domingo, 30 de junio de 2013

Se trata de practicar el Evangelio / Francisco Poveda*

Los cien primeros días del pontificado del papa Francisco arrojan un balance tan claro como elemental: lo esencial es practicar el Evangelio. Y en ese mensaje ha empeñado todo su esfuerzo un sacerdote argentino de apellido Bergoglio, que viene por vocación, compromiso y entrega de un mundo de solidaridad con el prójimo oprimido como figura clave y central en el Evangelio entero. Es su 'chip' de pastor.

Tiene mucho mas que claro este Papa que la Iglesia no debe pasivamente esperar el acercamiento de la gente sino ir a su encuentro como herramienta de esperanza en este valle de lágrimas, donde el alma debe perfeccionarse a través del sufrimiento físico y moral. Es el prójimo quien necesita ahí de nuestra ayuda y compañía en los momentos más bajos. "Venid a mi todos los que os sentís agobiados que yo os aliviaré", dicen que dijo Jesús. Pues precisamente de eso se trata, de aliviar entre todos sin interferir el proceso de perfección.

Mucha más gente de la que imaginamos tiene una necesidad imperiosa de Dios y no solo los que parecen endemoniados. La verdad es más fuerte que la mente y su búsqueda mueve al ser humano durante toda su existencia para trascender a la vida física y la materia corruptible. Si el hombre es ser emocional en un plano, en el otro es religioso y/o espiritual, como dos caras de una misma hoja, en la confianza de esa trascendencia y alivio eterno.

La virtualidad de este Papa, sensible a la teología de la liberación por proximidad geográfica y formación jesuítica, es que introducirá de lleno, si puede, a la Iglesia Católica en el siglo XXI sin renunciar a la esencia doctrinal pero proyectando esa doctrina en un plano práctico y sumamente evangélico, tal como se deduce del seguimiento de sus homilías y reflexiones diarias en la capilla de la Casa Santa Marta, donde actualmente reside dentro del Vaticano y suele oficiar casi en privado la Misa.

Esa proyección evangélica también alcanzará de lleno, por pura coherencia, a la organización vaticana para mantenerla en sintonía con el mensaje bíblico. No parece temblarle la mano a Francisco en las primeras decisiones tomadas en ese sentido, desde su concepto de colegialidad con responsabilidad y autoridad personal del propio Papa. De ahí su intención de implicar de lleno al Sínodo de los Obispos, como descendientes directos de los Apóstoles, en el gobierno y a modo de parlamento informal, con funciones deliberativas y ejecutivas delegadas a la vez.

La labor por hacer que tanto aterró a Benedicto XVI y su inteligencia y humildad para reconocer su impotencia y su falta de fuerzas para una tarea de pura supervivencia de la Iglesia Católica, es lo que trajo a este Papa, hoy en pleno ejercicio de calentamiento de cara a los retos del otoño. La Curia vaticana espera y necesita reformas de fondo que le devuelvan a sus tiempos de esplendor conciliar por la visión de futuro de Juan XXIII para abrir una era y la finura diplomática de Pablo VI para avanzar tras las conclusiones.

Se trata, pues, igualmente de retomar con matices procesos postconciliares interrumpidos y/o insuficientes, barrer la podredumbre escondida y volver a situar el mensaje evangélico en  el centro de la acción apostólica de todos los miembros de la Iglesia Católica, que también necesita desarrollar el ecumenismo y el diálogo interreligioso, en el sentido de recuperar entre todos los valores morales perdidos por el ser humano a manos de doctrinas materialistas imperantes por doquier y causantes de tanta infelicidad y angustia entre nosotros.

Sin perjuicio de volver a resituar a los seglares en su labor evangelizadora, impulsar a la iglesia diocesana allá donde lo necesite y utilizar a las órdenes religiosas como verdadero ariete y motor del cambio estratégico de fondo, Francisco implementará, en lo posible, el modo de actuar ignaciano haciendo primar la espiritualidad por encima de la religiosidad, siempre el fondo sobre la forma. 

Y ahí marcará la diferencia o fracasará en su intento si finalmente la estructura es más fuerte que la inspiración del Espíritu Santo a los cardenales del último cónclave, como parece sucedió con Juan Pablo I y su muy breve pontificado de vocación sumamente regeneradora pero nonata.

