miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los periódicos no son objetivos, pero los periodistas aún pueden serlo / Jordi Pérez Colomé *

En la prensa americana hay estos días una polémica sobre la objetividad en el periodismo. Keith Olbermann es un famoso presentador de un noticiario de la cadena MSNBC, una mezcla de Iñaki Gabilondo y Gran Wyoming. Es progre, ácido y presume de veraz. Hace unas semanas se supo que Olbermann había donado 2.400 dólares a tres candidatos demócratas: un senador en Kentucky y dos congresistas en Arizona (el senador perdió; los dos congresistas ganaron por poco).

MSNBC prohíbe que sus empleados donen dinero a campañas sin advertirlo. El presidente, Phil Griffin, por tanto, le suspendió “indefinidamente” de su puesto y sueldo el 5 de noviembre. La sanción duró cuatro días. Griffin declaró: “Después de varios días de deliberación y discusión, he determinado que suspender a Keith en el programa del lunes es un castigo por su violación de nuestra política”.

Este domingo Ted Koppel, un presentador de la ABC que vivió sus mejores años en los 80 (aunque se jubiló en 2005), publicó un artículo en el Washington Post. Koppel decía que da igual que se sepa que Olbermann donó dinero a políticos demócratas. Sólo hay que ver su programa para saber qué partido prefiere.

La pieza de Koppel se titulaba “Olbermann, O’Reilly y la muerte de la información de verdad”. Olbermann y O’Reilly son los dos grandes nombres de MSNBC y Fox, dos teles por cable. MSNBC tiende a la izquierda, Fox tiende a la derecha. “Vivimos en un universo de tele por cable”, según Koppel. Entiende que lo hagan porque les da beneficios, pero “la tendencia no es buena para la república”. Esas cadenas no intentan reflejar el mundo tal como es, sino como ellos y sus espectadores quisieran que fuera.

Koppel lamenta el final de una época y se pone nostálgico: “Buena parte del público americano solía reunirse ante el corazón electrónico cada noche, separados pero juntos”. Ahí veían a los presentadores de toda la vida ofrecer relatos “relativamente imparciales” de lo que los medios creían que el público debía saber. “Era un pequeño Edén, imperfecto, desordenado”, concluye Koppel.

Bill O’Really y Keith Olbermann se han defendido en sus programas. O’Reilly ha dicho una cosa interesante: que Koppel “me dé ejemplos de mentir en antena, de usar una opinión no basada en un hecho”. Koppel, en parte, denuncia ese problema. Fox ofrece sobre todo opinión, por muy basada en hechos que esté. No es exactamente informar.

Keith Olbermann se defiende de un modo distinto. Sobre todo, dice que no se puede comparar a Fox con ellos: “Mi intuición me dice que en una semana he criticado yo más al presidente Obama que la Fox a Bush en ocho años”. Olbermann dice también que suprimió una pieza donde decían que Bush había plagiado fragmentos de sus memorias por falta de consistencia: “¿Fox hubiera hecho lo mismo?” Olbermann está en su derecho de trazar ese matiz.

El problema es más de fondo; el punto interesante de Olbermann es otro. En su crítica a Koppel, dice que el periodismo que da todas las versiones sin juzgar de un acontecimiento es inútil. Pone el ejemplo de la guerra de Irak: mientras el presidente Bush mentía, los periodistas sólo repetían: “Cuando necesitábamos la verdad, todo lo que teníamos eran hechos -la mayoría, mentiras”. Olbermann exagera, pero tiene razón en el fondo.

Olbermann ridiculiza el método: “Este tipo dice que la luna es un satélite que gira alrededor de la tierra. Este otro tipo dice que en realidad la luna es el cuerpo del difunto Vince Foster [un asesor del presidente Clinton que, en principio, se suicidó]. Invitemos a los dos y dejémosles debatir. Es justo y equilibrado” [Fair and Balanced es el eslogan de Fox]. No, claro, eso no es objetividad. Pero sin la caricatura, eso es buena parte del periodismo hoy.
El profesor Jay Rosen llama a ese tipo de periodismo “la mirada desde ninguna parte”. El periodista no se moja: da la palabra a partidarios y detractores de un tema y punto. Eso es más sencillo y barato que averiguar qué pasa en realidad. Este método permite además a los medios parecer que están más allá del bien y del mal. Es una ilusión.

