domingo, 13 de febrero de 2011

¿Cómo muere una dictadura? / Moisés Naím *

¿Por qué Egipto y no Marruecos? ¿Por qué en China sigue mandando el Partido Comunista, pero se hundió la Unión Soviética? ¿Por qué Fidel Castro ha sobrevivido en el poder y Augusto Pinochet no? En fin, ¿qué determina que algunas dictaduras sean depuestas y otras se perpetúen? Las razones son tan variadas como la naturaleza misma de estos regímenes. Hay dictaduras que son totalitarias y brutalmente represivas. Otras son dictablandas que intentan hacerse pasar por democracias: organizan elecciones que nunca pierden, toleran una oposición anémica y permiten periódicos "libres" que pocos leen. 

Muchas necesitan del sostén de potencias extranjeras. Arabia Saudí depende de Estados Unidos, Bielorrusia de Rusia y Corea del Norte de China. Y claro está, la historia, la cultura y la religión fortalecen ciertas monarquías despóticas. Aunque cuando un pueblo se harta y sale a la calle dispuesto a morir por la libertad -y el Ejército no lo masacra- no hay cultura, historia, religión o potencia extranjera que salve a un déspota. Pero ¿qué hace que esto ocurra?

- El cambio. Los cambios económicos, sociales o internacionales pueden disparar procesos matadictaduras. Los autócratas no conviven bien con las reformas. Incluso los Gobiernos revolucionarios que inicialmente promueven grandes transformaciones terminan manejando mal los cambios. En la Unión Soviética, la liberalización económica, que comenzó siendo gradual, escaló hasta desbordar al régimen. El sah de Irán pagó las consecuencias de una modernización que resultó demasiado acelerada para su pueblo. En contraste, en la China de hoy un súbito freno a su veloz crecimiento económico es la principal amenaza al régimen.

- La vejez. Los Gobiernos también envejecen. Ver y oír a Hosni Mubarak pronunciando discursos totalmente desconectados de lo que estaba pasando en las calles de su país es el más reciente ejemplo de una dictadura aislada de su pueblo y del mundo, lenta en reaccionar y que, a pesar de sus costosos servicios de inteligencia, estaba patéticamente mal informada. Hay dictaduras que fallecen por "viejas" no solo debido a la avanzada edad o a la muerte de sus líderes, sino por la esclerosis de sus vetustas estructuras de gobierno.

- La pelea por el botín. A veces la caída de un régimen se produce por peleas entre las élites en el poder y no entre el pueblo y su Gobierno. Las dictaduras habitan en un ecosistema de privilegios, alianzas y codependencias con los más variados actores: los militares, líderes regionales, grupos económicos y políticos, medios de comunicación, líderes religiosos, aliados extranjeros, etcétera. A veces este delicado equilibrio de poderes se rompe, desencadenando enfrentamientos que pueden llevar al fin del régimen. Algo de esto pasó recientemente en Túnez.

- Errores mortales. Las autocracias pocas veces pagan altos precios por sus equivocaciones. Esto, en combinación con la propensión de los dictadores a rodearse de ayudantes que temen criticarlos o expresar desacuerdos, crea un ambiente donde los errores son frecuentes. Y alguno puede llegar a acabar con el régimen. Sadam Husein es un buen ejemplo de esto. O el general Leopoldo Galtieri, el jefe de la Junta Militar argentina quien, en 1982, decidió que era una buena idea invadir las islas Malvinas. Su derrota contribuyó a poner fin a la dictadura en Argentina.

- El contagio. La democratización de Portugal y España vinieron muy juntas. También la de los países del Cono Sur de América. Y la de Europa central. Ahora, después de Túnez, ha venido Egipto. No hay duda de que la muerte de una tiranía irradia esperanzas en otros países gobernados por dictadores, y sirve de ejemplo y estímulo para quienes se oponen al régimen. La libertad es contagiosa.

- La información. Un pueblo mejor informado de los abusos y la corrupción de sus autoridades, enterado de cómo se vive y se gobierna en otros países y que, además, se puede conectar y coordinar fácilmente con otras personas que, en su misma ciudad o en el otro lado del mundo, piensan igual, es un pueblo peligroso para una dictadura. Está claro que las tecnologías que informan y conectan a la población son un nuevo dolor de cabeza para los autócratas.

