domingo, 25 de septiembre de 2011

Profunda crisis de confianza en la Unión Europea / Andreu Missé *

La falta de solidaridad está apagando la idea de Europa. El debate sobre la probable salida de Grecia del euro ha adquirido naturaleza de normalidad. Y el contagio ya ha alcanzado con distinta intensidad a Portugal, Irlanda, España e Italia. Los mercados mandan sin freno alguno. El aumento del paro y de la pobreza proporcionan los ingredientes para el auge de los partidos xenófobos, populistas y el refuerzo de los sentimientos antieuropeos.

Lo que empezó como una crisis financiera en Estados Unidos en 2007, se convirtió dos años más tarde en una grave crisis de deuda y una profunda recesión económica, que en Europa ha elevado el número de desempleados a 23 millones de personas. La incapacidad para resolver el problema de Grecia está provocando una peligrosa división entre la Europa del norte que esgrime sus virtudes de ahorro, trabajo y disciplina fiscal, frente a la imagen del despilfarro y descontrol del gasto que se atribuye a los países del sur. Son los tópicos conocidos que están ganando terreno sin apenas oposición.

Los fallos y debilidades de los Gobiernos de Atenas han sido clamorosos. Pero hasta ahora la solidaridad con Grecia se ha limitado a unos 60.000 millones de euros, en buena parte para proteger a los bancos franceses y alemanes, mientras la banca europea ha consumido más de 420.000 millones en inyecciones de capital y compras de activos dañados.

"La salida de Grecia del euro es un salto en el vacío", confiesa un diplomático europeo. "En términos geopolíticos", añade, "es suicida". "Si no fuera porque existe la Unión Europea", añade, "quizá ya habría estallado algún conflicto. Por ejemplo, en Hungría, cuando el año pasado concedió la nacionalidad a los más de 2,5 millones de personas de etnia magiar que viven en Rumania, Eslovaquia, Serbia y Ucrania. Primero se da la nacionalidad y luego viene la reivindicación territorial de efectos incalculables. "En Europa", recuerda este alto funcionario, "las desgracias siempre empiezan por los Balcanes y Grecia forma parte de ellos".

Mientras, las cúpulas europeas viven instaladas en la cómoda retórica de que la construcción europea se ha cimentado a base de ir venciendo las sucesivas dificultades. "Es un error decir que Europa avanza de crisis en crisis, la realidad es que el proyecto europeo está peor que nunca", señala el jurista Juan Fernando López Aguilar, presidente de la Comisión de Libertades Civiles del Parlamento Europeo. "Tenemos que evitar que Grecia salga del euro. Hay que dar la señal de que la suerte de Grecia es la suerte del euro y de la UE", explica.

López Aguilar asegura que "si se está planteando la salida de Grecia del euro es porque desde que estalló la crisis estamos en una estrategia equivocada, basada en la anorexia fiscal. Lo que se está aplicando es la estrategia del directorio franco alemán, con un fuerte peso de Alemania, no la de las instituciones europeas".

El exministro de Justicia considera que "los recortes solo han servido para prolongar la agonía". A su juicio la solución debería ser "una combinación de consolidación fiscal a muy largo plazo y un plan de inversiones públicas para lo que hace falta un Tesoro Europeo y eurobonos".

¿Puede salir Grecia del euro? "El Tratado es completamente silencioso sobre este asunto", afirma un experto comunitario. Recuerda que "el Tratado de Lisboa prevé que un país puede salir de la UE, pero no hay nada dispuesto para que abandone el euro", añade. En su opinión "la salida de un país es un escenario que no se contempla; sería como una bomba nuclear para el proyecto europeo". Un análisis minucioso efectuado por el Banco Central Europeo (BCE), en 2009 concluyó que "la expulsión de un país de la UE o de la zona euro implicaría tantos desafíos conceptuales, legales y prácticos que la probabilidad es próxima a cero".

Para muchos académicos de EE UU la salida de Grecia del euro se da por descontada. Estas posiciones empiezan a ser compartidas por algún político europeo. El pasado día 7 el primer ministro holandés, Mark Rute, abrió la Caja de Pandora al afirmar que "los países que no estén dispuestos a aceptar una administración externa deberán dejar la zona euro".

El mismo día, la canciller alemana, Angela Merkel, advertía en el Bundestag que "el euro es una garantía de la unidad europea. O dicho de otra manera, si el euro fracasa, Europa fracasa". Merkel olvidaba que ella misma había alimentado estos fuegos. En marzo de 2010, cuando Atenas aún no había recibido un solo euro, la canciller manifestó que en el futuro debería modificarse el Tratado para "poder excluir a un país de la zona euro como último recurso, si no cumple sus obligaciones reiteradamente".

Los espíritus federalistas como el líder de los liberales, Guy Verhofstadt, ven con verdadero pánico la ruptura de la zona euro. "La salida de Grecia del euro tendría unos costes enormes por el contagio a otros países", explica el exprimer ministro belga. "En cualquier caso", afirma, "es un escenario que no tenemos en cuenta".

Pero la posible ruptura del euro asusta a todo el mundo como quedó patente con la asistencia repentina del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Tim Geithner, a una reunión del Eurogrupo en Wroclaw (Polonia). También hay nerviosismo en Londres.

El canciller del Exchequer (Tesoro), George Osborne, ha expresado "su preocupación" por que la zona euro caiga en "una espiral fuera de control". Los británicos saben que si se rompe el euro peligra el mercado interior y se esfuman las ventajas del libre comercio. Pero es aventurado pronosticar el final. Vince Cable, secretario de Comercio británico, afirmó recientemente que "al final el proyecto de la eurozona podría resultar un excepcional éxito".

(*) Periodista

Salir del euro, liquidar la Unión / Carlos Yárnoz *

La hipótesis de que Grecia sea expulsada de la zona euro se extiende desde hace unas semanas con una soltura rayana en la frivolidad. UBS, Saxo Bank o Goldman Sachs han calculado incluso los costes económicos de tal posibilidad: el PIB griego se desplomaría entre un 40% y un 50% en medio de bancarrotas de sus bancos, su preocupante deuda se duplicaría de inmediato, habría que invertir entre dos y tres billones de euros en recapitalizaciones de entidades de crédito y seguros por toda Europa, cada ciudadano griego perdería al menos 10.000 euros en el primer año... Además, la resurrección del dracma no facilitaría el pago de la deuda de Atenas y provocaría el contagio a todo el club de la moneda única europea por su demostrada incapacidad de auxiliar a uno de sus socios más pequeños (no llega al 3% del PIB de la eurozona).

Y, sin embargo, estas tremendas consecuencias económicas son solo eso, consecuencias económicas. Por eso, son economistas, como el profesor Nouriel Roubini, los que mantienen que el daño puede ser "limitado y contenido". En términos economicistas puede ser, pero el riesgo real para los ciudadanos europeos tiene un alcance infinitamente mayor y apenas se menciona en estos días. Digámoslo enseguida: la salida del euro de un país provocaría el fin de la unión monetaria y, muy probablemente, la inevitable liquidación de la propia UE. Preocupados en exclusiva por los mercados, la deuda soberana o la ortodoxa disciplina presupuestaria, a nuestros dirigentes europeos les está faltando el coraje de reaccionar con determinación para defender los valores superiores de la gobernabilidad, la estabilidad y la convivencia en el continente.

