lunes, 28 de marzo de 2011

Inside Job / Santiago Niño-Becerra *

Para personas informadas no aporta ningún dato novedoso. Es un muy buen montaje de expone, pero no concluye, ni traza las consecuencias de lo sucedido: pienso que faltan quince minutos para detallar el período 2009 – 2010. Sigue por la línea ya conocida de que ‘los bancos y las agencias de calificación tuvieron la culpa’; pero lo verdaderamente novedoso del film es que trenza muy bien una serie de razonamientos vinculando a políticos y banqueros de tal forma que el planteamiento completo es: ‘los bancos y las agencias de calificación tuvieron la culpa porque los políticos les permitieron hacer lo que hicieron’.

Yo sigo con lo mismo: en 1973 el modelo empezó romperse porque una parte de la población activa empezó a no ser necesaria. En el período 1987 – 1991 el supply-side ya estaba agotado y a partir de ahí, terminada la economía de la producción, lo único que quedaba era ir por el lado de ‘lo financiero’. Se hizo lo que se tenía que hacer para continuar creciendo porque no se podía hacer ninguna otra cosa. 

Claro que los bancos podían haber hecho las cosas de otra manera, y los políticos hubieran podido no eliminar las regulaciones que eliminaron, y la política fiscal y la monetaria hubieran podido corregir desviaciones, y las empresas y las familias hubieran podido entender que esa capacidad de endeudamiento que parecía infinita no lo era y que los créditos que tan alegremente solicitaban y tan fácilmente obtenían había que devolverlos. Las cosas hubieran podido hacerse de otra manera y todo eso hubiera podido haberse contemplado, pero entonces hubiésemos crecido mucho menos de lo que hemos crecido.

Es frustrante tener que admitirlo, pero nadie tuvo la culpa. Se hizo lo que se podía hacer porque no podía hacerse otra cosa ya que en cada momento se puede hacer lo que se puede partiendo de la base de que los humanos siempre queremos más. Se hizo lo que podía hacerse, lo que sucede es que todo en esta vida tiene consecuencias; y el pasado siempre acaba pasando factura.

Amén.

¿El film?, si no lo han visto, véanlo: como exposición y resumen es bueno.
 
(*) Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull

La dama del euro / F. Durán

Sopla una brisa tibia que el Hudson conduce hasta una terraza cualquiera de cualquiera de los restaurantes caros del West Upper Side. Diez lumbreras de la economía comparten mantel. Ben Bernanke, Jean-Claude Trichet, Steve Jobs, George Soros, Carlos Slim, Dominique Strauss-Khan, Eric E. Schmidt, Paul Krugman, Mark Zuckerberg y Nouriel Roubini se miran a los ojos y reciben de cada comensal el mismo brillo, mitad respetuoso mitad soberbio, que su propia mirada transmite a los demás. El menú está a la altura de las ideas: langosta, cangrejo, foie y algunos de los mejores vinos del planeta.

Apliquemos el
zoom a la escena y agucemos el oído. Este top ten cerebral habla de la partida de dominó que se disputa en la Eurozona. Cayeron las fichas griega e irlandesa y probablemente les siga la lusa. Es una cuestión de tiempo. Vasos comunicantes, you know, fella. ¿Y España? España monopoliza los entrantes y las primeras estribaciones del inefable lomo crustáceo, pero cada opinión contiene demasiados matices, demasiada subhipótesis que inevitablemente conducen a un callejón sin salida.

Alguien pronuncia
Japan y las neuronas sitian a su nueva presa. Fukushima pesa más que dos recesiones seguidas y el país lo pagará, o no, porque del bosque quedado brotan más fuerte los árboles. Bernanke barre para casa y desliza las siglas de la Reserva Federal, que resiste unos minutos el asedio de Trichet y su BCE. Quizás movido por la causa común de la patria, Strauss-Khan le echa un cable y recuerda que el euro es hoy por hoy la moneda más interesante -por discutida o reivindicada- del planeta.

Los camareros sirven a continuación los monstruosos cuerpos de dos
king crab (es la cifra de consenso para dividir en cuotas del 10% tan delicioso segundo) y las palabras dejan paso a un reconfortante y muy breve oasis de chupadas, chasquidos y gruñidos. Después, más leña: las capacidades de China, el empuje de Brasil, el factor México, Corea e Islandia, la inflación mundial, las quejas de la FAO, la fiabilidad de las agencias de rating y las interminables emisiones de deuda pública.

