sábado, 1 de septiembre de 2012

El PIB español cae más de lo esperado y retrocede -1,3% en 12 meses

No fue un 0,7 por ciento sino un 0,4 por ciento lo que creció la economía española el año pasado. Y este año se aproxima a tener un descenso cercano al 2 por ciento producto de los fuertes recortes y los planes de austeridad impulsados por el gobierno que han sido una receta perfecta para el desastre. Parte de la tarea ya está cumplida pues la economía española se deslizó -1,3 por ciento durante el primer semestre, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística.

El INE también revisó a la baja su cifra para el producto interno bruto de España el año 2010, y de una caída de -0,1 por ciento estimada inicialmente, señaló que el retroceso fue de -0,3 por ciento. Mantuvo, eso sí, sin cambios los datos correspondientes al año 2009, cuando la economía española se contrajo un -3,7 por ciento, y 2008, cuando registró un crecimiento del 0,9 por ciento. Los datos de la debilidad de la economía española se presentan en la gráfica y son contundentes: en los últimos 4 años, tres años marcan retrocesos significativos.
De acuerdo a los datos del INE, la reducción del crecimiento en 2011 (de 0,7 por ciento a 0,4 por ciento), se debió a un menor aumento estimado de las exportaciones y una baja más pronunciada de la demanda interna. El crecimiento real de las exportaciones del año pasado se redujo de un 9 por ciento a 7,6 por ciento, mientras que la disminución de las importaciones aumentó de 0,1 por ciento a 0,9 por ciento.
Con estos nuevos datos del INE se confirma que España está atrapada en una fuerte recesión, y que las políticas de austeridad impulsadas por la troika, así como el alto desempleo que atraviesa el país, mantienen a España en un profundo estancamiento, potenciado por la fuga de capitales que corta los créditos del sistema financiero. Aunque el gobierno estima una contracción del PIB de -1,7 por ciento para este año, todo indica que el retroceso superará el -2 por ciento.
La economía española está siendo maltratada no solo por las políticas procíclicas de la troika y las autoridades españolas, sino también por la recesión mundial y el colapso que a nivel global sufre el sistema financiero. La estructura ponzi de las finanzas globales y la total desregulación que se estableció en un aparato que no tenía ninguna posibilidad real de autorregularse a sí mismo, tiene al mundo a las puertas de una nueva y profunda recesión global.

Marco Antonio Moreno

El rapto de Europa / David Torres *

Que la capital de Europa esté en Bruselas no deja de tener su gracia. En un continente cuya historia reciente se resume en una greña casi perpetua entre Francia y Alemania, lo lógico hubiera sido colocarla en Berlín o en París. Pero Bélgica está bien, mejor que bien incluso, porque de un modo inconsciente, casi de pura chiripa, los analfabetos y codiciosos arquitectos del euro han venido a reconocer el papel que este pequeño país ha jugado en la historia europea en los dos últimos siglos: un ensangrentado y casi continuo campo de batalla. De Napoleón a Hitler, de Waterloo a Las Ardenas, pasando por las carnicerías inconcebibles de Ypres, Bélgica ha sido el cementerio de todos los sueños y pesadillas de la unificación europea.

También fue, y digno es reconocerlo, la patria del primer gran genocida del siglo XX, el rey Leopoldo II de Bélgica, aquel filántropo barbudo cuya infatigable labor de rapiña en el Congo provocó una masacre que se calcula en nueve o diez millones de víctimas. Un monumento perenne a la esclavitud, un Holocausto de piel negra a machetazo limpio en pleno corazón de África: eso también es Europa. Sí, la verdad es lógico que Bruselas sea la capital de este horrendo matadero del que tan orgullosos estamos y al que bautizamos con el nombre de un mito griego.

Para intentar resucitar el espectro de la Roma imperial, los chicos listos de la banca europea inventaron el euro, un sestercio de mierda, una imitación del dólar, una patente de corso para millonarios que a los pobres sólo nos supuso un ancla al cuello. Diez años después, la jugada ha resultado todo un éxito financiero y una absoluta catástrofe económica, con varios países al borde de la quiebra, millones de parados husmeando en la basura y familias enteras desahuciadas mientras piaras de indecentes gobernantes se dedican a facilitar el expolio a los banqueros.

