viernes, 13 de julio de 2012

Comparando número de “funcionarios” en Europa

Hace unos días se veía con cierta sorpresa el siguiente hecho, el comentario más valorado en una noticia de un diario económico de supuesto reconocido prestigio era la de un señor el cual afirmaba que “en Alemania hay la mitad de funcionarios que en España con el doble de población”. El día 29 de junio veía cómo en Intereconomía decían que en Alemania había 1.600.000 “funcionarios”. Semejantes afirmaciones, que suelen salir de los mismos lugares de donde aparecen los números de políticos, despertaron mi curiosidad y me llevó a buscar algo de información que me permitiera llegar a escribir esta entrada. Y hacer comparativas supranacionales, como he dicho en más de una ocasión, es bastante complicado por la gran heterogeneidad con la que se suelen dar en los datos. En este caso no iba a ser menos.

Así que el primer paso por mi parte debería ser buscar una fuente de datos que sea lo suficientemente sencilla para que un tarugo como yo pueda preparar algo medio aproximado y que sus datos sean homologables. Y seguramente el mejor lugar para encontrar esos datos es el Departamento de Estadística de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Cumple su función perfectamente: ofrece de manera sencilla el número de empleados públicos de los países que selecciones. Lo puede hacer usted mismo seleccionando Empleo -> Empleo en el sector público. Pero incluso esta fuente estadística tiene un gran problema que comentaré más adelante.

Dar el número de empleados públicos por país así a lo bruto no tendría mucho sentido, debería ser puesto en contraste con otra cifra que de sentido a la magnitud. Esto puede ser la población del país, la población activa, la población ocupada o los jugadores de fútbol del filial del equipo campeón de liga del país en cuestión. Como esto último no tiene sentido, serían el resto de parámetros más adecuados. En mi caso he elegido la población del país por encima de la población ocupada. Primero porque es más sencillo de encontrar para los 27 países de la UE que mostraré, segundo porque considero que los trabajadores públicos no sólo trabajan y existen en relación a la población ocupada sino que lo hacen para toda la población en general, que es a la que ofrecen sus servicios. Por último y adelantando los problemas de la fuente de la OIT, no todos los países dan los datos de la misma forma y del mismo año. El caso es que para sacar la población de los países he utilizado Google Public Data que también es asequible para mí.

Así que paso directamente a mostrar el resultado en un grafico de barras muy apañado que le servirá en todo tipo de debates al respecto.

El gráfico por sí mismo ya es bastante revelador, pero además como dije antes no todos los países ofrecen los datos de la misma manera. A continuación les comento las peculiaridades de varios de los países del estudio.
  • Austria: No ofrece datos de sociedades y empresas públicas. El número de empleados es una medida llamada “Equivalencia a tiempo completo”. Eso quiere decir que la cifra dada por la oficina estadística del país no es la del número de trabajadores total, sino que si  por ejemplo la jornada fuera de 8 horas y dos trabajadores trabajaran 4 horas al día, contarían como uno sólo. Por lo tanto el número de empleados públicos austríacos si fuera contabilizado igual que el de alemanes o españoles sería mayor al que ofrece el estudio. ¿Hasta qué punto? Desconozco el número de trabajadores en empresas públicas o cuántos trabajadores a tiempo parcial hay en la Administración de ese país. Pero lo que es obvio es que el ratio de Austria sería menor si el dato estuviera homologado.
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  • Bélgica: Este país tampoco ofrece los datos relativos a empleados en empresas y sociedades públicas.
  • Bulgaria: Ofrece datos de aquellos empleados que tiene “contratos regulares”. Si quieren que le diga la verdad no he conseguido saber qué es exactamente un “contrato irregular”.
  • República Checa: Ofrece datos completos de 2007, que son los que he tomado.
  • Finlandia: Los datos pertenecen al año 2008. Aunque en la web de la OIT dice que “Empleo en el sector privado, incluye los empleos de las empresas públicas”. Otro estudio hecho por la presidencia francesa daba un número parecido total.
  • Francia: La cifra es de 2006. En el estudio realizado bajo la presidencia francesa de la UE  de 2008 daba 5.2 millones especificando que pertenecen a Gobierno central, local y sanitarios.
  • Grecia: El dato griego sería para 2008. También cabe mostrar esta fuente daba 876.732 en 2009. Recordar que los datos ofrecidos por OIT son los facilitados por las oficinas estadísticas de los países consultados.
  • Hungría: Este país tiene la peculiaridad de ofrecer los datos sólo de instituciones y entidades con al menos 5 empleados. Desconozco si hay muchos con menos de esa cifra. Los datos son de 2008.
  • Italia: También ofrece el dato como “equivalencia a tiempo completo”, por lo que igual que con Austria el número sería algo más alto. No hace un desglose de las empresas públicas como otros países, por lo que no sé si estarán incluidos o no. De no serlo esto engordaría su cifra.
  • Lituania: Igual que Bulgaria ofrece los datos de contratados “regularmente”.
  • Malta: El dato es de 2006.
  • Países Bajos: La cifra holandesa es la de 2007, además también da una cifra estandarizada a jornada completa. Por lo tanto los empleados públicos que trabajen a jornada parcial, que en Holanda deben ser bastantes visto que ese país es precisamente líder en ese tipo de jornada, pueden hacer aumentar bastante la cifra.
  • Portugal: El dato es de 2008, no habla de empleados de empresas de titularidad pública como otros países.
  • Rumanía: Cifra de 2008.
  • Suecia: El dato de este país pertenece al año 2007.
Como se ven las peculiaridades son muchas pero el hecho de que sea España el país que ofrece los datos más recientes e incluyendo más colectivos hace que las variaciones posibles no den como resultado enormes cambios.

