Ignacio Ramonet, en un artículo reciente titulado Generación sin
futuro, citaba una frase de André Gide que es ahora especialmente
pertinente: “El mundo será salvado, si puede serlo, sólo por los
insumisos”.
La inercia es el gran obstáculo para la evolución, es decir, para
cambiar oportunamente lo que debe cambiarse y conservar lo que debe
conservarse. La reticencia a la modificación y adaptación, la tentación
de dejar todo como está y utilizar fórmulas de ayer para resolver los
problemas de hoy es una actitud particularmente negativa cuando las
transformaciones son inaplazables, porque pueden derivar en revolución.
Lo más peligroso de la inacción es que se extiende la impresión de que
las cosas son como son, de forma inexorable, como el propio destino. Y
se reduce y atenúa la facultad creadora distintiva de la especie humana.
Como bioquímico preconizo desde hace años imitar a la naturaleza,
seguir su consejo, ya que la evolución, aun la más apremiante, no
conlleva violencia. Tensión creadora –“la dificultad aguza el ingenio”–
sí, pero usando el intelecto y no la fuerza. Recientemente José Monleón
ha publicado La evolución pendiente, libro en el que analiza las
posibilidades de evolución a escala local y planetaria. Llevarla a
término sin dilación constituye uno de los grandes desafíos del
presente. Para esclarecer los horizontes hoy tan sombríos se requieren
nuevos enfoques. Se trata de una crisis sistémica que afecta
particularmente a Occidente, porque es Occidente la que la ha provocado.
En el año 1991 escribí que el “coloso soviético se ha derrumbado
porque, basado en la igualdad se había olvidado de la libertad. El
sistema capitalista, basado en la libertad, se desmoronará igualmente si
se olvida de la igualdad”. El presidente Reagan y la primera ministra
Thatcher pensaron que había llegado el momento de la hegemonía “de
Occidente” y no sólo marginaron totalmente a la ONU y la sustituyeron
por grupos plutocráticos de 6, 7, 8… 20 países prósperos, sino que
sustituyeron, también, y esta es la causa real del fracaso de la
globalización neoliberal, los principios democráticos por las leyes del
mercado.
Frente a la crisis de 2008, con considerables burbujas inmobiliarias
en algunos casos, se acentúa progresivamente una reacción implacable de
la zona del dólar en relación a la eurozona. Sobre todo en los últimos
meses, el presidente Obama ha logrado emitir fondos para incentivar las
grandes obras públicas y la creación de empleo a través del fomento de
la pequeña y mediana empresa, y ha iniciado no sólo una política de
desarme muy considerable, sino que ha vuelto decididamente la vista
hacia el Pacífico. Europa, en cambio, sigue sin tener un sistema
autónomo de seguridad, sigue sin federarse fiscalmente, al menos, y sin
emitir incentivos para aumentar el empleo, basando toda su política en
los recortes y la austeridad. Política que alcanza límites muy
peligrosos ya en algunos países.
Los “mercados” –emanación del gran dominio financiero, militar,
energético y mediático– no sólo condicionan, una vez rescatados, los
acontecimientos económicos y acosan a los gobernantes europeos, sino que
han llegado al colmo de forzar la designación de primeros ministros y
de gobiernos sin comicios electorales. Su influencia alcanza una
gravísima patología social, frente a la que debemos reaccionar
rápidamente.
Grecia está que arde. Se cometieron muchos excesos… pero quienes los
pagan, como siempre, son los más vulnerables. La troika exige ahora
reducir 15.000 funcionarios más, lo que provocará no sólo más recesión
sino que pueden alcanzarse situaciones en las que los efectos sociales
lleven a colmar el vaso de la ponderación y de la mesura. Hay que evitar
el estallido social en Grecia, que podría tener, además, efectos
“contaminantes”.
“Europa debe darse cuenta –ha escrito Joseph Stiglitz– de que la
austeridad por sí misma no resolverá sus problemas. Por el contrario,
exacerbará la desaceleración económica. Mientras tanto, los programas a
largo plazo –incluidos el cambio climático y otras amenazas ambientales y
la creciente desigualdad en la mayoría de los países del mundo–
continúan intactos… o empeoran”. El BCE, el FMI y la Comisión Europea
deberían captar estos mensajes, a los que hacen oídos sordos.
Hubo grandes manifestaciones en Portugal el pasado noviembre, donde
las aguas siguen turbias. Protestas masivas y heridos en Grecia. A estas
se añaden múltiples manifestaciones presenciales en Catalunya, en la
Comunidad de Madrid, y los miles de indignados de la Puerta del Sol,
trasladados después al ciberespacio, con miles también de activistas en
EEUU. “¿Qué mejor lobby de influencia que el 99% de la población
sojuzgada por el 1% que incluye a todos los poderes del sistema?”,
apuntaba Rosa María Artal (Público, 07-11-11).
Hoy, por primera vez en la historia, los ciudadanos pueden dejar de
ser súbditos, obedientes, atemorizados, pusilánimes. La posibilidad de
la participación no presencial abre, junto a una mayor influencia
femenina en la adopción de decisiones y una conciencia global que nos
permite apreciar lo que poseemos y atender solidariamente las
precariedades del prójimo, extraordinarias posibilidades de movilización
popular.
Estos son los grandes desafíos. Este es el mañana que tenemos que
inventar. Me gusta repetir la frase de John Fitzgerald Kennedy: “No
existe ningún reto que se sitúe más allá de la capacidad creadora de la
especie humana”. Se trata en suma de la transición de la fuerza a la
palabra. Gente educada, libre y responsable, que actúe en virtud de sus
propias reflexiones y nunca más al dictado de nadie. Sí, la diferencia
entre evolución y revolución es la “r” de responsabilidad.
(*) Miembro del Comité de Apoyo de ATTAC -España y ex director general de la UNESCO