lunes, 6 de febrero de 2012

Desglobalización, ¿un debate prohibido? / Michel Rogalski *

La amplitud del control que se opone al término des-mundialización o des-globalización proporciona la justa medida de su lado intolerable para todos aquellos que, desde hace décadas, se ufanaban de la maravilla de la globalización, aunque los hechos acumularan, día tras día, síntomas de su fracaso. Es posible juzgarlo por la proliferación de burlas: absurda, irrealista, reaccionaria, subalterna, acusada de propagar una ilusión demagógica, de ser un concepto superficial y simplista, una fábula, un tema provocador, de alentar un retroceso nacional que solo puede conducir al modelo de Corea del Norte. 

No se ha ahorrado nada.
La movilización de los "think tanks" y de los políticos emergentes en el "Círculo de la razón" no puede menos que asombrar. Cumplen con su papel para que la alternancia se mantenga en alternancia y sobre todo, no se transforme en alternativa. Las fuerzas que participan de ese Círculo, como un disco rayado, repiten circularmente, a pesar de las evidencias, las ventajas de la globalización. Por el contrario, uno no puede dejar de sorprenderse que otros, en nombre de la ideología altermundista, cuyo balance luego de diez años tiende a desvanecerse, por miedo a perder lo poco que les queda de sus "fondos de comercio", juntan sus voces a las de los primeros con bastante mala fe. 

Pero el debate no se halla ya confinado a la izquierda de la izquierda puesto que ha sido invitado a la pugna presidencial. Lo que es normal por cuanto implica el necesario análisis de los últimos treinta años. Querer sofocar ese debate sería un gran error político. Sería ocultar la riqueza potencial inherente a todo debate sobre una salida ordenada del túnel de la austeridad fabricado a golpes de deflación salarial, de las deslocalizaciones, de la invención de "limitaciones externas" buscadas por nuestras élites y cimentadas sobre una susodicha racionalidad superior de esencia mundial, de construcción europea a partir de la importación de las formas más exacerbadas de la globalización, a menudo bajo el pretexto de resistir y considerándose incapaz de proteger, de promover al sector social o de controlar las finanzas.

Es lo de lo que se trata actualmente, retomar y profundizar la oposición a la bifurcación planteada en 1983 que sacrificó los adelantos sociales en aras de la construcción europea. Magnífico debate cuyo desafío no se centraba ni sobre personas ni sobre puestos y que ha sido relanzado hoy en día por las crisis de 2008 y su actual contragolpe alimentado por las deudas soberanas, la incertidumbre sobre el euro y las preguntas sobre las formas de imaginar la construcción europea. Y si la des-mundialización interpela fuertemente a Europa, es porque está región del mundo se ha convertido en un concentrado,  un laboratorio de la des-globalización y que en lugar de ser apacible concentra todos sus excesos. No hay lugar para el asombro. 

Es en ese espacio adonde se ha desarrollado más el comercio de cercanías. En el que la interdependencia es mayor, en el que han sido transferidos fragmentos íntegros de la soberanía nacional, en el que una gran parte de los países decidieron adoptar una misma moneda y un Banco central independiente de los gobiernos y finalmente en el que han sido acumulados numerosos instrumentos de configuración económica (Acta única, Tratado de Maastrich, Pacto de Estabilidad, etc.) para ser finalmente encorsetados en el Tratado de Lisboa. Ampliándose a 27 países, Europa modificó brutalmente las condiciones de competencia, importó también brutalmente la diversidad de la globalización y se marginó de la posibilidad de asegurar la menor protección a los pueblos sobre los que planea la sombra de la austeridad.

Es por todo eso que los debates que suscita el tema de la des-mundialización son esenciales. Están simplemente relacionados con las condiciones necesarias para llegar a una ruptura con el neoliberalismo globalizado de los últimos treinta años que como una aplanadora destruye todo a su paso.. Porque ¿es posible soportar durante más tiempo la estrategia deliberadamente establecida por el capital de instalar trabajos precarios y no protegidos y huir de quién había impuesto la "coacción" de las conquistas sociales?. 

Todo se intentó con las consecuencias conocidas, desde las deslocalizaciones masivas hasta la organización de flujos migratorios, pasando por la libre circulación de los capitales especulativos y desestabilizadores, el generalizado libre comercio de las mercaderías, la deflación salarial y su corolario con el endeudamiento de los hogares, la sumisión a las señales de los mercados, de preferencia internacionales. De este debate surgen con fuerza algunas cuestiones centrales cuya riqueza se querría sofocar.

- Se nos explica que es necesario ser pacientes y que nuestros males procederían de una situación de entre dos en las que estaríamos inmersos. El Estado-Nación se halla herido, pero aún respira mientras que la economía mundial no habría llegado aún a establecerse y estaría haciendo esfuerzos para dotarse de un gobierno global (o europeo) De modo que acumularíamos los defectos de la erosión de las fronteras sin estar aún en condiciones de beneficiarnos con las ventajas de haberlas superado. Esta "transición" que se viene desarrollando desde hace treinta años por el momento solo ha alumbrado crisis y cada vez se encuentra menos en condiciones de probar que la expansión del neoliberalismo a escala mundial sería salvadora. La expectativa de un gobierno mundial para resolver los problemas engendrados por su búsqueda corre el riesgo de hundirse. Y es evidentemente insoportable para los pueblos. Salir de este carril proponiendo una verdadera opción, significa para todos los países entrar en un proceso de desmundialización. ¿Es necesario esperar que esto cambie en Europa o en el mundo, para que cambie entre nosotros? O en todo caso ¿es necesario emprender la acción de modo unilateral considerando su aspecto conflictivo y prepararse para ello? No olvidemos que la Europa que se ha construido ha servido siempre de ganga viscosa destinada a reducir la amplitud de la oscilación de la balanza de las alternancias y jugar así el papel de Santa Alianza, reemplazando al Muro de dinero de los años 20. De modo que rechazar la antimundialización, vendría a subordinar todo cambio en Francia a eventuales e improbables evoluciones europeas y mundiales. Este planteo conduce a abordar la inevitable cuestión del ejercicio de la soberanía, es decir sobre la necesaria superposición entre el perímetro donde se practica la democracia y el del dominio de la regulación de los flujos económicos y financieros. Se impone el marco nacional. ¿Por qué la "relocalización" en la región sería el límite aceptable, deseada la Europa federal y la soberanía nacional vilipendiada? ¿Porqué el odio al Estado-Nación que habría que atenazar por arriba y por abajo?. La izquierdas latinoamericanas han demostrado que el marco nacional podía permitir sustanciales avances sociales, como una mancha de aceite y hacer posible la cooperación.

- La sumisión tiene una racionalidad considerada superior porque es mundial, lo que nuestras élites llaman el "condicionamiento exterior". Que no es otra cosa que la consecuencia de lo que fue querido y buscado. La mundialización que cae sobre nuestras cabezas es la que se difundió a golpes de desregulaciones, de libre comercio furioso, de privatizaciones, de deslocalizaciones, de circulación descontrolada de capitales y mercancías, de financierización, de endeudamiento de los pueblos y de los estados. Choca con las conquistas sociales históricamente logradas que se convierten así para nuestros globalizadores en "condicionamientos internos" que ponen frenos a sus objetivos y de los que por lo tanto deben desembarazarse para responder a las órdenes de los mercados. La competencia internacional se convierte en el arma de lo antisocial y desbasta territorios. El mérito del debate sobre la des-mundialización es mostrar los lógicos enfrentamientos de las lógicas de las dos condicionantes, una fabricada para luchar mejor con la otra e identificar a los ganadores (los factores móviles: capital y finanzas, grandes empresas, mafias) y a los perdedores (los factores fijos: pueblos y territorios).

- La consecuencias sobre las políticas económicas que se deben adoptar se ubican en el corazón del debate. El aumento del pedido de protección concierne prioritariamente al conjunto de las conquistas sociales archivadas durante los Treinta Gloriosos, agregadas las del capital nacional maltratado por la competencia salvaje. Un período que conoció las protecciones tarifarias, algunos controles de cambio, innumerables devaluaciones que no significaron repliegue nacional, cierre o adopción de un modelo norcoreano. Crecimiento, elevación del nivel de vida, pleno empleo estuvieron bien en el centro de lo que se nos querría hacer ver hoy en día como un horror "nacional proteccionista" La crisis actual convoca el regreso del estado como principal actor económico. No existe protección posible si no se le confía un papel acrecentado, tanto en cuanto al perímetro de sus intervenciones como de la naturaleza de las mismas. En fin, es necesario ¿volver a satisfacer las necesidades del mercado interno o a la errática deriva del mercado mundial? ¿a donde se ubican las fuentes del crecimiento de nuestro país? ¿En nuestro territorio o en la exportación? Un país puede intentarlo pero si todos lo hacen al mismo tiempo las ventajas desaparecen. Fue esta estrategia que no se puede generalizar la que les fue propuesta a los países del tercer mundo en los años 70 y provocó las crisis de la deuda y las políticas de austeridad que sobrevinieron.

Se argumentará que existe una forma de globalización deseable, la de los intercambios culturales, el turismo, el conocimiento, los saberes, la cooperación entre los pueblos, la de todo lo que hace a la densidad de la vida internacional o de un espacio público de ese nivel en construcción. Pero no la mezclemos con lo que es el objeto de nuestro actual debate, el necesario bloqueo de la expansión del neoliberalismo a la esfera mundial. No matemos a los mensajeros que nos traen la mala nueva, miremos en cambio los diferentes signos que atestiguan los límites de la actual fase, comenzando por el anuncio realizado por la CNUCED sobre una reducción del 8% en el comercio mundial en el primer trimestre de 2011.

(*) Michel Rogalski es economista del CNRS, y director de la revista Recherches International.  investigador en el CIRED - Centro Internacional de Investigaciones sobre Ambiente y Desarrollo (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales) y director de la revista Recherches International , París. 

El fraude del modelo alemán y el mito de su “proyecto político” / Rafael Poch *

Cada día se habla de Alemania de forma más contradictoria. Por un lado se murmura contra su “proyecto europeo”, por otro se elogia su “modelo”. Está claro que ésta contradicción se resolverá en un sentido o en otro, según evolucione la eurocrisis. Es decir, probablemente no evolucionará bien para el prestigio de Alemania. Pero quedémonos en el día de hoy.

Por un lado se critica la doctrina alemana de que la crisis es “crisis de deuda de algunos países” y no, “crisis de un sistema internacional en el que todas las miserias están interrelacionadas y que fue desencadenada por un sector financiero que campa a sus anchas”, por ejemplo. Se maldice también su receta, basada en la austeridad unilateral, que empeora las cosas en los países endeudados de Europa, en lugar de intentar ajustar los desequilibrios internos en la zona euro y poner al Banco Central Europeo al servicio de lo público.

 Se desconfía también de los sospechosos conceptos introducidos por la canciller alemana, como la “Marktkonforme Demokratie”, la “democracia acorde con el mercado”, una democracia adjetivada que Merkel acuñó el uno de septiembre en una entrevista radiofónica en la que dijo:  “Vivimos en una democracia parlamentaria y, por tanto la confección del presupuesto es un derecho básico del Parlamento, pese a ello vamos a encontrar vías para transformarla de tal manera que pueda concordar con el mercado”.  Esa presunta “nueva democracia” ya está implícita en la llamada “regla de oro”, porque al meter el tope de gasto y endeudamiento en la constitución, el dogma neoliberal se hace ley suprema y las políticas neokeynesianas poco menos que ilegales.

La guinda de este despropósito la ha puesto esta semana la pretensión alemana de nombrar un “comisario” europeo que gobierne económicamente a Grecia, restándole a ese país devastado su última apariencia de soberanía. Alemania “no debería ofender”, ha dicho el canciller austriaco, Wernar Faymann. “El mayor país de Europa debería ser más cuidadoso”, ha añadido el ministro de exteriores de Luxemburgo, Jean Aselborn.

Murmullo y elogio
Pero junto a este murmullo de desagrado, que evidencia el creciente aislamiento de Alemania en Europa, se sigue citando a ese país como modelo. El Presidente francés, Nicolas Sarkozy, enarbola incluso la ejemplar bandera de su vecina como recurso electoral para las presidenciales de abril. “Apoyamos y vamos a estar a la cabeza” de la doctrina anticrisis alemana, ha dicho Mariano Rajoy en su primera visita a Berlín.

Esta situación evidencia hasta qué punto es actual, y esquizofrénico, el “modelo alemán” y su “proyecto europeo”. Pero, ¿qué hay detrás de esos clichés?

Evidentemente estaría muy bien, por ejemplo en un país como España, aprender de lo mucho virtuoso y valioso que hay en cualquier otro país. En el caso de Alemania la lista salta a la vista: no han tenido burbuja inmobiliaria interna, conservan un tejido industrial sólido, son un país europeo aún capaz de fabricar, tienen una particular propensión al ahorro, mantienen un consumo familiar que no ha estado basado en el endeudamiento, disponen de una administración federal pequeña, eficaz y bien coordinada con la de los Länder, de un empresariado más responsable y un trabajo más dignificado cuyos sindicatos tienen una considerable participación en las decisiones empresariales; practican una menor destrucción del paisaje y del entorno natural hacia el que tienen mayor sensibilidad: no se puede construir cualquier cosa en cualquier lugar para enriquecer al alcalde o al promotor ( su pariente); dedican una atención verdaderamente ejemplar, tanto a nivel federal como regional, hacia los temas de educación, que pueden decidir elecciones (las últimas de Hamburgo) y cuyo sistema –desde los colegios hasta las universidades- es público en más de un 90%. Por esa misma razón, el presupuesto educativo es el único que no ha sufrido recortes en la actual crisis…  Lamentablemente no es de esa larga y obvia lista, a la que podríamos añadir mucho más, de lo que se habla cuando hoy se menciona el “modelo alemán”. Lo que se vende como modelo es, sobre todo, el ajuste neoliberal y antisocial realizado en los últimos veinte años en Alemania, en condiciones y plazos bien diferentes a las de la Europa del sur.

Alemania no está mejor porque “hizo antes los deberes” (¿quién pone esos “deberes”?, ¿quién es el maestro?), es decir porque hizo un ajuste antisocial adverso a los intereses y las condiciones de vida y trabajo de la mayoría antes que otros. En realidad Alemania llegó mucho más tarde al ajuste neoliberal que Estados Unidos y el Reino Unido comenzaron con Reagan y Thatcher  a finales de los setenta. Fue de los últimos en “hacer los deberes” en Europa. La verdadera película es otra.

Crisis por una reunificación política
Alemania tuvo una crisis en 1990, ligada a su anexión de la RDA, cuando, por razones políticas optó por prometer prosperidad inmediata a 16 millones de alemanes del Este mediante el establecimiento de la paridad entre el Deustche Mark y el marco del Este, metiéndose con ello en un agujero económico, que otra fórmula menos abrupta y efectista habría evitado. A corto plazo fue como si a los alemanes del Este les hubiera tocado la lotería. Gracias a la expectativa de los “paisajes floridos” prometidos por el canciller Helmuth Kohl se disolvieron los programas y discursos, mayoritariamente verdes y socialistoides, que manejaban los líderes civiles de la RDA; escritores, intelectuales y disidentes. Kohl y su CDU, que estaban de capa caída en 1990, recibieron la mayoría de los nuevos votos del Este y se mantuvieron en el gobierno ocho años más, hasta 1998. En ese sentido la reunificación fue una anexión a la medida de la derecha política alemana: una nueva revolución fallida que añadir a la historia nacional.

Pero a medio y largo plazo aquella fiesta política capitalizada por los conservadores, determinó una seria crisis de digestión. El  precio fue un duro lastre para la economía alemana, con mucho paro y casi total desindustrialización del Este. Se estima que el coste de la reunificación, tal como se hizo por imperativo político, fue de un billón de euros. El euro fue la salida de la crisis: la moneda única configuró enormes ventajas para la exportación alemana en su principal mercado.

Euro como solución
Gracias al euro (virtual en 1999, efectivo en 2002) Alemania “salió de la crisis” de la reunificación, una crisis creada porque el imperativo político de mantener a Kohl y su CDU ocho años más en el gobierno se puso por delante de la estricta racionalidad económica, para escándalo del Bundesbank de entonces. El ajuste antisocial aplicado en 2003 con la llamada “Agenda 2010”, a cargo de los socialdemócratas, no tuvo apenas repercusión en el crecimiento. En 2007 The Economist cifró esa repercusión en un 0,2% del PIB. Fueron sobre todo el euro y el estancamiento salarial -que restó competitividad a sus competidores europeos- los que hicieron supercompetitivos los productos alemanes en Europa. Hoy se dice que fue el tardío ajuste neoliberal la clave del éxito y que con él otros saldrán del agujero en Europa. Y dicen que Alemania es modelo por que tiene “poco paro”.

No hay modelo, sino diferencia
Pero en Alemania se trabaja hoy, “con poco paro”, prácticamente el mismo tiempo que cuando había “mucho paro”: lo que ha cambiado ha sido el reparto de ese tiempo de trabajo y la contabilidad del desempleo. Mediante trucos contables se ha barrido más de un millón de parados debajo de la alfombra. Al mismo tiempo donde antes trabajaba uno en condiciones decentes, ahora trabajan más, y muchos de ellos en condiciones precarias.

En Alemania hay 8,18 millones de personas en trabajos temporales, a tiempo parcial, minijobs y “autónomos precarios”: el 75% de los nuevos empleos que se crean pertenecen a esta categoría. En Alemania hay “poco paro” porque se ha creado un “segundo mercado de trabajo” que es más pariente del desempleo, que puente hacia un trabajo decente del que poder vivir sin caer en la pobreza. En un país que era laboralmente confiado, se ha instalado la inseguridad. Y en un país que era socialmente más nivelado que la media europea, se ha disparado una desigualdad de tipo estadounidense: el 1% más rico de su población concentra el 23% de la riqueza, y el 10% más favorecido el 60% de ella, mientras la mitad de la población sólo dispone del 2% (cifras de 2007, que casi calcan las de EE.UU del mismo año).

Contabilizando todo eso, es verdad que en Alemania hay menos paro que en España (en algunas zonas de Baden-Württemberg incluso casi hay pleno empleo sin trampa), de la misma forma que hay menos paro en el País Vasco que en Extremadura o Andalucía, lo que nos lleva a la banalidad del descubrimiento de la diferencia.

Alemania tiene menos paro, por todo lo anterior, y también porque es diferente: porque tiene una estructura económica particular: industrial, exportadora, con fuertes empresas medianas y pequeñas que son líderes mundiales, con una intensa participación laboral en las empresas y también con grandes consorcios multinacionales. Es un país con una sola cosecha, con una sociedad que tiene su propia mentalidad, como cualquier otra. Lo que allí se ve como cualidad, en otros lugares es defecto, y viceversa. Transplantar mecánicamente sus recetas –y precisamente aquellas que han hecho perder a Alemania muchas de sus virtudes-  sin atender a las diferencias estructurales, es tan ridículo como pretender convertir Andalucía en un País Vasco. En el País Vasco también hay industria y menos paro que en el resto de España, y una administración eficaz y menos corrupta que en el Levante.

No hay “proyecto alemán”
A Alemania se le pide liderazgo en la eurocrisis, y es natural porque es la primera economía de Europa y la nación más poblada. Pero Alemania no tiene “proyecto europeo”. Mientras se agitan todo tipo de fantasmas sobre su pretendido “dominio”, la simple realidad es que Alemania no sabe qué hacer con esa responsabilidad y sus políticos no parecen preparados para asumirla. Su tradición nacional hacia Europa no es precisamente ejemplar -¿que nación europea lo es, por otra parte?- y además es un país particularmente provinciano, sin experiencia colonial, con una tradicion nacionalista que tiende más al racismo que al universalismo como decía Heine, con problemas para ponerse en el lugar del otro y que durante el medio siglo de posguerra tuvo su soberanía hipotecada por los resultados de su desastrosa segunda guerra mundial, soberanía y que apenas ahora comienza a estrenar en el mundo. En esas condiciones y circunstancias, Alemania hace lo que todos en Europa: política nacional.

El “proyecto europeo” de Merkel no va mucho más allá de ganar las próximas elecciones generales en Alemania, o, como dice, “que Alemania salga fortalecida de la crisis en el G-20”. Su “visión” no alcanza mucho más allá de otoño de 2013 y en ella Europa es, ante todo, un asunto de política interna: demostrar firmeza a su electorado que cree que Alemania es el pagador de una Europa endeudada, asunto en el que su país no tiene la menor responsabilidad. El proyecto político de Merkel es poder repetir en la campaña electoral de 2013 lo mismo que dijo a los alemanes en su último mensaje de fin de año: “tenemos menos paro que hace veinte años, a Alemania le está yendo bien”. Para eso basta con mantener estable la situación actual.

Eso quiere decir; en primer lugar mantener las exportaciones alemanas, favorecidas por un euro barato, confiando en que no haya un enfriamiento global que impida seguir compensando la caída de ventas en el sur de Europa con los incrementos de la demanda en China, Estados Unidos, Rusia, etc., porque tal enfriamiento derribaría el actual “milagro” como un castillo de naipes y sumiría a Alemania en una crisis seguramente peor que las meridionales pues su potencial autárquico es menor.

En segundo lugar, mantener su coalición de gobierno, que incluye cohabitar con el FDP, un partido muy sectario, convertido en marginal y extraparlamentario por los sondeos, pero que determina mucho, y mantener a raya a los machos de la CDU-CSU que podrían soñar con arrebatarle el liderazgo. Y en tercer lugar, mantener el nacional-populismo que marcan la prensa más retrógrada y cierto discurso empresarial: el mito de la nación virtuosa que debe enseñar a vivir a los manirrotos europeos, los perezosos griegos, los sensuales franceses y los demás fantasmas del panteón de complejos nacionales.

Mantenido todo eso, que la periferia europea se desmorone y se vaya al infierno, es un dato periférico para lo principal, que es 2013. Incluso cuanto mayor sea la ruina ajena, más se incrementará la diferencia de Alemania con la periferia, lo que alimentará el temeroso consuelo de su población que hoy sostiene el consenso esencial en materia de crisis: “por lo menos a nosotros no nos va tan mal”.

Alemania no es lo peor: lo peor es España
Se dirá que todo esto es necio, y lo es, pero no es lo más necio: lo más necio es lo nuestro.
Si en la línea alemana hay por lo menos una lógica político-exportadora, que podíamos calificar de irresponsable, temeraria y corta de miras, ¿cómo calificar el disciplinado seguidismo masoquista de los gobiernos de Francia, España y los demás, que ni siquiera defienden vanos intereses nacionales y consienten una política que incrementa su crisis?

En España ni siquiera ha habido un “mea culpa” por el ladrillo. Ningún aeropuerto inútil o destrucción del litoral ha llevado a nadie a la cárcel. Al revés, el discurso político del actual partido del gobierno reivindica aquella “etapa de crecimiento”, que el actual partido de la oposición nunca puso en cuestión.

No sabemos si hay un “plan” para esta crisis, más allá de la evidente voluntad de aprovecharla para acabar con el desmonte del Estado social y del consenso europeo de posguerra, pero hemos de ponernos de acuerdo en una cosa: en la Europa de hoy la estupidez es internacional.

Frente a la división de una Europa en países virtuosos y manirrotos, que pretende disolver problemas sociales en cuestiones nacionales, hay que constatar la absoluta unidad de la estupidez europea como primer paso del internacionalismo ciudadano.
Y una cosa más: los reyes son los padres.

Los “mercados” son los bancos
Dicen por doquier que hay que ayunar y matar a la abuela porque es improductiva, que hay que ponerse los pañales para ir al trabajo bien disciplinado e intimidado por el paro y aceptar injusticia y explotación en nombre de la “competitividad”, porque así lo exigen “los mercados”. Dicen  que “los mercados somos todos”. No, los mercados son quienes los gestionan y los manejan: son los bancos, los fondos de inversión, las agencias de calificación, etc., etc. Si los reyes son los padres, los mercados son los bancos. Así, cuando alguien le diga que hay que hacer algo, “porque lo exigen los mercados”, échese la mano a la cartera porque se la están robando.

(*)  Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) ha sido veinte años corresponsal de La Vanguardia en Moscú y Pekín. Antes estudió historia contemporánea en Barcelona y Berlín Oeste, fue corresponsal en España de "Die Tageszeitung", redactor de la agencia alemana de prensa DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983 a 1987).

Actual corresponsal de La Vanguardia en Berlín.