Irremisiblemente perdido ante tanto tecnicismo, Zuckerberg, que perdió la umlaut en la huida transatlántica de algún antepasado, abre al azar el ejemplar del New York Times que compró antes de la cita y se topa con una foto gigante de una mujer rubia y cincuentona que tontea con un tipo bajito y bastante feo. "¿Pero quién demonios es ésta?", pregunta a sus contertulios. Todos, obvio, reconocen a la Merkel en una milésima de segundo. 

Todos, guiados por la misma silenciosa reflexión, olvidan contestar al dueño de Facebook: casi han terminado los postres y no han caído en la cuenta en que ni siquiera le han dedicado a la canciller cinco minutos de charla pese a que, posiblemente, la dama del euro sea ahora el factor más determinante en la economía del viejo, muy viejo continente. 

En el mundo árabe, una perspectiva real de libertad / Robert Fisk *

En los días finales del imperio otomano, diplomáticos de Washington –cónsules en Beirut, Jerusalén, El Cairo y otras ciudades–, organizaciones no gubernamentales de toda la región y miles de misioneros estadunidenses suplicaron al Departamento de Estado la creación de un Estado árabe moderno que se extendiera desde las costas de Marruecos hasta las fronteras de Mesopotamia y Persia. Creían que eso llevaría a gran parte del mundo musulmán a la órbita democrática de Europa y Occidente.
 
Desde luego, el acuerdo Sykes-Picot, que ya había dado forma en secreto a Medio Oriente, un agónico Woodrow Wilson y el repliegue de Estados Unidos hacia el aislacionismo echaron por tierra tan fantasiosas esperanzas. Además, ¿quién sabe si algunos árabes habrían preferido la civilización de Roma y, poco más de una década después, de Madrid y Berlín a las supuestamente decadentes democracias de otros lugares de Europa? Al final, la Segunda Guerra Mundial dañó a Túnez, Libia, Egipto y Líbano y dejó al resto comparativamente ileso. Pero éste es el momento de recordar los hubieras de la historia, porque hoy es posible vislumbrar un mundo futuro en el que pudiéramos viajar de Marruecos a la frontera Irán-Irak sin una visa en nuestro pasaporte. Que los árabes puedan llegar a eso con rapidez es, desde luego, otra cuestión.

Lo que no está en duda es la extraordinaria tempestad que atraviesa la región, la espectacular ruptura del mundo árabe que la mayoría de nosotros y la mayoría de los árabes hemos conocido a lo largo de nuestra vida. De las mohosas y corruptas dictaduras –el cáncer de Medio Oriente– está surgiendo un pueblo renacido. No sin derramamiento de sangre, y no sin mucha violencia tanto delante como detrás. Pero ahora por fin los árabes pueden esperar marchar hacia las cumbres resplandecientes. Todos los amigos árabes que tengo me han dicho exactamente lo mismo en las semanas pasadas: Nunca creí llegar a ver esto en mi vida.

Hemos observado cómo esos terremotos abrieron grietas y cómo las grietas se convirtieron en fisuras. De Túnez a Egipto, Libia y Yemen –cuya libertad está quizás a sólo 48 horas–, a Marruecos y Bahrein, y sí, tal vez incluso hasta Siria, los jóvenes valerosos han dicho al mundo que quieren libertad. Y de seguro obtendrán esa libertad en las próximas semanas y meses. Son palabras jubilosas, pero deben escribirse con la mayor precaución.

Pese a toda la confianza de David Cameron, no estoy tan seguro de que la operación en Libia vaya a tener un final feliz. De hecho, no estoy seguro de saber cómo va a terminar, aunque el vano y prepotente ataque de Estados Unidos al cuartel de Kadafi –casi idéntico al que escenificó en 1986 y que costó la vida a la hija adoptiva del coronel– demostró fuera de toda duda que la intención de Obama es liquidar al régimen. No tengo la certeza, tampoco, de que vaya a ser fácil crear una democracia en Bahrein, en especial cuando Arabia Saudita –el cáliz intocable, casi tan sagrado como Israel frente a las críticas– sigue enviando su soldadesca a cruzar el puente fronterizo.

He notado, desde luego, las prédicas de autores como Robert Skidelsky, quien cree que la fantasiosa liberación de Irak por Bush y Blair –cuyo resultado es que Teherán tiene el control efectivo del país– condujo a los levantamientos callejeros de hoy. “Pero la combinación de libertad y orden de las democracias occidentales… es producto de una larga historia que no se puede reproducir en breve plazo –ha dicho–. La mayoría de los pueblos no occidentales dependen de las virtudes personales del líder, no de los límites institucionales a su poder, para hacer tolerables sus vidas.” Entiendo el mensaje: no se puede confiar la democracia a los árabes: no están preparados para ella como lo estamos nosotros los occidentales y –ejem– los israelíes, claro. Es un poco como que Israel diga –como de hecho lo dice– que es la única democracia de Medio Oriente, y luego, para asegurarse de seguir siéndolo, ruegue a los estadunidenses dejar a Mubarak en el poder. Que fue exactamente lo que ocurrió en enero.

