viernes, 5 de noviembre de 2010

La corrupción de la democracia / Fernando Álvarez Uría *

A medida que uno va envejeciendo tiende a hacerse conservador. Dicen que esta deriva es ley de vida, sin embargo, José Vidal BeneytoPepín para todos los que lo conocimos– prueba todo lo contrario, pues año tras año su pensamiento ha ido ganando en radicalidad. En esto, y en su beligerancia contra el capitalismo desbocado, se asemeja al Pierre Bourdieu de Contrafuegos. Tanto Bourdieu como Pepín fueron dos sociólogos europeos que pusieron por escrito, en las últimas etapas de sus vidas, es decir, en estos últimos diez años, reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal.

La corrupción de la democracia, el libro recientemente editado por  Libros de la Catarata, está formado en su mayor parte por artículos publicados en la prensa española, predominantemente en el diario El País, del que Pepín fue socio fundador y habitual colaborador. Pero, a pesar de que sus artículos son análisis de carácter sectorial, análisis relacionados con campos muy diversos, sin embargo, bajo esos fogonazos aparentemente inconexos, nos encontramos con un razonamiento sociológico de fondo, con un diagnóstico a la vez lúcido y ácido de nuestro tiempo. Pepín disecciona en este libro los síntomas de un síndrome, es decir, define las raíces del mal que aqueja a nuestra sociedad. Señala las causas de nuestro malestar, intenta, como señala Cécile en la nota preliminar del libro, tejer un tapiz que nos sirva de diagnóstico del presente.

Voy a intentar sintetizar las grandes líneas maestras de la argumentación del Profesor Vidal-Beneyto sobre las que se apoya a mi juicio su diagnóstico, es decir, la corrupción de la democracia. Creo que por razones de coherencia lógica es preciso comenzar el razonamiento por la última parte del libro, Los desafueros del capitalismo, para pasar posteriormente a explicar en ese marco La quiebra de la política, y para llegar, en fin, a la primera parte titulada La deriva de los valores. Por último queda una cuarta parte muy importante, la de los remedios, o, si se prefiere, las alternativas.

Los desafueros del capitalismo
En los últimos treinta años se ha producido a escala mundial una gran revolución del capitalismo, una gran transformación, por utilizar la terminología de Karl Polanyi, que se asemeja, por sus efectos de cambio social en cadena, a la revolución que se operó en la Inglaterra del siglo XVIII. Y es que el capitalismo ha dejado tendencialmente de ser predominantemente un capitalismo industrial, territorializado, basado en la extracción de plusvalía del trabajo de los obreros de las fábricas, para ser sustituido por un capitalismo financiero radical, un capitalismo global fruto de la concentración del capital en manos de las multinacionales y de los magnates de las finanzas.  Dicho en otros términos, un tanto esquemáticos, el trabajo ha dejado de ocupar el centro de la vida social para ser sustituido por la especulación, las jugadas de póker, las opas hostiles y las fusiones, por el comportamiento devastador de los hedge funds, los fondos especulativos y los bonos basura, por el imperio, en fin, del capitalismo de casino. Se calcula que al menos un tercio de las empresas norteamericanas que cotizan en bolsa manipularon sus resultados financieros. A esta carrera desbocada por el enriquecimiento, al margen de la menor consideración ética, no es ajena la economía del crimen. Los delitos económicos, los delitos de cuello blanco han proliferado, así como el refugio del dinero negro en los paraísos fiscales, pero  también el narcotráfico, el comercio de seres humanos, la prostitución, la industria armamentística, el tráfico de inmigrantes, en suma las mafias y la criminalidad organizada. Las nuevas tecnologías han contribuido por su parte a la rápida expansión de esta mancha de aceite financiera, pero sobre todo el pretendido mercado auto-regulado a escala mundial careció del control de los Estados, y de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Así fue como la economía financiera pudo desarrollarse en forma de burbuja a lo largo y a lo ancho del mundo alejada de la economía real. Los estallidos de esta burbuja producen efectos catastróficos en el tejido productivo, y en el tejido social, de modo que se podría afirmar que los bonos basura, los bonos buitre, como se denominan en el libro, son la otra cara de la miseria del mundo.