De cualquier modo, podemos dar gracias porque, para haber caído tan bajo, no hayamos necesitado otra guerra de trincheras. Ni siquiera dictaduras ni golpes de estado: dos países democráticos (Grecia e Italia, las dos cunas simbólicas del continente) perdieron a sus líderes electos en cuanto el dinero movió sus hilos desde Bruselas. En España todavía no ha hecho falta porque contamos con un monigote con gafas que pierde el culo en cuanto le chiflan sus titiriteros.

El mito lo dice todo: Zeus, aquel obsceno dios del Olimpo, se disfrazó de toro para forzar a una muchacha llamada Europa. Engaño, rapto y violación: he ahí nuestro origen y nuestro destino cifrados en una antigua fábula. Para que la analogía fuese perfecta, sólo faltaba una metamorfosis en lluvia de oro.

(*) Escritor

La ocupación del lenguaje / Gonzalo Abril (UCM), Mª José Sánchez Leyva (URJC) y Rafael R. Tranche (UCM)

Actualmente la derecha acapara un inmenso poder político y económico. Pero además de imponer en toda su radicalidad el modelo neoliberal, trata de operar un cambio de mentalidades que lo normalice y con ello ejercer la hegemonía cultural mediante el control de las representaciones colectivas. Este proyecto se sustenta en una campaña sistemática de autolegitimación y descrédito de los argumentos progresistas, en coordinación con la derecha mediática mayoritaria, cuyas estrategias discursivas fundamentales son:

La creación y propagación de conceptos.Propias o prestadas, las nuevas nociones trazan un mapa de la vida pública, sus actores y sus conflictos: competitividad, moderación salarial, dar confianza a los mercados, privilegios (para denominar derechos), copago. Se exponen como verdades incuestionables pero su sentido y alcance nunca se explicitan, pues parecen lograr mayor eficacia práctico-política cuanto menor es su precisión semántica. Por ejemplo, “libertad” asume un significado muy cercano a “seguridad”. El eslogan de la BESCAM en Madrid lo ejemplifica: “Invertir en seguridad garantiza tu libertad”. Como en la “neolengua” de Orwell, las nuevas nociones son a menudo “negroblancos”, inversiones del significado común de los vocablos. El “Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos” es el programa de recortes del gobierno de Castilla-La Mancha. El “proceso de regularización de activos ocultos” de Montoro es una amnistía fiscal.

Klemperer narra que la población alemana no hizo suyo el lenguaje de los nazis a través de sus tediosas peroratas, sino por medio de expresiones repetidas de modo acrítico en los contextos de la vida cotidiana. Las palabras de los actuales líderes de la derecha no son menos letárgicas. Sus muletillas (“no se puede gastar lo que no se tiene”; la sanidad “gratuita” es insostenible; solo nosotros tenemos “sentido común”) contrarían cualquier prueba de verdad o validez normativa: el capitalismo financiero se basa en el crédito, o sea, en “gastar más de lo que se tiene”; la sanidad pública no es gratuita, sino financiada colectivamente; y es una inversión ideológica y un dislate suponer que cabe sentido común en el hecho de reclamarlo como propio y exclusivo, es decir, como no común. Pero por su simpleza, su fuerte arraigo en la doxa y su apariencia no ideológica, tales expresiones consiguen adhesión.

La usurpación de la terminología del oponente. Nadie es dueño del lenguaje, pero las expresiones se adscriben legítimamente a tradiciones, relatos e identidades políticas determinadas. Al usurpar los términos de la izquierda, la derecha neutraliza y a la vez rentabiliza su sentido contestatario. Esperanza Aguirre afirma que las políticas de los sindicatos “son anticuadas, reaccionarias y antisociales”. Palabras como “cambio” o “reformas”, antes vinculadas a proyectos progresistas, disfrazan ahora contrarreformas. Rajoy dijo en la conmemoración oficial de la Constitución de 1812: “Los gaditanos nos enseñaron que en tiempo de crisis no solo hay que hacer reformas, sino que también hay que tener valentía para hacerlas”. Sustentándose en la reputación de espacios y tiempos institucionales, los actuales recortes se invisten del valor simbólico de reformas históricas.

