miércoles, 30 de enero de 2013

Coyuntura y una recuperación demasiado rápida / Ángel Tomás *

"El momento de crisis ha terminado", manifestó en Davos, Lloyd Blankfein, consejero delegado de Goldman Sachs, refiriéndose a la posible ruptura de la Eurozona que desde hace tiempo se temía por destacados economistas y reconocidos analistas; lo cual es cierto a tenor de los datos de que disponemos en este momento. Si bien se han alcanzado buenos resultados en la aplicación de determinadas medidas y cambios estructurales, quedan aun otras por acometer, que reclama con urgencia una economía real muy preocupante. Queda, por tanto, un buen tramo de cambios, ajustes y generación de riqueza que conduzcan al inaplazable crecimiento, apoyado esencialmente en la esperanza y la capacidad de reacción.

La Asociación Española de Asesores Fiscales y gestión económica (ASEFIGET), resaltaba que catorce millones de habitantes hispanos, integrados por trabajadores por cuenta propia y ajena del sector privado, sostenían un total de cuarenta y seis millones de habitantes. No olvidemos que el Estado ni genera ingresos ni está obligado a ello, solo tiene como obligación recaudar y administrar responsablemente el presupuesto, al que durante muchos años se ha desobedecido impunemente. Los casi 450.000 millones de euros del presupuesto de ingresos se obtienen de los contribuyentes, un tercio del total de habitantes, cuya carga impositiva es exagerada en función del PIB y comparativamente con la media europea.

Si bien se han obtenido logros, veamos algunos indicadores que nos muestran el camino pendiente de recorrer y de urgente acometida:

 a). La deuda del sector público supera los 850.000 millones de euros, de los que la Administración Central asume 620.000 millones, las CCAA superan los 160.000 millones, las Corporaciones locales 57.000, y la SS 26.000. IMPRESCINDIBLE SEGUIR RECORTANDO EL GASTO PÚBLICO, LAS SUBVENCIONES, LAS DUPLICIDADES Y LOS ENTES DEPENDIENTES DE LAS ADMINISTRACIONES PÚBLICAS (Administración Central, CCAA y Ayuntamientos).

 b). Préstamos del BCE al sistema financiero de 400.000 millones de euros para sanear sus balances, deteriorados por una política de préstamos sin regulación ni control, sin que dichos fondos hayan ayudado a la economía real, pues su destino posterior ha sido el Sector Público. c). El Estado ha de hacer frente a los más de 45.000 millones de euros por intereses de la deuda soberana. 

A todo lo expuesto habría que incorporar: la deuda de las familias y la de las empresas y su coste financiero. UN ENDEUDAMIENTO TAN ALTO, NECESITA UN CRECIMIENTO DEL PIB SOSTENIDO Y CONTINUO QUE PROPICIE MAS RECAUDACIÓN, SIN CONTINUAR CON LA SUBIDA DE IMPUESTOS, QUE CON EL CONSUMO ESTABILIZADO O EN DESCENSO SOLO PUEDE GENERAR MÁS CIERRE DE EMPRESAS Y DESTRUCCIÓN DE PUESTOS DE TRABAJO. 

La deuda (cuatro veces superior al presupuesto anual de ingresos) ha de pagarse, y para ello, con independencia de lograr el crecimiento de la renta, ha de planificarse el cuadro de amortización con los mercados de manera que haga posible su puntual cumplimiento. Sin ambas cosas no se recuperará la confianza necesaria en nuestra economía, e impedirá la expansión exterior y las grandes inversiones empresariales industriales en el interior.

LA COYUNTURA ECONÓMICA GLOBAL

EEUU comienza una ligera recuperación basada en un casi saneado sector inmobiliario y un ligero crecimiento de la productividad industrial. Continúa el saneamiento del sector financiero, aun incompleto, junto a unas políticas monetarias más flexibles. El conjunto de medidas expansivas y el esfuerzo empresarial han conseguido estabilizar el descenso de la economía. La supervisión y mayor control de los balances financieros, junto a una más exhaustiva coordinación presupuestaria, han motivado la confianza y el esfuerzo de los valores. El dólar se apreciará paralelamente a que las correlaciones risk on risk off se desvanezcan.

En EUROPA, más problemática, será necesario un decidido acercamiento de la zona sur a la del norte y adoptar sistemas políticos de integridad y legitimidad, eliminando los liderazgos individualizados de política económica arriesgada que solo conducen a inestabilidad; necesitando también una mayor participación del sector privado. El euro, aún con ligera debilidad, sólo se irá recuperando desde una valoración inicial, con una mejora de la rentabilidad, la calidad y el crecimiento.

Si observamos algunos parámetros sobre el crecimiento esperado para el 2.013, comprobamos que mientras en la Eurozona, bajo presión, se estima en el - 0,3 (Alemania el 0,8, en Italia el -1 y en España el -1,5 entre otros), en EEUU el 1,7, en Japón el 1,5, en China el 7,8, en Rusia el 3,3, en India el 6, y en Brasil el 4,2. Éstos últimos tirarán de la economía mundial, y hará bien la Unión Europea en potenciar su comercio exterior hacia los países con crecimiento positivo y los emergentes, acelerando su actividad económica y mejorando su competitividad.

ALGUNAS IDEAS IMPRESCINDIBLES PARA UNA RECUPERACIÓN MÁS RÁPIDA

1.- Reformas fiscales que incluyan medidas de protección temporal para emprendedores, investigadores y reinversores de beneficios. En modo alguno supondrán las medidas propuestas una minoración de la recaudación, compensada con creces con mejores rendimientos y la disminución del paro.

2.- Olvidar los proyectos faraónicos no rentables o no preferentes, a los que los políticos son tan aficionados.

3.- Estimular y proteger las fuentes de riqueza regionales, verdadera actividad real, abandonadas por otras especulativas de ciclo corto y provocadoras de crisis profundas.

4.- Acortar el ciclo de superación de la construcción, aún en crisis, promoviendo nuevas medidas complementarias a las ya aplicadas, y reestructurando el objetivo del mal llamado "banco malo", que en modo alguno debe menoscabar la libertad de mercado.

5.- Aligerar la reestructuración del sistema financiero, que ya ha recorrido un largo camino (reducción del número de grupos bancarios de 55 a 21, sucursales, saneamiento de fondos propios, de activos inmobiliarios contingentes y deudores de dudoso cobro), y

6.-Terminar con rapidez la liberalización, unificación y simplificación de los trámites burocráticos para emprendedores.

Todo ello y otras medidas complementarias harán posible la transición al consumo normal, sin el cual de nada sirven los recortes y adelgazamiento de las Administraciones.

La promoción de la riqueza y el crecimiento de la renta son el principal objetivo a alcanzar, y solo con crecimiento de PIB superiores al 2% se producirá la reducción progresiva del altísimo nivel de paro. Sin embargo, la salida definitiva de la crisis, nuestra y de la Eurozona, solo se conseguirá con el esfuerzo colectivo globalizado, y con la unidad integral política y económica de cada uno de los países miembros.

Es preciso compatibilizar la alta morosidad (fallida o contingente) de la banca, y la posición financiera también dudosa de muchas empresas, con una nueva política de financiación, que favorezca la asignación de los recursos financieros a las empresas nacionales.

