FLORENCIA.- Danilo Zolo es profesor de filosofía del derecho y de filosofía del
derecho internacional en la Universidad de Florencia. Ha sido profesor
visitante en las universidades de Cambridge, Harvard, Princeton y Oxford
e impartió cursos en universidades de Argentina, Brasil, México y
Colombia. En el año 2000 fundó Jura Gentium: Journal for Philosophy of International Law and Global Politics. Sus publicaciones incluyen: Reflexive Epistemology, Boston 1989; Democracy and Complexity, Cambridge 1992; Cosmopolis, Cambridge 1996; Invoking Humanity, Londres 2001; Globalization, Colchester 2007; Victors' Justice, Londres 2009.
Claudio Gallo: Primero
Kosovo, después Libia y ahora tal vez Siria: La “guerra humanitaria se
está convirtiendo en un paradigma consolidado que usted ha criticado
desde su primera aparición como “subversión del derecho internacional”.
¿Por qué, según el título de un libro suyo, que es una cita de
Pierre-Joseph Proudhon y Carl Schmitt, sucede que “Quienquiera dice
‘humanidad’ quiere engañar”?
Danilo Zolo: A
principios de los años noventa la “intervención humanitaria fue un
elemento clave en la estrategia internacional de EE.UU. Afirmaba que la
“seguridad global” requería que las grandes potencias responsables del
orden mundial sintieran que el principio westfaliano de la no
interferencia en la jurisdicción interior de Estados nacionales era
obsoleto. Por ello EE.UU. consideró que no solo tenía el derecho sino
sobre todo un deber moral de intervenir con medios militares para
resolver crisis internas en países individuales, en particular para
asegurar el respeto a los derechos humanos.
La guerra
iniciada por EE.UU. contra la República Federal de Yugoslavia –la guerra
en Kosovo en 1999– estableció finalmente la práctica del
intervencionismo humanitario. Por lo tanto la motivación humanitaria fue
tomada explícitamente como una justa causa para una guerra de agresión.
Y EE.UU. ha declarado que el uso de la fuerza por razones humanitarias
es legítima, aunque esté en contraste con la Carta de las Naciones
Unidas, los principios del estatuto y el juicio del Tribunal de
Núremberg, así como el derecho internacional en general.
Frente
a esta sangrienta subversión del derecho internacional, la reacción del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue de sustancial inercia y
subordinación, si no complicidad categórica con las potencias
occidentales. En realidad se impuso la pena de muerte a miles de
ciudadanos yugoslavos sin tener en cuenta ninguna investigación de su
posible culpabilidad.
Miles de personas inocentes han
muerto en bombardeos terroristas de aviones estadounidenses, británicos e
italianos. El militarismo humanitario de las potencias occidentales
condujo a un colapso del orden internacional. Por lo tanto la doctrina y
la práctica de la “guerra humanitaria” fueron el primer paso hacia el
uso sistemático de la fuerza militar por una superpotencia “imperial”
que se proponía y se sigue proponiendo imponer su hegemonía económica,
política y militar a todo el mundo por medios terroristas. Por ello, las
“guerras humanitarias” han sido el preludio para las siguientes
“guerras preventivas” contra Afganistán, Irak y Libia. Por lo tanto el
aforismo de Pierre Proudhon, posteriormente utilizado por Carl Schmitt, “Wer Menschheit sagt will betrügen” ("Quienquiera dice ‘humanidad’ quiere engañar”, vuelve a confirmarse.
CG:
La Declaración de Bangkok de 1993 opuso los “valores asiáticos” a la
concepción universalista de derechos humanos difundida desde Occidente.
Se argumentó que la universalidad de los derechos humanos es una
suposición racional que solo tiene sentido al referirse a la tradición
liberal occidental. ¿Es por ello solo una ideología entra otras?
DZ:
En 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos otorgó a todos
los seres humanos una serie de derechos individuales, incluido el
“derecho a la vida”. Esperaban erradicar las violentas prácticas del
pasado y borrar para siempre la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.
Pero la formalización de derechos humanos básicos, incluido el “derecho a
la vida” no logró los resultados esperados. En particular, en recientes
décadas ha habido fenómenos como la masacre de miles de soldados y de
inocentes civiles, el bombardeo de ciudades completas y el asesinato
sumario de cientos de personas supuestamente responsables de actos
terroristas.
