lunes, 27 de septiembre de 2010

El efecto dólar invade los mercados mundiales / Santiago Brugal Almanza *

La Burbuja Madre del Dólar crece e invade los mercados mediante flujos de capitales especulativos, atacando a monedas como al yen japonés y formando burbujas como la de la deuda soberana y el oro.

  El Banco Central de Japón acaba de realizar su mayor intervención histórica en los mercados monetarios para contrarrestar la persistente apreciación del yen frente al dólar, provocada por ataques especulativos mediante crecientes flujos de capital, con operaciones conocidas como "carry trade".

Este método especulativo se utiliza para obtener ganancias con el diferencial provocado, alterando el valor de una moneda artificialmente, al comprar la misma con grandes flujos de otra divisa (por lo general dólares) y después vendiéndola, ocasionando su devaluación o viceversa.

Ello tiene consecuencias en países exportadores como Japón, pues lleva a la inestabilidad monetaria y causa desventajas en el comercio internacional, al encarecerse los productos que vende y disminuir su competitividad.

Sirve de sustento y estímulo al "carry trade" la emisión cada vez mayor de dólares, principal moneda de reserva y aún considerada de referencia mundial.

Esas emisiones ocurren sobre todo desde el inicio de la crisis, lo que ha contribuido a depreciar al billete verde, debido a que la Reserva Federal (FED) o banco central de Estados Unidos., ya no tiene otro recurso para enfrentar las obligaciones y déficits financieros de la nación.

La crisis del crédito paralizó la inversión, agudizó la contracción del crecimiento, el desempleo, el gasto y afectó las bolsas o mercados de acciones en los países capitalistas desarrollados.

Ante esa situación, los inversionistas están optando por fuentes estables de ingresos y buscando refugio en el oro, los mercados emergentes y provocando una ola de compra de bonos de todo tipo, hasta los llamados "basura", no obstante las advertencias de que están gestando nuevas burbujas, tanto de activos como los bonos.

Esa es la causa de la formación de la mayor burbuja financiera de la historia del capitalismo: La Burbuja Madre del Dólar, que a su vez origina y alimenta al resto de las burbujas financieras que se han formado y crecen ya con riesgo de estallar.

Así, desde hace meses, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha estado alertando a los mercados emergentes sobre los crecientes flujos de capitales especulativos -llamados también "golondrinas", por emigrar rápidamente-, lo que amenaza con desestabilizar sus monedas y economías con burbujas de activos.

Ahora, el debilitamiento de los fundamentos económicos, o sea la contracción de la economía, impide el fortalecimiento del dólar, aún utilizando mecanismos especulativos.

Esa situación aumenta el diferencial del valor real del dólar con el resto de las divisas y monedas de los mercados emergentes, algunos de ellos con acelerado crecimiento, liderados por China.

Estados Unidos está aumentado la presión para que China aprecie su moneda, el yuan.

Desde hace algún tiempo, se ha hecho habitual en los períodos electorales que Estados Unidos culpe a China de su déficit comercial, el desempleo y la pérdida de competitividad en incremento.

En realidad, si China aceptara esos reclamos, los consumidores estadounidenses verían aumentar los precios de los muchos productos que importan del país asiático y los inversores de su primer socio comercial también saldrían perjudicados.

A la FED, después de agotar todas sus herramientas de política monetaria, especialmente las tasas de interés, solo le queda continuar con la llamada "flexibilización cuantitativa", una fracasada fórmula experimentada en Japón durante una década de deflación, consistente en inyectar (de diversas formas) liquidez o dinero en el mercado para intentar reactivar la economía.

En el caso de Estados Unidos, debido a la hasta ahora posición privilegiada por ser el emisor de la moneda mundial, la FED se dispone a continuar imprimiendo sus dólares y poniéndolos en circulación.

Por esta causa, entre otras, los dólares estarán cada vez más devaluados y a la vez, debido a su pérdida de poder adquisitivo, generarán más inflación.