(*) Economista y empresario

martes, 29 de enero de 2013

El tiempo de los idiotas / Paco Nadal *

Vivimos buenos tiempos para los idiotas. Hay una larga lista de espacios mediáticos y sociales tomados por auténticos ignorantes que ejercen de gurús en materias variopintas. Lo hacen con soltura y les pagan por ello. Pero no hablamos de esos ‘idiotas’. Los griegos, a los que endilgamos el origen de casi todas las cosas, olvidando a civilizaciones tan o más desarrolladas que esa, llamaban ‘politikoí’ a los asuntos que eran de interés de los ciudadanos, a los temas de Estado. Lo polikoí era antagónico de los intereses privados o personales (‘idiotikós’). A los hombres (que las mujeres no pintaban mucho por aquellos lares) que no se interesaban en lo público se les denominaba ‘idiotes’ (ciudadanos privados) lo que al final terminó (de) generando el término idiota para referirse a un inculto.



Sería una medida profiláctica volver a denominar como idiotas a aquellos seres humanos que sólo miran su ombligo y sus intereses, pero en realidad lo que pretendo es hacer apología de la política. Sé que es un ejercicio suicida en un momento histórico en el que la política está desprestigiada, prostituida, degradada como la más vil de las ocupaciones. Puede parecer inútil cuando se habla todo el tiempo de la necesidad de “despolitizar” los mensajes y los espacios. Pero, realmente, lo suicida es abandonar la política a una suerte controlada por profesionales de la misma, por burócratas mediocres que han ensuciado la palabra y han desvirtuado su ejercicio.



Desde el momento que vivimos en sociedad somos –o deberíamos ser- seres políticos. Uno de los éxitos de este sistema adormecedor y desmovilizador ha sido convencernos que la política no es cosa nuestra, sino de los que pertenecen y viven dentro (o de) un partido político. Una sociedad política es aquella donde sus integrantes se preocupan por los asuntos comunes, por lo público. Ciudadanas y ciudadanos que participan de las decisiones que les atañen, que exigen y fiscalizan a los cargos públicos, que tiene propuestas y quieren ser escuchados. Hacer política es participar en el diseño de las aceras de nuestra calle o en los presupuestos de nuestro ayuntamiento, es ser activos en la asociación de vecinos o en la de padres y madres de un centro educativo. Hacer política es manifestarse en la calle, es opinar en público, es participar de una huelga o denunciar ante la justicia los pequeños –o grandes- hechos de corrupción. Si no somos políticos no somos ciudadanos.



Por eso son tan peligrosos los discursos maximalistas que igualan a los partidos políticos y a todos los políticos, que nos insisten en que la política es mala per se. Ese discurso sólo interesa a los fascistas o a los estalinistas, ambos convencidos de que las personas sólo somos útiles como parte de una masa, no como sujetos políticos activos de nuestro entorno. Por eso es tan arriesgado eliminar los ‘apellidos’ cuando criticamos la política, los partidos, la democracia o la Unión Europea… ¿qué política? ¿qué partidos? ¿qué democracia? ¿qué Unión Europea?



El filósofo Javier Gomá, cuando desarrolla su teoría de la ejemplaridad de lo público, se lamenta de que los ‘mejores ciudadanos’ se apartan de la política y dejan el espacio ara que ésta sea tomada por seres mediocres. Cuando los mediocres, como ahora, además son idiotas –es decir, que buscan el interés privado- estamos condenados al fracaso. En el tiempo de los idiotas es imprescindible retomar la política para dignificarla. Ese es el primer paso para superar una crisis que no es económica sino política (como todo).

(*) Soy periodista y en el DNI dice que nací en Murcia en 1971. Ahora, unos añitos después, ejerzo el periodismo de forma independiente (porque no como de él), asesoro a periódicos de varios países (porque me dan de comer) y colaboro con comunidades campesinas e indígenas en la resistencia a los megaproyectos económicos (porque no me como el cuento del desarrollismo).

domingo, 27 de enero de 2013

Hay alternativas, incluso dentro del euro / Juan Torres *

La situación en la que se encuentra la economía española y la de otros países de la Eurozona es dramática. Se mire por donde se mire, permanecer en las condiciones en las que estamos no puede llevarnos sino a un desastre de consecuencias imprevisibles. 

No se trata de ser catastrofistas sino de contemplar con realismo lo que está sucediendo y de anticipar lo que es previsible que venga detrás, a la vista de lo que ya ha ocurrido en otros países que pasaron por circunstancias parecidas a las nuestras.

Permanecer sin más en el euro y aplicar las políticas de austeridad va a destruir la actividad productiva y a poner en las nubes la cifra de parados. Nos hundirá en la depresión durante años y hará que se vaya acumulando un volumen de deuda insoportable que imposibilitará cualquier tipo de cambio en el futuro inmediato. Seguir como estamos, simplemente aguantar el chaparrón, es suicida y, a mi modo de ver, la peor política posible.

La impresión generalizada es que no hay alternativas a las imposiciones de Europa, que no queda más remedio que obedecer lo que dice la señora Merkel y aplicar sin rechistar lo que impone la Troika, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.

Es cierto que nuestra pertenencia a la Unión Monetaria supone un corsé agobiante teniendo en cuenta la forma tan inadecuada en que conformó en su día. Y tan apretado que, a estas alturas, sería muy difícil salir de él sin tener que soportar un trauma social extraordinario (de hecho, ni siquiera está formalmente contemplado que un país abandone el euro) y costes económicos muy grandes. 

Pero, incluso en el marco de ese estrecho corsé, hay posibilidades alternativas y caminos diferentes a los que estamos siguiendo en España bajo el gobierno del Partido Socialista primero y ahora del Partido Popular.

No me refiero aquí a políticas concretas o sectoriales, de las que me ocupé junto a Vicenç Navarro y Alberto Garzón en nuestro libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, sino a los grandes escenarios en las que podría ser posible afrontar la parálisis económica en la que estamos como consecuencia, sobre todo, del incremento de la deuda soberana y de la falta de demanda y financiación que nos agobia.

En este sentido más general también hay alternativas diversas, de diferente naturaleza y efectos, que incluso son compatibles con la pertenencia al euro. Me he ocupado de alguna de ellas en los últimos artículos que vengo escribiendo, que pueden encontrarse en mi web (http://www.juantorreslopez.com), y ahora me voy a limitar a mencionar las cinco que señalaba Ellen Brown hace unos meses refiriéndose al caso griego (Greece and the euro: fifty ways to leave your lover) y que creo que son perfectamente extrapolables a nuestro país.

Una primera sería la emisión por parte del Banco de España de una moneda complementaria al euro. Sería una moneda de curso legal electrónica, cerrada, es decir, no convertible en otras divisas y utilizada como sustitutiva del euro pero solo en los intercambios nacionales. Aunque su puesta en marcha presenta lógicas dificultades técnicas y legales, que son comprensibles y evitables sin demasiados problemas, tendría grandes ventajas porque permitiría reducir el déficit comercial, bajar la necesidad de financiación y su coste, y propiciar una rápida recuperación de la liquidez interna para dinamizar la actividad empresarial y el consumo.

