Ahora
que ya nos han intervenido en toda regla quizá comprendamos, como país,
el estado y sentir de los griegos de los que hemos estado
desmarcándonos de forma tan miserable. Somos víctimas del mismo fraude
que ellos: los de abajo pagando por estafas internacionales realizadas
por el sector financiero y consentidas por el poder político. Los
ahorros y sacrificios son para pagar las deudas de ese sector, que es
internacional. Y los imponen los mismospolíticos que sancionaron el casino.
Además,
dentro de ese fraude social manifiestamente injusto, en Europa,
especialmente en la Europa del Sur, somos víctimas de una política
estúpida y miope con la que Berlín y Bruselas intentan resolver mediante
devaluación interna el defecto de nacimiento del euro, una unión
monetaria sin unión fiscal. El resultado es una asfixiante política de
austeridad que agrava la situación. Grecia es eso. Y ahora nosotros
somos Grecia.
Es verdad que el gobierno griego mintió en sus cuentas y que el gobierno español dio alas al ladrillo para mantener su “España va bien”, “superamos a Italia” y “vamos a por tí, Francia”.
Son diferentes modalidades de la misma mentira. Meros detalles. No hay
país europeo que no haya mentido con su economía. La mentira de Alemania
es particularmente desvergonzada y a diferencia de la española o la
griega, aun está por desvelar. Se trata de que la Señora Merkel pregona
para sus socios cosas que no practica en su país.
Alemania
hizo recortes sociales muy dolorosos en 2003, cuyo impacto en la
productividad y el crecimiento fueron casi nulos. Donde sí tuvieron
impacto, junto con las bajadas de impuestos a ricos y empresas, fue en
la tasa de beneficio de la minoría más rica. El Estado Social alemán
era, y es, una bestia mucho más rechoncha que su equivalente meridional.
Había más grasa y el adelgazamiento fue menos intolerable. Los ajustes
alemanes fueron dolorosos pero no tienen nada que ver, en sus plazos y
en su profundidad, con lo que se ha hecho en Grecia y lo que se va a
hacer ahora en España.
En 2005 la hoy canciller Merkel y entonces mera candidata de la CDU anunció en el congreso de su partido en Leipzig reformas radicales,
pero cuando llegó al poder y firmó el acuerdo de coalición con los
socialdemócratas, con quienes compartió su primer gobierno, decidió
frenar las reformas para no sobrecargar a
la gente de tal forma que los dolores de los recortes no se hicieran
insoportables. De paso mandó a paseo el compromiso europeo de mantener
el déficit por debajo del 3%, y, al revés, practicó una política
económica expansiva.
En
2009, Alemania entró en recesión, y ¿qué hizo la Señora Merkel, que ya
no gobernaba con los socialdemócratas, sino con socios tan neoliberales
como ella?: estimuló la economía invirtiendo dinero en el “kurzarbeit”, la jornada a tiempo parcial, subvencionó al fundamental sector del automóvil con el llamado “Abwrackprämie”
, la rebaja por compra de coche nuevo a los propietarios de modelos
viejos, y metió mucho dinero en infraestructuras y escuelas sin bajar en
ningún momento los presupuestos de educación.
La
lista contiene todo lo contrario de lo que Merkel dice que hay que
hacer en Europa: recortar, impedir mediante el corsé del Pacto Fiscal
cualquier huida del compromiso de déficit, nada de programas de estímulo
y castigar a la población mucho más allá de lo soportable – lo de
Grecia, capítulo en el que ahora va a entrar España.
Este
cinismo no es particularmente malvado ni exclusivo de la canciller: es
lo que se ha hecho siempre desde los países más poderosos de Occidente:
recomendar e imponer políticas, a Rusia, a América Latina, al tercer
Mundo en general, que ellos nunca practicaron en casa por la sencilla
razón de que la austeridad unilateral nunca ha funcionado en ninguna
parte y porque las enormes tasas de paro del 20%, que Grecia y España
sufren, desestabilizan las sociedades y convierten a sus gobiernos en
misión imposible. Con más de quince millones de parados –el equivalente a
nuestro 20%- también Alemania sería un caos y probablemente un caos
mucho peor que el griego por la ausencia o extrema debilidad en Alemania
de mecanismos y redes de solidaridad familiar que en el mundo
mediterráneo son importantes.
Como
la actual receta obviamente no funciona, hay que ir en otra dirección.
Una solución podría ser la alemana, pero la de verdad, no la leyenda, y,
naturalmente, adaptada a nuestras condiciones y , a poder ser,
manifiestamente mejorada. Es decir; aflojar la austeridad, denunciar la
deuda y no pagarla (por lo menos en toda aquella parte manifiestamente
odiosa), hacer caso omiso del estúpido Pacto Fiscal, invertir en
educación y en transición energética hacia renovables de forma
descentralizada y sostenible, practicar una política fiscal menos
injusta que grave a los más ricos, acabar con la ignominia de los
desahucios, cuidar nuestra satisfactoria sanidad, mejorar nuestras
universidades y formación profesional, etc., etc.
Obviamente
para ello es preciso una sociedad despierta, activa y comprometida con
tal programa. Son necesarias nuevas fuerzas políticas. Y como el caso
griego ha evidenciado con sus 17 jornadas de huelga general, no basta
con protestar en casa contra decisiones que vienen de fuera, sino que
hay que actuar directamente contra Bruselas y Berlín, en coordinación
con los sindicatos y la ciudadanía de otros países y teniendo siempre
mucho cuidado en no degenerar en un nacionalismo excluyente.
Ahora
que la Unión Europea quiere disolver, aún más, la soberanía nacional,
los nacionalismos -catalán y español incluidos- son necesarios, pero hay
que manejarlos con cuidado pues a esta fiesta acudirán no pocos
vendedores de alfombras dispuestos a hacer pasar las graves cuestiones
sociales e internacionales del momento por ajustes de cuentas nacionales
con promesas de dorados amaneceres.
La identidad europea,
si es que algún día llega a existir tal excéntrico concepto, debe
forjarse desde la ciudadanía. Como el ciudadano es el sujeto de la
nación, cualquier identidad civil europea seguirá siendo necesariamente nacional por
varias generaciones. Así que el “más Europa” sólo puede alcanzarse
desde abajo y desde las naciones -desde todas ellas, no sólo desde los
Estados-nación- y no contra ellas. Un “más Europa” contra la ciudadanía
y contra las naciones es lo que sugiere el último delirio de Berlín.
El “más Europa” merkeliano no es más que un fraude que se agita para
tapar las desastrosas consecuencias del anterior, es decir para cubrir
el desastre ocasionado por la austeridad y la disciplina dirigida a
pagar deudas odiosas. No creo que ni la propia Merkel se lo crea, pero
algo debe decir para seguir pasando por europeísta cuando es la líder de
la desolidarización europea, Habermas dixit.
Lo que está en crisis no es el euro, sino precisamente una Europa construida conforme a los mercados. Contra esa fracasada Europa conforme al mercado que se quiere profundizar –lo que evidencia que los burócratas de Bruselas no han entendido nada-, hay que inventar unaEuropa conforme a los ciudadanos y sus naciones. No funcionará como unos Estados Unidos de Europa,
pero eso es más virtud que defecto. Será algo necesariamente ambiguo y
fofo, pero ahí estará la gracia porque esa es la vía democrática.
(*) Periodista corresponsal del diario español La Vanguardia en Berlín. Antes fue el corresponsal en Moscú y en Pekín. Previamente trabajó para el diario alemán Tageszeitung, la agencia de noticias alemana DPA y como periodista independiente en Europa central.
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