miércoles, 29 de junio de 2011

La UIMP analiza en un seminario en Valencia las nuevas respuestas socialdemócratas a la crisis

VALENCIA.- Políticos, catedráticos y escritores participarán del 4 al 6 de julio en un seminario organizado en la sede valenciana de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) en el que se analizarán las nuevas respuestas socialdemócratas a la crisis, según ha informado la institución académica en un comunicado.  

   La diputada autonómica del PSPV en las Corts Valencianes Ana Noguera y el profesor de Filosofía Moral y Política de la Universitat de València (UV), Enrique Herreras, codirigen este curso en el que,    bajo el título 'Crisis y Estado de Bienestar. Nuevas respuestas socialdemócratas', se plantearán algunos de los interrogantes que, actualmente, "están generando los debates más airados, no sólo entre la clase política o en los medios de comunicación, sino también en el seno de la ciudadanía, sobre todo a partir de la repercusión social del movimiento de los 'indignados'", ha explicado la UIMP.
   En esta línea, algunas de las cuestiones que se analizarán en las jornadas serán "la discutida existencia actual de la izquierda y la derecha, la posibilidad de plantear un proyecto económico alternativo al neoliberal, los retos de la política ante el desencanto y la crisis, las señas de identidad de Europa, la cultura y el Estado de Bienestar o el futuro de la socialdemocracia.
   En el seminario también participarán los ex ministros socialistas Jordi Sevilla y Juan Fernando López Aguilar; los escritores y periodistas Fernando Delgado e Irene Lozano; el rector de la UNED, Juan Antonio Gimeno, y los catedráticos Adela Cortina (Filosofía Moral. UV), Antonio García Santesmases (Fisolofía Moral y Política. UNED),  Juan Torres (Economía Aplicada. Universidad de Sevilla) y Javier Quesada (Fundamentos de Análisis Económico. UV).

El arte de esfumarse; crisis de la cultura consensual en España / Amador Fernández-Savater *

Cultura consensual, cultura desproblematizadora, cultura despolitizadora. La Cultura de la Transición (CT) se aseguró durante tres décadas el control de la realidad mediante el monopolio de las palabras, el monopolio de los temas y el monopolio de la memoria. Hoy la cosa se está yendo al garete. ¿Se viene abajo por su propio peso? ¿Se muere de vieja? Seguro que sí, pero no sólo. Hay ciertos desplazamientos subjetivos que están abriendo los posibles prescritos por la CT: subvirtiendo su reparto de lo posible y lo imposible, lo visible y lo invisible, el sentido y el ruido, lo real y lo irreal. La crisis de la representación atraviesa hoy todos los órdenes: cultural, político, mediático, intelectual, educativo, etc. Las palabras, los temas y los recuerdos proliferan. Rebosan por fuera de los límites de las instituciones tradicionales: partido, media, sindicato, museo, universidad. ¿Son desplazamientos políticos? ¿Se trata de nuevos movimientos sociales? ¿Una Cultura Crítica alternativa? ¿El fin del tapón generacional español de los últimos años? Este texto propone empezar a pensar estos desplazamientos como movimientos sociales que no son movimientos sociales, espacios de anonimato.]
 
Policía y política

El filósofo francés Jacques Rancière propone un esquema general abstracto para pensar las sociedades, articulado sobre la la distinción entre policía y política. No hay que dejar que el término nos confunda, la policía no designa aquí un poder que reprime cuerpos o conciencias, sino una configuración (de lo) sensible que estructura jerárquicamente todo el espacio social: lo posible y lo imposible, lo visible y lo invisible, el sentido y el ruido, lo real y lo irreal. La policía establece un marco, un mapa de lo que es posible ver, nombrar, pensar y hacer. Nos fija a todos y a cada uno en un lugar determinado, que se define por una serie de funciones, títulos y competencias (o su ausencia). Busca la completitud: vigilar y gestionar permanentemente ese staqu quo para que ningún punto vacío o polémico lo fisure. Su pasión es la pasión del UNO.

La política, por el contrario, acontece cada vez que una práctica colectiva desarregla el mapa policial de lo posible y reconfigura las maneras de ver y de organizar lo real. Cada vez que un movimiento desplaza las fronteras que compartimentan a los sujetos, abriendo un espacio no identitario, incluyente, en el que cualquiera puede contarse. De ese modo, quienes bajo la gestión policial han caído del lado de la incapacidad, el ruido o la invisibilidad, entran disruptivamente en escena, exponiendo su capacidad para decir, ver (y mostrar), fabricar mundo común. Rancière explica que no hay un sujeto previo a la práctica política (un sujeto histórico, etc.), sino que la misma práctica política es el sujeto. Por tanto, la política es una realidad intermitente, precaria, inestable y "confiada sólo a la perseverancia de sus propios gestos". Es un desplazamiento, nunca un estado, que actualiza el poder de cualquiera para hablar, pensar, decidir: la “igualdad de las inteligencias”.

Cultura de la Transición

Pues bien, a lo largo de un trabajo más bien solitario y (comprensiblemente) sin mucho eco, el periodista Guillem Martínez ha definido y descrito a la policía local como Cultura de la Transición (CT). "Me empecé a interesar por el asunto cuando mis temas, mi estética, mi estilo, mi humor y mi lenguaje me ocasionaban cierto malestar. Estuve observando mi malestar un tiempo. De ahí han salido varios libros y un bloc, en el que durante dos años intenté describir la CT a tiempo real, conforme me la iba encontrando frente a las narices a diario". Retomo ahora en líneas generales el análisis que hace Guillem de la CT, pero lo hago a mi manera y por mi cuenta1. La CT nace con los Pactos de la Moncloa, es la cultura que se impuso sobre la derrota de los sueños de emancipación y comunismo de los años 70. El concepto no alude exclusivamente al sistema de partidos español, sino a una cultura en el sentido más amplio del término: configuración (de lo) sensible que estructura decisivamente lo que se puede ver y hacer en el juego político, la universidad, los medios de comunicación, las prácticas creativas y las maneras concretas de organizar cotidianamente lo real.

Según Guillem Martínez, la CT es una cultura esencialmente consensual. No en el sentido de que llegue a acuerdos haciendo dialogar los desacuerdos, sino de que prescribe ya de entrada los límites de lo posible: representación política y mercado como único marco concebible, practicable y deseable para la vida en común. Como única organización viable de las posibilidades sociales. Por ello mismo, la CT es una cultura esencialmente desproblematizadora: los conflictos y los problemas son fisuras potenciales en el statu quo y su reparto de lugares, tareas y poderes (quién puede hablar y quién no, quién puede decidir y quién debe limitarse a obedecer, qué palabra tiene valor y cuál es mero ruido, qué propuestas son viables y cuáles son insensatas, etc.). Ese “sentido común” tan alabado por la CT no es sino esta mirada desproblematizadora sobre la realidad, que considera “irresponsable” y “desestabilizadora” cualquier pregunta abierta sobre la vida en común por fuera del marco de lo posible autorizado. Una mirada desproblematizadora es fundamentalmente una mirada despolitizadora.

A su particular pasión del UNO, la CT le llama cohesión: "la CT es la única cultura europea que tiene como principal función denunciar e impedir lo problemático y crear cohesión full-time" (G. Martínez). Esa cohesión pasa por el hecho de que todos y cada uno aceptemos identificarnos con el papel que nos toca en el reparto de lugares y funciones en el marco de la CT: la política es cosa de los políticos; la comunicación es la materia de los media; la palabra autorizada es un privilegio de intelectuales y expertos; las alternativas marginales son asunto de los movimientos sociales; y finalmente, el “sálvese quien pueda” es la ley secreta de la sociedad... La cohesión que se busca es la unidad temerosa de la tropa o el rebaño, a los que la élite dirige con una mezcla particular de sentimientos: el paternalismo hacia la masa de pobres cretinos, tan mal ilustrada; el desprecio ante el poco entusiasmo que, ¡encima!, muestran por la CT, su escasa “dedicación democrática”, su “ingratitud”; y el miedo, finalmente, frente a su opacidad radical.