(*) Editor de El Observador Vaticano
 

sábado, 22 de junio de 2013

El precio del progreso / Boaventura de Sousa Santos *

Con la elección de la presidenta Dilma Roussef, Brasil quiso acelerar el paso para convertirse en una potencia global. Muchas de las iniciativas en ese sentido venían de atrás, pero tuvieron un nuevo impulso: Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente, Rio+20 en 2012, Mundial de Fútbol en 2014, Juegos Olímpicos en 2016, lucha por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, papel activo en el creciente protagonismo de las “economías emergentes”, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y África del Sur), nombramiento de José Graziano da Silva como director general de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2012 y de Roberto Azevedo como director general de la Organización Mundial del Comercio a partir de 2013, una política agresiva de explotación de los recursos naturales, tanto en Brasil como en África, principalmente en Mozambique, fomento de la gran agricultura industrial, sobre todo para la producción de soja, agrocombustibles y la cría de ganado.

Beneficiado por una buena imagen pública internacional granjeada por el presidente Lula y sus políticas de inclusión social, este Brasil desarrollista se impone ante el mundo como una potencia de nuevo tipo, benévola e inclusiva. No podía, pues, ser mayor la sorpresa internacional ante las manifestaciones que en la última semana sacaron a la calle a centenares de miles de personas en las principales ciudades del país. Si ante las recientes manifestaciones en Turquía la lectura sobre las “dos Turquías” fue inmediata, en el caso de Brasil fue más difícil reconocer la existencia de “dos Brasiles”. Pero está ahí a ojos de todos. La dificultad para reconocerla reside en la propia natureza del “otro Brasil”, un Brasil furtivo a análisis simplistas. Ese Brasil está hecho de tres narrativas y temporalidades. La primera es la narrativa de la exclusión social (uno de los países más desiguales del mundo), de las oligarquías latifundistas, del caciquismo violento, de las élites políticas restrictas y racistas, una narrativa que se remonta a la colonia y se ha reproducido sobre formas siempre mutantes hasta hoy. La segunda narrativa es la de la reivindicación de la democracia participativa, que se remonta a los últimos 25 años y tuvo sus puntos más altos en el proceso constituyente que condujo a la Constitución de 1988, en los presupuestos participativos sobre políticas urbanas en centenares de municipios, en el impeachment del presidente Collor de Mello en 1992, en la creación de consejos de ciudadanos en las principales áreas de políticas públicas, especialmente en salud y educación, a diferentes niveles de la acción estatal (municipal, regional y federal). La tercera narrativa tiene apenas diez años de edad y versa sobre las vastas políticas de inclusión social adoptadas por el presidente Lula da Silva a partir de 2003, que condujeron a una significativa reducción de la pobreza, a la creación de una clase media con elevada vocación consumista, al reconocimiento de la discriminación racial contra la población afrodescendiente e indígena y a las políticas de acción afirmativa, y a la ampliación del reconocimiento de territorios y quilombolas [descendientes de esclavos] e indígenas.

Lo que sucedió desde que la presidenta Dilma asumió el cargo fue la desaceleración o incluso el estancamiento de las dos últimas narrativas. Y como en política no existe el vacío, ese terreno baldío que dejaron fue aprovechado por la primera y más antigua narrativa, fortalecida bajo los nuevos ropajes del desarrollo capitalista y las nuevas (y viejas) formas de corrupción. Las formas de democracia participativa fueron cooptadas, neutralizadas en el dominio de las grandes infraestructuras y megaproyectos, y dejaron de motivar a las generaciones más jóvenes, huérfanas de vida familiar y comunitaria integradora, deslumbradas por el nuevo consumismo u obcecadas  por el deseo de éste. Las políticas de inclusión social se agotaron y dejaron de responder a las expectativas de quien se sentía merecedor de más y mejor. La calidad de vida urbana empeoró en nombre de los eventos de prestigio internacional, que absorbieron las inversiones que debían mejorar los transportes, la educación y los servicios públicos en general. El racismo mostró su persistencia en el tejido social y en las fuerzas policiales. Aumentó el asesinato de líderes indígenas y campesinos, demonizados por el poder político como “obstáculos al crecimiento” simplemente por luchar por sus tierras y formas de vida, contra el agronegocio y los megaproyectos mineros e hidroeléctricos (como la presa de Belo Monte, destinada a abastecer de energía barata a la industria extractiva).

