martes, 3 de octubre de 2017

Viaje a Cataluña desde el sur de la Corona de Aragón / Francisco Poveda *

A comienzos del pasado mes de junio realicé un viaje prospectivo a Cataluña con estancia espiritual incluida en el Monasterio de Santa María de Poblet y con despedida en la Misa solemne dominical de la Abadía de Montserrat para escuchar de labios de su abad, Josep Maria Soler, la prédica de Pentecostés en uno de los días grandes del año para la iglesia popular catalana. 

Una experiencia para no olvidar y poder comprender mejor lo que pasaba y pasa en el seno de una sociedad mediterránea culturalmente tan diferenciada del resto de la Península Ibérica incluida la del Rosellón francés... especialmente desarrollada y tan fuertemente católica, aspecto no menor a tener en cuenta.

El primer alto en el camino fue Tortosa, en el Delta del Ebro, y comarca ésta de las Tierras Bajas aparentemente menos nacionalista que las del norte si no fuese por el tema del agua que niegan con cierta vehemencia, pese a su mala calidad, a las sedientas tierras del sur litoral de la antigüa Corona. De entrada una gran estelada en mástil de varios metros nada más llegar a la población en busca de unos amigos míos castellanos y afincados hace poco tiempo en Cataluña por razones profesionales. Pronto me ilustran ellos sobre su alcalde independentista y de cierto ambiente social en la calle contra Madrid más que contra España. No pasan de ahí pero bueno es para comenzar a entrar en materia aquí y en la vecina Amposta, donde las esteladas proliferan mucho más todavía junto al explícito cartel 'Municipio por la independencia'.

La llegada a Tarragona me sorprende porque no la recordaba yo tan introspectiva al estar en la costa, con su milenaria historia y de siempre marcando distancia con un Reus, por tradición, muy catalana. Tanto en una como en otra pateo sus calles para palpar el ambiente y, desde luego, en la segunda en plena plaza del hijo predilecto, general Prim, puedo perfectamente pulsar que sus gentes están por la labor. Empiezo a darme cuenta que, además, viven en su mundo y bastante alejadas del que pudiera ser el mío sin dejar también de ser algo el suyo. En el españolísimo 'Corte Inglés' de Tarragona la lengua comercial vehicular es el catalán porque por algo estamos en la sede primada catalana (con seis diócesis sufragáneas: Gerona, Lérida, Solsona, Tortosa, Urgel y Vich) desde donde se gobierna a gran parte de un clero católico declaradamente nacionalista.

Al día siguiente, en el monasterio de Poblet como recinto funerario de los reyes que de Aragón han sido comenzando por Jaime I y continuando por Martin 'el Humano' como preferido de los frailes, hago un alto más prolongado para charlar con los monjes cistercienses que lo habitan, no más de una trientena a estas alturas, y me encuentro con la negativa tajante del abad Octavio Vilà a hablar conmigo sobre el momento de Cataluña. No quiero pensar que procede así porque no soy catalán pero no volví a intentarlo porque me despidió por el telefonillo demasiado seco y sin siquiera querer verme la cara por mi pecado original de ser periodista.

"Aquí no hay una postura unitaria sobre el deseo independentista y, además, si hablásemos de fútbol y política terminariamos unos enfadados con los otros", me dice uno de los hermanos más veteranos de la congregación y con una única salida fuera de estos muros en los últimos cuarenta años. Encantador como conversador sobre Poblet y un religioso como de los que ya quedan pocos. No diré nombres para no comprometer a nadie visto como se las gasta el prior en momentos de tanto nerviosismo por quienes llevan el procés y, a su juicio, de la incierta manera como lo conducen. Con su negativa rotunda, él no lo sabe, Vilá me lo ha dicho todo sin siquiera contestar a una sola de mis preparadas preguntas informales. Y es que este cura no puede saber de todo por muy preparado que esté para la oración.