No es extraño, por tanto, que ya no escuchemos jamás el término "familia" para hablar de la Unión, y sí oigamos que los españoles son "vagos", los griegos "mentirosos y despilfarradores", los alemanes "egoístas"... Intentemos vislumbrar qué ocurriría si Grecia fuera expulsada del euro como recomienda, entre otros, el primer ministro holandés, el liberal Mark Rutte, que gobierna gracias al apoyo del ultraderechista Geert Wilders. ¿Acaso no se plantearía de inmediato la expulsión de Portugal? ¿Y por qué no Irlanda? ¿Quién sería el siguiente? ¿España o Italia? Seguramente porque el reguero de salidas forzosas sería imparable, el alemán Hans-Olaf Henkel, exjefe de la patronal industrial, ha propuesto lo opuesto: la huida hacia adelante del próspero bloque del Norte, la salida conjunta del euro de Alemania, Finlandia, Austria y Holanda. O sea, que la destrucción de la moneda europea estaría garantizada con independencia de que el primer zarandeo fuera un movimiento defensivo de los socios ricos o un ataque contra los pobres. ¿Qué haría Francia en cualquiera de los dos casos? Es impensable creer que París rompiera sus lazos con el Sur. Conviene recordar que la construcción europea, tras dos guerras mundiales, está basada en el entendimiento de Francia y Alemania.

Y una vez dinamitada la unión monetaria, ¿qué posibilidades de subsistencia tendría la UE? ¿Pocas o ninguna? El euro no se creó como un proyecto económico-financiero. Por el contrario, es el mayor avance político de la Unión. Y como tal fue concebido. Con imperfecciones, sin duda. Y las estamos pagando. Pero parece más lógico exigir a los mandatarios europeos que se centren en superar esas imperfecciones -y ya han perdido tres años- que no asistir al drama de una muerte por inanición de un pilar básico del armazón europeo.

Pese al abismo al que nos asomamos los europeos, ni siquiera se ponen en marcha las alarmas. Podría sospecharse que una generación de desmemoriados nos preocupamos en exclusiva de nuestros bolsillos en lugar de seguir construyendo un futuro en paz y estabilidad. El exvicecanciller alemán Joschka Fischer es una sensata excepción. "La crisis", afirmaba el mes pasado en estas páginas, "comienza a socavar los mismísimos cimientos en los que se basó el orden europeo de posguerra: la alianza franco-alemana, por un lado, y la transatlántica, por el otro, que hicieron posible un periodo de paz y prosperidad sin precedentes en la historia del continente".

Volvamos al caso griego. Si Atenas es expulsada del euro, ¿qué posibilidades tendría de seguir en la UE? ¿Pocas o ninguna? Y si abandona la UE, ¿qué repercusiones tendría en sus relaciones con Turquía? ¿Cómo afectaría eso al resto de Europa? ¿Y a las relaciones Europa-Estados Unidos? No sería el único foco de tensión que pondría en riesgo la estabilidad y la seguridad del continente. Hasta Citigroup, en un vaticinio que muchos preferirán desechar por considerarlo alarmista, augura "gobiernos autoritarios o militares, incluso guerras civiles".

Con llamadas alarmistas o no, lo cierto es que son escasas las advertencias de que una crisis económica amenaza la moneda única y la UE. Por el contrario, nuestros dirigentes políticos no hacen nada por ahuyentar un axioma que se instala con más y más fuerza entre los ciudadanos europeos: euro es igual a sacrificios, ajustes y recortes del Estado de bienestar.
Y, sin embargo, el camino está más claro que nunca y nos lo están diciendo incluso desde fuera de Europa: actúen juntos, únanse más, lancen soluciones colectivas... Se pueden llamar eurobonos, o ministerio europeo de finanzas, o avances en la unión política o Gobierno económico europeo... Ah, perdón, es que tropezamos con los intereses nacionales. Sí, lo hemos escuchado tantas veces... Bueno, pues elijan, señores gobernantes: retrocedamos o avancemos.

(*) Periodista

La idea de Europa se está apagando / Rosa Mª Artal *

Andamos aquí ocupados con el fútbol y los toros (aún, parece mentira), manipulando electoralmente el terrorismo, y entronizando ya al “neocarismático” Rajoy. Lo que decide nuestros destinos más de cerca es sin embargo la Unión Europea para la que el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, de EEUU (que quedó horrorizado en su reciente visita a Bruselas de la desunión y camino errático de la actual dirección de la UE) prevé quiebras en cadena. ¿Qué impicaría eso? Sueldos, pensiones y prestaciones de paro muy mermados, hipotecas por las nubes, mayores recortes aún en servicios sociales. Ved las barbas peladas de griegos, portugueses e irlandeses. 
Andreu Missé, corresponsal de El País en Bruselas, escribe hoy un artículo que suscribo. Destaquemos algunas ideas:
  • La recesión ha dejado 23 millones de parados en el Viejo Continente.
  • Se ha abierto una peligrosa división entre los pueblos del norte y del sur.
  • Un abandono del euro sería una bomba nuclear para el proyecto europeo.
  • Según Van Rompuy, no hay un ‘plan B’ porque la Unión se hace paso a paso.
  • Hasta ahora la solidaridad con Grecia se ha limitado a unos 60.000 millones de euros, en buena parte para proteger a los bancos franceses y alemanes, mientras la banca europea ha consumido más de 420.000 millones en inyecciones de capital y compras de activos dañados. (Este dato por cierto es parcial, según cifras de la propia UE, la cantidad que se puso a disposición de todos los bancos -en diferentes fórmulas financieras- sólo en el primer tramo de la crisis fue de 3,7 billones de euros, y luego se arbitró un fondo de 750.000 millones más, y ya se está preparando otro).
Y aquí el inicio del desarrollo que pone los pelos bastante de punta…

“La semana pasada me encontré en el aeropuerto con un colega que había trabajado conmigo en el Ministerio de Finanzas y ahora es presidente de un gran banco. Hablamos de la crisis de la zona euro y me dijo: ‘Después de todas estas conmociones políticas y económicas que estamos pasando va a ser muy raro que en los próximos diez años podamos escapar sin una guerra, así que estoy pensando en sacar la green card para mis hijos y emigrar a Estados Unidos”. La anécdota fue contada en el pleno del Parlamento Europeo el pasado día 14 por Jacek Rostowski, ministro de Finanzas de Polonia, que ostenta la presidencia de la Unión. 

“Esto no podemos permitirlo”, apostilló el ministro tras afirmar que “Europa está en peligro”.
La palabra guerra ha entrado inesperadamente en la escena política europea. Precisamente fue el anhelo de poner fin a los continuos conflictos bélicos que periódicamente asolaban el Viejo Continente lo que impulsó a destacados políticos como Konrad Adenauer, Jean Monet, Robert Schuman, Winston Churchill, Altiero Spinelli y Paul Henry Spaak a poner en marcha el proyecto de la UE, después de la Segunda Guerra Mundial.

La falta de solidaridad está apagando la idea de Europa. El debate sobre la probable salida de Grecia del euro ha adquirido naturaleza de normalidad. Y el contagio ya ha alcanzado con distinta intensidad a Portugal, Irlanda, España e Italia. Los mercados mandan sin freno alguno. El aumento del paro y de la pobreza proporcionan los ingredientes para el auge de los partidos xenófobos, populistas y el refuerzo de los sentimientos antieuropeos”.