Este fenómeno origina nuevas presiones en la deflacionada economía interna, cuando en el mercado internacional la tendencia es al aumento de los precios de las materias primas básicas, especialmente el petróleo y los alimentos, impulsados por la demanda creciente de las naciones emergentes y los desastres naturales generados por el cambio climático.

De esta manera ocurre otro nuevo fenómeno en la economía capitalista: "la inflación por deflación" o inflación importada, cuya medición estará determinada por el diferencial de las presiones deflacionarias de los mercados deprimidos internos y las inflacionarias en los mercados internacionales principalmente, entre otros factores.

Ya nadie duda de lo que denominan caída en doble recesión de los países desarrollados, cuando en verdad lo que se ha registrado desde antes del inicio de la crisis en el 2007, es la contracción de sus economías por los grandes cambios estructurales tanto a nivel local como global y el neoliberalismo.

Ya nadie duda de lo que denominan caída en doble recesión (o ¿W) de los países desarrollados, cuando en verdad lo que se ha registrado desde antes del inicio de la crisis en el 2007, es la contracción de sus economías por los grandes cambios estructurales tanto a nivel local como global y el neoliberalismo. La caída es en "L", hasta que toquen fondo.

La supuesta recuperación anunciada por las naciones desarrolladas, fue lograda manipulando algunos sectores de la economía, utilizando los paquetes de estímulo fiscal, que son insostenibles y tienen que cesar, en medio de los ajustes presupuestarios y el alza del desempleo que es estructural e irreversible y las explosiones sociales en incremento.

De esta forma la crisis, que ahora llaman la Gran Recesión, parafraseando a la Gran Depresión de los años 30, es más bien un "Súper crack" sistémico progresivo, que se inicio con el estallido de la burbuja inmobiliaria, la crisis del crédito después y continuó con la crisis fiscal. Todas en desarrollo y profundizándose.

Pronto se sumará una nueva fase: "la contracflación" que es suma de la contracción económica en marcha y la inflación por deflación, integrada por las anteriores fases originadas por los cambios estructurales y las prácticas del neoliberalismo, que lejos de ser eliminado, se está transformando y fortaleciendo, burlando las supuestas y engañosas nuevas regulaciones financieras.

Dada esta situación y paralelamente, todos los indicadores o procesos económicos y financieros de los países desarrollados se acercan a un "punto de inflexión", en el que será evidente el colapso de sus economías y la imposibilidad de regresar a los niveles de crecimiento anteriores a la crisis, entre otras terribles y dramáticas consecuencias.

La Reserva Federal ya ha comprado 2,3 billones (millones de millones) de dólares en activos, incluyendo bonos del Tesoro de EE.UU. y valores hipotecarios por 1,7 billones de dólares y se dispone a estructurar un nuevo programa, que agravará todos los problemas que genera la inundación del planeta con el billete verde o "Efecto Dólar".

Pero para alivio y esperanza de la humanidad, las riendas decisivas de la política monetaria y la economía global, están cada vez menos en manos de Wall Street.
  (*) Periodista, jurista, fue diplomático y miembro de la Comisión Económica de la Asamblea General de la ONU y colabora con Prensa Latina.

El rey de los gitanos / Santiago O'Donnell *

No sé casi nada de Francia, no conozco la gente, no conozco los lugares. Sarkozy, está bien, lo leemos en los diarios. Era el ministro del Interior de Chirac que desató la ira de los jóvenes musulmanes que incendiaron decenas de autos en los suburbios pobres de París, en el 2005, días después de que el ministro los llamara “basura que hay que limpiar con kerosene”.

Después lo eligieron presidente y se despachó con una serie de medidas xenófobas, empezando por la creación de un “Ministerio de Inmigración y la Identidad”, siguiendo con el vergonzoso “debate sobre la identidad francesa” que el gobierno debió suspender por la ola de indignación que despertó, continuando con el impulso de una ley para prohibir el velo árabe, desembocando en la intempestiva deportación masiva de gitanos provenientes de otros países de la Unión Europea, como Rumania y Bulgaria, decisión que fue condenada universalmente y le valió a Sarkozy un reto del comisionado de la UE.