Otra segunda vía sería que el propio Banco de España fuese el que emitiese euros para financiar sin apenas coste al Estado y evitar así que éste tenga que pagar unos intereses tan elevados como los que han provocado el gran incremento de la deuda en los últimos años. Puede parecer una posibilidad estrambótica pero lo cierto es que lo permite la normativa que regula el funcionamiento del BCE y del Sistema Europeo de Bancos Centrales, y que ya se ha utilizado en Irlanda. Si allí se permitió para salvar a los bancos privados lo complicado sería justificar que no se haya permitido para salvar a los países enteros. 

La tercera es una vía que si no ha sido utilizada ya es porque los gobiernos actúan o con una torpeza gigantesca o con una enorme complicidad con los intereses privados más poderosos. Como es sabido, el Banco Central Europeo tiene prohibido financiar a los gobiernos y eso es lo que ha obligado a estos últimos a endeudarse a altos tipos de interés en lugar de haberlo hecho sin apenas coste (España ha debido pagar en concepto de intereses unos 350.000 millones de euros de 1995 a 2011). Pero el artículo 123.1 del Tratado de Lisboa sí le permite financiar a las entidades de crédito públicas, de modo que si se hubieran nacionalizado bancos o cajas de ahorros podrían recurrir a la liquidez que proporciona el BCE sin apenas coste (actualmente al 0,75%) y utilizarla, a diferencia de lo que están haciendo los bancos privados que la reciben a manos llenas, para proporcionar crédito a las empresas y consumidores.

El argumento que se da para no adoptar estas dos vías anteriores es que provocarían inflación. Pero eso no tiene fundamento. Si esa medida va acompañada de un plan efectivo de recuperación económica no cabe temer que produzca alza de precios y, en todo caso, no tiene por qué tener un efecto inflacionista mayor que el que puede provocar el extraordinario incremento de la base monetaria que se ha generado inyectando liquidez a los bancos privados.

La cuarta vía que propone Ellen Brown la hemos defendido también otros muchos economistas y organizaciones sociales: un impuesto sobre las transacciones financieras. Algunos cálculos, como el del investigador Simon Thorpe a partir de los datos del Banco Central Europeo cifran el volumen total de transacciones financieras en Europa entendidas en el más amplio sentido en 1.600 billones de euros (Total Eurozone Transactions in 2011: € 1.6 quadrillion) lo que da idea de la inmensa cantidad de recursos que se podría obtener (además de otros efectos positivos de la medida) si se aplicase incluso un impuesto moderado del 0,3 ó 0,5%. 

Cualquiera de estas medidas o su combinación permitiría abordar y solucionar los problemas que padecemos con mayor eficacia y desde luego con mucha más justicia. El mencionado Simon Thorpe pone el ejemplo de Grecia y señala que si allí se crease una banca pública y esta recibiera prestado del Banco Central Europeo al 1% el dinero suficiente para comprar la deuda griega, podría amortizar ese préstamo en diez  años solo con el rendimiento de un modesto impuesto del 0,3% sobre las transacciones financieras. Es decir, sin necesidad de recurrir a los dramáticos recortes y sacrificios que se le están imponiendo a su población.

Finalmente, Ellen Brown indica que los pueblos también tienen como alternativa, y como derecho, el repudio de una deuda que es verdaderamente odiosa si se tiene en cuenta que en gran parte es el resultado de manipulaciones en los mercados o, simplemente, de no haber tomado medidas como las que acabo de señalar y de las que ni siquiera  nadie puede decir que sean contrarias a lo establecido en las normas que regulan la unión monetaria. 
Es precisamente el hecho de que no se hayan tomado para evitar fácilmente el sufrimiento de la población y la ruina de las economías lo que demuestra que las políticas que se vienen imponiendo no se aplican porque sean irremediables o no tengan alternativas sino porque lo que se desea es favorecer con ellas a los grandes poderes financieros y empresariales. Así lo demuestra el resultado distributivo tan desigual que vienen produciendo. Y de ahí, justamente, el carácter inmoral, odioso y repudiable de la deuda que generan.

Hay, pues, alternativas, no diré abundantes pero sí suficientes, que si se pusieran en marcha podrían evitar los daños que están causando las políticas actuales de austeridad y recortes de derechos. 

Nadie afirma que los caminos alternativos sean de fácil factura o que su implementación esté exenta de riesgos y dificultades pero lo cierto es que están a nuestro alcance. Es mentira que no los haya y que solo se pueda hacer lo que dictan los de arriba por boca de la señora Merkel. Se podrían poner en marcha si hubiese voluntad política y eso demuestra una vez más que los problemas económicos no tienen soluciones técnicas y neutras sino políticas que tienen más bien que ver con el poder y con la democracia realmente existente. 

(*) Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla

El Príncipe debe ponerse al frente de la regeneración del sistema / Francisco Poveda *

 El vértigo de los acontecimientos por la situación lacerante de España obliga, sin pausa, a pensar para la acción mientras el tiempo comienza a jugar, especialmente, contra la Monarquía por muchos sondeos amañados para difundir, intentando ganar ese tiempo, y la forzada autocomplacencia del aquí no pasa nada porque el CNI - controlado ahora por La Moncloa- hace llegar a La Zarzuela informes más, o menos, relativistas sobre los estados de opinión pública. Así comenzaron a desmorronarse tantos y tantos reinos y repúblicas plutocráticas a lo largo de la Historia.

Pero sí pasa bastante más de lo que parece porque son las clases medias y profesionales de todo el país las que empiezan a reflexionar, indignadas, sobre una situación, ya intolerable, ante la falta de horizonte para ellas y oportunidades auténticas para sus hijos, muchos convertidos hoy en emigrantes forzosos por mor de una fiebre de corrupción, que impide en España el normal funcionamiento de la democracia social y un mercado libre de oligopolios, incluso para currículos universitarios nunca acumulados por nuestros jóvenes veinteañeros. Es en ese segmento social donde el Heredero debe trabajar para buscar su credibilidad como paso previo a su continuidad.

Además, quien ha sido el mejor embajador de España ya no es visto entre las potencias como garantía de nada. Sirva de ejemplo el último viaje de don Juan Carlos a EE UU y el trato vejatorio que le propinaron los grandes medios de comunicación de Washington y Nueva York. Es un claro aviso de nuestros principales inversores de que toca pasar página y de que nuestros últimos amigos, tal vez por interesados, son los dirigentes árabes porque hasta las monarquías europeas se distancian discretamente -parentescos aparte- ante la aparición de supuestas princesas alemanas en la órbita borbónica y la inestabilidad interior de Zarzuela alimentada, además, por el señor Urdagarín pese a su origen noble belga.

Comienzan, tal vez por eso, a alzarse ya voces entre lo mejor de la sociedad civil española reclamando la abdicación normal del rey don Juan Carlos y la proclamación sin más dilaciones de Felipe VI como nuevo Jefe del Estado para que se ponga, como un necesario líder, al frente de la inaplazable y absoluta regeneración a fondo del sistema si no se quiere que la Monarquía perezca a manos de su propia incuria y el podrido Estado, en que ha devenido el consecuente de la Constitución de 1978, nos conduzca paradójicamente a una III República en manos de los mismos responsables de esta estructura viciada por la corrupción generalizada a partir de la dictadura de los partidos políticos vigentes, con muy contadas excepciones.