Monopolios del sentido 

La CT busca asegurarse el control de la realidad mediante tres acaparamientos exclusivos:
-monopolio de las palabras: cómo debe circular (la palabra) y qué deben decir (las palabras). Por un lado, la CT gobernó (nunca sin réplicas) durante los 80 y 90 mediante un sistema de información centralizado y unidireccional en el que sólo las voces mediáticas tenían acceso, mientras que el público jugaba el papel de audiencia pasiva y existían temas intocables. Por otro lado, en el marco de la CT las palabras funcionan como fetiches que suspenden y aplazan los problemas en lugar de permitir asumirlos y elaborarlos (lo que explica una recurrencia típica de los problemas en la CT). Desde la derecha extrema a la extrema izquierda, la pugna consiste en apropiarse e identificarse con una serie de grandes términos vacíos que funcionan con piloto automático, sin que experiencias sociales concretas los encarnen ni validen: Libertad, Democracia, Ciudadanía, Constitución, Unidad, Progreso... En realidad, su único contenido efectivo es la misma legitimación de la CT como marco exclusivo de lo posible. Como cantaban los Housemartins, nos dicen que hay diferentes puntos de vista, pero sólo son los diferentes tonos de una misma tristeza. La CT funciona como una especie de hilo musical machacón y (cada vez menos) abrumador: lo que hay es lo que hay es lo que hay es lo que hay es lo que hay...

-monopolio de los temas: prescribir en torno a qué debemos pensar y en qué términos. Dice Guillem Martínez: "en la CT, el nacionalismo -y no la economía, la historia o la política- es el único tema posible de discusión" (¡y en qué términos!). En la CT, se entiende que “interesarse por la política” pasa por opinar sobre lo que la agenda mediática y política nos pone enfrente de los ojos a cada momento: hoy Estatut, ayer Gürtel, mañana lo que sea. Da igual que uno esté a favor o en contra del tema, lo importante es que se hable de él y no de otra cosa. Si aceptas el tema, si comentas el tema, si el tema te parece tema, entonces serás considerado un “ciudadano”. En caso contrario, serás etiquetado de mala manera (de un tiempo a esta parte: “pasota”, “apolítico”, “radical”, “antisistema”, etc.). El monopolio de los temas implica también una decisión sobre quién es el enemigo: son las posiciones demonizadas, criminalizadas. Pero atención: el enemigo no es necesariamente "lo otro" de la CT, algo que está excluido, sino que puede estar perfectamente incluido en tanto que enemigo, algo frente a lo que la CT se define a la contra como “poder de salvación” (el “peligro separatista”, por ejemplo). Quien define los temas, controla la realidad.

-monopolio de la memoria: qué debemos recordar y en función de qué presente debemos hacerlo. Durante años, la gestión de la memoria ha consistido en una pura y simple neutralización del pasado siempre incómodo. Pero el pasado se abre cuando menos se espera. Así, por ejemplo, en respuesta a una necesidad social masiva organizada a través de movimientos como las asociaciones por la memoria histórica, recientemente se desplegó toda una gestión institucional del recuerdo que procuraba rentabilizarlo simbólicamente al tiempo que buscaba desactivar su potencia para sacudir e interrogar el presente. Para ello, esa gestión por arriba manejó una idea instrumental y puramente “reparadora” de la memoria: como si el pasado fuese simplemente un lamentable descosido que se trata de enmendar y zurcir mediante un “reconocimiento de los mártires democráticos”2 limitado a algunos actos o gestos institucionales. Pero ni siquiera se ha podido avanzar demasiado en el desenterramiento básico de las fosas que tachonan las cunetas del país. Y la sola existencia de todas esas cunetas cuestiona radicalmente el pacto de silencio, punto y final constituyente de la CT. Fue precisamente uno de los regalos envenenados que nos dejó la Transición quien decidió el bloqueo: una Justicia colocada por encima de la sociedad y que pretende sustituir la verdad social por la verdad penal.

Antes que por su nombre o su análisis, quien ha crecido bajo la CT la conoce por chocar directamente con sus filtros invisibles cada vez que trataba de pensar por sí mismo: hay cosas que no se dicen, cosas que no se hacen y cosas que no se ven. Fuera de la CT no hay salvación, se extiende el reino de las tinieblas: toda crítica será emparentada de una u otra manera con el “totalitarismo”. De vuelta de todas las aventuras políticas, críticas y contraculturales del siglo XX, la CT se presenta como la menos mala de las alternativas posibles: un baluarte de la razón que resiste, heroico y asediado, en medio de un mundo de barbarie. Aceptar el consenso que nos propone la CT sería de ese modo la única barrera que nos protege de la guerra de todos contra todos (étnica, identitaria, etc.) que amenaza con estallar en cualquier momento. Es un fenómeno curioso: una cultura dominante se hace pasar por la última rebeldía posible, con todos los beneficios simbólicos (y psicológicos) que conlleva tal posición. Así se entiende que sea una mezcla de arrogancia y melancolía victimista lo que mejor define las tonalidades afectivas de la CT.

Crisis o implosión

Habitar en sus márgenes fue durante mucho tiempo la mejor de las opciones (y muchas veces la única posible), aunque la CT gestionaba muy confortablemente esa alternativa entre dentro y fuera. Pero lo que hoy ha entrado en crisis es la misma configuración del espacio de la CT: su monopolio del sentido, el vigor y la legitimidad de sus reglas de juego, su capacidad para desproblematizar y apagar preguntas, su autoridad para trazar fronteras y asignar lugares.

¿Qué está pasando? Según Guillem Martínez, estamos asistiendo esencialmente a un fenómeno de implosión: la CT se muere de vieja. “Hay esbozos de que la cosa se está yendo al garete”. Por un lado, hay nuevas dinámicas sociales y culturales que la van jubilando: “las nuevas generaciones consumen una cultura en la que los diarios y el Estado no son intermediarios. Es posible que, incluso, ignoren el staff de la CT (…) Tiene su componente de belleza observar cómo, en esa cosa tan vertical como la CT, los medios de comunicación, por ejemplo, van perdiendo autoridad entre ERE y ERE. Un artículo de opinión de una firma que opina lo mismo desde 1976 empieza a carecer de peso específico, de autoridad. Lo que es un primer paso para el cachondeo”. Por otro lado, la CT está siendo sustituida por la cultura que viene y que siempre ha estado: la cultura de mercado. También se trata de una cultura consensual, pero esencialmente despolitizada y despolitizadora, light al cuadrado, sin ninguna preocupación especial por la “cohesión democrática”, más basada en el espectáculo y el entertainment que en las consignas de los partidos.

La CT se viene abajo por su propio peso. Seguro que sí. ¿Pero se trata simplemente de eso? Mi impresión es que hay ciertos desplazamientos que están abriendo los posibles prescritos por la CT: subvirtiendo su reparto de lo posible y lo imposible, lo lo visible y lo invisible, el sentido y el ruido, lo real y lo irreal. ¿Serían desplazamientos políticos? Recordemos el esquema general de Ranciére que nos sirve de guía: el poder clasificador de la policía queda interrumpido y trastocado por las irrupciones de la política. ¿Se trataría entonces de esto, del renacimiento de la acción política secuestrada durante tanto tiempo por el consenso y el sistema de partidos? Sí y no. Son desplazamientos que efectivamente reconfiguran las maneras de ver y de organizar lo real. Pero no siempre se hacen visibles exactamente a través de una ruptura, una escena pública y un discurso, sino que muchas veces son opacos y operan en silencio, no polarizan y rehuyen directamente comunicar, no afirman explícitamente otros principios para la vida en común, ni se ponen como alternativa. De ahí que se pueda detectar la crisis severa de la CT, pero a primera vista parezca que se derrumba como un castillo de naipes que se empujan unos a otros. De ahí también nuestra propia dificultad para interrogar y componernos con lo que está pasando.

El acontecimiento 11-M

Hay rupturas que dejan al descubierto el funcionamiento de las cosas. Son como desgarrones sobre el tejido social que nos permiten ver corrientes profundas, subterráneas3. En el 11-M de 2004, un larguísimo día con tres noches, ocurrió algo así. Los contornos de la CT se agudizaron y también se reactivaron y se hicieron visibles los desplazamientos que la están poniendo en crisis.