No era para menos. La prensa francesa había revelado un documento en el que el ministro del Interior de Sarkozy instruyó a la policía a dirigir su política de deportaciones hacia los campamentos gitanos. Era la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que un gobierno europeo dirigía una política represiva específicamente a una minoría étnica. 

El gobierno de Sarkozy había violado el artículo 7 del Tratado de Lisboa, documento fundacional de la UE. Dicho artículo a favor de la libre circulación de sus ciudadanos había sido adoptado en el 2000 a instancias del gobierno francés, bajo la presidencia de Chirac, ante la amenaza del ultraderechista Jörg Heider, que prometía sellar las fronteras de su país en su campaña para convertirse en canciller de Austria. Ahora el presidente francés hace lo que un austríaco filonazi nunca pudo, en parte gracias al freno que le puso en aquel entonces el presidente francés.

A esto se le suman otras medidas impopulares de corte derechista que ha tomado Sarkozy durante su gobierno, como la reforma previsional para alargar la edad jubilatoria y otras medidas de “modernización del Estado” de tipo fiscalista, cuyo efecto más palpable ha sido el de perforar agujeros en la red de contención del estado de bienestar. 

A este panorama sombrío hay que agregarle las escandalosas revelaciones del caso L’Oréal, que desnuda una trama de tráfico de influencias que llega hasta el gabinete nacional, y la frutilla del postre, la comprobación de que el gobierno de Sarkozy espiaba a los directivos del diario Le Monde como si Francia estuviera controlado por un Estado policial.

No conozco Francia pero conocí a algunos gitanos.

Una vez, hace veinticinco años, cené a solas con el rey de los gitanos. Se llama Steve Tene, y esa noche destilaba confianza y encanto. Quizá siempre fue así, quizá estaba un poco agrandado porque habían hecho una película basada en su vida con Eric Roberts, Susan Sarandon y Brooke Shields. El título de rey se lo había dado su abuelo, Steve Tene Bimbo, el anterior monarca del clan de Nueva York, poco antes de morir. 

El abuelo lo había elegido por encima de siete hijos y más de cincuenta nietos para recibir el medallón y el anillo de oro que identifican al líder de la tribu. Después las peleas familiares lo habían alejado del clan. Todos eso lo había contado en El rey de los gitanos, un best seller de Peter Maas.

Cuando lo entrevisté, quería volver a ocupar su trono, como me dijo, “para combatir los aspectos negativos de nuestra cultura”.

Tenía 42 años. Me recibió en su casa de Laguna Beach, California, con vista al océano Pacífico, y me cocinó manjares con sus propias manos. Contó un montón de historias y me hechizó con sus cuentos de casamientos gitanos. Habló de la fiesta, de la música, de la bebida y de la comida. De rituales en los que las fogatas, las panderetas y las sábanas manchadas de sangre jugaban un rol importante. 

Contó también el drama de cómo los padres arreglaban esos matrimonios, cómo vendían a sus hijas sin que los novios pudieran opinar. Esa era una de las cosas que quería cambiar. La otra era la imagen. “Los gitanos no quieren ser torcidos, pero hay que abrirles una puerta”, dijo.

Después le pedí que me leyera la mano y él me la leyó. No le creí nada.

Pasé los próximos seis meses persiguiendo gitanos, me gasté toda una pasantía del Los Angeles Times detrás de la nota del casamiento gitano que me haría famoso. El rey me presentó a sus amigos, comí con ellos, visité sus casas, aprendí mucho de los gitanos y su cultura. Son un pueblo muy cerrado porque son muy perseguidos. Los nazis casi los aniquilan, limpiaron a 500.000. 