El Príncipe de Asturias no puede seguir callado por más tiempo y apareciendo en actos públicos como si fuese un monigote teledirigido para leer lo que, sin sustancia, otros le escriben y así conjurar su espontaneidad e impedir que se conozcan sus propios criterios sobre todo lo que está pasando, ayudando de esa manera a demostrar la utilidad de la Corona en tiempos tan díficiles como éstos. Un republicanismo radical, que se va extendiendo como una mancha de aceite por izquierdas y derechas, no quiere ese papel para don Felipe y espera, agitando por doquier, mientras se deteriora la salud del monarca y paralelamente pierde agilidad mental estando, como está todavía, al frente de la Nación.

Porque si la Corona se alinea, además, con gobernantes ineficaces e ineficientes, algunos de obediencia ideológica exterior inconfesable, ella misma se pone en el riesgo de ser arrastrada por la condena sumaria de los españoles y por la necesidad de pasar página con la reforma o abolición de la presente Constitución. Muy pocos son los que todavía dan un duro al apostar por don Felipe y la continuidad tras la desaparición, cuando llegue, de su padre. Pero si demuestra, de verdad, suficiente sensibilidad con esa mayoría creciente de españoles en riesgo de exclusión y se los gana en su interior sin memeces de la prensa del corazón, habrá dado un primer gran paso para ser un buen rey.

Es por eso que recoger el testigo dinástico en base a la legitimidad asumida sería el primer gesto simbólico para consolidar la Institución antes de pasar a someterla al preceptivo referendo directo  de la ciudadanía en busca de una estabilidad político-constitucional que garantice todo el sentido de la Monarquía en España, básicamente la unidad nacional, con una gran carga de legitimidad que la situe al pairo del debate y el cuestionamiento sistemático desde sectores de la derecha e izquierda dispuestos a un republicanismo a ultranza.

La existencia de una persona a su lado, como la princesa doña Letizia, periodista de profesión y de una extracción social media, es un factor positivo porque, en el estado de madurez que se le supone al Príncipe a sus 45 años, es fundamental que destile desde su magistratura todo aquello que ella recoge de boca de sus excompañeros en contacto diario con la calle a diversos niveles y generaciones de españoles, especialmente esa sensibilidad apuntada respecto de situaciones y personas, en la que demostró ser maestra la recientemente desaparecida reina madre de Inglaterra tras vivir más de cien años.

En el último mes solamente ha quedado de sobra acreditado que el tiempo de Juan Carlos I ha pasado ya. Desde el discurso navideño hasta la oportunista y mal resuelta entrevista televisiva en postproducción con un jubilado Jesús Hermida, sumado todo a la equivocada o falta de reacción en palacio ante el devenir de los acontecimientos, demuestra que esa abdicación por parte de un monarca, con apariciones públicas cada vez más penosas y lastrantes para el país, debe estar en la agenda de Zarzuela en espera del momento estratégico más conveniente, una vez resueltas las cuestiones previas que aseguren su oportunidad.

Los métodos y planes reelaborados por el staff de palacio tras la renovación del equipo de la Casa del Rey de nada sirven para los tiempos que corren, aparte de indisciplinas de don Juan Carlos añadidas a planteamientos superados y fuera de lugar, porque es la figura del propio monarca, tal como se pudo comprobar en la última Cumbre Iberoamericana, en Cádiz, asistido de ortopedia, la que traslada una imagen pública de fórmula agotada y ya provisional en espera de su salida natural. Prolongar esta situación de liderazgo, con tanto plomo en las alas, sólo conduce a que el país vea como aumenta la desmoralización y se fomentan indeseables caldos de cultivo. Una política de imagen sin contenido siempre se vuelve en contra por quedar en mero continente devaluado a tetra brik cuando se raya lo grotesco desde lo patético.

A semejanza de 1898, España ha perdido pulso, alegría, ilusión y esperanza. Sólo un cambio en la dirección del viento, y de viento mismo, alejaría los riesgos crecientes que hoy se aventan para la Monarquía por hartazgo colectivo del pueblo español. El periódo juancarlista hace muchos meses que tocó a su fín y lo evidencia que la juventud no siente apego por la institución porque no palpa su función benéfica en medio de un mar de incredulidad y falta de valores. Se percibe un claro vacío que solo el actual Príncipe puede aspirar a llenar con la Constitución en la mano, reformada o sin reformar. Pero con la Monarquía actual sometida a un verdadero plebiscito por el nuevo monarca, con un verdadero compromiso público por su parte, a celebrar cuando la situación pueda conjurar visceralidades y objetivar su planteamiento demoscópico.

Y es ahí donde Felipe VI se juega el cetro y la corona si no es capaz de retomar la conexión ahora perdida por su padre, como antes la perdió su bisabuelo Alfonso XIII al devenir la Restauración en el resultado de un país socialmente muy injusto, y lidera la salida de la crisis moral de su país para ganarse el respeto y el reconocimiento para seguir en el Trono. Nadie se lo puede regalar y tendrá que pelearlo convenciendo primero a quienes, de ninguna manera,  serán sus súbditos, a partir de un periódo de gracia donde demuestre lo que es necesario desmostrar.

Y para eso ha de tener como interlocutor informal en cada provincia española, al menos, un líder natural de su generación, que le trasmita con frecuencia por donde  transita la sociedad local y cuáles son sus principales aspiraciones. Esos líderes sociales son los que le ayudarán a ser, de verdad, un jefe del Estado y un moderador obligado enmedio de un país de fuertes tensiones territoriales por muy diverso, estructurado geológicamente en valles y montañas, aunque lo dominen dos grandes mesetas, que imprimen carácter para equilibrar las pródigas periferias.

Don Felipe, en palabras de su padre, es el príncipe de Asturias más y mejor formado en toda nuestra historia. Pero son legión quienes no lo creen capaz de convertirse en un rey del siglo XXI y vencer las fuertes tendencias republicanas afloradas en el seno de la sociedad española en los últimos cinco años. Aunque también son muchos los que están dispuestos a darle una oportunidad de demostrar que la milenaria monarquía hispánica sabe adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos y dar respuesta a las necesidades socio-políticas de los españoles sin trucos, atajos ni componendas.

En caso contrario, la alternativa será más de lo mismo con González, Aznar o Zapatero haciendo ahora honores a la bandera tricolor para que todo siga igual o peor. Una república utópica es lo más difícil de alcanzar por los españoles, al menos en este momento, porque las fuerzas en presencia siguen necesitando, para sobrevivir, un Estado corrupto controlado por las oligarquías generadas desde el comienzo de la mal llamada Transición y que resulta necesario desactivar para alcanzar una democracia real. Ese es el órdago al nuevo rey que le lanza el presente momento histórico, también algo histérico y, por tanto, peligroso para todo aquello que no se percibe necesario para el bienestar de los sufridos y sufrientes españoles.

(*) Editor de 'Monarquía coronada'

http://monarquiacoronada.blogspot.com.es/2013/01/el-principe-debe-ponerse-al-frente-de.html

viernes, 25 de enero de 2013

Cómo China dominará el Mundo / Luciano Pires

Algunos conocidos míos volvieron de China totalmente impresionados. Un determinado producto del cual Brasil fabrica un millón de unidades por año, una única fábrica china produce cuarenta millones… La calidad ya es equivalente. Y la velocidad de reacción es impresionante. Los chinos ponen cualquier producto en el mercado en cuestión de semanas. Con precios que son una fracción de los practicados aquí.
 