(*) Periodista

sábado, 24 de septiembre de 2011

La verdad de los mentirosos / Rafael Argullol *

Lo que sea la verdad es algo bien difícil de dilucidar. No solo los filósofos se han aplicado durante siglos a tratar de averiguarlo sino que, de creer al Evangelio de San Juan, Poncio Pilatos hubiera debido pasar a la historia, no tanto por lavarse las manos ante la sentencia de muerte a un inocente, sino porque, en un acto de desesperación escéptica, le espetó a Cristo: ¿qué es la verdad? Quid est veritas? Una pregunta con una respuesta difícil, quizá la más difícil de todas las que podemos plantearnos. Y, sin embargo, en los últimos tiempos estamos cansados de escuchar a personajes públicos que, ante cualquier dificultad, responden machaconamente: "Nos limitamos a decir la verdad". Y también los derivados más crudos de esta afirmación: "Es lo que hay" o "así es la realidad".

No pasa día en que alguna de estas tres frases -y a menudo las tres- sea pronunciada por consejeros, alcaldes, presidentes autonómicos, ministros y jefes de Gobierno. A partir de ahí el dominio de lo que es la verdad, presentada asimismo como revelación de lo que era la mentira, justifica cualquier acción, pues el responsable público, amparado por lo inevitable de la situación, acaba presentándose, ya no como un servidor sino como un salvador de la comunidad o, para los que prefieren una mayor grandilocuencia, como salvador de la patria. Una de las más grotescas paradojas de la situación actual es que la "verdad sobre lo que hay" (arcas vacías, deudas insostenibles) sea el argumento para agredir los dos territorios más sensibles de la sociedad, la educación y la salud.

El embuste implícito a esta verdad con que ahora se nos abruma está originado, cuando menos, en dos fuentes: quiénes son los albaceas de aquella supuesta verdad y cómo se forjó la mentira de la que ahora quieren liberarnos. No obstante, ambas fuentes confluyen en el hecho de que quienes ahora dicen revelarnos la verdad son los mismos que estaban en condiciones, durante años, de desentrañar la mentira. Me cuesta encontrar un solo responsable político actual de envergadura que no haya estado comprometido con aquella ocultación, ni en el partido del Gobierno ni en los principales de la oposición. 

Esta complicidad en la mentira o, si se quiere, en el mantenimiento de una opacidad culpable, es la que ha creado un clima moralmente inquietante, en el cual no solo hemos contemplado la corrupción de políticos sino de amplias capas de la ciudadanía, que han premiado la corrupción con vergonzosos respaldos electorales. En las próximas elecciones la mayoría de los candidatos están atrapados en aquella complicidad pues, a pesar de los desastres económicos de los que venimos hablando desde hace unostres años -pero no antes, el detalle es importante-, no se ha producido autocrítica real ni catarsis colectiva. Es fácil tener la verdad hoy; lo auténticamente difícil era denunciar la mentira ayer.

Y no denunciaron la mentira. Este verano, y como noticia de un par de días y sin seguimiento, apareció la información de que España no estaba en condiciones de pagar lo que había adquirido en material militar en los últimos 15 años, primero con Aznar y luego con Zapatero: creo recordar que eran unos 30.000 millones de euros, los suficientes quizá, de no haber sido gastados, para que ahora no hubiera que recortar el presupuesto de educación. De acuerdo con la información, lo peor y lo más frívolo es que no estaba claro en absoluto el destino de estos productos más bien siniestros por los que habíamos contraído una deuda tan abultada. No recuerdo ninguna explicación de Zapatero o Rubalcaba, de Aznar o de Rajoy. Ni las recuerdo ni las espero porque forman parte de la omertà en la ocultación de la mentira por parte de los que en la próxima campaña electoral se nos presentarán como fervientes amantes de la verdad. Y, sin embargo, por ese lado hubiéramos podido salvar nuestros presupuestos educativos.

Y acaso también podrían salvarse los presupuestos sanitarios si el Estado español presentara una demanda masiva contra la banca por negligencia, como ha hecho Estados Unidos. La Agencia Federal de la Vivienda espera una indemnización multimillonaria tras su demanda contra Bank of America, JP Morgan Chase, Deutsche Bank, HSBC, Barclays y Citigroup, entre otros. Acusación: vender hipotecas de baja calidad y faltar a la obligación de comprobar la excelencia de los activos. ¿Les suena? Durante años y años asistimos al esperpéntico espectáculo de la especulación inmobiliaria, sin apenas denuncias por parte de los grandes partidos. Tuvo que ser una diputada danesa del Parlamento Europeo la que, a instancias de Greenpeace y otros grupos similares, denunciara el caso con la resistencia activa de la mayoría de los diputados españoles. También aquí funcionó la ley del silencio, a la que lamentablemente se sumaron muchos grupos de comunicación. Eran los días en que los tentadores ofrecían créditos e hipotecas de alcance casi celestial y los tentados aprendían a vivir como aspirantes a nouveaux riches en medio de un simulacro general. Primero, se educó para la estafa, y cuando la estafa ya era demasiado evidente, en lugar de castigar a los estafadores se marchó a su rescate con dinero público. Si los que ahora se presentan a las elecciones se atrevieran a pedir cuentas a los saqueadores, como intenta hacerse por parte de algunos en Estados Unidos, tal vez no sería necesario recortar en sanidad, pues la devolución del dinero del saqueo cubriría muchos déficits. Pero ninguno de los que puede ganar lleva en el programa la exigencia de la restitución. En consecuencia, nadie devolverá el dinero robado, ni los delincuentes confesos, de Roldán a Millet, ni aquellos banqueros corruptos que nunca serán declarados delincuentes.

En esta tesitura es de una hipocresía inaguantable que tantos responsables públicos, alentados muchas veces, como corifeos, por economistas sin escrúpulos, aleguen que se limitan a expresar "la verdad" que exige sacrificios, nada menos que en educación y sanidad, los fundamentos, precisamente, de una sociedad justa. Los mismos, exactamente los mismos, que cerraron los ojos y las bocas cuando la mentira crecía sin cesar.
(*) Rafael Argullol es escritor, filósofo, poeta, blogger y profesor de Estética de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, donde dirige el Institut Universitari de Cultura.

Entre el cinismo político y las revueltas de la “dignidad” / Jaime Pastor *

La excepcional combinación de crisis, conflictos y acontecimientos que están sacudiendo al planeta entero parece confirmar la entrada en una transición histórica cuya salida es difícil de adivinar y hace temer lo peor. No obstante, el dato más esperanzador desde el inicio de las revueltas árabes es la extensión creciente de la ocupación del espacio público en muy diferentes partes del mundo por parte de millones de personas “indignadas”.

Esas protestas, surgidas desde nuevas redes sociales —protagonizadas en un primer momento por una juventud que, debido al capital cultural con que cuenta y a su futuro de precariedad, comparte un mismo sentimiento de privación relativa creciente— han tenido hasta ahora una dimensión principalmente expresiva y simbólica, mientras que la basada en propuestas concretas y viables frente a este capitalismo cada vez más injusto e insostenible tiene más dificultades para abrirse paso. Pero lo más relevante es la confianza en la fuerza colectiva que esas multitudes están obteniendo y, con ella, la capacidad que están mostrando para perder el “miedo al miedo” que durante tanto tiempo ha logrado paralizar la acción colectiva de los y las de abajo.

