miércoles, 5 de septiembre de 2012

La receta de Rajoy no funciona / Juan Torres López *

Rajoy ha tratado de hacer frente a la crisis mediante una receta que contiene tres ingredientes principales.

El primero es una gran dosis de disimulo para tratar de ocultar las mentiras, los incumplimientos programáticos y los juegos de manos que está habituado a hacer. Todo el mundo sabe que el presidente es un consumado especialista en mirar a otro lado cuando se presenta un problema para tratar de solucionarlo por el simple expediente de dejar que se pudra o que desparezca solo. Un procedimiento, sin embargo, que ya no le funciona por la sencilla razón de que no es lo mismo ser ministro o incluso principal líder de la oposición que presidente del gobierno, una posición desde la que, como siempre se ha dicho, no se puede engañar a todos y al mismo tiempo. Y, sobre todo, porque ha cometido el mismo error garrafal que hundió a José Luis Rodríguez Zapatero y a su partido: creer que la crisis era domesticable, no solo con dejar pasar el tiempo sino, en el caso de Rajoy, pensando que la llegada al gobierno del PP sería suficiente para modificar el signo de los acontecimientos (“Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”, decía Montoro, no en vano, uno de sus hombres de confianza).

El segundo ingrediente de la receta Rajoy es un prontuario ideológico muy elemental y en su caso desarrollado con una retórica bastante pobre pero que contiene todos los principios ideológicos del neoliberalismo. Sea por convicción, por conveniencia o por necesidad, Rajoy forma parte de esa cohorte de políticos y economistas que se ha creído que los primitivos dogmas neoliberales que recitan de memoria, y cuya eficacia nadie ha conseguido demostrar, son realmente capaces de resolver los problemas que tienen por delante. Se creen que liberalizando el mercado de trabajo, reduciendo salarios y haciendo reformas orientadas a dar más poder a los empresarios se creará más empleo y aumentará la competitividad de la economía; que las políticas de austeridad, la disminución del gasto y los impuestos reducen el déficit y la deuda en etapas de recesión; que eliminando sector público se estimula la actividad privada; o que se logra más equilibrio y estabilidad dando plena libertad a las fuerzas del mercado y a los grandes grupos financieros y empresariales.

Tampoco le funciona ya este ingrediente porque la realidad es terca, incluso más terca que el propio Rajoy, y demuestra que esos prejuicios ideológicos no funcionan cuando se llevan a la práctica: ni se crea empleo con reformas liberales cuando lo que le falta a las empresas es demanda y financiación, ni se reduce la deuda cuando la austeridad reduce aún más la actividad económica, ni se estabiliza la economía con un mercado dominado por fuerzas oligopolistas que solo responden a lógicas muy improductivas y puramente especulativas.

La terca realidad indica que en ningún país ni en circunstancias parecidas a las nuestras han funcionado esas recetas que la Unión Europea, Rajoy y sus equipos defienden como la adecuadas para poder salir de la crisis.

El tercer ingrediente es una estrecha alianza con las clases dirigentes, con las élites profesionales, económicas, mediáticas y financieras que vienen dominando a la sociedad española desde hace decenios y, principalmente, gracias a la libertad de acción que le concedió la dictadura fascista durante cuarenta años y que la democracia no ha sabido o querido eliminar.

Esa alianza se traduce (como hemos analizado Vicenç Navarro, Alberto Garzón y yo en nuestro libro Lo que España necesita. Una réplica con propuestas alternativas a los recortes del PP) en la adopción de medidas que solo conllevan mucho más poder y riqueza para esos grupos privilegiados pero que son incapaces de sacarnos del estancamiento económico.

Todos esos grupos clamaron en su día por la llegada al poder de Rajoy y lo jalearon durante un buen tiempo, pero no han tardado mucho en darle la espalda casi por completo.

Conceder más privilegios a los privilegiados es un remedio, pero muy efímero cuando la situación económica es tan agobiante. Los empresarios se alegran cuando una reforma laboral les da más poder pero pronto comprueban que eso no les sirve de mucho cuando lo que les falta son clientes en la puerta y créditos que los bancos no les conceden. Los banqueros agradecen los apoyos de las sucesivas reformas financieras diseñadas a su favor, pero comienzan a dudar cuando comprueban que el apoyo gubernamental se hace a costa de trapichear con sus socios europeos, que ya comienzan a estar hartos de ese juego y de tantas trampas. Incluso los grandes medios de comunicación comienzan a darle la espalda a un gobierno que ha batido todos los record de desafección política y que, por tanto, puede tener los días contados.