Las nuevas industrias flexibles,  las multinacionales, las nuevas empresas de la comunicación, supeditadas al capital financiero internacional, las reconversiones industriales, las deslocalizaciones de empresas, favorecidas por el desarrollo de las nuevas tecnologías,  han transformado en profundidad el viejo tejido productivo. La amenaza del paro y el crecimiento de la precariedad pesa sobre cada trabajador como una espada de Damocles. En la era del capitalismo especulativo el crecimiento económico ya no va acompañado del crecimiento del empleo, sino más bien de su destrucción. Un buen ejemplo nos los proporciona la reciente fusión de Iberia y British Airwys que sin duda ampliará la cuota de mercado de la nueva compañía pues evitará reduplicaciones y rigideces, pero supondrá a la vez un reajuste de las plantillas y nuevos despidos. De momento, y antes de que la reestructuración empresarial se haya hecho realidad, los responsables de la cúpula de la nueva empresa se han subido el sueldo fijo, tras la fusión, en un 56%.

La revolución operada por el nuevo capitalismo financiero ha desbordado doblemente al Estado-nación: por arriba (globalización, mundialización, actores transnacionales) y por abajo (nacionalismos, actores básicos subnacionales –clanes, etnias, tribus, comunidades–). La lógica misma del Estado social ha sido puesta en entredicho y el capitalismo renano tiende a ser desplazado por el capitalismo anglosajón.

La quiebra de la política
Georg Simmel ya mostró en su Filosofía del dinero, un libro publicado en 1900, cómo la expansión de la economía monetaria provocaba la fragilización de los vínculos sociales y un proceso de individualización cada vez más intenso. El imperio del capital ha generado el secuestro de la democracia y su progresiva corrupción. Vidal Beneyto comparte la tesis de sociólogos, como Alain Touraine, Ralf Dahrendorf e Ignacio Sotelo,  de que la socialdemocracia ha muerto. La socialdemocracia ha muerto porque, entre otras cosas, la escena social ha sufrido una mutación. El paro fragiliza a la clase obrera y a sus organizaciones de defensa y protección. Si el Estado social promovió un fuerte desarrollo de la propiedad social, de los servicios públicos, y de las empresas públicas, ahora los magnates de las finanzas reclaman, en nombre de la eficiencia, de la competitividad, e incluso de la creación de empleo, la privatización de las empresas públicas. En realidad velan por sus propios intereses, y los de sus amigos del colegio. Amenazan con la quiebra de lo público y proponen la sustitución del ámbito solidario de la Seguridad Social por unos planes de pensiones que suponen en realidad el retorno al primitivo sistema de capitalización abierto por las mutualidades en el siglo XIX. El aborrecimiento de lo público, la fragilización de lo comunitario, la volatilización del bien común, va acompañada de la entronización del individuo autotélico, del carrierismo y del imperio de la trampa, la evasión fiscal, y el desprestigio de la política. La primacía del dinero es también la primacía del individuo calculador, del homo oeconomicus que sabe aprovechar las  múltiples oportunidades que le ofrecen los mercados para enriquecerse.

Una marea de cemento ha arrasado y sigue arrasando las costas españolas, y no solo las costas como prueban esas ciudades fantasmales construidas por los Poceros de turno. Bajo el manto democrático han proliferado los negocios turbios, las recalificaciones de terrenos, los planes urbanísticos diseñados a medida de quienes van a dar el pelotazo, los golpes de mano de empresarios y políticos sin escrúpulos. No se trata sin embargo de casos aislados de corrupción: la sociedad, sus élites y sus instituciones están corrompidas. Es la democracia misma, convertida en una ciénaga, lo que está en entredicho, pues nos encontramos ante una  corrupción sistémica.

