miércoles, 14 de agosto de 2013

Crecimiento sin auténticas reformas básicas, una falacia / Ángel Tomás *

El hombre y, en especial los dirigentes políticos, tienen una inclinación irrefrenable a comunicar insistentemente que las tendencias económicas adversas han alcanzado su punto de inflexión, que la recesión ha terminado y que el crecimiento será una realidad al alcance de la mano. Puede haber hechos positivos que respalden el posible cese de la  recesión, incluso una ligera disminución del desempleo, pero asegurar que el crecimiento se ha iniciado aunque su recuperación será lenta, puede ser una falacia. 

Políticamente es  histórico el empeño en alentar, mediante previsiones optimistas, a los ciudadanos y en especial al empresariado, con el objeto de transformar el pesimismo en ilusión. Es una filosofía casi unánime de los líderes políticos para procurarse estabilidad, sin que en la mayoría de los casos hayan instaurado las reformas y estímulos imprescindibles para que la inversión y el crecimiento sean una realidad. Olvidan que generar ilusión y optimismo sin signos evidentes de crecimiento y sin que se cumplan las previsiones puede convertirse en un fracaso irreparable.

Sufrimos desde hace seis años una crisis que ha detenido la inversión y reducido progresivamente la demanda. Sin que se inicie la primera y crezca la segunda, no debe aventurarse y mucho menos asegurar que el crecimiento empieza a ser una realidad.

En economía no hay posibilidad de bonanza y bienestar sin que se consiga "el equilibrio inversión-demanda". Para conseguirlo, no se han establecido los siguientes pilares básicos: 

1.- Saneamiento real y definitivo del sistema financiero. 
2.- Determinar los sectores económicos propios que España posee con posibilidad probada de rentabilidad, a la que la inversión debe dirigirse, y establecer los estímulos imprescindibles. 
3.- Reformas fiscales homologables con los países de nuestro entorno, y estimulantes al emprendimiento real y al crecimiento empresarial de las consolidadas, sin olvidar también impulsar la exportación, y 
4.- Potenciar la investigación, la innovación y la competitividad.

Sin abordar y regular con urgencia los cuatro puntos anteriormente expuestos, no será realidad  el crecimiento  que se asegura, ni saldremos de la crítica situación económica en la que nos encontramos, ni será posible hacer frente puntualmente al endeudamiento público contraído, que está subiendo de forma descontrolada y que supera con holgura  nuestro producto interior bruto.

Cuestión clave para detener la recesión y propiciar el crecimiento de forma urgente, es el punto tercero del párrafo anterior, la reordenación legislativa del sistema tributario que  haga posible la inversión hacia el crecimiento. Es indudable la obligatoriedad que todos tenemos de contribuir al presupuesto de ingresos del Estado, es un principio aceptado mundialmente, pero otra cuestión es que el legislador olvide también el principio de igualdad y progresividad sin rebasar la línea confiscatoria, como establece nuestra Constitución, y el reconocimiento a la propiedad privada contenido en su artículo 33. Es también un hecho probado que la continua subida de impuestos no consigue aumentar la recaudación, y sí la deslocalización de empresas y la minoración de la riqueza.

Sabido es que una economía en continuo crecimiento y sin control, como la que hemos vivido hasta el 2007, nos ha llevado, no sólo a la crisis, sino a un endeudamiento público desproporcionado y de difícil amortización, producto todo ello de haber sufrido una evidente ausencia de control presupuestario y una ignorancia supina en la dirección y administración de la economía política. Los impuestos serán imprescindibles para nivelar el endeudamiento, pero sin una planificación de la deuda a muy largo plazo y módico interés, y sin una disminución de la presión tributaria que haga posible el crecimiento y como consecuencia el de la recaudación, no conseguiremos el equilibrio inversióndemanda-rendimiento.

El crecimiento impositivo continuo, puede ser producto de carencia de ideas y de recursos para impulsar el tejido empresarial como única solución, porque del emprendimiento privado y el crecimiento de las pymes consolidadas dependerá el desarrollo de España y de la propia Europa. La Autoridad Económica no debe olvidar que el empresario español dedica no menos del 40% de su actividad a cubrir sus impuestos, que sus gravámenes medios, tanto del impuesto de sociedades como de las rentas del trabajo, superan la media de la Unión Europea, de la propia Alemania, y de países cuyo éxito de crecimiento se debió, en gran parte, a la reducción de su presión fiscal, tales como Canadá, Austria y Países Bajos.