El 11-M, la CT se puso firme como un solo hombre (el famoso “sentido de Estado”) para mantenerlo todo bajo control. Que nunca pase nada es la norma que resume su filosofía práctica. Sin embargo, el 11-M no se convirtió en otro 11-S. Todo lo contrario. El estado de sitio informativo no funcionó, el racismo no prendió, la lógica de la seguridad no se impuso y se desdibujó la línea divisoria amigo/enemigo. Nada de todo esto se derivó de una simple implosión de los resortes de la CT, ni puede entenderse sin valorar la reacción social a los atentados: el miedo no vació las calles en favor del “poder de salvación” que es la CT, sino que la gente común expresó en ellas su duelo y su protesta sin dejarse marcar las formas ni los contenidos, hundiendo los monopolios del sentido.

El reparto autoritario de lugares y funciones de la CT quedó revocado de manera fulminante: ni los políticos lograron representar, ni la calle enmudeció, ni los medios de comunicación pudieron construir la “opinión pública”, ni los afectos quedaron relegados al ámbito de lo privado. Por un momento, la sociedad no estuvo definida en primer lugar por el “sálvese quien pueda”, sino por la afectación sensible hacia lo que tenemos en común.

Frente al monopolio de palabra, se afirmó una toma de palabra masiva. Palabras de duelo, palabras de apoyo, palabras de denuncia. Consignas, poemas, mensajes escritos en todos los soportes, lugares e idiomas imaginables. En santuarios improvisados, en la calle, en la Red. En castellano, en árabe, en rumano. Palabra viva, encarnada, plena de sentido.

Mezclada con silencios, abrazos, lágrimas, gritos, ruido de cacerolas. Palabra heterogénea, deslocalizada, dispersa. Que desbordó los cauces, las pautas y las palabras-fetiche de la representación (por arriba se hablaba de España, por abajo se decía “todos somos Madrid”; por arriba se hablaba de “lucha contra el terrorismo”, por abajo se afirmaba “paz”). Una multiplicidad de palabra disonante que tampoco se organizó bajo las formas tradicionales de lo colectivo: sindicato, partido, asociación de vecinos o movimiento social.

Frente al monopolio de los temas, se cuestionaron las respuestas automáticas y se abrieron preguntas desde abajo (“¿Quién ha sido?”). De pronto se hizo evidente qué tipo de cohesión es la que reivindica constantemente la CT: no es otra cosa que la fusión mediante el miedo de una masa obediente que delega todas sus capacidades (de pensamiento, de expresión, comunicación y acción) en el soberano, el cual se encarga de administrar el pánico y señalar al enemigo. 

Pero el enemigo se desdibujó el 11-M. ¿Se trataba de ETA, Alqaeda, el nacionalismo vasco, el islamismo radical, los árabes en general? Resulta que había una guerra (“ilegal e ilegítima”) en Irak. Resulta que el gobierno español la había apoyado y enviado tropas. Resulta que había mentido descaradamente sobre el origen de esa guerra.

Resulta que entre las víctimas del atentado casi la mitad eran inmigrantes y muchos de ellos árabes. Demasiados elementos vinieron a emborronar la simplificación de los problemas y las oposiciones mediante las que gobierna la CT: demócratas/violentos, nosotros/ellos, Occidente/barbarie, etc. Era una guerra global lo que había estallado en Madrid, haciendo trizas las fronteras del Estado-nación como coordenadas de inteligibilidad del mundo (¿en qué quedaba la consigna “por la Constitución, contra el terrorismo” aplicada a Alqaeda?). En la calle se desplazó con mucha fuerza la designación del enemigo cuando se decía: “el enemigo es la guerra”, “Madrid=Bagdad”.

Frente al monopolio del recuerdo, se improvisaron mil santuarios asilvestrados por todos sitios, al mismo tiempo que los minutos de silencio oficiales se vaciaban. Nadie se dejaba prescribir lo que tenía que sentir, ni tampoco dónde debía expresarlo. Como afirman las conclusiones del proyecto “Archivo del duelo”, que recogió y analizó las ofrendas depositadas en Atocha4, los santuarios salvajes no sólo sirvieron para expresar el duelo, sino también para comunicar y debatir. Las columnas de la estación de Atocha eran como un palimpsesto con varias capas de diálogo y discusión sobre el significado de lo ocurrido. 

Todo ello habla muy claramente de la necesidad sentida profunda y masivamente durante aquellos días de espacios abiertos de comunicación e intercambio sin filtros políticos o mediáticos. Sencillamente, los resortes de la CT (sus políticos, sus medios de comunicación, sus expertos, sus rituales) no le servían a nadie para pensar ni sentir libremente lo que estaba ocurriendo. Una cultura entera entró así en crisis.

El 14-M, el Partido Popular fue desalojado del poder mediante un voto táctico y masivo de miles de personas que habitualmente no acuden a votar y que ese día ejercieron así una especie de autodefensa colectiva. Durante la siguiente legislatura, se registraron numerosos cambios macropolíticos en el interior de la estructura de la CT: se desarrolló una nueva gobernabilidad (diferente a la del primer gobierno socialista) que tenía muy en cuenta que había sido aupada al poder por un insólito movimiento de protesta y rechazo a las políticas de la mentira, el miedo y la guerra; entre los dos principales partidos se abrió una pelea a muerte por apropiarse el uno contra el otro del marco y los consensos de la CT; aparecieron terceras fuerzas políticas que reivindicaban una fidelidad pura a los principios de la CT, sacrificados a su juicio en la lucha bilateral de los partidos mayoritarios; una nueva derecha mediática y social, por fuera de los partidos, tomó las calles una y otra vez convocando a miles de personas contra el gobierno; un nuevo periódico de tirada nacional pugna desde entonces por abrirse hueco en la margen izquierda de la CT, aprovechando el declive irreversible de legitimidad del faro mediático por excelencia de la cultura consensual más biempensante, etc.

Afectaciones comunes

Pero lo que es más interesante, lo que ocurre en marzo del 2004 nos habla también de algunos desplazamientos sísmicos que el acontecimiento 11-M precipita y visibiliza, de algunas experiencias de politización anómala. Yo distinguiría en ellas algunos rasgos:

-no extraen su fuerza de un programa o una ideología, sino de la afectación en primera persona. Esa afectación en primera persona, ¿qué es? Sentirse afectado es en primer lugar sentir que tu vida no puede continuar igual, que algo pasa y que has de hacer algo con eso que ocurre y te ocurre. Es una sacudida que atraviesa la existencia, suspende y desequilibra la normalidad, abre preguntas sobre el sentido de la vida que llevamos, hace que los otros importen realmente porque sólo con ellos podemos encontrar respuestas, imprime pasión y verdad en la banalidad ambiental, nos exige una elaboración creativa de sentido.

-por ello mismo, no encuentran necesariamente su sentido en la dicotomía izquierda/derecha. Por el contrario, la polarización izquierda/derecha funciona muchas veces como un mecanismo de desactivación de sus potencialidades. Por un lado, esa polarización propone un mapa del mundo a priori (la ideología) y bloquea así la necesidad de construir un mapa nuevo y saberes propios a partir precisamente de la ruptura subjetiva que es la afectación. Por otro lado, restringe la capacidad de interpelación del desplazamiento a quienes se identifiquen con uno de los bandos en disputa (izquierda/derecha), perdiéndose así la posibilidad de que la situación abierta hable a todos y convoque a cualquiera, esto es, la fuerza de lo universal.

-si la CT pretende a toda costa mantener la “cohesión”, en estas politizaciones anómalas se trata más bien de recrear “lo común” que es algo bien distinto: no un bloque homogéneo encolado por el miedo, sino un 'nosotros' abierto e incluyente. Es el sentido más profundo de ese “Todos somos Madrid” que se repitió el 11-M: una identificación heterogénea con una entidad medio vacía y medio ficticia en la que todos cabíamos, justo lo contrario de lo que ocurría con el enunciado “España”. Ese 'nosotros' rompe en los hechos con la alternativa que estrangula la imaginación política en la actualidad: o bien el consenso en torno a la democracia-mercado como única forma de vida en común, o bien la guerra de etnias, de religiones, de identidades y de todos contra todos. El protagonista clave de ese nosotros es “el cualquiera”, ese cualquiera que es mi semejante aunque no lo conozca, que es mi semejante aunque no nos una ningún predicado identitario común excepto ser igualmente humanos, ese semejante al que se aludía diciendo “en ese tren íbamos todos” o “esto podría haberle pasado a cualquiera”. No se trata de la figura abstracta del “ciudadano” definido por su pertenencia al orden de la Ley y del Estado, sino de un otro a la vez desconocido y concreto, anónimo y de carne y hueso.