Los periódicos tienen una tendencia política y todos la sabemos. Hay mil maneras de sortear la objetividad y colar una agenda: el modo de escribir el titular, las informaciones que se escogen, los expertos a quienes se pregunta. Son formas sutiles de ser parcial. El País y ABCEl País es un diario más progre que ABC. Ven el mundo de manera distinta, por mucho que lo oculten. Ya que es tan evidente, podría darse un paso más y abandonar “la mirada desde ninguna parte”. las usan, por supuesto, cada cual a su manera. A pesar del manto de la objetividad.

Los periódicos tradicionales no se atreverán. Las fuentes y los anunciantes no están a estas alturas para sustos. Además, no es tan sencillo. El esfuerzo que requiere saber por qué funciona mal una ley o un ministerio es mayor que preguntarlo a los expertos de partidos rivales. Pero en internet el campo está abierto. La prensa no solo se hunde porque haya aparecido internet, sino porque su labor es incompleta. La audiencia ya no es alguien que solo quiera seguir a un líder de opinión -y si lo quiere hacer puede hacerlo, ahí están los medios de siempre en España o teles como Fox y MSNBC en Estados Unidos. Quien quiera más que afianzar sus puntos de vista, no se conforma con neutralidad, quiere saber qué pasa en realidad.

Qué es ser objetivos de verdad
Gracias a internet, los periodistas -en un blog, en un medio nuevo- pueden ser objetivos de verdad. Según el profesor Rosen, “la objetividad es basar afirmaciones de la verdad en hechos verificables”. La objetividad es presentar lo que dicen ambos lados y no quedarse ahí: debe intentar descubrir quién tiene razón, o mejor, quién tiene más razón. El periodista es quien más sabe de una noticia: lleva horas, días, años dedicado a ese asunto. No es un extraterrestre y por tanto, como todos, tiene una opinión, igual que un crítico de cine. En cambio, debe hacer de todo para suprimirla, para que no se note. Es absurdo y el lector se queda sin una parte valiosa y esencial de la pieza. (Los periodistas pueden utilizar hoy la opinión de una tercera persona para colar lo que creen; es ridículo.) elperiodista debe suprimir sus prejuicios y permitir que la realidad aflore y, quizá, le sorprenda.

El reto para el periodista es que eso quede claro (“la transparencia es la nueva objetividad”, dicen aquí). No estaria de más que contara su pasado, influencias y prejuicios. El lector debe sentir que no le hacen trampas, que no hay una agenda específica detrás. Esto se llama credibilidad y se construye. Los periódicos pierden la suya; allá ellos. No es culpa del periodismo. Internet permite hoy esta distinción. El periodismo ya no es un monopolio, por suerte. Los periódicos no son objetivos y a estas alturas no creo que lo sean nunca. La objetividad queda en manos de los periodistas.

(*) Jordi Pérez Colomé (Barcelona, 1976) es periodista. Se licenció también en filología italiana y vivió en China. Ha escrito dos libros: Adiós, Gongtan y En la campaña de Obama. Es director adjunto de El Ciervo.

Millonarios 'homeless' / José Manuel Naredo *

En los últimos tiempos proliferan los millonarios que carecen de vivienda, de yate e, incluso, de coche en propiedad, aunque disfruten a diario de todo ello. Y no es que vivan en hoteles de lujo, como Al Capone, sino que los automóviles, jets, yates y fastuosas mansiones que utilizan no son propiedad suya, sino de sus empresas, para evitar impuestos y desgravar lo que en otro caso serían gastos suntuarios. 

Es una consecuencia lógica de la globalización financiera, unida a la existencia de paraísos fiscales. Pues es lógico que a la empresa nómada trasnacional, que vaga por el planeta buscando negocios ventajosos y ocultando su riqueza donde mejor le convenga, le siga un empresariado nómada, que pone a buen recaudo su patrimonio escapando a la fiscalidad de los países. 

Algunos de estos millonarios homeless, que engrosan hoy la lista Forbes de los más ricos del planeta, evitan los domicilios fiscales metropolitanos controlando su inmensa riqueza a través de empresas domiciliadas en paraísos fiscales. Este es el caso del empresario sin domicilio fijo Nicholas Berggruen que, junto a su socio Martin E. Franklin, pretende reflotar y controlar el grupo Prisa a través de la sociedad de inversiones Liberty Acquisition Holdings, domiciliada en el paraíso fiscal estadounidense de Delaware. 

