martes, 16 de octubre de 2012

¿Salvar la Monarquía? / Francisco Poveda *

Dijo el rey don Juan Carlos, recientemente en Nueva York, que la Monarquía seguirá vigente en nuestro país mientras quieran los españoles. Y esa es la clave democrática que debe centrar el debate inducido desde hace meses sobre la forma de Estado en España, hábilmente emboscada en el referéndum sobre la reforma política celebrado en diciembre de 1978, hasta colar por resultados 'a la búlgara'.

Se quiera o no, ahí arranca la legitimidad asistida de la actual Monarquía porque, con la Constitución de 1978, se interrumpe formalmente la legalidad política franquista y nace en teoría un nuevo régimen reformista, que consensua aquello de que España es un Reino y Juan Carlos de Borbón y Borbón su monarca, con poderes supuestamente limitados por las leyes emanadas de las nuevas Cortes Generales democráticas pese a conservar la jefatura de los Ejércitos, lo que hoy ya no significa lo que entonces ante levas mercenarias frente a los clásicos reemplazos.

Otra cosa será que la crisis económico-moral y la situación de verdadera emergencia nacional, por ausencia de bienestar y seguridad, ponga en cuestión ahora la ineficacia, derroche y culpabilidad del Estado de las Autonomías y, en consecuencia, la validez o no de la Monarquía juancarlista que lo cobija, tras la catarsis que se nos avecina para extirpar el cáncer de una corrupción estructural. 

O, incluso, la idoneidad del Heredero para coyuntura histórica tan determinante y mutante; cuando lo cierto es que se le supone incapaz desde algunos sectores relevantes de la sociedad española sin haber tenido, siquiera, la oportunidad de demostrar su hipotético valor añadido con una estrategia propia, que todavía se le hurta con toda intención prudente desde la propia Casa del Rey, donde no se quiere oir ni hablar de abdicación pese a las fuertes y crecientes presiones cortesanas y los 45 años que pronto cumplirá el Príncipe don Felipe, presa de cierto pánico escénico calculado cuando el que actúa en público no es el protagonista principal.

Pero el ruido del republicanismo, a raíz de la crisis que flagela a España y los españoles, es oportunista en tanto en cuanto que no se había atrevido a medir fuerzas con el juancarlismo hasta muy recientemente y porque el estado general de descontento de la población crece exponencialmente desde el segundo mandato socialista del ex presidente Zapatero. Antes, se daba por sentado que el actual rey era inderrocable mientras viviese. Pero ahora, determinados sectores de la derecha y de la izquierda acarician la posibilidad de que eso ya no sea así si se consigue que la ciudadanía identifique el caos que se avecina con la desestructuración interna de la actual dinastía y unas no probadas corruptelas de la propia Corona.

Los republicanos españoles -no todos a la vista, de momento, pero ya legión- ponen el acento, precisamente, en la falta de idoneidad de don Felipe para suceder a su padre. Y se apoyan en su falta de soltura pública y en su absoluta falta de conexión con el pueblo por su propio carácter. La campechanía, como pose, es cierto que no le sale ni ensayando. Y porque el antecedente de su padre, un magnífico actor hasta parecer más líder de lo que es, se lo pone mucho más que difícil. También la reina doña Sofía, a quien se le suponía una profesionalidad proclamada por su propio marido, ha perdido fuerza ante la opinión pública al demostrar reiteradamente debilidad de madre y esposa pese a ganar en cercanía con las gentes desde que es abuela. Sus muy frecuentes estancias en Londres no se entienden bien aquí al parecer una suerte de escapismo, que no de sus deberes oficiales.

En ese déficit veo yo los movimientos de potencias extranjeras aliadas, que parecen haberle vuelto la espalda a don Juan Carlos, visto el comportamiento continuado últimamente de los grandes periódicos de Washington y Nueva York, aunque también de Londres, respecto a nuestro país, a su viejo líder y a nuestros intereses estratégicos. No me cabe duda de que detrás de ese cambio táctico está la mano de algunos españoles notables con ansias de presidir una III República, que ya creen al alcance de su mano debido al evidente rápido proceso de envejecimiento de nuestro rey y a su falta de reflejos por errores de bulto cometidos personalmente en los últimos meses.

La llegada al Palacio de la Zarzuela de magníficos expertos en comunicación pública -tras el breve paréntesis que supuso la marcha de Asunción Valdés, sustituida por diplomáticos que no dominan el mundo mediático- intenta ahora, a la desesperada, una política de imagen pública a, mi juicio, un tanto desfasada y atemporal, que pivota sobre unos viejos clichés y que agrava cualitativamente la situación. Si doña Letizia no tiene juego en esa estrategia, por formación, edad y suficiente experiencia, y porque debe luchar con uñas y dientes porque su marido e hija alcancen el destino que se les supone, me atrevo a pensar que no se le valora en todo lo que puede aportar como profesional.

La Monarquía se salvará si cumple su función constitucional de preservar la unidad nacional, procurar el bienestar de todos los españoles y garantizar una verdadera democracia, tras un nuevo pacto con las élites que albergue en su interior una sincera reforma en profundidad del sistema, al estilo de la vieja restauración canovista aunque a la luz de los nuevos tiempos. Si eso no es así, sobrarán argumentos y apoyos internos para prescindir de lo que sirvió pero ya carece de objeto.

Pero hay algo más importante aún y que los republicanos consideran el talón de Aquiles de la Monarquía española: no se ve que el liderazgo, muy tocado en este momento, del viejo monarca pueda ser sustituido normalmente por el de don Felipe, por mucha escenificación mediática puesta en marcha. Con ausencia de compromisos claros, y discursos repletos de lugares comunes por parte del Heredero, quiero pensar que La Zarzuela está trufada de personal republicano en potencia, que ya ni se esfuerza en recomendar un método, presentar un libreto y suplicar alguna disciplina a una estirpe que parece haber perdido muchos papeles, hasta dar la sensación de que arroja la toalla y se resigna a acatar lo que deparen los tiempos en espera de acontecimientos a intentar capear como se pueda, si es que se puede y merece la pena cuando se dispone de tal fortuna calculada por expertos.

(*) Periodista y profesor

http://monarquiacoronada.blogspot.com.es/2012/10/salvar-la-monarquia-francisco-poveda.html