martes, 3 de julio de 2012

Mary Poppins y el señor de Windows / Carlos F. Iracheta *

Recordamos de nuestra infancia la escena del comienzo de la película Mary Poppins. A un niño londinense parecen negarle la entrega de un penique en un banco, lo que desata el conocido pánico bancario al extenderse por todo Londres la noticia de que el banco no tiene los fondos depositados allí por sus clientes, esos fondos cuya protección se esgrime por la extensa legión de plumas mercenarias que se apresuran en justificar la llamada ´intervención´ en Bankia con fondos públicos.

Existe un profundo desconocimiento en el común de los mortales de lo que es el dinero, por ello debemos aclarar que de toda la masa monetaria circulante por el mundo, nueve décimas partes no son dinero en metálico, sino un simple apunte contable en el banco, de forma y manera que si usted deposita en él 100.000 euros, éste puede disponer de 99.000 euros prestando esa cantidad una y otra vez, hasta una media de cincuenta veces. Ese porcentaje que no pueden prestar es lo que se conoce oficialmente por coeficiente de caja, actualmente fijado en el 1% por el Banco Central Europeo (BCE), que lo redujo en enero de 2012 del 2% al 1% para que circulara mas el dinero y consecuentemente para menores garantías de los impositores. Es decir que por cada euro depositado en metálico en el banco, éste pone en circulación cincuenta euros que sólo existen sobre el papel.

Naturalmente, este fenómeno, que genera una expansión crediticia, lleva a la conclusión de que el dinero no existe tal como la gente cree. Los bancos, razonando como un actuario de seguros, llegan a la conclusión matemática de que apenas existe la posibilidad de que todo el mundo retire los fondos a la vez. Pero si bien casi todos los cisnes son blancos, no se excluye que exista uno negro, por la sencilla razón de que tales cisnes existen; ese cisne negro que la semana pasada estuvo a punto de aparecer en el estanque fétido de las finanzas españolas.

Por eso, el llamado Fondo de Garantía de Depósitos, es simplemente un mito legal para tranquilizar a la gente y a la vez una excusa para justificar que la inyección de dinero en los bancos o cajas al borde de la quiebra es un medio de proteger a los ahorradores. F. D. Roosvelt tenía bien claro que con la excusa de los depósitos los bancos mantenían de rehén al Estado Federal, que para proteger los depósitos de la gente tenía que salvar a los bancos de sus inversiones desastrosas, como aquí ahora. Este fenómeno siempre actúa del mismo modo y ha sido extensamente estudiado por acreditadas escuelas de economistas. Como los bancos, prestando una y otra vez sin que exista un respaldo de ese dinero a través del oro en sus tiempos o del ahorro real en estos momentos, generan una serie de señales o estímulos que los empresarios tienden a aceptar como buenos, invirtiendo en proyectos sin viabilidad económica cierta, se crea una burbuja (en tiempos, los tulipanes holandeses, la construcción en Florida, ahora la promoción inmobiliaria en España), que inevitablemente estalla, generando una crisis económica con recesión o depresión y finalmente una estabilización presupuestaria.

Son los bancos y no los empresarios los responsables del desastre, pues eran aquéllos los que tenían necesidad de expandir sus actividades lejos de la banca tradicional. Para muestra, un botón. En 1995, el señor Botín se lleva del brazo al señor Aznar a la Conferencia Hipotecaria de Londres; a la vuelta, el señor Arias Salgado ya tiene preparada la reforma de la Ley del Suelo para decir que todo es urbanizable salvo excepciones, y no al revés. Los bancos empiezan a prestar a la gente que no ahorra sino que se endeuda, y todo va como la seda. Los políticos, como las arcas públicas cobran impuestos por esa actividad frenética, tan contentos, empiezan a dilapidar el dinero en proyectos inviables y ruinosos; los contratistas de obras y los promotores inspiradores de esa política y beneficiarios de ella aparecen en el Forbes, pues se les adjudican las obras inútiles o se les financia por los bancos, con la garantía de las acciones propias, el desembarco en compañías extrañas a su objeto social (Repsol-Sacyr, Iberdrola-ACS, etc) y además se modifica la Ley de Sociedades Anónimas para permitirles el asalto a la compañía (enmienda Florentino, a voz en grito en el Congreso, a través de un diputado socialista, con carta previa de recomendación del señor Aznar a todos los diputados del Grupo Popular que estaban renuentes).