Sería un triste destino para ese diario vocacional y militante de la libertad que en su día fue El País acabar siendo devorado por el capital financiero en estado puro. El problema estriba en que a la globalización financiera no le corresponde una globalización tributaria que dé un tratamiento homogéneo y equitativo a las personas y empresas que pueblan la economía-mundo. 

Esta globalización sesgada acentúa la regresividad impositiva al facilitar vías de escape a los más ricos, ya sea recurriendo a paraísos fiscales o a empresas instrumentales que, como las sicav, mantienen nichos de evasión legal dentro de los países. De esta manera, la igualdad de derechos da paso a la desigualdad de oportunidades de evasión bien presentes en nuestro país, que cuenta, además, con una amplia escuela de picaresca empresarial y política. 

Los episodios recientes de corrupción que afloran en los tribunales completan esta saga de pobres millonarios que, tras haber hecho el agosto con comisiones y especulaciones diversas, consiguen cuantiosas fianzas para evitar la prisión, pero carecen de medios con los que hacer frente a sus responsabilidades.

(*) José Manuel Naredo es economista y estadístico

Entrevista al geografo marxista David Harvey. "El crecimiento sirve siempre a los intereses de los más ricos"


NUEVA YORK.- Paradoja de la actual crisis económica: a pesar de la mundialización, no es verdaderamente global. Violenta en los países industrializados en los que el paro progresa, sólo toca superficialmente a los grandes países emergentes del antiguo tercer mundo, que conocen insolentes tasas de crecimiento. Para el geógrafo David Harvey es un giro geopolítico: a partir de ahora, las riquezas emigran del Oeste hacia el Este. Esta nueva cartografía de los flujos de capital es fuente de inestabilidades políticas y sociales. Pero no modifica en nada la naturaleza profundamente desigualitaria del crecimiento, que sigue sirviendo, en su opinión, a los intereses de los más ricos. Plantea, a la inversa, la instauración de verdaderas políticas de desarrollo que beneficien a la mayoría.

Jefe de fila de la "geografía radical" ("radical geography"), corriente constituida en los años 1960 sobre una base antiimperialista y anticapitalista, David Harvey es una de las figuras de la izquierda intelectual americana. Nacido en Gran Bretaña, enseña en los Estados Unidos desde hace muchos años, hoy en la universidad de New York (Cuny). Muchas de sus obras están publicadas en castellano por Akal, particularmente, Espacios de Esperanza, El nuevo imperialismo, Breve historia del neoliberalismo…

¿Cambia algo la crisis económica y financiera actual en la "geografía de la dominación"?
 
Ratifica una situación ya perceptible anteriormente. En 1987, a la salida de una de las precedentes crisis económicas, los Estados Unidos habían llegado a la conclusión de que, cualquiera que fuera su estrategia económica, en adelante no podían ya actuar solos. Tenían necesidad de los demás países. En 2010, la mitad del mundo se comporta de forma keynesiana y la otra mitad es monetarista. Pero los gobiernos de los países en crisis no han cambiado nada hasta ahora en las políticas que llevaban. Intentan prolongar el mundo tal como era antes. La economía de antes de la crisis era favorable a los más ricos. La política era dirigida por los más ricos, la utilizan para mantener su dominación.

Los grandes países industrializados atraviesan una crisis económica y social fuerte, pero no es el caso de China o Brasil. ¿Cambia la geopolítica de las economías?

Es un momento clave desde el punto de vista geopolítico. Hasta ahora, las riquezas iban del Este hacia el Oeste. Pero hoy tienen tendencia a seguir la trayectoria inversa: del Oeste hacia el Este. Se oye mucho que es una crisis mundial, pero no lo creo. O entonces, todas las crisis desde hace treinta años lo han sido, salvo que cada vez afectan a ciertas partes del mundo más duramente que a otras. Si estuvieras en China dirías: "¿qué crisis?". Pero en 2001, cuando Argentina conoció una enorme recesión con el 30% de paro, los americanos no veían la crisis. Mis amigos argentinos me dicen hoy: "¡Atravesaréis un programa de ajuste estructural! Ahora váis a saber lo que es…". Esto podría crear una situación inconfortable, incluso peligrosa.