-no anuncian otro mundo posible, sino que se activan para que no se deshaga el único mundo que hay. Son desplazamientos que potencian lo social y transforman lo posible, pero no buscan necesariamente destruir el sistema, construir un polo político visible o fugarse hacia un afuera utópico. De ahí que tampoco tengan mayores problemas para hacer un uso táctico de los resortes al alcance de la mano, como el voto en las elecciones del 14 de marzo. ¿Define esto una posición puramente defensiva o conservadora? De ninguna manera, porque luchar para que no se deshaga el mundo implica hoy recrear lo común, recrear nuestro vínculo con la realidad, aunque ya no sea bajo el horizonte de otro mundo posible, ni de una alternativa global de sociedad.

Desplazamientos

Ahora lanzo los dados y hago una apuesta: seguimos viviendo en el acontecimiento 11-M. Este sería el enunciado de una hipótesis aún por verificar. Su contenido afirma que los rasgos de esa nueva forma de politización siguen vivos hoy en multitud de experiencias dispersas en el tiempo y el espacio, por supuesto sin referencia necesaria ni vínculos directos con lo ocurrido el 11-M. No me refiero a la aparición de un nuevo protagonismo social, un contrapoder explícito, bien visible, como el que ha podido aparecer en otras latitudes tras una insurrección (pienso por ejemplo en Argentina tras el 2001), sino más bien a la persistencia de una corriente subterránea, quizás apenas perceptible en la superficie de lo social, pero que a su modo continua agrietando los pilares de la CT. Son desplazamientos. Movimientos sociales que no son movimientos sociales. Espacios de anonimato.

La crisis de la representación atraviesa hoy todos los órdenes: cultural, político, mediático, intelectual, educativo, etc. Las palabras, los temas y los recuerdos proliferan. Rebosan por fuera de los límites de las instituciones tradicionales: partido, media, sindicato, museo, universidad. Por doquier afloran extrañas constelaciones que piensan, producen y crean a partir de sus propias vidas sacudidas y problemas situados. Blogs, redes sociales, nuevas formas de creación cultural, cooperativas o empresas de lo común que se sitúan en y contra el mercado, centros sociales de segunda generación, movilizaciones sociales autoconvocadas (como el movimiento de V de Vivienda o la protesta contra la Ley Sinde), creadores invisibles, foros de memoria histórica o comunidades de afectados que toman la calle y afirman en voz alta "nada sobre nosotros sin nosotros". Multitud de experiencias que piensan a su manera: profana y sin Autor, empírica y en proceso, sin respeto por las fronteras entre géneros y disciplinas, sin respeto por los filtros autoritarios, poniendo en juego otras racionalidades y sensibilidades, haciendo un bricolaje desenvuelto entre distintos materiales, entre distintos saberes. Por supuesto, estos desplazamientos y espacios de anonimato se dan en la Red, donde la crisis de la representación salta a la vista y los intermediarios están al borde de la histeria, pero no sólo, ni tampoco se trata únicamente de un “efecto tecnológico”.

Por lo demás, la crisis de los centros jerárquicos de sentido no es un proceso unilateral de emancipación. Trae consigo ruido, fraude, paranoias. Grupos que sostienen y difunden la creencia en todo tipo de conspiraciones. Usos fraudulentos y abusivos de la Red. Patrullas ciudadanas que autogestionan el miedo en los barrios. Una Nueva Derecha 2.0. que arraiga con mucha fuerza en el malestar social. Movimientos contra la corrupción y la ineficacia de jueces, políticos y policía que reclaman jueces, políticos y policía más severos. Es el reverso tenebroso de la crisis de la representación y los fenómenos de autoorganización social: desplazamientos oscuros. Contra ellos, los perros guardianes de la CT nos advierten mediante el discurso del miedo: querrían imponernos una alternativa entre las “sabias jerarquías” de la CT y el “caos horizontal”, como si no pudieran existir modos de auto-regulación de lo común colectivos y distribuidos. Como siempre dice un amigo, “la salida del infierno está allí donde las llamas son más altas”.

Si nos cuesta ver (detectar, sentir, valorar) esas corrientes subterráneas y anónimas es quizá porque sus agentes activos no son actores políticos inmediatamente identificables y reconocibles. Es decir, no se trata de una Cultura con mayúsculas, pero de signo opuesto: con sus intelectuales críticos, sus periodistas conscientes, sus artistas comprometidos. La figura clásica del Gran Vigía que concentraba los anticuerpos de la crítica y mantenía alerta a la sociedad ha quedado en un segundo plano. Su legado se reproduce difícilmente en las jóvenes generaciones, que Franco Berardi (Bifo) ha llamado "post-alfabéticas", educadas en la cultura de la imagen, la cultura pop de los cómics y el cine de masas, la música electrónica, la televisión o Internet.

Tampoco estamos exactamente ante "nuevos o novísimos movimientos sociales". Pensarlos como tales supondría echar en falta la estructura organizativa, la identidad del nosotros, la ideología o el programa, la alternativa de sociedad, la relación de fuerzas, etc. Es decir, juzgarlos por lo que no son y perder de vista lo que sí saben hacer: ocupar de otra forma el espacio público, inventar nuevos vínculos entre el yo y el nosotros, hacer un uso afirmativo (y no padecido) de las tecnologías, elaborar colectivamente lo afectivo, abrir espacios de cualquiera más allá de las divisiones ideológicas-sociológicas-geográficas, producir enunciados que interrumpen el sentido común dominante (verdades no ideológicas que mezclan realismo y desafío, como el “no nos representan” del movimiento contra la guerra de Irak, el “mañana votamos, mañana os echamos” del 13-M, el “no tendrás casa en la puta vida” de la V de Vivienda). Son resistencias más opacas, más ambiguas, más vacilantes, más intermitentes, más balbuceantes, más difíciles de reconocer como “luchas” o “victorias” que los movimientos sociales, pero no por ello menos interesantes, ni menos potentes.

Tampoco resulta muy interesante leer los desplazamientos con la categoría-lente de “conflicto/tapón generacional”. Seguramente el “conflicto generacional” será más bien un modo de reconducir la crisis de la representación por parte de la CT: integrar a algunas figuras de las jóvenes generaciones, ampliando un poco el marco de lo posible y refrescando así las estructuras de poder. Es un proceso ya en marcha, sobre todo en el ámbito cultural. La CT dejará pronto de ser “viejuna”. Por supuesto, lo interesante sería no tanto que algunos jóvenes logren colarse por el tapón, como la ampliación de las capacidades de cualquiera. Es decir, que los desplazamientos en curso logren no ser absorbidos como una simple “posibilidad” más del menú existente, sino que se desarrollen como crisis y alteridad, como conflicto y como fuente de otras lógicas. Es una “batalla” abierta, en la que está todo por pensar, hacer, inventar.

El arte de esfumarse

Se sabe que Leonardo consiguió la enigmática expresión de la Gioconda mediante la técnica del esfumado, que consistía en difuminar los contornos de las figuras para lograr una especie de neblina sobre la obra. De ese modo, Leonardo no sólo se rebelaba con esas pinceladas borrosas contra la nitidez y las líneas precisas que imperaban en la pintura académica de su época, sino que planteaba una profunda propuesta creativa: la aceptación de la incertidumbre y lo ambiguo como estrategia para mantener la mente flexible y abierta ante los cambios y lo inesperado.

En el caso de los espacios de anonimato no hay creador. Son prácticas sin autor que se dibujan a sí mismas. Pero también son enigmas que nos interpelan: ¿cuándo aparecen, quién se junta, para qué? Se esfuman, pero esfumarse como hemos visto no significa desaparecer, sino aparecer borroso: camuflarse en las reglas del juego para romperlas desde dentro, como cuando el movimiento V de Vivienda reivindicaba el artículo 47 de la Constitución española (de imposible cumplimiento en las condiciones actuales); difuminar los contornos identitarios para saltar las fronteras sociológicas e ideológicas que nos dividen cotidianamente, facilitando así que cualquiera pueda implicarse en primera persona; provocar una neblina protectora contra las etiquetas que estigmatizan o criminalizan ("anti-sistema", etc.), que nos vuelven gobernables y previsibles. En definitiva, convocan una huelga de identidades donde podemos ensanchar juntos lo posible.