Mientras, una extensa legión de plumas mercenarias llevaba tiempo caldeando el ambiente con hondas conferencias sobre la necesidad de liberalizar el suelo, con el loable y sincero propósito de «abaratar el precio de la vivienda» (Solchaga, Fuentes Quintana y muchos otros), cosa que obviamente no consiguen, pues entre otras cosas olvidan que si los dueños del suelo son mayoritariamente los bancos no existe concurrencia real y no hay razón alguna para bajar los precios; al revés, lo retienen todo lo posible.

Pero sigue la fiesta y los legisladores regionales, como papagayos, imitan y superan la Ley del Suelo del Estado, estimulados además por un disparatado Tribunal Constitucional, que en plena borrachera autonomista destroza el derecho de propiedad entregando su gestión a la recua de concejales y funcionarios municipales, cuyo resultado a la vista está.

Antes de todo esto, al otro lado del Atlántico, donde se deciden las cosas de verdad entre Paulson, Blankfein y otros, el presidente Clinton, en los escasos momentos de lucidez que le proporcionaba dejar de ser succionado por Mónica, pero pérfidamente influido por Greenspan y otros, había promovido la derogación de la Ley Glass-Steagall que prohibía desde la Gran Depresión mezclar las actividades de la banca comercial con la de inversión, pues como ya había espetado F. D. Roosvelt a J. P. Morgan, «ustedes pueden ser un banco comercial o de inversión pero no las dos cosas a la vez». Consecuencia de esta derogación es la rimbombante Ley de Modernización de los Servicios Financieros, que ahora permite mezclar las actividades comerciales y de inversión, permitiendo entrar a los banqueros en la gerencia de empresas industriales participadas por ellos o en los seguros. Además, ahora pueden acceder a los préstamos de la Reserva Federal o BCE, a seguros sobre depósitos, etc.

El desastre estaba garantizado y solo hacía falta un elemento más, a saber: una política de bajos tipos de interés, asunto del que se encarga Greenspan con singular maestría. Él no necesita esperar a la publicación del índice de confianza de la Universidad de Michigan; le basta con darse una vuelta por la Tercera Avenida para ver si las lavanderías tienen las máquinas a pleno rendimiento. Qué sabrán esos gilipollas de lo que es la vida. Hay que salvar a los bancos, siempre, espetaran a todo el mundo, pues ya son demasiado grandes para dejarlos caer, puesto que, olvidando la dieta Glass-Steagall impuesta por Franklin D. Roosvelt, se han engullido compañías de seguros, participaciones industriales, etc.

El viento del desastre americano no tardaría en cruzar el Atlántico, colocando en Europa paquetes de hipotecas impagables sobre casas vendidas a minorías sin ingresos que no renunciaban al sueño americano de tener una vivienda, ciudadanos que no tenían nada que perder, pues en el peor de los casos si no tenían para pagar la hipoteca el banco se quedaba con la vivienda y en paz.

Y en éstas, el 50% del sistema financiero español en manos de una cosa que desde el padre Piquer ha evolucionado que no veas, en la que no existen accionistas, gestionadas por un sistema de participación social alabado por un nutrido coro de almas agradecidas, que se han echado al monte urbanizable olvidándose de la piedad, compitiendo con los bancos en condiciones de ventaja y convertidas en un engrudo inextricable lleno de promotores, empresarios de medio pelo, economistas keynesianos y de lo que haga falta con tal de que renueven el cargo.

Y ahora tienen ladrillo malo y hasta bueno que tienen que provisionar, con más apuntes contables, por supuesto.

(*) Arquitecto