miércoles, 25 de mayo de 2011

Por qué somos antisistema / Fernando Bermúdez López *

Algunos acusan a los jóvenes indignados del Movimiento 15-M de ser “antisistema”.  Yo diría que más bien es el sistema quien está en contra de la juventud, la excluye y le roba la posibilidad de un futuro digno. El sistema es anti-juventud y es anti-vida del pueblo, particularmente de los pobres.
El sistema neoliberal actúa como un monstruo gigante, ante el cual parece que no  se puede hacer nada, que hay que dejar las cosas como están aunque no nos gusten. El sistema quiere gente sumisa, acrítica, ignorante. A los que buscan otro mundo posible los llama ingenuos, resentidos, rebeldes… Es por eso que  contemplo el Movimiento 15-M como una semilla de esperanza.
Ante esta situación, como creyente en Jesús, obligadamente me veo en la  necesidad de volver la mirada al Evangelio. ¿Fue Jesús antisistema? Su mensaje y  su práctica nos dan la respuesta. ¿Qué les dice a los banqueros del sistema de su tiempo?: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13), “Ay de vosotros  que acumuláis riquezas para sí... ¿Apartaos de mí, malditos, porque tuve hambre,  tuve sed, fui forastero (inmigrante), estaba desnudo, enfermo… y no me ayudasteis” (Mt 25,31-46). Se puso al lado de los pobres, víctimas del sistema, y fustigó con dureza a los que acumulan riqueza. Véase la parábola el pobre Lázaro y el rico (Lc 16,19-30).

A sus discípulos los llama a rebelarse contra ese sistema cuando les dice: “Como bien sabéis, los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre vosotros no ha de ser así” (Mc 10, 42). Jesús desacredita al sistema.

Más aún, a la clase dirigente del sistema les dice: “Serpientes, raza de víboras, sepulcros blanqueados” (Mt 23, 1-23). Y al rey le llama zorra (Lc 13, 32).


Jesús se atreve a quebrantar la Ley. Proclama que ésta está en función de la vida del pueblo y no al revés. “La ley está hecha para el hombre y no el hombre para la ley” (Mc 2,26). Más aún, afirma que saciar el hambre de los hambrientos está por encima de la observancia de la ley (Lc 6, 1-4).


A la clase religiosa del sistema les dice que el dios oficial del Templo no es su Dios. Por eso la jerarquía religiosa lo condena como blasfemo (Lc 19,47). “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley buscaban la manera de cómo detener a Jesús y darle muerte” (Mc 14,1-2).


La actitud valiente y sincera de Jesús irritó a los hombres del sistema. El poder económico, político y religioso se puso de acuerdo para eliminar a Jesús. Era un estorbo y un peligro para el sistema.

Es por eso que, como  seguidor de Jesús y ante esta realidad que vivimos en España y en el mundo, me declaro antisistema capitalista neoliberal. Y me uno a los que sueñan y luchan por otro sistema socio-económico fundado en la justicia y en la ética. Es necesaria y urgente una revolución ética, una revolución de la conciencia, que siente las bases de otro mundo posible.

Es indignante cómo los que manejan este “sistema” están deshumanizando el mundo y destruyendo nuestro medio ambiente. Han sustituido los valores éticos y  morales por los intereses económico-financieros. Han desmontado descaradamente el “estado de bienestar”  que los trabajadores, desde finales del siglo XIX, han conquistado con sus luchas.

Soy antisistema porque los políticos han traspasado las funciones del Estado a manos de especuladores, con el pretexto del “libre mercado”. Con la excusa de la crisis, causada por la sed insaciable de los especuladores del “libre mercado”, se castiga al pueblo recortando sus derechos.

Soy antisistema porque se ha llegado a valorar más el capital que el trabajo. En este sistema el trabajador es deshumanizado y convertido en una pieza de la producción al servicio del capital. Y porque el sistema privatiza las ganancias, pero socializa las pérdidas.

Soy antisistema porque sabiendo quiénes han causado la crisis, no se les castiga ni se les depone de sus puestos, sino que se les exime de responsabilidades. Y porque para cubrir el déficit financiero, los gobiernos sacan fondos de los presupuestos del Estado en perjuicio de los gastos sociales.

