Rehn, señaló en su día que la rebaja de la valoración de la deuda helena se hizo en un momento “extraordinario y desgraciado” y que no correspondía al rendimiento real que ofrecían sus bonos. En la misma línea habló Jean-Claude Juncker, presidente del grupo de los ministros de Economía y Finanzas de la Eurozona, aunque fue aún más severo al tachar a Moody’s de haber mantenido una conducta “irracional”.

Para ilustrar a nivel nacional esta interpretación sobre el funcionamiento interesado de las agencias de rating, sólo hay que detenerse en un dato. Cuando Standard & Poor’s quitó a España la triple A, lo hizo a falta de cinco minutos para el cierre de la Bolsa española, lo que se tradujo en unas pérdidas de 9.300 millones de euros para nuestros inversores. De haberlo hecho a la mañana siguiente, otros factores –como una simple comparecencia pública- podrían haber ayudado a reducir el impacto.

Pero no queda ahí la cosa. Por si no hubiera surtido efecto el ataque en tromba que lanzaron estas agencias, llegó a mediados de junio la locura en la prensa alemana, que lanzó una campaña para convencer a la opinión pública de que España estaba al borde del precipicio. En una información recogida por el Finantial Times, Deutschland y el Frankfurter Allgemeine Zeitung, se aseguraba que España había solicitado a la UE acogerse al Plan de Rescate previsto para situaciones de crisis extrema, al que se dotó con 750.000 millones de euros.

A la misma vez, era el Deutsche Bank quien apostaba a la baja contra la Bolsa española. Además de los rumores que apuntan a que todo esto no es más que una estrategia de países que quieren comprar nuestra deuda y sacar una rentabilidad mayor –las agencias son todas norteamericanas y la implicación de Alemania parece clara-, cabe también pensar, teniendo en cuenta la afirmación que hacía Moody’s, que hay un interés más profundo en que el Gobierno español se aleje de su políticas económicas de corte mixto y se adhiera a las tesis neoliberales.

Ante tanta presión, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se ha mantenido firme, saliendo a la palestra día tras día para mantener la confianza en la economía española, con escaso respaldo de la oposición, que parecía aplaudir cada dato catastrófico. A pesar de ese ímpetu por proteger nuestra economía, parece que finalmente ha habido que ceder y se han aprobado algunas medidas de corte poco social.

Quizás merezca la pena hacer sacrificios, aunque ello dependerá de que estos vengan acompañados de algunos cambios en las reglas del juego económico. A partir de ahora, tal como se ha propuesto en las últimas reuniones de la UE y el G-20, habría que supervisar la actuación de las agencias de rating, habría que sancionarlas en caso de que fallen en sus predicciones y habría que desarrollar mecanismos internacionales que hagan valoraciones realistas y que garanticen la neutralidad de las mismas.

(*) Francisco Rosa es asistente de Comunicación de la Fundación IDEAS


La jauría de la secta / Hermann Tertsch

La secta que dirige el socialismo español está herida. El sumo sacerdote que la ha dirigido durante toda esta década ya no tiene suerte. Todo le sale ya mal. Donde antes triunfaba la magia ha irrumpido la realidad terca, implacable, cruel. Es una realidad que demuestra lo que muchos temíamos; que este país no es irrompible ni indefinidamente maleable. Todos los materiales han comenzado a mostrar graves síntomas de agotamiento al mismo tiempo. El balance difícilmente podía ser peor. 
 
Dentro y fuera de nuestras fronteras, causa asombro, cuando no estupor, el alcance de los daños infligidos a España en tan poco tiempo. Nadie se explica cómo ha podido suceder todo esto en un país que, tras la alternancia natural de socialistas y populares había entrado en una senda de crecimiento, desarrollo y normalización que nos convertía por primera vez en uno más de los países del concierto europeo. 
 
Éramos en 2004 aun un país relativamente pobre, pero ya con una cierta autoestima, con considerable pujanza y mucha ilusión ante el hecho de que cada año estábamos un poco más cerca de los países más prósperos, seguros y libres del continente. Lo cierto es que nada, absolutamente nada, indicaba que existiera en nuestro país el mínimo deseo de separarnos de esa senda, razonable, moderada y eficaz para el cumplimiento de los anhelos de bienestar y seguridad de los españoles. 
 
Que en un oscuro juego de intereses de grupúsculos en el congreso del partido socialista del año 2.000, surgiera un candidato desconocido y de aparente irrelevancia con un discurso de radicalidad izquierdista y cursi, no cambiaba en absoluto las perspectivas. Porque propios y extraños preveían su derrota y su probable desaparición en la mediocridad espesa del aparato del partido de la que surgía. Así era todo. Hasta que estallaron las bombas.
 
Lo sucedido después lo saben y sufren todos los españoles. Con la velocidad de un tsunami, una política excéntrica, ineficaz, ruin y sectaria ha dejado España convertida en un paisaje de escombros. Todo lo antes hecho se ha destruido o dañado de forma más o menos irreversible. Instituciones, economía, credibilidad, prestigio exterior, tejido social, convivencia, nada ha escapado al afán adanista destructor de esa secta dirigida por el sumo sacerdote de la secta que se ganó la obediencia perruna de todo el socialismo con su increíble llegada al poder. 
 
Casi siete años después, el balance desolador pone en peligro la supremacía de la secta. Ésta carece de recursos para siquiera paliar el desastre. Y no tiene enmienda que no la cuestione y agrave así su debilidad. En su desesperación recurre a todas las armas a su alcance. Desde la búsqueda de aliados con enemigos del estado hasta la intimidación masiva y la amenaza. La mentira, de la que tanto abusó, ha dejado de surtir efecto. 
 
De ahí que tenga que recurrir al miedo. El papel fundamental en la gestión del miedo, en su administración desde el aparato del estado, recae sobre el megaministro especialista en guerra sucia. Pero un papel fundamental en la creación del ambiente de intimidación recae en la jauría compuesta por el aparato del partido y sus realas mediáticas. No se trata solo de acallar voces especialmente molestas. 
 
Se trata de demostrar a todos que son capaces de destruir a quien quieran. Lo que hayan dicho Sánchez Dragó, Pérez Reverte o un alcalde les importa una higa. Hay que generar miedo para que todos se sepan vulnerables y vigilados. Para acallar las voces que puedan denunciar su inmundicia moral, su irresponsabilidad culpable y su consecuencia, nuestra tragedia común.