sábado, 29 de enero de 2011

Enfermos al y del poder / Le Quai d'Orsay


Aproveché uno de estos días para ver la exposición de Basquiat en el MaM (Museo de Arte Moderno de la Villa), situado al otro lado del paso de cebra de mi casa, y he “colgado” el cuadro para esta entrada, que va de lo que Rosa Montero comenta hoy en su recensión de En el poder y la enfermedad (Siruela en español), del doctor y político social-liberal inglés David Owen, en su momento el titular de Exteriores más joven de la historia británica. 

Es un libro muy ameno, entretenido, didáctico, que resume lo sabido, aporta novedades de lecturas recientes y bien documentadas, hasta llegar al caso de Tony Blair, hacia quien siente poca simpatía, acaso -apunto yo- porque Blair consiguió lo que Owen fue incapaz de lograr: derrotar a los conservadores como modernizadores de izquierdas y relativamente jóvenes. 

A raíz del libro, de las enfermedades psíquicas y físicas, los distintos trastornos y episodios, recomiendo El discurso del rey, con un Colin Firth REALmente espléndido, y que se va a llevar, como bien se lo merece, el Oscar al Mejor Actor Principal. La tartamudez no es una enfermedad, pero sí es un trastorno de la comunicación, y lo que consiguió Jorge VI con la ayuda del asistente australiano (interpretado igualmente de manera formidable por el también australiano Geoffrey Rush) es una de esas historias que gustan a los de Hollywood. Porque las enfermedades no sólo nos hunden, a veces nos elevan, en algunos casos hasta el poder.

La hybris de la que habla David Owen, y que atribuye a Blair, se puede generalizar a casi toda la dirigencia actual y pasada. El síndrome de la Moncloa, de la Casa Blanca, del 10 de Downing St., de El Elíseo. Zapatero ha mostrado una tendencia a la delusión espectacular, haciendo pronósticos luego espectacularmente desmentidos por la realidad (caso de la anterior tregua), en la que uno no sabe si mentía a los demás o se mentía a sí mismo; otras veces, simplemente, creaba mundos de ficción donde no había recesión, o la recesión se llamaba crisis, o antes, desaceleración. 

El voluntarismo al poder, y de él, parece ser, a la jubilación política, si se confirma lo aventurado por La Vanguardia esta semana, a saber, que en septiembre anunciará que deja el liderazgo del PSOE para que en las elecciones de marzo de 2012 el hundimiento se produzca con Rubalcaba al frente.

Los políticos no son inmunes a los problemas -¡no a las debilidades!, vaya forma de confundir los términos, o mejor dicho, de seguir repitiendo el patrón tradicional de considerar al enfermo como blando, quejica, loco, hereje o poseído por el demonio, así, del siglo XX hacia atrás, hasta las quemas en las hogueras-; además, las exigencias de la vida política, en forma de tensión, disposición 24 horas, presión mediática, alejamiento de la familia tienden en todo caso a hacerlos más comunes. 

Hace cinco años, el premier del Estado de Australia Occidental, buen amigo de Blair, dimitió, un año después de ser reelegido, para afrontar su depresión, acompañado de su esposa. Ésta falleció unos años después. El político en cuestión regresó a la vida universitaria y se casó de nuevo.

El estigma que rodea los trastornos depresivos ha ido decreciendo con los años. ¿Alguien se imagina que hace cincuenta años alguien pudiera haber reconocido en público dicha dolencia? En aquellos años había gente que dimitía, después de que le pronosticaran un cáncer incurable, como el caso de Harold Macmillan, en 1963. Luego se supo que el diagnóstico había sido erróneo. El hombre murió 30 años después.

En cuanto a Berlusconi, qué es lo que se le pasará por la cabeza. Sabemos qué se le pasa por allí, si bien no es el órgano que más utiliza. Me refiero a qué es lo que le produce su enfermedad. Querer parecer más joven, tintándose el pelo o haciéndose injertos -tenemos a Hosni Mubarak, que a sus 82 años luce un cabello negro como el carbón, aunque esté medio muerto, médica y políticamente- no es una enfermedad, pero a ciertas alturas es bueno plantearse si no es algo más que una falta del sentido del ridículo. 

Y no siempre estar enfermo es una mala noticia para el país: hace dos años el golpista de uno de estos países del golfo de Guinea fue tiroteado por un guardaespaldas. Trasladado en estado grave a Marruecos, ha sido impedido a regresar a su país por americanos y franceses, según WikiLeaks filtró en diciembre, y el país, con un gobierno de transición, ha iniciado el camino hacia la democracia.

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