miércoles, 9 de febrero de 2011

El régimen de Mubarak y las revueltas de enero / Javier Barreda Sureda *

Las primeras preguntas acerca de la situación en Egipto, surgen inevitables: ¿se ha contagiado Egipto de Túnez? ¿Llegará Egipto a una situación similar a la que vive Túnez hoy? Pocas horas antes de que este viernes 28 de enero comience a permitirnos dar una respuesta a la segunda pregunta, tras el fin de la oración principal de la semana y el comienzo de la nueva jornada de movilizaciones, conviene concentrarse en la primera pregunta.

Mientras que en Túnez nadie esperaba que se produjera esta intifada que tal vez acabe en revolución muchos, dentro y fuera de Egipto, nos sorprendimos durante décadas de que no llegara en el mayor país de Oriente Medio, ahora tan próximo. Una docena de años bastaron para que se confirmara que Hosni Mubarak, en el poder desde 1981, había accedido a él para instaurar su propio régimen, en continuidad con el de Sadat (1970-1981). 

Un sistema pluripartidista controlado, diseñado para cooptar a las élites políticas desafectas al régimen de Sadat mediante la atribución de algunos escaños en el Parlamento y el consentimiento de una libertad de expresión aislada de la mayoría de la sociedad había conseguido previamente instilar la idea de que podría producirse una “apertura democrática”. 

En 1993, sin embargo, Hosni Mubarak se hacía elegir presidente por tercera vez, y se había quedado ya, por primera vez (1990), sin su oposición de decorado en el Parlamento, ante la constatación por parte de aquella de que sería el régimen, y no las urnas, quien repartiría el pastel electoral.

A principios de los años 90, no obstante, se había consolidado ya otra intifada, la armada del islamismo que no compartía la vía pacífica y burguesa de los Hermanos Musulmanes, y de quienes por ello habían sufrido las prisiones y las torturas del régimen aperturista. Durante algo más de media década, la virulencia y radicalidad de esa intifada, que acorralada por el aparato represivo del régimen y por sabe Dios qué cálculos e influencias, acabó orientándose hacia los turistas y a personalidades civiles muy comprensivas con el régimen (Farag Fuda, Naguib Mahfuz), tuvo el efecto de mantener en la parálisis a los sectores de auténtica oposición de izquierdas y liberales, e incluso a los Hermanos Musulmanes.

Sofocada la revuelta, y unas cuantas elecciones legislativas y presidenciales de por medio, a los sectores de oposición les llevó 7 u 8 años en torno al eje del cambio de siglo levantar la cabeza para ver el bosque y organizarse un poco. Entretanto el gobierno, por fin, había dado un buen empujón al proceso de liberalización económica tantas veces negociado con las instituciones financieras internacionales.

La situación se hizo propicia para iniciar una nueva etapa y formas de oposición cuando el proceso de liberalización económica comenzó a hacer aflorar disensiones en el régimen de Mubarak, y cuando dicho proceso y el signo de los tiempos comenzaron a facilitar el flujo de información y comunicación a través de los canales de televisión por satélite, la aparición de prensa no oficialista (ni del Estado ni de los partidos permitidos), y finalmente de la extensión de Internet y de otros medios de comunicación digitales.

La oposición en Egipto en los años 80 y 90 había procedido casi siempre de las clases medias depauperadas. Únicamente a mediados de los 80 se habían producido importantes pero muy escasas protestas laborales en los grandes conglomerados industriales del Estado. Sólo un pequeño sector de las clases populares, tanto rurales como urbanas, se habían involucrado en la confrontación con el poder atraídas por los mensajes islamistas, tanto de los Hermanos Musulmanes como de imanes y proselitistas radicales.

Las clases medias activas políticamente se encontraron, sin embargo, encerradas en diversos compartimentos en los que se les dejaba cierta libertad: los unos en el reducido sistema político diseñado por el régimen y en sus medios de comunicación, los otros en los colegios profesionales sometidos a permanente vigilancia, los terceros en la semiclandestinidad de los Hermanos Musulmanes pendularmente reprimida y tolerada por el régimen. 

El objetivo de éste era que esos compartimentos funcionaran como válvula de seguridad convenientemente aislada del grueso de la sociedad y que los diversos sectores de la oposición continuaran viéndose separados por la disyuntiva islamismo-laicismo más que por la divisón entre conservadores y progresistas. Únicamente las organizaciones de derechos humanos que proliferaron desde la segunda mitad de los 90 trascencían estas divisones. 

