sábado, 29 de marzo de 2014

Bárbaros en las aulas / David Hernández Castro

Cuenta Kovaliov, el gran historiador de Roma, que cuando en el año 167 aC los mejores músicos griegos llegaron por primera vez a la ciudad del Tíber, el público se quedó absolutamente frío. Al parecer, sólo cuando los ediles romanos les ordenaron «dejar de tocar e iniciar una lucha a puñetazos, el entusiasmo de los espectadores se despertó». Ya se sabe, por aquellas fechas, los romanos eran un pueblo bastante rudo, del que no era nada extraño esperar que abandonara en tromba el teatro para presenciar un pugilato o un combate de fieras que en ese momento se anunciara en la puerta. Los actores, que se quedaban colgados con la palabra en la boca, no tenían más remedio que encogerse de hombros. Al fin y al cabo, podía ser peor. Al menos los ediles no les obligaban a liarse a puñetazos como a los músicos griegos.

El rector de la Complutense, José Carrillo, ha defendido su decisión de solicitar a la Policía el desalojo de los estudiantes encerrados en el vicerrectorado por las dificultades que esta ocupación ocasionaba en el trabajo de los 130 empleados. Además, se trata de un lugar 'sensible' porque en el edificio se almacenan datos protegidos de los estudiantes. Y por si fuera poco, distintas informaciones apuntaban a una 'superpoblación' de ocupas, 'cuatro perros' y 'bombonas de butano'. Estamos presenciando una escalada en la retórica del poder. Los inofensivos, aunque molestos, perroflautas, han cambiado las flautas por las bombonas de butano, y no hace falta decir que las bombonas son un material mucho más explosivo que las flautas. De nada sirve que los estudiantes hayan manifestado que las utilizaban para su uso más lógico, esto es, cocinar, y que lo hacían fuera del edificio. Lo importante aquí es la incardinación de los estudiantes con las expresiones 'bombonas de butano' y 'cuatro perros', que resuenan en la misma onda del comunicado que las asociaciones de policía emitieron a propósito de los altercados producidos tras finalizar las Marchas de la Dignidad: 'guerrilla urbana' y 'piquetes extremadamente violentos'. De los 53 detenidos en el asalto al vicerrectorado, se da la circunstancia de que cinco eran participantes de la columna murciana de las Marchas de la Dignidad, que habían permanecido en Madrid para apoyar los actos convocados por el 22M, y que no dudaron en sumarse a la huelga convocada por el Sindicato de Estudiantes. Así que tenemos, por un lado, 'cuatro perros' y varias 'bombonas de butano'; por otro, guerrilleros urbanos y 'piquetes extremadamente violentos', y en medio de todo, a cinco murcianos. Vaya tela.

Sin embargo, la verdadera noticia es que más de un millón de jóvenes ha secundado la huelga convocada por el Sindicato de Estudiantes, con un seguimiento que supera el 80% del conjunto de los centros de enseñanza. Lo que haga un millón de jóvenes debería ser más importante que lo que hagan 53, pero lo que también deberíamos preguntarnos es la razón por la que estos 53 estaban haciendo lo que hacían, en lugar de, por ejemplo, dedicar sus energías a preparar fiestas fabulosas como la que esta misma semana ocupa el Campus de Espinardo. De manera que tenemos a cinco jóvenes murcianos, que no contentos con irse andando a Madrid, se arriesgan a ser vapuleados, encarcelados y encausados, por una causa que no tiene nada que ver con su interés personal, sino que muy al contrario, podemos relacionar con la puesta en juego de este interés para la defensa de un bien común. Y este bien que todos y todas tenemos en común es la educación pública. Algo que estamos perdiendo a golpe de decreto, a pesar de las loas que cínicamente entona el PP cada vez que habla de la Transición.

La Transición, si tuvo algo de bueno, fue el acceso, por primera vez en la historia, de una amplia capa de la población a determinados bienes y servicios que anteriormente estaban reservados a una clase minoritaria. Pero no nos engañamos. Este acceso no fue universal ni instantáneo ni imprescriptible. En el ensayo Bienestar insuficiente, democracia incompleta, Vicenç Navarro constató que en 1991 el número de hijos de clase obrera en las aulas universitarias representaba sólo el 10,7%. Aunque se trataba de un gran avance respecto a los últimos años, una mejora que se incrementó hasta el 27% documentado por Eurostat para el año 2011, lo cierto es que en nuestro país, los hijos de obreros y agricultores en su gran mayoría no van a la universidad, y el 50% están abocados a repetir la profesión de sus padres. Sólo tres países de la Unión Europea, Malta, Portugal y Luxemburgo, superan este porcentaje.

Y esto, naturalmente, se traduce en menos movilidad social y peores salarios. Porque al contrario de lo que algunos comités de sabios no dejan de cacarear, un informe publicado en el 2012 por la Fundación BBVA reveló que en España no sobran universitarios: la tasa de entrada en la universidad sigue siendo de las más bajas de los países desarrollados, esto es, de un 46% frente al 58% que rige de media en la Unión Europea o el 60% de la OCDE. Para el hijo de un obrero, como para cualquier otro, acceder a la universidad significa un 25% más de posibilidades de alcanzar un puesto de trabajo, un 10% más de conseguir un contrato indefinido, y un 12% de ocupar un puesto directivo.