Una de las fábricas chinas está de mudanza hacia el interior, pues los salarios de la región donde está instalada están demasiado altos: 100 dólares. Un operario brasileño equivalente gana 300 dólares como mínimo. Lo que, con el incremento de impuestos y beneficios, representa casi 600 dólares. Comparados con los 100 dólares de los chinos, que reciben prácticamente cero beneficios.

¿Horas extras? ¿En China? Olvídelo. La gente por allá está tan agradecida por tener un empleo, que trabaja horas extras sabiendo que no recibirá nada por ello.

Ese es el truco chino. Que no es una estrategia comercial, sino de poder.

Los chinos están sacando provecho de la actitud de los marketeros occidentales, que prefieren tercerizar la producción y quedarse con lo que “agrega valor”: la marca. Difícilmente usted adquiere en las grandes redes de los Estados Unidos un producto “made in USA”. Todo es “made in China”, con etiqueta norteamericana. Las empresas gringas ganan ríos de dinero comprándole a los chinos por centavos y vendiendo por centenas… Aún al costo del cierre de sus propias fábricas.

Es lo que yo llamo “estrategia precioanúrica”.

Mientras los occidentales tercerizan las tácticas y ganan a corto plazo, China asimila las tácticas para dominar a largo plazo. Que las grandes potencias mercadológicas se queden con las marcas, con el design. Los chinos se quedarán con la producción, desmantelando poco a poco los parques industriales occidentales. En breve, por ejemplo, ya no habrá más fábricas de zapatillas alrededor del mundo. Sólo en China, que entonces aumentará sus precios, provocando un “choque de manufactura”, como fue el choque del petróleo en los años ‘70. Y entonces el mundo percibirá que remontar sus fábricas tendría un costo prohibitivo. Percibirá que se tornó rehén del dragón que él mismo alimentó. Dragón que aumentará más aún los precios, pues quien manda es él, quien posee fábricas, inventarios y empleos… Una inversión de juego que tendrá el impacto de una bomba atómica. China.

Ese día, los ejecutivos “precioanúricos” mirarán tristemente hacia los esqueletos de sus antiguas fábricas, hacia los técnicos jubilados jugando bochas en el clubito, hacia la chatarra de sus parques fabriles desmontados. Y recordarán con nostalgia los tiempos en que ganaron dinero comprándoles baratito a los chinos y vendiéndoles caro a sus conterráneos.

Y entonces, tristemente, abrirán sus marmitas y se almorzarán sus preciadas marcas.

domingo, 20 de enero de 2013

Los “sobrecogedores” del PP / Pablo Sebastián

La corrupción ambiental del Estado, también tiene su versión en el seno del PP ahora que el multimillonario Bárcenas ha puesto el ventilador en Génova 13 y ha dejado caer lo del pago en negro y en sobres a los primeros dirigentes del PP de su época de gerente, en la compañía del Tesorero Álvaro Lapuerta (otro que tal baila y que no hace mucho almorzó con Bárcenas en Madrid), en tiempos de Aznar, Cascos, Arenas, Acebes y también al inicio del tiempo de Rajoy. ¿Quiénes cobraban en negro y de donde salía semejante rio de oscuro dinero? Las interrogantes son enormes por cuanto afectan al primer partido nacional hoy al frente del Gobierno de la nación.

Y dice Cospedal -que parece estar en el secreto y filtración del pago en sobres a El Mundo- que en el PP quien la hace la paga y que cada palo aguante su vela. Y añade que el PP es el partido de la “honradez” (sic) y ¿qué pasa con Bárcenas, Camps, López Viejo, Matas, etc? Y a la espera estamos de la posible respuesta de Bárcenas al desafío de Cospedal porque si este L.B. cuenta el origen de todo ese dinero y la lista de quienes cobraron desde el tiempo de Aznar hasta el de Rajoy, el escándalo será monumental.

En todo caso los indicios de gran corrupción del PP son enormes y abrumadores, y los desmentidos tímidos, como demuestra el hecho de que Bárcenas tenía despacho y documentos en el PP, al igual que Lapuerta con quien mantiene relaciones muy estrechas. Aguirre ha pedido una investigación interna sobre todo ello, el nombre de Aznar baila entre los rumores -¿quién cobraba 15.000 euros al mes, como dice El Mundo, periódico afín al PP?-, pero Aguirre no pide lo mismo en relación con el ático de I. González o con el caso de espionaje con dinero público cuando ella presidía Madrid y cuyos vicepresidentes, Granados y González, además del consejero López Viejo (menuda cazatalentos era Esperanza), están bajo todas sospechas.

La manifestación “espontánea” –que recuerda, aunque en menor cuantía a aquella otra del 13-M de 2004-, convocada anoche en Madrid a las puertas de la sede nacional del PP, de Génova 13, denunciando la corrupción de este partido, es todo un síntoma de la indignación general por los inagotables casos de corrupción del PP, que se suman a los de otros partidos e instituciones como la familia real.

Naturalmente, quien debería hablar de todo esto es el presidente del PP, Mariano Rajoy, y quien debería actuar es el Gobierno con iniciativas legislativas y políticas para poner coto a la corrupción. Pero sabido es que lo de dar la cara no es lo habitual en Rajoy con lo que la llama de este incendio crecerá, porque todo apunta a que todavía existen mas informaciones por salir y por aflorar, con lo que los pretendidos cortafuegos de portavoces del PP -Cospedal o Sáenz de Santamaría (Arenas mejor estaría callado)- corren el riesgo de hundirse en este proceloso mar de suciedad.