Necesariamente el esfuerzo fiscal privado debe ir acompañado de un proyecto efectivo y urgente de austeridad  colectiva estatal y corporativa. Para que el crecimiento de la Europa Comunitaria sea colectivo, debería propiciarse la debilidad del euro contra el dólar, hecho que ayudaría a la exportación y a la balanza exterior, salvo que la fortaleza y solidez del dólar haga imposible esa menor valoración, lo  cual, por otra parte, pondría en evidencia una Europa paralizada débil y carente de liderazgo.

(*) Economista y empresario

domingo, 4 de agosto de 2013

Stanley Payne: “El español medio se ha convertido en un ser anestesiado y con pocas ambiciones trascendentales”


MADRID.- En otras épocas, las masas hacían acto de presencia. España fue tierra de grandes revueltas populares a lo largo del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo pasado. Otro tanto sucedió con mayor o menor intensidad en otros países europeos, como ha descrito el hispanista estadounidense Stanley Payne (Texas, 1934) en su libro “La Europa revolucionaria”.

“Hemos llegado al límite”. “Esto está a punto de estallar”. “Hay que tomar la calle”. Son algunas de las expresiones que acompañan las malas noticias económicas y los últimos escándalos políticos. Sin embargo, los años se suceden y da la impresión de que el hastío generalizado no pasa de las meras palabras.

En un momento en donde la injusticia y los abusos parecen ser más patentes que nunca, la población soporta estos contratiempos. ¿Qué nos ha cambiado? ¿Es que no somos los mismos españoles de siempre? Se lo preguntamos a uno de los mejores conocedores de la Historia de España en el último siglo.

La gente se pregunta por qué no estalla una revolución social, como pasó en nuestro país a principios del siglo XX.
Porque estamos en un época muy diferente de aquélla. Entre los siglos XIX y XX acontecieron en poco tiempo grandes cambios políticos, sociales, demográficos y tecnológicos. Al juntarse todos ellos terminaron revolucionando los ánimos de las masas.

Ahora también hay grandes avances tecnológicos...
Pero no han sido tan fuertes como para movilizar a una sociedad en la misma medida que lo hicieron las grandes rotativas, la radio o el telégrafo. Los grandes cambios tecnológicos conocidos desde la muerte de Franco más bien han conseguido atomizar a los españoles. La implantación del Estado del Bienestar también ha anestesiado a la sociedad, al igual que ha ocurrido en otros países desarrollados.

Pero... ¿acaso no vemos ahora un gran descontento social?
Por supuesto que lo hay, y mucho. Pero pasar del descontento a la rebelión implica atravesar un trecho largo y complicado. En España, además, el Poder está en manos de una estructura partitocrática dominada por cuadros políticos, los cuales dificultan cualquier solución a las reivindicaciones ciudadanas.

¿Cómo evitar la partitocracia sin caer en una especie de caudillismo
“a la italiana”, lleno de “berlusconis” y “beppes grillos”?

Fortaleciendo la sociedad civil, con ciudadanos bien informados y gran sentido de la responsabilidad. Esto no es nada fácil. Italia lo intentó con la “revolución de los jueces” a principio de los 90. Pero luego reconstruyó el sistema de partidos con los mismos fallos y defectos del antiguo sistema.

¿Y por qué es tan difícil?
Porque la sociedad española está anestesiada por anti-valores que desmovilizan a la gente: la telebasura, los deportes, el hedonismo, el consumismo... Con una ciudadanía absorbida por estas realidades resulta muy complicado que surja una movilización para mejorar las estructuras políticas. El horizonte vital de la mayor parte de la gente consiste en disfrutar de la mejor forma posible. El español medio se ha convertido en un ser anestesiado y con pocas ambiciones trascendentales.