Aprender a escucharlos e impregnarnos de su fuerza de transformación nos exige rebelarnos contra las exigencias de nitidez y líneas precisas (izquierda/derecha, etc.) que imperan en las miradas dominantes sobre lo político y aceptar el desafío de mezclarnos con lo imprevisible y ambivalente hasta el punto incluso de llegar a preguntarnos si seguimos siendo de los nuestros.

(*)  Filósofo, activista y escritor. Co-director de la editorial Acuarela Libros

(Artículo publicado en el número 1 de la revista El Estado Mental, de enero-febrero 2011) 

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Algunas (muy pocas) referencias donde se inspira o se prolonga lo expuesto aquí :

Jacques Rancière, El desacuerdo, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996 (sobre los conceptos de policía y política)
Guillem Martínez, Pásalo, Barcelona, Debolsillo, 2004 (sobre la CT y el 11-M)
Daniel Blanchard, Crisis de palabras, Madrid, Acuarela Libros, 2007 (sobre la instrumentalización del lenguaje)
Sobre el movimiento V de Vivienda: http://agitpub.wordpress.com/
Maurice Blanchot, Escritos políticos, Madrid, Acuarela, 2010 (sobre el concepto de “poder de salvación)
Jean Baudrillard, A la sombra de las mayorías silenciosas, Barcelona, Kairós, 1978 (sobre las zonas de opacidad en lo social)
Amparo Lasén, “Movimientos, mobidas y móviles: un análisis de las masas mediatizadas” (se puede encontrar en la Red), en Cultura digital y movimientos sociales, La Catarata, 2008. Sobre este mismo tema, entrevisté a Amparo para Público: http://blogs.publico.es/fueradelugar/category/amparo-lasen
Alain Brossat, Le grand dégoût culturel, Broché, 2008 (sobre la cultura de mercado)
Giorgio Agamben, La comunidad que viene, Pretextos, Valencia, 1996 (sobre el concepto de “singularidad cualquiera”)
VVAA, Red Ciudadana tras el 11-M, Madrid, Acuarela Libros, 2008 (sobre el 11-M y sus despueses)
Franco Berardi (Bifo), Generación post-alfa, Buenos Aires, Tinta Limón, 2007 (sobre las nuevas generaciones y su “otro cerebro”)
El párrafo sobre el “monopolio de la memoria” surge de conversaciones con mi amigo Juan Gutiérrez (http://blogs.publico.es/fueradelugar/category/juan-gutierrez)
Las reflexiones de Margarita Padilla nutren constantemente el texto, la entrevisté en Público sobre las transformaciones de la Red (http://blogs.publico.es/fueradelugar/category/margarita-padilla) y con ella escribí “Las luchas del vacío”
Espai en Blanc (www.espaienblanc.net) (sobre todo)

1. Ese análisis se puede conocer en su literalidad por ejemplo a través de su antiguo blog: guillemmartinez.com
Las citas de Guillem Martínez pertececen a la entrevista que le hice para el diario Público y que puede consultarse aquí (algunas de mis diferencias con los análisis de Guillem se pueden intuir al trasluz de su lectura: la naturaleza de la Nueva Derecha, la evolución de la CT, su implosión...).
2. ¡Cuando en tantísimos casos no era la democracia-mercado por lo que se luchaba!
3. Por ejemplo, las corrientes que habían dado lugar a movimientos como el Nunca Máis o el “no a la guerra”.
4. Puede leerse aquí la entrevista que hice para Público a su responsable, Cristina Sánchez Carretero.

Voladura de IU / Felipe Alcaraz *

Mientras va tomando cuerpo, como si fuera un precipitado químico, una gran operación para la voladura de IU y, al par,  la recomposición del espacio socialdemócrata tras el zapaterismo (están empezando a descontar su derrota), nosotros, enredados en el tema de Extremadura, nos tapamos los ojos y miramos hacia otro lado, intentando solucionar desde el silencio y la transparencia algo que necesita ya una respuesta urgente. 

Una gran operación, repito, que pasa por descatalogar políticamente la figura de Cayo Lara, dividir a la actual mayoría de IU y obsesionar a una serie de dirigentes con la necesidad de una especie de “limpieza” interior que alimentaría todas nuestras debilidades y nos sacaría de la senda del crecimiento por la que habíamos empezado a transitar.

        El asunto de Extremadura es ya un tema del pasado, y si seguimos actuando de la manera que ha decidido una parte de la dirección, lo único que vamos a hacer es debilitar al extremo a los dirigentes sobre los que se puede montar el futuro. Sí, es verdad, han cometido un error, pero a partir de ahí yo también soy absolutamente contrario a expedientes, sanciones y, mucho menos, expulsiones.

¿Qué pasa, que a veces en ciertos dirigentes el PSOE actúa como una especie de super-yo que condiciona nuestro futuro y marca lo que tenemos que hacer y lo que no? Podemos cometer errores políticos, pero no tenemos derecho a iniciar el camino de la inmolación de todo el proyecto, en función de la miopía de un grupo.

La operación ya está en marcha. Operación Voladura de IU. Se trata de debilitar al máximo a Cayo Lara (ahí está ese papel indigno de quien  estos días nos  daba lecciones de coherencia desde el Congreso y los “suyos” eran los máximos valederos de que pasara el PP en Extremadura), de repetir la idea de que somos los máximos perdedores de las últimas elecciones (aun subiendo 200.000 votos. 

El PP sólo ha subido 500.000, por cierto), como ha hecho un poeta famoso; de airear una serie de encuestas, encargadas ad hoc sobre la bajada de IU y su acercamiento al desagüe, de repetir que IU no quiere abrirse, a pesar de las propuestas “modernas” y los dirigentes tan vendibles que van a ofrecer (Llamazares ha hablado de Garzón  y de Almudena Grandes)… 

Todo ello para justificar lo que llaman alianza amplia. Una convergencia sin programa posible con referentes de CIU (El Bloc, en Valencia), con ciertos grupos de verdes, con Equo e ICV, con los restos periféricos que creó la “gobernanza” de Llamazares (Compromís, Paralelo 36 y escisiones en Navarra, Baleares Euskadi, etc. etc.) y con los artistas de la postceja circunfleja.  Y llegados aquí lo de menos, para muchos de ellos, no son sus propios resultados, sino anular la subida de IU y generar el último capítulo de la voladura. Incluso han liberado distintas avanzadillas de futuro: caso Rosa Aguilar o caso Inés Sabanés.

¿Seremos, en suma, capaces, de ponernos a lo nuestro, a reforzar nuestro discurso, a que Cayo Lara siga con su discurso anticapitalista, republicano y federal, y a organizar una refundación por abajo y de forma participativa? ¿O nos dejaremos enredar (Carrillo también moja sopas: la culpa es de Cayo)  en un caso, el de Extremadura, que ya es el pasado? ¿Sabremos reaccionar o  nos convertiremos en ese pájaro que se queda pasmado ante las lenguas bífidas unos segundos antes de ser devorado?

 (*) Ha sido diputado en el Parlamento Andaluz, secretario general del PCA, diputado en el Congreso de los Diputados, Presidente Ejecutivo del Partido Comunista de España y portavoz federal de Izquierda Unida.

martes, 28 de junio de 2011

Copiar, robar, mandar / César Rendueles *

El crecimiento de los beneficios derivados de la propiedad intelectual constituye una de las principales componentes de la reorganización del capitalismo mundial de los últimos veinte años. Ya a principios de los años noventa la propiedad intelectual constituía el 30% de las exportaciones de Estados Unidos. Precisamente una de las principales diferencias de la OMC respecto al GATT fue la inclusión del comercio invisible entre sus áreas de competencia y la aceptación de las normas de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. 

En este sentido al menos, es evidente que la industria del copyright guarda una estrecha relación con el gigantesco desarrollo del capitalismo financiero de las últimas décadas. Pero se puede ir más lejos y afirmar que el comercio intelectual comparte con la especulación financiera e inmobiliaria rasgos formales de eso que la tradición marxista ha llamado ``capital ficticio''. 