Casi en todas parte crece una fiebre antiinmigrantes: en Europa, en los Estados Unidos, en Asia oriental. Hay también una recuperación de los nacionalismos y de los estereotipos nacionales. La lectura de los periódicos alemanes en el momento de la crisis griega era muy dolorosa. En Europa, la idea de una solidaridad entre los países ha saltado en pedazos. En los Estados Unidos, se desarrolla la expresión política de un miedo al declive. Las últimas recesiones americanas han sido seguidas de episodios de crecimiento que no creaban empleos. Esta vez es aún peor, porque el paro continúa aumentando mientras la recesión ha terminado oficialmente. Alrededor de la mitad de las pérdidas de empleos de los países industrializados se concentran en los Estados Unidos.

La loca reacción de la derecha americana, con el movimeinto del Tea Party, pero también la actitud de la derecha del Partido Demócrata que no ha defendido el balance de Obama, son indicadores de que mucha gente tiene miedo. El gobierno americano está tentado de endurecer su posición respecto a China. Pero los chinos no quieren ser maltratados. La suspensión por China de sus exportaciones de tierras raras [nombre dado a un conjunto de metales raros] es también por su parte una forma de provocación. Hemos vivido un episodio de "guerra de las divisas". Emergen antagonismos que no son aún terribles, pero que podrían serlo.

La tentación proteccionista de las economías desarrolladas puede ser vista como una reacción antichina, pero es también una forma de proteger las industrias nacionales y el empleo.

Pero la única fuente de mejora de las condiciones de vida de los trabajadores americanos desde hace veinte años proviene de ¡las importaciones muy baratas de China! Si os protegéis contra eso, vais a provocar inflación, y la gente se sentirá menos rica. Los trabajadores de las industrias tienen quizá interés en el proteccionismo, pero no todos los demás.

Si tomas medidas proteccionistas y aumentas los salarios, será diferente. Pero tengo tendencia a no defender el proteccionismo. Creo que el control de los flujos de capitales es más importante. A corto plazo, instaurar una tasa sobre las transacciones y el capital para frenar la especulación. A largo plazo, habría que obligar al capital a asumir los costes políticos, sociales y medioambientales que implican sus desplazamientos. Por ejemplo, tasando las empresas para hacerles pagar el coste social de sus deslocalizaciones.

Mencionas los costes medioambientales de la actividad económica. Para los ecologistas, son tan elevados que hay que salir del modelo del crecimiento, y algunos llegan incluso a plantear un decrecimiento. ¿Qué piensas de esto?

A largo plazo, será preciso el crecimiento, pero débil. No hay forzosamente necesidad de crecimiento para desarrollarse, contrariamente a lo que se nos sigue diciendo. Desde hace treinta años, el crecimiento no ha servido en absoluto para el desarrollo. Al contrario, ha producido subdesarrollo, incluso en los Estados Unidos: la desindustrialización ha transformado vidas estables en vidas inestables, muy precarias. Lo mismo ha ocurrido en Europa.

El crecimiento sirve siempre a los intereses de los más ricos, no los de la amplia mayoría de la población. Se nos ha dicho siempre que era más fácil redistribuir con un crecimiento más fuerte. Pero esto no es lo que ha ocurrido. Mira los países que tienen un fuerte crecimiento hoy, India por ejemplo: el año pasado, el número de multimillonarios se duplicó allí. Algunos salen muy bien. Pero sin embargo no todo el mundo se beneficia de ello. Lo mismo en China, donde las desigualdades sociales son gigantescas.

Sin embargo, la noción de crecimiento cero me plantea problemas. Estamos en situación de crecimento demográfico. Proponer el decrecimento en África no me parece razonable. La situación actual es muy interesante: no es verdaderamente crecimeinto cero, pero no se está muy lejos con un muy débil crecimiento en el mundo industrializado capitalista. No es forzosamente un problema en si mismo. Son los planes de rigor en la educación, las economías en los gastos sociales los que son problemáticos. Los poderes políticos, para preservar los intereses de los más ricos, atacan a lo que permite el desarrollo del resto de la población. Solo los movimientos sociales pueden esperar cambiar este curso de las cosas, a imagen de las manifestaciones en Francia contra la reforma de las jubilaciones.

Sin embargo este movimiento de las jubilaciones no ha logrado proponer alternativas radicales y ambiciosas a la política de alargamiento de la duración del trabajo. Según las movilizaciones, los sindicatos continúan reclamando más poder de compra, más empleos, por tanto más crecimiento.

La izquierda tiene tendencia a ser muy conservadora, y a llevar a cabo batallas dictadas por las condiciones económicas y políticas de hace treinta o cuarenta años. No es cierto para todos los sindicatos, pero para un cierto número de ellos, seguimos en los años 1960. En aquella época, se creía que el crecimiento era algo bueno, y que la izquierda haría de él mejor uso que los capitalistas. Eso no se puede creer hoy. La izquierda no juega su papel. No sabe verdaderamente porqué luchar.