Israel es un caso que vale la pena examinar. Por lo regular capaces de considerable previsión, su gobierno, sus diplomáticos y sus partidarios extranjeros se han mostrado remisos y torpes en su respuesta a los sucesos que sacuden al mundo árabe. En vez de dar la bienvenida a un nuevo y democrático Egipto, hacen hoscas advertencias acerca de su volatilidad. Al parecer, para el gobierno de Israel la caída de dictadores a los que muchas veces ha comparado con Hitler es aún peor que su preservación. Podemos ver dónde radica el problema: un Mubarak siempre obedecerá las órdenes de Israel (vía Washington); un nuevo presidente no estará bajo esa presión. A los electores egipcios no les gusta el sitio de Gaza y están indignados por el despojo de tierra árabe para colonias israelíes en Cisjordania. Por cuantiosos que sean los sobornos de Washington, ningún presidente egipcio electo va a poder tolerar durante mucho tiempo ese estado de cosas.

Hablando de sobornos, el más cuantioso de todos fue entregado la semana pasada –en pagarés, claro está– por el monarca saudita, quien está desembolsando 150 mil millones de dólares por todo su reino feliz con la esperanza de evadir la ira del pueblo. Quién sabe, puede que le funcione por un tiempo. Pero, como siempre he dicho, observen a Arabia Saudita. Y no le quiten los ojos de encima.

En cambio, la epopeya que podemos darnos el lujo de olvidar es la guerra al terror. Apenas si ha salido algún gruñido de la tienda de Osama durante meses. ¿No resulta extraño? Lo único que he oído de Al Qaeda con respecto a Egipto fue un llamado a deponer a Mubarak… una semana después de que había sido derrocado por el poder popular. La carta más reciente del hombre de la caverna instaba a los pueblos heroicos del mundo árabe a recordar que sus revoluciones tienen raíces islámicas, lo cual debe de haberles caído de sorpresa a los habitantes de Egipto, Túnez, Libia, Yemen, Barhein y demás, porque todos ellos exigían democracia y libertad. Y allí está, en cierto modo, la respuesta a Skidelsky. ¿Acaso cree que todos ellos mienten? Y de ser así, ¿por qué?

Como dije, queda mucha sangre por correr. Y muchas manos entrometidas que querrán convertir las nuevas democracias en proyectos de dictaduras. Pero por una vez –sólo una vez–, los árabes pueden mirar las cumbres resplandecientes.

(*) Periodista y escritor inglés. Corresponsal en Oriente Medio para el periódico británico "The Independent"

¿Quién manda en el mundo? / Mariano Grondona *

Corría el año 1931, un año negro para el mundo que ya estaba sufriendo la inmensa crisis económica de los años treinta y que padecía la ofensiva ideológica antidemocrática del comunismo en Rusia, el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania, mientras los golpes militares se multiplicaban en América Latina. 
 
Fue en 1931, precisamente, cuando el filósofo español José Ortega y Gasset publicó la primera edición de uno de sus libros más importantes, "La rebelión de las masas", uno de cuyos capítulos principales llevaba por título esta acuciante pregunta: "¿Quién manda en el mundo?" La economía capitalista zozobraba, las democracias occidentales retrocedían y los extremismos de izquierda y de derecha avanzaban. El mundo atravesaba un peligroso vacío de poder. Pero la cuestión del poder es decisiva, señalaba Ortega, porque si no se sabe quién manda, "todo lo demás marcha impura y torpemente". 

Ya sabemos lo que vino después: la trágica guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, el derrumbe de Hitler y Mussolini, Hiroshima, Nagasaki y el triunfo de los Estados Unidos y la Unión Soviética que desembocaría en el mundo "bipolar" de la Guerra Fría hasta que el propio comunismo, el último de los imperios totalitarios que estaban en su apogeo hacia los años treinta, sucumbió en 1989 con la caída del Muro de Berlín. 

Después de una traumática secuencia de sesenta años, ¿había triunfado al fin la democracia? Cundió, por lo pronto, el optimismo. Fue al comenzar los años noventa que el norteamericano Francis Fukuyama publicó su famosa obra "El fin de la historia". Si por "historia" se entiende la lucha sin cuartel entre opuestas concepciones del mundo, sostenía Fukuyama, entonces la historia ha culminado con la victoria final de la democracia sobre todos sus agresores. 