Pero no son sufridos como los judíos y los armenios. Son nómades, no les interesa poseer tierra. Como no les interesa la tierra, tampoco tienen un mito de origen, una historia unificada que transmiten a las generaciones. Más bien se apoyan en una tradición oral que recapitula las leyendas de los distintos clanes y tribus, sus aventuras y travesías. Su sentido de pertenencia se basa en su idioma, el romani, y en su cultura: la comida, la música, la forma de vestir, el carácter alegre para sobrellevar momentos difíciles y el inmenso orgullo que sienten por ser gitanos.

En el medio de mi búsqueda me topé con una historia interesante. Un gitano, techista él, había sido detenido por robo. Casi todos los gitanos varones de Los Angeles que conocí eran techistas o vendían autos usados. Este techista, llamado Walter Larson, parece que había robado, no había mucho para discutir ahí. Pero el policía había llenado su informe con un lenguaje ofensivo y discriminatorio. 

Por ejemplo, había usado el verbo “to gyp”, que proviene de “gypsy” o “gitano”, como sinónimo de “engañar” o “estafar”. En otro pasaje había escrito “gitano rastrero” y en otro “manipulador como los gitanos”. Y el juez, después de leer ese informe, le había bajado una sentencia de cinco años por apropiarse de un total de 140 dólares en cuatro robos sucesivos cometidos en un lapso de cuatro horas.

Los gitanos suelen regirse por su propio código de justicia, administrado por el consejo de ancianos de cada tribu, en el que el destierro reemplaza al confinamiento. Pero esta vez, la cúpula del recientemente formado Consejo Romani de los Estados Unidos había decidido recurrir a la Justicia estadounidense en defensa del techista.

A pedido del abogado defensor, el Consejo había firmado una declaración condenando el lenguaje del agente. También le habían escrito al magistrado la Unión Mundial Romani y el congresista estadounidense de origen gitano Thomas Lantos, representante demócrata por California. El juez había convocado una audiencia para escuchar la apelación.

Ese día la plana mayor del Consejo se presentó ante el tribunal “gaijin”, o extranjero, como gesto simbólico de repudio por lo sucedido. Se trataba de una decisión inédita.

“Este es el caso más importante en la historia de los gitanos”, me dijo la antropóloga Ruth Anderson de la Universidad de Texas, especialista en cultura gitana, que había viajado hasta Los Angeles para estar presente en la audiencia. “Por primera vez han decidido protestar y defenderse en vez de esconderse y mudarse al próximo pueblo.”

Pero no fue un gran día para los gitanos. El juez los despachó con diez palabras. “Mi sentencia no se basó en el informe. Apelación denegada.”

Pero el policía fue sancionado y pude escribirlo en el Times. Todavía guardo el recorte. Después de la audiencia entrevisté al presidente del Consejo Romani, John Merino, un hombre canoso y bigotudo que vestía un traje sencillo pero tenía la presencia de un jefe de Estado. “No me voy a rendir. Si no sirve para este caso, servirá para las próximas generaciones.”

Merino no tuvo que esperar mucho para ver el fruto de su intervención. Seis meses más tarde, la Corte de Apelaciones anuló la sentencia en contra del techista y le pasó el caso a un segundo juez para que dicte otra sentencia. Fue una gran victoria para la comunidad gitana, aunque no para Walter el techista, ya que la segunda sentencia terminó siendo idéntica a la primera.

Después seguí, seguí, seguí, aunque nunca llegué a la boda gitana.

Pero algo aprendí. Para los gitanos la supervivencia se hace difícil. Sin patria, sin Historia con mayúsculas, deben apelar a un estricto código de conducta que marca claras diferencias entre gitanos y extranjeros. “Para un gitano, engañar a un extranjero puede no ser moralmente reprochable”, me había explicado Anderson, la experta de la Universidad de Texas.

Pero la misma académica presentó en el juicio del techista unos estudios que demostraban que pese a tener su propio sistema de justicia, o quizá por eso, en proporción, los gitanos cometían muchos menos delitos graves que los blancos, los negros o los latinos. En cuanto a delitos comunes, los mismos estudios mostraban que los gitanos no superaban el promedio general.