Dentro de las clases medias, un factor de contención muy importante era la dependencia económica de gran parte de éstas con respecto al Estado. Esto era así, de forma particular, en el sector de la producción cultural e intelectual: la mayoría de los periodistas e intelectuales trabajaban para el gran aparato de edición, comunicación y educación estatales creado por el naserismo, y sus posiciones se veían muy condicionadas por esta situación. Por un lado dependían económicamente del Estado, que no dudaría en utilizar los mecanismos de retribución y castigo que se pueden imaginar. 

Al igual que sucedía con todos los empleados estatales -incluidos los obreros industriales-, si dentro del aparato del Estado la situación económica era mala y en permanente deterioro, fuera de él era bastante peor. Por otro lado, el régimen aparentaba escuchar a los politizados, aunque la ecuación, como decía el intelectual de izquierdas Mahmud Amin al-Alam en 1993, fuera la de un “liberalismo Hyde Park”: “nosotros podemos decir lo que queramos y el gobierno puede hacer lo que le dé la gana”.

En este marco, y en el de la economía rentista de Egipto (Canal de Suez, recursos petrolíferos, turismo, remesas de los trabajadores extranjeros), los conflictos, sobre todos los económicos, se gestionaban con una relativa mano izquierda: el régimen distribuía poco bastante igualitariamente, y dejando a los muy pobres (entre un 10 y un 20% de la población) y a los ricos aparte, el grueso de la población se movía entre un cierto acomodo y la pobreza tras medio siglo trufado de golpes de Estado (1952), guerras (1956, 1967, 1973), magnicidios (Sadat, 1981), terrorismo (años 80 y 90), y siempre represión, más o menos activa o difusa.

En el año 2003 se introdujo en la escena política egipcia un hecho cualitativamente significativo a pesar de la limitada dimensión cuantitativa que alcanzaría. Comenzaron a producirse manifestaciones callejeras, al grito de ¡Basta! (Kifaya), que se orientarían por primera vez a cuestionar radicalmente el régimen político y a quien lo dirigía, Hosni Mubarak y ya, también, a su hijo Gamal. Lo más sorprendente, y digno de análisis, es que el régimen egipcio permitiera estas manifestaciones. 

Sin cuestionar la sinceridad de quienes promovieron esas manifestaciones, en mi opinión su tolerancia se inscribía en el marco de la búsqueda de un nuevo decorado para un cambio de régimen en douceur. La que se revelaría, pese a todos los desementidos, como voluntad incuestionable de situar a Gamal Mubarak como candidato a la sucesión respondía no sólo al celo de un viejo padre que se ocupa del futuro de sus retoño, sino también a la necesidad de encontrar un recambio que satisfaciera a las nuevas élites socioeconómicas del régimen. 

Este es el hecho que persistentemente se ignora en los medios de comunicación occidentales: Gamal Mubarak es el candidato de los grandes empresarios y hombres de negocios del sector privado, que hasta entonces se habían beneficiado del régimen y colaborado con él en una posición de inferioridad con respecto a las élites burocráticas y del ejército que habían dirigido los regímenes de Nasser, Sadat y Mubarak hasta entonces. Los potentados relativamente jóvenes del sector privado beneficiado de una liberalización cleptocrática querían consolidar su imposición a la "vieja guardia" y dar una imagen más "moderna" y renovada a su hegemonía en el gobierno del país. Pero todo ello sin correr riesgos, amparándose en el poder presidencial y en la búsqueda de un apoyo popular que oponer al aparato burocrático.

La lucha interna en el régimen, junto con la ambigüedad de los Estados Unidos y la Unión Europea, que buscaban posicionarse ante la sucesión distribuyendo juego entre el candidato liberal alternativo, Ayman Nur, los Hermanos Musulmanes y el nuevo régimen que surgía en torno a Gamal Mubarak, llevaron a las sorprendentes elecciones legislativas de 2005. Ya en el año 2000 las elecciones, condicionadas por la relativa sujección a unas normas de juego exigidas por el Tribunal Constitucional, habían retrasado el acceso de los hombres de Gamal al poder, derrotados muchos de ellos como candidatos oficiales del Partido Nacional Democrático por los disidentes de éste, marginados y apartados de las listas. 

