viernes, 21 de enero de 2011

El capital financiero y su supervisor (el Banco de España) son responsables del elevado desempleo / Vicenç Navarro *

El Gobernador del Banco de España, el Sr. Miguel Angel Fernández Ordóñez, y otras voces próximas a la Banca, así como economistas de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), financiada por los mayores bancos de España, son los mayores promotores de la tesis de que la mayor causa del elevado desempleo que existe en España son las rigideces de nuestro mercado laboral, que no permiten a la economía española adaptarse a la nueva situación creada por la Gran Recesión. Esta supuesta rigidez del mercado laboral, así como la falta de disciplina fiscal del estado español, que ha determinado un elevado déficit público, son –según la Banca- las mayores causas de que España no se esté recuperando de la recesión.

Un análisis objetivo de las causas de las crisis, incluido su elevado desempleo, y de la lentitud de la recuperación económica muestra, sin embargo, que la mayor causa de la crisis financiera y económica se debe precisamente al comportamiento especulativo de la banca, pobremente supervisada por el Banco de España. Es más, tal análisis objetivo permite también concluir que la escasa recuperación de la economía española se debe precisamente al mismo comportamiento especulativo de la banca, que continúa ocurriendo con la complicidad del Banco de España, al cual debieran exigírsele responsabilidades por su desidia en su función de salvaguardar los intereses de la ciudadanía y del estado democrático.

Veamos los datos. Una característica del supuesto “milagro de crecimiento económico y creación de empleo” español fue la enorme inversión bancaria en el sector inmobiliario, creándose el complejo banca-sector inmobiliario-industria de la construcción, que fue el motor de tal supuesto milagro. Como consecuencia de ello, el sector construcción llegó a representar el 12% del PIB, más del doble de lo que tal sector representaba en Gran Bretaña o Francia. El milagro se basó en mano de obra –la mayoría inmigrante- de escasa cualificación y bajos salarios. Los precios de la vivienda, sin embargo, alcanzaron niveles exuberantes, que no guardaban ninguna relación ni con los costes reales de producción ni con la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población. El ratio precio de la vivienda sobre el salario medio de España era casi el triple del promedio existente en la UE-15. 

De ahí el enorme endeudamiento de la población, causa de la gran expansión de los negocios bancario-inmobiliarios, centro de la locomotora expansiva de la economía española. Este desfase entre el precio real de la vivienda (coste de producción más beneficios razonables) y el precio actual (que dio pie a unos exuberantes beneficios bancarios sin precedentes), era resultado de una especulación sin frenos, que podría haberse detectado fácilmente por el Banco de España, si éste hubiera tenido la voluntad política que no tuvo. Es decir, si hubiera supervisado al sistema financiero español tal como era su responsabilidad. 

No lo hizo, y debieran exigírsele responsabilidades por ello, nombrando una Comisión en las Cortes Españolas (tal como ha hecho el Parlamento islandés) que averiguara el por qué de este enorme fallo. Por cierto, otros colectivos responsables de esta dejadez de responsabilidades son los propios bancos y los centros de investigación económica, como Fedea, financiados por la Banca, y que ocultaron o ignoraron las dimensiones de un problema que, a todas luces, se veía que era insostenible. 

Varios economistas heterodoxos alertamos en los años noventa de lo que se nos venía encima sin que se nos prestara ninguna atención. La ortodoxia económica neoliberal dominante, reproducida en los mayores medios de información y persuasión, estaba eufórica y carente de cualquier capacidad de autocrítica.

Cuando la burbuja estalló, resultado en gran parte de la negativa de las bancas alemanas y francesas a continuar prestando liquidez a los bancos españoles, los bancos españoles pasaron a tener una enorme cantidad de viviendas vacías sin posible comprador. La banca española pasó a ser la mayor propietaria de viviendas vacías que no encuentran comprador en España.

¿Por qué no se reaviva la economía española?
Si el mercado funcionara correctamente, una manera de que la Banca pudiera vender las viviendas vacías y reavivar así el mercado inmobiliario hubiera sido bajando los precios a unos niveles más asequibles (que se correspondan al nivel de salarios medios del país). La Banca, sin embargo, no lo hizo, y continúa sin hacerlo, ya que teme perder mucho dinero. 

En realidad el precio de la vivienda ha bajado sólo un 12,8% desde el momento en que había alcanzado el mayor precio (en 2006). Como escribió recientemente el The New York Times (18.12.10) la mayoría de expertos inmobiliarios en países europeos calcula que el precio de las viviendas en España debiera bajar un 30% o un 40% para que funcionara de nuevo el mercado de la vivienda y se recuperara así la economía.

¿Por qué no ocurre esto? Porque la Banca prefiere mantener viviendas vacías esperando a que pueda venderlas más tarde a unos precios artificialmente altos, en lugar de venderlos ahora a unos precios más bajos. Y el Banco de España protege a la Banca al indicar que los precios ya han bajado al nivel que debieran hacerlo. El Banco de España, que negó que hubiera una burbuja inmobiliaria, niega ahora que los precios de la vivienda estén todavía inflados. Y lo hace para proteger a la banca. Y protegiendo a la banca se retrasa la recuperación económica. 

En realidad, el estado español debería intervenir y forzar la venta de las viviendas vacías. Pero, de nuevo, el propio estado español, que tampoco predijo la burbuja inmobiliaria, continúa diciendo que “el ajuste de precios de la vivienda ya ha tenido lugar”, tal como acaba de indicar José Manuel Campa, Secretario de Estado de Economía del gobierno español.

El problema que la banca, el Banco de España y el estado español tienen es que nadie les cree. Y con razón. Es obvio que la banca no esta absorbiendo los costes de su enorme comportamiento especulativo. El que lo está pagando es el ciudadano, que se ha quedado con una hipoteca artificialmente elevada, que no puede pagar, y el usuario (empresario y persona normal y corriente) que no puede conseguir crédito porque la banca está en peligro de bancarrota.

De ahí que las agencias de valoración de la deuda privada, como Moody’s y otras, no crean lo que el Banco de España está diciendo sobre la estabilidad y fortaleza de la banca española, o sobre la validez de las pruebas a las que la banca española ha sido sometida. La falta de transparencia de la banca española es bien conocida (resultado de su excesiva influencia política y de la complicidad existente entre la Banca y el Banco de España) fuera de España. Nadie sabe con certeza, por ejemplo, el número de viviendas vacías que la Banca tiene en España, ni el número de personas con dificultades para pagar sus hipotecas. 

La banca lo oculta y lo único que hace el Banco de España (que debiera tener esta información) es aconsejarles cordialmente que lo hagan. Pero no lo hacen. Y es la banca la responsable de que, resultado de la desconfianza de los mercados financieros hacia la banca española, el estado español tuviera que pagar este mes un 18% de más en el pago de los intereses de la deuda española que el mes anterior.

Una última observación. Para calcular el impacto negativo que la explosión de la burbuja inmobiliaria ha tenido en causar la Gran Recesión en España, no es suficiente medir el impacto de tal explosión en la producción (es decir, en el 12% del PIB ocupado por tal sector), sino que hay que incluir también su impacto en el consumo. El crecimiento del valor de la propiedad que, como he indicado, era un crecimiento ficticio y no real, resultado de la especulación, determinó un aumento del consumo. Los propietarios de las viviendas se veían más ricos de lo que eran, y por ello aumentaron su consumo. 

En EEUU se ha calculado que de cada dólar que sube el valor de la propiedad, el propietario aumenta su consumo 5 céntimos. Ello implica un incremento del consumo de 500.000 millones de dólares. No conozco el cálculo para España, pero no me extrañaría que subiera un 2% del PIB. Ello determinaría que el impacto de la burbuja inmobiliaria afectara no sólo al sector de la construcción (un 12% del PIB) sino también al consumo que tal burbuja había generado (2% del PIB). La suma 12+2=14% del PIB es una cifra más que respetable y que explica el enorme vacío creado al estallar aquella burbuja, que debiera rellenarse con un aumento muy notable del gasto público, y que, al no rellenarse, causa la gran lentitud de la recuperación económica.

