sábado, 24 de septiembre de 2011

La verdad de los mentirosos / Rafael Argullol *

Lo que sea la verdad es algo bien difícil de dilucidar. No solo los filósofos se han aplicado durante siglos a tratar de averiguarlo sino que, de creer al Evangelio de San Juan, Poncio Pilatos hubiera debido pasar a la historia, no tanto por lavarse las manos ante la sentencia de muerte a un inocente, sino porque, en un acto de desesperación escéptica, le espetó a Cristo: ¿qué es la verdad? Quid est veritas? Una pregunta con una respuesta difícil, quizá la más difícil de todas las que podemos plantearnos. Y, sin embargo, en los últimos tiempos estamos cansados de escuchar a personajes públicos que, ante cualquier dificultad, responden machaconamente: "Nos limitamos a decir la verdad". Y también los derivados más crudos de esta afirmación: "Es lo que hay" o "así es la realidad".

No pasa día en que alguna de estas tres frases -y a menudo las tres- sea pronunciada por consejeros, alcaldes, presidentes autonómicos, ministros y jefes de Gobierno. A partir de ahí el dominio de lo que es la verdad, presentada asimismo como revelación de lo que era la mentira, justifica cualquier acción, pues el responsable público, amparado por lo inevitable de la situación, acaba presentándose, ya no como un servidor sino como un salvador de la comunidad o, para los que prefieren una mayor grandilocuencia, como salvador de la patria. Una de las más grotescas paradojas de la situación actual es que la "verdad sobre lo que hay" (arcas vacías, deudas insostenibles) sea el argumento para agredir los dos territorios más sensibles de la sociedad, la educación y la salud.

El embuste implícito a esta verdad con que ahora se nos abruma está originado, cuando menos, en dos fuentes: quiénes son los albaceas de aquella supuesta verdad y cómo se forjó la mentira de la que ahora quieren liberarnos. No obstante, ambas fuentes confluyen en el hecho de que quienes ahora dicen revelarnos la verdad son los mismos que estaban en condiciones, durante años, de desentrañar la mentira. Me cuesta encontrar un solo responsable político actual de envergadura que no haya estado comprometido con aquella ocultación, ni en el partido del Gobierno ni en los principales de la oposición. 

Esta complicidad en la mentira o, si se quiere, en el mantenimiento de una opacidad culpable, es la que ha creado un clima moralmente inquietante, en el cual no solo hemos contemplado la corrupción de políticos sino de amplias capas de la ciudadanía, que han premiado la corrupción con vergonzosos respaldos electorales. En las próximas elecciones la mayoría de los candidatos están atrapados en aquella complicidad pues, a pesar de los desastres económicos de los que venimos hablando desde hace unostres años -pero no antes, el detalle es importante-, no se ha producido autocrítica real ni catarsis colectiva. Es fácil tener la verdad hoy; lo auténticamente difícil era denunciar la mentira ayer.

Y no denunciaron la mentira. Este verano, y como noticia de un par de días y sin seguimiento, apareció la información de que España no estaba en condiciones de pagar lo que había adquirido en material militar en los últimos 15 años, primero con Aznar y luego con Zapatero: creo recordar que eran unos 30.000 millones de euros, los suficientes quizá, de no haber sido gastados, para que ahora no hubiera que recortar el presupuesto de educación. De acuerdo con la información, lo peor y lo más frívolo es que no estaba claro en absoluto el destino de estos productos más bien siniestros por los que habíamos contraído una deuda tan abultada. No recuerdo ninguna explicación de Zapatero o Rubalcaba, de Aznar o de Rajoy. Ni las recuerdo ni las espero porque forman parte de la omertà en la ocultación de la mentira por parte de los que en la próxima campaña electoral se nos presentarán como fervientes amantes de la verdad. Y, sin embargo, por ese lado hubiéramos podido salvar nuestros presupuestos educativos.