La conclusión es evidente: solo con mentiras, con un prontuario ideológico de Todo a cien que está bien para espantar a ingenuos pero que es completamente inútil para solucionar problemas económicos reales, e incluso con cada vez menor apoyo de los grupos oligárquicos no se va a ningún sitio, dada la situación a la que ha llegado nuestra economía y nuestra sociedad, harta ya de incompetencias, de improvisaciones y de excusas.

España (de la mano del PP y del PSOE) cayó hace tiempo en la trampa que supuso la política monetaria expansiva que el Banco Central Europeo adoptó (sin tener en cuenta su efecto sobre los demás países) para facilitar la recuperación de Alemania cuando su economía corría peligro de estancamiento. El exceso de ahorro y capital que gracias a ello obtuvo Alemania se tradujo en un flujo ilimitado de capital que nos inundó provocando un déficit exterior casi simétrico al superávit alemán, una burbuja inmobiliaria y un endeudamiento fatal de nuestro sector bancario del que se derivó el de las empresas y familias. Mientras que nos llegaba financiación barata casi nadie puso objeciones (ganando tanto dinero como estaban ganando los grupos que influían en las decisiones de los sucesivos gobiernos) y todos se jactaban de dirigir la mejor de las situaciones posibles. Pero cuando España dejaba de tener financiación externa y tuvo que dedicarse a hacer frente a la deuda exterior, las empresas y los consumidores dejaron de tener acceso al crédito, la demanda agregada (sobre todo el gasto dedicado a bienes y servicios nacionales y no tanto a los de fuera) se vino abajo, el negocio de la construcción saltó por los aires, se desbocó el paro… y empezó el llanto y crujir de dientes.

Casi inmediatamente aumentaron los gastos fiscales (desempleo y ayudas de todo tipo) y los públicos extraordinarios dedicados a evitar el colapso, cayeron los ingresos y el déficit se disparó, aumentando una deuda pública que se añadía a una privada mucho mayor aún.

Como no se podía acudir a la financiación fácil y barata de un banco central y como los financiadores privados no son tontos y sabían que, en esas condiciones, la situación necesariamente iba a ir a peor, comenzaron a apretar las tuercas y así hemos llegado al abismo en el que estamos.

A mí me parece que a estas alturas es una completa estupidez que los españoles y los europeos nos sigamos engañando. La realidad indiscutible es que la deuda (no solo española sino la que se ha acumulado en el conjunto europeo) es materialmente impagable. No hay posibilidad alguna de que España o Italia, por no hablar de Grecia, Irlanda o Portugal, puedan pagar todo lo que deben, y mucho menos en las condiciones impuestas y en las que van a ir imponiendo los financiadores privados.

Solo hay dos soluciones posibles (aparte, claro está, de dejar que los deudores se declaren en bancarrota, de desencadenar una inflación galopante o de provocar una guerra dramática y se empantane toda Europa y la economía mundial) para absorber la deuda que se ha acumulado.

La primera, que se la cobren los acreedores a base de adquirir a bajo coste el patrimonio que queda de los deudores. Es posiblemente lo que se busca con el diseño que los alemanes han hecho del banco malo (para poder quedarse con la mayor parte posible de la riqueza inmobiliaria que pueda salvarse), lo que seguramente trata de sondear Merkel en la visita que estos días nos hace, y lo que organizarán los hombres de negro (con privatizaciones de todo tipo) cuando seamos intervenidos tras un rescate que en cualquier caso no servirá para arreglar la situación.

La segunda alternativa es llegar a un acuerdo general de reestructuración y quita de la deuda (algo que Alemania trató de evitar obligando a la reforma constitucional de hace un año) para abordar un plan de regeneración económica bien organizado y consensuado desde principios de justicia social, solidaridad y compromiso con los intereses generales.
Los españoles deberíamos decidir pronto si queremos entregarnos o salvar y rescatar de verdad a España.

(*) Catedrático de Economía en la Universidad de Sevilla

Cómo Goldman Sachs creó una crisis alimentaria internacional / Alberto Sicilia *

Entre 2007 y 2008, los precios mundiales de los alimentos se dispararon. El número de personas viviendo en la extrema pobreza alcanzó los 150 millones. La ONU encargó a Oliver De Schutter una investigación sobre las causas de esta crisis alimentaria. La conclusión de su informe es estremecedora: potentes especuladores internacionales provocaron una enorme burbuja en el mercado mundial de alimentos.

En este post vamos a explorar la responsabilidad de algunas instituciones financieras en semejante catástrofe humanitaria. Veremos cómo Goldman Sachs jugó un papel central. Pero, antes de nada, necesito introducir un concepto importante: "los derivados financieros".

¿Qué son los "derivados financieros"?