Con Seattle en 1999, y luego la experiencia de los foros sociales, hubo signos esperanzadores pero no han sido concluyentes. La izquierda sigue sufriendo los mismos problemas: está dividida y atrapada por su fetichismo de las formas organizativas. Cada grupo tiene su visión de lo que es una organización perfecta, pero independientemente de los problemas con que se encuentran. Es como si un médico propusiera el mismo tratamiento para un simple arañazo en el dedo o una grave gripe.

Simplificaciones / Nicolás Sartorius *

Vivimos en una época de mensajes simplificados y de problemas complejos. Simplificar es una de las maneras de no decir la verdad, de analizar solo la parte que nos interesa de una cuestión, es decir, en el fondo, una opción ideológica. Es lo contrario de sintetizar, cuando se tienen en cuenta el mayor número posible de elementos de la realidad. En el actual debate español -y europeo- se está simplificando en exceso, siempre en la dirección de concretos intereses.

Primera simplificación. El mayor paro español obedece a nuestro mercado laboral: despido caro, rigidez de la negociación colectiva, excesiva temporalidad; etcétera. Luego, modifiquemos las leyes que rigen el mercado laboral, es decir, abaratemos el despido, permitamos que las empresas se descuelguen de los convenios, etcétera y en el futuro se creará más empleo... cuando crezca la economía.

Me temo que nos vamos a llevar una desilusión porque la causa de nuestros males no está en el mercado laboral, que es siempre consecuencia y no causa, sino en nuestro sistema productivo. La prueba es que con este mercado laboral hemos estado cerca del pleno empleo y aun hoy hay comunidades autónomas con el mismo desempleo que en Europa. El problema lo tenemos en un modelo económico deficiente en aspectos relevantes que, con el desmadre del ladrillo, se ha desatinado aún más.

Lo que convendría preguntarse es por qué, con las mismas leyes laborales, en Canarias y Andalucía, hay cerca de un 30% de paro; en Extremadura, Murcia, Valencia, más de un 20%, y, sin embargo, en el País Vasco, Navarra, La Rioja, Cantabria, Aragón y Asturias entre un 10% y un 14%, similar al desempleo europeo. Quizá esta diferencia radique en que en ciertas zonas de España hay un tejido productivo más sólido y en otras, en cambio, más volátil por el peso excesivo de la construcción o la hostelería.

La pérdida de empleo se ha debido al impacto de la crisis y a que era insostenible construir cerca de 900.000 viviendas al año. El exceso de temporalidad obedece a que por la naturaleza de esos sectores la mayor parte de la mano de obra es temporal: cuando la obra termina finiquita el trabajo; en temporada baja, escasea el empleo en la hostelería. Fenómeno que se acentúa, en nuestro caso, por el abuso de la subcontratación.

Y esto no es un problema del mercado de trabajo, sino que tenemos que cambiar nuestro modelo productivo. Tema más complejo que sacar una ley, más lento y, sobre todo, que afecta a nuestro tipo de empresarios, con un 95% de pymes. Afecta a nuestro retraso en I+D+i, a una mentalidad proclive a la ganancia rápida y a que habría exigido un gran acuerdo económico-social.

Segunda simplificación. El necesario aumento de la productividad española depende de que se trabaje más. Incluso algún empresario, con sus empresas en ruina, ha añadido: y que se gane menos.

¿Realmente sabemos de cuántos factores depende la productividad? Son múltiples y de gran complejidad. De entrada, los que influyen en el conjunto del sistema: nivel de formación y tecnológico, infraestructuras, eficacia de la administración, calidad del mercado, etcétera. Luego, los elementos propios del sector de la producción de que se trate -no son los mismos los que intervienen en la construcción que en la biotecnología, y, más adelante, conviene fijarse en los que inciden en la empresa en cuestión- aspectos organizativos, productivos, de diseño, calidad... También hay que tener en cuenta la sección o departamento de cada empresa y, por último, las habilidades, formación y estímulo -esto es muy importante- de cada trabajador en concreto.