Esto es lo que puedo ofrecer de momento. Las cifras y la fuente están ahí. Como conclusión lo único que destacaré es que tanto la cifra que daba Intereconomía como lo que decía aquel comentarista, que deben salir de la misma fuente, parece manifiestamente falsa como acostumbran a hacer algunos medios. Salvo error u omisión por mi parte, que gustosamente recogeré los apuntes que hagan en los comentarios, aquí sí que existe una cifra dada por un organismo internacional. Lo del 1,6 millones de “funcionarios” alemanes seguramente salga de dos circunstancias: la equivalencia en jornada completa y la eliminación de ciertos colectivos. Así que por lo visto de empleados públicos no vamos muy sobrados y esta cifra puede contrastarse con alguna información de algún diario de tirada nacional que ha dado cifras de salarios e impuestos recaudados para intentar escandalizar.

Pequeña guía financiera / Enric González *

Supongamos que acaba de conseguir usted 100.000 euros gracias a una herencia, un golpe de suerte en la lotería, un delito (eso da bastante caché si quiere fundar una dinastía de financieros) o lo que sea. Supongamos que no desea hacer lo que haría la mayoría en su situación, como pagar la hipoteca o comprar un billete de ida a Nueva Zelanda para comenzar una nueva vida, sino invertir. De terrenos y ladrillos, por el momento, no quiere ni oír hablar. Hace bien. En cuanto se pone a pensar en qué hacer con el dinero, ingresa usted en eso que se llama “los mercados”. Enhorabuena.

DEUDA PÚBLICA. Un anuncio le propone que adquiera bonos a 10 años del Tesoro español. Lo que le proponen es que le preste dinero a España. Pero usted sabe que España ya debe un montón. Ahora mismo, el 80% del Producto Interior Bruto. Es decir, que para pagar la deuda haría falta casi todo lo que producen en un año entre todos los españoles (si fuera posible trabajar sin comer ni consumir nada). ¿Se fía usted de la solvencia de España? No mucho, ¿verdad? Como cabe la posibilidad de que España no le devuelva el dinero en el plazo previsto, exige compensación por la vía de los intereses. Eso siempre es así: una inversión segurísima da poco interés; una inversión suicida da muchísimo. Alemania, que también pide dinero, le ofrece en torno al 2%. Es solvente. España le propone pagarle un interés del 7%. Hummm. La diferencia entre el 2% de la deuda alemana y el 7% de la deuda española es lo que llamamos PRIMA DE RIESGO. ¿A quién le presta usted? ¿A los alemanes, sacando poco beneficio? ¿A los españoles, sacando un buen margen pero temiendo que al final no vaya a ver ni la pasta que pone ni el margen que espera? Como es usted un valiente, decide prestar a España, pero forzando un poco: sólo soltará el dinero cuando le paguen el 7,5%. Acaba usted de elevar la prima de riesgo.