En principio, la legitimidad del capital ficticio se basa en las expectativas de que será validado por futuras actividades productivas; por ejemplo, en el campo inmobiliario, su razón de ser sería atender las previsiones de la próxima demanda de vivienda. No obstante, en la economía actual es la fuente de beneficios de rentistas y especuladores que sacan provecho de su poder monopolista pero que, recordémoslo, ``en principio, no son un elemento integral del capitalismo''.1 

Es decir, en los mercados financieros, como en las grandes operaciones inmobiliarias o en el comercio invisible existen royalties que no proceden de la producción sino que constituyen una auténtica usura social. Así, en aquellos medios de comunicación de masas en los que el coste marginal de cada nuevo uso tiende a cero y es posible limitar su acceso, las multinacionales pueden cobrarnos por productos virtualmente gratuitos. Esto marca una diferencia considerable respecto a la industria de la copia tradicional donde por mucho que existan asombrosas economías de escala cada nuevo uso implica una nueva mercancía con tiempo de trabajo social incorporado. Es como si los mercaderes del copyright, cumpliendo una añeja fantasía infantil, tuvieran en su oficina la máquina de fabricar dinero. 
 
Así, no es raro que la mayor parte de los debates que hoy día existen en torno a la propiedad intelectual se desarrollen en el nivel de los grupos de consumidores que intuyen que la industria del copyright no respeta las reglas del sistema mercantil. El alza artificial de los precios inmobiliarios por obra y gracia de los especuladores se traduce en el hecho de que las familias españolas dedican ya el 50% de su renta a la vivienda. De modo análogo la especulación cultural genera dinero como por arte de magia en la medida en que la sociedad asume como costes los beneficios de los oligopolistas que o bien incrementan el precio de las mercancías en más de un 300% (CD's) o sencillamente están en condiciones de añadir consumidores sin coste adicional (Internet, televisión vía satélite...); todo ello sin dejar de saquear las inversiones públicas en tecnología, educación, arte o investigación.2 

En este contexto, la industria lleva más de una década buscando métodos para lograr aprovechar al máximo las potencialidades monopolistas de la propiedad intelectual: técnicamente se han desarrollando distintos métodos que van desde el pay-per-view hasta los mecanismos de codificación; en el plano legal se ha tratado de desfigurar la legislación tradicional sobre propiedad intelectual; en el ámbito ideológico (en abierta contradicción con la estrategia anterior) se ha ensalzado el derecho de autor como pilar de la creación no sólo porque Stephen King despierta más simpatías que Random House, sino porque en el sector cultural los autores constituyen uno de los pilares históricos de la diferenciación del producto, un recurso comercial típico de los sectores oligopolistas.

Si se acepta discutir en este plano que propone la industria, el debate parece retornar a los tipos clásicos sobre propiedad intelectual y derecho de autor que, en términos muy generales, se pueden resumir en tres puntos de vista distintos:
  1. Si algo merece el nombre de propiedad es la propiedad intelectual, su legitimidad está fuera de toda duda pues es la creación exclusiva de su autor. Autoría y propiedad intelectual vendrían a ser términos prácticamente sinónimos. Esta tesis suele ir acompañada de la idea (1b) de que la remuneración es el único medio de incentivar la creatividad. 
  2. La propiedad intelectual no es como las demás, no sólo por su inalienabilidad sino porque guarda una relación intrínseca con la comunidad que le da sentido. Asociada a esta idea suele estar la de aquellos que mantienen (2b) que es imprescindible encontrar un equilibrio entre el uso público de los productos culturales y su explotación comercial.
  3. La propiedad intelectual es una farsa que se fundamenta en un mito romántico (el autor) al que la sociedad burguesa ha dado estatuto jurídico. Desde esta posición -mantenida por un confuso magma entre surrealista, postestructuralista y situacionista- se tiende a postular el plagio como máximo momento de resistencia al capital en el ámbito de la cultura.3
Es importante notar que 1a) y 2b) no son corolarios de 1) y 2) sino mero anejos contextuales. Así, en mi opinión la única postura sensata es la de 2) si bien de ningún modo comparto 2b). A diferencia de lo que ocurre con las patentes, la creación cultural no se confronta con la cosa misma sino con una comunidad de oyentes que le da sentido. 

Esto no significa que la idea de autor sea un mito -o al menos que sea un mito peor que la noción místico-keatsiana de una posesión del poeta por parte de las musas-, sino que el concepto de autor, como el de literatura o música, es insignificante al margen de un marco público.

De este modo, 2) es compatible con un concepto de autor y de originalidad basados en el manejo y la reelaboración de un conjunto de utensilios heredados cuyo significado se define en contextos retóricos renovables.4 Lo que sí implica 2) es la necesidad de proteger esa esfera pública de cualquier práctica mercantil que la ponga en peligro. Obviamente esta idea supone una extensión en el ámbito cultural de una tesis que Polanyi ha mantenido respecto al trabajo, la tierra y el dinero. 

Es preciso ser prudente a la hora de manejar este tipo de argumentos pues es fácil confundir los efectos poco saludables de la mercantilización del arte (una crítica antiburguesa) con las consecuencias de la concentración monopolista (una crítica anticapitalista), como veremos mi razonamiento tiene que ver con este último aspecto por mucho que también simpatice con el primero. 

Por último, reconozco mi abierta hostilidad hacia las formas más desaforadas de 3). Me parece uno de esos alardes ideológicos que llevan a asumir versiones caricaturizadas de los propios argumentos. Por ejemplo, una de las respuestas más frecuentes a las que uno se enfrenta al abogar por la propiedad colectiva de los medios de producción viene a recordar lo desagradable que resulta compartir el cepillo de dientes o vivir en comunas. 

Curiosamente, nunca tarda en aparecer un compañero de viaje terriblemente contracultural que proclama la absoluta necesidad de compartir el cepillo de dientes y vivir en comunas. 

En cualquier caso, lo importante aquí es advertir que las distintas nociones de autor no están asociadas unívocamente a una forma de retribución o de difusión determinada: tal vez el único incentivo del autor sea económico, pero de ahí no se deduce quién tiene que asumir la carga de la retribución. En definitiva, los planos estéticos, laborales y comerciales de la propiedad intelectual no están ligados inextricablemente por conexiones lógicas sino que son el producto de una evolución contingente que admite enormes matices.

Los límites del derecho de autor

A estas alturas ya debería ser ocioso recordar la estrecha relación que existe entre la aparición de la imprenta, la propiedad intelectual y la noción moderna de autor: ``La lucha por hacerse con el derecho a publicar determinado texto suscitó debates novedosos sobre temas como el monopolio y la piratería. La imprenta forzó la definición legal de aquello que pertenecía al dominio público. La propiedad común literaria quedó sujeta a 'procesos de enclosure' y el individualismo posesivo comenzó a caracterizar la actitud de los escritores hacia su obra''.5 

No obstante, es muy cierto que, como ha señalado D. Saunders, la conciencia de este vínculo a menudo ha llevado a establecer narraciones teleológicas en las que la situación actual se muestra prefigurada en procesos que tuvieron un desarrollo relativamente independiente.6
 
Como es sabido, las primeras ordenaciones legales de la industria de la imprenta aparecieron en la Venecia de finales del siglo XV en forma de monopolios otorgados por la autoridad a ciertos impresores a cambo de lealtad política. Se trata de un modelo muy difundido y que en Francia sólo desapareció tras la Revolución Francesa (por cierto, con resultados económicos catastróficos). De modo análogo, en Inglaterra las primeras leyes que regulaban el copiado estaban muy vinculadas a la censura y al control político. 

Lo fundamental de esta primera fase legislativa es que en ningún caso se tenía en cuenta los derechos de autor, únicamente se pretendía amparar a editores y libreros frente a la piratería. Así, la primera legislación moderna del copyright, el Estatuto de la Reina Ana de 1710, era una ley de protección de la inversión que trataba la propiedad intelectual desde el punto de vista de las patentes.7 

Para que esto cambiara se tuvo que dar no sólo una transformación del sistema de mecenazgo tradicional sino, sobre todo, una larga batalla judicial por parte de los escritores que pretendían obtener remuneración de la venta de sus libros. 

Al mismo tiempo, se estaba produciendo un debate sobre el interés público implícito en la propiedad intelectual con muy diferentes ramificaciones que iban desde la crítica de la mercantilización del arte hasta la censura del carácter inevitablemente monopolista de la producción editorial. Las constituciones burguesas sancionaron la necesidad de salvaguardar el interés público al vincularlo explícitamente a la función difusora de los editores y al incentivo a la creatividad que supone la remuneración del autor.