En 2005, el respeto aún más acentuado a esas normas del juego electoral, y sin duda un pacto alcanzado con los Hermanos Musulmanes para permitirles presentarse a un 25% de los escaños, dieron pie a una situación singular: las elecciones fueron muy limpias en su primera fase (un tercio del país), comenzaron a ser "controladas" en la segunda, y acabaron ferreamente maniatadas en la tercera. El resultado: casi un 25% de los escaños para la oposición, el grueso para los Hermanos Musulmanes y poco más de un tercio para los candidatos oficiales del partido en el gobierno. El resto fueron para los "disidentes electorales" de aquél, reintegrados luego a la disciplina del partido, retrasando una vez más la imposición de Gamal Mubarak y su nueva guardia.

La interpretación más frecuente del resultado de los comicios de 2005 es que el régimen de Mubarak en su conjunto quiso mostrar a todos, dentro y fuera del país, que la única alternativa al poder constituido era la de los Hermanos Musulmanes. Yo añadiría que no se contó con que la división dentro del régimen, que llegó a facilitar mediante alianzas la consecución de escaños por los "Hermanos", reforzaría hasta tal punto los previsibles buenos resultados de aquéllos. 

Fuera esto lo que fuera, lo cierto es que tras 2005 el régimen egipcio volvió a imponer un grueso candado a las posibilidades de alternancia (cambios en la constitución, alejamiento de los jueces del control de las elecciones), dando la última vuelta a la llave en las legislativas de noviembre-diciembre de 2010, en las que se ha excluido casi totalmente a la oposición del Parlamento y Gamal Mubarak y su nueva guardia han impuesto, por fin a sus parlamentarios. Sin embargo han sucedido muchas otras cosas en estos últimos 7 u 8 años.
 
Dos elementos fundamentales en la nueva ecuación política en Egipto que han llevado a la situación actual son las protestas laborales y la irrupción de los jóvenes de las clases medias en la política a traves de nuevas formas de organización vehiculadas por las llamadas "nuevas redes sociales" y las "nuevas tecnologías". Desde poco después del cambio de siglo Egipto ha vivido un rosario de protestas laborales desconocido en las décadas anteriores. 

En 2004 las grandes protestas de los trabajadores industriales de las empresas estatales y ex estatales del Delta del Nilo pusieron la mecha que las incrementaría exponencialmente, ante los éxitos conseguidos por aquellos, facilitados por el temor del régimen a su gran número, y a que la protesta laboral se uniera a la protesta política. Desde entonces hasta 2011, no pasaba una semana sin que se produjeran decenas de protestas de mayor o menor tamaño, trasladadas recientemente a las principales instituciones de la capital (Parlamento, ministerios), donde se producían concentraciones toleradas. 

Los intentos de crear organizaciones sindicales y una coordinación ajena al sindicato vertical habían comenzado a dar sus frutos, pese a la represión. En 2010 los tribunales dieron la razón a quienes demandaban la necesidad de actualizar el irrisorio salario mínimo fijado desde hace décadas en 35 libras (unos 7 dólares). El gobierno propuso 400 libras. Los que lo demandan exigen 1.200. No obstante, los trabajadores en general, y los industriales en particular, siempre habían rechazado adscribirse o ser adscritos a fuerzas o corrientes políticas organizadas, a pesar de la histórica vinculación de sus líderes no oficiales con el naserismo o la izquierda socialista, que han intentado incansablemente en estos años ayudarles a forjar una alternativa sindical.

Los "jóvenes de Facebook y de Twiter" irrumpieron en la política nacional con fuerza y amplitud de miras, liberados por las nuevas tecnologías de los asfixiantes condicionantes de la tela de araña de la política tradicional pasado y sus divisiones. Su primera gran acción fue convocar por Facebook una huelga general, algo inédito desde los años 40, el 6 de abril de 2008, en solidaridad con los trabajadores industriales de Mahal.la al-Kubra y sus reivindicaciones. La huelga fue un éxito, porque nadie fue a trabajar, aunque no lo hicieran por miedo a las contundentes medidas represivas que anunció el régimen, presa a su vez del miedo a los trabajadores (la población), mucho más que a los "jóvenes de Facebook". No es de extrañar qure la intifada actual haya sido convocada y desencadena por esos jóvenes, que desde entonces se llaman "Jóvenes del 6 de abril".

