lunes, 22 de noviembre de 2010

El camino hacia la destrucción de la eurozona / Paul De Grauwe *

En la reciente reunión del Consejo Europeo, los países de la eurozona acordaron introducir un mecanismo contra el impago de la deuda soberana. Parece que incluso están dispuestos a recogerlo en un nuevo tratado. Es una mala decisión que hará más frágil a la eurozona, al convertir las crisis financieras en una característica endémica, de manera muy similar al Mecanismo del Tipo de Cambio (MTC) que existía en la Unión Europea antes de la moneda única.

El MTC fue un frágil acuerdo institucional que desembocó en frecuentes crisis. La razón de esta debilidad es conocida. Los países miembros fijaban sus tipos de cambio entre ellos. Sin embargo, podían reconsiderarlo en cualquier momento y devaluar sus monedas.

Esa posibilidad generó un entorno inestable propenso a los ataques especulativos. A veces existían buenas razones para que los mercados confiaran en que uno o más países iban a devaluar sus monedas, como por ejemplo que sueldos y precios no estuvieran en consonancia con los del resto del grupo. En otras ocasiones, las expectativas de devaluación desaparecían del horizonte.

Pero por la razón que fuera, cada vez que los especuladores esperaban una devaluación se ponía en funcionamiento una dinámica que se retroalimentaba. El banco central del país en cuestión tenía que aumentar el tipo de interés nacional. Eso resultaba costoso para la economía nacional y para el presupuesto del Gobierno. En consecuencia, la relación coste-beneficio de mantener fijo el tipo de cambio se agrandaba, alimentando la tentación de devaluar.

Cuando los especuladores olían esto, redoblaban su actividad, y eso inducía nuevos incrementos del tipo de interés y a un empeoramiento adicional de esa relación coste-beneficio. En la mayoría de los casos, eso hacía la devaluación inevitable.

El MTC fracasó. Pero el mecanismo contra el impago de la deuda soberana propuesto para la eurozona introduce una estructura de incentivos para los especuladores y las autoridades nacionales similar. Cuando los países anuncien solemnemente (será solemne porque estará consagrado en el tratado en cuestión) que los inversores se las tendrán que ver con unos Gobiernos con opción de aplicar un recorte sobre los bonos pendientes de pago, sucederán dos cosas: en primer lugar, como el riesgo percibido aumentará, es probable que el tipo de interés de los bonos también suba. Esta es la consecuencia que ha subrayado el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, en la reunión del Consejo. Los acontecimientos posteriores le han dado la razón.

En segundo lugar: cuando los Gobiernos declaren solemnemente que en época de dificultades de pago devaluarán sus bonos (eso es lo que significa un recorte), se generará una dinámica especulativa en la eurozona parecida a la que destruyó el MTC. Cuando los inversores prevean las dificultades de un Gobierno determinado para pagar, venderán bonos, y eso aumentará su tipo de interés. Esto ya ha pasado en el último año y medio, pero el compromiso de los demás países de proporcionar ayuda financiera ha frenado el proceso.

El objetivo declarado de este mecanismo es sustituir a la ayuda financiera mutua. Pero de esta forma se abre la puerta a una especulación sin límites como la del MTC.

Cuando la opción de devaluar se convierte en palanca política y sustituye a la ayuda financiera mutua, la dinámica especulativa se vuelve imparable al introducirse exactamente la misma estructura de incentivos que con el MTC: los bonos sufren un tipo de interés más elevado, lo que convierte en más difícil la devolución de la deuda. Eso cambia la relación coste-beneficio de abonar el pago completo de la deuda y aumenta la tentación de devaluar los bonos (aplicando un recorte). Los inversores, al oler esa tentación, intensifican las ventas y, por consiguiente, la relación coste-beneficio aumenta aún más.

Naturalmente el mecanismo contra el impago de la deuda soberana que se ha propuesto no instalará en la eurozona un sistema como el MTC. Es probable que el coste del impago (al devaluar la deuda) siga siendo más elevado que el coste de devaluar una moneda en el MTC. No obstante, al facilitar este paso, la eurozona se encamina hacia un inestable mecanismo de incentivos.

Los Gobiernos se verán más tentados a devaluar su deuda cuando entre en vigor el mecanismo. Y eso puede ser suficiente para que los especuladores muevan ficha. Si se lleva a la práctica, llevará a los Gobiernos a rebajar su propia deuda soberana. No existe una forma más segura de autodestruirse.

La unión monetaria solo puede sobrevivir si existe la voluntad de proporcionar ayuda financiera mutua en tiempos de crisis. Por tanto, la solución no consiste en aplicar el mecanismo contra el impago de la deuda soberana, que conducirá a la desaparición de la eurozona, sino en dar un carácter permanente al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, o mejor aún, transformarlo en un Fondo Monetario Europeo como el que proponen Gros y Mayer, incluyendo una condicionalidad lo suficientemente fuerte como para reducir el peligro del riesgo moral.