¿Había nacido en verdad un nuevo orden mundial, bajo el signo de la democracia? Hoy, a veinte años de la tesis de Fukuyama, es lícito dudarlo. Si bien no hemos padecido lo que muchos pronosticaban, una tercera guerra mundial "caliente" en vez de fría, une serie incesante de guerras locales en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán nos ha acompañado desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, a la cual se han sumado primero las explosiones terroristas de las Torres Gemelas al comenzar los años dos mil y, ya últimamente, los levantamientos populares contra los regímenes árabes autoritarios, desde Túnez y Egipto hasta la agonía que el pueblo libio está sufriendo por haber cometido la osadía de reclamar la libertad contra el dictador Muamar Gadafi, quien no ha vacilado en ametrallarlo desde el aire. 

¿Es éste el nuevo "orden mundial" que había presentido Fukuyama? ¿O estamos, más bien, ante un nuevo "desorden mundial"? El triunfo de la democracia que anunciaba Fukuyama parecía coincidir con el advenimiento de un mundo ya no "bipolar" sino "unipolar", a cargo de los Estados Unidos. Después de las Torres Gemelas, sin embargo, el presidente Bush declaró la guerra total al terrorismo. Hoy está claro que su error fue creer que, porque gozaba de un monopolio militar incontrastable, su país podría manejarse cual si fuera un imperio. El error de Bush consistió en una simplificación porque, "unipolar" en lo militar -en realidad, sólo en lo nuclear- el mundo que rodeaba a los Estados Unidos era "multipolar" en lo económico y en lo político, ya que otras potencias emergentes como Brasil, Rusia, India y China -las célebres "Bric"- multiplicaban su influencia al lado de la vasta Unión Europea y del ahora trágico Japón. 

Se llama habitualmente "hard power" al "poder duro" que proviene de las armas, en tanto que recibe el nombre de "soft power", "poder suave", al que proviene de la economía y la diplomacia. Aleccionado por la cortedad de miras de su antecesor, que apostó obsesivamente al "hard power", el presidente Obama ha ensayado, frente a la terrible crisis libia un despliegue de "soft power", cimentando una alianza con otras potencias más decididas que él contra Khadafy, Francia y el Reino Unido, bajo el "paraguas" de las Naciones Unidas. Pero el "poder suave" de Obama, ¿no corre el riesgo de aparecer, a su vez, como una muestra de debilidad similar a la de otro de sus antecesores, el bondadoso pero irresoluto James Carter? En definitiva, ¿quién manda en el mundo? La pregunta crucial que Ortega formuló hace ochenta años, nos sigue acosando. 

(*) Mariano Grondona es Abogado y doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires


Los caballeros de la cama redonda / Pablo Sebastián

Emilio Botín llegó en mangas de camisa al Palacio de la Moncloa como si fuera el dueño del cortijo, luciendo en los tirantes y la corbata el rojo de su banco y anunciando en el paseíllo  que él sería el protagonista de la cita en Moncloa de los empresarios y los banqueros, con la que el presidente Zapatero venía a exhibir una tercera Cámara del poder institucional español, al margen del Congreso de los Diputados y del Senado: la Cámara de “Los caballeros de la cama redonda”. El tálamo promiscuo e incestuoso de los poderes varios del Estado español donde se cuecen los pactos y los repartos de esta “democracia a la violeta”, o partidocracia a la española.

Una exhibición obscena que, al margen de la soberanía nacional, prueba que en este país no existe una verdadera Democracia con su obligada separación de los poderes del Estado sino su indecente acumulación en el solo beneficio del autócrata de turno, Zapatero en este caso. El amo que parte y reparte el poder con propios y asimilados hasta que los abusos, corrupciones o la incompetencia del autócrata rasgan su velo protector y los ciudadanos indignados lo expulsan de la Presidencia tal y como ocurrió con Felipe González y José María Aznar, y como le pasará a José Luís Rodríguez Zapatero.

Cabe sospechar que la invectiva de Botín rogando a este genio de Zapatero que no convoque elecciones generales anticipadas y no abra el proceso de su sucesión en el seno del PSOE, no fuera idea suya sino sugerida por Moncloa en socorro de Zapatero para lograr que el líder caído agote la legislatura y las mieles del poder, a ver si entre tanto un milagro o una catástrofe –como ocurrió con los atentados del 11-M de 2004- le permiten renovar la presidencia y no regresar destrozado a su casa de León. Y puede también que el presidente del Santander, que suele ser aficionado a estos espectáculos, hiciera de esta necesidad monclovita su virtud porque él también tiene en sus problemas sucesorios en el banco y necesita el indulto del Gobierno a Consejero Delegado, Alfredo Sáez, recientemente condenado por el Tribunal Supremo.