http://www.republica.com/2013/01/18/los-sobrecogedores-del-pp_602693/

sábado, 19 de enero de 2013

Vale, esto se hunde, ¿y luego qué? / Isaac Rosa

Se acumulan las señales de fin de régimen: la monarquía enfangada y chantajeada, el sistema de partidos podrido por revelaciones diarias, la amnistía total a los defraudadores, el ex presidente de la patronal en la cárcel, las puertas giratorias enloquecidas, el desmantelamiento de lo público para que los amigos se enriquezcan, los bancos nacionalizados o rescatados por Europa, el modelo productivo agotado y sin recambio, el empobrecimiento de cada vez más ciudadanos, el saqueo a los trabajadores, la desintegración institucional y territorial…
Que esto se hunde parece cada día más claro y más irreversible. Y en gran medida se cae solo, no somos nosotros los que empujamos: se descompone por pudrición, como un tronco que bajo la corteza se va descomponiendo hasta que un día el árbol cae por sorpresa. De ahí que nuestras preocupaciones deberían empezar a ser dos: que no se nos caiga encima; y qué vendrá después.
En una semana como esta, en que la actualidad apesta y cada pocos minutos salta un nuevo escándalo, siento que la velocidad de descomposición es muy superior a nuestra capacidad de construcción de una alternativa. Alguna vez lo he dicho sobre la monarquía: cualquier día se muere el rey (por edad, por enfermedad), o abdica (por incapacidad, por sus propios escándalos) y a los republicanos nos pilla en bragas, sin una alternativa, sin respuesta preparada, y cuando nos queramos espabilar ya tenemos a Felipe VI consolidado.
Lo mismo con el sistema político-económico que hoy parece en caída libre: cualquier día se hunde del todo, y ¿qué haremos ese día? ¿Tenemos algo previsto, más allá de salir un rato a la calle o tuitear como locos? ¿Alguna alternativa política sólida, una propuesta capaz de sumar fuerzas para ser mayoritaria y construir algo mejor?
Si no preparamos algo para esa eventualidad, los escenarios post-derrumbe pueden ser dos: o una reconstrucción desde dentro del propio sistema (otra “transición”), donde todo cambie para que todo siga igual; o su sustitución por algo incluso peor. En cuanto a lo primero, el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, al que el gobierno ha encargado un plan de “regeneración democrática”, lo tiene claro: regenerar supone sanear, “pero no hay que echarlo todo abajo”. En cuanto a lo segundo, que cada uno imagine qué puede venir que sea peor.
Estos días pienso a menudo en Italia, en aquella Tangentopoli que a principios de los noventa implicó a ministros, diputados, partidos y empresarios, y que se llevó por delante al Partido Socialista y a la Democracia Cristiana, que acabaron disueltos. Como aquí, también allí la corrupción había alcanzado tal intensidad que el sistema se vino abajo por pudrición. Pero, ¿qué vino después? Berlusconi, que no solo era más de lo mismo: era incluso peor. Y veinte años después, Italia sigue marcada por la corrupción política y la mafia, que a menudo son la misma cosa.
No me gusta decir estas cosas, porque mueven al desánimo y dan oxígeno a quienes quieren que todo siga igual. De hecho, pienso que la pata más sólida que hoy sostiene el tinglado es precisamente la falta de una alternativa que los ciudadanos percibamos como posible. Si el invento no se cae es por ese miedo que todavía paraliza a muchos, que aun prefieren lo malo conocido a lo bueno por conocer.
Nada de desánimo, ni miedo. Puede que estemos ante una oportunidad histórica y no nos estemos dando cuenta. Puede que la magnitud del derrumbe nos abrume, y nos impida pensar en ese día después. Y también puede que el bombardeo que estamos sufriendo, eso que llaman crisis, nos impida dedicar energías a otra cosa que defendernos.
Se han dado pasos importantes, ha crecido la conciencia política, se ha extendido la movilización, han crecido espacios de encuentro y redes, hay cada vez más puntos en común y más voluntad de construir juntos. Pero todavía vamos muy despacio. O será que el derrumbe va más rápido de lo que esperábamos.

sábado, 12 de enero de 2013

Han vuelto a pasar 40 años / Cristina Fallarás

Si en España dices 40, son años. Si dices 40 años, son Franquismo. Miedo, ignorancia, obediencia y superstición. O sea, dictadura y catolicismo. 40 años de miedo y obediencia crean una tara de generaciones. Varias generaciones. O sea, yo, que cumplo este año 45, seguramente tarada.
Lo primero que quisimos después de tanta podredumbre –40 años, insisto— fue divertirnos, claro. Hubo que sacar una teta, meterse una chuta y mear en la calle. Había prisa por ser otros. Un bar es un buen lugar para echarse a vivir. Los chicos necesitan expandir su creatividad. Dejemos que florezca la extravagancia. La responsabilidad es un término a borrar del diccionario.
Allá detrás, algunos hombres listos empezaron a construir sobre lo que nunca se destruyó, borraron con goma de verde billete las manchas negras de los ribazos, la sangre seca, y silenciaron a escarnios y con la nariz tapada a aquel pequeño núcleo que quiso abrir la boca. Hoy ya casi todos han muerto, otros están lejos o pasan por locos. Enamorados de la moda juvenil. Ningún chaval sabrá de Agustín García Calvo, nadie les contará que fue Paco Porrúa quien nos trajo Rayuela y Cien años de soledad, Ballard y Bradbury. En las tribunas de los medios “progresistas” sentaron a un par de disidentes de la conciencia para ponerse boina. Ellos también murieron casi todos, y se olvidarán. Recupéreme un fruto sustancial de la Movida, si es tan amable. Sitúelo en mitad de este desierto.
Luego, cuando quisimos darnos cuenta, ya nos habían hecho ricos. Cocaína, brother, cocaína y gastronomía de campanillas para los teóricos del género. Eliminemos la palabra izquierda. Me han dicho que hay un pueblo donde quedan dos pobres, podemos ir de viaje. Eliminemos la palabra libertario. Compra una casa, el teléfono móvil va en el sueldo. Eliminemos la pana. ¿Ves como tenían razón los de la Transición? Ya somos europeos, ricos, conectados y cultos. Eliminemos la palabra asociación. Cada palabra que eliminas mata una idea, y con ella su posibilidad. Si pagas suficientemente a los de la cultura, te ofrecen un retrato satisfactorio de nosotros mismos, algo que no moleste, viva el pop. ¿Quién tiene las pelotas de echar la vista atrás delante de una preciosísima esferificación de humo? Plop. ¿Quién es el cenizo que pretende amargarnos nuestro enésimo museo-escultura, la rutilante pista de aterrizaje? La policía es buena, y nacional, la represión no existe, lo que hay es mucho fanático de las teorías conspirativas que dice que El País ya no es El País ni mi casa es ya mi casa, viejos locos.
Pedir explicaciones no es responsabilidad nuestra. Observar a nuestros representantes no es responsabilidad nuestra. Enterrar nuestros muertos no es responsabilidad nuestra. Denunciar los atropellos de los bancos no es responsabilidad nuestra. Pedir la retirada de los franquistas de los órganos de poder no es responsabilidad nuestra. Exigir cárcel para los políticos corruptos no es responsabilidad nuestra. Mirar dentro de los centros donde se pudren los inmigrantes no es responsabilidad nuestra. Pensar que llegará el día en el que ya no recibamos fondos de Europa no es responsabilidad nuestra. ¿No tenemos políticos? ¿No les votamos cada cuatro años? Pues que trabajen. A mí me gusta el gintónic de Ten, un gintónic bien hecho sí que es una responsabilidad, y lo demás, tonterías.
Luego llegó un señor y dijo “Yo soy de derechas, que es lo único serio”. Dijo eso y ya no tenía nada enfrente, y en medio de esa nada, la palabra “miembra”.
Si en España dices 40, son años. Si dices 40 años, son Franquismo. Y nos parece una barbaridad de tiempo, porque es una barbaridad de tiempo. Pues bien, han vuelto a pasar otros 40 años, y ¿qué hemos construido además de maneras eficaces de sacudirnos la responsabilidad de encima? Ahora, alguien creerá que inventa los ateneos populares. Y puede que sea verdad, porque ¿quién recuerda todo aquello? No nosotros, desde luego, que cedimos la memoria con la misma soltura tarada en tecnicolor con la que cedimos el poder.

domingo, 6 de enero de 2013

Será imparable el gran cambio estructural de la economía mundial / Ángel Tomás Martín *

Ya se va tomado conciencia de que el actual sistema estructural de la economía mundial no tiene futuro. Es de una claridad meridiana que se va desintegrando de manera progresiva y creciente y que surgirá uno nuevo, que en nada se parecerá al que soportamos, destructor de un libre mercado que todos los políticos presumen defender maquillando la realidad y manejando un populismo vergonzoso y adormecedor, concediendo derechos individuales y colectivos que disimulan la pérdida de la libertad humana; cuando la triste realidad es que la única pretensión es conservar en su mano una política económica dirigista, que permita seguir ganando elecciones.