La presidenta Dilma fue el termómetro de este cambio insidioso. Asumió una actitud de indisimulable hostilidad hacia los movimientos sociales y los pueblos indígenas, un cambio drástico respecto a su antecesor. Luchó contra la corrupción, pero dejó para los aliados políticos más conservadores las agendas que consideró menos importantes. Así, la Comisión de Derechos Humanos, históricamente comprometida con los derechos de las minorías, fue entregada a un pastor evangélico homófobo, que promovió una propuesta legislativa conocida como cura gay. Las manifestaciones revelan que, lejos de haber sido el país que se despertó, fue la presidenta quien se despertó. Con los ojos puestos en la experiencia internacional y también en las elecciones presidenciales de 2014, la presidenta Dilma dejó claro que las respuestas represivas solo agudizan los conflictos y aislan a los gobiernos. En ese sentido, los alcaldes de nueve capitales ya han decidido bajar el precio de los transportes. Es apenas un comienzo. Para que sea consistente, es necesario que las dos narrativas (democracia participativa e inclusión social intercultural) retomen el dinamismo que ya habían tenido. Si fuese así, Brasil mostrará al mundo que sólo merece la pena pagar el precio del progreso profundizando en la democracia, redistribuyendo la riqueza generada y reconociendo la diferencia cultural y política de aquellos que consideran que el progreso sin dignidad es retroceso.

(*)  Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale y catedrático de Sociología en la Universidad de Coímbra

martes, 11 de junio de 2013

La Europa dormida / Ángel Tomás Martín *

Cuando a finales de 2007 apareció el pinchazo de la burbuja especulativa, sometiendo la economía internacional a la crisis más intensa desde la Gran Depresión, ofrecía al mismo tiempo una lección magistral que seguimos sin aceptar. Los responsables de las macroeconomías, los Poderes Públicos, no querían saber nada de los desmanes de los mercados de consumo, del control financiero, ni del endeudamiento público. 

Tampoco supieron ejercer con inteligencia y energía su obligación de oposición quienes estaban llamados a ello. El crecimiento progresivo de la recaudación fiscal y un estado del bienestar mal entendido, encubrían la necesidad de control, sacrificio y trabajo que nunca debe faltar sea cual sea la coyuntura en que nos encontremos.

El endeudamiento generalizado dificulta en gran medida el crecimiento, y es incuestionable y urgente el ejercicio práctico de una economía política basada en la promoción de la riqueza que es, sin duda, variada y suficiente como lo demuestran los profundos estudios de geografía económica probados y publicados. El talento es el que mueve al capital y el único que sabe invertir, dirigiéndolo hacia los sectores de riqueza naturales y rentables. Ni son los Estados los llamados a ello, ni son las macroinversiones, generalmente deficitarias, las que nos volverán al crecimiento.

Igual que una empresa para que sea viable, creciente y duradera precisa de un auténtico líder, que no solamente de un buen gestor, la macroeconomía sólo es posible si se cuenta con quien planifique, desarrolle, controle y propicie la apertura de nuevos mercados donde se dirijan el talento, el capital y los empresarios. Bienvenidas sean las medidas de protección, sin duda necesarias, pero inútiles sin promocionar mercados que atraigan inversión y promotores.

 Sólo se alcanza el liderazgo si se cuenta con inteligencia, carisma, dotes de mando, visión de futuro, sabiduría en la selección de equipos y facilidad de comunicación; muy pocos alcanzan este nivel. ¿Contamos con este privilegio?, las empresas que han superado la crisis desde el otoño de 2007 y en el futuro formen parte de una economía en crecimiento sostenido, sí han contado con verdaderos líderes.