La gravedad de la declaración de Botín –a la que se sumó el hombre del gran poder mediático italiano en España, Borja Prado, y los habituales aduladores Villar Mir y Del Pino- fue inmediatamente utilizada por los manipuladores de la Moncloa para decir que “los empresarios” (y no solo cuatro de los cuarenta presentes) pedían a Zapatero que no adelantase las elecciones ni su sucesión en el PSOE. Así el diario gubernamental El País titulaba “La élite económica pide a Zapatero…”. Como si dicha “élite” fuera dueña de la soberanía nacional y del Partido Socialista, y la mejor y única intérprete del sentimiento nacional español.

Con esa manipulación los que representaban en Moncloa el poder financiero y conservador del país aparecían como los adversarios y detractores del Partido Popular y de su líder Mariano Rajoy, que propugnan todo lo contrario de lo que una minoría de esa “tercera Cámara” le solicitó a Zapatero: la exigencia de elecciones generales anticipadas y otras políticas social y económica, tal y como lo reiteró Rajoy el pasado fin de semana.
¿Qué está pasando para que en medio de este flagrante deterioro nacional asistamos a estos juegos teatrales?

Puede que a muchos ciudadanos les sorprenda saber que España es el único país de nuestro entorno europeo que no elije directamente al jefe del Estado, ni al presidente del Gobierno, ni a sus diputados, ni a sus senadores, alcaldes, presidentes autonómicos, etc. En España solo se elijen las siglas de partidos, y luego el jefe de la fuerza ganadora y su “aparato” funcionarial nombran los gobernantes, jueces, legisladores, y publicistas del poder, generalmente salidos de la mediocridad imperante en los citados aparatos de los partidos, donde la excelencia, la experiencia y preparación de los gestores de la vida pública brillan por su ausencia, y en el caso que nos ocupa empezando por la insoportable levedad del presidente Zapatero.

Y así el ganador de las elecciones se hace con el control absoluto de los poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, los medios –públicos y privados- la banca y las empresas reguladas por el Gobierno (eléctricas, telecos, constructoras, comerciales, etc…), al tiempo que impide o  reduce cualquier contrapoder o control y se crea alrededor del autócrata una aureola de impunidad que suele acabar en la corrupción o incluso el crimen de Estado (González), el autoritarismo “belicoso” (Aznar) o el desgobierno y la desunión de la nación (Zapatero).

El deterioro de la cohesión nacional como ocurre ahora cuando el autócrata ganador de las elecciones, desprecia la nación española –”discutida y discutible”- como ha sido el caso de Zapatero, debilitado por la ausencia de una estable mayoría parlamentaria que le ha obligado a recurrir a los apoyos de nacionalistas/independentistas. Los que gracias a una ley electoral no representativa como la española, que premia a estas minorías, ejercen un descarado dominio en contra los intereses generales de España.

De ahí se sacó Zapatero su “España plural” luego caída en el Tribunal Constitucional, como de todo este enredo de la acumulación de poderes sin controles emana su extraña supervivencia en el poder camino de la gran derrota en las elecciones. El imparable “matadero” donde Zapatero lleva a su partido como tiernos y silenciosos corderitos, con el aplauso del señor Botín que implora a su anfitrión que no abandone el poder que el líder desparrama sonriente entre sus invitados como si fuera “la madame” de todos estos “caballeros –y damas, ministros incluidos- de la cama redonda” nacional.

El lugar donde se suplanta el Parlamento, se amaña lo judicial y se parten y reparten los intereses creados, al margen de la soberanía nacional y de los mas sagrados pilares de una democracia: la separación de los poderes del Estado, la representación ciudadana y las libertades política y de expresión.

Y ¿tiene todo esto solución? La tiene si los españoles toman conciencia de semejante impostura y situación. El reciente espectáculo empresarial de la Moncloa, agitado por el señor Botín que parece haber encontrado en el pirómano español de la crisis al bombero salvador de las estabilidad nacional, y la gravedad del momento social económico de España dan fe de ello y obligan a una profunda reflexión en pos de una reforma democrática que tarde o temprano llegará en beneficio del pueblo y de la nación.

