Resulta arriesgado enjuiciar la realidad de otros países. Siempre hay
mil variables que se nos escapan. No conozco suficientemente la
situación política y económica de Hungría para poder juzgar lo que allí
está ocurriendo. No dudo de su comentada deriva antidemocrática; es
bastante creíble a juzgar por lo que sucede en la mayoría de los países
europeos, y precisamente por ello resulta tan hiriente la reacción de la
Comisión Europea y del Fondo Monetario Internacional que tan solo han
tachado de antidemocrático al gobierno de Orbán cuando, según parece,
dicho Ejecutivo ha osado atentar contra la independencia del Banco
Central.
La demencia y la confusión se han instalado en el mundo político y
económico actual. No es solo que la Unión Europea se haya construido con
muy dudosos criterios democráticos, sino que ahora se pretende
presentar a una de las instituciones, cuya existencia viola con mayor
claridad la soberanía popular, como criterio imprescindible para
conceder a un sistema el calificativo de democrático. El mundo al revés,
la independencia de los bancos centrales hunde sus raíces en un
pensamiento claramente antidemocrático, la desconfianza hacia los
políticos demasiado vulnerables a las demandas de los ciudadanos. Se
quiere resguardar la política monetaria de la voluntad popular. En este
carnaval de equívocos y en el que se intenta dar a las palabras un
significado diferente del contenido que tienen parece que lo democrático
es despojar a los poderes públicos de sus competencias para
entregárselas a los tecnócratas, que no han pasado por las urnas y son
políticamente irresponsables.
Hemos visto cómo desde la Unión Europea se desprecia a la opinión
pública de los países y se le imponen gobiernos tecnócratas con la única
misión de llevar a cabo la política que exigen los mercados, las
instituciones no democráticas como el FMI o los gobiernos foráneos como
el de Alemania, una política que empobrece a las poblaciones, condena a
la recesión económica y aniquila las conquistas sociales. Hoy, hablar de
democracia en la Unión Europea resulta un sarcasmo.
Doy por sentado que el gobierno de Orbán se está convirtiendo en un
régimen autoritario y no dudo de que ande acometiendo reformas
antidemocráticas, pero habrá que preguntarse, en primer lugar, si
Hungría ha conocido en algún momento la democracia. Como otros muchos
países del Este de Europa, la transformación del régimen comunista al
capitalismo se ha realizado en el plano económico mediante el
enriquecimiento de la antigua nomenclatura que ha devenido en
empresarios y capitalistas, todos ellos convertidos al neoliberalismo; y
en el plano político, a través de un barniz seudodemocrático que no
pasa de un bipartidismo en el que ambas formaciones políticas presentan
programas similares.
Entre 2006 y 2010, en Hungría ha gobernado un partido que se
autodenominaba socialista, pero que terminó aplicando la teoría
neoliberal que se le imponía desde Europa y desde el FMI, sometiendo a
la población a duros ajustes y a reformas retrógradas. Los ciudadanos
reaccionaron enérgicamente, de forma especial cuando comprobaron que el
gobierno había mentido sobre la situación económica y en 2010 dieron la
victoria por una amplia mayoría al partido conservador. Ahora, los
húngaros, al igual que los habitantes de otros muchos países europeos
contemplan con escepticismo el sistema político y manifiestan una
desafección total por los partidos.
En segundo lugar hay que cuestionarse que la Unión Europea se
encuentre legitimada -a la vista de lo que está ocurriendo en la
Eurozona- para otorgar credenciales de democracia. Desde luego, lo que
parece el mayor desatino es que considere la independencia de los bancos
centrales como una característica ineludible de la democracia y que se
atreva a llamar deriva autoritaria a la pretensión de un gobierno
elegido legítimamente a mantener, y utilizar, dentro de sus competencias
la política monetaria, en lugar de cederla a tecnócratas a los que
nadie ha votado y que son irresponsables desde el punto de vista
democrático.
(*) Licenciado en Ciencias Económicas, Filosofía y Letras, Graduado
Social, y diplomado en Política Económica y Análisis Monetario
por el Fondo Monetario Internacional, pertenece al Cuerpo de Inspectores
de Finanzas del Estado. Ha sido profesor de Introducción a la Economía en la Facultad
de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de
Madrid, y profesor de Hacienda Pública en la Facultad de Ciencias
Económicas y Empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid.
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