Pues bien, en todo este recorrido, la parte de la productividad que depende del empleado es menor, aunque varía según el sector productivo. La mayor parte depende de las condiciones que creen los poderes públicos y, sobre todo, las empresas. La prueba de que el problema no radica en que los españoles trabajamos poco está en que en países donde se trabaja menos horas la productividad es superior. Que yo sepa, la responsabilidad de tener organizaciones altamente productivas es de los empresarios. ¿Por qué no se generalizan acuerdos sobre productividad con participación sindical?

Tercera simplificación. El futuro sostenimiento de las pensiones depende de aumentar la edad de jubilación y/o de ampliar los años de cotización. Es una obviedad que vivimos más y que, en consecuencia, cada vez habrá más pensionistas. También es cierto que el gasto en pensiones ha crecido. Pero esto es simplificar el problema. Hace unos días escuché a la ministra de Economía comparar el gasto actual con el de hace unos años y la diferencia era importante. Lo que se omitió es cuánto había crecido la riqueza del país en ese mismo periodo. Esta es la relación relevante. Por ejemplo, en 1993 -año depresivo- el gasto en pensiones era del 10,3% del PIB; para el 2011 (año bajo del ciclo) está previsto un gasto del 10,6% del PIB -un aumento del 0,3% en 18 años-. Sin embargo, en el año 2003 -año alto del ciclo- el gasto fue del 8,8% del PIB.

¿Qué nos indican estos datos? Pues que en la sostenibilidad del sistema influyen bastante más que la edad de jubilación asuntos como el crecimiento del PIB, la productividad, la tasa de actividad, el ciclo económico, el nivel de salarios, la tasa de natalidad. ¿Por qué Francia o Suecia tienen una tasa de natalidad superior a la española? No será porque protegen mejor a las familias. Este Gobierno ha hecho mucho en este sentido pero no es suficiente.

También tenemos que preguntarnos por qué el debate se sitúa en ampliar de 65 a 67 años la edad de jubilación, cuando la edad media efectiva es de 63 años. ¿Por qué no se toman medidas para que esta media aumente? Tomando disposiciones eficaces que impidan las jubilaciones anticipadas parciales (cerca de 40.000 al año): método de aligerar plantillas a costa del gasto en pensiones. ¿Se ha calculado el efecto sobre el empleo de los jóvenes del aumento de la edad de jubilación? Todos los años se jubilan unas 270.000 personas que, en principio, hay que reponer. ¿Qué pasaría si retrasamos su salida del mercado laboral? También es lícito cuestionarse por qué hay alarma cuando gastamos alrededor de un 10% en pensiones, cuando Francia gasta un 13%.

También se habla de aumentar de 15 a 20 o más años el periodo de cotización para el cálculo de la pensión. ¿Supone esto una rebaja o un aumento de la futura pensión? Depende de la vida laboral de cada uno. En una vida laboral normal, en que uno va ganando antigüedad, categoría profesional, y salario, es evidente que ampliar el periodo reduce la pensión. Pero puede suceder que sea al revés, que los mejores años profesionales sean los más alejados de la jubilación y, en ese caso, un aumento del periodo puede beneficiar al que se jubila. Intuyo que en el cómputo global, esa medida supondría una rebaja de las pensiones, pero reconozco que este planteamiento es poco científico. En mi opinión, no es prudente, en este momento, con más de cuatro millones de parados, pasar de 65 a 67 años en la jubilación.

Hay otras medidas que se pueden tomar, mientras la economía se recupera: introducir flexibilidad, es decir, voluntariedad más allá de los 65 años; eliminar al máximo las anticipadas parciales y totales; modular el crecimiento de la cuantía media de la pensión, y dejar lo de los 66/67 años para más adelante. Hay que tener mucho cuidado con el tema de las pensiones.

Comprendo que hay un gran interés en deteriorar las pensiones públicas y fomentar las privadas. Estoy convencido de que no es esta la posición del Gobierno, aunque nunca entendí por qué se rebajaban las pensiones -menos las mínimas- en el 2011, cuando ello no afecta ni al déficit ni a la deuda y, además, supone una cantidad menor en el desmadre de la crisis.

(*) Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas y director de su Observatorio de Política Exterior Española.

Ajustar a dos velocidades / Joaquín Estefanía

Hace ya bastantes meses que los distintos países del mundo han sido obligados a ajustar con fecha fija sus economías y a volver a la ortodoxia fiscal: en el año 2013 han de tener sus finanzas en el entorno de un 3% del PIB de déficit público como máximo, so pena de excomunión y amenazas de distinto tipo (políticas y económicas). Ello ha dado lugar a planes de austeridad dramáticos (reducción del gasto), básicamente en Europa, que recaen sobre los ciudadanos. 
 