Todo eso me volvió a la memoria en estos días, cada vez que veía las imágenes de los gitanos entregándose mansamente a la policía francesa, o caminando muy tranquilos en los aeropuertos de Bucarest y Sofía después de las deportaciones (foto). También cuando leí que se filtró a la prensa francesa una infidencia del canciller rumano, en diálogo privado con Sarkozy: “Los gitanos tienen un problema psicológico: son todos ladrones”. 

También cuando me enteré de que la Unión Mundial Romani había querellado a Sarkozy por las deportaciones, en lo que seguramente se convertirá un nuevo caso testigo para los gitanos.

¿Y Sarkozy, qué gana con las deportaciones? Me dicen desde Francia que su estrategia sería ganarse el voto de extrema derecha, ya que la hija de Le Pen, nueva líder de esa facción, no tiene ni el carisma ni la popularidad de su padre recientemente fallecido. Una vez asegurado ese electorado, 17 por ciento en las últimas legislativas, Sarkozy viraría hacia el centro. Faltando siete u ocho meses para las elecciones generales del 2012, empezaría a repartir plata entre la clase media, mientras los socialistas se matan entre ellos buscando un candidato que se le oponga.

Dentro de esta estrategia los gitanos representan un blanco fácil, porque son la minoría más débil, más pasiva y más odiada de Francia. A diferencia de los inmigrantes musulmanes de los suburbios, los gitanos, cuando son atacados o perseguidos, no reaccionan quemando autos ni se enfrentan con la policía.

No conozco Francia pero conocí a algunos gitanos. Sarkozy, está bien, lo leemos en los diarios.

(*) Es periodista del diario La Nación de Argentina, donde realiza investigaciones. Fue redactor de Los Angeles Times y The Washington Post, así como también de Clarín, Página 12, The Miami Herald, The International Herald Tribune y otras publicaciones. Estudió una maestría de periodismo internacional en la Universidad de South California, y una licenciatura en relaciones internacionales en la Universidad de Notre Dame.

¿Quiénes somos? / Anahí Seri *

¿Quiénes somos nosotros? Difícil pregunta. “Nosotros” es un concepto escurridizo. Para empezar, si la pregunta se expresa en una lengua europea, a diferencia de lo que ocurriría en muchos idiomas africanos o asiáticos, no podemos saber si quien la formula está acogiendo bajo el paraguas de su “nosotros” al oyente o lector, o lo está excluyendo. 

Con frecuencia, el pronombre lleva una aposición, como en la obra de Joan Fuster titulada “Nosaltres els valencians”. La constitución de EEUU comienza con “We, the people of the United States of America”. En una nación de inmigrantes como esta última, “nosotros” abarca, ante y sobre todo, a las personas nacidas dentro de un determinado territorio. En otros lugares y tiempos, el criterio de pertenencia es la filiación: nosotros somos mi familia, mi clan, mi tribu, mi etnia; yo y aquellos a los que me unen lazos de sangre. 

Este criterio parece, a simple vista, menos arbitrario que el hecho de haber visto la luz un kilómetro al norte o un kilómetro al sur de una línea trazada en el mapamundi. Pero entramos en terreno resbaladizo si advertimos que la arbitrariedad del criterio de filiación está en su escala temporal. Cuando el obispo de Oxford, queriendo ridiculizar las ideas de Darwin, le preguntó a Thomas Huxley si descendía del mono por parte de sus abuelos paternos o de los maternos, Huxley lo puso en su sitio con verbo afilado. 

Siendo más benevolente, podría haberle explicado que cualquier rama de su genealogía lo llevaba a los antepasados que tenemos en común con los simios, y retrocediendo no ya millones, sino decenas o centenares de millones de años, a una especie de musaraña y luego a un pez pulmonado. Pero no son esas las escalas temporales que solemos manejar los humanos. No hay grandes obras de la literatura o del pensamiento centrados en la idea de “nosotros, los mamíferos” o “nosotros, los eucariotas”. 