La desestabilización del mercado de trabajo y de los sistemas de protección social provocan incertidumbre, inseguridad, miedo. Se explica así la búsqueda de refugios como reacción salvadora: Todos refugiados en la familia, escribe Pepín, escondidos en la pareja; acuclillados en el microgrupo; mitificando los valores más tranquilizadores, la autoridad, la seguridad, la patria; ocultando el conflicto y reivindicando el consenso como razón de ser de la sociedad.

La deriva de los valores
El individuo glorificado permanece autista en su torre de marfil narcisista. No sabe a qué atenerse pues el debate público ha sido secuestrado por los voceros mediáticos y por el pensamiento único de los partidos políticos en permanente campaña de autocelebración. El ruido mediático no deja espacio para un debate serio que permita la objetivación y la clarificación de los problemas sociales, de modo que se ha creado el mejor caldo de cultivo para el rechazo de la política y la personalización del poder, es decir, para el avance de la demagogia. En este marco no es extraña la progresión de la nueva derecha, del racismo y de la xenofobia.

Un hilo rojo de corrupción y redes clientelísticas parte de las grandes organizaciones financieras, atraviesa el espacio social y político, para llegar a envolver a los grupos mediáticos encargados de servir de eco a la teodicea del capital. A ello concurren intelectuales de izquierdas que se pasaron con armas y bagajes a las filas reaccionarias, pero también intelectuales mediáticos de inteligencia estrecha. Las grandes empresas de la información pertenecen a los nuevos amos del universo que hacen posible la sociedad mediática de masas y secuestran la opinión pública. Para ello cuentan no solo con periodistas sumisos, sino también con filósofos mediáticos, literatos y políticos encargados de sustituir la ética por la estética, lo sustantivo por lo accidental, la verdad por la mentira, la información por la persuasión-manipulación. La prensa, la radio, la televisión, los sondeos, no sólo enmascaran la realidad, producen la realidad mediática y determinan la agenda del debate político del que quedan excluidos los profesionales críticos de las ciencias sociales. La izquierda debe a su vez asumir sus responsabilidades pues no logra romper la argolla ideológica que la bloquea para salir de la pobreza de su discurso.

¿Qué hacer?
La postmodernidad, el pensamiento débil, las narrativas del yo encajan bien en el proceso de desterritorialización del capital en una especie de no man’s land social. En el seno de la nueva sociedad líquida proliferan la anomia y la depresión.

En La Política Aristóteles definió a la democracia como el gobierno de los pobres, y Vidal-Beneyto es sobradamente inteligente como para no dejar que se apropien de la democracia precisamente quienes la corrompen, es decir, los ricos que nos gobiernan. En consonancia con su trayectoria personal, la trayectoria de un intelectual comprometido con la democracia (desde el “contubernio de Munich”, a la creación de la Junta democrática, pasando por la creación de CEISA) nos convoca a intervenir como ciudadanos en el espacio público, y a crear redes de resistencia para hacer surgir, entre todos, una nueva democracia participativa que frene la irresistible ascensión del capitalismo depredador en el que estamos instalados. Para esta ingente tarea hace falta el concurso de todas las fuerzas progresistas, desde los que militan en el ecologismo político, las asociaciones de mujeres, los nuevos movimientos sociales y los viejos militantes de la izquierda, hasta la revitalización o refundación de los organismos internacionales. Frente a la corrupción, frente al terrorismo y el individualismo, nos propone recuperar la moral pública, volver al espíritu de resistencia ciudadana.  Voy a detenerme aquí, voy a dejar en suspenso las alternativas, que se pueden ir desgranando a lo largo de la lectura de la obra. Este es un libro para reflexionar y debatir, y si es posible para tratar de llevar a la práctica las innumerables  propuestas que surgen de la lectura de este ensayo, escrito por un pensador consecuente, que a sus más de ochenta años se alza valiente contra Estados, iglesias, nacionalismos,  multinacionales, sectas y mafias. Pepín Vidal-Beneyto, maestro y amigo, libertario, internacionalista, republicano, demócrata, habla aquí con la voz propia de un sociólogo crítico, y lo hace para poner en práctica un proceso de objetivación de la realidad al servicio de la verdad. A nosotros nos corresponde ahora intentar estar a su altura, retomar el testigo que él nos entrega, y prolongar su resistencia ejemplar ante lo intolerable.
(*) Intervención de Fernando Álvarez-Uría, catedrático de Sociología de la Complutense, en la presentación del libro de José Vidal-Beneyto, La corrupción de la democracia (Libros de La Catarata, 2010), celebrada (3 de octubre de 2010) en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Historia de una entrevista histórica en Carabanchel Bajo / Francisco Poveda