Esta lista no es exhaustiva y además siempre hay más de uno de estos factores en juego. También es cierto que estos elementos a veces no bastan y hay dictaduras que, a pesar de todo lo anterior, sobreviven. Pero, siempre, el actor determinante -y poco predecible- son los militares. Todas las tiranías dependen de ellos. A veces los militares están exclusivamente al servicio del tirano. En otros casos, cambian de parecer y deciden defender a su patria, y no al régimen. Al final, lo único que cuenta es si los militares están dispuestos a disparar contra sus compatriotas. Cuando se niegan a hacerlo, nace la libertad.

(*) Moisés Naím dirige desde hace diez años la revista Foreign Policy

Sequías, inundaciones y alimentos / Paul Krugman *

Estamos en mitad de una crisis alimentaria mundial (la segunda en tres años). Los precios mundiales de los alimentos batieron un récord en enero, impulsados por los enormes aumentos de los precios del trigo, el maíz, el azúcar y los aceites. Estos precios desorbitados solo han tenido un efecto limitado en la inflación estadounidense, que sigue siendo baja desde un punto de vista histórico, pero están teniendo un impacto brutal para los pobres del mundo, que gastan gran parte o incluso la mayoría de sus ingresos en alimentos básicos.

Las consecuencias de esta crisis alimentaria van mucho más allá de la economía. Después de todo, la gran pregunta acerca de los levantamientos contra los regímenes corruptos y opresivos en Oriente Próximo no es tanto por qué se están produciendo como por qué se están produciendo ahora. Y hay pocas dudas de que el hecho de que el precio de la comida esté por las nubes ha sido un desencadenante importante de la cólera popular.

¿Y qué hay detrás del repunte de los precios? La derecha estadounidense (y la china) culpa a las políticas del dinero fácil de la Reserva Federal, y hay al menos un experto que afirma que hay "sangre en las manos de Bernanke". Mientras tanto, el presidente francés Nicolas Sarkozy culpa a los especuladores y les acusa de "extorsión y pillaje".

Pero las pruebas cuentan una historia diferente, mucho más siniestra. Aunque hay varios factores que han contribuido a la drástica subida de los precios de los alimentos, el que realmente sobresale es la medida en que los acontecimientos meteorológicos adversos han alterado la producción agrícola. Y estos acontecimientos meteorológicos adversos son exactamente la clase de cosas que uno esperaría ver a medida que el aumento de las concentraciones de los gases de efecto invernadero cambie el clima (lo que significa que la actual subida del precio de la comida podría ser solo el principio).

Ahora bien, hasta cierto punto, el vertiginoso ascenso de los precios de los alimentos forma parte de un encarecimiento general de los productos básicos: los precios de muchas materias primas, que abarcan todo el espectro desde el aluminio hasta el zinc, han estado subiendo rápidamente desde principios de 2009, principalmente debido al acelerado crecimiento industrial en los mercados emergentes.

Pero la relación entre el crecimiento industrial y la demanda está mucho más clara en el caso del cobre, por ejemplo, que en el de los alimentos. Excepto en los países muy pobres, el aumento de la renta no tiene un gran efecto en la cantidad que come la gente.

Es cierto que el crecimiento en algunos países emergentes como China conduce a un aumento del consumo de carne y, por tanto, a un incremento de la demanda de pienso para los animales. También es cierto que las materias primas agrícolas, especialmente el algodón, compiten por la tierra y otros recursos con los cultivos destinados a la alimentación (como también lo hace la producción subvencionada de etanol, que consume muchísimo maíz). De modo que tanto el crecimiento económico como las malas políticas energéticas han contribuido en cierta medida al repentino encarecimiento de la comida.

Aun así, los precios de los alimentos iban a la zaga de los precios de otros productos básicos hasta el verano pasado. Entonces llegó el azote del tiempo.

Fíjense en el caso del trigo, cuyo precio casi se ha duplicado desde el verano. La causa inmediata del repunte del precio del trigo es evidente: la producción mundial ha caído en picado. La mayor parte del declive de dicha producción, según los datos del Departamento de Agricultura de EE UU, es el reflejo de una drástica bajada en la antigua Unión Soviética. Y sabemos a qué se debe eso: una ola de calor y una sequía sin precedentes, que elevaron las temperaturas de Moscú por encima de los 38 grados por primera vez en la historia.