Durante demasiados años, en gran parte de los países más avanzados, se está soportando una mayoría de políticos y tecnócratas mediocres, oscuros y sin visión de futuro, que careciendo de la experiencia y conocimientos necesarios legislan compulsivamente, especialmente en España, haciendo un ordenamiento jurídico desenfrenado y de entramado complejísimo, que incapacita su aplicación y permite manejar la justicia restándole independencia; el peor servicio que puede hacerse a la democracia.

Una gestión política carente de eficacia, obsesionada con mantener sus posiciones personales, junto a unos mercados financieros que solo persiguen el lucro a toda costa, y sin que nadie sepa quién lo dirige o asume la responsabilidad; son los culpables del desastre económico mundial en que nos encontramos. Será necesario mucho tiempo para que una nueva estructura económica supere los desequilibrios provocados por tan pésima dirección y volvamos a un crecimiento discreto sostenido.

Los grandes errores cometidos han sido: 1. No respetar unos presupuestos equilibrados, gastando sin freno y despilfarrando en obras gigantescas, muchas de ellas no rentables, sin que los impuestos hicieran posible su cobertura; resultado, un endeudamiento insoportable, a un costo inasumible. 2. Una economía basada en sectores fáciles de impulsar, como la construcción, que superó varias veces la demanda despreciando la industrialización y la agricultura. 3. Un descontrol del sistema bancario con la concesión de créditos indiscriminados carentes de garantía, que ha desembocado en balances catastróficos, y soportando una morosidad creciente, que está obligando a inyectarles la tesorería perdida para hacer posible el crédito, si bien la posición de familias y empresas, endeudadas y en crisis también, lo dificulten. 4. La supresión o deterioro de los sistemas de supervisión tradicionales y de excelente resultado: los interventores y contadores de la Hacienda Pública. Se ha pasado al control político del Banco de España, del Tribunal de Cuentas y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, lo que ha permitido el manejo del Tesoro Público y permitir, en determinados casos, operaciones de dudosa moralidad.

Nos encontramos en España y en otros muchos países, con unas actividades económicas casi paralizadas, unos sistemas de financiación carentes de fondos y con un endeudamiento con la banca exterior, que costará años retornar. La crisis bancaria ha provocado la desaparición de las cuarenta y seis cajas existentes, la crisis de algunos bancos y la nacionalización de Bankia, CatalunyaCaixa, Novagalicia y del Banco Valencia, los mayores participes que financiaron la irresponsable burbuja de la construcción.

Para que se produzca el cambio estructural mundial, que se autoimpondrá, como ha ocurrido históricamente tras las grandes crisis (recordemos la gran depresión de los años treinta), es necesario y urgente liberar a la economía, rehén de los dirigentes políticos. Es sabido que quien proporciona crecimiento y riqueza es la economía real, única capaz de asimilar el cambio por su experiencia, imaginación y trabajo, cualidades de las que generalmente carecen los dirigentes políticos.

Una renovada clase política debería concentrar la atención y los recursos en la reactivación económica, en vigilar el cumplimiento de los presupuestos, en rehabilitar los sistemas de control y supervisión restituyendo su autonomía, en revitalizar la firmeza e independencia de la justicia, y en dotar de recursos a la investigación y a la ciencia para poder ser competitivos y no perder el tren del futuro, de lo contrario seguiremos en regresión y saldremos de las instituciones económicas internacionales a las que tanto esfuerzo nos costó entrar.

El poco capital político de alta calidad con el que contamos, debe hacernos reaccionar buscando líderes auténticos, con sabiduría y experiencia probada, y unirnos todos a ellos para conseguir una economía limpia y en crecimiento sostenido. Solo así podremos asimilar e integrarnos al cambio profundo de estructura que irremediablemente va a producirse y que novará la decadente y dictatorial política económica que nos oprime.

(*) Economista y empresario

sábado, 5 de enero de 2013

Asalto oligárquico contra la democracia / Patricio Hernández *

Constituye una gran paradoja política española que una fuerte movilización popular como la que se produjo en 2011 en torno al llamado movimiento de los indignados o del 15M que además de impugnar el modelo impuesto de capitalismo financiero que amenaza con demoler las políticas sociales de muchos países, era sobre todo un rechazo a las inaceptables insuficiencias de nuestra democracia, y que concitó la simpatía de al menos un 70% de los ciudadanos, se haya visto sucedido apenas unos meses después por un Gobierno y una mayoría parlamentaria electa que pratican justamente la política que se criticaba en la calle y que además está provocando una sería regresión de la democracia.

Aferrado a la legitimidad electoral, a la que se otorga todo el valor, incluso aunque se haya renunciado fraudulentamente al programa para el que se pidió el voto, el Gobierno del PP está imponiendo una mutación de gran alcance en el estado social español, a través de la drástica reducción de servicios públicos y prestaciones sociales, del recorte de derechos, y del avance en la privatización y mercantilización de bienes comunes que está debilitando profundamente el modelo de ciudadanía social construido a lo largo del periodo democrático.

Es un proceso de desposesión material de la mayoría social acompañado por un proceso de desdemocratización que responde plenamente a la política que impulsan las actuales instituciones europeas -todas ellas a su vez aquejadas de fuerte déficit democrático- y otros organismos internacionales aún menos democráticos y en gran parte responsables de la deriva especulativa de los últimos años.

Esta situación supone de hecho un vaciamiento del sentido de la democracia, un viejo sueño neoliberal paralelo a la utopía del mercado autorregulador, que alcanza su plenitud ahora, y que propone reducir la democracia a un simple mecanismo de selección de élites políticas por medio de elecciones, dentro de una progresiva oligarquización de la vida política y económica. Es la 'democracia limitada' de Hayek o, en versión de Angela Merkel, la 'democracia en condiciones de mercado'.

Este reduccionismo o minimalismo democrático, objetivo del nuevo asalto oligárquico a la democracia, supone a escala europea la ruptura del pacto social que dio lugar a los Estados del Bienestar en la posguerra mundial de una guerra que se hizo justamente en nombre de la democracia, ahora malbaratada en las sociedades europeas. "Pensar en qué puede sustituirlo da vértigo" (Juan Carlos Monedero).

Aquel pacto democrático suponía mucho más que preservar formalmente el procedimiento electoral de la competencia interpartidaria. Implicaba también -sin cuestionar la economía de mercado- una serie de derechos sociales, económicos y culturales que aseguraban la inclusión y protección de todos los sectores sociales, ahora en revisión.

Queda muy bien expresadado por el profesor Gerardo Pisarello cuando se pregunta "¿qué valor exacto adquiere el derecho formal a votar cuando se vive en condiciones de precariedad laboral o existencial, el acceso a los medios de comunicación es limitado o inexistente, y los principales partidos políticos están fuertemente subordinados a oligarquías financieras libres de todo control?".

La ruptura del pacto social que sustentaba el capitalismo democrático devuelve al centro del debate la pregunta de si es compatible la democracia con el capitalismo.

