jueves, 19 de junio de 2014

Hay que recordar lo mejor del reinado de Juan Carlos / Francisco Poveda *

Por mucho que se empeñen algunos, Juan Carlos I no ha sido un rey franquista porque pronto desarmó la estructura de aquel régimen dictatorial y autoritario para dar paso a una monarquía parlamentaria que trajese de inmediato la democracia a nuestro país. Quienes no viviesen aquello de cerca no pueden pontificar ahora en la Universidad española que lo que luego han conocido era una continuación de lo anterior, que tampoco vivieron. 
No, definitivamente no, porque medió un referéndum que legitimó la reforma política y aprobó una Constitución en 1978 por abrumadora mayoría, que lleva vigente casi 40 años. Como no hubo ruptura puede parecer que a Juan Carlos lo puso Franco y aquí sigue hasta ayer. La Monarquía actual es una consecuencia directa de la reforma pactada por todas las fuerzas políticas y los autonomistas catalanes, vascos y gallegos con la bendición de los poderes fácticos de la época. No hay otra verdad.

En varias ocasiones se le ha oido decir al monarca que su objetivo prioritario conseguido era ése y la restauración monárquica. Y por eso su padre renunció a la Corona y trasmitió al hijo su legitimidad dinástica, recibida en su día, a su vez, por el conde de Barcelona, un patriota de verdad, de quien fué el rey Alfonso XIII. De lo contrario, de no haber sido refrendada implícitamente la monarquía al aprobar la Constitución los españoles de entónces, el no reinante rey Juan no hubiese dado nunca ese paso con su renuncia pública al trono de España en favor de Juan Carlos.

El nuevo rey hizo pronto sus deberes de libertad, convivencia y diálogo dentro del pluralismo tras liquidar el franquismo por consejo de su padre y el grupo de monárquicos del interior ajenos al círculo de Estoril, lleno de personajes recalcitrantes con la vuelta a Madrid de don Juan para reinar después de Franco. El deseo de fondo no confeso del joven monarca era, mediante una amnistía, acabar con las dos Españas y ser el rey de todos los españoles pese a las resistencias de los generales provenientes de la Guerra Civil, a cual más cerril e inculto, cuando todavía la democracia era incipiente pero no vacilante. El Rey reconoce que, en todos estos años, nunca se ha olvidado de ni una sola de las víctimas del terrorismo.
El 23-F no fue otra cosa que una calculada vacuna contra esos generales tras casi obligar al rey-militar a prescindir como presidente del Gobierno de un ya muy gastado Adolfo Suárez. Le sucedió un monárquico acreditado como era Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, a mitad de camino entre tecnócrata y político, como mejor salida para poder continuar la Transición aunque más pausadamente y de forma más hábil, hasta conseguir el consolidador turno político, una vez lograda en su día la legalización de todos los partidos políticos. 

Juan Carlos fue siempre el verdadero motor del cambio y todos los demás elementos en presencia, ejecutores de las órdenes del rey como buen militar de carrera que era, hasta sacrificar en el trance a los generales monárquicos Milans del Bosch y Alfonso Armada, que nunca se hubiesen levantado contra él.

Visto en perspectiva y sin los condicionamiento de los efectos de la actual crisis económica, el resultado final no ha sido malo porque España es ahora el país más moderno de Europa y la gran esperanza de este continente porque será en los próximos años el de más y mejores oportunidades de inversión y creación de empleo, según coinciden todos los laboratorios de la City y Wall Street. El último gran servicio de Juan Carlos al país que tanto quiere, España, ha sido su abdicación de ayer para que pueda afrontar esa nueva etapa con su hijo Felipe VI al frente.
Las elección de Suárez, Calvo-Sotelo y Torcuato Fernández-Miranda primero y Felipe González después, para correr los riesgos inherentes al desarrollo del proceso político democrático, reconoce el monarca que fue un acierto cuando tanta Cancillería occidental no creía que pudiese darse el turno político y acceder al Gobierno un partido republicano como el PSOE. A partir de ese momento y, tras un largo período de gobiernos socialdemócratras, la democracia en España quedó plenamente asentada con el Estado de las Autonomías para dar oportunidades a otras sociedades de fuera de Madrid y de territorios periféricos, peninsulares e insulares.
Atendiendo a los consejos de su padre, Juan Carlos I ha sido, según sus propias palabras, un nómada en su país al jactarse de conocer las ciudades y todos los pueblos más importantes de España y haber saludado personalmente a miles de españoles. El rey ha tratado siempre de estar cerca de la gente para conocerla y tener la experiencia de escucharla para aprender de ella con sus expresadas ideas ante él. Y todo por su interés de servir al pueblo y hacer útil la monarquía.  

