La democracia es un régimen de opinión, qué le vamos a hacer. Lo decía
Platón que por eso la despreciaba pues tenía la peor opinión de la
opinión. Igual que su discípulo, Aristóteles, si bien este, como era más
concreto, motivaba la mala opinión en el hecho de que, en la
democracia, los muchos y pobres, al tener el poder, se dedicaban a
saquear a los pocos y ricos. Una idea tan aparentemente certera que los
pocos y ricos decidieron adelantarse y, cual si estuvieran en guerra
preventiva, expoliaron a los muchos y pobres. Y es lo que siguen
haciendo, por si luego dice alguien que las teorías de los intelectuales
no sirven para nada.
La consigna, tan repetida en el campo monárquico, de la monarquía democrática
es un contrasentido. Suele mitigarse señalando que el Rey, al fin y al
cabo, no gobierna; que no pinta nada, vamos y su valor es puramente
simbólico. Ciertamente, la intención de forjar un régimen en que el Rey y
la representación popular tuvieran el mismo peso, esto es la idea de la
soberanía compartida entre el Monarca y el Parlamento, aunque se
intentó, no prosperó. De aquí la formulita de "monarquía parlamentaria"
que ladinamente desliza la Constitución española de 1978, luego de haber
reconocido que la soberanía reside en el pueblo español. Así que, como
el Rey no pinta nada sustancial y el soberano es el pueblo, la fórmula
primera debiera ser "democracia monárquica". Pero esto suena ya a
pitorreo. Con "monarquía parlamentaria" en la CE y "monarquía
democrática" en el lenguaje coloquial nos hemos quedado.
Pero la democracia, repito, es un régimen de opinión. Se basa en la
decisión de la mayoría y las mayorías ya se sabe que son erráticas,
imprevisibles, caprichosas. Cientos de varones ilustres nos han
advertido a lo largo de los siglos sobre los vicios de las mayorías. Su
deslealtad, su desvergüenza, su irracionalidad. Los más adustos (y
misóginos) han recordado que las mayorías tienen alma liviana y
tornadiza, como la de las mujeres y qué más se quiere. Pero son las
mayorías y gobiernan porque la soberanía reside en el pueblo y este se
manifiesta a través de ellas.
¿Y cuál es la opinión de la mayoría sobre la Monarquía? Los datos del
CIS son que bastante baja. Es cierto que en los discursos publicados, en
la retórica de los partidos (y no de todos) hay un espíritu protector
de la Monarquía que nos insta a entender la importante función que
cumple la institucion en la salvaguardia de la unidad de España y la
legitimidad de sus otras instituciones. Igualmente se da una especie de
convicción generalizada de que no es justo extrapolar a la institución
las andanzas personales de sus allegados. Así razonan sobre todo los dos
partidos dinásticos, PP y PSOE (aunque en el caso del PSOE imagino que
habrá cierta resistencia interna) y multitud de publicistas y
comunicadores.
Pero la pregunta por la opinión de la mayoría también se mueve en esos
argumentos. La idea de la instrumentalidad de la Monarquía para la
democracia en España suele contrarrestarse recordando que, en sí misma,
es una imposición de la dictadura de Franco, un régimen ilegítimo de
origen y ejercicio y que no puede legitimarse en atención a sus
resultados por razones obvias. En cuanto a la cuestión de la
extrapolación, hay mucha tela que cortar. La idea de que el
comportamiento de los allegados a la Corona no puede ensombrecer a esta
no es sin más admisible porque una de las exigencias que lógicamente se
hace siempre a los allegados es que su comportamiento debe ser virtuoso e
irreprochable. Los allegados y, por supuesto, el mismo Rey. ¿Tampoco se
proyecta sobre el prestigio de la Corona el comportamiento de quien
simbólicamente la porta? Entonces, lo simbólico, ¿en qué diantres
consiste?
Que el Rey, al parecer, se lleve fatalmente con la Reina; que su
conducta sea supuestamente liviana, disoluta, reprochable; que haya, se
dice, amasado una enorme fortuna en actividades que son incógnitas; que,
según parece, ande en trapicheos y compraventa de regalos de lujo que
recibe; todo eso, puede predicarse, pertenece al más estricto ámbito
privado del Monarca pues este, como cada hijo de vecino, tiene derecho a
una intimidad inviolable. Puede predicarse pero es prédica inútil. La
opinión, el pueblo soberano, no es como los jueces que, cuando se
enteran de que una prueba se ha obtenido ilegalmente, la ignoran. La
opinión no solamente no ignora sino que, convencida de que la pruebas
obtenidas ilegalmente son más verdaderas que las otras, las de los
canales institucionales que suelen estar amañadas, les dan mayor valor.
La baja opinión popular sobre la Monarquía traduce baja opinión sobre el
Monarca porque el Monarca representa la Monarquía y no de nueve a tres,
sino las veinticuatro horas de los trescientos sesenta y cinco días de
todos los años de su reinado. Nobleza obliga. Pero si, sobre lo ya
sabido, se confirman relaciones objetables con la trama de su yerno, el
desprestigio del Rey será mayúsculo.
En fin, no quiero liarla ya que, según dicen los prohombres de la
Patria, hay cosas en que pensar más importantes que esta. Pero no me
quedo tranquilo si no formulo otro argumento francamente favorable a la
República y es que no conviene nada vincular la jefatura del Estado a
una familia, para no tener que padecer después sus líos internos pues
con los de cada cual ya tenemos bastante.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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