Sin embargo, esa misma rigidez en los objetivos y en los ritmos se olvida cuando se trata de regular los sistemas financieros, causantes primeros de la Gran Recesión, de modo que no vuelvan a repetir los mismos abusos, errores e irregularidades que en el pasado inmediato. Para ellos, el tiempo es flexible.

La reciente y deprimente reunión del G-20 en Seúl ha sido testigo de esa doble vara de medir. Al menos ha habido cuatro tipos de decisiones relacionadas con el sistema financiero internacional. 
 
Primero, se asumen los recientes acuerdos de Basilea (Basilea III) con el objeto de reforzar y endurecer la capitalización mínima de la banca, aunque esta dispone hasta el año 2019 (seis años más que los países en reducir su déficit) para ponerla en marcha. 
 
Segundo, la definición de qué bancos son considerados "entidades sistémicas", es decir, capaces de generar problemas globales si tienen dificultades como las de Lehman Brothers, que tenía que estar dispuesta a finales de este año (en mes y medio), queda para el final del primer semestre de 2011. Hasta entonces no habrá lista de bancos too big to fail (demasiado grandes para dejarlos quebrar): ¿cuántos bancos y quiénes son?; ¿por tamaño?, ¿por internacionalización?, ¿por nicho de negocio: comerciales o de inversión?, etcétera. 
 
Tercero, también se retrasa hasta finales de 2011 (para la reunión del G-20 en Francia) los requisitos especiales de capital y funcionamiento que habrán de cumplir esas entidades sistémicas. Una vez más, la cumbre de los principales países del mundo lanza la pelota hacia adelante: de Washington a Londres, de Londres a Pittsburgh, de Pittsburgh a Toronto, de Toronto a Corea, y de Seúl a Francia. 
 
Y cuarto: ni rastro de la tasa sobre las transacciones financieras que debería servir para financiar aspectos como el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio o la lucha contra el cambio climático. 
 
Dentro de pocas semanas llega la reunión de Cancún, que debería establecer la continuación del Protocolo de Kioto y las modalidades de financiación de las reducciones de los gases de efecto invernadero, sin posibilidades reales de llegar a un acuerdo.

Tan decepcionantes resultados del G-20 llegan pese a que hace apenas un mes, en la asamblea de otoño del FMI, se definiera al sistema financiero como "el talón de Aquiles de la recuperación". 
 
Allí se establecieron los principales factores de estrangulamiento que representa la banca como sector para la economía real: la crisis de la deuda soberana, que empuja hacia abajo las constantes vitales de las entidades financieras (véase el caso de Irlanda, hasta hace tres años paradigma de las políticas neoliberales, por su dumping impositivo y su desregulación permanente); las pérdidas acumuladas en esta crisis por valor de 1,7 billones de euros; el volumen de vencimiento de sus obligaciones, con un calendario de refinanciación de más de tres billones de euros en los próximos 24 meses (de los que tres cuartas partes corresponden a los bancos europeos); y la aplicación, aunque sea tan lenta y tan cómoda en relación con los demás, de las nuevas exigencias de regulación.

Los banqueros de todo el mundo coinciden en que el año 2011 va a ser más difícil que el actual, y el crédito sigue sin fluir llevando a la mortandad a decenas de miles de pequeñas y medianas empresas. En esa asamblea del FMI, el español José Viñals, máxima autoridad del FMI en materia bancaria, dijo que ha aumentado la posibilidad de que se produzca una coincidencia nefasta de contracción del crédito, la desaceleración del crecimiento económico y el debilitamiento de los balances de las entidades financieras.


Este es el estado de la cuestión. Mientras tanto, España, en permanente debate preelectoral, discute solo sobre la reforma laboral o de las pensiones. ¿Quién lo entiende?

¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos? Me importa muy poco / Leopoldo Abadía *

Me escribe un amigo diciendo que está muy preocupado por el futuro de sus nietos. Que no sabe qué hacer: si dejarles herencia para que estudien o gastarse el dinero con su mujer y que “Dios les coja confesados”.

Lo de que Dios les coja confesados es un buen deseo, pero me parece que no tiene que ver con su preocupación.

En muchas conferencias, se levanta una señora (esto es pregunta de señoras) y dice esa frase que me a mí me hace tanta gracia: “¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos?” Ahora, como me ven mayor y ven que mis hijos ya está crecidos y que se manejan bien por el mundo, me suelen decir “¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros nietos?”