Todo esto prueba, a mi juicio, que el proceso
de globalización tiende a contradecir los principios afirmados en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos y tiende a destruir el
principio mismo del “derecho a la vida”. Por lo tanto la Declaración de
Bangkok que opuso “valores asiáticos” al universalismo occidental no es
infundada.
Como prueban informes de Amnistía
Internacional, la violación de los derechos humanos ocurre en crecientes
proporciones. Afecta a una gran cantidad de Estados, incluidos todos
los Estados occidentales. Organismos y agencias que deben velar por el
respeto a los derechos humanos –primordialmente el Consejo de Derechos
Humanos de las Naciones Unidas– carecen de todo poder ejecutivo. Y
sistemáticamente sus decisiones se ignoran y se dejan de lado.
Hay
que pensar en los crímenes cometidos por EE.UU. en Abu Ghraib, Bagram,
Guantánamo, Faluya, fuera de los cometidos por Israel en los territorios
palestinos, particularmente en Gaza y en la masacre de diciembre de
2008 a enero de 2009. Los responsables de esos crímenes han gozado y
siguen gozando de la más absoluta impunidad, gracias a la connivencia
del Tribunal Penal Internacional en La Haya. Luigi Ferrajoli escribió
con autoridad: “La era de los derechos humanos es también la era de su
más masiva violación, donde la desigualdad es más profunda e
intolerable”.
Se necesitan muy pocos datos para confirmar
dramáticamente que el sol se pone sobre la “Era de los derechos” en la
era de la globalización. La Organización Internacional del Trabajo
calcula que 3.000 millones de personas viven ahora bajo la línea de
pobreza, fijada en 2 dólares diarios. John Galbraith, en el prefacio al
Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas en 1998, documentó
que un 20% de la población del mundo se apodera de 86% de todos los
bienes y servicios producidos a escala mundial, mientras el 20% de los
más pobres solo consume 1,3%. Hoy en día, después de casi 15 años, esas
cifras han cambiado para peor: El 20% más rico de la población consume
un 90% de los bienes producidos, mientras el 20% más pobre consume 1%.
También se calcula que un 40% de la riqueza del mundo es de propiedad
del 1% de la población mundial, mientras las 20 personas más ricas del
mundo poseen recursos iguales a los de los mil millones de gente más
pobre.
CG: Críticos del mundo occidental dicen que
EE.UU. utiliza su influencia sobre la ONU para transformarla en un
instrumento de su poder. ¿Piensa que es un argumento creíble?
DZ:
No me cabe duda de que EE.UU. utiliza su poder absoluto militar y
nuclear para influenciar las decisiones políticas y militares del
Consejo de Seguridad de la ONU. Después del colapso de la Unión
Soviética, EE.UU. se convirtió en la única autoridad capaz de controlar o
impedir las decisiones del Consejo de Seguridad. Por otra parte, EE.UU.
toma decisiones que infringen seriamente la Carta de la ONU sin
siquiera tomar en cuenta las provisiones de la Carta. Basta con pensar
en las guerras declaradas y realizadas por EE.UU. contra países como
Serbia, Afganistán, Irak y Libia sin la menor reacción de los Estados
miembros del Consejo de Seguridad.
CG: Usted
escribió que es escéptico respecto a intelectuales a los cuales Hedley
Bull llamó, con un asomo de ironía, globalistas occidentales (Richard
Falk, David Held, Ulrich Beck, Zygmunt Bauman, Juergen Habermas). ¿Por
qué no cree que un gobierno del mundo sería el único antídoto para la
guerra?
DZ: La idea de un gobierno del mundo que
pueda asegurar la paz en el mundo es un concepto vacío de contenido. No
tiene sentido porque, ante todo, un gobierno del mundo debería expresar
la voluntad de todos los países del mundo mediante un parlamento
universal, jerárquico y unipolar, en el cual las grandes potencias
deberían vivir lado a lado con los países más pobres. No tiene sentido
porque los llamados países del BRICS – Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica– están emergiendo para competir con las principales potencias
occidentales, eliminando cualquier posibilidad
militar-política-económica de un pacifismo cosmopolita. Un gobierno del
mundo, de continuidad con las instituciones internacionales existentes e
inspirado por un modelo cosmopolita, sería necesariamente un Leviatán,
despótico y totalitario, y se opondría a la propagación del terrorismo
mediante el uso generalizado de armas.