Soy antisistema porque nuestros gobiernos, tanto estatal como autonómicos, se han sometido vilmente a los dictados del “mercado”, y de los especuladores del “sistema”, amparados bajo el FMI, el Banco Mundial, la OMC o el Banco Central Europeo.

Soy antisistema porque se favorece la libre movilización de capitales y de mercancías, pero no de las personas. Cada vez más se limita, controla y persigue, e incluso se criminaliza, la inmigración, desconociendo que toda persona tiene derecho a movilizarse por cualquier lugar del mundo (Declaración Universal DDHH. Art. 13).

Soy antisistema porque se ha sacralizado la propiedad privada sin límite, como un derecho absoluto, desconociendo las exigencias éticas del bien común y las necesidades de las mayorías empobrecidas. El sistema busca privatizar no sólo los medios de producción sino también los servicios sociales: salud, educación, transporte, vivienda, seguridad…

Soy antisistema porque mientras nuestros gobernantes nos exigen cada vez más renuncias y pérdidas de bienestar, la clase política se afianza en sus privilegios. Y porque ha limitado la participación democrática de los ciudadanos al simple acto de votar cada cuatro años. Y con eso nos dicen que ya hay democracia. El voto favorece a los partidos mayoritarios, en perjuicio de otras opciones, provocando un bipartidismo no representativo de la sociedad española.

Soy antisistema porque muchos de nuestros gobernantes se aferran a sus puestos, que no quieren abandonar, a pesar de haber sido corruptos, y tratan de utilizar el voto democrático para justificar sus actividades especulativas. Se han autoadjudicado un estatus de privilegios: jubilaciones suculentas, dobles sueldos, exenciones tributarias...

Soy antisistema porque el afán de acumulación de riqueza que impulsa el sistema lo ciega para no ver las consecuencias: aumento de la pobreza y el hambre en el país y en el mundo y las alteraciones ambientales, como es el calentamiento global del planeta y el cambio climático.

Soy antisistema porque las grandes corporaciones y compañías transnacionales del sistema caen como aves de rapiña sobre los países del Sur (África, América Latina…) para explotar y saquear sus recursos naturales. El sistema se enriquece a costa de los países del Sur, arrinconándolos en la miseria.

Soy antisistema porque nos han metido en una espiral consumista cada vez más férrea, cuyas consecuencias humanas son la configuración de personas que viven para tener, no para ser, alienadas y esclavas del sistema, con pensamientos y prácticas egoístas y hedonistas. 


Soy antisistema porque el consumismo genera una gigantesca acumulación de deshechos (aceites, plásticos, latas, gases tóxicos…) que contamina la tierra, los ríos, los mares y el aire, produciendo efectos irreversibles, convirtiendo la tierra en un gran basurero con imprevisibles consecuencias.

Soy antisistema porque amo la paz, detesto la carrera armamentista y el uso de la violencia como medio de resolución de conflictos. Abogo por un mundo sin guerras, sin ejércitos y sin armas.

Pienso que un verdadero cristiano, en fidelidad al Evangelio de Jesús, ante un sistema injusto y cruel como el que hoy domina el mundo, deberá ser crítico y “antisistema”,  soñador siempre de otro sistema que esté  organizado en base a la justicia, la libertad, la democracia participativa, el diálogo intercultural, la paz, la solidaridad y el respeto sagrado a la naturaleza.

                                                    
(*) Fernando Bermúdez López es teólogo. Estudió Medicina en la Universidad Complutense y Teología en la Universidad Pontificia de Comillas. Desde 1979 vive y trabaja junto a su esposa en América Latina desempeñando tareas educativas, de promoción humana y de defensa de los Derechos Humanos.

¿Y quién administra la indignación? / Irene Lozano *

Hay gente que se ha indignado con los indignados. Juzgan la protesta contraproducente porque el PP ha barrido en las elecciones, al tiempo que consideran desquiciado un país en el que la izquierda toma las calles, mientras la derecha llena las urnas. No han entendido nada. 

La protesta de los indignados no es la causa del batacazo del PSOE, sino la consecuencia. Situados ante la disyuntiva de ratificar las políticas antisociales del PSOE o las que hará el PP, los ciudadanos han contestado que un recorte es un recorte es un recorte...

La reclamación de una regeneración democrática no es despreciable, desde luego. Pero seamos sinceros: cuánto mejor soportábamos la corrupción y la falta de democracia interna en los partidos cuando teníamos trabajo y un estatus razonable. Si los ciudadanos han clamado contra el bipartidismo es porque no ofrece alternativas reales en política económica. 

Y el PSOE no solo ha fracasado en ojear su presunto pedigrí socialdemócrata, sino que ha impulsado las reformas de signo neoliberal: atémonos los machos porque esto reduce su margen de crítica desde la oposición. Algunos potenciales votantes socialistas se han quedado en casa o se han decantado por otro partido (de ahí la subida de IU y UPyD) mientras los más animosos marchaban a la Puerta del Sol.

El peor resultado de la historia del PSOE no se debe a un voto masivo al PP -que ha cosechado solo un tercio del millón y medio de sufragios perdido por el PSOE-, sino a que el amplio sector ciudadano con preocupaciones sociales ha visto cómo Zapatero desertaba de la inspiración socialdemócrata para encarrilarse por las vías del economicismo estrecho, el mercado sin ataduras y la irresponsabilidad de los poderes económicos y financieros.

El Movimiento 15-M, por el contrario, nos obliga a pensar políticamente, como quería Tony Judt. Algunos han tratado de encontrar en los miles de carteles de Sol un programa, cuando lo que sale de allí es un aullido. Es el grito de quienes ven encanijarse su condición de ciudadanos en una democracia autosatisfecha. Se trata de una realidad que discurría de forma subterránea y ha sacado a la luz el 15-M, pero que no se agota con estas elecciones ni lo hará con las del año que viene. Intuyo que estamos viviendo el inicio de una serie de revueltas que sacudirán toda Europa durante años.

Los gritos de los indignados se han etiquetado rápidamente con la épica revolucionaria, pero reclamaban eso tan reformista que la izquierda oficial ha soltado como si fuera un pesado lastre: el ideario socialdemócrata, según el cual el problema no es individual, sino colectivo; la política debe definir el marco jurídico, social y económico en que se desenvuelve la actividad del mercado y no a la inversa; y la función del Estado no es proporcionar a los banqueros los medios para hacerse más ricos, parafraseando a Keynes, sino impartir algo de justicia en las relaciones económicas. Mientras los partidos de izquierda se muestren temerosos de defender ese discurso, lo hará la calle.

Y lo hará con todo sentido. Porque afirmar que la derrota del PSOE se debe a la crisis encierra una de las contradicciones políticas más gloriosas de las últimas décadas. Una crisis provocada por la codicia financiera y la burbuja inmobiliaria -sendos fracasos del mercado- debería haber desembocado en una deslegiti-mación de los postulados neoliberales, un discurso que explicara las causas de la crisis y señalara a los responsables, además de no avergonzarse de pedir nuevas regulaciones para evitar futuras crisis. 

Sin embargo, ha ocurrido lo contrario: los mercados han renovado sus ímpetus al asumir los gobernantes con toda naturalidad sus exigencias. Con asombro, hemos visto al ministro José Blanco de gira para vender el stock inmobiliario español, en lugar de trabajar por el derecho de los españoles a una vivienda consagrado en la Constitución. Por no hablar de ese atribulado Papandreu al que solo le falta poner en venta a Zeus y todos los dioses del Olimpo.

Mientras toda la ambición política de la izquierda oficial consista en hacer méritos con el déficit para parecerse a la derecha, sus votantes contestarán como lo han hecho en estas elecciones: no con mi voto. 

A menos que recupere y actualice -es decir, globalice- el discurso socialdemócrata, la derecha seguirá ganando en las urnas y las calles hervirán. Se cuestionará la propia democracia, como hemos visto, porque si no hay alternativas económicas, la elección que se ofrece a los ciudadanos es, en efecto, ficticia: una triquiñuela semejante a la que se le hace a un hijo adolescente cuando se le pregunta si quiere comer con los abuelos el sábado o el domingo, para que crea estar eligiendo algo, cuando en realidad le estamos imponiendo una pesada reunión familiar.

Si los mercados no están controlados por el poder democrático se hurta a los ciudadanos el autogobierno en asuntos económicos, los fundamentales. Por eso han estallado: no quieren compartir mesa con esos voraces abuelos de los mercados y encima pagarles el festín, pero no encuentran a nadie que administre su indignación.