lunes, 28 de marzo de 2011

La dama del euro / F. Durán

Sopla una brisa tibia que el Hudson conduce hasta una terraza cualquiera de cualquiera de los restaurantes caros del West Upper Side. Diez lumbreras de la economía comparten mantel. Ben Bernanke, Jean-Claude Trichet, Steve Jobs, George Soros, Carlos Slim, Dominique Strauss-Khan, Eric E. Schmidt, Paul Krugman, Mark Zuckerberg y Nouriel Roubini se miran a los ojos y reciben de cada comensal el mismo brillo, mitad respetuoso mitad soberbio, que su propia mirada transmite a los demás. El menú está a la altura de las ideas: langosta, cangrejo, foie y algunos de los mejores vinos del planeta.

Apliquemos el
zoom a la escena y agucemos el oído. Este top ten cerebral habla de la partida de dominó que se disputa en la Eurozona. Cayeron las fichas griega e irlandesa y probablemente les siga la lusa. Es una cuestión de tiempo. Vasos comunicantes, you know, fella. ¿Y España? España monopoliza los entrantes y las primeras estribaciones del inefable lomo crustáceo, pero cada opinión contiene demasiados matices, demasiada subhipótesis que inevitablemente conducen a un callejón sin salida.

Alguien pronuncia
Japan y las neuronas sitian a su nueva presa. Fukushima pesa más que dos recesiones seguidas y el país lo pagará, o no, porque del bosque quedado brotan más fuerte los árboles. Bernanke barre para casa y desliza las siglas de la Reserva Federal, que resiste unos minutos el asedio de Trichet y su BCE. Quizás movido por la causa común de la patria, Strauss-Khan le echa un cable y recuerda que el euro es hoy por hoy la moneda más interesante -por discutida o reivindicada- del planeta.

Los camareros sirven a continuación los monstruosos cuerpos de dos
king crab (es la cifra de consenso para dividir en cuotas del 10% tan delicioso segundo) y las palabras dejan paso a un reconfortante y muy breve oasis de chupadas, chasquidos y gruñidos. Después, más leña: las capacidades de China, el empuje de Brasil, el factor México, Corea e Islandia, la inflación mundial, las quejas de la FAO, la fiabilidad de las agencias de rating y las interminables emisiones de deuda pública.

Irremisiblemente perdido ante tanto tecnicismo, Zuckerberg, que perdió la umlaut en la huida transatlántica de algún antepasado, abre al azar el ejemplar del New York Times que compró antes de la cita y se topa con una foto gigante de una mujer rubia y cincuentona que tontea con un tipo bajito y bastante feo. "¿Pero quién demonios es ésta?", pregunta a sus contertulios. Todos, obvio, reconocen a la Merkel en una milésima de segundo. 

Todos, guiados por la misma silenciosa reflexión, olvidan contestar al dueño de Facebook: casi han terminado los postres y no han caído en la cuenta en que ni siquiera le han dedicado a la canciller cinco minutos de charla pese a que, posiblemente, la dama del euro sea ahora el factor más determinante en la economía del viejo, muy viejo continente. 

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