A finales del siglo XVIII, las disposiciones para garantizar el equilibrio entre estos elementos llevaron a situaciones sorprendentes desde el punto de vista actual.  Así, algunos estados norteamericanos imponían límites al monopolio del copyright en forma de justiprecios, es decir, que si el propietario del copyright vendía un libro a un precio que superara su inversión en trabajo y gastos más una compensación razonable por el riesgo asumido, entonces los tribunales podían determinar un precio más adecuado.8 

Dejo al lector la tarea de imaginar lo que ocurriría si este mecanismo se aplicase hoy en día a la producción de, por ejemplo, discos compactos. 

El último de los principios generales del derecho de autor en hacer su aparición fue el derecho moral, el principio de la propiedad intelectual más vinculado a la categoría estética de autor en sentido romántico.9Lo curioso es que en los sistemas modernos de copyright -al menos en los de la Europa continental- se ha dado una completa inversión de la cronología, de modo que el droit moral ha pasado a ser el mascarón de proa de la propiedad intelectual, el elemento del que se hace depender la retribución del autor y del difusor.10
 
El resultado de todos estos procesos complejos e interrelacionados es un sistema legal internacional de propiedad intelectual más o menos coherente (a menudo menos que más) con tres planos fundamentales:
  1. Un sistema de protección de la inversión de los productores de copias por medio de los derechos conexos. Generalmente, su legitimidad se hace depender de la contribución de los ``auxiliares de la creación'' a la difusión de las obras.
  2. Un sistema de protección del derecho moral y patrimonial del autor.
  3. Un sistema de protección del interés público a través de un mecanismo de excepciones que libera la propiedad intelectual en determinadas circunstancias.11 Es sorprendente lo a menudo que se obvia este elemento fundamental de las legislaciones sobre la propiedad intelectual. Básicamente, hay dos modelos de protección del dominio público: el del derecho europeo basado en un sistema de excepciones bien establecido para, por ejemplo, usos relacionados con la educación, la información o la parodia y un sistema de excepciones abierto como es el fair use americano.
Es muy importante recordar hasta qué punto la interpretación diferencial de estos elementos podría haber dado lugar a situaciones muy distintas. Por ejemplo, una sociedad con leyes antimonopolistas estrictas, en la que la remuneración de los autores no dependiera o sólo dependiera parcialmente de la venta de la obra, con grandes inversiones en medios de comunicación públicos y con una interpretación generosa del fair use tendría un régimen cultural substancialmente distinto al que hoy existe sin modificar apenas los factores en juego. 

Sin embargo el panorama legislativo está cambiando a marchas forzadas a resultas del desarrollo y la concentración de la industria de la copia. Más allá de la persecución de las redes peer-to-peer en Internet, se está produciendo un profundo giro legislativo por lo que toca a la propiedad intelectual.12 

Existe una evidente conexión entre los intereses de las multinacionales del copyright y las reformas políticas que se están produciendo en todo el mundo y, muy especialmente, en la Unión Europea. Las leyes de propiedad intelectual se están transformando en un sistema de protección de la inversión extrañamente arcaico en el que el la propiedad misma se concibe como una forma de remuneración del difusor. 

Una de las más peligrosas consecuencias de este desplazamiento del derecho moral del autor como núcleo normativo del copyright es que (muy postmodernamente) la creación de formas originales deja de ser condición indispensable del reconocimiento de la propiedad intelectual y la propia materialidad se muestra como apropiable. Esto resulta particularmente perspicuo en la legislación sui generis sobre bases de datos pero tiene connotaciones mucho más amplias que alcanzan asuntos como las patentes biológicas.13 Por último, se están produciendo restricciones de los sistemas de excepciones que protegían el interés público de la mercantilización de la cultura. 

Por eso situar el debate actual sobre la propiedad intelectual en el plano del derecho de autor tradicional es una maniobra ideológica. Desde el punto de vista ilustrado buena parte del comercio intelectual contemporáneo podría ser considerado simplemente ilegal. Creo que esta transformación supone la sanción legal definitiva de un régimen de expropiación estructural de un importantísimo ámbito de nuestra vida pública, un régimen que se lleva gestando desde hace décadas a través de un proceso de concentración de los medios de comunicación de masas.

Oligopolio y oligarquía

Me parece llamativo lo a menudo que las defensas de un régimen de propiedad intelectual más respetuoso con el ámbito público se limitan a tratar formas artísticas y culturales de vanguardia. Es cierto que en los últimos años algunos artistas se han enfrentado a limitaciones en su trabajo a causa del copyright,14 pero se trata de un asunto tradicional que guarda relación con lo difícil que resulta establecer los límites del plagio y la originalidad.15 

Este culteranismo resulta particularmente curioso si observamos dichas prácticas desde el punto de vista que con enorme valentía nos propone Eric Hobsbawm al señalar la patente ineficacia política del arte contemporáneo.16 

Por supuesto, el caso de las artes plásticas es particularmente sangrante dada la obsesión de sus autores por un imposible activismo artístico-político (preferentemente postmoderno), pero el argumento es perfectamente extensible a la literatura o la música culta. 

Evidentemente, la única conclusión que cabe sacar de esa esterilidad política del arte actual es que no es arte en ningún sentido razonable. La posibilidad (no la necesidad, claro) de resultar políticamente eficaz es un buen indicador de la diferencia entre el arte y la decoración de interiores, entre la literatura y la prosa comercial, esto es, de la existencia de una estructura retórica significativa cuya convencionalidad queda difuminada por su capacidad para transformar las vidas de sus partícipes. 

Por eso no es exagerado decir que la literatura, las artes plásticas, la música y el cine cultos han pasado a ser actividades privadas que poco tienen que ver con ese universo que a duras penas designamos con la palabra cultura. Para comprender esta transformación basta comparar esas prácticas con la música popular contemporánea. La forma en que millones de personas se sienten incumbidas por la música, el modo en que afecta a su modo de habitar el mundo, nos recuerda la forma en que antes se miraba un cuadro o se leía una novela. 

De hecho, no es raro que la música juegue un papel decisivo en la educación política de muchos jóvenes. Por eso resultan particularmente irritantes los intentos de elevar la música popular a los altares de la gran cultura. Más bien deberíamos preguntarnos qué clase de mundo es este en el que la más sofisticada expresión artística digna de tal nombre es un concierto de rock. 

 Esto viene a cuento porque creo que a menudo nos limitamos a denunciar la evidente estafa que caracteriza el mercado cultural actual sin señalar los peores efectos de la capitalización de la industria del copyright. En las discusiones clásicas sobre el dominio público se daba por hecho que no había usura en los intercambios, que las mercancías culturales se vendían a su valor y aún así se planteaba los perjuicios para la esfera pública de ese mercadeo. Y precisamente quienes intentan hoy recuperar dicho debate yerran completamente su objetivo al identificar ese common expropiado con alguna tradición literaria o artística. 

Dentro del capitalismo del copyright uno puede seguir leyendo a Musil o escuchando a Satie (precisamente porque han pasado al ámbito privado), lo que no se puede hacer es leer un periódico o ver la televisión sin escuchar una sarta de mentiras completamente absurda. Es por eso que creo que el auténtico lugar de expresión estética de un mundo tan grotescamente estetizado como el nuestro es la prensa. 

Sé que resulta extraño pensar que en vez de Virgilio tenemos la CNN pero es la única conclusión que, al menos, hace justicia a Virgilio. Del mismo modo, la única forma de entender tanto a Goya como al Equipo Crónica es compararlos con algún tipo de contrainformación sobre la España del XIX y de la transición respectivamente y no, desde luego, con las ingentes muestras de manierismo pequeñoburgués que se conservan en la Tate Modern. 

En realidad, no es crucial para mi argumentación la tesis sobre el estatuto privado del arte contemporáneo o su pasado público. Lo único importante es que se reconozca que la prensa actual dispone de una considerable eficacia política, al margen de si el arte la ha tenido alguna vez o no. Cuando hablo de "prensa'' no me refiero a las crónicas de sucesos sino al hecho de que literalmente resulta difícil discernir esas crónicas de un abigarrado conjunto de acontecimientos deportivos, tertulias radiofónicas y películas de Hollywood con los que nos sentimos políticamente concernidos (por supuesto, el rechazo visceral es una forma de vínculo como cualquier otra). 