Y acaso también podrían salvarse los presupuestos sanitarios si el Estado español presentara una demanda masiva contra la banca por negligencia, como ha hecho Estados Unidos. La Agencia Federal de la Vivienda espera una indemnización multimillonaria tras su demanda contra Bank of America, JP Morgan Chase, Deutsche Bank, HSBC, Barclays y Citigroup, entre otros. Acusación: vender hipotecas de baja calidad y faltar a la obligación de comprobar la excelencia de los activos. ¿Les suena? Durante años y años asistimos al esperpéntico espectáculo de la especulación inmobiliaria, sin apenas denuncias por parte de los grandes partidos. Tuvo que ser una diputada danesa del Parlamento Europeo la que, a instancias de Greenpeace y otros grupos similares, denunciara el caso con la resistencia activa de la mayoría de los diputados españoles. También aquí funcionó la ley del silencio, a la que lamentablemente se sumaron muchos grupos de comunicación. Eran los días en que los tentadores ofrecían créditos e hipotecas de alcance casi celestial y los tentados aprendían a vivir como aspirantes a nouveaux riches en medio de un simulacro general. Primero, se educó para la estafa, y cuando la estafa ya era demasiado evidente, en lugar de castigar a los estafadores se marchó a su rescate con dinero público. Si los que ahora se presentan a las elecciones se atrevieran a pedir cuentas a los saqueadores, como intenta hacerse por parte de algunos en Estados Unidos, tal vez no sería necesario recortar en sanidad, pues la devolución del dinero del saqueo cubriría muchos déficits. Pero ninguno de los que puede ganar lleva en el programa la exigencia de la restitución. En consecuencia, nadie devolverá el dinero robado, ni los delincuentes confesos, de Roldán a Millet, ni aquellos banqueros corruptos que nunca serán declarados delincuentes.

En esta tesitura es de una hipocresía inaguantable que tantos responsables públicos, alentados muchas veces, como corifeos, por economistas sin escrúpulos, aleguen que se limitan a expresar "la verdad" que exige sacrificios, nada menos que en educación y sanidad, los fundamentos, precisamente, de una sociedad justa. Los mismos, exactamente los mismos, que cerraron los ojos y las bocas cuando la mentira crecía sin cesar.
(*) Rafael Argullol es escritor, filósofo, poeta, blogger y profesor de Estética de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, donde dirige el Institut Universitari de Cultura.

Entre el cinismo político y las revueltas de la “dignidad” / Jaime Pastor *

La excepcional combinación de crisis, conflictos y acontecimientos que están sacudiendo al planeta entero parece confirmar la entrada en una transición histórica cuya salida es difícil de adivinar y hace temer lo peor. No obstante, el dato más esperanzador desde el inicio de las revueltas árabes es la extensión creciente de la ocupación del espacio público en muy diferentes partes del mundo por parte de millones de personas “indignadas”.

Esas protestas, surgidas desde nuevas redes sociales —protagonizadas en un primer momento por una juventud que, debido al capital cultural con que cuenta y a su futuro de precariedad, comparte un mismo sentimiento de privación relativa creciente— han tenido hasta ahora una dimensión principalmente expresiva y simbólica, mientras que la basada en propuestas concretas y viables frente a este capitalismo cada vez más injusto e insostenible tiene más dificultades para abrirse paso. Pero lo más relevante es la confianza en la fuerza colectiva que esas multitudes están obteniendo y, con ella, la capacidad que están mostrando para perder el “miedo al miedo” que durante tanto tiempo ha logrado paralizar la acción colectiva de los y las de abajo.

Es, por tanto, a la crisis de legitimidad del “sistema” —representado fundamentalmente por “políticos y banqueros” pero ampliándose cada vez más a la democracia liberal, el capitalismo y sus medios de desinformación— a la que estamos asistiendo, pese a que todavía estemos muy lejos de un cambio en la relación de fuerzas social y política que permita arrancar victorias parciales significativas a favor de otro proyecto de sociedad y de civilización. En todo caso, es ya otra política —y otra forma de hacerla, basada en la democracia participativa y directa y en el rechazo de la “profesionalización”— la que ha irrumpido en la escena frente a la “política sistémica”.

La Constitución “material” y escrita del 78, más a la derecha
Entrando ya en el momento que estamos viviendo en el Estado español no creo que haga falta dar muchos ejemplos para recordar que sobran motivos para la indignación popular. El último y el más grave ha sido la “reforma constitucional” que, con el pretexto de la lucha contra el déficit, impone el pago de la deuda como la “prioridad absoluta” y, con ello, la ciega obediencia al fundamentalismo neoliberal, ya suficientemente arraigado en la Unión Europa pero que ahora necesitaba aparecer en una “ley de leyes” considerada hasta ahora intocable. El servilismo mostrado por Rodríguez Zapatero —de Rajoy no vale la pena hablar— a los dictados de quienes mandan en la UE —con Merkel, Sarkozy y Trichet de portavoces— ha llegado a tales extremos que le ha llevado en pocos días a hacer saltar por los aires lo que podía tener de “progresista” la letra de la Constitución de 1978, no teniendo reparos en negarse a convocar un referéndum con el falso argumento de que “los mercados no podían esperar”. Una decisión que supone de facto declarar en suspenso las mínimas reglas formales de la democracia liberal y que además, como estamos viendo, no está sirviendo para frenar la carrera hacia el abismo a la que está viéndose arrastrada la Unión Europea y, sobre todo, la periferia de la eurozona.