La primera utilidad fué conseguir en 1986 la entrada de la siempre europea España en el núcleo de decisiones de la Comunidad Económica continental tras hablar con muchos gobiernos y periodistas internacionales sobre lo que se había hecho en nuestro país durante los diez años anteriores y lo que quedaba por hacer pese a las dudas de algunos de esos interlocutores. 
Y dentro de ese esfuerzo de abrir puertas a España y destilar credibilidad democrática, Juan Carlos fue el primer rey español en viajar a Iberoamérica; lo hizo todos los años y el resultado ha sido lograr una comunidad de intereses con los países que fueron, excepto Brasil, nuestras antiguas colonias. Por eso se vanagloria de haber acercado aquellas jóvenes repúblicas a la hoy Unión Europea. También ha logrado una sincera relación fraterna con Portugal, donde residió de joven, y con Italia, donde nació por el exilio de su abuelo y de sus padres.

Insiste siempre, y no hay por qué dudarlo, en su amor y lealtad a España inculcados por su padre porque un exiliado lleva a España mucho más en su corazón, como ahora ha expresado su intención Juan Carlos al abdicar la corona, y se precia además de haber unido a todos los españoles para recuperar la democracia por la acción de la monarquía refrendada en el referéndum del 6 de diciembre de 1978. Por eso habla siempre de haber sentido en todo momento el apoyo general del pueblo en sus esfuerzos de normalización y modernidad, reconociendo que queda aún pendiente lograr una España más igualitaria y más justa.

Juan Carlos tuvo como rey la humildad de pedir perdón recientemente a los españoles por sus errores. Y consecuente con esa actitud ha terminado abdicando cuando lo ha creído oportuno tras escuchar a quienes ahora tienen más conocimientos, percepción y elementos de juicio para ver lo más conveniente para España y la Monarquía en un contexto europeo y occidental.

Por todo lo anterior le deben estar agradecidos hasta quienes en libertad siguen pidiendo que venga una república y exigiendo que se celebre un referéndum para ver si una mayoría de españoles abomina de esta Corona que ahora desea continuar y que, por edad, bastantes no refrendaron en su día dentro de una Constitución, que eso sí, pocos dudan que se ha quedado obsoleta y sólo sirve, al final, a los intereses de unos cuantos.

(*) Periodista y profesor

lunes, 16 de junio de 2014

La monarquía de Felipe VI será 'republicana' o no será / Francisco Poveda *

Esta misma semana las Cortes Generales, Congreso y Senado, proclamarán rey al Príncipe, previsiblemente con el nombre de Felipe VI, y España introducirá así un elemento básico de tranquilidad en la Unión Europea, donde existen otras seis monarquías constitucionales o parlamentarias en espera de no perder cuota institucional en el Continente ni que muy cerca se sienten precedentes adversos. 

Bruselas oficiosamente se inclina, pues, por la continuidad de la Monarquía en nuestro país y semanas atrás ha propiciado, con la máxima discreción, la necesaria y urgente abdicación del padre, azuzada por la católica Bélgica y la protestante Holanda con especial ahínco.

También se es consciente en el resto de Europa, donde existen tres monarquías más, Noruega, Liechtenstein y Mónaco, que la forma republicana no ha tenido una buena experiencia histórica entre nosotros, sobre todo, en un siglo XIX tormentoso, aunque los amplios sectores identificados con ella no afloren ahora del todo todavía al relacionarse, intencionadamente por cierta propaganda ideológica, la II República como algo que larvó la Guerra Civil a comienzos del siglo XX. 