LOS OBSTÁCULOS

Para hacer posible la reactivación, de imperiosa necesidad, hemos de considerar los efectos negativos creados durante la gestación de la crisis, y las consecuencias de las medidas necesarias e impuestas que se contienen en el "Plan Nacional de Reformas" y "Recortes". Veamos algunos:

a). El deterioro de la tesorería y balances del sistema financiero, cuyo saneamiento está siendo lento y difícil, debido al alto endeudamiento de las empresas y del nivel de morosidad que soportan.

b). La concentración bancaria probablemente excesiva, que debe ser vigilada para evitar las consecuencias negativas del oligopolio.

c). Una fiscalidad no armónica con nuestro PIB, ni con la de nuestros socios europeos.

d). Un gasto Público a todos los niveles inasumible a corto o medio plazo, que necesita una solución a largo plazo consensuada con Bruselas que haga posible rebajar el apalancamiento actual.

e). Presupuestos inadmisibles necesitados de adaptarlos al sistema "Base Cero", exigiendo controlar su cumplimiento. Al no poder acometer una devaluación general por pertenecer al Euro, la aplicación de reformas y recortes ha supuesto recurrir a la "devaluación interna", que ha conducido a la recesión que sufrimos, pero que es imprescindible para acometer los cambios estructurales que sirvan de impulso a la reactivación que precisamos con urgencia.

EL CRECIMIENTO SOSTENIDO

Analicemos algunos de los efectos económicos básicos que se están produciendo a nivel mundial, que pueden servir de base y orientación para adoptar las medidas que Europa necesita con el objetivo de salir del estancamiento, e incorporarse a las economías consolidadas y emergentes.

Japón ha devaluado el yen aumentando la oferta monetaria, e iniciando su influencia en los mercados y el crecimiento de sus exportaciones de forma inesperada y competitiva. Suecia ha duplicado su crecimiento poniéndose a la cabeza de Europa.

Inglaterra ha mejorado la recesión que se temía, y ha aumentado su apertura al exterior. Perú ha potenciado su propia y abundante riqueza y se ha abierto a los inversores, como también lo está haciendo Brasil. EEUU está recuperando su potencial industrial y volverá a ser la auténtica locomotora de la economía internacional. La India destaca por su crecimiento técnico y científico, relajando el tradicional distanciamiento con China, iniciándose una posible alianza que el resto de potencias deben considerar detenidamente.

Sin embargo, los países del Euro cuentan con una moneda sobrevalorada con relación al $, que sin duda solo favorece a EEUU. La política de recortes y ajustes, sin promover crecimiento y competitividad, está disminuyendo nuestro producto interior bruto, y se distancia de los países consolidados, en crecimiento y emergentes.

Por todo ello, Europa necesita una unión financiera, fiscal y política más consolidada; pero sobre todo DEVALUAR EL € CON RELACIÓN AL $, previo estudio del mercado internacional, y de una alianza de libre mercado de doble dirección con EEUU y otros países del Atlántico, a semejanza de la ya acordada e iniciada del conjunto de los países del Pacífico.


(*) Economista y empresario

lunes, 10 de junio de 2013

¿El Club Bilderberg y David Rockefeller contra El Corte Inglés? 1/ Francisco Poveda*


La clausura en Londres este fin de semana de las sesiones anuales del enigmático Club Bilderberg, sin conclusiones públicas sobre los temas realmente tratados y las recomendaciones finalmente hechas a los 140 escogidos invitados por quienes detentan las riendas estratégicas de la situación mundial, nos dejan sin saber sobre la certeza o no de las revelaciones previas de varios autores especializados, en el sentido de que el gran patrón David Rockefeller, anciano banquero estadounidense, quiere reducir la demanda universal de bienes y, en consecuencia, la desaparición de la clase media consumista con el objetivo de atrasar el momento de la eclosión de la energía fósil y evitar así una gran hecatombe planetaria en torno al año 2045. Si faltase energía, ¿sobraría gente?, parece que se preguntan los amos del Mundo.

Hace unos días, el nuevo primer ministro italiano Enrico Letta revelaba, para justificar la urgencia de un plan de empleo juvenil en su país, por qué las clases pudientes y menos afectadas por la crisis también estaban dejando de consumir: les preocupa el futuro de unos hijos sin trabajo a pesar de sus cualificaciones universitarias  y profesionales. Letal para la ciencia del marketing, si es que existe. Pero mucho más para el Estado-nación, que tanto parece estorbar en el diseño de un nuevo orden mundial dictado desde Londres y Nueva York por los banqueros judíos Rothschild y Rockefeller, según certeza de los conspiranoicos.

