En la prensa americana hay estos días una polémica sobre la objetividad en el periodismo. Keith Olbermann es un famoso presentador de un noticiario de la cadena MSNBC, una mezcla de Iñaki Gabilondo y Gran Wyoming. Es progre, ácido y presume de veraz. Hace unas semanas se supo que Olbermann había donado 2.400 dólares a tres candidatos demócratas: un senador en Kentucky y dos congresistas en Arizona (el senador perdió; los dos congresistas ganaron por poco).
MSNBC prohíbe que sus empleados donen dinero a campañas sin advertirlo. El presidente, Phil Griffin, por tanto, le suspendió “indefinidamente” de su puesto y sueldo el 5 de noviembre. La sanción duró cuatro días. Griffin declaró: “Después de varios días de deliberación y discusión, he determinado que suspender a Keith en el programa del lunes es un castigo por su violación de nuestra política”.
Este domingo Ted Koppel, un presentador de la ABC que vivió sus mejores años en los 80 (aunque se jubiló en 2005), publicó un artículo en el Washington Post. Koppel decía que da igual que se sepa que Olbermann donó dinero a políticos demócratas. Sólo hay que ver su programa para saber qué partido prefiere.
La pieza de Koppel se titulaba “Olbermann, O’Reilly y la muerte de la información de verdad”. Olbermann y O’Reilly son los dos grandes nombres de MSNBC y Fox, dos teles por cable. MSNBC tiende a la izquierda, Fox tiende a la derecha. “Vivimos en un universo de tele por cable”, según Koppel. Entiende que lo hagan porque les da beneficios, pero “la tendencia no es buena para la república”. Esas cadenas no intentan reflejar el mundo tal como es, sino como ellos y sus espectadores quisieran que fuera.
Koppel lamenta el final de una época y se pone nostálgico: “Buena parte del público americano solía reunirse ante el corazón electrónico cada noche, separados pero juntos”. Ahí veían a los presentadores de toda la vida ofrecer relatos “relativamente imparciales” de lo que los medios creían que el público debía saber. “Era un pequeño Edén, imperfecto, desordenado”, concluye Koppel.
Bill O’Really y Keith Olbermann se han defendido en sus programas. O’Reilly ha dicho una cosa interesante: que Koppel “me dé ejemplos de mentir en antena, de usar una opinión no basada en un hecho”. Koppel, en parte, denuncia ese problema. Fox ofrece sobre todo opinión, por muy basada en hechos que esté. No es exactamente informar.
Keith Olbermann se defiende de un modo distinto. Sobre todo, dice que no se puede comparar a Fox con ellos: “Mi intuición me dice que en una semana he criticado yo más al presidente Obama que la Fox a Bush en ocho años”. Olbermann dice también que suprimió una pieza donde decían que Bush había plagiado fragmentos de sus memorias por falta de consistencia: “¿Fox hubiera hecho lo mismo?” Olbermann está en su derecho de trazar ese matiz.
El problema es más de fondo; el punto interesante de Olbermann es otro. En su crítica a Koppel, dice que el periodismo que da todas las versiones sin juzgar de un acontecimiento es inútil. Pone el ejemplo de la guerra de Irak: mientras el presidente Bush mentía, los periodistas sólo repetían: “Cuando necesitábamos la verdad, todo lo que teníamos eran hechos -la mayoría, mentiras”. Olbermann exagera, pero tiene razón en el fondo.
Olbermann ridiculiza el método: “Este tipo dice que la luna es un satélite que gira alrededor de la tierra. Este otro tipo dice que en realidad la luna es el cuerpo del difunto Vince Foster [un asesor del presidente Clinton que, en principio, se suicidó]. Invitemos a los dos y dejémosles debatir. Es justo y equilibrado” [Fair and Balanced es el eslogan de Fox]. No, claro, eso no es objetividad. Pero sin la caricatura, eso es buena parte del periodismo hoy.
El profesor Jay Rosen llama a ese tipo de periodismo “la mirada desde ninguna parte”. El periodista no se moja: da la palabra a partidarios y detractores de un tema y punto. Eso es más sencillo y barato que averiguar qué pasa en realidad. Este método permite además a los medios parecer que están más allá del bien y del mal. Es una ilusión.
Los periódicos tienen una tendencia política y todos la sabemos. Hay mil maneras de sortear la objetividad y colar una agenda: el modo de escribir el titular, las informaciones que se escogen, los expertos a quienes se pregunta. Son formas sutiles de ser parcial. El País y ABCEl País es un diario más progre que ABC. Ven el mundo de manera distinta, por mucho que lo oculten. Ya que es tan evidente, podría darse un paso más y abandonar “la mirada desde ninguna parte”. las usan, por supuesto, cada cual a su manera. A pesar del manto de la objetividad.
Los periódicos tradicionales no se atreverán. Las fuentes y los anunciantes no están a estas alturas para sustos. Además, no es tan sencillo. El esfuerzo que requiere saber por qué funciona mal una ley o un ministerio es mayor que preguntarlo a los expertos de partidos rivales. Pero en internet el campo está abierto. La prensa no solo se hunde porque haya aparecido internet, sino porque su labor es incompleta. La audiencia ya no es alguien que solo quiera seguir a un líder de opinión -y si lo quiere hacer puede hacerlo, ahí están los medios de siempre en España o teles como Fox y MSNBC en Estados Unidos. Quien quiera más que afianzar sus puntos de vista, no se conforma con neutralidad, quiere saber qué pasa en realidad.
Qué es ser objetivos de verdad
Gracias a internet, los periodistas -en un blog, en un medio nuevo- pueden ser objetivos de verdad. Según el profesor Rosen, “la objetividad es basar afirmaciones de la verdad en hechos verificables”. La objetividad es presentar lo que dicen ambos lados y no quedarse ahí: debe intentar descubrir quién tiene razón, o mejor, quién tiene más razón. El periodista es quien más sabe de una noticia: lleva horas, días, años dedicado a ese asunto. No es un extraterrestre y por tanto, como todos, tiene una opinión, igual que un crítico de cine. En cambio, debe hacer de todo para suprimirla, para que no se note. Es absurdo y el lector se queda sin una parte valiosa y esencial de la pieza. (Los periodistas pueden utilizar hoy la opinión de una tercera persona para colar lo que creen; es ridículo.) elperiodista debe suprimir sus prejuicios y permitir que la realidad aflore y, quizá, le sorprenda.
El reto para el periodista es que eso quede claro (“la transparencia es la nueva objetividad”, dicen aquí). No estaria de más que contara su pasado, influencias y prejuicios. El lector debe sentir que no le hacen trampas, que no hay una agenda específica detrás. Esto se llama credibilidad y se construye. Los periódicos pierden la suya; allá ellos. No es culpa del periodismo. Internet permite hoy esta distinción. El periodismo ya no es un monopolio, por suerte. Los periódicos no son objetivos y a estas alturas no creo que lo sean nunca. La objetividad queda en manos de los periodistas.
(*) Jordi Pérez Colomé (Barcelona, 1976) es periodista. Se licenció también en filología italiana y vivió en China. Ha escrito dos libros: Adiós, Gongtan y En la campaña de Obama. Es director adjunto de El Ciervo.