Este proceso de desdemocrarización es bien visible en la España actual: no sólo se ignoran paladinamente los compromisos electorales, sino que se gobierna sistemáticamente por decreto para esquivar el debate parlamentario, se reforman las leyes para permitir el control partidario de los medios públicos, se endurece el Código Penal y se usa violentamente a la Policía o se ponen multas disuasorias para dificultar o impedir la libertad de expresión y manifestación, y sobre todo se ignoran las protestas cualquiera que sea su magnitud, al tiempo que se aplican severas medidas económicas y sociales que producen una creciente precarización y exclusión social.

Como ha dicho Manuel Castells, "España es el país de Europa donde el sistema político ha mostrado menos sensibilidad ante la protesta, y con los dos grandes partidos de acuerdo en ignorarla". Está convencido Castells de que "ha cambiado la conciencia de la gente, pero el sistema político se mantiene impermeable. Y esto puede degenerar en enfrentamientos y en violencia".

Esta situación ha sumado a la crisis económica y social una acelerada crisis política, quizás menos visible pero de gran alcance pues supone cuestionar el modelo bipartidista que ha presidido la vida política desde la transición.

Así en los distintos estudios de opinión se comprueba que desde julio de 2012 la intención de abstenerse supera por vez primera a la intención de voto de cualquier partido, y desde octubre las personas que no saben o no quieren responder a la pregunta sobre su voto es el grupo más numeroso. El presidente del Gobierno acabó el año con el peor indicador de popularidad conocido en democracia (2,8 sobre 10), siendo aún peor el del líder del primer partido de la oposición. La intención de voto a los dos grandes partidos sumaba en noviembre (encuesta de Metroscopia para El País) un magro 54,7%, a casi veinte puntos de los resultados de las últimas elecciones generales del año anterior (73,35%).

Según los datos del CIS los políticos no dejan de crecer como problema en las preocupaciones ciudadanas: si en enero de 2012 eran uno de los principales problemas para el 17,8%, en noviembre lo era ya para el 30,2%. En esa misma encuesta los ciudadanos que se mostraban poco o nada satisfechos con el funcionamiento de la democracia en España alcanzaban un escalofriante 67,5% (frente a un 29,6% bastante satisfecho). 

Estos datos permiten hablar de una fuerte deslegitimación del sistema político, encubierta por la aparente estabilidad de las mayorías absolutas conservadoras, y de un descontento social muy extendido que se expresa además en la creciente contestación social a la política gubernamental, que continuará con fuerza previsiblemente este año. Porque lo que está impugnado mayoritariamente por la ciudadanía, lo que se quiere imponer a la gente antidemocráticamente es la injusta política de recortes sociales y el vaciamiento reduccionista de la democracia.

(*) Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia

miércoles, 2 de enero de 2013

El silencio del Jefe del Estado ante la dramática situación de España / Luis Arias Argüelles-Meres *

Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y burla. (Fragmento del artículo «España sin pulso», de Francisco Silvela, publicado el 16 de agosto de 1898).

Dicen que el último mensaje navideño del actual jefe del Estado fue de los más breves y menos vistos. Pero, más allá de datos estadísticos, se diría que, entre todos los tópicos que se plantearon en su alocución, sólo encontró asidero en lo que llamó Política con mayúsculas, aquélla que, según el Monarca, tuvo lugar en la Transición. Lo que sucede es que, ¡ay!, de una encrucijada no se sale añorando un tiempo idealizado, sino con pulso para el rumbo a seguir y con impulso para hacer frente a los desafíos y exigencias del momento. Y en el discurso regio no se percibió ni lo uno ni lo otro.

Este país no sólo está sufriendo una crisis económica brutal, sino que además asiste, cada día más indignado, al espectáculo de una mal llamada clase política que, ante el paro desbocado y la pobreza creciente de la ciudadanía, no renuncia a sus privilegios y no se dispone seriamente a poner punto y final a la corrupción. Ante ello, el malestar es inevitable. 

Y, por otro lado, si la misión de las instituciones es preservar los derechos de los ciudadanos, alguien tendría que preguntarse a qué están esperando los grandes partidos para poner freno de verdad a los desahucios y también para obligar a las entidades bancarias implicadas a devolver los dineros de unos clientes que, confiados en las susodichas entidades, destinaron parte de sus ahorros a unos productos financieros ruinosos.

El silencio del jefe del Estado ante esos dramas es una de las muchas pruebas de esa falta de pulso e impulso de la Corona, que, dicen, reina, pero no gobierna, lo que no impide que muestre sus preocupaciones. Y es que (perdón por la perogrullada) una situación dramática exige mucho más que tópicos y consignas.

Una situación dramática, digo, que no sólo se queda en la crisis económica y en la simonía que no se combate lo debido en la vida pública, pues el problema territorial añade conflictividad y, lo que es peor, pesimismo generalizado.

Lo políticamente correcto, de lo que participa el Rey, deja muy claro que la Transición fue un tiempo idílico y que la Constitución del 78 plasmó aquella perfección. El problema catalán, sin embargo, demuestra que en el reinado de Juan Carlos I no se hizo realidad aquello que dejó escrito Ortega de que un país es «un sugestivo proyecto de vida en común». 

Los hechos apuntan lo contrario. Y, ante esto, convendría no incurrir en la vulgaridad de echar todas las culpas del mundo a los partidos políticos catalanes que apuestan por la secesión, pues su discurso no deja de ser el reflejo, todo lo oportunista y demagógico que se quiera, de la voluntad política de una gran parte de la ciudadanía catalana.

La situación, insisto, es dramática. Y, ante ello, en el caso de la vertebración territorial de España, no valen los tópicos de que hay que sumar. Lo que hace falta es valentía y arrojo, poniendo de manifiesto una irrenunciable voluntad de entendimiento, o instando a ello.

Cierto es que la mal llamada clase política, también en Cataluña, es parte importante del problema; pero eso no es un argumento para despachar la cuestión con topicazos del tres al cuarto.

Desde la Transición a esta parte, nunca estuvo tan claro que la mal llamada clase política forma más parte del problema que de la solución. Nunca estuvo tan claro que el momento presente hace recordar a muchos ciudadanos aquel artículo de Ortega en el que planteaba a los españoles que el Estado debería ser reconstruido por ellos, pues la España oficial lo había hundido.

Y, a propósito de la Transición, sin ánimo de conceptuarla de forma demoledora, es innegable que el actual estado de cosas es en no pequeña parte consecuencia de la arquitectura política que se construyó entonces, arquitectura política que resiste ser comparada en cierto sentido a la Restauración canovista, con un sistema bipartidista en el que el PSOE asumió el papel de partido dinástico y sagastino. Sistema bipartidista que hoy, como hace cien años, agoniza.

Lo que la Monarquía implora está muy lejos de sintonizar con el dramatismo del momento actual. Y, en todo caso, la Política con mayúsculas nunca engendró un sistema político corrupto con sus vasos comunicantes entre partidos e instituciones. Faltan goznes para un análisis sostenible y sostenido.

Y, a día de hoy, la Monarquía y España están sin pulso y sin impulso.


(*) Profesor de Lengua y Literatura, doctorado en la Universidad de Oviedo