Sin embargo, hablando con otro claustral, más jóven y urbanita, de manera un tanto subrepticia en la capilla después de las vísperas llego a la conclusión de que están por la independencia pero no les gusta la manera en que se lleva el tema desde el Parlamento de Cataluña. Y con eso me quedo como suficiente para saber la postura de estos catalanes de vida consagrada que apenas ven la televisión aunque confiesen que a diario devoran La Vanguardia como casi única ventana al mundo del, que por otra parte y por conversaciones anteriores, me demuestran estar perfectamente al corriente en cuanto a tendencias sociales dominantes y una ausencia generalizada de valores, lo que les aterra.

Terminada mi estancia entre sus muros y claustro más que centenarios enfilo de buena mañana hacia La Seo de Urgel camino del Principado de Andorra. Penetro por esa ruta de sur a norte en una Cataluña interior ya más profunda y recalo para cenar y dormir antes de cruzar la frontera. Y lo hago en un hotel con encanto y mil historias con glamour muy cerca de la catedral y del palacio del obispo y copríncipe andorrano. Todo un lujo para el que viaja, sin excesivas prisas, de trabajo y mera observación. Llueve al pié de los Pirineos.

En el comedor sin gente por lo avanzado de la hora entablo plática con un joven camarero del lugar que pronto detecta soy periodista al verme tomar algunas notas. Pero por su oficio lo encuentro demasiado universal por en contacto todo el año con muy variados turistas de cierto nivel y por sus estancias anteriores en Ibiza. No le veo atisbo de independentista. Sin embargo, una salida nocturna por el entorno me hace caer en la cuenta de que estoy en una Cataluña de tres patas por la proximidad de Francia y el país pirenaico soberano aunque con menos presencia icónica de símbolos independentistas, apenas unos cuantos y muy pocos. Demasiado internacional de siempre esta Seo de Urgel.

En Andorra la Vella aprovecho para unas indagaciones profesionales sobre el intento fallido de una inversión educativa española y, de paso, comprobar que el turista de compras que invade todas sus calles del centro comercial en sábado habla mucho más español que catalán y que el tercer idioma de uso en estos valles de un altísimo nivel de vida es el portugués (15%), incluso muy por delante del francés (5,4%), debido a la gran cantidad de mano de obra lusa presente en determinados sectores productivos que son intensivos en empleo. Sin embargo el idioma oficial es el catalán, hablado por la mitad de su población frente al casi 38% del oficioso castellano. Formalmente ni un signo de apoyo.

Pero Andorra rezuma catalanidad por todos sus poros al margen de conservar una personalidad propia (En su escudo se dan con profusión las barras aragonesas). Siempre la ví como un paraíso fiscal para los barceloneses (del Barcelonés básicamente) más avispados, igual para los franceses del sur, y los acontecimientos financieros más recientes nos demuestran en que medida mi visión subjetiva desde hace cuarenta años se confirma, al menos, hasta el 2010. Y es que todo ese tiempo residiendo, con pequeños intervalos, en tierras de la Corona de Aragón me han proporcionado cierta perspectiva desde Valencia y Alicante para poder entender mejor lo que es una incógnita desde las Castillas y Madrid.

Sin perjuicio de ser un Estado independiente, de derecho, democrático y social, con un régimen parlamentario, Andorra más que nunca me pareció esta vez una muy sui géneris quinta provincia catalana aunque pueda parecer que lo de una independencia de su hermana mayor no va con ella. Por algo la delimitan desde el sur comarcas tan profundamente catalanas como la Cerdaña, Alto Urgel y Pallars Sobirá, nada menos.

Aparentemente digo lo de poner distancia al conflicto catalán porque la única huella visible de España en Andorra es el moderno edificio de su embajada y consulado general con la bandera nacional en su fachada; la única que ví en todo el día junto con la del permeable paso fronterizo y las bordadas en el brazo del uniforme de nuestra Policía de fronteras.

En el trayecto verpertino entre montañas y valles hasta la española Puigcerdá, con un desplazamiento al enclave español de Llívia, ya dentro de Francia, intuyo que me encontraré con una provincia de Gerona muy comprometida con el referendum, lo que confirmo de inmediato nada más poner pié en el residuo del Tratado de los Pirineos de 1659 en el valle de la Cerdaña. 

Y aquí sí que afluye de pronto el independentismo catalán a primera vista a tenor de las esteladas desplegadas y las pintadas reivindicativas. Los habitantes no esconden sus pretensiones a tenor de lo que escucho (y traduzco) en un bar al que entro para almorzar (toda la carta solamente en su idioma) y saco la conclusión de que, tras un gran puerto de montaña y el largo túnel de Envalira, estoy de hoz y coz en pleno territorio de Puigdemont. Vuelvo a leer, esta vez en catalán, 'Municipi per la independencia'.

Salgo pronto hacia Francia por la vertiente norte de los Pirineos orientales camino de Perpignan y lo hago por una carretera nacional francesa que pronto me permite comprobar que el presidente galo Macrón, allí en la lejana París, también tiene un problema con su confín del sureste fronterizo con España en lo que sigue siendo la comarca del Rosellón por no decir Cataluña norte. Y es que en cada pueblo que atravieso en poco más de cien kilómetros las barras de Aragón están en las banderas que cuelgan de los balcones de todos sus ayuntamientos (hotel de ville) y en la indicación de población en la carretera en todas se indica debajo, para que no haya dudas, 'Països Catalans'.

A media tarde llego a Perpignan, capital de la Catalonia del norte e histórica del Rosellón amén del departamento de los Pirineos Orientales en plena región de Occitania nada menos. La ciudad alberga, para que no haya dudas históricas, el palacio de los reyes de Mallorca y las barras de Aragón de nuevo se pueden observar con cierta profusión en un territorio hoy politicamente francés y mañana Dios sabe donde. Como ocurre con las islas Baleares y el País Valenciano, para ser claros, llegado el caso. Que puede llegar con el tiempo en toda la vieja Corona de Aragón.

Y la primera en la frente. Entro a una libreria en busca de un cómic belga en versión francesa y resulta ser la Libreria Catalana de Perpignan con toda su oferta ni en español ni en francés. La encargada me reprocha, en castellano por cierto, que no me haya dado cuenta antes porque un rótulo exterior lo deja muy claro. Así que me excuso, igualmente en castellano, aprovechando su gentileza lingüistica conmigo al notar mi acento lejano.

Al salir observo en el escaparate un curioso mapa de los llamados Països Catalanes que no es como los vistos por mí anteriormente ya que incluye el antigüo Reino de Murcia reconquistado por el rey aragonés Jaime I y sus huestes catalano-aragonesas en 1266 aunque lo entregase posteriormente a su yerno castellano Alfonso X el Sabio. Aviso hoy aquí a navegantes dogmáticos por lo que pueda pasar en la nueva dinámica de las Españas y un Portugal crecientemente iberista. Porque la Historia no termina nunca de escribirse y reescribirse como si fuese una serie de partidas de ajedrez jamás iguales.

(Consultado a mi vuelta a Alicante mi sabio amigo José Ribelles en su retiro valenciano de Faura, casi un arrabal de Sagunto, me confirma que el Reino de Aragón, y que por algo Chinchilla de Monte Aragón se llama como se llama y no de otra manera, se extendía hasta la villa de Alcaraz, hoy en la provincia de Albacete, y en el Altiplano murciano se sigue hablando valenciano-catalán por estar en el corredor natural por el que transitaban las huestes cuatribarradas de norte a sur de la Corona).