(*) Paul De Grauwe es catedrático de Economía de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica

¿Vienen guerras en Asia? / Moisés Naím *

Cuando pensamos en Asia pensamos en éxito económico, no en guerra. Los tigres asiáticos son esos países del Lejano Oriente que en menos de una generación se transformaron en potencias admiradas y temidas por el resto del mundo. No por su fuerza militar, sino por su poder económico. La actual crisis ha confirmado esta percepción. Mientras muchas de las más avanzadas economías del mundo crujen, las de Asia crecen.

Pero la prosperidad no es lo único que crece en Asia. También arrecian los vientos de guerra. Este no es un riesgo hipotético. Es una realidad. Sabemos, por ejemplo, que la guerra en Afganistán es la más larga en la historia moderna. Y que, en la última década, India y Pakistán ya tuvieron dos crisis militares que no desembocaron en una guerra abierta solo gracias a la firme intervención de otros países. 

India ha desarrollado una nueva doctrina militar que en vez de tener como única prioridad la defensa territorial, también incluye como objetivo el responder con ataques veloces y precisos contra los grupos terroristas en cualquier parte de la geografía de su vecino en caso de un atentado originado en Pakistán. 

El reto de esta doctrina -cuya existencia India niega- es que los ataques no provoquen una respuesta nuclear paquistaní, lo cual obligaría a Nueva Delhi a contestar en similares términos. Estamos hablando de una posible conflagración nuclear entre dos países misérrimamente pobres, donde viven uno de cada seis habitantes del planeta. India y Pakistán no son las únicas potencias nucleares asiáticas: China y Corea del Norte también forman parte del club. 

El problema de la nuclearización asiática no es solo el peligro de que las armas atómicas se usen en conflictos regionales, sino la propensión a exportar esta tecnología. Pakistán y Corea del Norte han estado más que dispuestos a vender sus bombas al mejor postor. Corea del Norte mantiene más de un millón de soldados en armas y cientos de misiles apuntando a Seúl y otras grandes ciudades. Hace unos meses, un torpedo norcoreano hundió un buque de guerra surcoreano.

Los mares de Asia parecen estar llenos de islotes cuya soberanía es reclamada por varios países. Seúl disputa las islas Dokdo a Tokio, que a su vez reclama a Moscú las Kuriles. China y Vietnam se pelean por las Paracel (donde en 1974 las fuerzas navales de los dos países lucharon a cañonazos). Las islas Spratly son reivindicadas por China, Filipinas, Vietnam, Malasia, Indonesia y Brunei. 

En 1998, navíos de las marinas china y japonesa se enfrentaron por el control de uno de esos islotes y hubo 70 muertos entre sus efectivos. Recientemente, la colisión de una patrullera japonesa y un pesquero chino en las aguas en disputas produjo una severa represalia económica de Pekín.

Pero en Asia los conflictos armados dentro de los países son aún más frecuentes y mortales que los internacionales. En Sri Lanka ha terminado una guerra civil de 26 años entre los tigres tamiles (que pusieron de moda el terrorismo suicida) y el Ejército, que ha dejado decenas de miles de muertos. 

Timor Leste, Filipinas, Tailandia, Indonesia, Bangladesh, Nepal, Myanmar o Tíbet son algunas de las "zonas calientes" donde el conflicto armado es parte de la realidad cotidiana, o está muy latente y puede estallar en cualquier momento. Asia encabeza la lista de las regiones importadoras de armas: entre 2002 y 2009, China, India, Taiwan, Corea del Sur, Pakistán y Singapur fueron 6 de los 10 mayores compradores de armamento.

Y luego está China...

Su presupuesto militar crece al 10% cada año. Tiene ya la segunda marina de guerra más grande del planeta y una fuerza aérea que para 2020 será una de las más poderosas. Un reciente informe de EE UU asegura que "China cuenta con la fuerza de misiles de corto alcance -300 a 600 kilómetros- más numerosa y letal del mundo". 

Solo frente a Taiwan tiene instalados más de 1.000 de estos cohetes. Sus misiles de gran alcance pueden neutralizar las bases estadounidenses en Japón y Corea del Sur, y parece que ya tiene armas capaces de hundir a los superportaaviones norteamericanos. China también ha logrado enormes avances en su capacidad para la guerra electrónica y el uso bélico de Internet.

La historia demuestra que cuando un país (léase China) aumenta notablemente su poderío militar, tanto sus vecinos (léase India), como rivales más lejanos (léase EE UU) no se limitan a observar pasivamente su ascenso. Harán lo posible por ajustar el equilibrio militar. En los próximos años esta dinámica nos afectará a todos tanto o más que las guerras de divisas, los déficits fiscales y las crisis financieras.

(*) Moisés Naím dirige desde hace diez años la revista Foreign Policy, que circula en 180 países y es publicada en 12 idiomas.