miércoles, 24 de noviembre de 2010

El eje de la depresión / Paul Krugman *

Qué tienen en común el Gobierno de China, el Gobierno de Alemania y el Partido Republicano de Estados Unidos? Que todos están intentando intimidar a la Reserva Federal para que abandone sus esfuerzos por crear empleo. Y los motivos de los tres son sumamente sospechosos.

No es que la Reserva Federal esté haciendo algo radical. Es verdad que normalmente lleva a cabo su política monetaria comprando deuda a corto plazo del Gobierno estadounidense, mientras que ahora, con lo que se conoce por el nombre un tanto críptico de "relajación cuantitativa", está comprando deuda a largo plazo (comprar más deuda a corto plazo es inútil, ya que el tipo de interés de esa deuda es prácticamente cero). Pero Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, tenía razón cuando declaraba que esto "no es más que política monetaria". La Reserva está tratando de reducir los tipos de interés, como hace siempre que el desempleo es elevado y la inflación es baja.

Y no cabe duda de que la inflación es baja. La inflación subyacente -una medida que excluye los alimentos frescos y los precios de la energía y que muchos consideran que es un mejor indicador de las tendencias subyacentes que la tasa de inflación- está solo en el 0,6%, el nivel más bajo jamás registrado en EE UU. Mientras tanto, el desempleo alcanza casi el 10% y el desempleo de larga duración es el peor desde la Gran Depresión.

Por tanto, los argumentos para que la Reserva Federal pase a la acción son abrumadores. En realidad, la principal preocupación que tiene la gente razonable en cuanto a los planes del organismo, preocupación que comparto, es que probablemente van a resultar demasiado frágiles e ineficaces.

Pero hay gente que es razonable, y luego está el eje de la depresión formado por China, Alemania y el Partido Republicano.

La razón por la cual China y Alemania se encuentran en pie de guerra contra la Reserva Federal no es ningún misterio. Ambos países están acostumbrados a tener unos enormes superávits comerciales. Pero para que algunos países tengan superávits comerciales, otros tienen que tener déficits comerciales, y durante años nos ha tocado a nosotros. Sin embargo, las políticas expansivas de la Reserva Federal tienen el efecto secundario de debilitar ligeramente el dólar, lo que hace que los productos estadounidenses sean más competitivos y resulte más fácil reducir el déficit estadounidense.

Por cierto, para el Gobierno chino, atacar a la Reserva Federal tiene la ventaja añadida de que desvía la atención respecto a la manipulación de su moneda, que mantiene artificialmente débil y que es precisamente el pecado capital del que China acusa a EE UU de haber cometido.

Pero, ¿por qué se han unido los republicanos a este ataque? Bernanke y sus colegas parecen asombrados de verse en el punto de mira. Pensaban que estaban actuando siguiendo el espíritu de nada más y nada menos que Milton Friedman, quien culpó a la Reserva Federal de no actuar más enérgicamente durante la Gran Depresión y quien, en 1998, pidió al Banco de Japón que "comprara bonos del Estado en el mercado abierto", que es exactamente lo que está haciendo ahora la Reserva.

Los republicanos, sin embargo, no quieren saber nada del asunto y plantean objeciones que van desde lo raro hasta lo incoherente. Lo raro: el lunes, un grupo un tanto insólito de líderes republicanos -¿quién sabía que William Kristol era un experto en política monetaria?- hicieron pública una carta abierta dirigida a la Reserva Federal en la que advertían de que sus políticas "corren el riesgo de devaluar la moneda y de provocar inflación". Una carta que los cuatro republicanos más importantes del Congreso enviaron a Bernanke el miércoles se hacía eco de esas preocupaciones. Ninguna de las cartas explicaba por qué debíamos temer a la inflación cuando en realidad la inflación sigue registrando mínimos históricos.

Y en cuanto a la devaluación del dólar: si dejamos a un lado el hecho de que un dólar más débil ayuda realmente a la industria estadounidense, ¿dónde estaba esta gente durante la legislatura anterior? El dólar no paró de depreciarse durante la mayor parte de los años de Bush, un descenso que hace que la reciente caída parezca una ridiculez. ¿Por qué no hubo cartas parecidas exigiendo a Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal por aquel entonces, una política más severa?

Mientras tanto, lo incoherente: dos republicanos, Mike Pence en la Cámara de Representantes y Bob Corker en el Senado, han pedido a la Reserva Federal que abandone sus esfuerzos para lograr el pleno empleo y que se centre exclusivamente en la estabilidad de los precios. ¿Por qué? Porque el desempleo sigue siendo demasiado alto. Y no, tampoco entiendo la lógica.

Por tanto, ¿cuál es el verdadero motivo del ataque del Partido Republicano a la Reserva Federal? A Bernanke y a sus colegas les cogió claramente por sorpresa, pero el experto en presupuestos Stan Collender lo predijo. Allá por agosto avisó a Bernanke de que "como los que elaboran las políticas republicanas consideran que las penurias económicas son la senda hacia la gloria en las elecciones, se opondrán a cualquier medida adoptada por la Reserva Federal que mejore la economía". En resumen, su verdadero temor no es que las medidas de la Reserva Federal sean perjudiciales, sino que tengan éxito.

De ahí lo del eje de la depresión. No cabe duda de que a algunos de los que critican a Bernanke les mueven unas convicciones intelectuales sinceras, pero la principal razón del ataque a la Reserva Federal es, pura y simplemente, el interés personal. China y Alemania quieren que EE UU siga sin ser competitivo, y los republicanos quieren que la economía siga siendo débil mientras haya un demócrata en la Casa Blanca.