Y mientras, la Banca, el Gobernador del Banco de España, Fedea y el manifiesto de los 100 economistas neoliberales, tienen la osadía (por ponerlo de una manera amable) de acusar a los sindicatos de ser responsables del elevado desempleo y de la insuficiente recuperación económica. Y los mayores medios de difusión ofreciéndoles enormes cajas de resonancia. Así va España

(*) Vicenç Navarro ha sido Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Es también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 35 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también el Observatorio Social de España.

Túnez: La revolución social y democrática está en marcha / Fathi Chamkhi *

Las masas populares tunecinas acaban de irrumpir espectacularmente en la escena política. El pueblo tunecino consiguió, al cabo de 20 días de una revolución social y democrática, echar al dictador Ben Ali. ¡Es una gran victoria! Para todas nosotras y todos nosotros es un gran día que compartimos con aquellas y aquellos que luchan contra el orden capitalista mundial. En primer lugar, hemos reconquistado nuestra dignidad y nuestro orgullo, que la dictadura, durante mucho tiempo, burló y arrastró por el fango Ahora, tenemos un nuevo Túnez para construir: libre, democrático y social.

Pero, desde este mismo momento, la contrarrevolución ya está en marcha. El poder de Ben Ali se derrumbó pero su régimen, evidentemente desestabilizado y debilitado, trata de mantenerse en el gobierno. El Partido /Estado Desturiano continúa allí, y su política económica y social capitalista liberal también.

Este régimen que se presentaba como un ejemplo de «buen alumno» por las instituciones financieras internacionales, que esquilmó al pueblo tunecino durante 23 años, por cuenta de un capital mundial ávido de beneficios, con un grupo de familias en torno al poder, enriquecidas y organizadas en clanes mafiosos, debe partir. ¡Eso es lo que queremos!

Rechazamos la tentativa que se está desarrollando, que trata de confiscar la revolución. Esta maniobra se presenta bajo la fórmula de un «gobierno de unidad nacional», alrededor del cual este régimen ilegítimo intentará mantenerse.

En el mismo sentido, el poder destronado ha dejado sus milicias superarmadas, entre las cuales, la guardia personal de Ben Ali, que están sembrando el terror en las grandes ciudades del país, especialmente en Túnez capital y su periferia. Otros grupos, salidos de las masas desheredadas y hambrientas, se aprovechan también del caos actual para saquear las grandes superficies, en particular Carrefour y Géant. Bandas de pillaje se distribuyen a lo largo de los ejes viarios del país, haciendo que la circulación sea peligrosa. Los productos de primera necesidad comienzan a faltar o bien ya son inexistentes: pan, leche, medicamentos…

El régimen, que ha desmovilizado a la policía en las ciudades y a la guardia nacional en el campo, deja hacer, se aprovecha del caos y del miedo que se infiltra en el seno de la sociedad, con el fin de imponer sus propias soluciones. La instauración del toque de queda y el despliegue del ejército, con bastante pocos efectivos y que nunca tuvo que afrontar este tipo de situación, no hace sino agravar el miedo, puesto que es durante la noche que las milicias armadas actúan.

Por todos lados, las ciudadanas y los ciudadanos tratan de organizar su propia defensa, a menudo en colaboración con el ejército. Miles de comités populares de defensa se están constituyendo para defender a la población.

Sólo la constitución de un gobierno provisorio, sin ningún representante del régimen desturiano, que tendrá el deber de preparar unas elecciones libres y democráticas, regidas por un nuevo código electoral, para una Asamblea constituyente, podrá permitir a las tunecinas y a los tunecinos retomar su destino y hacer reinar en el país un orden justo y provechoso para la gran mayoría de la población.

Si el pueblo aspira un día a la vida, el destino sólo puede plegarse a su voluntad.

(*) Profesor de Geografía, militante comunista, miembro de la Liga Tunecina de Derechos Humanos y de RAID-ATTAC/CADTM

Obama mantiene incentivos a la especulación / Alejandro Nadal *

Concluyó el año, pero no la crisis. En Estados Unidos y la mayor parte de Europa el desempleo permanece alto y no hay buenas perspectivas para superar el estancamiento. Pero es en Estados Unidos donde las cosas se están poniendo cada día más feas.

La administración Obama no solo no parece estar dispuesta a hacer realidad su promesa de cambio. Más bien ha profundizado su compromiso con las prioridades del régimen heredado. Así contribuye a mantener a la sociedad estadounidense en su trayectoria de deterioro terminal. Y uno de los rasgos de ese proceso es el de la desigualdad, que aumenta todos los días en Estados Unidos y terminará por socavar lo que queda de democracia en ese país.

Muchos piensan que la desigualdad es el resultado de fuerzas económicas, del cambio tecnológico y de transformaciones estructurales en Estados Unidos. La realidad es que a partir de los años setenta se aprobaron muchas políticas que contribuyeron a la brutal concentración del ingreso que hoy marca a la sociedad estadounidense.

El régimen impositivo heredado por Obama fue una pieza clave en el deterioro de la distribución del ingreso. En lugar de cambiarlo, la Casa Blanca ofrece continuidad. El 17 de diciembre Obama llegó a un acuerdo con los republicanos en materia de política fiscal, prolongando los recortes de impuestos que Bush había aprobado años atrás.

Podría parecer que reducir impuestos es lo que hay que hacer en una recesión. Pues, sí, pero no cualquier recorte de impuesto. De la misma manera que no cualquier incremento en el gasto público es bueno. ¿Por qué estos recortes de impuestos son absurdos? Pues porque no están relacionados con la inversión, el crecimiento y el empleo. Están más vinculados con la especulación que con otra cosa.

En Estados Unidos la evolución de la tasa marginal superior del impuesto sobre la renta (ISR) ha sido al revés de lo que aconseja el principio de progresividad en materia fiscal. En 1913, cuando se consolidó la legislación del impuesto sobre la renta, el gravamen alcanzó el 6 por ciento para los ingresos superiores al medio millón de dólares. Pero con la Primera Guerra Mundial, en 1918 la tasa marginal superior ascendió a 77 por ciento para los ingresos superiores al millón de dólares.

En los años veinte el ISR bajó hasta alcanzar 24 por ciento en 1929, justo antes de la Gran Depresión. En la década de los arrebatados veintes la especulación se mantuvo desbordada.
En los años treinta aumentó el ISR a 63 por ciento y al finalizar la Segunda Guerra Mundial su nivel era de 94 por ciento para ingresos superiores a los 200 mil dólares. Así se mantuvo el impuesto sobre la renta durante la época dorada del capitalismo estadounidense. Durante esos años la inversión privada, el crecimiento, la productividad, los salarios y el empleo mantuvieron un desempeño envidiable.

Durante los años sesenta la tasa marginal superior del ISR se coloca en 70 por ciento y para 1982 llega a 50. Reagan la recorta a 28 por ciento en 1988. Para 2000 el ISR aumenta a 39 por ciento y en 2003 se redujo a 35.

Esta historia revela que cuando hay mejor desempeño económico, los impuestos son elevados. En cambio, en el periodo con menor ISR se observa menor crecimiento, deterioro en la calidad del empleo y mayor concentración de riqueza. El reducido ISR también coincide con procesos de mayor especulación. Hoy eso es claro. Un estudio de Michael Hudson, ex funcionario del Chase Manhattan y hoy economista de la Universidad de Missouri, revela que en 2010 el tiempo promedio en que las acciones y títulos financieros permanecieron en posesión de su comprador en Estados Unidos fue de 22 segundos. 