El presidente de Metroscopia nos decía que el español es menos apasionado de lo que se piensa. ¿Está de acuerdo?
Sí, es cierto. Es algo que también sorprende a muchos extranjeros que visitan España. Tienen la imagen del español exaltado de hace cien años y de la Guerra Civil. Pero aquello se acabó. La cultura se ha transformado. El español medio actual es un ser sosegado. No pide demasiado; pide algo, pero no mucho. Es modesto en sus apetitos. Acepta lo que tiene y trata de disfrutar lo mejor que pueda.

¿Y las ideologías? En España actuaron como palancas de los grandes
movimientos sociales.

Ahora no hay ideologías nuevas que puedan actuar como palancas de la sociedad. Si acaso, en España se ha impuesto el “buenismo”, lo políticamente correcto. Pero este “buenismo” no busca azuzar grandes revueltas, sino al revés. El buenismo está en contra de las revueltas. Pretende dominar la sociedad, pero promoviendo conformismo, no revueltas.

¿Un cambio del sistema electoral puede servir cambiar las cosas?
No totalmente, pero sí sería un primer caso. Las listas abiertas acortarían las distancias entre votante y diputado, además de aumentar el pluralismo político. Ahora el diputado está pendiente de lo que opina el líder que le coloca en las listas, no del ciudadano que le vota.

Parece que la diferencia entre izquierda y derecha se ha difuminado. Es una crítica que hacen a PP y PSOE.
Es misma crítica se escuchaba también en la época de la Restauración borbónica, referida al Partido Conservador y al Partido Liberal. El PP y el PSOE se diferencian por el papel que cada uno atribuye al Estado en la economía. El PP quiere que intervenga poco y el PSOE lo contrario. El problema de estos años de crisis es que ni uno ni otro tienen margen de maniobra para cambiar la política económica. Como el PSOE necesita diferenciarse del PP (y no puede hacerlo por la parte económica) se ha volcado de lleno sobre la revolución cultural.

¿A qué revolución cultural se refiere?
A cosas como la ideología de género, el ecologismo, el lobby gay, la hostilidad contra la Iglesia... es decir: en todo lo que sea incidir en un estilo de vida alternativo al tradicional y cosas así...España se ha convertido en un país de clase postmodernista. Los radicalismos políticos casi se han extinguido totalmente. Han sido sustituidos por expresiones de la revolución cultural, pero sin capacidad de movilizar a las masas.

Esto me recuerda a lo que decía un político socialista con cierta sorna: “Debemos darle caña a la la Iglesia porque es lo único que nos queda de rojos”.
Efectivamente, la expresión del nuevo radicalismo occidental es de tipo cultural. Al contrario de los antiguos revolucionarios políticos, estos nuevos revolucionarios culturales no pretenden cambiar las estructuras políticas, sino la identidad individual.

La indignación popular contra la clase política es patente, pero a diferencia de otras épocas, la mayoría de los españoles no salen a la calle para manifestar su repulsa

¿Dónde han quedado las grandes masas populares que provocaban cambios políticos como la revolución rusa o la llegada de la II República española?
Han desaparecido totalmente o se han reducido a la mínima expresión. El movimiento social más importante de la España del siglo XX fue el anarquismo. Ya casi murió. Tampoco existe en Europa, a excepción de Grecia, donde aún queda cierta vida anarquista con capacidad de radicalizar las revueltas de las calles.

Las sociedades islámicas parecen estar despertando. ¿Por qué no también las occidentales?
Es un problema muy distinto. Lo que está ocurriendo en los países árabes (no me refiero a los islámicos en general, sino a los árabes en particular) es una reacción contra el despotismo, que es el sistema político natural al que tienden estos países.

¿Por qué?
Porque en ellos apenas existe sociedad civil, ni educación cívica o política. Cuando eliminan el despotismo, los países árabes tienden a la fragmentación. Y entonces se imponen los islamistas, porque tienen un mensaje que la gente entiende fácilmente. Pero este mensaje es difícilmente compatible con el concepto de sociedad civil tal y como lo entendemos en Occidente.

¿Podrá Europa integrar la inmigración musulmana?
Supone un desafío enorme. Europa nunca aceptará costumbres islámicas como la sharía. Los musulmanes tendrán que vivir bajo las mismas leyes de cada país y, en parte, bajo la misma cultura. El multiculturalismo no existe. Cada país tiene una cultura cívica única y todos los ciudadanos deben aceptarla.