Desde que se planteó la entrada de España en el euro, e incluso en la
Unión Europea, los grupos de poder y los gobernantes de turno han
procurado soslayar el debate público, plural y democrático sobre sus
ventajas e inconvenientes reales.
Desde el principio se trató de convencer a la población de que
nuestra pertenencia a ambos clubs no tendría nada más que efectos
positivos, así que quienes tratábamos de levantar la voz para mostrar lo
contrario fuimos tachados siempre de iluminados, cavernarios o
excéntricos.
La realidad creo que ha demostrado que el camino emprendido ha estado
lleno de muchas más dificultades e inconvenientes de las que nos
dijeron al iniciarlo y que el saldo final no es tan claramente favorable
a nuestros intereses como se daba por hecho. Y, en cualquier caso, me
parece indiscutible que la carencia de debate y la falta de claridad a
la hora de poner sobre la mesas los costes y beneficios que los
diferentes grupos sociales soportamos por pertenecer al euro son una
clara muestra de las carencias reales y muy importantes que tiene
nuestra democracia.
Soy plenamente consciente de que el asunto no se resuelve en una
pocas líneas pero como una muestra más de que la realidad no es la que
nos quieren hacer creer me parece oportuno traer aquí los datos bastante
significativos que proporciona John Weeks, economista y profesor de la
Universidad de Londres, en un artículo reciente (Join The Euro? Yes, For Lower Growth).
Aunque sabemos que el Producto Interior Bruto (PIB) no es un
indicador adecuado para conocer el estado real de una economía (entre
otras cosas, porque el PIB deja muchos factores y costes y beneficios
fuera, como los ambientales; porque no valora más que las actividades
que tienen expresión monetaria; o porque desconoce todo lo que tenga que
ver con la calidad o con los efectos de la actividad económica),
podemos utilizar en este caso su tasa de crecimiento para comparar lo
que ocurre dentro y fuera del euro. De hecho, esa tasa es la que usan
los economistas convencionales para evaluar la situación en la que se
encuentran las distintas economías, afirmando que van bien y que se crea
empleo cuando crece y que van mal y aumenta el paro si disminuye.
Pues bien, al respecto es interesante comprobar lo que ha ocurrido
con los 12 países de la Unión Europea que a partir de 1999 (Alemania,
Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Holanda, Irlanda, Italia,
Luxemburgo, Portugal y España) o 2001 (Grecia) entraron a formar parte
del euro con lo sucedido en los 10 que no entraron en la unión monetaria
(Chequia, Chipre, Dinamarca, Estonia, Hungría, Polonia, Eslovaquia,
Eslovenia, Reino Unido y Suecia), a los que Weeks añade Noruega, al
tratarse de una economía plenamente integrada en el espacio económico
europeo.
Los datos son claros. Entre 2000 y 2007, en la etapa de expansión
económica, los países que formaban parte del euro tuvieron un
crecimiento promedio anual del 2,8%, mientras que los que no formaban
parte de él alcanzaron una del 4,3%.
Es decir, que hubo una diferencia muy notable (de 1,5 puntos) a favor
de los países que permanecieron fuera del euro, una diferencia que
sería aún mayor (de 2 puntos) si se tomara el periodo de 2002 a 2007.
En el siguiente periodo de crisis que va del primer trimestre de 2008
al segundo del año actual, 2013, se vuelve a registrar la diferencia a
favor de los países que se quedaron fuera de la unión monetaria europea.
Para esta fase ya había 16 países dentro del euro (Alemania, Austria,
Bélgica, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Finlandia, Francia,
Grecia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y España y sin
contar Malta por falta de datos), que registraron un crecimiento
promedio anual negativo del -0,7%.
Sin embargo, los 7 países que permanecían fuera del euro (Chequia,
Chipre, Dinamarca, Hungría, Noruega, Polonia, Reino Unido y Suecia),
registraron un tasa promedio anual de crecimiento positiva, del 0,4%
(que sería del 0,6% si se excluyera al Reino Unido que en materia de
austeridad se ha comportado en ese periodo prácticamente igual que los
países del euro).
Pero el peor rendimiento de los países del euro, en cuanto a
crecimiento económico se refiere, es aún más evidente en esta etapa de
crisis si se distinguen dos fases dentro de ella. Una primera marcada
por la política de estímulos a la actividad, hasta mediados de 2010, y
otra segunda de políticas de austeridad en el seno de la Eurozona, desde
2010 hasta ahora.
Se comprueba fácilmente que el estímulo permitió a las economías de
dentro y fuera del euro recuperar el crecimiento: gracias a esas
políticas, las economías del euro pasaron de las tasas negativas de 2009
a registrar un crecimiento positivo del 2,2% a mediados de 2010. Sin
embargo, a partir de este último año se pusieron en marcha las llamadas
políticas de austeridad que han conducido a registrar de nuevo una tasa
de crecimiento del PIB negativa (del -1,5%) tres años más tarde en los
países de la Eurozona.
Por su parte, el impacto de las políticas de estímulo en el
crecimiento de los países que se mantenían fuera del euro fue mayor
mientras que la caída posterior, cuando la austeridad deterioró el clima
general, fue menor, pues han llegado al segundo trimestre de 2013 con
una tasa de crecimiento positiva del 0,4%, y sin que apenas se haya
registrado (salvo muy levemente en dos trimestres) una tasa de
crecimiento negativa.
La conclusión a la que llega John Weeks es clara: pertenecer al euro
ha supuesto una penalización en términos de crecimiento económico a las
economías que forman parte de la unión monetaria de 1,5 puntos
porcentuales en la fase de expansión y de 1,1 puntos en la de crisis.
Aún a sabiendas de que hay que tener en cuenta otros factores, lo
cierto es, por tanto, que pertenecer al euro se ha demostrado como una
circunstancia que genera menor crecimiento de la actividad económica,
mientras que haber permanecido fuera está asociado a tasas más elevadas
de crecimiento de las economías. A la luz de los datos puede afirmarse,
pues, que no son ciertas las virtudes que se dicen que son indiscutibles
e intrínsecas a la pertenencia a la unión monetaria europea. Bien
porque está muy mal diseñada (por asimétrica y por favorecer solo a
algunos países), bien porque las políticas que se aplican son
contraproducentes para la actividad y el empleo, lo cierto es que
pertenecer a ella tiene costes explícitos en términos de crecimiento
económico.
Por tanto, es muy posible que fuera del euro le hubiera ido mejor a
la economía española en su conjunto, aunque no, desde luego a los
grandes grupos empresariales, inmobiliarios, industriales y financieros
españoles y extranjeros que han casi monopolizado sus ventajas. Parece
entonces evidente que es obligado poner sobre la mesa este tipo de datos
y debatir con rigor y pluralidad sobre dónde nos conviene más estar
porque las cosas no son tan evidentes como nos han querido y nos quieren
hacer creer.
(*) Catedrático de la Universidad de Sevilla y miembro del consejo de ATTAC
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