En el mercado de divisas, la posesión de las inversiones en divisas es de unos 30 segundos. Estos datos se refieren a transacciones en el Mercantile Exchange de Chicago y en la Cámara de Compensación en Nueva York. Este híper corto plazo está vinculado a la especulación y es la reducida presión fiscal lo que ha permitido el desvío de recursos hacia estas actividades.

La otra cara de esta medalla está en el régimen fiscal a las ganancias del capital. Los gravámenes sobre ganancias derivadas de la propiedad de acciones, títulos y activos financieros en general son parecidos al del ISR. La ley distingue entre títulos de corto y largo plazos, pero el gravamen se determina no a partir del precio de compra, sino del costo base, que se calcula descontando el pago de los costos de corretaje y otros pagos. Todo eso hace que el gravamen se reduzca de manera significativa.

Obama ha perdido todas las oportunidades para hacer realidad su promesa de cambio. En materia fiscal, a mediados de 2009 pudo haber introducido una reforma fiscal que permitiera un mayor estímulo para salir de la crisis y un impulso a la redistribución del ingreso. En su lugar, el equipo del entonces recién llegado a la Casa Blanca prefirió la continuidad de un largo proceso de concentración de la riqueza. Hoy los más ricos, los que estuvieron en el epicentro de la crisis, se han enriquecido todavía más.

(*) Catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México y miembro del Consejo Científico de ATTAC España

Privatizar, privatizar y privatizar / Marcos Roitman Rosenmann *

Hace ya tres décadas que el capitalismo muestra su verdadera cara. Nunca ha sido un sistema integrador. Tampoco un orden social compatible con la democracia, ni siquiera la representativa. Cuando ha podido, querido y necesitado, la burguesía se ha saltado y violado sus propias normas. Los ejemplos son muchos. Su mano ha estado siempre en los golpes de Estado contra gobiernos progresistas, de izquierda, nacionalistas y antimperialista. No hace falta insistir en ello. 

Los ejemplos históricos se pueden extraer de los cinco continentes. Pero tampoco, si hace falta, renuncia a patrocinar fraudes electorales cuando es menester. Igualmente se adhiere a las prácticas corruptas si en ello les va la bolsa. Asimismo prefieren el tráfico de influencias al juego limpio cuando se trata de aumentar sus ganancias. Y si alguien osa mostrar su desacuerdo, y señalar que juegan con las cartas marcadas, es perseguido hasta su total destrucción.

Casas de latrocinio, venta de armas, trata de blancas, esclavitud infantil, comercio de órganos humanos, nada escapa a su voracidad. Negar dichas verdades como si se tratasen de problemas ajenos al capitalismo les quita el sueño. Cada día es más difícil ocultar lo evidente. Una realidad de hambre, miseria, desigualdad y muerte son los buques insignias del capitalismo. Para evitar su total descrédito se ha montado un aparato publicitario multimedia. Su función es divulgar y propagar los beneficios de la economía de mercado a como dé lugar. Su fuerza y triunfo parcial, radica en el control cuasi omnímodo de la radio, la televisión, las editoriales, las revistas, los periódicos regionales y, desde luego, la red. 

Su coraza consta de varias capas. Cuando se logra traspasar una, aparece otra y otra y así sucesivamente. Su objetivo es no dejar al descubierto su cuerpo mal oliente y moribundo. En cuanto los ataques generan fisuras en la armadura, saltan las alarmas. La censura se impone como un mecanismo de control de la información. Y si no logra evitar su resquebrajamiento, siempre hay un plan B. Se presiona y mete el miedo. La formula la conocemos. No olvidemos que en Colombia, México, Honduras o Rusia, ser periodista es profesión de alto riesgo. Son cientos de ellos quienes han perdido la vida cuando trataban de informar y romper el cerco de la mentira dominante. Aunque no siempre es necesario llegar a tal extremo. 

Amenazar con el despido, el ostracismo, en ocasiones, es suficiente. Otra técnica empleada es la difamación. De la noche a la mañana periodistas considerados un ejemplo para su comunidad sufren campañas donde se les presenta como verdaderos monstruos. Ludópatas, alcohólicos, drogadictos, maltratadores y corruptos. Pero esto suma y sigue. 

Los documentos filtrados a Wikileaks dejan al descubierto cómo se las gastan el imperialismo y sus aliados. En este juego no hay reglas. Siempre es posible caer más bajo con tal de salvar al capitalismo. ¿Qué otro sentido tiene acusar a su fundador, Julian Assange, de violación? No sólo inhabilitarlo y sembrar la duda sobre su honorabilidad, además de que las autoridades suecas terminen, si se produce la extradición desde Gran Bretaña, hacer una carambola y que Assange acabe con sus huesos en una cárcel de alta seguridad en Estados Unidos. Aunque tampoco podemos descartar su asesinato pedido por los sectores más conservadores del establishment estadounidense.

En tiempos de crisis, el capitalismo redobla sus esfuerzos para vendernos la moto. Por cierto, una moto desgastada y lista para ser vendida como chatarra. Aún así no quieren dar su brazo a torcer. Sus seguidores deben fidelidad al guión. Ha llegado la hora de certificar la muerte del Estado del bienestar y por ende del sector público. Hay que crear más mercado, más desregulación, más apertura financiera y comercial y mucha, mucha liberalización. El Estado, argumentan, ha sido un pésimo gestor, no entiende de competitividad ni de beneficios. No funciona acorde a las leyes de la oferta y la demanda. Suele dilapidar capital social y humano. Hay que adelgazar su estructura y transformarlo. Es imprescindible tomar, de una vez y para siempre, el toro por los cuernos. La decisión no se puede retrasar más. 

Llegados a este punto el argumento es simple. Externalizar. No hacen falta hospitales públicos, el gasto de inversión es elevadísimo, mejor es crear clínicas privadas con médicos y personal sanitario que cobran sueldos de miseria. Igualmente, la educación pública ha sido un fracaso, entonces mejor apoyar la iniciativa privada donde se enseñan valores humanos acordes con la tolerancia. Basta observar la disciplina en los colegios y centros administrados por religiosos. Rezan todos los días, les enseñan a no pecar, a ser obedientes y temerosos de Dios. Sea Ala, Buda o Jehová.

Este argumento, de la externalización, se acompaña de una palabra mágica que se ha convertido en una droga para economistas, sociólogos, periodistas y políticos de medio pelo, sean conservadores, liberales o socialdemócratas. Su enunciación les produce alegría y les hace sentirse pletóricos de fuerza. Nada más pronunciarla tres veces son abducidos hasta perder el sentido común y la decencia: privatizar, privatizar y privatizar.

(*) Miembro del Consejo Científico de ATTAC España, chileno y Profesor Titular de Estructura social de América Latina en la Universidad Complutense, de Madrid

Pigs… y ( I ) / Federico Mayor Zaragoza *

Los PIGS (“cerdos”!) (Portugal, Irlanda, Grecia, Spain…) deben caer uno tras otro sea como sea: son el flanco periférico de la eurozona… y la “dolar zona” ataca por orden de debilidad: primero, Grecia.

Gran movilización europea y, a pesar de las imprevisibles vacilaciones de Alemania, tan favorecida en la época de bonanza por los “grandes negocios” griegos, se logró rechazar, al menos provisionalmente, el ataque de “los inversores”. Se puso de manifiesto -sin que los buenos economistas y financieros armaran el revuelo merecido- la vinculación de las noticias sobre el colapso europeo a grandes grupos mediáticos y financieros de los EE.UU.