El franquismo fue generador de mitos muertos, algunos de ellos ídolos falsos. Pero otros vivos,  sumamente atractivos para un periodista en ciernes, como el que ya comenzaba a ser un obrero singular, luchador por la libertad y verdadero lider sindical en prisión, una especie de Mandela a la española por todos los años vividos en cautividad y en el exilio menos glamouroso del norte de África. "Soy un hombre normal, creo en los pueblos, digamos que soy un símbolo al conocerse el por qué de mi vida y mi proyección internacional", tenía interés en dejar claro nuestro hombre antes de empezar la entrevista.

Era enero de 1975 y los jóvenes dirigentes del franquismo en su estertor ya veían la necesidad de un pacto político con la Oposición democrática emergente para salvar los muebles con la reforma del sistema. Los indultos se sucedían para preparar el terreno y de ellos se benefició un maduro obrero soriano, de La Rasa de Osma, con 57 años, llamado Marcelino Camacho Abad y con cierta aureola de indomable porque nadie conseguía doblarlo, ni doblegarlo, ni domesticarlo. "La derecha me respeta por mi trayectoria vital y el prestigio que significa, pero no me mima, más bien me desprestigia con noticias falsas", se quejaba.

No obstante su salida de la cárcel, el Régimen no lo quería por ahí suelto haciendo proselitismo entre los oprimidos y le impuso un silencio público que tentaba a intentar que no fuera absoluto. Con la ayuda de mi hermano Miguel, estudiante de Sociología en la Complutense, miembro de las JJSS y con buenos contactos en un PCE aún en la clandestinidad relativa, utilizamos como cauce a José Antonio Moral Santín, un joven profesor comunista de la Facultad de Ciencias Políticas  (actualmente catedrático y consejero de Caja Madrid) por su condición de responsable de Economía en la dirección comunista del interior.

En Murcia (pensaba alojarse en casa de un compañero de la HOAC) y Valencia se programaron pronto unas conferencias por parte de sindicalistas en la sombra y opositores, que finalmente fueron suspendidas por la autoridad gubernativa. Era enero de 1975 y a Franco le quedaba menos de un año de vida, por lo que su gente necesitaba ser algo aperturista so pena de perecer en el tránsito. La libertad de prensa era, pues, una de las pocas avanzadillas efectivas para la posterior transición aunque tuviese ciertas limitaciones de autocensura.

Confieso que aproveché la rendija y me planté en casa de Marcelino Camacho, no más de 60 m2, en el madrileño barrio de Carabanchel Bajo, en la fecha  y hora convenida a través del Comité Central del PCE, creo recordar que el sábado 17 de enero a las 10 de la mañana.

