sábado, 19 de noviembre de 2011

Otra democracia es necesaria / Antonio Campillo *

En la víspera de las elecciones generales del 20N, se nos pide que ´reflexionemos´ antes de ejercer nuestro derecho de voto. Por eso, yo voy a reflexionar sobre los límites de nuestra democracia y sobre la necesidad de renovarla.

La actual crisis del capitalismo es la más grave desde la Gran Depresión. Aquella crisis puso fin al dogma liberal del laissez faire y a la hegemonía de Europa sobre el resto del mundo. Tras la Segunda Guerra Mundial, esa hegemonía pasaron a disputársela Estados Unidos y la URSS. Los países de Europa occidental iniciaron la construcción de la Unión Europea y el desarrollo del Estado de Bienestar, que han sido hasta ahora la principal fuente de legitimidad de sus democracias.

Sin embargo, desde finales de los setenta, comienza la gran ofensiva del capitalismo neoliberal, que pretende desmantelar el Estado de Bienestar y socavar el proyecto de una democracia europea a escala continental. Las políticas neoliberales nos han conducido a la crisis que hoy padecemos. Además, han propiciado un nuevo desplazamiento de la hegemonía mundial, causado por el declive económico del Occidente euro-atlántico y el ascenso del Oriente asiático-pacífico. El nuevo modelo de capitalismo es China: un régimen dictatorial, sin derechos políticos ni sindicales, con una gran desigualdad social y con graves problemas medioambientales.

Pero los estragos del neoliberalismo son mucho más graves que los de hace ochenta años, pues se está poniendo en peligro la supervivencia misma de la humanidad. El capitalismo actual mata diariamente a miles de seres humanos, expolia los recursos naturales y genera un cambio climático cuyas consecuencias serán catastróficas.

Esta suicida doctrina neoliberal, defendida a sangre y fuego por la derecha conservadora de Estados Unidos y Europa, ha logrado imponerse en Occidente porque los partidos y Gobiernos socialdemócratas no han tenido el valor de oponerse frontalmente a ella. Por eso, tenemos hoy una Unión Europea completamente doblegada ante la codicia insaciable de los mercados financieros, que ponen y deponen Gobiernos, y les exigen el desmantelamiento del Estado de Bienestar.

En España, la crisis es todavía más profunda porque los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE) privatizaron la banca y las empresas estatales, bajaron los impuestos a las rentas más altas, alimentaron la burbuja inmobiliaria y la precariedad laboral, y ahora defienden la política de austeridad impuesta por la Unión Europea de Merkel y Sarkozy. Si a Zapatero le exigieron recortar 15.000 millones de gasto público, a Rajoy (que según las encuestas será el nuevo presidente tras el 20N) le van a exigir recortar 41.000 millones más (16.000 en 2012 y 25.000 en 2013).

Por eso, Rajoy no es ninguna alternativa real, sino más de lo mismo. El bipartidismo no es la solución, sino que es parte del problema. Los españoles lo saben, y por eso consideran a la clase política como el tercer problema del país, tras el paro y la crisis. Sin embargo, es probable que después del 20N no tengamos ni siquiera bipartidismo, sino más bien monopartidismo, tanto en el Congreso como en la mayoría de Parlamentos autonómicos, una situación de monopolio político que no se ha dado nunca en la historia de nuestra democracia.

Ahora bien, si el recorte de 15.000 millones le va a costar a Zapatero y al PSOE un retroceso electoral catastrófico ¿qué le sucederá a Rajoy y al PP cuando tengan que recortar otros 41.000 millones? Nos encontraremos con una situación política paradójica: un régimen de partido casi único, unos recortes mucho más drásticos que los aplicados por el Gobierno anterior, y un movimiento de contestación social y sindical que rechazará en las calles lo apoyado en las urnas.

Esta paradoja pondrá al descubierto el doble déficit de la democracia española: por un lado, su incapacidad para reformarse a sí misma, avanzar hacia un verdadero Estado federal, garantizar la representación que les corresponde a las opciones políticas minoritarias y ofrecer a la ciudadanía mecanismos de democracia participativa; por otro lado, su incapacidad para reconocer que las grandes decisiones se toman fuera de nuestros fronteras, por lo que es necesario reforzar y democratizar la UE, para poner en marcha una política continental concertada de defensa del Estado del Bienestar frente a los ataques de los mercados financieros internacionales. Lamentablemente, ninguno de estos dos problemas ha estado en el centro de la campaña electoral.

La democracia española se encuentra bloqueada por un régimen bipartidista que ofrece a la ciudadanía una falsa alternativa. No es de extrañar que haya surgido el movimiento de los indignados, con la exigencia de renovar profundamente nuestro sistema democrático, para que el Gobierno esté al servicio de la ciudadanía y no al servicio de los mercados. Pero las alternativas que ofrecen algunos sectores de los indignados (abstención, voto nulo o voto en blanco) son igualmente falsas, porque no hacen sino reforzar el viejo bipartidismo o, peor aún, el riesgo del monopartidismo.

Por eso, dada la gravedad de la situación en la que nos encontramos, hay que tener mucho coraje para ejercer el derecho democrático del voto, y para ejercerlo de tal modo que abra el camino a una profunda renovación de nuestra joven democracia, con el fin de que sea mucho más madura, abierta, plural, transparente y participativa.


(*) Catedrático de la Universidad de Murcia



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