Luego le tocó el turno a Irlanda que hasta hace pocos meses -¡revisemos las hemerotecas!- se ponía como “ejemplo” de desarrollo neoliberal por los mismos economistas, escuelas de administración de empresas y agencias de calificación, instituciones bancarias internacionales… y partidos y líderes políticos ensimismados con la globalización. Ahora todos miran hacia otro lado -especialidad en la que se están ejercitando últimamente, con gran descaro, muchos políticos- y, de nuevo, ha sido necesario un gran tumulto para rescatar al trasquilado país ex-ejemplar.

Pronto podría llegarle el turno -si la Unión Europea no es capaz de poner de una vez los puntos sobre las “íes”- a Portugal y, por extensión, a España. El triunfo de los ultra-republicanos en Norteamérica no favorece, desde luego, la capacidad de reacción. Portugal con Grecia y España, constituyen el reducto (¡exactamente la figura opuesta a la de hace unos años!) de gobiernos socialdemócratas. Los famosos “nórdicos” y los grandes países centroeuropeos están todos en manos de una derecha que, con frecuencia, se inclina hacia extremos preocupantes.

El acoso no cesa, activado ahora más todavía por el largo brazo del “Tea Party”. Si Portugal es el tercero en danza… el “contagio”, según la acepción patológica utilizada por los comentaristas, alcanzará a nuestro país, que no supo -hay que reconocer que en aguas apacibles es muy difícil evocar tormentas- desmontar a tiempo el inmenso andamiaje inmobiliario. Recuerdo en el año 2000 la desbordante satisfacción con que un miembro del Gobierno de entonces decía que España “construía más que todos los países de la Unión Europea juntos”. Pues ahora, sufre más desempleo, lógicamente, que todos los países de la UE.

Sigo teniendo esperanza en el demócrata Obama. Y es que, por el bien de Europa -que ha permitido tantos excesos “globalizadores”, que se ha apartado de las Naciones Unidas, que ha deslocalizado en el Este una parte considerable de su producción, que sigue tolerando la dependencia en defensa y la existencia de paraísos fiscales…- confío en que se produzca, impulsada por los ciudadanos que no pueden seguir siendo adormecidos observadores de lo que acontece, una valiente “(r)evolución democrática” de la Unión Europea, consciente del extraordinario papel que le corresponde desempeñar en estos momentos-. De otro modo, los PIGS caerán uno tras otro… Pero no se detendría ahí. Luego vendría I…, y luego Bélgica… y…

Y, lo que es peor, la Unión se iría des-uniendo, las clases dominantes se impondrían en los distintos países para hacer frente “con energía” a una situación de la que son responsables en buena medida… y el sueño de la Europa unida, faro y torre de vigía, se iría desvaneciendo…

(*) Catedrático de Bioquímica y ex secretario general de la UNESCO

Fondo Monetario Europeo / Juan F. Martín Seco *

Alemania quiere crear un Fondo Monetario Europeo. ¡Oh, paradoja!, cuando la mayoría de los países subdesarrollados se han librado de la tiranía del Fondo Monetario Internacional (FMI), he aquí que, gracias a la Unión Monetaria, los países miembros nos vamos a ver sometidos a vejaciones parecidas.

El FMI se creó tras la Segunda Guerra Mundial siguiendo el esquema diseñado por EE UU, país vencedor y en aquel entonces también acreedor. White, representante americano, impuso en contra de la opinión de Keynes, delegado de Gran Bretaña, que el ajuste recayese sólo sobre los países deficitarios y los préstamos no fuesen considerados un derecho sino algo graciable y sometido a condiciones.

Keynes, por el contrario, opinaba –con razón– que en los desequilibrios externos siempre existen dos culpables. La responsabilidad es compartida. Si unos países tienen déficit es porque otros tienen superávit y viceversa, y por tanto los ajustes también deben repartirse. 

Por otra parte, consideraba que los préstamos del Fondo no deberían ser discrecionales ni estar subordinados a ninguna condición, sino concederse de forma automática; de lo contrario, temía que el Fondo se convirtiese en un instrumento de dominación política. Y así sucedió incluso cuando, después de 1971, ya había desaparecido el Sistema Monetario Internacional al abolir Nixon la convertibilidad del dólar en oro.

Bajo los auspicios del Consenso de Washington –especie de acerbo común creado por las elites del Fondo, de la Reserva Federal y de la administración americana, e identificado con la doctrina más rabiosamente neoliberal–, se impuso a los países en dificultades las políticas más duras y contraproducentes, de manera que la medicina que se prescribía era peor que la enfermedad. Es por ello por lo que, progresivamente, todos los países fueron convenciéndose de que preferían rechazar la ayuda del Fondo.

Hoy, Alemania quiere imitar el modelo y, por supuesto, no bajo los planteamientos de Keynes sino de los de White, haciendo recaer los ajustes sobre los países deficitarios, sin aceptar que su superávit exterior, fruto de una política excesivamente restrictiva, es también en buena medida causa de los desequilibrios. 

Gracias a la Unión Monetaria, algunos países europeos, entre los que se encuentra España, van a retroceder 50 años y eso sin perder ninguna guerra. La situación a la que se les quiere someter es incluso peor que la de entonces. Ahora no hay un plan Marshall y, además, los países no tienen la posibilidad de utilizar políticas de control de cambios ni la de ajustar la cotización de sus divisas.

Alemania sólo atiende a sus conveniencias a corto plazo e intenta imponer al resto de los países una política despótica que éstos difícilmente van a poder soportar, de manera que la estrategia puede volverse contra ella matando a la gallina de los huevos de oro, la Unión Monetaria, de la que Alemania es la máxima, quizás la única, beneficiaria.

La Unión Monetaria se ha construido sobre un sinfín de contradicciones, generándose muchas dudas sobre su viabilidad. Pero si alguna posibilidad de éxito había, Merkel se está encargando de eliminarla.

(*) Consejo Científico de ATTAC, economista y funcionario de Hacienda en España

¿Tiene salvación Europa? / Paul Krugman *

Hay algo especialmente apropiado en el hecho de que la actual crisis europea empezase en Grecia. Porque los males de Europa tienen todo el aspecto de una tragedia griega clásica, en la que un hombre de carácter noble encuentra su perdición por el defecto fatal del orgullo desmedido.

Hace no mucho, los europeos podían, de manera bastante justificada, afirmar que la actual crisis económica estaba demostrando realmente las ventajas de su modelo económico y social. En gran parte de Europa, las normas que regían el despido de los trabajadores ayudaban a limitar la pérdida de empleos, mientras que los sólidos programas de bienestar social garantizaban que incluso los parados mantuviesen su asistencia sanitaria y recibiesen unos ingresos básicos. Puede que el producto interior bruto de Europa estuviera cayendo tanto como el de Estados Unidos, pero los europeos no estaban sufriendo ni de lejos el mismo grado de miseria. Y la verdad es que siguen sin sufrirlo.

Sin embargo, Europa padece una crisis profunda; porque el logro del que está más orgullosa, la moneda única adoptada por la mayoría de los países europeos, está ahora en peligro. Lo que es más, cada vez se parece más a una trampa. Irlanda, aclamado como el Tigre celta no hace mucho tiempo, ahora está luchando para evitar la quiebra. España, una economía en auge hasta hace pocos años, ahora tiene un 20% de desempleo y se enfrenta a la perspectiva de años de deflación dolorosa y agotadora.

Se suponía que la creación del euro era el momento más sublime de una grandiosa y noble empresa: el esfuerzo realizado durante generaciones para traer la paz, la democracia y la prosperidad compartida a un continente antes y a menudo desgarrado por la guerra. Pero los arquitectos del euro, atrapados por la magnitud y el romanticismo de su proyecto, decidieron ignorar las dificultades mundanas con las que una moneda compartida previsiblemente se encontraría.