Extrapolado a España este extremo, el vértice de la construcción desde tiempos del general Franco de una amplia clase media ha sido, es y puede dejar de ser El Corte Inglés, gran templo del consumismo inducido y sostenido para y por los grandes beneficiados del desarrollo económico de la primera parte de la segunda mitad del siglo XX. Y el gran icono hoy de la España sin control presupuestario privado y público.

Hoy El Corte Inglés vive los peores momentos desde su creación en 1940. No es ajeno a los vaivenes internos por la crisis y su proceso de toma de decisiones, como el de todo gran saurio, es lenta y no ajustada al devenir continuo de acontecimientos. Como fórmula de salvación primero aprieta a proveedores y luego a empleados y hasta clientes; algo impensable hace unos años lo de restringir crédito a los titulares de sus tarjetas o enviar a factoring sus recibos emitidos ante la creciente ruina de su público objetivo.

Un modelo desarmado por la crisis

La manida 'marca España' es hoy menos El Corte Inglés que Zara. Y es que el modelo de gran almacén evolucionado desde los ejemplos norteamericanos de antes de la II Guerra Mundial y trasladado a Madrid por los asturianos Pepín Fernández y Ramón Areces, parece conocer el principio del fin de todo un ciclo de vida.

Lo primero que ha recomendado su banca acreedora para recuperar con cierta garantía el pasivo oficial de 5.000 millones de euros (El Corte Inglés sostiene, sin contraste auditor externo alguno, que sus activos en balance están por encima de los 7.450 millones) es que frene en seco la expansión sin cabeza en España y que se olvide de la ocurrencia corporativa de una fuga hacia delante en América Latina.

Porque la alocada expansión interior y lusa de El Corte Inglés en los últimos cinco años, hasta rozar los 100.000 empleados y los 15.777,75 millones declarados de facturación en 2011, no se entendía bien desde fuera por las claras manifestaciones de la crisis desde 2007 y una brutal recesión del consumo desde 2010. Aventuras erradas como las de Cartagena, El Ejido, Oporto, El Tiro, Elche... y tantas otras no se explican con una mínima aplicación de la ciencia del mercado y la posesión de una elemental información de calidad  y valor añadido para los negocios.

Lo cierto es que, dirigido por una especie de gerontocracia comercial, El Corte Inglés no demuestra gran capacidad de adaptación ni siquiera de reacción. Excepto en la más reciente oferta del supermercado, mes tras mes se muestra incapaz de taponar la gran hemorragia que le han producido Zara, Mercadona, Media Markt, Ikea, Leroy Merlin, Carrefour y la variada oferta de moda, calzado, textil y hogar en los cientos de grandes centros comerciales que han proliferado en todas las regiones españolas en los últimos 25 años.

Uno de sus lastres es que El Corte Inglés sigue resultando caro en comparación con sus competidores. Parece que no le resulta fácil ajustar sus costes estructurales y sus márgenes comerciales lo que, de entrada, le impide seducir a ese casi 30% de desempleados españoles y sus familias aparte de a un funcionariado castigado en sus nóminas por una drástica política de recortes, que asusta a los más endeudados de todos ellos pese a que la mayoría son pareja de otra/o funcionaria/o.

La desaparición, además, de la conocida como 'tarjeta del gerente' (dádiva libre de impuestos de muchas empresas a sus gestores para que, con cierto límite, sus esposas o ellos mismos pudiesen comprar en El Corte Inglés, en una especie de fidelización sobrevenida) como efecto inmediato del desastre en la cuenta de resultados de una buena parte de las medianas empresas españolas, ha restado igualmente masa crítica de clientela estable desde el año 2010.

Uno de los síntomas más preocupantes de la crisis propia de El Corte Inglés es una especie de maltrato, manifestado en privado por proveedores, a los que parece estar arrastrando en su dinámica con la consiguiente escasez de algunos productos corrientes en todos o algunos de sus más de 80 grandes almacenes en España y Portugal. Y una política, aún más extrema, de personal, con preeminencia de la retribución variable sobre la fija, más turnos sin cobrar los fines de semana por la apertura en domingos y muchos festivos desde enero de 2013.

