domingo, 27 de mayo de 2012

Adiós a la democracia / Miguel Riera *

Duele admitirlo, pero lo cierto es que la democracia, la escuálida democracia que disfrutábamos, ha ido escapando paulatinamente de entre nuestros dedos para convertirse en un espantajo, un remedo burlesco de aquello que queda tan lejano ya del “poder del pueblo y para el pueblo” que algunos soñaron y nadie ha alcanzado realmente. Lo que llaman democracia, y como cantaba la calle, no lo es, esconde que los menguados atisbos de soberanía, de capacidad de decisión, que residían en las instituciones teóricamente democráticas que dependían de la voluntad de los ciudadanos, han emigrado bajo el manto protector de la Unión Europea y sus funestos tratados para caer en las manos de los oscuros cárteles financieros, petroleros, químicos, farmacéuticos, académicos, mediáticos, etc., y sus obedientes lacayos: la clase política mayoritaria, de derechas y de izquierdas (esto último lo dicen ellos). 

Así, la mentira, la manipulación, el despotismo, la corrupción generalizada, se han ido instalando con impunidad (con las contadísimas excepciones de aquellos pillados con las manos en la masa y sin posibilidad de encubrimiento, y así y todo, ¡qué pocos van a dar con sus huesos en la cárcel!) en toda las sociedades del Occidente desarrollado, y singularmente en España, un país que de ser la octava potencia mundial (nos decían) está en trance de descender a la segunda división, pilotada por políticos mediocres, alineados y alienados en el “pensamiento” neoliberal.
 
Decía Ramonet en una reciente entrevista televisiva, en uno de esos raros programas en los que no suelen salir los opinadores de siempre, que hoy en día el 70% de las leyes que rigen nuestro país están dictadas por Bruselas, es decir, por personas que no hemos votado (y que en muchos casos nadie ha votado) y que deciden qué deben hacer y cómo han de comportarse los españolitos de a pie. Éstos, que yo sepa, nunca han votado (ni tienen capacidad para deponer en otra votación) a la señora Merkel, ni al señor Barroso, ni al señor Almunia, ni siquiera al presidente del Deutsche Bank, que al parecer manda más en España que el propio Rajoy.

 
Daba fe también Ramonet de una entrevista a Mario Draghi en el Wall Street Journal en el que el exgoldmansachs y actual presidente del BCE afirmaba con rotundidad que el estado del bienestar ha muerto, y que al país que desoiga las instrucciones recibidas de los mandamases de la eurozona le van a dar, no un tirón de orejas, sino una tunda de palos que lo van a dejar tieso, palos atizados por la mano oculta de los “mercados”.

 
Dicho en plata: los capitostes han decidido liquidar el estado de bienestar. Punto. Y se han puesto a ello. Punto. El mecanismo: la desposesión paulatina y permanente. La democracia, obviamente, les importa un pito.

 
Naturalmente, el acelerado desmantelamiento del estado de bienestar ha de provocar resistencias, y con ello necesariamente ha de aumentar, y mucho, la represión. Pónganse en su lugar: ¿como van a conseguir desvalijar al país si la gente sale a la calle y se pone protestona en serio? Hay que sacar la porra, modificar las leyes, desfigurar la realidad, obtener la complicidad de la justicia, asustar al personal como es debido, amenazar, intimidar, encarcelar, restringir…

 
Resistir es imprescindible, pero la simple resistencia es insuficiente. Lo hemos visto con los sindicatos: han tratado, simplemente, de resistir, y se han visto sobrepasados una y otra vez, y con creces en esta última reforma laboral.

 
Hay que pasar al contraataque. Sin violencia, en la medida de lo posible. Con creatividad. Un documento

 
(http://madrid.tomalaplaza.net/2012/05/02/por-la-desobediencia/) elaborado por gente del 15M plantea, entre otras cosas, multiplicar las ocupaciones, animar la objeción de conciencia. Yo añadiría lo que se desprende del tono general del documento: la insumisión.
Tratado a tratado, nos han ido robando la democracia. Intentemos recuperarla.

(*) Editor de las revistas El Viejo Topo y Quimera y de la editorial Montesinos