La consecuencia es una tragedia no solo para Europa sino también para el mundo, para el que Europa es un modelo de conducta crucial. ¿Cómo ha ocurrido esto?

El camino hacia el euro
Todo empezó con el carbón y el acero. El 9 de mayo de 1950 -una fecha cuyo aniversario se celebra ahora como el Día de Europa-, Robert Schuman, el ministro de Asuntos Exteriores francés, propuso que su país y Alemania Occidental aunaran sus producciones de carbón y acero. Fue el primer paso en el camino hacia una “federación de Europa” que, en última instancia, se convertiría en una unión aduanera dentro de la cual se comerciaba libremente con todos los bienes. Luego, a medida que la democracia se extendió por Europa, también lo hicieron las instituciones económicas unificadoras europeas.

En los años ochenta y noventa, Europa se puso manos a la obra para eliminar muchos de los obstáculos que aún impedían la plena integración económica. Las fronteras se abrieron; se garantizó la libre circulación de las personas; y las normas sobre los productos, la seguridad y los alimentos se armonizaron. Se proclamó que la creación del euro era el siguiente paso lógico de este proceso.

Las ventajas de una moneda única europea eran evidentes. No más necesidad de cambiar dinero al llegar a otro país; no más incertidumbre por parte de los importadores sobre lo que un contrato terminaría costando realmente, ni por parte de los exportadores sobre lo que realmente valdría el pago prometido. Mientras tanto, la moneda compartida reforzaría la sensación de unidad europea.

Por otro lado, formar una unión monetaria significa sacrificar la flexibilidad. ¿Hasta qué punto es grave esta pérdida? Eso depende. Fijémonos en lo que, en principio, parece una comparación extraña entre dos economías pequeñas con problemas.

Dejando a un lado el clima, el paisaje y la historia, la República de Irlanda y el Estado de Nevada tienen mucho en común. Ambas son economías pequeñas de unos pocos millones de personas enormemente dependientes de la venta de productos y servicios a sus vecinos. Ambas fueron economías en expansión durante la mayor parte de la década pasada. Ambas padecieron enormes burbujas inmobiliarias, que estallaron y causaron mucho dolor. Ambas padecen ahora un paro de alrededor del 14%. Y ambas son miembros de uniones monetarias más grandes: Irlanda forma parte de la zona euro y Nevada, de la zona dólar. Pero la situación de Nevada es mucho menos desesperada que la de Irlanda.

Es cierto que los presupuestos tanto de Irlanda como de Nevada han sufrido un duro golpe por culpa de la crisis. Pero gran parte del dinero que se gasta en los habitantes de Nevada proviene de programas federales, no estatales. En concreto, los jubilados no tienen que preocuparse porque la reducción de la recaudación de impuestos del Estado vaya a poner en peligro sus cheques de la Seguridad Social o su cobertura de Medicare. En Irlanda, por el contrario, tanto las pensiones como el gasto en sanidad están a punto de sufrir recortes.

Además, Nevada, a diferencia de Irlanda, no tiene que preocuparse por el coste de los rescates bancarios, no porque el Estado haya escapado a las grandes pérdidas de préstamos, sino porque esas pérdidas, en su mayoría, estarán cubiertas por Washington.

Y es probable que el problema del paro de Nevada se vea aliviado en gran medida durante los próximos años gracias a la emigración; de manera que, incluso si los puestos de trabajo no vuelven, habrá menos trabajadores en busca de los empleos que queden.

Europa, por otro lado, no está integrada fiscalmente: los contribuyentes alemanes no corren automáticamente con parte de los gastos de las pensiones griegas o los rescates bancarios irlandeses. Y aunque los europeos tienen el derecho legal de moverse libremente para buscar trabajo, en la práctica, una integración cultural imperfecta -sobre todo la falta de un idioma común- hace que los trabajadores tengan menos movilidad geográfica que sus homólogos estadounidenses.

Estados Unidos, como sabemos, tiene una unión monetaria que funciona, y sabemos por qué funciona: porque coincide con un país: un país con un Gobierno central grande, un idioma común y una cultura compartida. Europa no tiene ninguna de estas cosas, lo cual ha hecho que las perspectivas de una moneda única fueran inciertas desde el principio.

Euroforia, eurocrisis
El euro nació oficialmente el 1 de enero de 1999. Al principio, era una moneda virtual: las cuentas bancarias y las transferencias electrónicas se expresaban en euros, pero la gente seguía teniendo francos, marcos y liras en sus carteras. Tres años después, se llevó a cabo la transición final y el euro se convirtió en el dinero de Europa.

El mercado de eurobonos empezó a rivalizar pronto con el mercado de bonos en dólares; los pagarés en euros empezaron a circular por todo el mundo. Y la creación del euro infundió una nueva sensación de confianza, especialmente a aquellos países europeos que históricamente habían sido considerados riesgos de inversión. Hasta más tarde que resultó evidente que este aumento de la confianza era el cebo de una trampa peligrosa.

Grecia, con su larga historia de impagos de deudas y rachas de inflación elevada, era el ejemplo más llamativo. Hasta finales de los años noventa, la historia fiscal de Grecia quedaba reflejada en el rendimiento de sus bonos: los inversores solo compraban bonos emitidos por el Gobierno griego si estos ofrecían unos intereses mucho más altos que los bonos emitidos por gobiernos considerados apuestas seguras, como Alemania. Sin embargo, a medida que el estreno del euro se acercaba, la prima de riesgo de los bonos griegos se desvanecía. Después de todo, se razonaba, la deuda griega pronto sería inmune a los peligros de la inflación: el Banco Central Europeo procuraría que así fuese.

De hecho, a mediados de la década de 2000, casi todo el miedo a los males fiscales específicos de un país había desaparecido de la escena europea. A medida que los tipos de interés convergían en toda Europa, los que antes eran países con tipos de interés elevados se dejaron llevar, como era de prever, por el frenesí del préstamo. (Merece la pena señalar que este frenesí del préstamo estaba financiado por bancos de Alemania y de otros países con tipos de interés tradicionalmente bajos; esa es la razón por la que los actuales problemas de deuda de la periferia europea son también un gran problema para el sistema bancario europeo en su conjunto).

Y entonces, estalló la burbuja
Todavía se oye a la gente hablar de la crisis económica mundial de 2008 como si fuese algo fabricado en Estados Unidos. Pero Europa merece cargar con la misma responsabilidad. Nosotros teníamos nuestros prestatarios de alto riesgo, que decidieron firmar hipotecas demasiado elevadas para sus ingresos o fueron engañados para que lo hicieran; los europeos tenían sus economías periféricas que, de forma similar, tomaron prestado mucho más dinero del que realmente podían permitirse devolver.

En Grecia, la historia es sencilla: durante los años de los préstamos fáciles, el Gobierno conservador de Grecia asumió una gran deuda (más de la que reconocía). Cuando el Gobierno cambió de manos en 2009, las ficciones contables salieron a la luz; de repente, se descubrió que Grecia tenía un déficit mucho mayor y una deuda considerablemente superior de lo que todo el mundo pensaba. Los inversores, comprensiblemente, emprendieron la huida.

Pero Grecia es en realidad un caso poco representativo. Hace solo unos años, España, con diferencia la mayor de las economías en crisis, era un ciudadano europeo modélico, con un presupuesto equilibrado y una deuda pública aproximadamente la mitad de grande, expresada como porcentaje del PIB, que la de Alemania. Lo mismo se podía decir de Irlanda. ¿Qué fue lo que salió mal?

En primer lugar, se produjo un grave revés fiscal a causa de la crisis. Los ingresos se hundieron en España e Irlanda y, a medida que subió el paro, también lo hizo el coste de las prestaciones por desempleo. Como consecuencia, tanto España como Irlanda pasaron de superávits presupuestarios justo antes de la crisis a enormes déficits presupuestarios en 2009.