De prestamista a prestatario

El reciente anuncio de la emisión de bonos de El Corte Inglés por valor de un millón de euros para financiar las ventas a plazos de sus tarjetas de compra, las rigideces aparecidas para la ampliación del límite de crédito de esas mismas tarjetas y una caída general de ventas en todos sus centros, estimada entre el 40-60% con base en las de 2009, lo ha convertido de prestamista de las administraciones públicas en base a su exceso de liquidez, en prestatario de los bancos y financieras para poder digerir el momento histórico más adverso de toda su existencia.

En su actual derrota hacia no se sabe bien dónde, El Corte Inglés se encuentra, además, con tres tendencias muy adversas desde el punto de vista estratégico que, de momento, no sabe o no puede conjurar y que comprometen de forma grave y severa su existencia a medio y largo plazo: 1.- Sus ventas on line son caras y con mucha competencia.- 2.- Su imagen pública percibida como corporación de su tiempo ha recibido un dardo mortal tras descubrirse, a raiz del incendio en Bangla Desh, a que precios y en qué condiciones de explotación, seguridad e higiene laboral fabrica directamente en el Tercer Mundo.- Y 3.- Las nuevas generaciones, obviamente, no suelen ser clientes declarados y los segmentos sociales más concienciados, tampoco.

(*) Periodista y profesor

martes, 4 de junio de 2013

La coacción alemana / Ignacio Ramonet

La devastadora austeridad impuesta por Berlín a toda la zona euro y en particular a sus socios del Sur (Grecia, Portugal, España, Italia y Chipre) está provocando en estos países una subida de la germanofobia. En sus recientes visitas a Madrid, Atenas y Lisboa, la canciller alemana Angela Merkel ha sido recibida por manifestaciones muy hostiles. Miles de víctimas de las políticas ‘austericidas’ denunciaron en calles y plazas la coacción del “IV Reich” y acogieron a la dirigente alemana con banderas nazis y uniformes de las SS o de la Wehrmacht...

En Francia también –cuando se acaban de celebrar por todo lo alto los cincuenta años del Tratado de amistad franco-alemán, piedra angular de la política europea de París– los amigos del presidente François Hollande ya no dudan en reclamar un “enfrentamiento democrático” con Alemania y acusan al vecino germano de “intransigencia egoísta”. El propio secretario general del Partido Socialista (PS), Harlem Désir, alienta a sus militantes a “colocarse a la cabeza de la confrontación” con Angela Merkel, “la canciller de la austeridad”. Y es que, hasta ahora, se había vivido en la idea de que el carro de la Unión Europea (UE) lo tiraba una yunta de dos Estados, Francia y Alemania, y que tanto montaba, y montaba tanto, París como Berlín. Pero eso –silenciosamente, sin bombo ni platillo–, se ha terminado desde que la crisis, a partir de 2010, golpea violentamente a la mayoría de los países europeos mientras Alemania se afianza como la economía más poderosa de Europa. Francia, que perdió en 2012 su triple A, se descolgó del pelotón de cabeza, y ve ahora cómo su vecino germano se aleja cada vez más, económicamente, de ella...

Hasta en el Reino Unido –que no pertenece a la zona euro–, la clase política se alza igualmente para protestar contra la nueva “hegemonía germana” y denunciar las consecuencias de ello: una “Europa dominada por Berlín, o sea precisamente lo que el proyecto europeo debía, en principio, impedir”. En efecto, la UE fue concebida con la idea de que ningún Estado ni podía, ni debía ser hegemónico. Pero Alemania, después del trauma de la reunificación –que sobrellevó gracias a la solidaridad de todos los europeos– se ha convertido en la gran potencia dominante del Viejo Continente. Es el país rico, sin crisis, que todos envidian y detestan a la vez.

Muchos analistas constatan que la crisis, paradójicamente, es lo que ha permitido a Berlín “conquistar Europa” y alcanzar una posición de dominación que no tenía desde 1941... Lo que le hace decir, con ironía, al semanario Der Spiegel: “Alemania ganó la Segunda Guerra Mundial la semana pasada...” (1).

