martes, 29 de enero de 2013

El tiempo de los idiotas / Paco Nadal *

Vivimos buenos tiempos para los idiotas. Hay una larga lista de espacios mediáticos y sociales tomados por auténticos ignorantes que ejercen de gurús en materias variopintas. Lo hacen con soltura y les pagan por ello. Pero no hablamos de esos ‘idiotas’. Los griegos, a los que endilgamos el origen de casi todas las cosas, olvidando a civilizaciones tan o más desarrolladas que esa, llamaban ‘politikoí’ a los asuntos que eran de interés de los ciudadanos, a los temas de Estado. Lo polikoí era antagónico de los intereses privados o personales (‘idiotikós’). A los hombres (que las mujeres no pintaban mucho por aquellos lares) que no se interesaban en lo público se les denominaba ‘idiotes’ (ciudadanos privados) lo que al final terminó (de) generando el término idiota para referirse a un inculto.



Sería una medida profiláctica volver a denominar como idiotas a aquellos seres humanos que sólo miran su ombligo y sus intereses, pero en realidad lo que pretendo es hacer apología de la política. Sé que es un ejercicio suicida en un momento histórico en el que la política está desprestigiada, prostituida, degradada como la más vil de las ocupaciones. Puede parecer inútil cuando se habla todo el tiempo de la necesidad de “despolitizar” los mensajes y los espacios. Pero, realmente, lo suicida es abandonar la política a una suerte controlada por profesionales de la misma, por burócratas mediocres que han ensuciado la palabra y han desvirtuado su ejercicio.



Desde el momento que vivimos en sociedad somos –o deberíamos ser- seres políticos. Uno de los éxitos de este sistema adormecedor y desmovilizador ha sido convencernos que la política no es cosa nuestra, sino de los que pertenecen y viven dentro (o de) un partido político. Una sociedad política es aquella donde sus integrantes se preocupan por los asuntos comunes, por lo público. Ciudadanas y ciudadanos que participan de las decisiones que les atañen, que exigen y fiscalizan a los cargos públicos, que tiene propuestas y quieren ser escuchados. Hacer política es participar en el diseño de las aceras de nuestra calle o en los presupuestos de nuestro ayuntamiento, es ser activos en la asociación de vecinos o en la de padres y madres de un centro educativo. Hacer política es manifestarse en la calle, es opinar en público, es participar de una huelga o denunciar ante la justicia los pequeños –o grandes- hechos de corrupción. Si no somos políticos no somos ciudadanos.



Por eso son tan peligrosos los discursos maximalistas que igualan a los partidos políticos y a todos los políticos, que nos insisten en que la política es mala per se. Ese discurso sólo interesa a los fascistas o a los estalinistas, ambos convencidos de que las personas sólo somos útiles como parte de una masa, no como sujetos políticos activos de nuestro entorno. Por eso es tan arriesgado eliminar los ‘apellidos’ cuando criticamos la política, los partidos, la democracia o la Unión Europea… ¿qué política? ¿qué partidos? ¿qué democracia? ¿qué Unión Europea?



El filósofo Javier Gomá, cuando desarrolla su teoría de la ejemplaridad de lo público, se lamenta de que los ‘mejores ciudadanos’ se apartan de la política y dejan el espacio ara que ésta sea tomada por seres mediocres. Cuando los mediocres, como ahora, además son idiotas –es decir, que buscan el interés privado- estamos condenados al fracaso. En el tiempo de los idiotas es imprescindible retomar la política para dignificarla. Ese es el primer paso para superar una crisis que no es económica sino política (como todo).

(*) Soy periodista y en el DNI dice que nací en Murcia en 1971. Ahora, unos añitos después, ejerzo el periodismo de forma independiente (porque no como de él), asesoro a periódicos de varios países (porque me dan de comer) y colaboro con comunidades campesinas e indígenas en la resistencia a los megaproyectos económicos (porque no me como el cuento del desarrollismo).