Luego estaban los costes de la limpieza financiera. Estos han sido especialmente agobiantes en Irlanda, donde los bancos se descontrolaron durante los años del boom. Cuando la burbuja estalló, se sospechó inmediatamente de la solvencia de los bancos irlandeses. En un intento por impedir un ataque masivo contra el sistema financiero, el Gobierno de Irlanda garantizó todas las deudas bancarias (lo que cargó al Gobierno con esas deudas e hizo que se cuestionase su solvencia). En comparación, los grandes bancos españoles estaban bien regulados, pero había y hay una gran inquietud respecto al estado de las cajas de ahorro más pequeñas, y preocupación sobre cuánto tendrá que gastar el Gobierno español para evitar que quiebren.

En el transcurso del último año más o menos, primero Grecia y luego Irlanda se vieron atrapadas en un círculo vicioso financiero: a medida que los posibles prestamistas perdían la confianza, los tipos de interés que tenían que pagar por la deuda aumentaban, lo que socavaba sus perspectivas futuras, lo cual conducía a una pérdida mayor de confianza y a tipos de interés aún más altos. Los países europeos más fuertes solo consiguieron evitar una implosión inmediata proporcionando a Grecia e Irlanda líneas de crédito de emergencia, lo que les permitió esquivar temporalmente los mercados privados. ¿Pero cómo se va a resolver todo esto?

Cuatro líneas argumentales europeas
Algunos economistas, entre ellos yo mismo, observamos los males de Europa y tenemos la sensación de que hemos visto esta película antes, hace una década en otro continente: concretamente en Argentina.

A diferencia de España o Grecia, Argentina nunca renunció a su moneda, pero en 1991 hizo la siguiente mejor cosa posible: vinculó rígidamente su moneda al dólar estadounidense, y creó una “caja de conversión” según la cual cada peso en circulación estaba respaldado por un dólar de las reservas. Durante gran parte de los años noventa, Argentina se vio recompensada con unos tipos de interés mucho más bajos y grandes entradas de capital extranjero.

Sin embargo, Argentina acabó cayendo en una persistente recesión y perdió la confianza de los inversores. Hacia principios de 2002, después de airadas manifestaciones y una retirada masiva de los bancos, todo se había ido al garete. El vínculo entre el peso y el dólar se rompió, mientras el valor del peso caía en picado; entretanto, Argentina dejó de pagar sus deudas y terminó pagando solo unos 35 céntimos por cada dólar.

Es difícil evitar la sospecha de que el futuro podría deparar algo similar a una o más de las economías problemáticas de Europa.

Tal como yo lo veo, hay cuatro modos en que la crisis europea podría remitir (y podría remitir de manera diferente en los distintos países):

- Resistir: cabe la posibilidad de que las economías europeas puedan tranquilizar a los acreedores mostrando la voluntad suficiente para soportar el dolor y evitar así el impago y la devaluación. Los modelos de conducta en este caso son los países bálticos, Estonia, Lituania y Letonia, que han estado dispuestos a soportar una austeridad fiscal muy dura mientras los salarios se reducen poco a poco con la esperanza de restaurar la competitividad (un proceso conocido como “devaluación interna”).

Hasta cierto punto, los países bálticos han conseguido tranquilizar a los mercados, que ahora los consideran menos arriesgados que Irlanda, y no digamos que Grecia. Pero todos los indicios apuntan a que pasarán muchos años antes de que recuperen el terreno perdido.

- Reestructuración de la deuda: los inversores no esperan que Grecia e Irlanda paguen sus deudas por completo. Esperan alguna clase de reestructuración de la deuda, aunque ello no pondría fin de ningún modo al sufrimiento de las economías en dificultades. Fijémonos en Grecia: aun cuando el Gobierno se negase a reconocer toda su deuda, todavía tendría que recortar drásticamente el gasto y subir los impuestos para equilibrar su presupuesto, y todavía tendría que padecer el dolor de la deflación. Pero una reestructuración de la deuda podría terminar con el círculo vicioso de la caída de la confianza y la subida de los costes del interés, lo que convertiría la devaluación interna en una estrategia viable aunque atroz.

- La estrategia argentina completa: Argentina no solamente dejó de pagar su deuda externa; también abandonó su vínculo con el dólar, lo que permitió que el valor del peso cayese más de dos tercios. Y esta devaluación funcionó: a partir de 2003, Argentina experimentó una rápida recuperación económica impulsada por la exportación.

¿Seguirán el mismo camino uno o más de los países europeos con problemas? Para ello, tendrían que superar un gran obstáculo: el hecho de que ya no tienen sus propias monedas. 

Como señalaba Barry Eichengreen, de Berkeley, en un influyente análisis de 2007, cualquier país de la eurozona que insinuase siquiera que iba a abandonar la moneda, desencadenaría una devastadora retirada masiva de sus bancos, al apresurarse los depositantes a trasladar sus fondos a lugares más seguros. Y Eichengreen concluía diciendo que este obstáculo “procedimental” que impide la salida hacía que el euro fuera irreversible.

Pero también se suponía que la vinculación con el dólar de Argentina iba a ser irreversible, y lo que al final hizo posible la devaluación fue el hecho de que hubo una retirada masiva de los bancos a pesar de la insistencia del Gobierno en que un peso siempre valdría un dólar. Esta retirada obligó al Gobierno argentino a limitar el dinero que se podía sacar y, una vez que estos límites entraron en vigor, fue posible cambiar el valor del peso sin desencadenar una segunda retirada masiva. En Europa no ha pasado nada parecido (todavía). Pero sin duda es algo que está dentro de lo posible, especialmente a medida que el sufrimiento causado por la austeridad y la devaluación interna se prolongue.

- Europeísmo reavivado: a principios de diciembre, Jean-Claude Juncker, el primer ministro de Luxemburgo, y Giulio Tremonti, el ministro de Economía de Italia, desataron una tormenta con su propuesta de crear “eurobonos” que serían emitidos por un organismo de deuda europeo a instancias de los países europeos individuales. Como estos bonos estarían garantizados por la Unión Europea en conjunto, brindarían a las economías con problemas un modo de evitar los círculos viciosos del declive de la confianza y el aumento del coste de los préstamos. 

Por otra parte, esos bonos podrían exponer a unos Gobiernos a las deudas de otros (un inconveniente que los furiosos funcionarios alemanes se apresuraron a señalar). Los alemanes defienden con firmeza que Europa no debe convertirse en una “unión de transferencias” en la que los Gobiernos y los países más fuertes proporcionen ayuda sistemáticamente a los más débiles. Pero como demuestra la comparación entre Irlanda y Nevada, Estados Unidos funciona como una unión monetaria en gran parte precisamente porque también es una unión de transferencias, en la cual los Estados que no han quebrado ayudan a los que sí. 

Y resulta difícil vislumbrar un modo de que el euro funcione a menos que Europa encuentre la manera de lograr algo similar. Un fracaso del euro representaría un golpe posiblemente irreversible para las esperanzas de una verdadera federación europea. ¿Permitirán los países fuertes de Europa que eso suceda? ¿O asumirán la responsabilidad, y posiblemente el coste, de ser los guardianes de sus vecinos? El mundo entero espera la respuesta.

(*) Premio Nóbel de Economía

La lección de Túnez / Sami Naïr *

Túnez acaba de vivir una doble revuelta que aún no constituye una revolución. Una revuelta popular y una revuelta de palacio en el entorno del presidente Ben Ali. La revuelta en la calle comenzó hace cuatro semanas cuando un joven de 23 años, Mohammed Bouazizi, se inmoló en Sidi Bouzid para expresar su desesperación ante las injusticias; ello provocó una ola de indignación que se transformó en una marea de protestas. Sobre todo desde que comenzó el siglo, la situación social es desastrosa para los más pobres.