Ahora que ha pasado "el viernes de la ira", resulta evidente que el grueso de la población ha esperado agazapada durante estos cuatro días a que el valor de estos jóvenes les fuera haciendo perder progresivamente el miedo. La inmensa mayoría tiene sus razones (miseria, torturas, corrupción) para detestar al régimen de Mubarak, pero lo conocen y saben quiénes son sus amigos. Aquél y éstos, obsérvese la sincronización, además del contenido de las palabras de Mubarak y de Obama, han puesto toda la carne en el asador en sus discursos del viernes 28. El discurso de Obama es crucial, pues es una señal al ejército egipcio. El jefe del Estado Mayor egipcio, Sami Anan, se encuentra en Washington desde el miércoles 26 para unas conversaciones "concertadas previamente". 

Fuentes de los servicios secretos israelíes, según informa en su web el canal Al-Yazira el mismo 28 de febrero, han indicado que el propio ministro de Defensa egipcio, Mohammad Husein al-Tantawi, se habría desplazado también a Washington. El ejército egipcio tiene ante sí la oportunidad de no traicionar a su pueblo, de seguir siendo pueblo, como lo era cuando en 1952 dió el golpe de Estado que derrocó al rey extranjero, y cuando en 1956 afrontó la agresión de Francia, Inglaterra e Israel para consumar su independencia y ser dueño de su recursos naturales y de su país.

(*) Javier Barreda Sureda es profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante

Italia: y ahora con la cabeza bien alta / Rossana Rossanda *

No es agradable hoy ser italiana fuera del país. Todavía menos si una ha formado parte, bien que minúscula, de la clase política, concejala dos veces y diputada una, alguien a quien la antipolítica pone de los nervios. Y encima comunista libertaria, especie rarísima, orgullosa de sí misma y de un país que hasta los años sesenta, y con diversos flecos hasta los setenta, parecía el laboratorio político más interesante de Europa.
 
Hoy los amigos con los que me encuentro ya no me dicen: “Pero, ¡qué desgracia ese Berlusconi vuestro!”. Me preguntan: “¿Cómo lo habéis votado tres veces? ¿Qué ha pasado en Italia?”. Alguien como yo no puede más que balbucir. Porque tienen razón, no se puede hacer del primer ministro el caso personal de quien tiene demasiado dinero, dispone de tres televisiones, toma el país por una empresa de su propiedad, sabe que mucha gente es comprable y la compra y, ahora, gallo provecto, se jacta de sus hazañas con un número ilimitado de gallinitas: «Todos querríais ser como yo, ¿eh?».

Es verdad que lo ha votado Italia y lo ha vuelto a votar. Es verdad que no hay rastro de una derecha formalmente civil que se haya hartado ya ni de un sedicente centro decidido a librarse de él. Ni tampoco una izquierda capaz de arriesgarse a un «Echémoslo por medio de las elecciones». La derecha en su conjunto porque es todavía cómplice, el centro porque lo ha sido, la izquierda porque el sistema electoral bipolar le resultaba cómodo en contra de sus alas menos dóciles. La mitad de Italia es berlusconiana, la otra mitad ha sido acallada, y no hay imputación – ignorancia, prevaricación, corrupción, dineros, atentado a menores – lanzada al personaje que le haga tambalearse. 

Al contrario. Algo de verdad hay en las bravatas de este hombre, si cuanto más se le oye, más se acurrucan todos en sus cálculos. Hasta los medios considerados de oposición se han convertido en el ojo de la cerradura para mirones dedicados a hojear una página tras otra o a escuchar un minuto tras otro de diálogos sobre lo que cuesta una licitación o quitarse la ropa interior.

¿Qué nos ha pasado? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? Sería una discusión interesante. Podríamos abismarnos en una historia secular de servidumbre, Francia o España, mientras haya lasaña. [1] O de una unidad nacional bajo una monarquía carca, tardía y bien depurada de cualquier fermento revolucionario, con los jacobinos napolitanos decapitados en medio del júbilo de “lazzaros” y “sanfedistas”, [2] la república romana reprimida, y las huellas tan solo de la modernización jurídica de Napoleón en el norte. No será del todo casual que hayamos sido nosotros los inventores del primer fascismo europeo. Algo podrido debe haber en la conciencia de la península. Algunos de nosotros pensamos que sólo la presencia de un partido comunista que no cedía en derechos sociales forzó al país a la democracia, como un tejido frágil pero con una trama fuerte que no se desgarró hasta que los comunistas no se dieron muerte a si mismos.