Pues bien, la industria del copyright -toda ella, desde el mercado del libro a las patentes biológicas- ha propiciado una concentración mediática clave para entender las estructuras de poder político en el mundo actual. El derecho de autor es el instrumento legal que ha permitido a algunos medios de comunicación crecer desmesuradamente fagocitando a sus competidores y anulando de paso la presencia pública de las alternativas políticas a la dictadura de los intereses capitalistas. 

Cuando se discute sobre copyright no hay que olvidar que actualmente en España hay, tirando por lo alto, dos únicas plataformas mediáticas (ampliamente participadas por multinacionales) que controlan la totalidad del mercado de la información. Habría sido imposible llegar a esta situación si la industria mediática no ofreciera unas plusvalías ridículamente elevadas merced a una legislación del copyright que protege los privilegios de las multinacionales frente a los intereses -económicos, pero también culturales y políticos- de los usuarios. 

Más aún, este oligopolio mediático ha transformado las relaciones laborales en los medios de comunicación condicionando la calidad de la información y propiciando considerables dosis de (auto)censura.17 Y esto ocurre en un mundo en el que han desaparecido los antiguos círculos en los que se conformaba la identidad política: los amigos, el sindicato o la familia, así como no pocos colectivos y organizaciones políticas, se han alejado también de una esfera pública en la que sólo la prensa ejerce ya alguna influencia. 

Uno puede mantener con coherencia -aunque poco convincentemente- que los beneficios derivados de la comercialización cultural son mayores que los perjuicios que supone para el dominio público; puede hacerlo porque desgraciadamente los antiguos argumentos que alertaban sobre el peligro de mercantilizar la cultura han pasado a mejor vida junto con las formas culturales que trataban de defender. Lo que nadie podría negar son los fascinantes efectos que el crecimiento de la industria del copyright y su proceso de concentración han obrado sobre la prensa, esto es, sobre un ámbito crucial en la formación política de las masas. 

Si cabe calificar de auténtica expropiación esa concentración es porque la prensa es un elemento clave en la consolidación de un panorama político en el que está virtualmente excluida cualquier opción que no acepte como condición previa el sometimiento a una estructura de injusticia inaceptable. 

El capitalismo del copyright no sólo nos está robando un montón de dinero con cada producto que nos vende sino que, sobre todo, se ha apropiado del único ámbito discursivo cuya eficacia política está fuera de toda duda. Así pues, el peor efecto del sistema de copyright -un efecto al que difícilmente podemos escapar a través de iniciativas tan encomiables como la del copyleft- es que propicia el monopolio de la esfera pública por parte de los grupos de poder económico y político. 

No creo que sea muy difícil de entender cómo la tendencia a la concentración -una característica crucial de la reproducción ampliada del capital- favorece la complicidad entre el poder político y la prensa. Como respuesta a las posibles objeciones de los fanáticos del individualismo metodológico me gustaría señalar que esta no es tanto una tesis funcionalista como una mera constatación empírica. Resulta relativamente sencillo establecer los mecanismos concretos de conexión entre poder político, poder mediático y poder financiero. 

A modo de ejemplo y sin entrar en el terreno de los intereses materiales, resulta revelador que el consejero delegado de Antena 3, el ex presidente de Telefónica (uno de los grupos propietarios de Antena 3), el consejero delegado de PRISA y el presidente del gobierno coincidieran en las aulas de un famoso colegio madrileño. 

Hasta donde yo consigo entenderlo resulta difícil pensar en una práctica cultural antagonista que no tome como punto de partida una profunda conciencia de esta relación entre el desarrollo económico de la industria de la copia y la formación de plataformas mediáticas que posibilitan la manipulación ideológica a gran escala. 

El análisis del modo en que la mercantilización de la propiedad intelectual fomenta la consolidación de cauces informativos sesgados en beneficio de los intereses del capital constituye un buen antídoto tanto contra las reflexiones sobre los efectos del copyright en términos únicamente discursivos como contra el espíritu endogámico (por no decir onanista) que preside buena parte de las reflexiones de la izquierda cultural. 

Por raro que parezca, el único consejo sensato que hoy podría darle Rilke a un adolescente sería que se dedicara a la contrainformación en Internet o en una radio libre y dejara la composición de elegías para sus ratos de ocio. 

(*) Doctor en filosofía. Profesor asociado de sociología en la Universidad Carlos III.

Notas al pie


... capitalismo''.1
P. Gowan, La apuesta por la globalización, Madrid: Akal, 2000, p. 29; véase también D. Harvey, The Limits to Capital, Londres: Verso, 1999, cap. 9.4 y cap 11. 6.
... investigación.2
A. Callinicos ha subrayado con toda la razón lo ridículo que resulta que se atribuya la revolución informática a la iniciativa privada de unos cuantos emprendedores sin recursos trabajando en un cochambroso garaje cuando exigió fastuosas cantidades de dinero en investigación básica procedentes del estado (A. Callinicos, Contra la tercera vía, Madrid: Crítica, 2002, p. 46).
... cultura.3
En H. Schwartz, La cultura de la copia. Parecidos sorprendentes, facsímiles insólitos (Madrid: Cátedra, 1998) aparece, entre otras numerosas extravagancias, un repaso ilustrativo de algunas de estas prácticas.
... renovables.4
Se trata de una tesis bastante habitual, por lo que toca a la literatura me gusta la versión que plantea Terry Eagleton en Introducción a la teoría literaria, México: FCE, 1993.
... obra''.5
E. L. Einsenstein, The Printing Press as an Agent of Change, Cambridge: CUP., 1979, pp 120-21. Véase también L. Febvre y H. J. Martin, La aparición del libro, México: Utahe, 1962.
... independiente.6
D. Saunders, Authorship and Copyright, Nueva York: Routledge, 1992.
... patentes.7
Cf. M. Rose, Authors and owners. The invention of Copyright, Cambridge: Harvard University Press, 1993, p. 88.
... adecuado.8
Cf. Ronald V. Bettig, Copyrighting Culture. The political Economy of Intellectual Property, Oxford: Westview Press, 1996, p. 26.
... romántico.9
Véase D. Saunders, op. cit. cap. 3.
... difusor.10
Las primeras obras de B. Edelman, en especial La práctica ideológica del derecho: elementos para una crítica marxista del derecho (Madrid: Tecnos, 1980) tienen especial interés en este sentido ya que incide en cómo esta arquitectura jurídica del derecho de autor se fue adecuando a los cambios tecnológicos.
... circunstancias.11
Véase C. Colombert, Grandes principios del derecho de autor y los derechos conexos en el mundo, Madrid: UNESCO/CINDOC, 1997, pp. 66-82 y P. Sirinelli, ``Excepciones y límites al derecho de autor y los derechos conexos'' en http://www.wipo.org/spa/meetings/1999/wct_wppt.
... intelectual.12
Véase S. Dussolier, ``Derecho de autor y acceso a la información en el ámbito digital'' en http://www.centrodearte.com.
... biológicas.13
De nuevo resulta muy interesante leer las críticas de Edelman al giro legislativo que se produce en los años ochenta, por ejemplo en B. Edelman, La propriété littéraire et artistique, París: PUF, 1989.
... copyright,14
Véase el artículo de Sven Lütticken, ``El arte de robar'', New Left Review nº 13, marzo/abril, 2002. Respecto al modo en que el mercado del arte ha obligado a falsificar los procesos reales de creación artística véase Ivan Gaskell, ``Historia de las imágenes'' en P. Burke (ed.), Formas de hacer historia, Madrid: Alianza, 1993.
... originalidad.15
Cf. A. Lucas, ``Le droit d'auteur et l'interdit'' en Critique, agosto-septiembre, 2002, p. 592.
... contemporáneo.16
E. Hobsbawm, A la zaga. Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX, Madrid: Crítica, 1999.
... (auto)censura.17
Los escasos estudios que existen sobre precariedad laboral en los medios de comunicación muestran resultados asombrosos. La mayor parte de los medios trabajan cada vez más con colaboradores a destajo que cobran por pieza y que carecen de mecanismos de presión colectiva que les permita algún grado de control sobre su trabajo. 
 

Copyright © 2003 César Rendueles Se otorga permiso para copiar y distribuir este documento completo en cualquier medio si se hace de forma literal y se mantiene esta nota.