Al llegar solo estaba su esposa Josefina (una pantalonera, almeriense de Fondón, 1927, en La Alpujarra, emigrante a los 4 años, a la que había conocido durante su exilio de catorce, primero en el Marruecos francés, 1943, y Orán, 1944-1957.  Se casó en Argelia en 1948 con  su compañera de toda la vida, Josefina Samper Rosas, afiliada a las JSU, una mujer como él e hija de minero emigrado, que luego popularizó sus característicos jerséis de lana gruesa) pero ni Marcelino ni ninguno de sus dos hijos, Marce y Yenia, adolescentes en aquella época, me estaban esperando.

Al poco apareció ante mí el mito en carne mortal y con uno de sus caracteríscos jerseys de cuello vuelto tricotados por Josefina para su esposo, internado hasta hacía bien poco en la tercera galería de la cercana y tristemente célebre cárcel de Carabanchel. Venía de comprar el 'Ya',  su periódico de cabecera, aunque también el 'Arriba" para "ver como respira el Régimen y como se mete conmigo en sus editoriales", decía algo resignado.

Recuerdo que irradiaba una personalidad especial aquella mañana para la primera entrevista periodística en la libertad (la segunda se la hizo días después la agencia soviética de noticias Tass a través de su corresponsal en Madrid), publicada justo a la semana, domingo 27 de enero de 1975, en la contraportada de todas las ediciones del diario 'La Verdad' gracias al talante inequívoco de su entonces director Juan Francisco Sardaña Fabiani, un joven valenciano de origen sardo, salido de la militancia católica y cargado de hijos.

La casa, limpia y recogida, típica de los años 60 en la periferia madrileña, era más que modesta en un clásico barrio obrero. Tenía cuatro alturas el edificio pero carecía de ascensor. Creo recordar que los Camacho-Samper vivían en el 3º izquierda (¡como no!). Marcelino la tenía llena de los libros que, por encargo,  le había ido comprando Josefina para ir formándose e instruyéndose durante los largos días de cárcel en varias etapas.

 Nos sentamos en un pequeño despacho-biblioteca, soleado pese a los visillos y acogedor, donde su esposa nos sirvió un frugal desayuno a base de café con leche y magdalenas, solo interrumpido por las llamadas telefónicas de otros periodistas con menos suerte que yo.

Marcelino no quería ser un superstar ("que lo sea la clase obrera aunque yo sea su cara") tras cobrar mucha actualidad. Ni se consideraba un mito o algo parecido. "Todo el mundo me respeta porque mi vida ha sido una lucha constante pero no soy un mito aunque la realidad haya que expresarla con nombres concretos y la derecha quiera desprestigiarme".

La lucha sindicalista volvió a llevar a Camacho a la cárcel en 1966, cuando trabajaba como tornero-fresador en 'Perkins Hispania', donde retomó su trabajo sindicalista, él que pudo haber acabado en un seminario de la mano del párroco de su pueblo en vez de dedicarse a sabotear los transportes del bando nacional durante la guerra. Un arrebatador impulso reivindicativo -conocido desde su liderazgo en la fábrica de la Perkins, luego 'Motor Ibérica'- le llevó a pasar muchos años en prisión. Pagó muy cara su dedicación a la lucha por la democracia y para que los trabajadores españoles tuvieran una vida digna.

Porque de nuevo volvió a prisión en 1967 y 1972; esta vez, víctima del famoso proceso 1.001 junto al resto de la cúpula de CCOO (Nicolás Sartorius, Miguel Ángel Zamora, Pedro Santiesteban, Eduardo Saborido, Francisco García Salve, Luis Fernández, Francisco Acosta, Juan Muñiz Zapico y Fernando Soto).

En las diversas estancias en la cárcel, Marcelino aprendía, además de a debatir, el significado de conceptos como plusvalía, capital, productividad, inversión, lucha de clases..., que luego manejaba airadamente en sus apasionados discursos. Para hacer menos frías y duras esas estancias en la cárcel, Josefina le tejía sus famosos jerseys, los marcelinos, que luego crearon todo un estilo en la transición. La democracia le devolvió la libertad y sacó de la clandestinidad a su sindicato, las CC OO, cofundado por él en 1960. Camacho exhibía, al menos, el carné nº 1.