¿Quiénes son los bárbaros? En la antigua Roma, sin duda, los que obligaban a los músicos griegos a soltar la lira para darse de puñetazos. Pero si el Gobierno del PP, todavía con la tinta fresca de la LOMCE y los decretos que sancionaban los últimos recortes, pretende convencernos de que hoy los bárbaros son los estudiantes, y más en concreto, precisamente aquellos que abandonan las fiestas para arriesgar su futuro por la educación pública, es que ha perdido el norte.

Los bárbaros de hoy llevan traje y corbata, ocupan ministerios y cobran sobresueldos. Y por donde pasan, no crece la hierba.

El origen de las crisis / Ángel Tomás Martín *

El siglo XX ha transcurrido con una serie de crisis de influencia inevitable sobre la economía mundial, que se inició con la más profunda, la del año 1929 conocida como "La Gran Depresión", de la que se obtuvieron experiencia y conclusiones una vez transcurridos los siguientes quince años. Sin duda, la actual iniciada en el último trimestre de 2007, ha sido la peor desde los años treinta, y transcurridos siete años se sigue trabajando intensivamente para la recuperación, sin que exista pleno acuerdo todavía sobre cuales han sido las razones que la provocaron. 

Podemos afirmar, sin aspirar a conclusiones definitivas, que se sigue desconociendo la relación entre la economía global y los movimientos financieros internacionales. Estos últimos, a nuestro juicio, al estar incontrolados y constituir un poder colectivo que atrae a los inversores de todos los países, beneficiándose especialmente los encubiertos analista-gestores de los grandes bancos de inversión, son los verdaderos culpables de las crisis y sus consecuencias nefastas. Los movimientos financieros incontrolados y perturbadores de la economía real, no se tenían en cuenta hasta la aparición de La Gran Depresión, y aunque se haya avanzado en su control, sigue siendo escasa la atención que los gobiernos le prestan.

En los principales centros de investigación económica se considera ahora la necesidad de introducir sistemas de control sobre los movimientos de los poderosos mercados financieros, convencidos de que son las ideas especulativas y no los intereses de la economía real el verdadero origen de la inestabilidad de los precios de los activos que aquellos provocan para la obtención de beneficios rápidos. Sólo la intervención de los bancos centrales puede impedir las turbulencias económicas que periódicamente soportamos.

El comportamiento de los mercados financieros, la gran volatilidad muchas veces provocada de los precios de los activos, la ausencia de prevención por parte de los gobiernos que carecen del dinamismo necesario para corregir los impactos de aquellos, que sí actúan apoyando a los mercados para celebrar los resultados positivos en la fase alcista del ciclo, pero que retiran la liquidez ante la aparición de una burbuja provocando: pánico, ventas de urgente realización, caída del consumo y desplazamiento de la actividad industrial, son el verdadero causante de casi todas las crisis. 

Los gestores de la economía casi nunca aciertan en la adopción de medidas, ni en el diagnóstico de las causas que provocan los grandes desajustes. Los Gobiernos deberían centrar la mayor atención en el control de los movimientos financieros desestabilizadores, y en el respeto y cumplimiento de los Presupuestos Generales de las Administraciones Públicas. Tal vez la penalización de su incumplimiento, y de las macroinversiones de difícil amortización y de nula rentabilidad, sería una de las soluciones más efectivas en la buena dirección de unapolítica económica útil, acertada y creadora de confianza.

Si contemplamos la deuda de nuestras Administraciones Públicas en base de lo expuesto anteriormente, comprenderemos mejor el impacto macroeconómico que la crisis ha ocasionado. La deuda a finales de 2013 se aproxima a los 1.000 millones de €, más del doble de los 435.000 millones en que se encontraba al principio de 2.008, por tanto, ha pasado del 40% sobre el PIB a superar el 90% al comienzo de 2014. El profesor de Harvard Kenneth Rogoff, llegó a la conclusión de que la deuda elevada disminuye la posibilidad de crecimiento, y cuando se supera el 90% del PIB se hace muy difícil el progreso de la economía.

Si se llega a la conclusión de que cuando el sector financiero alcanza niveles insoportables, presiona sobre la economía real ocasionando recesión y dificulta volver al crecimiento, sólo es posible crear riqueza si hay ideas capaces de potenciar nuevas fuentes o sectores donde la inversión se reactive creándose tejido empresarial y empleo.

Cuando faltan ideas se suele recurrir, como camino único, a la subida de la presión fiscal con el fin de recaudar más para hacer frente al servicio de la deuda de las Administraciones Públicas. Esta medida adoptada en medio de una crisis aún sin crecimiento, aunque se haya superado la recesión, es un error demostrado, ya que oprime a la empresa y al emprendimiento, obstaculizando el desarrollo económico sin conseguir aumentar la recaudación. Ésta solo es posible si el sistema fiscal estimula la actividad obteniendo efectos positivos recaudatorios más rápidos.

Los errores cometidos no deben repetirse y para ello "no debemos olvidar al sector financiero especulativo", el desajuste presupuestario, la mesura en la presión fiscal, contar con un sistema bancario saneado y con liquidez equilibrada, y una presión moderada del coste financiero de la deuda pública. El sistema de regulaciones administrativas continuado, es otro de los motivos que infunden desconfianza e inseguridad cuya práctica debe abandonarse.

(*) Economista y empresario