El hecho es que Alemania lidera en solitario la Unión Europea. Basándose en lo que considera su “éxito económico”, Berlín no duda en imponerle a todos sus socios su detestable receta nacional: la austeridad. En particular a los de la orilla mediterránea, cuyos habitantes son considerados por muchos políticos y por los medios de comunicación alemanes como unos “perezosos”, unos “indolentes”, unos “tramposos” y unos “corruptos”. En cierto modo, esos alemanes están convencidos de que la crisis opone un Norte mayoritariamente protestante, trabajador, hacendoso, austero y ahorrador, a un Sur católico u ortodoxo, gandul, jaranero, vividor y rumboso. ¿No declaró acaso, la propia Angela Merkel, ante los militantes de su partido, la CDU, en mayo de 2011, que “en países como Grecia, España y Portugal, la gente no tendría que jubilarse tan pronto, en todo caso no antes que en Alemania (2), y los asalariados tendrían también que trabajar un poco más, porque no es normal que algunos se tomen largas vacaciones cuando otros apenas tenemos asueto. Esto, a la larga, aunque se disponga de una moneda común, no puede funcionar” (3)?

Otra prueba de esa convicción germana de que mientras el alemán trabaja los ribereños del Mediterráneo viven a la bartola (4), la constituye la provocadora declaración, en Salónica, del ministro adjunto alemán de Empleo, Hans-Joachim Fuchtel, enviado a Grecia por Merkel para ayudar a reestructurar los municipios griegos: “Los estudios demuestran –afirmó Fuchtel– que aquí se precisan tres griegos para hacer el trabajo que haría un solo alemán”. Y partiendo de semejante conclusión, el ministro recomendó el despido de miles de funcionarios locales... Los cuales, al día siguiente, se amotinaron y casi ajustician al cónsul alemán, Wolfgang Hoelscher-Obermaier, al grito de “¡Linchemos a los nazis!” (5)...

Más allá de los viejos clichés –“perezosos” contra “nazis”–, lo que está en juego es la salida de la crisis. Porque, a escala planetaria, las demás grandes economías, Estados Unidos y Japón, han vuelto al crecimiento mientras la UE sigue sumida en la recesión. De ahí que se cuestione más que nunca la “solución única” alemana, basada en la austeridad. Berlín sólo cree en la reducción de los déficits presupuestarios, en la disminución de la deuda soberana y, sobre todo, en la reforma laboral (6). Esta “reforma” ha convertido Alemania en un verdadero “infierno social” para millones de asalariados que trabajan por menos de 5 euros la hora en un país que no posee salario mínimo (7). Uno de cada tres empleos es precario. Y el número de “minijobs”, a menos de 400 euros al mes, se ha disparado. La población alemana es la que más sufre con este “modelo”; en Berlín, uno de cada tres niños vive bajo el umbral de pobreza...

Pero es que, además, está demostrado que la austeridad no funciona y es destructora. Cada mes que pasa, Europa, con ese remedio, se hunde más en la recesión. Los ajustes y los recortes sucesivos matan el crecimiento y tampoco permiten el desendeudamiento de los países. Ya no son sólo los Estados del Sur y sus poblaciones quienes protestan contra las políticas de ajuste, a ellos se suman ahora, entre otros, los Países Bajos, Suecia, los socialdemócratas alemanes y la propia Comisión Europea que considera que “la austeridad ha alcanzado sus límites”. Sobre todo cuando las tesis “científicas” de los profesores Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, en las que se basaban las políticas de austeridad, se han revelado falsas; no se apoyaban en ninguna racionalidad económica (8).

Es hora, por consiguiente, de ir pensando en otras soluciones. Berlín y el “merkiavelismo” (9) pretenden que no las hay. Pero es fácil demostrar lo contrario. Por ejemplo, se le podría dar mucho más tiempo –como ya se está empezando a hacer– a los países europeos para alcanzar el célebre 3% de déficit presupuestario; y también cuestionar esta absurda “regla de oro”...
Habría que reducir el valor del euro, moneda demasiado fuerte para la mayoría de los países de la eurozona, y estimular de ese modo las exportaciones. Japón, segunda economía del mundo, lo ha hecho bajo la dirección de su nuevo Primer ministro conservador, Shinzo Abe, inundando la economía de liquidez (todo lo contrario de la austeridad) (10), reduciendo en seis meses el valor del yen un 22%, mientras la tasa de crecimiento daba un espectacular salto adelante situándose en un 3,5% anual...

