viernes, 13 de julio de 2012

Pequeña guía financiera / Enric González *

Supongamos que acaba de conseguir usted 100.000 euros gracias a una herencia, un golpe de suerte en la lotería, un delito (eso da bastante caché si quiere fundar una dinastía de financieros) o lo que sea. Supongamos que no desea hacer lo que haría la mayoría en su situación, como pagar la hipoteca o comprar un billete de ida a Nueva Zelanda para comenzar una nueva vida, sino invertir. De terrenos y ladrillos, por el momento, no quiere ni oír hablar. Hace bien. En cuanto se pone a pensar en qué hacer con el dinero, ingresa usted en eso que se llama “los mercados”. Enhorabuena.

DEUDA PÚBLICA. Un anuncio le propone que adquiera bonos a 10 años del Tesoro español. Lo que le proponen es que le preste dinero a España. Pero usted sabe que España ya debe un montón. Ahora mismo, el 80% del Producto Interior Bruto. Es decir, que para pagar la deuda haría falta casi todo lo que producen en un año entre todos los españoles (si fuera posible trabajar sin comer ni consumir nada). ¿Se fía usted de la solvencia de España? No mucho, ¿verdad? Como cabe la posibilidad de que España no le devuelva el dinero en el plazo previsto, exige compensación por la vía de los intereses. Eso siempre es así: una inversión segurísima da poco interés; una inversión suicida da muchísimo. Alemania, que también pide dinero, le ofrece en torno al 2%. Es solvente. España le propone pagarle un interés del 7%. Hummm. La diferencia entre el 2% de la deuda alemana y el 7% de la deuda española es lo que llamamos PRIMA DE RIESGO. ¿A quién le presta usted? ¿A los alemanes, sacando poco beneficio? ¿A los españoles, sacando un buen margen pero temiendo que al final no vaya a ver ni la pasta que pone ni el margen que espera? Como es usted un valiente, decide prestar a España, pero forzando un poco: sólo soltará el dinero cuando le paguen el 7,5%. Acaba usted de elevar la prima de riesgo.

SOLVENCIA. Ay, amigo mío. Con su justificada codicia de inversor, ha complicado las cosas para usted mismo y para su país. Porque el Reino de España, ya muy endeudado, ahora no sólo tiene que devolver la deuda, sino pagar por ella un interés cada vez más alto. Aumentan las posibilidades de que España no pueda devolverle el dinero. Es decir, su inversión ha contribuido a aliviar las miserias del Reino de España, pero a la vez ha reducido su solvencia. Ingenioso, ¿no? En ese momento, las llamadas agencias de calificación, Moody’s, Standard&Poors, etcétera, rebajan la nota de solvencia. Tiene usted motivos para preocuparse. Y no sólo eso: ahora el Gobierno tendrá que subirle los impuestos para poder devolverle el préstamo. Si es usted un serio aspirante a financiero y ha obtenido los 100.000 euros por vías inconfesables, ya se las arreglará para no pagar impuestos.

BANCA. Ha oído usted que la banca española ha recibido una ayuda de 100.000 millones de euros y ahora piensa que quizá tenía que haber comprado acciones de un banco. No, no lo piense, por favor. Ya ha visto lo de BANKIA. ¿Qué ha pasado ahí? Pues que para tapar los problemas de unas cuantas cajas insolventes se las juntó para formar un gigantesco banco insolvente. Fantástica idea. El presidente del banco, Rodrigo Rato, no creó el pufo, pero se sentó sobre él y durante un año hizo como si no existiera. Habría que preguntar al ex gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, y al anterior jefe del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, por qué permitieron que se montara ese desastre.

Aunque Mariano Rajoy, el que prometió decir siempre la verdad, hable de préstamo a la banca, se trata en realidad de un RESCATE. ¿Cuál es la diferencia? Muy sencillo. Si usted tiene una deuda y puede pagarla sin problemas, no pasa nada. Si tiene la deuda y no tiene dinero pero el banco se lo presta, no pasa nada. Si para pagar la deuda tiene usted que suplicarle al borde de su cuñado que le deje dinero, ya estamos en el ámbito humillante de los rescates.