José Luis Sampedro, escritor y economista: 'La única salida es la educación y el pensamiento'


MADRID.- Alarga el brazo y saca una tabla roída, rallada, con los cantos rodados, y suave como la piel curtida. Es la "tabla del náufrago". Por el aspecto ha debido de salvar a Sampedro en muchas ocasiones. La coloca sobre la estrecha mesa, se la arrima al vientre. Sobre ella han corrido las manos del humanista cargadas de ideas y tinta desde hace décadas. "Tuve una época en que lo intenté con el ordenador, pero no simpatizamos", elegante, abre con una sonrisa esta conversación en los días de vaivén. Lo entrevista 'Público'.

José Luis Sampedro es la hoguera blanda a la que uno acude a secar las dudas. Quizá porque tenga respuestas para todo, quizá porque haya vivido varias vidas en una sola. Quizá porque sin sus lecturas uno es un trozo de carne, una flecha sin arco. De Barcelona a Tánger antes de la Guerra Civil; del Ejército republicano al Ejército rebelde; de Santander a Madrid, donde realiza Ciencias Económicas; de subdirector general del Banco Exterior de España a catedrático de la Universidad Complutense de Madrid; de las universidades de Salford y Liverpool a la norteamericana Bryn Mawr College, de la Real Academia Española a presidente honorario no ejecutivo de la empresa Sintratel.

El largo trayecto del profesor humanista lo resumía en su discurso de ingreso a la Real Academia Española, titulado Desde la frontera, en el que reconoció que sus andanzas intelectuales siempre anduvieron por caminos al margen de los cenáculos de lo oficial: "Quizás esa marginalidad me haya hecho el favor de dar a mi obra por lo menos alguna autenticidad, valor que siempre ambicioné sobre todos". Sampedro es uno de los reflejos que todavía brillan en la tan maltrecha diversidad cultural de nuestros días.
Con el alegato de una vida natural, libre y comprometida por delante, Sampedro ha recuperado en su tercera madurez los gérmenes rebeldes y libertarios que permanecían latentes. Lo que no puede desaparecer.

¿Cómo está viendo la tragedia de Japón?

Desde luego como una catástrofe espantosa y como una amenaza extraordinaria. Si sucediera una explosión estilo Chernóbil, alcanzando a Tokio la radiactividad, sería horrible. Lo que ha ocurrido en Fukushima es el resultado de un exceso de confianza en el ser humano. Soy de los que hace años pensábamos que el desarrollo sostenible es mentira, que lo que llevamos adelante es insostenible. 

¿Por qué seguimos adelante?
Porque los dirigentes están inspirados en dos ideas: una, la potencia extraordinaria de la técnica. La técnica ha logrado resultados tan fabulosos, que parecería que podría conseguir lo que quisiera. Y se piensa que ocurra lo que ocurra la técnica lo resolverá y que si se agota el petróleo, la técnica sacará, como pensaba Franco, oro del granito del Escorial. La otra idea es que la religión nos dice que los humanos tenemos un alma inmortal, que, como dice la Iglesia católica, el hombre es casi divino porque Dios lo hizo a su imagen y semejanza. Animado por esa esperanza inmaterial y por una técnica se cree que se puede hacer lo que quiere. 

¿Nos hemos creído más de lo que somos?
Nos creemos dioses y hacemos lo que no podemos hacer, y que si fuésemos racionales no necesitaríamos hacer. Desde los tiempos de Grecia la humanidad ha progresado técnicamente de una manera fabulosa, pero no hemos aprendido a vivir en paz, a convivir, a no matar al vecino. Las palabras favoritas de esta cultura son productividad, innovación y competitividad. Somos muy poderosos en técnica y muy ignorantes y faltos de sabiduría. El exceso de ciencia no está compensado por la manera de usarla. 

¿Eso ha pasado con la energía nuclear?
Eso es lo que pasa con lo nuclear: es una energía importante, pero no sabemos usarla. Verá, no hemos logrado con la energía nuclear lo que sí hemos logrado con el petróleo: el progreso del petróleo es el motor de explosión, pero de la energía nuclear no hemos inventado el motor de explosión. No dominamos la técnica nuclear y mientras tanto nos arriesgamos a catástrofes como la de Japón.

¿Qué le parece la actitud del pueblo japonés?
Me está admirando profundísimamente. Lo que veo en la televisión, las caras de la gente: no las hay aterradoras, desesperadas, llorosas. No hay gestos como hemos visto en Haití, muy comprensibles por otra parte. Pero en Japón hay una serenidad verdaderamente ejemplar. El civismo japonés debe darnos una lección a todos. Tengo una admiración profunda por ese pueblo. Cómo se comportan, cómo cooperan. El pueblo japonés en estos momentos es admirable, como con frecuencia el pueblo es mucho más admirable que los gobiernos. 