(Por cierto, que sería bueno sustituir en parte la actual bodeguilla del pabellón del príncipe por una biblioteca básica de ensayo para estar en poco tiempo intelectualmente por encima de la media de un país con demasiados analfabetos funcionales en este momento, sin criterio fundamentado y sobre los que va a reinar igualmente Felipe VI, más de los que parece 'ninis' y 'frikis').

 Sin embargo, el encaje de bolillos ahora es diseñar y realizar una segunda transición, con el motor de la Corona, desde la regeneración del sistema, con la voladura controlada del régimen de 1978 y la eliminación sin más de la indeseable casta generada al objeto de obtener una rápida y actual credibilidad democrática frente a unas nuevas generaciones ilustradas y decididas a opinar y ser activas sobre su propio destino individual y colectivo. Porque la inevitable Monarquía federal de Felipe VI será ya 'republicana', o no será en el tiempo, si se quiere de verdad conjurar una estructural inestabilidad institucional a la belga y un final casi seguro fatal.

La primera meta a alcanzar debe ser revaluar la Corona. Sería bueno que en La Zarzuela sólo viviera un rey y en Marivent, si acaso, una sola reina.  La imagen pública percibida y la forma transmitida van a ser claves a partir de ahora en la imprescindible, por estratégica, excelente comunicación institucional, a la par formal y no verbal, a emitir desde palacio y para la que no valdrán voluntarios aficionados en vez de profesionales experimentados y acreditados para dirigirla, por el bien de la Casa Real en primer lugar.

(Especial atención se debe prestar a Internet y la generación digital que tiene tras la suya Felipe VI, cuya aristocracia intelectual es hoy la principal fuerza social en acción en el Reino).

Es por eso que el entorno funcional heredado de la época de príncipe por la precipitación abdicadora, se ha de ir renovando gradualmente pero sin dilación antes de final de año por el nuevo monarca, quien para evitar más desaciertos ha de huir, diplomáticamente pero de forma resuelta, de ciertas amistades bien identificadas y de cortesanos espontáneos en busca de presumir en sociedad, privada o públicamente, de influencia neta en Zarzuela, hasta llegar a alimentar el ¡Hola! cuando no estamos tratando de un 'cuento de hadas' ni de una Corte al uso.

Porque de lo que sí se trata, dentro de un inaplazable cambio de estilo, es de ser útil al país, ganar autoridad moral y ser el líder de esa monarquía 'republicana' que catalice todas las sensibilidades en presencia, para quienes Zarzuela siempre debe 'estar de guardia' porque no se debe limitar a arbitrar y verlas pasar sino animar a la acción desde su influencia institucional. Eso no está reñido con la imprescindible sobriedad y ejemplaridad que se esperan dentro de una exteriorización no excesiva de privilegios. El nuevo rey no debe dejar que le induzcan a error ni repetir errores cometidos por otros. Yo le diría que no haga nada que no pueda hacer la mayoría de españoles, comenzando por renunciar como gesto a la inviolabilidad no política.

Uno de esos errores de bulto podría ser repetir esquemas superados, por experimentados años atrás, de marketing institucional que se identifican con el pasado. El contacto callejero con el pueblo no debe ser programado para la propaganda sin más recorrido sino que debe responder a circunstancias espontáneas como demuestra, una y otra vez, la longeva reina de Inglaterra, quien tampoco suele visitar ni alternar con monarcas autoritarios o recibir en Londres a dirigentes muy contestados por la opinión pública internacional. Y, mucha atención, que sólo viste su uniforme cuando el contacto es exclusivamente con militares. El mensaje es claro por parte del antiguo y sabio Imperio Británico.

El acento se ha de poner ahora, más que nada, en recibir y conocer semanalmente a nuevos representantes de la sociedad civil española y ser sugerente con ellos sin llegar a ser 'colega'. Todavía existen en nuestro país muchos más indiferentes que monárquicos declarados y republicanos recalcitrantes juntos, al igual que ocurre con los católicos de abrumadora mayoría confesa. El nuevo monarca, del que tanto espera Europa aunque no Estados Unidos, debe ser un 'republicano' y para ello se debe fijar muy bien en los modos y maneras de El Elíseo pero también tener la humildad de escuchar al rey padre de los belgas por aquello de su experiencia en templar los ánimos de valones y flamencos cada día que amanece.