Todo por ver, si uno tuviera ganas. Pero, ¿quién las tiene? El lema nacional es: métete en tus asuntos. Vota al que va a lo suyo. No es sólo una historia italiana, Europa entera se desliza hacia la derecha. Pero entre nosotros es exagerado. En Francia, un señor anciano y elegante, Stephan Hessel, [3] que no levanta la voz pero no se ha callado nunca, ha escrito un opúsculo: ¡Indignaos! Se ha vendido rápidamente casi un millón de ejemplares. Hace una semana quería hablar de Palestina y se lo han impedido. Y él y sus lectores se han reunido en la calle por millares, de noche, con un frío polar, en la plaza del Panteón para gritar: ¡Basta! [4] ¿Por qué nosotros no? Se está mejor con la cabeza bien alta, en lugar de tenerla hundida entre los hombros y con los ojos mirando al suelo. No sé si lo hará Vendola, [5] no creo que lo haga Bersani, [6] pero acabemos con el cinismo del que pasa de todo. ¡Indignémonos!

Notas del t.
[1] La frase original, en dialecto meridional, dice “Francia o Spagna, pur che se magna”, un refrán rimado y resignado para dar a entender que no importa quien mande (en este caso, Francia o España, tradicionales detentadores del norte y el sur italianos casi hasta la unificación), mientras se pueda comer.
[2] Los “lazzari” y los “sanfedisti” eran dos facciones reaccionarias defensoras del trono y el altar en el Nápoles de fines del XVIII. Los primeros, una suerte de lumpen napolitano; los segundos, un movimiento campesino antijacobino alzado en nombre de la “Santa Fe” católica durante la breve República Partenopea profrancesa de 1799. No se confunda a los “lazzari” con los “lazaretistas” toscanos, seguidores de Davide Lazzaretti, visionario religioso y utopista social, que estudia entre otros Hobsbawm en su célebreRebeldes primitivos .
[3] El libro de Stephan Hessel, grandioso éxito editorial y político en Francia se titula Indignez-vous (Pour une insurrection pacifique) , Indigène éditions, colección Ceux Qui Marchent Contre Le Vent, Montpellier, 2010. Hessel, nacido en 1917 en Berlín, es un ilustre militante antifascista y de los derechos humanos, resistente de primera hora con De Gaulle deportado a Buchenwald, asistente en la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y diplomático.
[4] Rossanda se refiere a la suspensión por presiones del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia) del coloquio-debate sobre Palestina que debía celebrarse en la Escuela Normal Superior parisina el pasado 12 de enero con la asistencia de Hessel, Leila Shahid (representante en Francia de la Autoridad Palestina), Haneen Zoabi (diputada árabe en el parlamento israelí), Michel Warchawski (célebre activista antisionista israelí), Élisabeth Guigou (exministra socialista), Gisèle Halimi (histórica activista del feminismo frances de origen judeo-tunecino) y Benoist Hurel (secretario general adjunto del Sindicato de la Magistratura francesa).
[5] Nichi Vendola, presidente de la región de Apulia, creyente, homosexual y comunista, actual líder de Sinistra, Ecologia e Libertà, una de las figuras más interesantes del descafeinado centroizquierda italiano.
[6] Pier Luigi Bersani, actual Secretario Nacional del Partido Democrático italiano.

(*) Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Recientemente ha aparecido en España la versión castellana de sus memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado, Editorial Foca, Madrid, 2008].

Egipto: Mubarak y la calle, siempre la calle / Javier Barreda Sureda *

La primera aparición de Hosni Mubarak en televisión desde el comienzo de la intifada egipcia, el día 29 de enero, sorprendió por su dureza, de tono y de oído, y por su falta de originalidad. Todo lo que ofreció, además de sus habituales palabras sobre su preocupación por los pobres y los jóvenes, y sobre su compromiso de continuar y acelerar la“reforma económica, social y política”, fue cesar a su gobierno y “no dudar en tomar cualquier tipo de decisión para preservar la seguridad y tranquilidad de todo egipcio y egipcia”1. Ni una palabra acerca de cambios políticos concretos y reales. Sólo un nuevo gobierno que añadir a las decenas nombrados y cesados por él en los últimos 30 años.
 