¿El progreso nos ha dejado sin control?
Progreso es una palabra que implica un fin, un objetivo, como en un viaje. ¡Pero aquí no saben dónde van! No sólo no saben dónde van, lo malo es que ni siquiera saben dónde quieren ir. Sarkozy, Berlusconi y otros que prefiero no nombrar en castellano y en inglés no saben lo que quieren. Vivir en paz es un objetivo, pero para eso deben educarnos y estamos haciendo todo lo contrario. 

¿Ante esta catástrofe nos haremos más humanos?
Ojalá sirviera al menos para eso, pero me temo que no, porque estamos muy mal dirigidos. Además, se nos enseña muy mal. La solución a largo plazo de todo es la educación, la preparación de los seres humanos. Ahí sí tendríamos que hacer progreso y desarrollo. Lo primero es que la gente razone y piense por su cuenta. Nos están educando al revés, nos educan para producir y consumir. Nadie nos prepara para ser más humanos, para ser mejores. Dicen que no hay alternativa a este desarrollo, cómo que no: ser mejores en vez de tener más cosas. La alternativa es educar para ser mejores. 

Creo que eso no aparece en ningún plan de estudio.
Verá, la mayoría de las personas no llegamos a ser lo que podríamos ser. Porque el desarrollo no es ser tanto o mejor que los otros, sino todo lo que uno pueda llegar a ser. Casi nadie, yo el primero, llega a todo lo que pueda ser. Todavía soy aprendiz de mí mismo. Ojalá nos hiciera más humanos esta catástrofe, para sabernos miembros de la naturaleza y no dioses.

¿Están preparadas las universidades a ello?
Esto que se acaba de implantar, la universidad con salsa boloñesa, es la muerte de la universidad. La universidad era un templo de sabiduría. Esto que hacen ahora es una escuela politécnica. Han dado la universidad a los financieros y los financieros lo que quieren es ganar dinero. Eso implica que lo que se enseña es saber hacer cosas, pero no saber cómo son las cosas. 

Hemos pasado a hablar de la cultura como producto, legitimada por su aportación al PIB. Otras virtudes como la verdad o la belleza han dejado de ser importantes. ¿Qué le parece?
A eso se responde de una manera: el PIB no es la medida del bienestar. 

¿Por qué han cambiado las reivindicaciones y ahora se prioriza la defensa de la libertad al fin de las injusticias?
Siempre que se use la palabra libertad hay que pensar para quién. La libertad para el pobre quiere decir que no me opriman. Pero la libertad para el rico es que me dejen las manos libres, que yo haré lo que me dé la gana y entonces explotaré a quien haga falta. Cuando me hablan de libertad recuerdo siempre el lema de la revolución francesa. Le voy a contar algo que explicaba en clase hace años: la libertad vuela como las cometas. Vuela porque está atada. Usted coja una cometa y láncela, no vuela. Pero átela una cuerda y entonces resistirá al viento y subirá. Cuál es la cuerda de la cometa de la libertad: la igualdad y la fraternidad. Es decir, la libertad responsable frente a los demás. 

¿Por qué no interesan las injusticias?
Porque se han degradado los valores. Al declarar que todo es mercancía, que todo es dinero, que el PIB y la cultura son dinero... ¿Qué es la corrupción generalizada? Simplemente que hay hombres en venta y otros dispuestos a comprarlos. ¿Hay mayor degradación que esto? Hoy no se respeta nada: hay altos cargos jactándose de ser imputados y pensando que la gente cree que es un tío grande porque no lo para nadie. ¿Cómo puede ser un político imputado un ciudadano modelo? 

José Saramago decía que el capitalismo nos había adocenado.
Claro, y qué razón tenía. La democracia no es el gobierno del pueblo en ningún sitio. ¿Qué se vota? Lo que nos hacen que votemos. En la infancia, llega un cura y mete en la cabeza dogmas. Eso empieza a condicionar el pensamiento y el pensamiento debe ser libre, más que la libertad de expresión. Si con la libertad de expresión lo que expresa es lo que le dicen que diga, no interesa. Lo que importa es lo que pensamos. 