Porque, en efecto, esto no sólo está pasando aquí sino que es en toda la Unión Europea en donde se va instalando una misma política sistémica ultraneoliberal que está acabando con el “sueño europeo”. Hoy, más que nunca en el pasado, ese sueño de la razón instrumental capitalista está, como en el cuadro de Goya, creando un monstruo que amenaza con devorar todo lo que pueda ser mercantilizado, privatizado y precarizado en beneficio de unos pocos. Urge, por tanto, desde la izquierda extraer las lecciones del fracaso de un “proyecto europeo” que, si bien desde sus inicios era procapitalista, se desarrolló bajo hegemonía neoliberal y germanocéntrica desde el Tratado de Maastricht para culminar con el “Pacto por el Euro”. Debates como los que están desarrollándose desde hace algún tiempo entre economistas críticos europeos pueden ayudarnos a rechazar los falsos dilemas en los que nos quieren encerrar los partidos del sistema y a diseñar estrategias comunes que pasen por el rechazo, a través de Auditorías Ciudadanas, de deudas ilegítimas y odiosas —empezando ahora por la de Grecia—, la creación de un nuevo sistema bancario público cuyos objetivos principales sean la lucha contra el paro y una política crediticia a favor de una economía social, ecológica y de cuidados, y la armonización fiscal y laboral “por arriba” en el mayor número de países posible.

Es cierto que es difícil reconstruir un nuevo internacionalismo solidario en medio de un clima de resistencias todavía fragmentadas y de depresión económica, pero ésa es la única forma de evitar que la extrema derecha aproveche el malestar popular para ofrecerse como alternativa buscando chivos expiatorios entre los sectores más vulnerables de la sociedad. La experiencia del rápido efecto contagio que tuvo la Acampada de Sol en otras ciudades y plazas europeas es un buen ejemplo de que la convergencia en las luchas y propuestas más allá de las fronteras es posible. La jornada del 19 de junio contra el “Pacto por el Euro” fue otro paso adelante y tenemos ahora otra oportunidad con la que se prepara para el 15 de Octubre a escala internacional. Quizás habría que empezar ya a mirar también hacia el otro lado del Mediterráneo y pensar en nuevas vías de convergencia y cooperación entre las orillas Norte y Sur de ese viejo y contaminado mar.

Elecciones en estado de emergencia
Ése es el panorama que tenemos justamente cuando se anuncian unas elecciones el 20-N en las que es difícil percibir diferencias sustanciales entre los dos grandes partidos (como escribía El Roto ya antes de las del 20 de mayo pasado, «podían elegir cara A o cara B, pero el disco era el mismo…»). Tampoco el posible aumento de votos de otras formaciones a la izquierda del PSOE, de la abstención o del voto nulo o en blanco parece que podrán contrarrestar el ascenso de una derecha cada vez más neoliberal, autoritaria y centralista, dispuesta a seguir apoyándose en la cultura del “cinismo político” y en las rentas provenientes del “capitalismo popular” que todavía perviven.

En esas condiciones, el reto que tiene el Movimiento 15-M es enorme, ya que, una vez convertido en nuevo actor de referencia en la escena política, deberá ahora ir contagiando de su “espíritu” rebelde a otros movimientos y organizaciones sociales, como ya está ocurriendo en la enseñanza, buscando evitar falsas polarizaciones y reforzando su autoorganización y coordinación desde los barrios, pueblos y ciudades. De esta forma podremos aspirar a restar legitimidad a la muy probable victoria electoral del PP para luego, a partir del 21 de noviembre, ir construyendo un amplio bloque social dispuesto a desobedecer a sus políticas y a sentar las bases de una nueva legitimidad que apueste por una “segunda transición”, esta vez de ruptura desde la izquierda, más necesaria si cabe tras el reciente “golpe de los mercados”.

Nota:
[1] Me remito, por ejemplo, al artículo de Daniel Albarracín “Sobre el debate del euro. Una estrategia
para romper la Europa del Capital y encaminarse hacia otro modelo supranacional
”, a “Débat: Michel Husson & Jacques Sapir, à propos de Jacques Sapir, La Démondialisation”, en La Revue des Livres, nº 1, septiembre-octubre 2011  y a F. Lordon, “La desmundialización y sus enemigos”, Le Monde Diplomatique en español, 191, septiembre 2011.

(*) Jaime Pastor es profesor en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y miembro del Consejo Editorial de SinPermiso