Es, por tanto, a la crisis de legitimidad del “sistema” —representado fundamentalmente por “políticos y banqueros” pero ampliándose cada vez más a la democracia liberal, el capitalismo y sus medios de desinformación— a la que estamos asistiendo, pese a que todavía estemos muy lejos de un cambio en la relación de fuerzas social y política que permita arrancar victorias parciales significativas a favor de otro proyecto de sociedad y de civilización. En todo caso, es ya otra política —y otra forma de hacerla, basada en la democracia participativa y directa y en el rechazo de la “profesionalización”— la que ha irrumpido en la escena frente a la “política sistémica”.

La Constitución “material” y escrita del 78, más a la derecha
Entrando ya en el momento que estamos viviendo en el Estado español no creo que haga falta dar muchos ejemplos para recordar que sobran motivos para la indignación popular. El último y el más grave ha sido la “reforma constitucional” que, con el pretexto de la lucha contra el déficit, impone el pago de la deuda como la “prioridad absoluta” y, con ello, la ciega obediencia al fundamentalismo neoliberal, ya suficientemente arraigado en la Unión Europa pero que ahora necesitaba aparecer en una “ley de leyes” considerada hasta ahora intocable. El servilismo mostrado por Rodríguez Zapatero —de Rajoy no vale la pena hablar— a los dictados de quienes mandan en la UE —con Merkel, Sarkozy y Trichet de portavoces— ha llegado a tales extremos que le ha llevado en pocos días a hacer saltar por los aires lo que podía tener de “progresista” la letra de la Constitución de 1978, no teniendo reparos en negarse a convocar un referéndum con el falso argumento de que “los mercados no podían esperar”. Una decisión que supone de facto declarar en suspenso las mínimas reglas formales de la democracia liberal y que además, como estamos viendo, no está sirviendo para frenar la carrera hacia el abismo a la que está viéndose arrastrada la Unión Europea y, sobre todo, la periferia de la eurozona.

Porque, en efecto, esto no sólo está pasando aquí sino que es en toda la Unión Europea en donde se va instalando una misma política sistémica ultraneoliberal que está acabando con el “sueño europeo”. Hoy, más que nunca en el pasado, ese sueño de la razón instrumental capitalista está, como en el cuadro de Goya, creando un monstruo que amenaza con devorar todo lo que pueda ser mercantilizado, privatizado y precarizado en beneficio de unos pocos. Urge, por tanto, desde la izquierda extraer las lecciones del fracaso de un “proyecto europeo” que, si bien desde sus inicios era procapitalista, se desarrolló bajo hegemonía neoliberal y germanocéntrica desde el Tratado de Maastricht para culminar con el “Pacto por el Euro”. Debates como los que están desarrollándose desde hace algún tiempo entre economistas críticos europeos pueden ayudarnos a rechazar los falsos dilemas en los que nos quieren encerrar los partidos del sistema y a diseñar estrategias comunes que pasen por el rechazo, a través de Auditorías Ciudadanas, de deudas ilegítimas y odiosas —empezando ahora por la de Grecia—, la creación de un nuevo sistema bancario público cuyos objetivos principales sean la lucha contra el paro y una política crediticia a favor de una economía social, ecológica y de cuidados, y la armonización fiscal y laboral “por arriba” en el mayor número de países posible.

Es cierto que es difícil reconstruir un nuevo internacionalismo solidario en medio de un clima de resistencias todavía fragmentadas y de depresión económica, pero ésa es la única forma de evitar que la extrema derecha aproveche el malestar popular para ofrecerse como alternativa buscando chivos expiatorios entre los sectores más vulnerables de la sociedad. La experiencia del rápido efecto contagio que tuvo la Acampada de Sol en otras ciudades y plazas europeas es un buen ejemplo de que la convergencia en las luchas y propuestas más allá de las fronteras es posible. La jornada del 19 de junio contra el “Pacto por el Euro” fue otro paso adelante y tenemos ahora otra oportunidad con la que se prepara para el 15 de Octubre a escala internacional. Quizás habría que empezar ya a mirar también hacia el otro lado del Mediterráneo y pensar en nuevas vías de convergencia y cooperación entre las orillas Norte y Sur de ese viejo y contaminado mar.

Elecciones en estado de emergencia
Ése es el panorama que tenemos justamente cuando se anuncian unas elecciones el 20-N en las que es difícil percibir diferencias sustanciales entre los dos grandes partidos (como escribía El Roto ya antes de las del 20 de mayo pasado, «podían elegir cara A o cara B, pero el disco era el mismo…»). Tampoco el posible aumento de votos de otras formaciones a la izquierda del PSOE, de la abstención o del voto nulo o en blanco parece que podrán contrarrestar el ascenso de una derecha cada vez más neoliberal, autoritaria y centralista, dispuesta a seguir apoyándose en la cultura del “cinismo político” y en las rentas provenientes del “capitalismo popular” que todavía perviven.

En esas condiciones, el reto que tiene el Movimiento 15-M es enorme, ya que, una vez convertido en nuevo actor de referencia en la escena política, deberá ahora ir contagiando de su “espíritu” rebelde a otros movimientos y organizaciones sociales, como ya está ocurriendo en la enseñanza, buscando evitar falsas polarizaciones y reforzando su autoorganización y coordinación desde los barrios, pueblos y ciudades. De esta forma podremos aspirar a restar legitimidad a la muy probable victoria electoral del PP para luego, a partir del 21 de noviembre, ir construyendo un amplio bloque social dispuesto a desobedecer a sus políticas y a sentar las bases de una nueva legitimidad que apueste por una “segunda transición”, esta vez de ruptura desde la izquierda, más necesaria si cabe tras el reciente “golpe de los mercados”.

Nota:
[1] Me remito, por ejemplo, al artículo de Daniel Albarracín “Sobre el debate del euro. Una estrategia
para romper la Europa del Capital y encaminarse hacia otro modelo supranacional
”, a “Débat: Michel Husson & Jacques Sapir, à propos de Jacques Sapir, La Démondialisation”, en La Revue des Livres, nº 1, septiembre-octubre 2011  y a F. Lordon, “La desmundialización y sus enemigos”, Le Monde Diplomatique en español, 191, septiembre 2011.

(*) Jaime Pastor es profesor en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
 

lunes, 19 de septiembre de 2011

¿Y qué puede pasar aún? / Claudi Pérez *

“Empieza a ser peligroso dejar Europa en manos de políticos, economistas y banqueros. Muy peligroso”. El escritor irlandés John Banville resume ese estado de estupefacción en el que se encuentra la ciudadanía de la UE, con el europeísmo desfalleciendo en los países que tienen que poner dinero por la crisis fiscal, como Alemania, pero también en los rescatados o en dificultades: Grecia es un polvorín cada vez más eurofóbico.

Tras resistirse a reflexionar sobre la crisis -”soy novelista, no banquero”-, Banville da rienda suelta a su indignación y apunta al peligro de desmantelamiento de la UE, uno de esos escenarios inimaginables que la tragedia griega ha convertido en peligro real: “Como apasionado creyente en las tradiciones de la cultura europea, me impresiona la amenaza que la crisis representa para el proyecto de unidad que impulsaron humanistas que van desde Erasmo hasta Jean Monnet. La ruptura del euro, que llevaría a otro tipo de fractura, ya no es impensable. El lamentable e irresponsable rumbo que van tomando las cosas nos conduce hacia un perfecto desastre”.