¿Necesitamos una revolución más que nunca?
Lo que necesitamos es reeducarnos. Puede que catástrofes como la nuclear induzcan a pensar que lo que estamos haciendo no está bien. Se censura a los jóvenes porque no tienen sentido político. No es que pasen, es que quieren otra cosa. Mire usted, que cambiaremos es seguro. Otro mundo es seguro, la Historia es cambio. Ahora mismo pasamos por un momento que yo llamo de barbarie porque se han degradado todos esos valores que comentamos. Es una etapa de desconcierto hacia otro modelo distinto. Esta cultura capitalista de cinco siglos ha agotado ya sus posibilidades. 

Ya, pero los culpables de la crisis han salido indemnes.
Claro, porque tienen el poder. ¿Qué hace Europa en estos momentos? Nada. No estamos ya en manos de los financieros, sino en las tres o cuatro grandes empresas de valoración de la confianza. ¿Qué han hecho los gobiernos? ¿Han suprimido los paraísos fiscales? ¿Han corregido la conducta de los bancos? ¡Ni hablar! Los bancos que crearon la crisis en 2008 hace tiempo que se han repuesto tranquilamente y anuncian sus beneficios, mientras los parados siguen parados. Se llamen como se llamen, todos los gobiernos actúan obedeciendo a los intereses del capital. 

¿Qué espera de las generaciones más jóvenes?
He vivido la guerra y después de la guerra qué había. La ilusión era el bienestar, la ilusión era el Seiscientos. Pero hoy hay jóvenes con ideales. Que las cosas cambiarán estoy seguro. Cuantas más catástrofes haya, más se desacreditan los que nos conducen a las catástrofes. La gente no reacciona contra los banqueros. Pero el banquero es como el tigre, no es malo, devora porque es tigre. El banquero se forra contra quien sea porque es banquero, pero al banquero lo crea la sociedad, lo ensalza la sociedad que tiene como dios supremo el dinero. No es que sean malos, es que son banqueros todavía habrá que compadecerlos [ríe].

¿Por qué los gobiernos están degradando la enseñanza pública?
Porque tienen miedo y hacen concesiones a la Iglesia. Pero a los poderosos, cuantas más concesiones se les hace, más exigen, son insaciables. Fíjese lo que está haciendo Esperanza Aguirre con la enseñanza en la Comunidad de Madrid. Lo esencial de la enseñanza es el profesor y hay que crear profesores, pero claro, para eso se necesitan apoyos a la escuela. Que se recorten los presupuestos de enseñanza es un desastre. 

¿Cómo ve España después de las próximas elecciones generales?
Me temo que, como siempre, perderá uno de los dos partidos. El PP si tiene la victoria no se la ha ganado. Llevan años pidiendo, pero sin decir cómo hacerlo. El señor Rajoy jamás ha tenido una idea y para una vez que fue al público con un papel apuntado, le hicieron una pregunta cantada y pactada, y no supo qué contestar. Rajoy sería hoy el presidente ideal de Europa, porque entonces Europa no haría absolutamente nada. Me temo que va a ser derrotado el PSOE, pero seguiremos como hasta ahora porque no cambiarán las cosas. El PSOE está haciendo programas de la derecha en asuntos como la educación. Es un gobierno capitalista que depende de los financieros, como el PP. La diferencia es que el PP se regodeará apretando los tornillos de la explotación. 

¿Cómo es posible que intelectuales como Vargas Llosa defiendan en su discurso del Nobel la existencia de las armas de destrucción masiva?
El intelectual, por definición, está en contra de las autoridades. Entre los economistas hay dos tipos: los que se dedican a hacer más ricos a los ricos y los que pretendemos hacer menos pobres a los pobres. Con los intelectuales literarios pasa lo mismo: los hay que dan la razón al ataque de Irak y los que estamos en contra. Aquello fue un crimen de lesa humanidad que no ha prescrito. 

¿Tiene claras cuáles son las conclusiones de esta crisis?
Le contestaría con una sola palabra: entropía. Todo lo que nace muere. Cuando nacemos empezamos a morir. Yo llevo 94 años viviendo, es decir, 94 años muriéndome. Es un proceso vital. Todos los imperios anteriores entraron en decadencia. ¿Qué duró el imperio español, cuánto el auge francés, qué queda del imperio británico, cuánto ha durado el imperio norteamericano? Ya se ha acabado: EEUU no domina como en 1945. Tiene un Ejército más fuerte, pero no es el amo del mundo. Ahora tiene enfrente a China, Brasil y Rusia. 

¿Qué perspectivas hay?
El matemático Poincaré decía: "El caos es un orden que no conocemos". Pues ahora estamos en un orden que no conocemos. ¿Y qué perspectivas hay? Pues el próximo orden. ¿Cómo será? No lo sé. Tengo mis ideas, pero no lo sé.