viernes, 6 de mayo de 2011

Ideas / Santiago Niño-Becerra *

Comparen las dos ideas expuestas en estos dos fragmentos: Esta: el mensaje que Herbert Marcuse expone en su obra "Contrarrevolución y Revuelta": el cambio, tal y como la contracultura lo había supuesto, no es posible ya que los que podrían realizarlo: los negros, los estudiantes, el proletariado, se encuentran neutralizados por los aparatos del Estado: policía y educación, y por el debilitamiento de las ideologías capaces de organizar a las masas.

Y esta otra: “Cuando Veltroni (ex ministro con Romano Prodi, ex alcalde de Roma, ex líder del Partido Democrático) reapareció el otro día en el Lingotto, hoy centro de congresos y un día la primera fábrica de FIAT, en las primeras filas estaban sentados algunos de los personajes más ricos de Italia, todos ellos recién llegados de sus villas en el Caribe, Malindi (Kenia) o Thailandia. 

Esa es hoy la izquierda italiana, una especie de nouvellecuisine, nada en el plato y todo en la cuenta. El más pobre tiene siete casas. Los mileuristas no fueron invitados al discurso, estaban en el guardarropa cuidando de los abrigos de piel. Y los obreros tampoco porque estaban renunciando a sus derechos adquiridos para poder seguir trabajando en la FIAT”. Filippo di Giacomo, sacerdote. (El País 26.01.2011).
Entre ambas median 39 años.

¿Encuentran muchas diferencias?.

El rescate de Portugal, ¿el res, qué?. Lean el ¿pacto?: recuerda tanto a la batalla de las Horcas Caudinas. A Portugal se le va a detraer un porrón del PIB que genere a fin de devolver lo que debe (básicamente a bancos españoles, alemanes, franceses y británicos) y como consecuencia de ello se van a realizar unas amputaciones a su gasto público a fin de compensar las detracciones de PIB practicadas. 

Como resultado de este montaje Portugal se va a empobrecer, mucho, muchísimo, y eso teniendo en cuenta que Portugal ya era un país pobre, una economía con muchísimas carencias: siempre lo ha sido; por ello, me pregunto: ¿no hubiese hecho bien Portugal islandizándose?, con salida del euro incluida, evidentemente. 

A Islandia se le permitió hacer lo que hizo porque no había donde rascar, en Portugal algo hay para rascar pero a costa de que socialmente el país retroceda treinta años, o más: en los 80 las expectativas eran infinitamente mayores que ahora, por lo que, ¿qué hay, en verdad, para rascar?. 

Pienso que este pliego de condiciones supone un contrato de esclavitud para alguien que tiene muy poco y que va a perder ese poco que tiene. Pienso que el pueblo portugués debería rechazar ese acuerdo: un acuerdo para vencidos, como el de las Horcas Caudinas, sí. Los Romanos tuvieron que aceptar la imposición de los Samnitas porque no tenían otra opción, Portugal, pienso, la tenía: no ir a más peor. Sonará raro, pero pienso que estamos asistiendo al fin del Portugal que hemos conocido y que el mañana del país -no el año que viene- va ser mucho peor de lo que en proporción el ayer fue.

Y, bueno: lo de las barbas y el vecino: Portugal se ha comprometido a reducir su déficit así: al -5,9% en el 2011, al -4,5% en el 2012, al -3,0% en el 2013, y España se comprometió a reducirlo asá: -6,0% en el 2011, -4,4% en el 2012, -3,0% en el 2013, -2,1% en el 2014. Si para llegar a esos déficits Portugal va a tener que hacer todo lo que ha dicho (le han dicho, pienso) que tiene que hacer, ¿se imaginan que tendrá que hacer España para llegar a donde tiene que llegar?.

(¿Ven como no estaba cambiando de tema?). 

(*) Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

La era post-nuclear / Ignacio Ramonet

Fukushima marca, en materia de energía atómica, el fin de una ilusión y el comienzo de la era post-nuclear. Clasificado ahora de nivel 7, o sea el más alto en la escala internacional de los incidentes nucleares (INES), el desastre japonés ya es comparable al de Chernóbil (ocurrido en Ucrania en 1986) por sus “efectos radiactivos considerables en la salud de las personas y en el medio ambiente”.

El seísmo de magnitud 9 y el descomunal maremoto que, el pasado 11 de marzo, con inaudita brutalidad, castigaron el noreste de Japón, no sólo originaron la actual catástrofe en la central de Fukushima sino que dinamitaron todas las certidumbres de los partidarios de la energía nuclear civil.

Con decenas de construcciones de centrales atómicas previstas en innumerables países, la industria nuclear, curiosamente, se hallaba viviendo su época más idílica. Esencialmente por dos razones. Primero, porque la perspectiva del “agotamiento del petróleo” antes de finales de este siglo, y el crecimiento exponencial de la demanda energética por parte de los “gigantes emergentes” (China, la India, Brasil) la convertían en la energía de sustitución por excelencia (1). 
 