La ola de calor rusa solo ha sido uno de los muchos acontecimientos meteorológicos extremos recientes, desde la sequía de Brasil hasta las inundaciones de proporciones bíblicas de Australia, que han mermado la producción mundial de alimentos.

La pregunta, por tanto, pasa a ser qué hay detrás de estas condiciones meteorológicas extremas. Hasta cierto punto, estamos viendo las consecuencias de un fenómeno natural, La Niña, un acontecimiento periódico en el que el agua del Pacífico ecuatorial se enfría más de lo normal. Y los fenómenos de La Niña se han relacionado históricamente con crisis alimentarias mundiales, entre ellas, las crisis de 2007 y 2008.

Pero la historia no termina ahí. No se dejen engañar por la nieve: en conjunto, 2010 está vinculado con 2005 por ser el año más cálido del que se tienen registros, aun cuando nos encontrábamos en un periodo de actividad solar mínima y La Niña fue un factor de enfriamiento durante la segunda mitad del año. Los récords de temperatura no solo se batieron en Rusia, sino en al menos 19 países, que representan una quinta parte de la superficie terrestre del planeta. Y tanto las sequías como las inundaciones son consecuencias naturales de un mundo que se calienta: las sequías porque hace más calor, las inundaciones porque los océanos más calientes liberan más vapor de agua.

Como siempre, no es posible atribuir ningún acontecimiento meteorológico concreto a los gases de efecto invernadero. Pero el patrón que estamos viendo, con máximos extremos y en general un tiempo extremo que se vuelve mucho más habitual, es justo lo que uno esperaría del cambio climático.

Por supuesto, los sospechosos habituales se pondrán como locos ante las insinuaciones de que el calentamiento global pueda tener algo que ver con la crisis alimentaria; quienes insisten en que Ben Bernanke tiene las manos manchadas de sangre suelen ser más o menos los mismos que insisten en que el consenso científico sobre el clima es el reflejo de una descomunal conspiración de la izquierda.

Pero las pruebas indican, de hecho, que lo que estamos viviendo ahora es un adelanto de la alteración, económica y política, a la que nos enfrentaremos en un mundo recalentado. Y dada nuestra incapacidad para actuar frente a los gases de efecto invernadero, se avecinan muchas más cosas, y mucho peores. -

(*) Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008

El catalizador tunecino / Joseph E. Stiglitz *

El mundo entero celebra la revolución democrática de Túnez, que ha desencadenado una cascada de acontecimientos en otras partes de la región -en particular en Egipto- con consecuencias incalculables. Los ojos del mundo están puestos ahora en ese pequeño país de 10 millones de habitantes para aprovechar las enseñanzas que se desprendan de su reciente experiencia y ver si los jóvenes que derribaron a un autócrata corrupto pueden crear una democracia estable y que funcione.

En primer lugar, las enseñanzas. Para empezar, no basta con que los Gobiernos contribuyan a un crecimiento suficiente. Al fin y al cabo, el PIB creció un 5%, aproximadamente, en Túnez a lo largo de los 20 últimos años, y se citaba con frecuencia a ese país porque podía alardear de una de las economías con mejores resultados, en particular dentro de esa región.

Tampoco es suficiente seguir los dictados de los mercados financieros internacionales: así se pueden conseguir buenas calificaciones de los bonos y agradar a los inversores internacionales, pero eso no significa que aumente la creación de puestos de trabajo o el nivel de vida de la mayoría de los ciudadanos. De hecho, en el periodo anterior a la crisis de 2008 resultó evidente la falibilidad del mercado de bonos y de las agencias de calificación. Que ahora no vean con buenos ojos el paso de Túnez del autoritarismo a la democracia no redunda en su crédito... y no se debería olvidar nunca.

Ni siquiera basta que se imparta una buena educación. En todo el mundo, los países están esforzándose por crear puestos de trabajo para quienes se incorporan por primera vez al mercado laboral. Sin embargo, un elevado desempleo y una corrupción omnipresente constituyen una combinación explosiva. Los estudios económicos muestran que lo verdaderamente importante de los resultados de un país es que haya una sensación de equidad y juego limpio.

Si en un mundo con escasez de puestos de trabajo, quienes tienen conexiones políticas los consiguen, y si en un mundo de riqueza limitada, los funcionarios gubernamentales acumulan masas de dinero, el sistema inspirará indignación ante semejantes iniquidades y contra los perpetradores de esos delitos. La indignación contra los bancos de Occidente es una versión más suave de la misma exigencia básica de justicia económica que vimos por primera vez en Túnez y ahora en toda la región.