En las noticias sobre la crisis bancaria seguro que habéis escuchado el término "derivados financieros". Pero, ¿qué es un "derivado financiero"? Vamos a verlo con un sencillo ejemplo.

Un ejemplo de "derivado financiero"


Imaginemos a un agricultor que produce trigo y a un panadero que necesita el trigo para hacer pan.

El precio del trigo fluctúa con el tiempo. Ni el agricultor sabe por cuánto podrá vender el trigo en el futuro, ni el panadero sabe cuánto le costará comprarlo. Por ejemplo, si dentro de una año hay una gran sequía, la cosecha será escasa y el precio del trigo aumentará.

La mayor preocupación del agricultor es que el precio del trigo baje. Imaginad que compra semillas y tractores calculando que podrá vender cada tonelada de trigo por 100 euros y unos meses después, cuando termina la cosecha, en el mercado sólo le pagan 5 euros. ¡Desastre!

Al contrario, lo que más preocupa al panadero es que el precio del trigo suba. Imaginad que invierte dinero en su panadería calculando que podrá comprar el trigo a 100 euros y unos meses después resulta que vale 200. ¡Desastre!

Como los riesgos del agricultor y del panadero son complementarios (el agricultor teme que baje el precio del trigo y el panadero teme que suba), ambos pueden protegerse firmando un contrato que diga:

"Yo (agricultor) me comprometo a venderte una tonelada de trigo por 100 euros dentro de 9 meses. Y tú (panadero) te comprometes a comprármelo."

Este contrato es un ejemplo de derivado financiero. Un derivado es un instrumento cuyo valor depende del precio de un bien subyacente. En nuestro ejemplo, "el instrumento" es el contrato de compra-venta y el "bien subyacente" es el trigo.

Hasta aquí, los derivados financieros pueden ser muy beneficiosos para la economía: al disminuir los riesgos, panaderos y agricultores pueden invertir en sus negocios sin temer la bancarrota si un año llueve un poco más o menos de lo habitual.

Goldman Sachs y los grandes especuladores entran en escena


Sigamos con nuestro ejemplo donde teníamos panaderos y agricultores. Ahora introducimos unos participantes nuevos: los especuladores.

Al contrario que panaderos y agricultores, los especuladores ni producen trigo ni necesitan trigo. Sin embargo, en su justa medida, los especuladores benefician tanto a los panaderos como a los agricultores. Por ejemplo, imaginad que un agricultor produce 100 toneladas de trigo al año. Tendría que encontrar a muchos panaderos para vender la totalidad de su cosecha y firmar un contrato diferente con cada uno de ellos. Para el agricultor es más sencillo vender su trigo a un especulador, quién, a su vez, asume el riesgo de encontrar a los panaderos. Dicho en la jerga económica: "los especuladores proporcionan liquidez al mercado".

La crisis alimentaria estalló cuando un "invento" de Goldman Sachs junto a un cambio legal en EEUU provocó que los grandes especuladores se convirtieran en los únicos jugadores relevantes en el mercado de alimentos.


Allá por los 90, los banqueros de Goldman Sachs se inventaron un derivado financiero sobre un índice que mezcla los precios de 24 materias primas, entre ellas, el café, el trigo, el maíz y la soja ("Goldman Sachs Commodity Index"). En 1999, la agencia norteamericana encargada de vigilar este tipo de productos financieros decidió desregularlos, permitiendo a los especuladores ciertas operaciones antes prohibidas (en particular, las llamadas "posiciones a largo").


Goldman Sachs diseñó su derivado financiero para los inversores que buscaban "aparcar" su dinero. Los alimentos parecen la apuesta perfecta: las empresas tecnológicas pueden quebrar si la competencia inventa un producto mejor, pero la humanidad siempre necesitará comida. ¿Qué mejor lugar para invertir?

La desregulación provocó un enorme flujo de capital hacia los derivados sobre alimentos
. Se calcula que entre 2000 y 2008, la inversión en estos productos financieros se multiplicó por 50. La consecuencia fue una tremenda burbuja: cuanta más demanda para derivados financieros sobre alimentos, más sube el precio futuro de los alimentos y cuanto más sube el precio futuro de los alimentos, más demanda para los derivados. La crisis financiera no ha frenado esta tendencia: los alimentos siguen siendo un "valor seguro" para los especuladores (ver esta gráfica).

Permitidme terminar con el esclarecedor testimonio ante el Senado estadounidense de Michael W. Masters, ex-manager de un hedge fund que especula en el mercado de los alimentos:

"En este mismo momento, hay cientos de miles de millones de dólares preparados para entrar en los mercados de las materias primas. Si no se toma una acción inmediata, los precios de la energía y los alimentos seguirán subiendo. Esto podría tener consecuencias catastróficas para millones de consumidores estadounidenses. Y podría significar, literalmente, la muerte por inanición de millones de personas en los países más pobres".