Ese “perfecto desastre” al que alude el autor de la fascinante El mar equivale política y económicamente a la salida de Grecia del euro: eso supondría abrir una caja de Pandora de consecuencias imprevisibles. No es sencillo hacer prospectiva con la que está cayendo, pero el economista alemán Daniel Gros, del think tank de Bruselas CEPS, cree que la situación actual ya equivale prácticamente “a un impago ordenado del que participa voluntariamente la banca: es el mejor de los escenarios posibles”. Y es el mejor porque ya no se pueden excluir alternativas más peliagudas: “Grecia no puede cumplir sus compromisos y eso hace que una quiebra desordenada sea cada vez más posible. Incluso una salida del euro podría llegar y provocar una situación política y social explosiva, aunque es improbable porque Alemania va a evitarla a toda costa: es mejor pagar que ese tremendo caos”. Los capítulos finales de la tragedia griega están muy abiertos. Son, básicamente, estos:

- Impago selectivo: castidad y continencia, pero no ahora. “No hay ninguna posibilidad de que Grecia suspenda pagos. Cero. Porque nadie sabe qué podría pasar. Y porque probablemente no podríamos gestionarlo”, asegura un alto funcionario de la UE. Ese negacionismo contrasta con las informaciones que aseguran que varios países preparan ya planes de contingencia por si eso sucede. Los economistas dan por hecho algún tipo de impago selectivo. Pero no ahora: lo más probable es que el BCE siga comprando bonos y la UE siga trampeando para dar tiempo a probar el nuevo fondo de rescate (el denominado EFSF), con armamento de más calibre y de más largo alcance. Es decir, con: más dinero y más competencias. Pero aún con el acuerdo de la cumbre de julio en la mano ese impago selectivo ya es un hecho: la banca se ha comprometido a asumir parte del agujero.
 
- Más quita… dentro de un orden. Si los Parlamentos aprueban el nuevo fondo de rescate (a lo largo del próximo mes), lo más probable es que se amplíe la base de la deuda griega sujeta a reestructuración: de la quita del 21% pactada en julio hasta una cifra que podría estar “en el entorno del 50%”, opina José Carlos Díez, de Intermoney. Esa sería la factura para los bancos. Paralelamente, la UE podría activar fondos estructurales para tratar de que la economía vuelva a crecer cuanto antes. A más largo plazo la figura de los eurobonos podría desatascar las cosas: los nuevos bonos griegos reestructurados deberían tener el respaldo del equivalente al bono europeo, a imagen y semejanza de lo que ocurrió en América Latina hace unos años. Todo ese proceso, en la jerga imposible de las finanzas internacionales, vendría a ser un impago selectivo y ordenado.

Por si todo eso no fuera ya lo suficientemente difícil en las arenas movedizas de la política europea, la amenaza de recesión complica un poco más las cosas. La banca ha vivido semanas de tensión ante la desconfianza por el volumen de deuda pública que acumula la banca en sus tripas, y la intervención conjunta de los bancos centrales del pasado jueves demuestra que la crisis europea se ha intensificado con ese nuevo frente. La UE avanzó ayer que va a ser necesario más capital: esa es la señal inequívoca de que un accidente en Grecia está ahí, sobre la mesa, hasta el punto de que los mercados especulan con una bancarrota caótica. Los mercados han puesto de manifiesto lo que Huw Pill, execonomista del BCE y ahora en el todopoderoso Goldman Sachs, define como “dudas existenciales acerca del futuro del euro”.

- Bancarrota desordenada. Grecia no es precisamente un país enorme: 11 millones de habitantes, el 2% del PIB europeo, apenas el 0,5% del mundial. Tampoco lo era Tailandia y en su día provocó un auténtico huracán financiero en el sureste asiático. Los huracanes son menos habituales en Europa que en la costa asiática del Pacífico, pero vienen días tormentosos: Charles Wyplosz, del Graduate Institute, asegura que el impago de Grecia “está asegurado” a corto, quizá a medio plazo. “Y no va a ser nada parecido a un impago ordenado, aunque tampoco hay ninguna opción, como han apuntado incluso algunos políticos de la UE, de una salida de la eurozona porque eso sería un desastre pare Grecia, para Europa, para el mundo entero”.

Wyplosz ataca duro el acuerdo de julio, por el que los bancos pueden ir voluntariamente a la reestructuración de Grecia: “Eso es, en una palabra, un fraude: otra tentativa de socializar las pérdidas y la prueba definitiva de que los Gobiernos están capturados por los bancos”. En esa tesitura, Wyplosz apunta que la clave de la situación la tiene el BCE, la única institución que más allá de gestionar la crisis tiene aún poderío para encontrar una salida. Pero ese desorden tendrá consecuencias: sobre la banca, sobre otros países del euro -más subidas de los intereses de la deuda- y quién sabe si también sobre EE UU. Un auténtico vendaval. Aunque hay escenarios aún más huracanados.

- Salida del euro: el caos. Goldman Sachs ve como “un caso extremo” el escenario de una fractura de la eurozona: “Los costes de una salida del euro de Grecia serían enormes, y no solo para Atenas: los costes derivados del contagio sobre la economía europea y global hacen que se trate de un suceso sumamente improbable”. En todo caso, ese escenario extremo ha dejado de ser imposible: varios grandes bancos han estudiado ya esa salida del euro e incluso apuntan algunas cifras al respecto, en una especie de ciencia ficción económica que, visto lo visto, no conviene descartar.

Saxo Bank considera que esa solución supondría de dos a tres billones de euros solo en recapitalizaciones bancarias. UBS ha llegado a calcular el coste de que un país del euro abandone la moneda única en unos 10.000 euros por persona durante el primer año, más unos 3.500 euros adicionales los años siguientes. En el caso de Grecia, el Gobierno alemán calcula costes suntuosos para Atenas si eso ocurre, con un retroceso del PIB del 50%. En cuanto a los costes políticos, los analistas ni siquiera descartan “Gobiernos autoritarios o militares, incluso guerras civiles”, según Citigroup. Y según el ministro de Finanzas polaco, que ha vaticinado “una guerra” a lo largo de la próxima década si eso ocurre.

Abandonar el euro provocaría en Grecia una fortísima devaluación del dracma, la bancarrota del sistema financiero, la imposibilidad de empresas y particulares de devolver las deudas en euros, corralito bancario a la argentina y controles de capital: probablemente, en suma, una depresión. Pero también graves efectos en el resto de países periféricos. Una vez abierto el melón de las salidas del euro, otros países pueden tomar la misma puerta, lo que supondría el fin del euro y probablemente de la UE. Aunque Grecia fuera el único país en volver al dracma, los tipos de interés de la deuda pública se irían a las nubes, y toda la banca europea estaría en el centro de la diana.

Grecia no es el único país que puede protagonizar una espantada. Hans-Olaf Henkel, exjefe de la patronal industrial alemana, aboga por un abandono en bloque del euro por parte del norte de Europa: Alemania, Holanda, Austria y Finlandia. En Berlín, el golpe provocaría una apreciación fulgurante del marco (con el consiguiente daño para la exportación), una enorme necesidad de capital para su banca y caídas del 25% del PIB el primer año, según UBS. En el sur de Europa, esa opción sería catastrófica. Nadie en sus cabales apuesta por algo parecido.