La estigmatización de determinados colectivos. Médicos, enseñantes, funcionarios, estudiantes y trabajadores fijos son descalificados. Al disfrutar de supuestos “privilegios”, parecen co-responsables de la situación actual. Desprestigiándolos se puede activar un malestar social basado en el rencor, la envidia y el miedo, y socavar la reputación de lo público para justificar su liquidación. Se alude a los desempleados como beneficiarios de la reforma laboral, pero se les supone holgazanes que deben redimir su inutilidad con labores sociales. Un empresario farmacéutico, Grifols, propone como solución donar sangre: “En épocas de crisis, si pudiéramos tener centros de plasma podríamos pagar 60 euros por semana, que sumados al paro son una forma de vivir”. El parado se convierte así en un desecho cuyo cuerpo puede ser mercantilizado. El siguiente paso podría ser la venta de órganos o de los hijos a los que no se pueda mantener. Los primeros ajustes en la sanidad pública penalizan a un nuevo apestado, el enfermo, lo señalan como causante del déficit, y exigen que (re)pague por su debilidad. Si la estigmatización es el paso previo a la expulsión, como ya ocurre con los sin papeles, otros muchos colectivos podrán ser excluidos.

Un método de argumentación basado en la simpleza y la comprensión inmediata. De nuevo, el “sentido común”, ritornello favorito de Rajoy, sustenta este procedimiento. Formas de razonamiento y esquemas mentales al alcance de todos hacen posible que las ideas y soluciones impuestas sean aceptadas como conclusiones propias, expresiones de un pragmatismo irrefutable y del interés colectivo. Se apela así a espacios imaginarios de consenso de los que el oponente no puede autoexcluirse: “No es una cuestión de izquierdas o de derechas, sino de sentido común”, afirma Alicia Sánchez-Camacho.

El eufemismo, la atenuación y la exageración, el defender premisas contradictorias, se han normalizado en el repertorio retórico derechista: Rajoy afirma que hará “cualquier cosa que sea necesaria, aunque no me guste y aunque haya dicho que no la iba a hacer”. La reducción de profesores interinos “no se puede plantear en términos de despidos —alega el ministro Wert—, sino de no renovación de contratos”. Beteta generaliza burdamente: los funcionarios “deben olvidarse de tomar el cafelito, deben olvidarse de leer el periódico”.

La construcción de marcos de sentido. La acción del gobierno de Zapatero era tachada de improvisada, mendaz e insensata. Establecido ese marco, cualquier medida gubernamental corroboraba la imputación general y así se lograba una incontrovertibilidad que desconocen las fórmulas dialogantes. En el espacio público se tiene más poder cuando se controla el marco de lo decible y discutible. La derecha es magistral utilizando esta estrategia, pero tras una prolongada degeneración de la vida pública, de la que el PSOE es corresponsable, se ha consolidado una visión consensual indistinta de la lógica del sistema: no hay más que una realidad y ninguna opción para interpretarla.

Una táctica de “orquestación”. La reiteración machacona de una consigna (y no de un argumento, como sugiere la equívoca noción de “argumentario”) a varias voces, en momentos y lugares distintos, es habitual: “los interinos han entrado a dedo”, “los sindicatos viven de las subvenciones”, “los profesores trabajan poco”, etcétera. “Lo que digo tres veces es verdad”, afirmaba el Bellman de Lewis Carroll. La derecha saca partido de esa “performatividad” que rige la economía de los enunciados públicos: cuando un comportamiento es reiteradamente reputado de normal, se tiende a normalizarlo; o a estigmatizarlo, si se le ha tildado repetidamente de anómalo.

La fijación de estos mecanismos gracias al poder amplificador de los media. Los medios funcionan como laboratorios discursivos que difunden las nuevas expresiones y consignas, y los asesores preparan declaraciones inmediatamente traducibles a un titular. Inversamente proporcional al impacto de estos mensajes resulta la capacidad de contestarlos: los análisis críticos se disuelven en un aluvión de artículos, columnas y editoriales que logran una difusión e influencia mucho menor.

La moralización del discurso público. La política contemporánea se desvía hacia un registro moral, explica Rancière. Pero el moralismo de la derecha desconoce las razones del otro: bueno o malo, normal o aberrante, son calificativos atribuidos de modo categórico y sin margen de discusión, apropiándose la universalidad de la noción en disputa, como señala Zizek. Las “personas normales, sensatas…, españoles de bien” a que apela Rajoy son indudablemente de derechas. Cuando encubre su integrismo moral la derecha incurre en la paradoja política: Ruiz Gallardón pretende asumir la defensa de los derechos de las mujeres y la lucha contra la “violencia estructural” que padecen con una contrarreforma de la ley de aborto limitadora de derechos y que refuerza la violencia legal.

Muchos ciudadanos nos sentimos justamente indignados por lo “descarado” de estos procedimientos. Y quizá sea en esa desfachatez, pérdida del rostro, donde podría cifrarse tanto su fragilidad como la inquietante capacidad de contagio de sus postulados.