Pese a las virtudes de la democracia -que, como ha demostrado lo sucedido en Túnez, es mucho mejor que la opción opuesta-, debemos recordar los fallos de quienes se declaran partidarios de ella, porque la democracia es algo más que elecciones periódicas, aun cuando se celebren de forma justa. La democracia en EE UU, por ejemplo, ha ido acompañada de una desigualdad cada vez mayor, hasta el punto de que el 1% superior recibe una cuarta parte, aproximadamente, de la renta nacional... y la riqueza está distribuida de forma aún más inequitativa.

De hecho, la mayoría de los estadounidenses están económicamente peor que hace un decenio, pues casi todos los beneficios del crecimiento económico acaban en manos de quienes se encuentran en la cima de la renta y de la distribución de la riqueza, y el resultado de la corrupción al estilo americano puede representar regalos de miles de millones de dólares a las empresas farmacéuticas, la compra de elecciones con contribuciones a gran escala a las campañas y reducciones de impuestos para los millonarios, mientras que se reduce la asistencia médica para los pobres.

Además, en muchos países la democracia ha ido acompañada de luchas civiles, faccionalismo y Gobiernos con un funcionamiento deficiente. A ese respecto, lo sucedido en Túnez ha comenzado con una nota positiva: una sensación de cohesión nacional debida al logrado derrocamiento de un dictador que se había granjeado un aborrecimiento generalizado. Túnez debe esforzarse por mantener esa sensación de cohesión, que requiere un compromiso con la transparencia, la tolerancia y la proscripción de la exclusión, tanto política como económica.

La sensación de juego limpio requiere voz y voto, que solo se puede lograr mediante el diálogo público. Todo el mundo insiste en el Estado de derecho, pero importa mucho qué tipo de Estado de derecho se establezca, pues se pueden utilizar las leyes para garantizar la igualdad de oportunidades y la tolerancia o para mantener desigualdades y el poder de minorías dominantes.

Tal vez no pueda Túnez impedir que los intereses particulares se apropien de su Gobierno, pero, si sigue sin haber una financiación pública de las campañas electorales y no se aplican cortapisas a los grupos de presión y a las conexiones entre los sectores público y privado, no solo será posible esa desviación, sino que ocurrirá con seguridad. El compromiso de dar transparencia a las subastas de privatización y las licitaciones competitivas para la adjudicación de contratos públicos reduce el alcance del sistema de captación de rentas.

Hay que adquirir la capacidad para adoptar muchas medidas equilibradoras: un Gobierno demasiado poderoso podría violar los derechos de los ciudadanos, pero un Gobierno demasiado débil no podría adoptar las medidas colectivas necesarias para crear una sociedad próspera y no excluyente o para impedir que los débiles e indefensos sean víctimas de los poderosos agentes económicos privados. América Latina ha mostrado que los límites de los mandatos de quienes ocupan cargos políticos resultan problemáticos, pero también que la inexistencia de limitación de los mandatos es aún peor.

Así, pues, las constituciones deben ser flexibles. Consagrar modas en materia de política económica, como ha hecho la Unión Europea, cuyo banco central ha prestado atención exclusivamente a la inflación, es un error, pero ciertos derechos, políticos (libertad de religión, expresión y prensa) y económicos, deben estar absolutamente garantizados. Un buen comienzo para el debate de Túnez es el de decidir, al formular su nueva constitución, qué derechos va a reconocer, además de los consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Túnez ha tenido un comienzo asombrosamente bueno. Su pueblo ha actuado con determinación y seriedad al establecer un Gobierno provisional, cuando tunecinos de talento y acreditados se han apresurado a ofrecerse para servir a su país en esta crítica coyuntura. Serán los propios tunecinos quienes crearán el nuevo sistema, que habrá de indicar cómo podría ser una democracia del siglo XXI.

Por su parte, la comunidad internacional, que con tanta frecuencia ha apuntalado regímenes autoritarios en nombre de la estabilidad (o conforme al principio de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo") tiene claramente el deber de prestar la asistencia que Túnez necesite en los próximos meses y años.

(*) Joseph E. Stiglitz es profesor en la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía