jueves, 4 de agosto de 2011

¿Por qué no reformar los mercados? / Santiago Carrillo *

Algunas actividades que se atribuyen al 15-M han promovido ya discusión en los medios políticos y periodísticos, en los que se habla como si indignados en este país estuvieran solo los jóvenes que han hecho acampadas en las plazas públicas y se manifestaron ante edificios oficiales.

Pero el problema es bastante más grave: aunque todavía no se manifiesta en la calle, la indignación está igualmente viva en gran parte de los afiliados de los partidos políticos existentes, personas que han votado, que no acaban de entender la política que hacen sus dirigentes, pero que han perdido confianza en ellos aunque se resisten a romper con los partidos que han guiado desde siempre su vida. Y la razón es lógica: la crisis y la política que la UE está imponiendo a los Gobiernos elegidos que, por ejemplo en España, se empeña en que los trabajadores y las clases medias acepten unas condiciones tan indignas de vida, que ni el franquismo pudo perpetuar.

Todo empieza con la política de intentar resolver la crisis arañando en los recursos de los trabajadores y las clases medias y las arcas semivacías de los Estados, las cantidades necesarias para reponer las deudas de los bancos contraídas por la irresponsabilidad y la falta de sus ejecutivos, que ellos sí nadan en la riqueza.

De golpe, el porvenir que se ofrece a los ciudadanos es la liquidación del Estado de bienestar, la sanidad pública gratuita, la educación pública, las pensiones, el derecho al descanso. Es decir la vuelta a las condiciones de vida del siglo XIX anulando el progreso alcanzado en más de 100 años de lucha y que han sido la base de la democracia moderna.

Y por el momento, un desempleo brutal que afecta ya gravemente también a aquellos que aún tienen un trabajo que conservar cediendo a las exigencias de los empresarios; la puesta en cuestión de progresos como la negociación colectiva, la reducción de salarios; la precariedad de los empleos; la disminución del sueldo de los funcionarios y la reducción de su número; y los desahucios; la falta de crédito para las empresas, etcétera.

Todo esto es la causa de que la indignación cunda incluso dentro de los partidos que se disputan el poder y hace que el 15-M no sea más que la superficie de un oculto iceberg, que puede hacerse insostenible.

El caso es que llevamos un tiempo largo aplicando esa política y que la situación empeora cada día más; que se nos amenaza cada día con más austeridad, más recortes, más sacrificios, por Gobiernos que se han puesto a disposición de los mercados, vale decir, del capital financiero, los mismos que deberían estar purgando sus castigoscomo responsables de la crisis.Figuras importantes de la ciencia económica están ya lanzando advertencias.

José Borrell, político y economista español, desde su Observatorio del Instituto de Estudios Europeos de Florencia escribía en El Siglo: "Pero los planes de rigor impuestos por los mercados financieros y los otros países del euro a los Estados con fuertes déficits y endeudamiento público están provocando una contestación social cada vez mayor... y porque no dan los resultados que de ellos se esperaban, los déficits no se reducen y el ratio de endeudamiento con respecto al PIB aumenta porque esas medidas han acabado de matar el crecimiento".

Muchos comentaristas, economistas y políticos, están llamando la atención sobre el peligro de las políticas que los "mercados" están imponiendo a Europa y advierten que va a ser imposible que obtengan resultados. Los bancos están pidiendo lo imposible.

En nuestro país las reformas y ajustes que nos ha impuesto Europa han sido un fracaso, aunque otra cosa digan los dirigentes políticos. Todas las medidas tomadas disminuyendo los ingresos de los ciudadanos no han disminuido el paro. El "éxito" que se adjudica el Gobierno y se ha convertido en su objetivo fundamental es que todavía no nos hayan "rescatado". Pero ¡a qué precio! Y la marcha de la crisis, su agravación en otros países europeos, ¿hasta cuándo va a evitar nuestro rescate?

No hace falta ser un experto en la materia para saber que la política de la UE y los mercados es exactamente la contraria de lo que hace falta para crear empleo, porque reduce con medidas brutales la capacidad de los ciudadanos de activar la demanda. Mientras los ciudadanos pierdan cada día capacidad de compra, las empresas no tendrán posibilidad de aumentar la producción y no contratarán más personal por muy barato que sea el precio de la mano de obra. ¡Elemental! Cuando hacen falta medidas keynesianas se hace exactamente lo contrario, se alarga la crisis, que se hace insoportable para muchas gentes.

A la larga resultaría imposible conservar el Estado democrático y realizar una política que los pueblos de Europa no puedan soportar. El enfrentamiento entre los pueblos y los poderes públicos será inevitable y los Gobiernos de derecha encontrarán así justificación para reducir las libertades públicas y reforzar el carácter represivo del Estado.

La aparición de un movimiento como el 15-M es un síntoma serio. La gente empieza a perder ya la confianza en los partidos democráticos tradicionales, que se han rendido ante los mercados. El 15-M es solo un comienzo. Si esta situación que agrava, la pobreza se prolonga un año o dos, en unos cuantos países europeos la batalla se planteará en las calles. Y puede terminar en amplios alzamientos populares que podrían convertirse en auténticos movimientos revolucionarios. ¿Por qué no harían los pueblos europeos lo que han hecho los árabes? Máxime cuanto han conocido una vida mejor que lograron luchando.
En el fondo este asunto se está convirtiendo en un grave conflicto entre los "mercados" y la sociedad internacional, aunque sean los políticos -Gobiernos y Parlamentos- los que visualmente están colocándose frente a sus pueblos que se niegan a ser los paganos únicos de una crisis que ellos no causaron.

Hasta aquí sobre todo en los dos últimos decenios, los "mercados" han actuado como un oscuro poder mundial, que decide el destino de todo. Es verdad que poseen la llave del crédito y tener esa llave en una sociedad en que todo marcha a crédito, supone demasiado poder tanto como para poner a Gobiernos y Parlamentos a sus pies.

Se ha creado la ficción de que los mercados son ellos mismos el sistema capitalista. Pero esto es falso. El capitalismo puede subsistir en la economía productiva, en la industria, la agricultura, el comercio, los servicios, desapareciendo los "mercados". La transformación del sistema financiero -los "mercados"- en un servicio público, a cargo de los Estados y en el plano global de los organismos adecuados, bajo el control de la comunidad internacional, aseguraría el crédito, sin su acompañamiento actual, la especulación. El sector productivo es el que crea la riqueza real.

Yo llegué a pensar que cuando, al principio de la crisis, políticos como Sarkozy hablaban de "refundar" el capitalismo se referían a una reforma de esta naturaleza.

Sin duda es una reforma difícil, porque tendría que hacerse de manera global. Un país solo, ni dos, ni tres, no podrían hacerlo porque el dinero emigra a otros sitios a la velocidad de la luz.

Pero lo que está sucediendo con los "mercados" y la crisis es demasiado serio. Estamos avanzando a pasos rápidos hacia una situación en que el viejo mundo político, los partidos, se alejan de sus pueblos que les consideran vendidos y en que puede surgir una crisis política social que barra todo lo viejo. El capitalismo es cada vez más un disparate, como dice un amigo mío que se proclama conservador de todo lo que merece la pena conservar.
Quiero creer que en este planeta todavía quedan figuras políticas, intelectuales, científicas de izquierda, incluso de derecha, con talento, coraje y suficiente independencia para elevarse sobre la estulticia y coger el toro por los cuernos.

El capitalismo podría provocar grandes catástrofes si no se reforma. Hoy, esa es la cuestión.

(*) Santiago Carrillo fue secretario general del PCE y es comentarista político.