“Se
trata de no llevar a los hombres por direcciones que los mutilen”. La
frase es de Frantz Fanon y se refería a los años de la descolonización.
Pero define perfectamente los límites de lo que es admisible en la
acción de gobierno. Unas políticas que condenen a sectores de la
ciudadanía a la exclusión, a la imposibilidad de vivir una vida digna,
deberían ser consideradas ilegítimas. Y el Gobierno español, después de
seis meses de arrastrar los pies, como dicen algunos, con las medidas anunciadas por el presidente Rajoy se
está situando al borde de la ruptura del pacto social que está obligado
a defender. La reducción del subsidio de paro, la limitación del acceso
a la ayuda mínima de reinserción social, junto a los recortes de las
prestaciones relacionadas con la dependencia y al copago de
medicamentos, a la espera de que lo se puede implementar en materia de
pensiones, agudiza la crisis social y aumenta el riesgo para millones de
personas. Y corresponde a la oposición y a la opinión pública evitar
que esta ruptura se produzca.
La
historia se repite. Hace dos años, en mayo de 2010, Zapatero, bajo
presión internacional, dio un giro total a su política, metió a España
en el desasosiego y hundió su credibilidad de modo irreversible. El
miércoles 11 de julio de 2012 pasará a la historia como el día en que
Mariano Rajoy dio un giro total a su política, se desdijo de sus
promesas electorales y se amparó en las exigencias internacionales para
eludir su responsabilidad. “Los españoles no podemos elegir si hacemos o
no sacrificios. No tenemos esa libertad”, ha dicho el presidente. Unas
frases así de un gobernante sólo debería pronunciarlas un minuto de antes
de presentar su dimisión. Si no es capaz de hacerse responsable de las
políticas que dicta, un jefe de gobierno no debe continuar.
Eludir
las responsabilidades es un vicio crónico en la manera de hacer
política de Rajoy. Quiso vivir del descrédito de los socialistas,
echándoles a ellos la responsabilidad de la crisis, pensando que de este
modo podía evitar la toma de decisiones impopulares. Pero la realidad
corre a velocidad de vértigo y el presidente, con sus ritmos lentos,
perdió pie. Cundió la desmoralización en su entorno político y en un
mundo económico que, aunque parezca imposible, se había creído que con
el PP todo cambiaría. Caducadas las promesas de su programa electoral,
sin un proyecto propio que desarrollar, Rajoy trató de ganar tiempo, con
una estrategia de negación de lo evidente: hablaba de reformas, que,
por otra parte, casi nunca llegaban, para evitar palabras como recortes o
ajustes; trataba de convertir en ayuda crediticia un rescate bancario
con todas las de la ley; y rechazaba cualquier idea de imposición de
medidas de obligado cumplimiento desde instancias externas a la política
española. Hasta ayer. Rajoy cayó del caballo, empujado desde Europa, y
pronunció la frase terrible: “No tenemos esa libertad”. No es verdad. La
tenía. Su colega Monti la
ejerció. Y se anticipó con unas medidas, acertadas o no, pero escogidas
por su Gobierno conforme a criterios debidamente explicados y sin
ampararse en fatalismos o catastrofismos.
Con su permanente elusión de responsabilidades, Mariano Rajoy ha
conseguido que la gente se preguntara si había alguien al mando. La duda
era fundada. El propio presidente dice que no tiene libertad para
decidir. Es grave: un líder se distingue porque es capaz de hacer
plenamente suyas las decisiones que toma, sin buscar subterfugios. Es la
base de la credibilidad. Por eso resulta obsceno que el presidente
utilice al Rey haciéndole presidir un Consejo de Ministros previo
al que decidirá parte de los nuevos recortes. Rajoy quiere implicar al
Monarca en responsabilidades que solo son de su Gobierno, para hacer
creer a los españoles que “es lo que hay que hacer” y que “no se puede
hacer otra cosa”. Para convertir su repentino giro en objetivo nacional
compartido y así neutralizar cualquier discrepancia. Y camuflar de este
modo que es una estrategia que de momento provocará más recesión y más
paro. Hay millones de ciudadanos que discrepan de ella. El Gobierno del
PP es el único responsable de las decisiones que tome. Y de ellas tendrá
que responder ante la ciudadanía. La pretensión de crear un clima de
movilización nacional alrededor de unas medidas que el propio presidente
negaba hace unos días, es otra vuelta de tuerca más en el juego de las
manipulaciones y de los engaños. Es la cortina del miedo, tras la que se
parapeta el presidente.
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