En la mesa camilla un montón de cartas de todas las partes del mundo pendientes de contestar, carpetas, fotos y recuerdos. En las paredes, un poster con su figura y un cuadro pintado por él mismo, y en otra mesita, muy bien ordenado todo: fotocopias, recortes de periódicos extranjeros, telegramas, una foto con sus hijos e invitaciones de los sindicatos de EE UU para impartir las conferencias que se le prohibian en España. Al poco viajó a Boston con su fiel e inseparable Josefina.

Camacho se mostró durante toda la entrevista como un radical pacífico porque ni siquiera entonces era un extremista ni anidaba en él rencor alguno por el trato recibido. Era un claro partidario de la ruptura democrática sin violencias, tal vez estigmatizado por el alto precio pagado por la clase obrera a raíz de todo tipo de excesos en nuestra Guerra Civil y porque, a su juicio, los sindicatos históricos habían perdido el contacto con las masas. "El fraccionamiento sindical es el suicidio de la clase obrera en un país con un poder político y económico tan concentrados", afirmaba para fundamentar su idea de una gran central sindical única y plural, quizá pensando que la UGT era un sindicato de otra época.

"Debemos huir de portugalizaciones, se requieren soluciones a la española", me decía tras constatar al salir de la cárcel, menos represión y dureza aunque la misma falta de libertad, por lo que se inclinaba antes por un pacto político que por un pacto social. "Sin democracia no puede haber acuerdos sociales y los partidos políticos son necesarios para esa libertad, todos sin exclusiones", añadía, más como miembro del PCE que como fundador de las Comisiones Obreras, que ya infectaban el sindicalismo vertical oficial de la época.

"Las CC OO deben son democráticas porque - revelaba- en ellas hay catolicos, socialistas de Tierno Galván, carlistas, comunistas..." y propugnaba por aquel entonces un congreso sindical constituyente.

"El sindicalismo ha de ser de clase, de masas, democrático, independiente de los partidos y de los estados, tiene su fuerza en su número y debe ser de mono azul y bata blanca", me adelanta como idea plasmada en su libro "Charlas en la prisión", a punto de aparecer en enero de aquel año. 'Los pueblos quedan, las gentes pasan', insistía desde  un afán idealista que le dio a su identidad política ribetes ingenuos que lo hicieron especialmente querido.

Insistía, una y otra vez, en la necesidad de una Confederación Sindical plural, descentralizada, proporcional, respetuosa con todas las tendencias integradas y decisiones democráticas "con mayorías cualificadas de 2/3 ó 3/4" porque, a su juicio, el sindicalismo unitario no tenía nada que ver con el pluralismo político de los obreros.

Camacho se declaraba sin ambages partidario de una ruptura política para pasar del totalitarismo a la democracia. "Pero pacífica, como en un país civilizado". Y ahí le hice una pregunta clave que, por su respuesta, explica su posterior sintonía con el rey y La Zarzuela.

"Personalmente prefiero la República porque garantiza mejor las libertades democráticas. Pero hay excepciones. Hay repúblicas como la de Salazar y monarquías como la sueca. Aquí debiera pronunciarse el pueblo español libremente sobre ésto. Yo respetaría la voluntad de la mayoría. Para ser operativo ha de manifestarse organizado, unido y con conciencia de su misión histórica".

Al final, hice un balance de percepciones sobre el entrevistado y llegué a varias conclusiones: me pareció un hombre cabal, idealista hasta el extremo, sin rencor hacia sus carceleros, con esperanza fundada, positivo por proactivo, de buena sombra, siempre convencido de lo que decía y hacía en defensa de unas causas que consideraba justas, y que entregaba con generosidad una energía que nunca utilizaba para sí mismo sino para la defensa de los derechos de los otros. Parece que libertad, justicia social y paz resumen toda su acción.