Nota.- Si estáis interesados en este tema, os recomiendo: 1) El informe de Oliver de Schutter para la ONU, 2) Este artículo de Frederik Kaufman en Foreign Policy y 3) El testimonio completo de Michael W. Masters ante el senado norteamericano. 

(*) Investigador en Física teórica

Las fábulas de ayer, los lodos de hoy y la revolución de mañana / Nazaret Castro *

Leo en Le Monde Diplomatique uno de los artículos más lúcidos sobre la crisis económica –y política, y social- en España. Es del escritor chileno, y afincado en España, Luis Sepúlveda, y se llama Fábula del gato de Felipe González. El título remite a la frase de Carlos Solchaga, que en 1988, siendo ministro de Economía, proclamó orgulloso que España era el país de Europa, tal vez del mundo donde más dinero se ganaba a corto plazo. Da igual el color del gato mientras que cace al ratón, añadiría González. Nos separan de aquellas declaraciones tres décadas de explotación costera, burbujas inmobiliarias y desaforos bancarios varios que consolidaron la marca España como incansable productor de nuevos ricos; como destino privilegiado de los especuladores.

El lodo de hoy viene de aquellos barros, como nos recuerda Sepúlveda, que nos pone ante ese espejo que llevamos cuatro años queriendo evitar. Nada nuevo bajo el sol: España es, mucho antes del boom inmobiliario de los 2000, el país del pelotazo, la cultura del dinero fácil. La pregunta es, ¿a nadie se le ocurrió pensar en los riesgos que entrañaba para España el aluvión de financiación barata que llegó a la península con la incorporación al euro?

No tengo las respuestas, y cada vez me hago más preguntas, pero de algo no me cabe la menor duda: nuestro sistema político y electoral promueve la partitocracia y el bipartidismo, y con ello, fomenta la mediocridad de los dirigentes, que ascienden por su ‘lealtad’, que pueden ser decapitados si brillan demasiado; que, en el mejor de los casos, llegan allí por su habilidad política, pero no por sus conocimientos específicos… de nada. Tampoco de política. No me digan que exagero: miren los telediarios. Ver a Soraya Sáenz de Santamaría decir que Europa necesita liderazgo es tan triste como escuchar a Mariano Rajoy que las circunstancias externas le obligan a incumplir su programa. Del PSOE ni hablemos. Se salvan algunos, poquísimos; como Alberto Garzón, el joven diputado de Izquierda Unida. Pero el balance es tan deprimente que es innegable la necesidad de un cambio real, mucho más allá de volver a girar la tortilla del binomio PPSOE.

Nos mienten. Todo el tiempo. No es verdad que no haya dinero. Para rescatar a los bancos, sí hay; para la atención sanitaria de inmigrantes sin papeles, no. Qué vergüenza, a mí que tan bien me atendieron en el hospital público en Brasil, apenas con mi pasaporte. Para la educación pública no hay dinero, obvio; sorprendentemente, o no tanto, ha aumentado el dinero que se destina a los colegios privados subvencionados por el Estado. O sea: menos dinero para los colegios de clases medias y bajas; más dinero para los colegios de las clases altas. La ecuación es sencilla.

Mientras tanto, como un mantra, nos recuerdan que los salarios de los españoles deben bajar, para que aumente la productividad y baje el paro. Con lucidez y muchos números, el profesor Vicenç Navarro, uno de los más prestigiosos defensores del Estado de bienestar en nuestro país, rebate esos argumentos en este artículo. En él nos recuerda que los salarios en España son mucho más bajos que en Alemania o Francia, en un nivel que no se explica por la productividad; que, de hecho, tal vez subir los salarios sería la forma más efectiva de elevar la productividad. Que el problema estructural de paro en España muestra la debilidad del trabajador frente al empresario, por mor de una “transición inmodélica” de la dictadura a la democracia. En España, el 43% de los trabajadores, los que cobran hasta mil euros, recibe el 13% del dinero total que se gasta en sueldos, mientras que el 7% de los empleados, aquellos que perciben 4.000 al mes o más, perciben el 25% de esa masa salarial. Quieren más. Los insaciables Mercados no tardarán en pedirnos, como a los griegos, que volvamos a trabajar los sábados. Más madera.

Julio Anguita lo expresó certeramente veinte años atrás, y la actualidad de su brillante discurso ya dice bastante de los barros que arrastramos.
                                      
Creo en la utopía porque la realidad me parece increíble. Increíblemente perversa, absurda y abyecta. Sin resistencia no hay conquistas.

(*) Periodista