El poder de Ben Ali se apoyaba en tres fuerzas centrales. Una, las clases medias, relativamente integradas, han visto cómo su situación se degradaba. En los últimos años, el poder cambió de base, se fundió con los círculos de especuladores y se hundió en una corrupción familiar de tipo mafioso. La mujer del presidente y su familia, los Trabelsi, se adueñaron de todo lo que valía algo y no dudaron en “extorsionar” a otros para apoderarse de sus negocios, con la aprobación del presidente.

El poder también se apoyaba en un aparato de dominación formado por los dirigentes y militantes del RCD, el partido oficialista, que controlaba todos los engranajes y la corrupción en el país. Una especie de milicia con la impunidad garantizada, que vigilaba a la población e imponía un clima de delación que a menudo derivaba en cárcel y torturas.

Por último, la policía y la guardia nacional (la gendarmería), que Ben Ali, ex ministro del Interior, tenía en sus manos. En los últimos 23 años el Ejército se fue debilitando porque Ben Ali siempre le tuvo miedo. Túnez, vista la experiencia de los golpes de Estado militares en otros países africanos, quiso tener un ejército que no fuera muy poderoso y, en cambio, dio prioridad a la policía y la guardia nacional, que se convirtieron en el principal instrumento de represión. De hecho, la policía, junto con una parte de las milicias del RCD, y con su utilización de grupos de saqueadores, está en el origen de la destrucción y los asesinatos de estos últimos días.

Lo que ha hecho que hubiera un vuelco es un fenómeno mental colectivo extraordinariamente poderoso: la desaparición del miedo. ¿Por qué? Por muchas razones, pero sobre todo porque el poder no supo cómo reaccionar ante la inmolación del joven Bouazizi. Con su visita a la familia del mártir, el presidente se puso personalmente en primera línea; al ofrecer dinero a los padres por la muerte del joven, añadió la humillación. 

Si quería mostrar que era capaz de sentir compasión, lo que demostró Ben Ali fue que tenía miedo. A partir de ese momento, el miedo cambió de bando. Ben Ali destituyó a ministros, hizo mil promesas, pero nada podía detener ya la rebelión de la calle, que había comprendido que el Estado no era tan fuerte como parecía. Cada víctima de la represión hizo crecer las protestas. En 23 días, los tunecinos acabaron con 23 años de dictadura.

Dentro del régimen, el Ejército se ha vengado de la policía. Esta se ha mostrado incapaz de ejercer la represión por dos motivos fundamentales: por una parte, el sindicato Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), sobre todo los mandos intermedios regionales y federales, se negaron a obedecer al poder, se pusieron del lado del pueblo y contribuyeron a agitar las demandas sociales; por otra, un sector importante de los oficiales generales, respaldados por los soldados en activo que en repetidas ocasiones se negaron a abrir fuego sobre los manifestantes, dejó muy claro a Ben Ali que ya no estaban con él. De esa forma, no le dejaron más que una salida: huir.

Ben Ali estaba asimismo debilitado por las presiones de Estados Unidos, que se ha implicado a fondo en su derrota, en primer lugar, porque ha visto una posible manera de hacer realidad su proyecto de democratización “suave” (no como Bush en Irak) en el mundo árabe; y en segundo, porque era una forma de debilitar a Francia en el Magreb. En cuanto a Francia, ha hecho gala de una ceguera que supera cualquier medida al apoyar a Ben Ali y ofrecerse, días antes de su desaparición, ¡para “formar” a su policía! Un fracaso diplomático que pagará muy caro.

La oposición, ya sea oficial o ilegal, no ha desempeñado ningún papel. Como tampoco se ha visto, en las manifestaciones, una sola bandera verde, símbolo del islam. Pero eso no puede durar. Con Ben Ali fuera, le ha sustituido el primer ministro, Mohamed Ghanuchi. Y ahí empiezan las dificultades. Los partidarios de Ben Ali temen la venganza popular, así que han emprendido una política de tierra quemada, sobre todo en los barrios burgueses y acomodados, con el fin de aterrorizar a sus habitantes y romper la alianza entre esas capas y el pueblo. 

En los últimos días ha habido decenas de muertos en Túnez. Se está instalando un estado de caos que favorece al poder interino actual: el nuevo presidente ha prometido convocar elecciones en el plazo de seis meses, un periodo muy largo que permite presagiar manipulaciones peligrosas.

Las perspectivas para el futuro más próximo son meras hipótesis mientras no se reorganice la policía y mientras el Ejército no se pronuncie con claridad en favor del orden republicano. Además, será necesario meter en cintura a las milicias del RCD, formadas por elementos desclasados para los que la pertenencia al partido era el principal método de ascenso social.

 La primera hipótesis es que el nuevo poder consiga restablecer enseguida el orden y organizar una Conferencia Nacional en la que estén representados todos los miembros de la oposición, con un programa de transición política que deberá desembocar en la instauración de una auténtica democracia republicana (nueva Constitución, elecciones legislativas, municipales, etcétera). A esta solución se oponen los restos del aparato dictatorial de Ben Ali (policía, burocracia, etcétera), los restos del RCD y el nuevo poder, que tendrá que rendir cuentas de su pertenencia al sistema derrocado.

La segunda hipótesis es un acuerdo entre todas las fuerzas de la oposición oficial, la integración de los partidos de oposición ilegales y la creación de un consenso sobre un programa mínimo para instaurar un sistema de transición que correría el peligro de tener una duración indefinida. En resumen, una especie de cambio dentro de la continuidad, porque se mantendría el régimen actual. Los factores en contra de esta hipótesis son la impaciencia y la cólera del pueblo, que quiere acabar con estos 23 años de dictadura.

Por último, una tercera hipótesis, que también es posible: Ben Ali preparaba, en los últimos años, una sucesión “neoislamista” encarnada en un miembro de su familia, hombre de negocios y creyente al parecer devoto; el Estado, sin tocar las bases laicas del “bourguibismo”, iba islamizándose poco a poco; los programas religiosos invadían las pantallas y daba la impresión de que se estaba cociendo una confesionalización del poder, con el único objetivo de pervertir unas reivindicaciones sociales dotadas cada vez de más dureza y presión. 

El poder actual puede muy bien retomar esta estrategia e intentar establecer un régimen basado en un islamismo conservador cuya utilidad es evidente: así controlaría las reivindicaciones populares y se apoyaría en los grupos sociales más sensibles a esta retórica; llevaría de nuevo a las clases medias a su terreno, al presentarse como garante del mantenimiento de la seguridad, y tranquilizaría a los vecinos, desde Marruecos hasta Egipto, pasando por Argelia y Libia, que ya sufren este tipo de situación y ven con muy malos ojos el ejemplo tunecino.

No se puede excluir tampoco una mezcla de las tres opciones, que solo serviría para aplazar las decisiones institucionales que debe tomar Túnez. Lo que es innegable es que los tunecinos afrontan hoy una transición hacia una revolución democrática y republicana, y eso es lo más difícil. Porque el movimiento callejero no posee ni dirección reconocida ni programa.

Se abre una nueva etapa. Los tunecinos han demostrado, con una fuerza y una dignidad enormes, que siempre se puede vencer a la opresión. También han conseguido, quizá, que el mundo árabe entre a formar parte de la misma historia que los pueblos de Latinoamérica y los países de Europa del Este en el siglo pasado, cuando conquistaron su derecho a la libertad de expresión a costa de grandes sacrificios humanos. Y esa lección es inmensa.