- ¿El abismo se puede saltar? Emergen dos escuelas de pensamiento sobre el futuro del euro: la de quienes consideran, con los anglosajones a la cabeza, que la ruptura del euro está cerca, hasta quienes piensan que Europa se mueve en la dirección correcta en momentos de tensión, que apuestan por soluciones realistas a corto plazo (pero caras: al final los bancos van a necesitar más capital, y los intereses de la deuda van a subir) para ir transitando paulatinamente hacia una mayor unión fiscal, los eurobonos, un ministro de Hacienda europeo o el Tesoro único. Más allá del abismo que algunos ven como insalvable, otra Europa está a la vista.

(*) Corresponsal del diario El Pais en Irlanda

domingo, 18 de septiembre de 2011

Clamar contra la crisis / Ramón Cotarelo *

Esta crisis viene de largo y va para más largo. Las comparaciones al uso con la de 1929 quedan más y más desfasadas. Quizá sea ya peor, más destructiva, que la Gran Depresión. Los cientos de personas que ayer se manifestaron en Wall Street y delante de la Bolsa de Madrid, así como en otras ciudades, tienen una gran valor simbólico pues señalan el ámbito financiero y el especulativo como responsables directos de esta catástrofe. Pero su valor es ese, simbólico. 

El movimiento 15-M es cada vez más como Juan Bautista, que predicaba en el desierto, aunque había muchos que lo oían. También ahora, por la tele, por los periódicos. Pero no se mueven. Pasará del todo el verano, llegará el invierno y, si los indignados siguen de acampada y debatiendo bizantinismos, muy contentos con su clarividencia, saldrán de las noticias políticas para entrar en las de servicios sanitarios. Pero este es otro asunto que los compete a ellos, si se dan o no otras formas de actuar de mayor impacto social.

Aquí vamos de la crisis que tiene unas proporciones descomunales, de esas que se producen de vez en cuando en el capitalismo, sin que nadie sepa cómo (aunque algunos dicen que pueden predecirse) ni cómo hacerles frente y menos cómo salir de ellas. Casi todas arrancaron con el estallido de una burbuja, desde la primera de la compañía británica de los Mares del Sur (hacia 1720), que arruinó a miles de personas en las islas, hasta la penúltina de las empresas puntocom en los años noventa del siglo XX, pasando por la del Canal de Panamá en 1891 o la de los roaring twenties que desencadenó la de 1929. Ahora la burbuja ha sido inmobiliaria, de los Estados Unidos, Inglaterra y España principalmente. 

El problema es que la burbuja inmobiliaria ya ha estallado, con las habituales consecuencias destructivas e imprevisibles pero, lejos de reencauzarse las economías por la senda del crecimiento, tras haber hecho sacrificios sin cuento y tomado medidas tan amargas como el ajenjo, amenaza en el horizonte una segunda recesión que pone los pelos de punta a los analistas y los gobiernos. Con razón porque -dicen- ya no hay recursos con que hacerle frente. Sin embargo, esta amenazante recaída en la crisis se origina en otra burbuja: la de los Estados. Es lo que se llama la "crisis de la deuda soberana". ¿Quién dijo que los Estados no podían quebrar? Lo han hecho más veces, no es nuevo. 

Esta burbuja de los Estados se debe a que, a juicio de los "mercados neoliberales" (por encontrar algún nombre), se han extendido temerariamente en la sociedad, se han hecho cargo de aventuras que no pueden financiar, sobre todo cuando son fiscalmente esqueléticos. 

Los Estados garantizan la enseñanza, la salud, el subsidio de paro y las pensiones. Sus títulos se sobrevaloraron en la época del crecimiento sostenido y ahora se han desplomado y ya no inspiran confianza salvo que esos Estados prescindan del gasto innecesario para su mantemiento (esto es, el gasto social) y se concentren en el ejército, la policía y el sistema penitenciario.

En definitiva, lo que puede estallar es la burbuja del Estado del bienestar al que muchos consideran insostenible. Esta insostenibilidad se predica en dos terrenos interrelacionados, el económico y el ecológico. La idea es que el sistema no puede seguir como va y, si lo hace, la catástrofe será mayor. Va siendo hora de entender que todos los vaticinios (invoquen la competencia técnica que invoquen) son formulaciones de deseos. Es propio de los seres humanos creer que las cosas serán como queremos que sean y eso sólo pasa por casualidad. 

Al fin y al cabo esta crisis, burbuja sí o no, puede entenderse como una manifestación de la ley de la tendencia al descenso de la tasa de ganancia que, según Marx, permitía predecir la crisis general del capitalismo, si bien con muchos elementos que tendían a su vez a impedirla. Lo que está claro es que la tasa de ganancia ha bajado y los capitalistas pretenden resarcirse despedazando un competidor ya que, desde el punto de vista del capital, el Estado del bienestar no es más que un competidor molesto en los mercados de educativo, sanitario, de seguros. Un competidor que, hasta ahora, se aprovechaba de su capacidad de influencia en los gobiernos tirando los precios. Pero la situación ha cambiado; los gobiernos tienden a favorecer al capital y este aprovecha la ocasión para desmantelar al rival y aumentar su beneficio a costa de los derechos de los ciudadanos.

Es, por tanto, una crisis que afecta y perjudica al conjunto de la población, a la ciudadanía en general y es ésta la que debe dar una contestación. Cosa que no se hace clamando. Hay que organizarse. Es difícil, dadas las experiencias, pero hay que hacerlo. El aparente ultrademocratismo de Equo muestra que es posible conjugar organización y práctica democrática. Es un buen ejemplo de política de principio que probablemente arrastre bastante voto de la izquierda.

(*) Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, España

martes, 13 de septiembre de 2011

Un desastre impecable / Paul Krugman *



El jueves, Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo -el equivalente europeo a Ben Bernanke- perdió su sangre fría. En respuesta a una pregunta sobre si el BCE se está convirtiendo en un "banco malo" gracias a su compra de deuda de países con problemas, Trichet, levantando la voz, insistió en que su institución ha actuado de manera "¡impecable, impecable!" como guardiana de la estabilidad de los precios.

Desde luego que lo ha hecho. Y por eso es por lo que el euro corre ahora el riesgo de hundirse. La agitación financiera en Europa ya no es un problema de las pequeñas economías periféricas como la de Grecia. Lo que está en marcha ahora mismo es un ataque a gran escala de los mercados contra las economías mucho más grandes de España e Italia. En este momento, los países en crisis representan alrededor de un tercio del PIB de la eurozona, así que la propia moneda común europea está bajo una amenaza existencial.

Y todos los indicios apuntan a que los dirigentes europeos no están siquiera dispuestos a reconocer la naturaleza de esa amenaza, por no hablar ya de hacerle frente de manera efectiva.

Me he quejado mucho de la "fiscalización" del discurso económico aquí en Estados Unidos, el modo en que la atención prematura a los déficits presupuestarios desvió la atención de Washington del actual desastre del empleo. Pero no somos únicos en ese sentido y, de hecho, los europeos han sido mucho, mucho peores.