Felipe VI tiene la obligación de legitimarse 'per se' y demostrar no querer ser una herencia del franquismo por una sobrevenida legalidad de dudosa legitimidad. A partir de aquí nada se debe cerrar en falso ni autoengañarse. Lo que viviremos esta semana tan solo es una forma de continuidad que exige luego varias reválidas en tiempo y forma. Los mimbres viejos hay que quemarlos, de entrada, en la chimenea de la Historia. Todo lo que, al final, ha resultado contra el pueblo no debe coexistir con el nuevo monarca por su propia trascendencia de futuro y la de su dinastia.

Así como en 1977 las Cortes franquistas fueron volatilizadas por la ley de reforma política de Adolfo Suárez, la nueva monarquía federal que ahora se necesita para preservar la unidad de España debe prescindir, a la mayor brevedad, de los viejos partidos que han venido sustentado el sistema devenido en corrupto, inviable y sin salida y, por supuesto, de los politicastros que nos han conducido a un desastre aún mayor que el de 1898, incluidos sin excepción Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy por resultar los principales. El nuevo monarca debe alejarse lo más posible de los cuatro al estar desahuciados por la sociedad española en su conjunto. Lo nuevo no debe ser viejo, como encerraba el mensaje implícito de la portada no nata de la revista satírica catalana 'El Jueves'.

Regeneración y nueva Constitución, porque la del 78 se ha utilizado finalmente contra los españoles en favor de unos pocos, deben ser los ejes para asentar la nueva monarquía federal, que ha de pivotar sobre una Justicia renovada muy a fondo, tras no haber hecho bien su trabajo durante todos estos años, para poder poner frente a esa otra judicatura más independiente a los 5.000 miembros responsables directos del hundimiento de España y la ruina de su clase media, y sacudirse así de lo peor de la actual clase política para que sus 'saurios' no arrastren al nuevo monarca en su inevitable derrota.

No debe olvidar nunca Felipe VI que la Dictadura engendra Monarquía pero que ésta debe engendrar Democracia, con riesgo de advenimiento republicano sino se profundiza en ella. Así de simple y de complejo es el proceso que se nos presenta. 

(*) Periodista y profesor

sábado, 7 de junio de 2014

Podemos elegir la audacia / Andrés Pedreño *

El campo político español, tal y como se reconstruye a partir de 1978, delimitó una férrea frontera entre los ´profesionales de la política´ y ´los profanos´. Los profesionales hicieron de determinados lenguajes, rituales y recompensas las señas distintivas entre quienes estaban legítimamente dentro del campo político y quienes quedaban fuera. Los profanos fueron progresivamente excluidos de la política legítima, aunque convocados periódicamente a las urnas para votar. La movilización del 15M impugnó fuertemente este campo político, cuando miles y miles de profanos gritaron «no nos representan» en nombre de la democracia. La frontera que los profesionales habían levantado frente a los profanos quedó cuestionada como síntoma de desdemocratización. 

Aquí también los ´sin papeles´, esto es, los excluidos de la política legítima, reivindicaron su lugar en el mundo político. Sabiéndose los perdedores de una crisis económica que cortaba radicalmente las trayectorias sociales ascendentes construidas laboriosamente por sus padres, los jóvenes de los sectores medios y populares urbanos, contando con la solidaridad intergeneracional de los más mayores, utilizaron muchas de sus formas de expresión específicas (la interacción grupal, la acampada, la política del placer, etc.) para reinventar un mundo político posible, pero radicalmente democrático.

La plaza pública y la asamblea representaron una apertura de la política deseada para que los profanos expresaran su malestar y su potencia. El 15M lo cambió todo. Nada podía ser igual. A los profesionales de la política a partir de entonces se les empezó a pensar como una ´casta´. A la asamblea se le concibió como el escenario ideal para la expresividad de una nueva práctica política protagonizada por ´profanos´.