¿Su análisis de los acontecimientos? Las manifestaciones y reivindicaciones “legitimas” de los ciudadanos, facilitadas por sus “indicaciones al gobierno para que permitieran que se expresaran”, fueron aprovechadas por “algunos” para “subirse a la ola” y “hacer negocio con con los eslóganes” contra el “régimen general” (al-nizaam al-aam). Resultado: la violencia, el alboroto, el pillaje y la anarquía (fawdá, seis apariciones entre 636 palabras en árabe), que “introdujeron el miedo en los corazones de la abrumadora mayoría de los egipcios”. Las palabras de siempre, con las que se intentan trastocar los sujetos y los objetos (el régimen general/mi régimen, el miedo de los egipcios/mi miedo/el miedo que quiero infundir a los egipcios).

Las auténticas decisiones subsiguientes son igualmente más de lo mismo, aunque incluyan un nuevo cambio de sentido: nombramiento de un nuevo primer ministro, Ahmad Shafiq, un militar, y, por primera vez en treinta años, de un vicepresidente, Omar Soleimán, gran jefe de los servicios secretos. Poco después, el Secretario de Organización del partido gobernante (Partido Nacional Democrático), Ahmad Ezz, dimitía de sus funciones y un alto representante del régimen en el Parlamento, declaraba en Al-Yazira, que“¡cómo no iba a dimitir la gente que era responsable de lo que estaba pasando!”.

Ahmad Ezz ocupaba un puesto clave en el entramado del régimen (un puesto que también ocupaba Mubarak antes de suceder a Sadat), pero, además de eso, era el magnate del sector del hierro y el acero, que dominaba en condiciones de casi monopolio, el amigo del hijo de Hosni Mubarak, Gamal, y uno de quienes junto a éste se habían impuesto –ahora vemos que temporalmente- en la batalla por el control del régimen entre la vieja guardia burocrática y los grande hombres de negocios2.

Así pues, la decisión de Mubarak estaba tomada: echar a los leones a quienes han tenido los destinos del país en los últimos diez años, y responsabilizarlos de “todo”. No en vano, fuentes del aeropuerto de El Cairo confirmaban a Al-Yazira lo que ya habían adelantado, curiosamente, fuentes israelíes, que 19 aviones privados cargados de hombres de negocios y empresarios, “árabes y egipcios” habían abandonado el país el sabado 29. Entre ellos, alguien “próximo” a Hosni Mubarak que no era su hijo Gamal, de quien hace días hay noticias sin confirmar en el sentido de que se encuentra en Londres desde el miércoles 26. En palabras de Mubarak, y las cito textualmente por su brillantez:“estoy convencido de que la economía es algo demasiado importante para dejarla únicamente en manos de los economistas”.

El giro de Mubarak, su último recurso, lo entienden perfectamente los egipcios, a diferencia de los grandes medios de comunicación occidentales, que han ignorado recurrentemente en los últimos años que tras las pretensiones de sucesión hereditaria de Mubarak padre se encontraba el triunfo de la liberalización económica en su versión sátrapa. En la última década se había precipitado el ritmo del travase de las propiedades públicas, industriales, financieras y agrícolas, a manos de una oligarquía con un pie en el sector privado y otro en el aparato del Estado y en el partido gobernante.

No obstante, los egipcios entienden perfectamente que no sólo la permanencia de Mubarak, sino, incluso prescindiendo de él, el ascenso de Omar Soleimán y el nuevo gobierno son más de lo mismo. Omar Soleimán no sólo ha intervenido en los asuntos internacionales, contribuyendo a asfixiar Gaza e intentar someterla, sino que llegó al cargo en 1993 para acabar a sangre y fuego con los jóvenes que, desesperados por las mismas miserias y sevicias de hoy, cogieron las armas en los 90 en el nombre del islamismo, para que luego sus dirigentes negociaran un armisticio y amnistía del régimen cuyos términos no se conocen. Omar Soleimán es del régimen de Mubarak, se mire por donde se mire.

En el momento de escribir estas líneas se anuncia en Al-Yazira la constitución de una comisión de diez miembros representante de “todas las fuerzas nacionales egipcias”, encabezada por Al-Baradei y que incluye a Muhammad Al-Baltagi (Hermanos Musulmanes), Ayman Nur (liberal, ex candidato a la presidencia y ex prisionero por ello), Magdi Ahmad Husein (de orientanción islamista laborista), Georges Ishaq (fundador de Kifaya), Abdel Hamid Qandil (naserista), Hamdin as-Sibahi (naserista), un joven líder del movimiento de los manifestantes, y otras personalidades. Esta comisión pretende negociar con el régimen y con el ejército las condiciones del abandono definitivo del poder por parte de Hosni Mubarak y la constitución de un gobierno de unidad nacional. Al-Baradei, según las mismas fuentes, “ha avisado a los Estados Unidos de que está perdiendo su credibilidad al continuar apoyando al régimen de Mubarak”.