SOLVENCIA. Ay, amigo mío. Con su justificada codicia de inversor, ha complicado las cosas para usted mismo y para su país. Porque el Reino de España, ya muy endeudado, ahora no sólo tiene que devolver la deuda, sino pagar por ella un interés cada vez más alto. Aumentan las posibilidades de que España no pueda devolverle el dinero. Es decir, su inversión ha contribuido a aliviar las miserias del Reino de España, pero a la vez ha reducido su solvencia. Ingenioso, ¿no? En ese momento, las llamadas agencias de calificación, Moody’s, Standard&Poors, etcétera, rebajan la nota de solvencia. Tiene usted motivos para preocuparse. Y no sólo eso: ahora el Gobierno tendrá que subirle los impuestos para poder devolverle el préstamo. Si es usted un serio aspirante a financiero y ha obtenido los 100.000 euros por vías inconfesables, ya se las arreglará para no pagar impuestos.

BANCA. Ha oído usted que la banca española ha recibido una ayuda de 100.000 millones de euros y ahora piensa que quizá tenía que haber comprado acciones de un banco. No, no lo piense, por favor. Ya ha visto lo de BANKIA. ¿Qué ha pasado ahí? Pues que para tapar los problemas de unas cuantas cajas insolventes se las juntó para formar un gigantesco banco insolvente. Fantástica idea. El presidente del banco, Rodrigo Rato, no creó el pufo, pero se sentó sobre él y durante un año hizo como si no existiera. Habría que preguntar al ex gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, y al anterior jefe del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, por qué permitieron que se montara ese desastre.

Aunque Mariano Rajoy, el que prometió decir siempre la verdad, hable de préstamo a la banca, se trata en realidad de un RESCATE. ¿Cuál es la diferencia? Muy sencillo. Si usted tiene una deuda y puede pagarla sin problemas, no pasa nada. Si tiene la deuda y no tiene dinero pero el banco se lo presta, no pasa nada. Si para pagar la deuda tiene usted que suplicarle al borde de su cuñado que le deje dinero, ya estamos en el ámbito humillante de los rescates.

La banca española ha tenido que pedirle un pastón al cuñado alemán, y el cuñado, que no se fía, ha puesto sus condiciones: exige que sea el Reino de España el que reciba el dinero (con lo que aumenta su deuda global), lo administre y se haga responsable de devolverlo. ¿Qué quiere decir eso? Que si un banco con problemas se lleva, pongamos, 20.000 millones para solucionar sus pufos y luego no puede devolverlos, cosa que parece bastante posible, será España quien pague el pato. Volverán a subirle los impuestos. E incluso puede ocurrir que eso no baste y España ya no tenga forma de pagar. Entonces será todo el país el que necesitará un rescate (estamos muy cerquita de eso) y no parece que el cuñado alemán y el resto de cuñados europeos sean tan ricos como para poder hacerse cargo. Grecia, Portugal e Irlanda son economías pequeñas y rescatables sin excesivos problemas (salvo para sus ciudadanos). La economía española es demasiado grande. Puede ser que el Reino de España pida un rescate y los cuñados contesten que hasta ahí no llegan. Cuando eso ocurra, lamentará usted no haber emigrado a Nueva Zelanda.

EURO. Usted, avispado amigo, ya habrá notado que el dinero es sólo papel. Creemos que vale algo porque alguien que manda mucho nos dice que vale lo que vale. En la Unión Europea, quien manda es Alemania porque es el país más rico y uno de los que más ahorran, con lo que, a diferencia de España, que no ahorra un duro, dispone de dinero para las emergencias. El euro es, en realidad, el antiguo marco alemán con otro nombre y otros colorines. Un alemán se fía de su moneda porque su economía es fiable y su Gobierno es fiable. Ojo: es fiable para los alemanes. Los griegos entraron en el euro pero contrajeron muchísimas deudas que ahora no pueden pagar y han tenido que pedirle 170.000 millones al cuñado alemán, quien, como buen cuñado rico, borde y moralista, ha dicho que sí pero a cambio de que Grecia cumpla unas condiciones brutales: ni Seguridad Social, ni salarios dignos, ni nada.

¿Qué puede hacer Grecia? Puede obedecer al cuñado. O puede mandarlo a tomar viento y crear una nueva moneda (basta una imprenta para eso) y fabricar montañas de billetes. Esos billetes, se llamen dracmas u otra cosa, serán vistos en el extranjero como dinero de Monopoly, pero en Grecia valdrán. Nadie prestará dinero al Estado griego, que, sin embargo, confiará en que el Fondo Monetario Internacional se apiade y realice préstamos de emergencia porque al fin y al cabo esa es su obligación. Si eso pasa, ¿qué pensará usted? ¿No temerá que otros países, entre ellos España, acaben como Grecia? ¿No temerá que sus bonos españoles, que usted pagó con euros, se conviertan en papelitos de Monopoly? ¿No le entrará el pánico? Pues eso. Si cae un país, el pánico y el carajal serán terribles.

¿De verdad ha pillado usted 100.000 euros? Pues piense en Nueva Zelanda. En serio. 

(*) Enric González (Barcelona, 1959) le gustaría vivir del aire. Su verbo favorito es zascandilear, acción que ha conjugado con un Dry Martini en Londres, Nueva York, Roma, París o Jerusalén.
Enric González se inició en el periodismo con diecisiete años, trabajando en la Hoja del Lunes de Barcelona, para después hacerlo en El Correo Catalán y El Periódico de Catalunya. En los años ochenta comenzó a trabajar para El País, siendo corresponsal en Londres, París, Washington, Nueva York, Roma y Jerusalén. Ha obtenido premios periodísticos como el Cirilo RodríguezFrancisco Caicedo o Ciudad de Barcelona.

Ya somos griegos / Rafael Poch *

Merkel pregona para la Europa del Sur 
políticas que nunca aplicó en su país
Ahora que ya nos han intervenido en toda regla quizá comprendamos, como país, el estado y sentir de los griegos de los que hemos estado desmarcándonos de forma tan miserable. Somos víctimas del mismo fraude que ellos: los de abajo pagando por estafas internacionales realizadas por el sector financiero y consentidas por el poder político.  Los ahorros y sacrificios son para pagar las deudas de ese sector, que es internacional. Y  los imponen los mismospolíticos que sancionaron el casino.
Además, dentro de ese fraude social manifiestamente injusto, en Europa, especialmente en la Europa del Sur, somos víctimas de una política estúpida y miope con la que Berlín y Bruselas intentan resolver mediante devaluación interna el defecto de nacimiento del euro, una unión monetaria sin unión fiscal. El resultado es una asfixiante política de austeridad que agrava la situación. Grecia es eso. Y ahora nosotros somos Grecia.
Es verdad que el gobierno griego mintió en sus cuentas y que el gobierno español dio alas al ladrillo para mantener su “España va bien”, “superamos a Italia” y “vamos a por tí, Francia”. Son diferentes modalidades de la misma mentira. Meros detalles. No hay país europeo que no haya mentido con su economía. La mentira de Alemania es particularmente desvergonzada y a diferencia de la española o la griega, aun está por desvelar. Se trata de que la Señora Merkel pregona para sus socios cosas que no practica en su país.
Alemania hizo recortes sociales muy dolorosos en 2003, cuyo impacto en la productividad y el crecimiento fueron casi nulos. Donde sí tuvieron impacto, junto con las bajadas de impuestos a ricos y empresas,  fue en la tasa de beneficio de la minoría más rica. El Estado Social alemán era, y es, una bestia mucho más rechoncha que su equivalente meridional. Había más grasa y el adelgazamiento fue menos intolerable. Los ajustes alemanes fueron dolorosos pero no tienen nada que ver, en sus plazos y en su profundidad, con lo que se ha hecho en Grecia y lo que se va a hacer ahora en España.
En 2005 la hoy canciller Merkel y entonces mera candidata de la CDU anunció en el congreso de su partido en Leipzig reformas radicales, pero cuando llegó al poder y firmó el acuerdo de coalición con los socialdemócratas, con quienes compartió su primer gobierno, decidió frenar las reformas para no sobrecargar a la gente de tal forma que los dolores de los recortes no se hicieran insoportables. De paso mandó a paseo el compromiso europeo de mantener el déficit por debajo del 3%, y, al revés, practicó una política económica expansiva.
En 2009, Alemania entró en recesión, y ¿qué hizo la Señora Merkel, que ya no gobernaba con los socialdemócratas, sino con socios tan neoliberales como ella?: estimuló la economía invirtiendo dinero en el “kurzarbeit”, la jornada a tiempo parcial, subvencionó al fundamental sector del automóvil con el llamado “Abwrackprämie” , la rebaja por compra de coche nuevo a los propietarios de modelos viejos, y metió mucho dinero en infraestructuras y escuelas sin bajar en ningún momento los presupuestos de educación.
La lista contiene todo lo contrario de lo que Merkel dice que hay que hacer en Europa: recortar, impedir mediante el corsé del Pacto Fiscal cualquier huida del compromiso de déficit, nada de programas de estímulo y castigar a la población mucho más allá de lo soportable – lo de Grecia, capítulo en el que ahora va a entrar España.