Escuchen a muchos dirigentes europeos -especialmente, aunque no sean ni mucho menos los únicos, los alemanes- y pensarán que los problemas de su continente son una simple fábula sobre la deuda y el castigo: los Gobiernos se endeudaron demasiado, ahora están pagando el precio y la austeridad fiscal es la única respuesta.

Sin embargo, esta historia es válida, en todo caso, para Grecia y nadie más. España en concreto tenía superávit presupuestario y una deuda baja antes de la crisis financiera de 2008; se podría decir que su historial fiscal era impecable. Y aunque fue golpeada duramente por el fin de su boom inmobiliario, sigue siendo un país con una deuda relativamente baja y resulta difícil defender el argumento de que la situación fiscal subyacente del Gobierno de España sea peor que la de, por ejemplo, el Gobierno británico.

Entonces, ¿por qué tiene España -junto con Italia, que tiene una deuda más alta pero déficits más bajos- tantos problemas? La respuesta es que estos países se enfrentan a algo muy parecido a una espantada masiva bancaria, excepto por el hecho de que la retirada masiva de fondos afecta a los Gobiernos, en vez de -o más exactamente así como a- a sus instituciones financieras.

Así es como funciona dicha retirada masiva: los inversores, por la razón que sea, tienen miedo de que un país no sea capaz de pagar sus deudas. Esto hace que no estén dispuestos a comprar los bonos del país o, al menos, no salvo que se les ofrezca un tipo de interés muy alto. Y el hecho de que el país deba refinanciar su deuda a tipos de interés altos empeora sus perspectivas fiscales, lo que hace el impago más probable, de modo que la crisis de confianza se convierte en una profecía que acaba cumpliéndose.

Y a medida que esto sucede, se convierte también en una crisis bancaria, puesto que los bancos de un país suelen invertir grandes cantidades en deuda pública.

Ahora bien, un país con su propia moneda, como Reino Unido, puede eludir este proceso: si es necesario, el Banco de Inglaterra puede intervenir para comprar deuda gubernamental con dinero recién creado. Esto podría conducir a la inflación (aunque incluso eso es improbable cuando la economía está deprimida); pero la inflación plantea una amenaza mucho menor para los inversores que una suspensión de pagos total. España e Italia, sin embargo, han adoptado el euro y ya no tienen sus propias monedas. Como consecuencia, la amenaza de una crisis autocumplida es muy real (y los intereses sobre la deuda española e italiana son más del doble que los de la deuda británica).

Y eso nos lleva de nuevo al impecable BCE. Lo que Trichet y sus compañeros deberían estar haciendo ahora mismo es comprar deuda española e italiana; es decir, hacer lo que estos países estarían haciendo por sí mismos si todavía tuviesen sus propias monedas. De hecho, el BCE empezó a hacer exactamente eso hace unas semanas y les dio un respiro temporal.

Pero el BCE se vio inmediatamente bajo la extrema presión de los moralizadores, que odian la idea de permitir que los países se libren del castigo por sus supuestos pecados fiscales. Y la percepción de que los moralizadores bloquearán cualquier acción futura de rescate ha desencadenado un nuevo pánico en los mercados.

Al problema se suma la obsesión del BCE por mantener su "impecable" historial en relación con la estabilidad de los precios: en un momento en el que Europa necesita desesperadamente una recuperación sólida, y una inflación moderada sería realmente de ayuda, el banco ha estado restringiendo el dinero en lugar de hacer lo contrario, tratando de evitar un riesgo de inflación que solo existe en su imaginación.

Y ahora la situación está llegando a un punto crítico. No estamos hablando de una crisis que tendrá lugar a lo largo de un año o dos; esto podría venirse abajo en cuestión de días. Y si lo hace, el mundo entero sufrirá.

Así que, ¿hará el BCE lo que hay que hacer, que es prestar sin restricciones y rebajar los tipos? ¿O seguirán los dirigentes europeos demasiado centrados en castigar a los deudores para salvarse a sí mismos? El mundo entero está observando.

(*) Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008

domingo, 11 de septiembre de 2011

Los reformistas constitucionales, sepultureros de la democracia española / Marcos Roitman Rosenmann *

En España ocurren cosas inexplicables. Los expedientes X de la política se acumulan. La hasta ahora intocable Constitución, ejemplo de consenso para sus impulsores, se rompe en beneficio de un pacto artero entre el PSOE y el PP con la complicidad de Unión del Pueblo Navarro. 
 
Los mismos partidos que hasta hace unos días se negaban a modificar la ley sálica que impide el acceso de una mujer al trono de España, hoy, de prisa y corriendo, chapucera y dejando fuera al 75 por ciento de los partidos con representación parlamentaria, modifican su artículo 135, cuya nueva redacción pone límite a la capacidad de endeudamiento público, bajo el paraguas de conseguir la estabilidad presupuestaria. 
 
Según sus promotores, se hace para sanear la economía, disminuir el déficit fiscal y tranquilizar a los mercados. Dicen, es el principio de solución a la crisis y el nacimiento de una nueva era de progreso y crecimiento económico para España. ¡Vamos! La panacea. Y si no lo es, seguro nos pone en el buen camino.

Era una decisión difícil, pero había que ser responsables con los banqueros, el capital financiero y las trasnacionales. Ellos se lo agradecen y nunca olvidarán el detalle. Además no hay motivo para el pesimismo. La población no verá disminuir las prestaciones sociales. Quienes lo plantean buscan sembrar el desconcierto. Los ciudadanos estarán a cubierto. Los recortes presupuestarios, anunciados por agoreros y mal intencionados en sanidad, educación, vivienda social o infraestructuras, son parte de una campaña de intoxicación mediática de izquierdistas y los indignados del 15-M. No hay motivo de alarma. Los cerebros grises de la reforma son unos magos de las finanzas, y no debemos dudar de su palabra, recordemos que hablamos de honorables parlamentarios entre los cuales se encuentra el jefe de la oposición y mismísimo presidente Rodríguez Zapatero con sus ministros.

Fue una imagen obscena ver en el Congreso, minutos antes de la votación, los corrillos formados por los gerifaltes del PSOE y PP intentando conseguir el voto del grupo parlamentario catalán. Les prometieron el oro y el moro y sólo el veto de IU, a la transicional propuesta por los catalanes, frenó el acuerdo de marras. Ahora, el culpable del desaguisado es Gaspar Llamazares. por su culpa no se pudo maquillar la felonía. A pesar de todo, ellos tienen la razón y han dicho la verdad. Son gente de palabra. Lo que no sabemos es ¿cuál palabra? La dada hace un año, un mes, una semana, unos días, ayer, hoy mismo. No importa siempre se desdicen. Donde dije digo, digo Diego. No hace falta ser muy avispado para saber que la violarán en cuanto puedan.

Si antes del acuerdo se puso en marcha el plan de estabilidad presupuestaria en las autonomías gobernada por el PP y la derecha catalana, ahora se encuentran legitimados para continuar el camino. En Castilla la Mancha, los recortes para 2012 llegan a 20 por ciento del presupuesto y afectan a todo el sistema básico de prestaciones sociales. En Cataluña, y bajo el pretexto de sanear la hacienda pública, el gobierno de Convergencia y Unión ha clausurado, sólo en Tarragona, el servicio de urgencia nocturno de 54 centros de salud, al tiempo que cierra definitivamente otros 60 centros de salud diurnos. ¡Por suerte no se tocaría la sanidad pública! Palabra dada en la campaña electoral. 
 