La banca española ha tenido que pedirle un pastón al cuñado alemán, y el cuñado, que no se fía, ha puesto sus condiciones: exige que sea el Reino de España el que reciba el dinero (con lo que aumenta su deuda global), lo administre y se haga responsable de devolverlo. ¿Qué quiere decir eso? Que si un banco con problemas se lleva, pongamos, 20.000 millones para solucionar sus pufos y luego no puede devolverlos, cosa que parece bastante posible, será España quien pague el pato. Volverán a subirle los impuestos. E incluso puede ocurrir que eso no baste y España ya no tenga forma de pagar. Entonces será todo el país el que necesitará un rescate (estamos muy cerquita de eso) y no parece que el cuñado alemán y el resto de cuñados europeos sean tan ricos como para poder hacerse cargo. Grecia, Portugal e Irlanda son economías pequeñas y rescatables sin excesivos problemas (salvo para sus ciudadanos). La economía española es demasiado grande. Puede ser que el Reino de España pida un rescate y los cuñados contesten que hasta ahí no llegan. Cuando eso ocurra, lamentará usted no haber emigrado a Nueva Zelanda.

EURO. Usted, avispado amigo, ya habrá notado que el dinero es sólo papel. Creemos que vale algo porque alguien que manda mucho nos dice que vale lo que vale. En la Unión Europea, quien manda es Alemania porque es el país más rico y uno de los que más ahorran, con lo que, a diferencia de España, que no ahorra un duro, dispone de dinero para las emergencias. El euro es, en realidad, el antiguo marco alemán con otro nombre y otros colorines. Un alemán se fía de su moneda porque su economía es fiable y su Gobierno es fiable. Ojo: es fiable para los alemanes. Los griegos entraron en el euro pero contrajeron muchísimas deudas que ahora no pueden pagar y han tenido que pedirle 170.000 millones al cuñado alemán, quien, como buen cuñado rico, borde y moralista, ha dicho que sí pero a cambio de que Grecia cumpla unas condiciones brutales: ni Seguridad Social, ni salarios dignos, ni nada.

¿Qué puede hacer Grecia? Puede obedecer al cuñado. O puede mandarlo a tomar viento y crear una nueva moneda (basta una imprenta para eso) y fabricar montañas de billetes. Esos billetes, se llamen dracmas u otra cosa, serán vistos en el extranjero como dinero de Monopoly, pero en Grecia valdrán. Nadie prestará dinero al Estado griego, que, sin embargo, confiará en que el Fondo Monetario Internacional se apiade y realice préstamos de emergencia porque al fin y al cabo esa es su obligación. Si eso pasa, ¿qué pensará usted? ¿No temerá que otros países, entre ellos España, acaben como Grecia? ¿No temerá que sus bonos españoles, que usted pagó con euros, se conviertan en papelitos de Monopoly? ¿No le entrará el pánico? Pues eso. Si cae un país, el pánico y el carajal serán terribles.

¿De verdad ha pillado usted 100.000 euros? Pues piense en Nueva Zelanda. En serio. 

(*) Enric González (Barcelona, 1959) le gustaría vivir del aire. Su verbo favorito es zascandilear, acción que ha conjugado con un Dry Martini en Londres, Nueva York, Roma, París o Jerusalén.
Enric González se inició en el periodismo con diecisiete años, trabajando en la Hoja del Lunes de Barcelona, para después hacerlo en El Correo Catalán y El Periódico de Catalunya. En los años ochenta comenzó a trabajar para El País, siendo corresponsal en Londres, París, Washington, Nueva York, Roma y Jerusalén. Ha obtenido premios periodísticos como el Cirilo RodríguezFrancisco Caicedo o Ciudad de Barcelona.

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