Y segundo, porque la toma de conciencia colectiva ante los peligros del cambio climático, causado por los gases de efecto invernadero, conducía paradójicamente a optar también por una energía nuclear considerada como “limpia”, no generadora de CO2.

A estos dos argumentos recientes, se sumaban los ya conocidos: el de la soberanía energética y menor dependencia respecto a los países productores de hidrocarburos; el bajo coste de la electricidad así creada; y, aunque parezca insólito en el contexto actual, el de la seguridad, con el pretexto de que las 441 centrales nucleares que hay en el mundo (la mitad de ellas en Europa occidental), sólo han padecido, en los últimos cincuenta años, tres accidentes graves...

Todos estos argumentos –no forzosamente absurdos– han quedado hechos añicos tras la descomunal dimensión del desastre de Fukushima. El  nuevo pánico, de alcance mundial, se fundamenta en varias constataciones. En primer lugar, y contrariamente a la catástrofe de Chernóbil –achacada en parte, por razones ideológicas, al descalabro de una vilipendiada tecnología soviética–, esta calamidad ocurre en el meollo hipertecnológico del mundo y en donde se supone –por haber sido Japón, en 1945, el único país víctima del infierno atómico militar– que sus autoridades y sus técnicos han tomado todas las precauciones posibles para evitar un cataclismo nuclear civil. Luego, si los más aptos no han conseguido evitarlo, ¿es razonable que los demás sigan jugando con fuego atómico?

En segundo lugar, las consecuencias temporales y espaciales del desastre de Fukushima aterran. A causa de la elevada radiactividad, las áreas que circundan la central quedarán inhabitadas durante milenios. Las zonas un poco más alejadas, durante siglos. Millones de personas serán definitivamente desplazadas hacia territorios menos contaminados, teniendo que abandonar para siempre sus propiedades y explotaciones industriales, agrícolas o pesqueras. Más allá de la propia región mártir, los efectos radiactivos repercutirán en la salud de decenas de millones de japoneses. 

Y sin duda también, de numerosos vecinos coreanos, rusos y chinos. Sin excluir a otros habitantes del hemisferio boreal (2). Lo cual confirma que un accidente nuclear nunca es local, siempre es planetario.

En tercer lugar, Fukushima ha demostrado que la cuestión de la pretendida “soberanía energética” es muy relativa. Ya que la producción de energía nuclear supone una nueva supeditación: la “dependencia tecnológica”. 

A pesar de su enorme avance técnico, Japón tuvo que acudir a expertos estadounidenses, rusos y franceses (además de los especialistas de la Agencia Internacional de la Energía Atómica) para tratar de controlar la situación. Por otra parte, los recursos del planeta en uranio (3), combustible básico, son muy limitados y se calcula que, al ritmo actual de explotación, las reservas mundiales de este mineral se habrán agotado en 80 años. O sea, al mismo tiempo que las del petróleo...

Por estas razones y por otras más, los defensores de la opción nuclear deben admitir que Fukushima ha modificado radicalmente el enunciado del problema energético. Ahora se imponen cuatro imperativos: parar de construir nuevas centrales; desmantelar las existentes en un plazo máximo de treinta años; ser extremadamente frugal en el consumo de energía; y apostar a fondo por todas las energías renovables. Sólo así salvaremos quizás el planeta. Y la Humanidad.

(1) Antes del accidente de Fukushima, se estimaba que el número de centrales nucleares en el mundo aumentaría un 60% de aquí a 2030. China, por ejemplo, tiene actualmente 13 centrales atómicas en actividad que producen apenas el 1,8% de la electricidad del país; en enero pasado decidió construir, entre 2011 y 2015, 34 nuevas centrales o sea una cada dos meses...
(2) Partículas radiactivas procedentes de la central de Fukushima cayeron sobre Europa occidental unos días después de la catástrofe, y aunque las autoridades declararon que “no constituían ningún peligro para la salud”, varios expertos subrayaron que al haberse acumulado en las hortalizas, en particular en las de hojas amplias como las lechugas, el consumo de éstas suponía un riesgo.
(3) Un reactor nuclear no es más que un sistema para calentar agua. Para ello se utiliza la fisión del átomo de uranio 235 (U235) que, al romperse, al fisionarse mediante la denominada “desintegración nuclear”, produce una enorme liberación de energía térmica. Hay que saber que 156 toneladas de roca, aportan una sola tonelada de mineral de uranio del que se obtiene un único kilo de uranio... De ese kilo, sólo un 0.7% es U235, el que se necesita en las centrales: o sea para 7 gramos de U235 hay que remover mil kilos de mineral y ¡156 toneladas de rocas! Léase Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y en medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2008; y Paco Puche “Adiós a la energía nuclear”, Rebelión (www.rebelion.org), 18 de abril de 2011.