Sería una medida profiláctica volver a denominar como idiotas a
aquellos seres humanos que sólo miran su ombligo y sus intereses, pero
en realidad lo que pretendo es hacer apología de la política. Sé que es
un ejercicio suicida en un momento histórico en el que la política está
desprestigiada, prostituida, degradada como la más vil de las
ocupaciones. Puede parecer inútil cuando se habla todo el tiempo de la
necesidad de “despolitizar” los mensajes y los espacios. Pero,
realmente, lo suicida es abandonar la política a una suerte controlada
por profesionales de la misma, por burócratas mediocres que han
ensuciado la palabra y han desvirtuado su ejercicio.
Desde el momento que vivimos en sociedad somos –o deberíamos ser-
seres políticos. Uno de los éxitos de este sistema adormecedor y
desmovilizador ha sido convencernos que la política no es cosa nuestra,
sino de los que pertenecen y viven dentro (o de) un partido político.
Una sociedad política es aquella donde sus integrantes se preocupan por
los asuntos comunes, por lo público. Ciudadanas y ciudadanos que
participan de las decisiones que les atañen, que exigen y fiscalizan a
los cargos públicos, que tiene propuestas y quieren ser escuchados.
Hacer política es participar en el diseño de las aceras de nuestra calle
o en los presupuestos de nuestro ayuntamiento, es ser activos en la
asociación de vecinos o en la de padres y madres de un centro educativo.
Hacer política es manifestarse en la calle, es opinar en público, es
participar de una huelga o denunciar ante la justicia los pequeños –o
grandes- hechos de corrupción. Si no somos políticos no somos
ciudadanos.
Por eso son tan peligrosos los discursos maximalistas que igualan a
los partidos políticos y a todos los políticos, que nos insisten en que
la política es mala per se. Ese discurso sólo interesa a los
fascistas o a los estalinistas, ambos convencidos de que las personas
sólo somos útiles como parte de una masa, no como sujetos políticos
activos de nuestro entorno. Por eso es tan arriesgado eliminar los
‘apellidos’ cuando criticamos la política, los partidos, la democracia o
la Unión Europea… ¿qué política? ¿qué partidos? ¿qué democracia? ¿qué
Unión Europea?
El filósofo Javier Gomá, cuando desarrolla su teoría de la
ejemplaridad de lo público, se lamenta de que los ‘mejores ciudadanos’
se apartan de la política y dejan el espacio ara que ésta sea tomada por
seres mediocres. Cuando los mediocres, como ahora, además son idiotas
–es decir, que buscan el interés privado- estamos condenados al fracaso.
En el tiempo de los idiotas es imprescindible retomar la política para
dignificarla. Ese es el primer paso para superar una crisis que no es
económica sino política (como todo).
(*) Soy periodista y en el DNI dice que nací en Murcia en 1971. Ahora, unos
añitos después, ejerzo el periodismo de forma independiente (porque no
como de él), asesoro a periódicos de varios países (porque
me dan de comer) y colaboro con comunidades campesinas e indígenas en la
resistencia a los megaproyectos económicos (porque no me como el cuento
del desarrollismo).