Finalmente, los Estados Unidos están modificando hoy su discurso (“el pueblo egipcio no puede seguir soportando esta situación”, “el nombramiento de Soleimán sólo puede ser el principio de una larga lista de cambios” “no basta con cambiar las cartas de sitio”), tras el espaldarazo indisimulado a Mubarak que supuso la intervención de Obama por televisión inmeditamente después de la de aquel mensaje inequívoco a los altos mandos del ejército egipcio de que “aún” no podían contar con él para un golpe de mano.

Sin embargo, el régimen se mueve cada vez más nervioso. Mubarak aparece repetidamente en la televisión a lo largo del día entre Omar Soleimán, el ministro de Defensa, el jefe del Estado Mayor y otros militares contemplando monitores de televisión, “siguiendo el desarrollo de los acontecimientos” como quien contempla un partido de fútbol anclado en el 0-0. Más tarde, el todavía presidente cambia varios capitanes generales en diversas regiones del país. Poco después, el presidente del Parlamento dice que se “enmendará” su composición cuando los jueces estudien el aluvión de quejas por el fraude electoral de noviembre de 2010. Finalmente se anuncia el redespliegue de la policía “sin enfrentarse a la población”.

Y, mientras tanto, cada vez más egipcios salen a las calles para que las cosas cambien de verdad.

En los grandes medios de comunicación se ha insistido (hemos insistido) en la importancia de las nuevas tecnologías y las nuevas redes sociales para organizarse. Hossam el-Hamalawy, periodista y bloguero egipcio que ha desempeñado un papel impagable en todo lo que esta sucediendo hoy lo desmiente: “No utilizamos Internet para organizarnos. Lo utilizamos para dar a conocer lo que estamos haciendo sobre el terreno”3.

(*) Javier Barreda Sureda es profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante (UA)

NOTAS

1 Texto íntegro en árabe del discurso, en la página web de Al-Yazira, 29-01-2011.
2 Vease, en Rebelión mi texto El régimen de Mubararak y las revueltas de enero, 29 de enero de 2011 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=121366).
3 “Entrevista con Hossam el-Hamalawy, periodista y bloguero egipcio”, por Mark LeVine, Rebelión, 29-01-2011, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=121317

Manifiesto de los Intelectuales árabes en solidaridad con los pueblos árabes y egipcio

Expresamos en primer lugar nuestra inmensa gratitud hacia el pueblo tunecino que ha sido el abanderado de una nueva era de las luces en nuestros países, la del renacimiento ciudadano.
 
También expresamos con energía nuestro apoyo al pueblo egipcio en su decisivo combate contra la tiranía y por la instauración de la democracia. Nos inclinamos con admiración, respeto y agradecimiento ante aquellos que han dado su vida para que pueda ser realidad entre nosotros el sueño confiscado desde decenas de años, el sueño de las sociedades más justas y humanas, regidas por las reglas del estado de Derecho establecidas universalmente: soberanía popular en la elección de nuestros representantes y gobernantes, separación de poderes, igualdad de todos ante la Ley, redistribución equitativa de la riqueza, erradicación de la corrupción , garantía de las libertades colectivas, incluidas las libertades de opinión y de creencia.

Decimos alto y claro, ningún país árabe puede sustraerse a este movimiento irrefrenable se está dando claramente para terminar por fin con el reinado de la arbitrariedad. La aurora que se ha elevado sobre el Mundo Árabe tiene ahora color de dignidad recobrada y de libertad. En todo lugar los pueblos han pasado a la acción. 

Llamamos pues a los intelectuales allá donde se hallen a expresar su solidaridad con las aspiraciones de los pueblos árabes y las del pueblo egipcio en particular en esta fase crítica.
Llamamos a todas las instancias de la Comunidad Internacional y a la ciudadanía de ponerse al lado de los que combaten por la libertad y denunciar la represión salvaje de que son víctimas y a reconocer claramente la legitimidad de las aspiraciones de nuestros pueblos a liberarse del yugo de la opresión y construir la democracia.

Primeros firmantes:
Adonis, Abdellatif Laâbi, Khalida Said, Issa Maklouf