Yo suelo tener una contestación, de la que cada vez estoy más convencido: “¡y a mí, ¿qué me importa?!” Quizá suena un poco mal, pero es que, realmente, me importa muy poco.

Yo era hijo único. Ahora, cuando me reúno con los otros 64 miembros de mi familia directa, pienso lo que dirían mis padres, si me vieran, porque de 1 a 65 hay mucha gente. Por lo menos, 64.

Mis padres fueron un modelo para mí. Se preocuparon mucho por mis cosas, me animaron a estudiar fuera de casa (cosa fundamental, de la que hablaré otro día, que te ayuda a quitarte la boina y a descubrir que hay otros mundos fuera de tu pueblo, de tu calle y de tu piso), se volcaron para que fuera feliz…y me exigieron mucho.

Pero ¿qué mundo me dejaron? Pues mirad, me dejaron:

1. La guerra civil española
2. La segunda guerra mundial
3. Las dos bombas atómicas
4. Corea
5. Vietnam
6. Los Balcanes
7. Afganistán
8. Irak
9. Internet
10. La globalización

Y no sigo, porque ésta es la lista que me ha salido de un tirón, sin pensar. Si pienso un poco, escribo un libro. ¿Vosotros creéis que mis padres pensaban en el mundo que me iban a dejar? ¡Si no se lo podían imaginar!

Lo que sí hicieron fue algo que nunca les agradeceré bastante: intentar darme una muy buena formación. Si no la adquirí, fue culpa mía.

Eso es lo que yo quiero dejar a mis hijos, porque si me pongo a pensar en lo que va a pasar en el futuro, me entrará la depre y además, no servirá para nada, porque no les ayudaré en lo más mínimo.

A mí me gustaría que mis hijos y los hijos de ese señor que me ha escrito y los tuyos y los de los demás, fuesen gente responsable, sana, de mirada limpia, honrados, no murmuradores, sinceros, leales,…Lo que por ahí se llama “buena gente”.

Porque si son buena gente harán un mundo bueno. Y harán negocios sanos. Y, si son capitalistas, demostrarán con sus hechos que el capitalismo es sano. (Si son mala gente, demostrarán con sus hechos que el capitalismo es sano, pero que ellos son unos sinvergüenzas.)

Por tanto, menos preocuparse por los hijos y más darles una buena formación: que sepan distinguir el bien del mal, que no digan que todo vale, que piensen en los demás, que sean generosos…En estos puntos suspensivos podéis poner todas las cosas buenas que se os ocurran.

Al acabar una conferencia la semana pasada, se me acercó una señora joven con dos hijos pequeños. Como también aquel día me habían preguntado lo del mundo que les vamos a  dejar a nuestros hijos, ella me dijo que le preocupaba mucho más qué hijos íbamos a dejar a este mundo.

A la señora joven le sobraba sabiduría, y me hizo pensar. Y volví a  darme cuenta de la importancia de los padres. Porque es fácil eso de pensar en el mundo, en el futuro, en lo mal que está todo, pero mientras los padres no se den cuenta de que los hijos son cosa suya y de que si salen bien, la responsabilidad es un 97% suya y si salen mal, también, no arreglaremos las cosas.

Y el Gobierno y las Autonomías se agotarán haciendo Planes de Educación, quitando la asignatura de Filosofía y volviéndola a poner, añadiendo la asignatura de Historia de mi pueblo (por aquello de pensar en grande) o quitándola, diciendo que hay que saber inglés y todas estas cosas.

Pero lo fundamental es lo otro: los padres. Ya sé que todos tienen mucho trabajo, que las cosas ya no son como antes, que el padre y la madre llegan cansados a casa, que mientras llegan, los hijos ven la tele basura, que lo de la libertad es lo que se lleva, que la autoridad de los padres es cosa del siglo pasado. Lo sé todo. TODO. Pero no vaya a ser que como lo sabemos todo, no hagamos NADA.

P.S.

1. No he hablado de los nietos, porque para eso tienen a sus padres.

2. Yo, con mis nietos, a merendar y a decir tonterías y a reírnos, y a contarles las notas que sacaba su padre cuando era pequeño. 

3. Y así, además de divertirme, quizá también ayudo a formarles.

(*) Leopoldo Abadía (Zaragoza, 1933) es un profesor y escritor español conocido por su análisis de la crisis económica actual