Pronto te dabas cuenta de que Marcelino era un hombre bueno, vital, lleno de cordialidad, con una mirada sana, sin atisbo de maldad, que luchaba por unos ideales y que, sin él quererlo, se convirtió en una referencia de la izquierda por su espíritu combativo en defensa de los derechos de los trabajadores y en la lucha por sus derechos sociales.

Humano y honesto hasta la médula, ya en esa fecha era una referencia ética para la izquierda sociológica por una integridad personal enorme; Marcelino, hombre coherente y de compromiso, reunía a simple vista todas las virtudes cívicas al ser capaz de entender las ideas de los demás como hombre de bien, sin dejar de mantener fervor por sus ideales comunistas;   era ya en esa fecha reconocido como de lo mejor de la clase obrera y de la lucha por la igualdad en el estado del bienestar. No lo percibí en ningún momento como un forofo del llamado 'paraiso socialista'.

Sentí al despedirme, al filo del mediodía, que, tanto él como Josefina, eran buena gente, afable y sencilla, y Marcelino un castellano de ley. Pese a tener una de las casas más modestas entre las que he ido para hacer entrevistas en los últimos 40 años, sabían recibir a quien les visitaba. Su hogar era alegre y tenía alma. Con eso me quedé porque nunca más volví a verlos de cerca para poder hablar con ellos y comprobar que no habían cambiado. Pero sí leí su libro-testamento 'Confieso que he luchado'.

Arrebato social en Francia / Ignacio Ramonet

No es una sorpresa. Desde hace más de dos siglos, la protesta está en el código genético político de la sociedad francesa. Además de ser derechos constitucionales, la manifestación callejera y la huelga constituyen modos naturales de ejercer la plena ciudadanía. Cada nueva generación considera que participar en los cíclicos arrebatos de cólera social es un rito de paso para acceder a la mayoría de edad democrática. 

Esta vez, el detonante de la crisis ha sido el presidente francés. Desacreditado y enfangado en varios hediondos escándalos, obcecado por el FMI y las agencias de calificación, Nicolas Sarkozy se muestra sordo a las quejas del pueblo y pretende demoler una de las joyas principales del Estado de bienestar: el derecho a jubilarse a los 60 años. 

Conquistado tras decenios de enfrentamientos, este avance social es percibido, en el imaginario colectivo, como un totem intocable. Sarkozy -que, en 2008, prometió respetarlo- ha subestimado el apego de los ciudadanos a ese derecho. Y aprovechando el choque causado por la crisis, desea imponer una reforma que retrasa la edad legal de jubilación de los 60 a los 62 años, amplía el periodo de pago de cotizaciones a 41,5 años y retrasa la edad para cobrar una pensión completa de los 65 a los 67 años. 


Algunos creen que, en realidad, Sarkozy quiere romper el régimen público de jubilación por repartición, basado en la solidaridad entre las generaciones, y sustituirlo por un régimen privado que representaría un mercado de entre 40.000 y 100.000 millones de euros. Denuncian que la compañía de seguros que más se beneficiaría de ello es el grupo Malakoff Médéric cuyo consejero delegado es... Guillaume Sarkozy, el hermano del Presidente. 

La reacción de los principales sindicatos es unánime. Sin rechazarla en totalidad, reclaman modificaciones argumentando que el coste de la reforma recaerá esencialmente sobre los asalariados, vapuleados ya por la crisis, y que ello agravará las desigualdades. Organizaron varias jornadas de movilización antes del verano. Pero el Gobierno, en una actitud prepotente, mantuvo su rechazo de negociar. 

Grave error. Con la vuelta al trabajo, en septiembre, se reunieron asambleas generales en centenares de empresas y administraciones. Los asalariados confirmaron su decisión de no dar "ni un paso atrás". Convencidos que si se cedía en algo tan sagrado como la jubilación a los 60 años, se les vendría encima una avalancha de nuevos recortes en la Seguridad Social, la sanidad, la educación y los servicios públicos. 