Otra perspectiva: los 120.000 millones de euros previstos en el Pacto Fiscal que se firmó el año pasado para el “estímulo del crecimiento”... ¿Qué espera la UE para decidirse a gastarlos? ¿Y los 5.000 millones de euros disponibles de los “Fondos Estructurales Europeos”? ¿Por qué no se utilizan? Con sumas tan colosales, ya presupuestadas, se podrían realizar grandes obras de infraestructura y dar trabajo a millones de desempleados... O sea un verdadero New Deal europeo, o como dice Peer Steinbrück, el candidato socialdemócrata rival de Angela Merkel en las elecciones legislativas alemanas del próximo 22 de septiembre: “Necesitamos un auténtico Plan de desarrollo y de inversiones europeo para estimular un crecimiento sostenible. Porque lo que está en juego no es la estabilidad del euro, sino la estabilidad de todo nuestro sistema social y político. La injusticia social amenaza la democracia” (11).

Otra alternativa a la austeridad consistiría en imitar lo que hizo Berlín después de la reunificación en 1993 en beneficio de los Länder del Este, creando un pequeño impuesto indoloro del 1%. A escala europea supondría un fondo de unos 200.000 millones de euros al año que no les vendría mal a los países en dificultad...

Otra medida sería que la canciller Merkel se decidiese a subir los salarios en Alemania, con lo cual relanzaría el consumo interno, estimularía su propia economía (que con un crecimiento de apenas el 0,1% en el primer trimestre de 2013 ronda la recesión), aumentaría las importaciones procedentes de los demás países europeos y pondría así en marcha el motor del crecimiento en toda la Unión.

Y ni siquiera abordamos aquí otras soluciones como sería sencillamente el abandono del euro y el retorno al Sistema monetario europeo, propuesto recientemente por Oskar Lafontaine, ex ministro de Finanzas alemán y fundador de Die Linke. Como vemos, las soluciones no “austeritarias” existen ¿a qué esperan los gobiernos para adoptarlas?

(1) Georg Diez, “Wir Technokraten mit Goethe unterm Arm”, Der Spiegel, Hamburgo, 11 de noviembre de 2011. http://www.spiegel.de/kultur/gesellschaft/s-p-o-n-der-kritiker-wir-technokraten-mit-goethe-unterm-arm-a-797175.html
(2) Esta afirmación es errónea, según la propia prensa alemana, que cita las estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la edad media de jubilación efectiva en Grecia (61,9), España (61,8) y Portugal (67) es semejante, o incluso superior, a la de Alemania (61,8). (Sven Böll y David Böcking, “Merkel's Clichés Debunked by Statistics”, Der Spiegel, Hamburgo, 19 de mayo de 2011.
(3) Ibidem. http://www.spiegel.de/international/europe/the-myth-of-a-lazy-southern-europe-merkel-s-cliches-debunked-by-statistics-a-763618.html
(4) Según un sondeo, el 40% de los alemanes tacha a los españoles de “ociosos o poco trabajadores”. En el mismo sentido, los italianos reciben calificaciones semejantes a las de los españoles, mientras los griegos aún son peor calificados. ABC, Madrid, 24 de abril de 2013.
(5) AFP, 15 de noviembre de 2012.
(6) Esta reforma del mercado del trabajo, es lo que se conoce generalmente como “reforma Schröder”, por el nombre del canciller socialdemócrata Gerhard Schöder que las adoptó – “Agenda 2010”– en 2003-2005. Consiste esencialmente en abaratar los costes del trabajo, facilitar el despido, reducir las indemnizaciones para “flexibilizar” el mercado de trabajo en el sector de los servicios y dar mayor “competitividad” a la economía. O sea un desmantelamiento de los derechos laborales.
(7) En el campo, millones de rumanos y búlgaros son empleados a 3 ó 4 euros la hora...
(8) El País, Madrid, 26 de abril de 2013.
(9) Concepto propuesto por el sociólogo alemán Ulrich Beck. Léase Le Nouvel Observateur, París, 16 de mayo de 2013.
(10) A pesar de que la deuda de Japón representa el 245% de su PIB...
(11) Le Monde, París, 17 de mayo de 2013.