En Madrid, el PP despide a más de mil profesores interinos y obliga a dictar dos horas más de clase por docente, incrementando, al mismo tiempo, la ratio profesor alumno y eliminando horas de atención al alumno y tutorías con los padres. Eso sí, la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, del PP, en un acto de felonía, declara que los maestros trabajan menos que cualquier otro trabajador de la comunidad, enfrentando a los profesores con la opinión pública y confundiendo deliberadamente horas de docencia con jornada laboral, cifrada para el colectivo en 37 horas y media. Los recortes no son pocos.
 
En los ayuntamientos desaparecen actividades que eran una factor de cohesión social. Son los cursos de fotografía, pintura, gimnasia rítmica, cerámica, idiomas, yoga o visitas guiadas para la tercera edad, entre otras. También se limitan los gastos para remozar las instalaciones, con el consiguiente deterioro en el medio y largo plazo. Se despiden a conserjes, vigilantes y tutores. Igualmente se recortan los horarios de atención al público en las bibliotecas municipales. Suma y sigue. 
 
En sanidad se privatiza y cierran centros de salud comunitarios. El tijeretazo en las subvenciones a centros que luchan contra la drogadicción, la violencia juvenil y de género supone echar cerrojo al cierre de muchas instituciones que realizaban una labor social que hoy queda al pairo. Se venden inmuebles y se externalizan los servicios esenciales. Y en las ofertas de empleo público, se decide postergar su convocatoria sine die. Menos médicos, enfermeras, celadores, administrativos, profesores. En contrapartida los sueldos y salarios de los trabajadores se congelan como una medida solidaria para pagar los excesos de los mercados.

Si realmente esta reforma marca un hito en nuestra democracia social de mercado por qué no convocan un referendo. ¿No sería mejor contar con la aprobación del pueblo para una reforma de tan hondo calado? Inclusive podría no ser vinculante. Seguro que los partidarios del sí tendrían garantizado el triunfo. ¿Acaso sus impulsores no controlan más de 70 por ciento de los votos? Ganarían por goleada. Sin embargo se niegan. ¿Tienen miedo? Gaspar Llamazares califica de escándalo no haber debatido en la Cámara la conveniencia o no de hacer un referendo.

La involución política está en marcha. El PP, seguramente, ganará las próximas elecciones generales a celebrarse el 20 de noviembre. Sin mancharse las manos de sangre, con el cadáver del Estado del Bienestar en cuerpo presente, tendrá vía libre para seguir esta senda abierta por el PSOE. Allanado el camino, el gobierno de Rodríguez Zapatero y sus diputados serán recordados como los sepultureros de la democracia. El golpe de mercado se ha consumado.
 
(*) Miembro del Consejo Científico de ATTAC-España y profesor de la Universidad Complutense de Madrid

Nos gobiernan 'mercados' que no existen / José Carlos García Fajardo *



Desde 2004, a los profesionales que vengan a trabajar a España  se les aplica el impuesto de los no residentes, que es el 24%, el mínimo del IRPF. Este privilegio fue pensado para atraer profesionales científicos cualificados, pero también se aplica a los deportistas con ingresos elevados, como los futbolistas. Aunque se ha planteado que este régimen fiscal no se les aplique, la Unión Europea (UE) aduce que sería una discriminación, sobre todo para deportistas europeos. Si en un tema como este los partidos no se ponen de acuerdo, cómo extrañarnos de la desazón que nos invade ante lo que hoy perpetran en el Parlamento los dos partidos mayoritarios.




El Parlamento vota para modificar la Constitución ante una ciudadanía  que se da cuenta de que la incapacidad de gobernarnos desde dentro significa someternos a que se nos gobierne desde fuera con formas que no siempre nos gustan, escribe Torreblanca. Ese es el sentimiento general de una ciudadanía que progresó en democracia, desde su adhesión a la UE hace 26 años, pero que contempla desolada nuestra entrega de pies y manos a los llamados “mercados”. Que no existen, sino los mercaderes, capitales y grupos de presión que rigen los destinos del mundo.Hasta la misma UE no es más que el fetiche que hemos ido construyendo a base de proyectar sobre él nuestros miedos, flaquezas y fantasías. Con nuestro inveterado sentimiento de inferioridad ante los ilustrados países de Europa ya que, en el nuestro, entre el Trono y el Altar mantuvieron ese sentimiento de exiliados en espera de un mítico paraíso post mortem.





Siempre que algunos valientes se alzaron porque preferían morir de pié a mal vivir de rodillas, fueron abatidos por las balas o por la descalificación y la condena de los soberbios poderes dominantes: una religiosidad irracional y anacrónica  y el poder de los más ricos que siempre maniobraron para salir a flote entre magma que ellos crearon.





Igual que sucede las crisis económicas y financieras del 2008 y la actual que contribuyeron a crear los banqueros y fueron los primeros en ser rescatados por el Estado, que es la institución que expresa y representa la soberanía popular. Pero es el interés de los mercados financieros el que se sobrepone a los programas de los partidos, aunque no gobiernen.Después de siete años de desencuentros, el Gobierno español y el Partido Popular han pactado una reforma de la Constitución en la que inscribir una importante limitación al déficit de todas las Administraciones.  Al margen de los demás grupos en el Congreso. Con nocturnidad y alevosía para no permitir el lógico referéndum, pues se trata de modificar la Ley de Leyes. Temen con razón que la ciudadanía muestre su rechazo y, de paso, aproveche para exigir otros aspectos fundamentales: desde el régimen monárquico a la partitocracia con listas cerradas, desde los privilegios a una confesión a la desproporción en la distribución de los escaños.




 La lista sería muy larga para las urgencias de los nuevos diktats que maneja la UE.Nunca tantos países de esta desastrada UE estuvieron tan cerca de anhelar gobiernos fuertes y en manos de personalidades audaces que les aliviasen de tanta mediocridad y de las oligarquías plutocráticas que los manipulan sin rubor, y sin dar la cara.





 Pan de hoy, dictadura para mañana, pero al menos, salir de esta ciénaga que nos envuelve.Clama al cielo la resistencia de ambos partidos en acometer otras iniciativas para elevar la carga fiscal de las personas con mayor renta y riqueza. Un Gobierno de izquierdas no sólo no cumplió con su programa electoral de una reforma fiscal para las más grandes fortunas y vergonzosos enclaves como las SICAV, (sociedades que tributan un 1%) sino que eliminó el impuesto sobre el patrimonio.La razón de ese aumento de las cargas fiscales a los que más tienen así como a las transacciones financieras está en la distribución de la renta y de la riqueza que es más desigual que en las economías avanzadas de la UE.





Con la tasa de desempleo que sobrepasa los 4 millones de parados, el 21% de la población. Sin olvidar los paraísos fiscales en los que los bancos y las grandes fortunas tienen activos que suponen un fraude continuo a la Hacienda pública. El presidente de uno de los mayores bancos sostiene que “así tenemos más maniobrabilidad para  operaciones en el exterior”.





Lo más obsceno es que se queda tan fresco, ocupado con sus conmilitones en la composición de los nuevos administradores del Estado. A eso han quedado reducidos los políticos y gobernantes sometidos antes a las Leyes democráticas, y ahora al gran capital. 
(*) Profesor Emérito de Historia del Pensamiento Político y Social en la Universidad Complutense de Madrid y director de su Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)