(*) Politólogo, filósofo, sociólogo y catedrático argelino nacionalizado francés

Para salir de la crisis hay que acabar antes con el crimen financiero / Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa (*)

Un informe del Foro económico Mundial advierte que el mundo no podrá aguantar otra crisis financiera. El Banco Mundial señala que la crisis de la deuda europea amenaza al crecimiento mundial. El Fondo Monetario Internacional es pesimista sobre sus previsiones y teme que vuelvan a darse episodios de recesión, y los economistas más críticos o premios nobel como Stiglitz o Krugman advierten que todo puede volver a ponerse peor en el año que acaba de comenzar.

Es lógico que predominen esas opiniones. Hasta el momento, a la economía no se le ha dado un verdadero tratamiento sintomático orientado a atacar las causas de los males que padece. A lo sumo, se le han suministrado algunos placebos o sucedáneos: muchas buenas palabras, algunas normas de regulación más estricta que no se han puesto en marcha y que, como ha ocurrido con la europea que dice estar orientada a poner en orden los mercados de CDS más peligrosos, lo único que hacen es facilitar que los bancos, las grandes fortunas y los especuladores vuelvan a ganar cada vez más dinero.

Esta última norma europea aparentemente dedicada a reglamentar la inversión en los llamados hedge funds y, por tanto, según dicen, destinada a limitar el riesgo sistémico que representan para la economía, muestra quizá mejor que ninguna otra el cinismo de quienes tienen el mundo en sus manos. Dicen que van a reforzar la capacidad de supervisión de las diferentes autoridades financieras nacionales europeas y que, para eso, será cada una de ellas la que se encargue de vigilar la entrada de esos fondos en sus respectivos territorios y de establecer si cumplen los estándares necesarios para que puedan operar en Europa (de darle, digámoslo a lo claro, como el “pasaporte” para poder operar en Europa).

¡Qué buenas palabras! Solo que detrás de ella se esconde un objetivo engañoso: de esa manera será más fácil que haya alguna autoridad que sea más generosa a la hora de aplicar los criterios de entrada o autorización de actividad y, como al mismo tiempo se ha establecido que si cualquiera de esas autoridades aprueba la presencia de un fondo éste tendrá ya “pasaporte” para operar en toda la Unión, resulta que de esta forma lo que se facilita es que los fondos de inversión más peligrosos y más generadores de turbulencias podrán operar con más facilidad en toda Europa, y no bajo un control más severo, como se dice.

Y ahora viene lo bueno: casi el 80% de los hedge funds está radicado en la City de Londres que es, además, la plaza más tolerante a la hora de permitirles actuar, de modo que lo que ocurrirá no será que disminuya el riesgo sistémico sino todo lo contrario.

Y eso, además, se verá agravado porque en la norma apenas se avanza hacia lo que es fundamental, es decir, el modo en que esos fondos trasladan el riesgo al sistema financiero: por medio del apalancamiento, es decir, de los préstamos que solicitan a las entidades financieras. Ni se limita la cantidad en que pueden apalancarse (que es mucha porque precisamente actúan con muy poco capital propio), ni se obliga a la autoridades a intervenir si hay problemas por esa causa.

También se ha dicho que esta norma europea sirve para luchar contra los paraísos fiscales porque con ella se prohibirá que puedan operar en Europa los fondos que estén situados en ellos, es decir, en países que no garanticen un intercambio activo de información fiscal. Pero también eso es mentira. La norma impide que ese fondo opere en Europa ¡pero no que cualquier entidad europea compre inversiones del fondo! Y, como en este caso, quienes invirtieran en esos hedge funds no tendrían entonces que informar a las autoridades europeas (aunque sean entidades europeas). Resulta entonces que la información sobre el riesgo que haya asumido no saldrá a la luz.

En fin, la norma es una buena prueba de que lo que, ya de por sí escaso, se está presentando como reformas del sistema son en realidad más de lo mismo y que, por tanto, la verdad es que hay una completa falta de voluntad a la hora de imponer medidas de auténtico control de los movimientos especulativos, de las operaciones de alto riesgo que son las que están constituyendo auténticos actos de extorsión a los gobiernos.

Y cuando están dejando que todo siga prácticamente igual hay que decir las cosas muy claras para que nadie se llame a engaño. Lo que ha provocado esta crisis y otras anteriores es la generalización de actividades especulativas y el mantenimiento de un sistema financiero cada vez más vinculado a la realización de actividades claramente criminales. El presidente del gobierno andaluz lo dijo en hace unos días muy claramente: se está produciendo terrorismo financiero (El País 05/05/2010).

Hace unos días, los fondos de inversión especulativos difundían la idea de que Portugal no podría pagar su deuda. Bancos españoles como el BBVA quedarían afectados por eso, puesto que son acreedores de Portugal y de bancos portugueses, y por tanto bajaron sus acciones en los mercados. Los especuladores aprovecharon para comprarlas más baratas. 

Días más tarde, Portugal tenía que subir el tipo de interés de sus bonos y los propios especuladores compraban los bonos con más rentabilidad. Las acciones del BBVA subían y así los especuladores las vendían con márgenes suculentos. Un gran convite para ellos a costa en este caso del pueblo portugués, pero en otros casos el irlandés, del griego, del mejicano, del argentino… Y eso es simplemente un robo consentido.

Los bancos han acumulado cientos de miles de millones de pérdidas por su conducta irresponsable y después de enriquecer sin límite a sus propietarios y directivos. Han recibido billones de euros para tapar sus agujeros patrimoniales y ayudas legales y financieras para ocultar sus quiebras, todo lo cual lo pagan los pueblos. Eso es un robo muy bien orquestado.

Los super ricos que ven aumentar constantemente sus ingresos y riquezas apenas pagan impuestos y solo los trabajadores y los pequeños y medianos empresarios han de proporcionar los ingresos de los estados. Eso es un robo perfectamente premeditado.

Los bancos y los super ricos operan en paraísos fiscales escondiendo sus beneficios y ocultando sus operaciones sucias de todo tipo. Eso es un robo institucionalizado.

Los ricos obligan a que los recortes de gastos que llevan a cabo los gobiernos se centren en derechos sociales y no en los que les benefician a ellos, como las ayudas a la gran empresa, los militares o las subvenciones para competir con facilidad en los mercados. Eso es un robo a mano armada.

Los bancos cobran comisiones altísimas, obligan a suscribir cláusulas leoninas y a los clientes no les queda más remedio que aceptar lo que le imponen sin que los bancos centrales hagan nada para evitarlo. Eso es un robo en cuadrilla.

Los especuladores manipulan los mercados y alteran el precio de la deuda para exigir después a los gobiernos que apliquen nuevas políticas neoliberales. Eso es un robo con alevosía.

Las grandes empresas, de telefonía, de gas, de electricidad, petroleras… juegan con las empresas como mejor les conviene y cobran precios por encima de los de competencia. Eso es un robo a manos llenas.

Los ricos afirman que no hay dinero para financiar las pensiones públicas pero no dicen nada del dinero que se gasta el gobierno en apoyar a los planes de pensiones privados para que así se nutran los fondos financieros especulativos. Eso es un robo cargado de mentira y de cinismo.

Los especuladores manipulan los precios de las materias primas alimentarias y su precio sube por las nubes provocando hambrunas y millones de muertes. Eso es, como dice Jean Ziegler, un crimen organizado contra la Humanidad.

Estos son simplemente una brevísima e incompleta relación de los crímenes financieros consentidos en nuestra época. Son los que producen que haya crisis financieras, económicas, alimentarias, ambientales… y los que hacen que el mundo sea un verdadero infierno para miles de millones de personas.

Son crímenes que se pueden evitar con decisión y voluntad política. O mejor dicho: son lo primero que habría que evitar, lo que hay que evitar urgentemente, si es que de verdad quisiéramos acabar con la crisis.
Y se puede evitar si la ciudadanía se empeña y se enfrenta de una vez a semejante vergüenza.

(*) Miembros del Consejo Científico de ATTAC