Estas asambleas demostraron que las direcciones sindicales eran mucho menos radicales que sus bases exasperadas por los constantes retrocesos sociales. Inmediatamente, regueros de acciones colectivas se extendieron por todo el país; millones de personas se echaron a la calle; la huelga popular prolongada entorpeció el funcionamiento de los transportes; algunas ciudades, como Marsella, quedaron paralizadas... A medida que se repiten las jornadas de acción, nuevas categorías sociales se van sumando a una protesta que adopta expresiones inéditas. 

Lo más original es el bloqueo de las refinerías y los depósitos de carburante. Lo más notable es la masiva incorporación de los estudiantes de secundaria. Algunos imaginaban a esta "generación Facebook" ensimismada y autista, pero su energía contestataria reveló su angustia frente al derrumbe del futuro... Y su temor a que, por vez primera desde 1945, si nada cambia, le toque vivir en peores condiciones que sus padres. El nuevo modelo neoliberal destroza el ascensor social... 

La protesta cristaliza un malestar social profundo y una suma de descontentos acumulados: desempleo, precariedad, pobreza (hay ocho millones de pobres), dureza de la vida diaria... Ya no es sólo un asunto de pensiones sino una batalla por otro modelo social.

Lo más significativo es el apoyo popular, entre el 60% y el 70% de los franceses aprueba la protesta. Nadie acaba de entender cómo la Francia arruinada de 1945 pudo costear el Estado de bienestar, y la Francia de hoy, quinta potencia económica mundial, es incapaz de hacerlo. Nunca ha habido tanta riqueza. 

Los cinco principales bancos franceses obtuvieron, en 2009, unas ganancias de 11.000 millones de euros. Y las cuarenta principales empresas obtuvieron, ese mismo año, beneficios de 47.000 millones de euros.... ¿Por qué no gravar, en provecho de los pensionistas, tan cuantiosos capitales? La Comisión Europea estima que una pequeña tasa sobre las transacciones financieras aportaría al conjunto de los Estados de la Unión Europea, cada año, entre 145.000 y 372.000 millones de euros... Más que suficiente para pagar el aumento de los sistemas de pensiones. 

Pero el dogma neoliberal exige que se exonere el capital y se ajusten más los salarios. De ahí el pulso actual en Francia. La sensación general es que ninguno de los dos antagonistas puede transigir. Las organizaciones sindicales, empujadas por una corriente de radicalización, siguen unidas después de varios meses de ofensiva. Ceder constituiría un fracaso semejante al de los mineros británicos en 1985 frente a Margaret Thatcher. Lo que significó el fin de la resistencia obrera en el Reino Unido y abrió la puerta a las "terapias de choque" ultraliberales. 

Nicolas Sarkozy cuenta con el apoyo de la Unión Europea (1), del FMI, de la banca y del empresariado europeo(2) temeroso de que la "chispa francesa" incendie la pradera social del continente. El abandono de su reforma le condenaría a la derrota electoral en 2012. 

La historia social francesa enseña que cuando una protesta ha ido tan lejos como la actual, jamás se ha desinflado. Siempre ha vencido.

Notas:
(1) El Consejo Europeo, en Barcelona, en marzo de 2002, recomendó: "Para 2010 deberá intentarse elevar progresivamente en torno a cinco años la edad media en que se produzca el cese efectivo de actividad de las personas en la Unión Europea".
(2) En España, el presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, defiende como "imprescindible y aconsejable", la subida de "la edad de jubilación a los 70 años". Añade que "los asalariados deben trabajar más y, desgraciadamente, ganar menos". Pide ampliar el periodo de cálculo de la pensión a "toda la vida laboral", y que los ciudadanos se hagan "pensiones privadas". Europa Press, 26 de julio de 2010 y ABC, Madrid, 15 de octubre de 2010.