CG: Usted
no cree, como Pierre Bourdieu, que la globalización es solo retórica
capitalista. Usted la define también como un cambio en las relaciones
humanas determinado por la revolución tecnológica. ¿Cuál es a su juicio,
el aspecto positivo de la globalización?
DZ: No
estoy de acuerdo con Bourdieu, quien niega la necesidad misma de
utilizar el término “globalización”. Desde mi punto de vista, la
globalización muestra aspectos muy diferentes. Por una parte, pienso que
deberíamos rechazar firmemente la retórica occidental de globalización
que la convierte en la principal ruta hacia la unificación de la
humanidad, y al advenimiento de la ciudadanía universal. Al mismo
tiempo, tiendo a desconfiar de las posiciones radicalmente escépticas
que explican la globalización como retórica capitalista.
No
niego la retórica y no subestimo la manipulación ideológica. Sin
embargo, argumento que la retórica y la ideología se desarrollan desde
algunos fenómenos empíricos de los cuales sería muy miope ignorar la
innovación y relevancia.
En este sentido, la bien conocida
propuesta de la definición de Antony Giddens, a mi juicio, identifica
un elemento que tenemos que aclarar: Lo que llamamos globalización es de
muchas maneras el resultado de una serie de compresiones de espacio y
tiempo, originadas por la gran reducción del tiempo y del coste en el
transporte y las comunicaciones, y la eliminación de muchas barreras
(ciertamente no todas) en el movimiento internacional de bienes,
servicios, capital y conocimiento. Sostener que el proceso de
globalización es irreversible no significa que se considere cómo un
fenómeno natural o el resultado de que “fuerzas anónimas” aleatorias y
desordenadas operen en una “tierra de nadie nebulosa y encenagada”, como
escribe Zygmunt Bauman. Por otra parte, Luciano Gallino tiene toda la
razón cuando dice que los resultados políticos, comunicacionales y
económicos de la globalización corresponden a un proyecto diseñado y
construido conscientemente por las principales potencias del mundo y las
instituciones internacionales que controlan. Por ello es necesario
distinguir, como argumenta Joseph Stiglitz, entre los procesos de
globalización como tales y su administración política por las
principales potencias económicas y políticas del planeta. Y esa
administración no puede ser considerada de ninguna manera
“irreversible”.
CG: Su próximo libro, que está a punto de ser publicado por Laterza en Italia llevará el título Democracy without a Future. ¿Piensa que nuestro futuro será verdaderamente muy sombrío?
DZ:
No cabe duda, a mi juicio, de que en Occidente las instituciones que
llamamos “democráticas” están en serio peligro, especialmente en Europa e
Italia. La soberanía política y legal de las naciones Estado ha sido
considerablemente debilitada, mientras la función de los parlamentos es
limitada por el poder de burocracias públicas y privadas, incluyendo la
burocracia judicial y los tribunales constitucionales. Al mismo tiempo,
el poder ejecutivo tiende a asumir una función hegemónica sin tomar en
cuenta la división de poderes que ha sido el sello distintivo del Estado
constitucional europeo continental y del Estado de derecho
anglo-estadounidense.
La democracia parlamentaria cede el
paso a la “telecracia”. Los canales de televisión públicos y privados
son instrumentos muy efectivos de propaganda política. Como señaló
Norberto Bobbio, el enorme poder de la televisión ha causado un cambio
de rumbo de la relación entre ciudadanos que controlan y ciudadanos que
son controlados. La minoría limitada de representantes elegidos controla
a las masas de votantes y no viceversa. Por ello estamos en un régimen
al que no es retórico calificar de “tele-oligarquía post democrática”,
en el cual la vasta mayoría de la gente no “escoge” y no “elige” sino
ignora y obedece.
Cientos de miles de jóvenes, mujeres y
ancianos no tienen trabajo, ni siquiera los más insignificantes, y viven
en la pobreza. ¿Significa que nos espera un mañana “muy sombrío”? No es
fácil responder esa pregunta. Lo que parece absolutamente seguro es el
progresivo debilitamiento de las funciones políticas y económicas de
Estados individuales y la dominación de algunas elites económicas y
políticas que sirven intereses privados intocables. Es la así llamada
“nueva clase capitalista transnacional” que domina los procesos de
globalización desde la punta de torres de vidrio en ciudades como Nueva
York, Washington, Londres, Frankfurt, Nueva Delhi, Shanghái.
Claudio Gallo es editor de noticias del mundo del diario italiano La Stampa.
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