Este cinismo no es particularmente malvado ni exclusivo de la canciller: es lo que se ha hecho siempre desde los países más poderosos de Occidente: recomendar e imponer políticas, a Rusia, a América Latina, al tercer Mundo en general, que ellos nunca practicaron en casa por la sencilla razón de que la austeridad unilateral nunca ha funcionado en ninguna parte y porque las enormes tasas de paro del 20%, que Grecia y España sufren, desestabilizan las sociedades y convierten a sus gobiernos en misión imposible. Con más de quince millones de parados –el equivalente a nuestro 20%- también Alemania sería un caos y probablemente un caos mucho peor que el griego por la ausencia o extrema debilidad en Alemania de mecanismos y redes de solidaridad familiar que en el mundo mediterráneo son importantes.
Como la actual receta obviamente no funciona, hay que ir en otra dirección. Una solución podría ser la alemana, pero la de verdad, no la leyenda, y, naturalmente, adaptada a nuestras condiciones y , a poder ser, manifiestamente mejorada. Es decir; aflojar la austeridad, denunciar la deuda y no pagarla (por lo menos en toda aquella parte manifiestamente odiosa), hacer caso omiso del estúpido Pacto Fiscal, invertir en educación y en transición energética hacia renovables de forma descentralizada y sostenible, practicar una política fiscal menos injusta que grave a los más ricos, acabar con la ignominia de los desahucios, cuidar nuestra satisfactoria sanidad, mejorar nuestras universidades y formación profesional, etc., etc.
Obviamente para ello es preciso una sociedad despierta, activa y comprometida con tal programa.  Son necesarias nuevas fuerzas políticas. Y como el caso griego ha evidenciado con sus 17 jornadas de huelga general, no basta con protestar en casa contra decisiones que vienen de fuera, sino que hay que actuar directamente contra Bruselas y Berlín,  en coordinación con los sindicatos y la ciudadanía de otros países y teniendo siempre mucho cuidado en no degenerar en un nacionalismo excluyente.
Ahora que la Unión Europea quiere disolver, aún más, la soberanía nacional, los nacionalismos -catalán y español incluidos- son necesarios, pero hay que manejarlos con cuidado pues a esta fiesta acudirán no pocos vendedores de alfombras dispuestos a hacer pasar las graves cuestiones sociales e internacionales del momento por ajustes de cuentas nacionales con  promesas de dorados amaneceres.
La identidad europea, si es que algún día llega a existir tal excéntrico concepto, debe forjarse desde la ciudadanía. Como el ciudadano es el sujeto de la nación, cualquier identidad civil europea seguirá siendo necesariamente nacional por varias generaciones. Así que el “más Europa” sólo puede alcanzarse desde abajo y desde las naciones -desde todas ellas, no sólo desde los Estados-nación-  y no contra ellas. Un “más Europa” contra la ciudadanía y contra las naciones es lo que sugiere el último delirio de Berlín. El  “más Europa” merkeliano no es más que un fraude que se agita para tapar las desastrosas consecuencias del anterior, es decir para cubrir el desastre ocasionado por  la austeridad y la disciplina dirigida a pagar deudas odiosas. No creo que ni la propia Merkel se lo crea, pero algo debe decir para seguir pasando por europeísta cuando es la líder de la desolidarización europea, Habermas dixit.
Lo que está en crisis no es el euro, sino precisamente una Europa construida conforme a los mercados. Contra esa fracasada Europa conforme al mercado que se quiere profundizar –lo que evidencia que los burócratas de Bruselas no han entendido nada-, hay que inventar unaEuropa conforme a los ciudadanos y sus naciones. No funcionará como unos Estados Unidos de Europa, pero eso es más virtud que defecto. Será algo necesariamente ambiguo y fofo, pero ahí estará la gracia porque esa es la vía democrática.
(*)  Periodista corresponsal del diario español La Vanguardia en Berlín. Antes fue el corresponsal en Moscú y en Pekín. Previamente trabajó para el diario alemán Tageszeitung, la agencia de noticias alemana DPA y como periodista independiente en Europa central.