El único enclave genuinamente español de Perpignan es el castigado en sus muros por los recalcitrantes agricultores franceses consulado de España donde rindió destino diplomático en los años 80 mi amigo José María Sanz-Pastor Mellado y con el que vivió sus mejores momentos al llegar a albergar en varias ocasiones por seguridad, camino de Estrasburgo o vuelta, al eurodiputado y ex presidente del Gobierno español, el gallego Leopoldo Calvo-Sotelo y a su esposa murciana Pilar Ibañez-Martín Mellado. Junto con la estación de ferrocarril, con continuos trayectos a Port-Bou, es lo que más recuerda a la España borbónica de antes y ahora, aquella que quitó en 1714 los fueros a una Cataluña más austriaca tras el sitio de Barcelona.

Y precisamente vuelvo a Cataluña vía Port-Bou (con frontera ahora más virtual que real y en cuyo ayuntamiento la postura es inequívoca respecto a la independencia) para alcanzar Cadaqués y cenar como un general en el restaurante, (cuatro tenedores de un máximo de cinco) junto a la codiciada bahía, propiedad de un amigo de Motril que lleva más de cuarenta años ganándose la vida aquí junto a su esposa aunque sus hijos hayan preferido volver a Granada pese a haber pasado casi toda su vida en este exclusivo reducto de la Costa Brava gerundense. El hombre, acostumbrado a tratar una clientela de lo mejor llegada de Barcelona y cuasi residente aquí gran parte del año, me da a entender que, a su juicio, el procés es irreversible a tenor de lo que oye respirar a esa cualificada e ilustrada minoría de siempre. Lo tiene claro y me lo dice así, tal cual, sin resquicio alguno de duda.

A la mañana siguiente aparezco a las once en la solemne ceremonia de Montserrat - con mucha más pompa que en el mismísimo Vaticano- a la  espera de escuchar en la homilia del abad benedictino Soler alguna alusión a la situación política catalana. Sólo muy al final de una larga reflexión sobre el Día de Pentecostes y su significado para los cristianos, por supuesto toda en lengua vernácula, pide a sus 70 monjes una oración para que Dios ilumine especialmente en este momento a los políticos catalanes e igualmente se lo ruega a los cientos y cientos de fieles llegados expresamente para esa jornada litúrgica de todos los confines de la Cataluña más genuina. No necesito ver y escuchar más para hacerme una idea de la atmósfera que estoy viviendo y no me quedo como espectador a las decenas de ofrendas a la moreneta porque he de llegar a una hora precisa al aeropuerto de Alicante.

Aún me queda tiempo para almorzar de miedo en una típica taberna portuaria de San Carlos de la Rápita y enfilo la AP-7 a toda la velocidad que me permite una vía muy ocupada en domingo como demostración del alto nivel de vida de los catalanes (por el peaje lo digo). Llego al filo de las cuatro de la tarde y la muy amable dueña me dice que aún me puede dar una mesa y si quiero arroz con marisco me lo hace para uno solo. No se puede pedir más a esta catalana incapaz de decir no a un cliente por muy tarde que sea. Compruebo que el seny puede aparecer en cualquier sitio porque Cataluña y los catalanes son como son.

Esa mesa está en el piso de arriba junto a la puerta que da a una terraza y procura menos calor. Junto a mí un joven matrimonio con su hijo de corta edad que tiende a venir a mi vera al llamarle la atención un mapa Michelín que despliego para ir resumiendo mentalmente el viaje mientras espero el arroz. Sus padres intentan que no me moleste pero les digo que un niño nunca lo hace y lo mejor es dejar brotar su espontaneidad y, a veces, hasta tolerar su imprudente osadía. 

Entablo entonces conversación con ambos y resulta que son, trabajan (arquitecta e ingeniero) y viven en Gerona. Hablamos del referéndum y les digo lo que pienso yo: expresarse en democracia nunca puede ser malo. Ellos no se pronuncian abiertamente pero me dan un dato entre risas: su hijo este curso irá al mismo colegio de monjas que van las hijas de Puigdemont. No necesito más porque con casi 50 años ejerciendo mi profesión algo entiendo de metalenguajes y del lenguaje de los hechos. Porque el mundo en si mismo es pura comunicación no verbal sin necesidad de idiomas para fingir lo que no es.



(*) Periodista y profesor

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