La iniciativa política Podemos, que irrumpe con cinco europarlamentarios en las pasadas elecciones del 25 de mayo, nace de una lectura y de unas hipótesis sobre lo que significó el 15M. Como no se cansan de repetir Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, por citar dos de las voces más significativas de la iniciativa, no se trata tanto de ´representar´ al 15M (algo imposible dada su heterogeneidad) como de ´interpretar´ qué fue tan excepcional acontecimiento. De esa lectura del 15M nace un espíritu y una metodología para la acción política que se ha propuesto llegar a gobernar este país. El 15M rechazó la entrada en el campo institucional pero alimentó un ciclo de movilizaciones inédito (anti-desahucios, mareas, etc.). Podemos recoge ese espíritu de la política hecha por profanos pero plantea como necesidad la entrada en el campo institucional: «Nos han tenido mucho tiempo fuera, ahora nos van a tener dentro».

Este gesto, provocador e insólito, se hace sobre la base de procedimientos y metodologías que ya estuvieron presentes en el 15M: la base asamblearia y la plaza pública (los Círculos en Podemos) donde los profanos se expresan por encima de las divisiones trazadas por los partidos políticos; el rechazo a las mediaciones burocratizadas propias de los partidos; la apuesta por formas de elección y de toma de decisiones radicalmente democráticas (primarias abiertas para confeccionar las listas electorales, lo cual impugna la lógica de la ´selección de élites´ mediante el aparato de partido; construcción del programa electoral mediante discusión colectiva horizontal en la que todos se reconocen como ´expertos´, etc.).

Podemos aspira a la construcción y movilización de un pueblo que considera unido por unas similares condiciones materiales de vida modeladas por el trauma de la crisis (empobrecimiento vital y desposesión de sus propiedades sociales) y para ello reivindica y elogia una política hecha por profanos. Esta demanda de una política profana se entronca con toda una tradición política de reivindicación de una democracia digna de su significado: «Ahí donde cada hombre tome parte en la dirección de su república de distrito, o de algunas de las de nivel superior, y sienta que es partícipe del gobierno de las cosas no solamente un día de elecciones al año, sino cada día; cuando no haya ni un hombre en el Estado que no sea un miembro de sus consejos, mayores o menores, antes se dejará arrancar el corazón del cuerpo que dejarse arrebatar el poder por un César o un Bonaparte», escribió el que fuera autor de la Declaración de Independencia americana, Thomas Jefferson, allá por 1824. En definitiva, una exigencia de democracia para hacer saltar en pedazos el muro defensivo que los profesionales levantaron alrededor del campo político para mantener a raya y sin papeles a los profanos. Cuando Teresa Rodríguez dice aquello de «tener un pie en las instituciones y mil en las calles» o cuando Pablo Iglesias arenga con eso de que «si los ciudadanos no hacen política vendrá alguien a hacerla por ti», ambos están revitalizando el ideal de un poder del pueblo para el pueblo.

Si los profesionales de la política se encastillan en los lenguajes, juegos y recompensas propias del campo político, imponen la tendencia a su cierre progresivo. Y devienen ´casta´. El insigne sociólogo estadounidense C. Wright Mills habló de las élites de poder para denunciar la degradación de la democracia de su país por parte de un entretejido denso entre intereses políticos, económicos y militares de una minoría con cada vez mayor poder acumulado. El término de ´casta´, profusamente utilizado en la terminología de Podemos, recoge una definición muy similar a la de Mills, pues denuncia la connivencia interesada entre poder político, económico y financiero (´las puertas giratorias´). 

En definitiva, la casta es ese capitalismo de ´amigantes´ (amigos+mangantes) que según el filósofo Emilio Lledó caracteriza al meridional capitalismo español.

Se equivocan los que han visto en Podemos un fenómeno de ´antipolítica´. La antipolítica, tal y como Noam Chomsky la conceptualizó, es esa representación de las cosas que viene a decir que «los políticos tienen la culpa de todo», que «la política es el problema» o que afirma «yo no voy a votar, todos son iguales, corruptos e indecentes». Esta representación de la realidad oculta la responsabilidad de las grandes corporaciones empresariales en lo que está pasando. La antipolítica es una forma de ceguera promovida de forma interesada para que los lobbies capitalistas sigan moviéndose en las sombras y haciendo la política realmente existente. La antipolítica es la política del neoliberalismo. 

Por ello, Podemos reivindica la política e insiste en arrebatarle el monopolio de la política a los profesionales pues en sus manos degenera en ´antipolítica´.

El 25M Podemos lanzó una hipótesis política que recoge la transversalidad social del acontecimiento del 15M. Por encima de las diferencias de partido que dividen (y fragmentan políticamente) a la ciudadanía es posible constituir un contrapoder del 99% para gobernar este país y revitalizar la capacidad constituyente de la sociedad. Esa hipótesis llama a la audacia de los que quieren revertir la actual desdemocratización del Estado español y seguramente de Europa. 
(*)  Profesor titular de Sociología en la Universidad de Murcia

jueves, 5 de junio de 2014

Hipótesis de coyuntura sobre la Corona / Francisco Poveda *

El conflicto en Ucrania está a punto de dar paso a una nueva geografía económica mundial en el siglo XXI y eso, que puede desencadenar a corto plazo un conflicto bélico global y que hace discrepar a los europeos de los norteamericanos sobre su tratamiento, es el telón de fondo que condiciona, desde la guerra en Siria hasta la precipitada e inesperada abdicación del rey de España el pasado lunes tras la 62ª reunión anual del Club Bilderberg, celebrada el pasado fín de semana en un hotel del centro de Copenhague.

Ese gran club trasatlántico, el más grande y sintético 'think tank' planetario, pretende sino gobernar el mundo -que no puede, que se sepa- al menos conjurar y provocar, desde cierta planificación estratégica continuada, hechos que al gran público parecen naturales y espontáneos. Kissinger, Lagarde, Monti, Beatríz de Holanda... son algunos de sus miembros fijos al igual que la reina de España o el periodista Juan Luis Cebrián, presidente del grupo mediático 'Prisa'.

Para esta ocasión también han asistido el nuevo rey de los belgas y por España su ministro de Asuntos Exteriores, García-Margallo acompañado de una sobrina de Mariano Rajoy diplomática de profesión, y el director general de 'La Caixa', Juan María Nin, dentro del grupo no permanente de nuestro país.

Los temas en agenda eran la política y economía de China tras el acuerdo energético con la Rusia de Putin; el futuro de la Democracia; la sostenibilidad de la recuperación económica; el intercambio de información reservada y sensible entre los servicios secretos occidentales y de sus aliados con activa presencia esta vez de la CIA y el MI6 británico, y como tema estrella y telón de fondo, la crisis de Ucrania. Y todo a puerta cerrada y sin documentos escritos de lo tratado de forma no oficial hasta consensuar las acciones a recomendar a quienes han de ejecutarlas para blindar un gran bloque de poder ante la reestructuración militar, económica y comercial que se aventa en el mundo.

Políticos experimentados, financieros, hombres de negocios internacionales, grandes empresarios de multinacionales, dirigentes de las estructuras líderes de Internet, aristócratas, altos mandos militares, académicos y periodistas relevantes de nuestro hemisferio, hasta 150 personas de elite, se han encerrado durante tres dias en el 'Marriot' danés para abordar, analizar, concluir y proponer. Y de ahí parece haber salido la urgencia de arreglar el patio trasero de Europa de pequeños desajustes pendientes de afinamiento dada la velocidad y el calado de potenciales o previsibles acontecimientos de alcance mundial, con riesgo grueso para el todavía poderoso Occidente. 

Por esta vez, el tema de España ha ocupado, dentro de ese marco, cierta atención de los asistentes debido a la situación sobrevenida por la corrupción estructural y la inestabilidad institucional que puede provocar a medio plazo de consolidarse las tendencias electorales que arrojaban las encuestas del CIS, confirmadas luego por el resultado de unos comicios europeos de escasa participación y el auge de las propuestas ideológicas de las opciones más declaradamente republicanas y de izquierda, tras alguna de las cuales se adivina la mano de Putin a través de terceros. Tras otras, con mucha menos suerte, casi podría afirmarse que está apresuradamente Washington, en alerta siempre sobre la Península Ibérica.

Teniendo en cuenta que Europa tiene contenido el aliento ante la situación española desde hace muchos meses por lo que considera un coágulo dentro del continente y que los Estados Unidos no terminan de realizar grandes inversiones en nuestro país, en un momento para grandes oportunidades de negocio,  ante el clima generalizado de descomposición institucional, no es de extrañar que el sábado por la noche ya se supiera en algunos círculos de Madrid, incluso periodísticos de alguna provincia mediterránea, que la abdicación de Juan Carlos I esta vez no era un bulo.

El pasado domingo pasaron muchas cosas en Zarzuela a la vuelta de Copenhague de la expedición española. El ministro y la sobrinisima debieron pasar primero por Moncloa y desde allí tuvieron que llamar a Rubalcaba. Doña Sofía tuvo que ser quien le diera el primer mensaje al monarca. En escena pudieron aparecer luego, quizás, Felipe González y Cebrián, que llevaba tiempo en ello. Y cabe imaginar que no resultó fácil convencer al rey de que su permanencia hasta la muerte iba a ser que no y rápido. Seguro que el Rey puso algunas condiciones, al final poco convencido. Eso explica que Rajoy anunciase a primera hora del lunes públicamente el trance para evitar una marcha atrás de persona tan testaruda como don Juan Carlos y que el Príncipe tuviese que regresar a toda prisa de El Salvador en un viejo avión susceptible de tener que aterrizar en Canarias por avería tras el acelerón a que fue sometido.

También se puede imaginar a don Felipe hablando por teléfono desde América Central con su madre y con doña Letizia ante tal precipitación de acontecimientos  inesperados. Y con su padre, por supuesto, ya que ha respetado siempre los tiempos que él ha marcado. La vuelta a España sobre el Atlántico tuvo que ser de infarto y vigilia para don Felipe ante la que se le viene encima de repente. La prueba es que se ha tenido casi que improvisar el procedimiento urgente para una legislación 'ad hoc' inexistente porque no se veía en el previsible horizonte su necesidad.

La Unión Europea está por la monarquía en España si garantiza estabilidad ante potenciales eventualidades en el exterior de nuestras fronteras. Aunque Estados Unidos no le hace ascos a una República a su medida. Pero, además, se están renovando todas las cúpulas nacionales de poder de cara a una nueva etapa de la Historia y ahora le tocaba a la de nuestro país pese a la resistencia de don Juan Carlos estos meses mientras ahormaba sin mucha prisa los apoyos a su heredero.

Entremedio, el viaje de repúblicanos moderados a Estados Unidos tras las elecciones europeas, división de opiniones al respecto en el seno de un PSOE sin nuevos líderes de peso, un Partido Popular hundido por los escándalos aunque con el mejor banquillo para el relevo y una Corona corcomida por los desaciertos, cierta descomposición interna y un relativo fracaso comercial de los apresurados y secuenciales viajes políticos del Rey el mes pasado a cinco de las monarquías del Golfo Pérsico, con la suspensión del viaje a Qatar, que era la sexta.

El libro de Pilar Urbano tras la muerte de Suárez, el final de la instrucción judicial del caso Urdangarín con la esperada imputación de la infanta Cristina y los inquietantes informes del CNI -trufado de militares de Inteligencia- sobre el avance de las opciones republicanas ante la depresión de la Monarquía por cierta desconexión con un pueblo sufriente por la crisis económica, aumentada por la tolerada corrupción desde la cúpula del Estado hasta el último municipio, encendió todas las alarmas en el cuartel general de la OTAN en Bruselas mientras Putin le echaba en Ucrania un gran pulso a Londres, Berlín y Washington. 

Y se detecta a círculos próximos al ex presidente Aznar -¿el tapado del conservador Tea Party norteamericano?- pensando ya en la República, cuando aparece en escena un oportuno y desconocido juez de primera instancia e instrucción de Madrid, Elpidio Silva, dando certero golpe de gracia a las presuntas finanzas de una supuesta operación de altura para ocupar el hueco que pudiera dejar un derribo o abandono de la monarquía por imposibilidad de continuar... porque ya se sabe que monarquía engendra república, y ésta anarquía cuando esa anarquía luego conduce a dictadura, según el clásico axioma de la ciencia política más elemental.

Por cierto, que Bilderberg, como gran grupo de presión occidental, parece tener muchas esperanzas puestas en Eduardo Madina para que lidere el PSOE en la próxima década coincidiendo con Felipe VI en el trono. La gran jugada de ajedrez sobre nuestro país parece que sólo acaba de comenzar.

(*) Periodista y profesor