Y si Bernanke cede ante sus intimidaciones todos podrían ver sus deseos cumplidos.

(*) Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008

La última estación del vía crucis / Antón Costas *

Lo hemos visto todo en esta gran crisis que estamos sufriendo, o queda algo por venir? Después de haber padecido un verdadero vía crucis en estos dos últimos años (con paradas en las estaciones del desplome de las Bolsas, la quiebra de los bancos, la sequía del crédito, la gran recesión de la producción, el drama del desempleo masivo, el abismo de la deflación, la ansiedad del déficit público y la histeria de los mercados de deuda) parecía que ya no quedaban más miserias.

Pero no es así. Falta la última estación. Aquella en que los países han de decidir cómo se reparten el coste del ajuste que toda crisis trae consigo. A esa última estación se la acostumbra a llamar "guerra de las monedas" (devaluaciones competitivas) y "guerras comerciales" (proteccionismo). Es decir, batallas donde cada país intenta salir bien parado empobreciendo al vecino.

No quisiera que me viesen como portavoz de esa "ciencia lúgubre", como a veces se le llama a la economía, anunciando malas noticias. Mi actitud pretende ser la del médico que describe el curso probable de una enfermedad. En este sentido, toda crisis global, como es el caso, implica que en algún momento los países han de repartirse el coste que supone salir de la crisis. No hay alternativa. Eso sí, lo pueden hacer por las buenas o por las malas. Por lo visto en la cumbre de países del grupo de los 20, con España como invitada, celebrada el pasado fin de semana pasado en Corea del Sur, parece que va a ser por las malas.

Mientras, Barak Obama trataba de decirle a chinos y alemanes que no pueden pensar que la solución es exportar más a EE UU y que hay que llegar a un acuerdo para limitar sus superávits, la canciller alemana Merkel, con esa suficiencia molesta con la que ahora hablan algunos líderes alemanes, les vino a decir a americanos (y españoles) que corrijan su déficit trabajando más y siendo más competitivos.

Hay aquí un malentendido que alguien le tiene que explicar a la canciller. En realidad los desequilibrios exteriores que tienen algunos países desarrollados, como es el caso de EE UU y España, no se deben a un cambio en sus hábitos y comportamientos productivos. No es que los españoles nos hayamos puesto a vivir del cuento o perdido el espíritu de trabajo y la capacidad de competir. No es eso lo que dicen los datos de la Organización Mundial de Comercio. Como señalaba acertadamente hace unas semanas Guillermo de la Dehesa en un artículo en estas páginas: "España es más competitiva de lo que parece". Lo mismo se puede decir de EE UU.

¿Cuál es, entonces, la causa? Fundamentalmente, un cambio en el comportamiento de los países que han mantenido fuertes superávit en la última década; en particular Alemania y China.

El superávit alemán se debe no solo a su reconocida competitividad, sino a la política de austeridad interna que practicada a lo largo de la última década ha permitido exportar su desempleo a otros países. La reunificación y el miedo a la vejez que le ha entrado a la población alemana ha llevado a practicar con abuso la virtud del ahorro y la austeridad en el consumo. Al actuar de esa forma, han perjudicado a los demás. Su escaso consumo no ha tirado de nuestras exportaciones. Y sus ahorros, sacados del país a la búsqueda de oportunidades que no encontraban dentro por su austeridad, descargaron como un diluvio de capitales sobre España, que sirvió para financiar la burbuja inmobiliaria y distorsionar nuestra estructura productiva hacia la construcción. Además, el euro fuerte le ha venido como anillo al dedo, porque ha perjudicado la competitividad de los demás países en mucho mayor medida que la suya. En definitiva, Alemania ha practicado una política mercantilista que ha dañado severamente a sus vecinos.

Aunque hoy no toca, déjenme decir que hay un cambio generacional en las élites alemanas con consecuencias preocupantes para Europa. Es una generación que trata de germanizar Europa, no de construir un proyecto común, como hizo la generación de Helmut Schmidt y Helmut Kohl.

En el caso de China, José Luis Leal ha señalado con acierto el pasado domingo en estas páginas que la desmesurada acumulación de reservas en China y otros países emergentes es el resultado de "una política mercantilista peligrosa para el mundo y para ella misma", que solo puede llevarse a cabo si se mantiene deprimido el consumo de sus propios ciudadanos. China ha mantenido su moneda, el renminbi, artificialmente baja para favorecer sus exportaciones y deprimir su consumo interno. Esto ha significado una creciente presión inflacionista interna, debido a que el banco central tiene que imprimir más renminbis para comprar los dólares que entran para comprar productos chinos.

Entre las cuatro o cinco explicaciones más populares de los economistas sobre las causas de la crisis, la que tiene en mi opinión mayor capacidad explicativa es la que atribuye la burbuja inmobiliaria que han sufrido especialmente algunos países del Atlántico Norte, en concreto EE UU, Irlanda, Reino Unido y España (en este tema nos hemos comportado como "anglosajones honorarios") a los fuertes desequilibrios globales que se han originado en la economía en la última década. Sin corregir esos desequilibrios no habrá salida estable para la economía mundial. Pero no es solo cosa de unos. Como en un carro, ambos bueyes tienen que tirar acompasados.

Pero, por lo escuchado en la cumbre de Seúl, mucho me temo que la última estación del vía crucis vaya a acabar como el rosario de la aurora. Es decir, con guerras de divisas y guerras comerciales. Como el médico que se ve obligado a hacer un diagnóstico infausto, desearía equivocarme.

(*) Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona