domingo, 1 de abril de 2012

Gilles Lipovetsky: 'Facebook y Twitter han llegado para llenar esa sensación de vacío de la sociedad moderna'

MÉXICO.- Gilles Lipovetsky es uno de los más representativos y agudos filósofos de nuestros tiempos. Autor de clásicos como La era del vacío, La felicidad paradójica y La tercera mujer, entre otros, se ha convertido en uno de los pensadores más lúcidos de nuestros tiempos. Una referencia obligada para entender la modernidad, la posmodernidad y la hipermodernidad en la que nuestras sociedades (y cada individuo que en ella nace, crece, se reproduce y muere),  se mueven a una velocidad a veces incalculable.

Un placer poder platicar con Lipovetsky, sus libros  (editados en español por Anagrama) son hoy obligados para entender nuestros tiempos, qué es lo que va cambiando en un mundo en el que las cosas van demasiado rápido y cuyos grandes signos de interrogación se encuentran en lo macro, pero también en lo micro de la vida cotidiana, se publica hoy en 'Excelsior'.

¿Qué es hoy por hoy “el vacío”?
El vacío actualmente se comprende en tres niveles. El primero tiene que ver con la caída de las grandes ideologías de la modernidad: la Nación, la Revolución, la religión... Grandes ideologías en las que ya prácticamente nadie cree. En segundo lugar y, desgraciadamente, el vacío también en la vida política; porque hoy en día es el mercado y el comercio, la economía de los países, la que acapara toda, toda la plaza y el debate públicos; los políticos tienen cada vez menos y menos posibilidades de cambiar su entorno. Y hay un tercer nivel mucho más inquietante y es que las personas se interrogan cada vez más sobre el sentido de su vida; todas las relaciones son cada vez más complicadas, las personas se separan con completa facilidad. Antes, las personas en sociedad podían detestarse, pero por lo menos estaban juntas. Hoy, los individuos se sienten cada vez más solos y hay una gran necesidad de llenar ese vacío. El fenómeno de las redes sociales como Facebook y Twitter así lo demuestra: que los seres humanos tienen necesidad de llenar ese vacío, tiene necesidad de conectarse, de encontrar la manera de permanecer unidos.

Efectivamente, creo que los seres humanos no soportamos el vacío y de la época en la que fue escrita La era del vacío a nuestros tiempos, muchas cosas han cambiado... Y sí, claramente intentamos llenar ese vacío a través del internet y las redes sociales, pero también con otros fenómenos como el crecimiento de la violencia.
Por supuesto, coincido con usted. Frente a estos nuevos vacíos hay varios tipos de reacciones y es ahí donde yo hablo de una “sociedad paradójica y contradictoria”. Si comenzamos por lo más dramático, el vacío que produce la individualización profunda intenta colmarse o contrarrestarse con el surgimiento de sectas y movimientos extremistas que parecerían tener el mérito –para quienes en ellas militan– de devolver un poco de orden al caos aparente. En sociedades que están fragmentadas las personas se reagrupan en “micro comunidades” que parecerían devolver un poco de sentido y de pertenencia. Ese es el rostro más negativo porque puede generar fanatismo, dogmatismo, terrorismo, que difícilmente son controlables.
Pero hay otras maneras de intentar llenar ese vacío que son un poco más optimistas. Por ejemplo, cada vez más y más individuos están convencidos de que el mero “consumo” no es suficiente para satisfacer sus vidas, que es efímero. Y encuentran otras formas de llenar su existencia: ahora es cuando más personas vemos encontrando vínculos creativos, tomando fotografías –aun cuando sólo sean para Facebook–, escribiendo historias, tomando clases, hacen teatro... Lo que es un hecho es que cada vez más seres humanos experimentan unas profundas ganas de crear, de crear algo que tenga un verdadero significado.

Y ahora que menciona esta dimensión creativa existente en las redes sociales, ¿no podrían representar una trampa, no podríamos estar ante el espejo de Blancanieves?
Ciertamente; las redes sociales tienen ese peligro: el individuo se puede llegar a sentir sobrevalorado por escribir una pequeña frase y la resonancia que ésta pueda tener en las redes sociales; “eres guapo; te ves hermosa; qué bien saliste en la foto”... Ésa es otra de las paradojas de esta sociedad hiperindividualista: que mientras más personas afirman su autonomía, más necesidad tienen de reafirmarla a través de los otros. Su autoestima empieza a depender de un “me gusta” o “no me gusta” en el Facebook.
Sólo hay que mirar alrededor: cuántas personas se han vuelto dependientes del internet: miramos qué sucede cuando el teléfono no sirve; ¡es la nueva cara del pánico! Existo en tanto estoy conectado. Esta es una de las presentes tragedias del individuo: adora gerenciar completamente solo su vida, pero al mismo tiempo eso le resulta insoportable cuando no encuentra ecos, así sean los más frívolos imaginables.

Pareciera, otra vez, el camino de ida y de regreso hacia el vacío.
Y sí; una vez más.

Bueno, es que sus libros son eso: una invitación a pensar a nuestra sociedad, a pensarnos como individuos, a pensar el “yo” en relación con nosotros...
Cuando pienso este tipo de temas intento, sobre todo, evitar el pensamiento apocalíptico. Contrario a lo que con frecuencia hace el “alto pensamiento intelectual”, que tiende a la diabolización de lo que ocurre en el mundo y de la política, yo intento observar la vida cotidiana, el mercado, la existencia de los individuos en sociedad. Alcanzo a ver las paradojas que tienen: las partes negativas, pero también rostros muy positivos.
Por eso he trabajado en asuntos que, generalmente, suscitan el desinterés o el franco desdén de los intelectuales; el cine, la moda, la televisión... Pero estoy convencido de que esos asuntos ameritan ser vistos de otra forma. Yo no espero que me lean creyendo que se van a encontrar con la “obra maestra de la humanidad”; simplemente estoy convencido que son asuntos humanos contemporáneos que merecen el mismo interés que todos los demás. Los individuos no estamos hechos de un solo bloque, de una sola pieza: los seres humanos amamos cosas contradictorias, porque somos en esencia seres contradictorios.

Usted menciona con frecuencia la “alta política”, pero siento que ésa ya no existe... ¿Será que la democracia se parece cada vez más al mercado: que simplemente está dirigida a los consumidores?
Es completamente cierto; la “alta política” se trataba de reivindicar el poder, se trataba de cambiar la historia, se creía que la voluntad del Estado era tan vigorosa que podría cambiar el mundo. Hoy ya nadie lo cree de esa manera. Hoy el Estado ya no entusiasma a nadie; hace falta que exista para que ponga orden, pero ya no genera pasiones. La “corrección política” de la democracia apasiona a muy pocos, ya nadie cree en los “grandes políticos”. El Estado hoy apenas y puede regular a ese otro nuevo gran poder: el mercado. Pero lo muy bueno del momento que vive hoy el Estado es que la democracia obliga a los políticos a acercarse a la gente y a sus causas. Están obligados a hacerlo, están obligados a mostrar empatía por las personas y sobre todo proximidad. Ahora ya no existe ese Estado completamente vertical y alejado de la gente. Los políticos se acercan a la sociedad, quieren acercarse, necesitan acercarse. Y esto, aunque cuesta trabajo entenderlo, está en total correlación con un Estado que tiene muy pocos medios para cambiar la realidad, para cambiar al mundo y que no puede cambiar la historia.

Vemos ahora al mercado como la fuerza suprema, pero también vemos que, a últimas fechas, la sociedad comienza a organizarse de cara a este nuevo supra poder. ¿Cómo ve, por ejemplo, el movimiento de los indignados?
El movimiento de los indignados es una expresión completamente representativa de eso que yo llamo “hipermodernidad”, porque las personas están manifestando su indignación de una manera pacífica, sin ningún tipo de violencia. Buscan reivindicar su lugar en la sociedad sin intentar hacer ninguna revolución, pero al mismo tiempo el problema de los indignados es que no tiene traducción política. Es al mismo tiempo un movimiento muy fuerte, pero completamente débil. Su fuerza radica en todo el potencial que tiene esta gente de cambiar las cosas.
Lo que es sorprendente del movimiento de los indignados es que es completamente pacífico, no llama a la insurrección política ni social; su expresión es muy distinta a lo que ocurría en otros tiempos; el movimiento de los indignados no responde al modelo de la “lucha de clases”. El problema es que este movimiento está completamente dispersado; no tiene un programa y no tiene propuestas concretas. Estamos ante una situación muy delicada porque capitalismo y el mercado han invadido nuestras vidas, pero tampoco hay una alternativa creíble a la economía de mercado. En todo caso, mayor regulación; hace falta regular el mercado.

Y al mismo tiempo –lo ha dicho usted antes–, los pueblos no quieren renunciar ni a la democracia ni a la economía de mercado...
Por supuesto, porque las grandes alternativas ya no existen. Las personas disfrutan vivenciar el consumo, incluso a sabiendas de que el mercado puede ser sumamente cruel. La crisis que el mundo ha atravesado en los últimos años demuestra que si el mercado no está regulado no hay más horizonte que el desastre. El liberalismo no debe solamente apelar al laissez-faire; el liberalismo justamente a lo que llama es al equilibrio. El mercado necesita contrapoderes, ha adquirido un poder exorbitante. El Estado debe recuperar algo de poder; hace falta el mercado porque es el mejor medio para generar riqueza; pero dar demasiada libertad al mercado sólo puede conducir al desastre y al colapso de las economías. Es necesario restablecer equilibrios.

¿La democracia ha terminado por convertirse en una suerte de  reality-show?
Si entendemos a la democracia sólo desde su óptica política, efectivamente sobran ejemplos de que se ha convertido en un espectáculo; pero no en todos lados. Por ejemplo si tomas a Berlusconi la respuesta es indudablemente afirmativa, pero si tomas a Angela Merkel, ella no se encuentra en absoluto en la lógica del espectáculo. No todas las democracias operan
bajo el modelo del show business. Y por otro lado, la democracia no es únicamente la labor del gobierno: la democracia también es una forma de vida social. Ahora vemos que la vida asociativa es muy rica en las sociedades que están en democracias avanzadas; pensemos en los movimientos a favor de la ecología, en el voluntariado para ayudar a los pobres, la defensa de los animales, personas que militan para la cultura... La vida de consumo da algunas satisfacciones a los seres humanos pero evidentemente no todas las satisfacciones.
Hoy los individuos ya no quieren militar en partidos políticos; ahora encuentran mucho más atractivo, real y verdadero militar en las asociaciones de personas que comparten sus intereses y sus preocupaciones. Los ciudadanos saben hoy que tienen opciones mucho más concretas para incidir en su vida cotidiana y en la de sus comunidades. Así pues, por un lado la vida democrática, en su expresión electoral, se ha debilitado claramente, pero la vida democrática en su rostro social se ha fortalecido como nunca.

¡Yo aviso! / Carlos Gorostiza *

Aviso a Seat, Renault, Vw, Ford, Opel… de que he reparado mi viejo coche y que ya he descartado completamente cambiarlo. Aviso al BBVA, Santander, La Caixa, Kutxa…de que he renunciado a aquella compra que tenía pensada y que no necesitaré ya pedir ningún crédito. Aviso a Bimbo, Danone, Nestlé, Campofrío, Henkel, Fairy, Ariel... de que me he convertido en un experto en marcas blancas, que son las únicas que llenan ahora mi carro.

Aviso a El Corte Inglés, Inditex, Cortefiel, Hispanitas....de que ya solo compro ropa en outlets o en rebajas. Ah! y que conozco todas las modistas de arreglos de mi barrio. Aviso a Cepsa, BP, Repsol, Shell, Petronor, Avia… de que me acostumbré a conducir despacio cuando la limitación a 110 y que ahora paso de largo por muchas gasolineras. Y, por supuesto, en los viajes largos uso el bus.

Aviso a Prisa, Vocento, Mediapro, Mediaset, Euskaltel y Movistar que la TV de pago ni siquiera la tengo como opción y que he descubierto que se vive perfectamente sin comprar todos los días todos los periódicos. Aviso a las cadenas Barceló, Sol, Zenith, Meliá… de que ya he reservado plaza en un camping para este verano en lugar del hotel de playa de los pasados años.

Soy un privilegiado. Tengo un buen sueldo, excelente en comparación con el de la mayoría de mis amigos, así que estas decisiones no son nada comparadas con las que, sí o sí, han de tomar ellos y otros muchos millones de consumidores. Porque -señores- no olviden que austeridad es NO COMPRAR.

Quienes hoy aplauden entusiasmados esta reforma laboral que precariza los empleos, que expulsa a la clase media del mercado, que destroza la esperanza de los jóvenes más preparados que miran al extranjero como hicieron sus abuelos, mejor harían en no recalentarse las manos con tanta ovación porque tal vez las necesiten para cavar con ellas la tumba de los negocios que hasta ahora les hicieron ricos.

Quien paga sueldos nimileuristas no puede ser tan tonto como para creer que el resto de empresas no harán lo mismo que él y que, por lo tanto, al cabo no habrá consumidores capaces de comprar lo que él tanto necesita vender. Es obvio. Falta solo saber cuánto tardarán en darse cuenta y a cuánta gente habrán destrozado para entonces.

Aviso de que mi huelga particular empezó antes del 29 y que se prolongará mucho después. ¿Y la de usted?

(*)  Político vasco