Nos podemos cuestionar hasta dónde abarca el nosotros, pero también es de interés ver cuándo se puede convertir a un colectivo de personas, agrupado bajo el paraguas del pronombre, en sujeto de un triunfo, una derrota o un crimen debido a una o varias personas del colectivo. Si es cierto que “los españoles ganaron el campeonato mundial de fútbol”, resulta aceptable que una persona de nacionalidad española afirme “nosotros ganamos el mundial”. 

De hecho, es una afirmación común, aun teniendo que extrapolar de una decena de individuos a varias decenas de millones, la gran mayoría de los cuales no tienen absolutamente ninguna relación con el triunfo en cuestión. 

Veamos otro ejemplo. “Los alemanes mataron a dos millones de judíos” es una afirmación que sólo algunos negacionistas del holocausto pondrán en entredicho. Todas las generalizaciones son odiosas cuando el asunto es odioso, pero son más odiosas para “nosotros” que para “ellos”. 

El silogismo que continúa con “nosotros somos alemanes” lleva con la misma lógica que antes a la conclusión “nosotros matamos a dos millones de judíos”, pero esta aseveración choca con cierta resistencia. Sólo se puede superar el escollo lógico con una trampa gramatical, asignándole a la palabra “nosotros” un referente distinto en cada frase. Y el asunto se complica aún más si tenemos en cuenta que la mayoría de los judíos asesinados por el régimen nazi eran de nacionalidad alemana. Estamos ante un caso paradigmático de identidades solapadas.

El deporte, la nación y la religión se vinculan de forma natural al “nosotros”. Los deportes de equipo son batallas ritualizadas, inspiradas en las luchas prehistóricas entre los clanes y tribus que al cabo de miles de años dieron lugar a las naciones. Y en la actualidad, en pleno siglo XXI, hay naciones, como Israel, que sólo otorgan la ciudadanía a personas que profesan un determinado credo religioso. 

Todas la religiones, salvo el budismo, trazan una estricta línea divisoria entre el hombre y los demás animales, aunque eso no da lugar a una verdadera hermandad, a un auténtico “nosotros”, como lo prueban las incontables matanzas que se han producido y se siguen produciendo entre personas que dan distintos nombres a sus dioses o los adoran de forma diferente. 

Los derechos humanos, proclamados hace menos de un siglo, aún siguen sin aplicarse plenamente. Por otra parte, hay señales que apuntan a un progreso en el sentido de una apertura de la esfera moral, de una extensión, ímplícita o explícita, consciente o inconsciente, del concepto de “nosotros”. 

Los animalistas que han conseguido la abolición de la tauromaquia en Cataluña (después de haberlo logrado hace varios años en las Islas Canarias) apelan, aunque no lo expresen en esos términos, al “nosotros los mamíferos”. Recientemente, ha surgido la iniciativa, canalizada a través de facebook, de declarar el 25 de noviembre como “Día del orgullo primate”, apelando así al “nosotros los primates”.

El progreso de la humanidad pasa por abandonar la fe religiosa y con ella la única base sobre la que se sustenta el concepto de “especie elegida”. El auténtico humanismo trascenderá lo humano. Hay indicios de que puede estar surgiendo ya un nuevo estado de consciencia, una forma más ilustrada de relacionarnos con los demás seres vivos del planeta, teniendo en cuenta el bienestar de todos los seres sensibles. De todos nosotros. 

(*) Licenciada en Ciencias Matemáticas por la Universidad de Valencia, profesora y  traductora de alemán e inglés en la Comisión de la Unión Europea.

Guerras de divisas y contradicciones del capitalismo / Nick Beams *

Los conflictos entre divisas que estallaron la semana pasada entre Estados Unidos, China y Japón evidencian profundas contradicciones en el corazón mismo de la economía capitalista mundial. 

Hace tiempo que las disputas entre Estados Unidos y China por el tipo de cambio dólar-renminbi han alimentado las tensiones monetarias internacionales, pero el miércoles pasado el conflicto adquirió una nueva dimensión cuando el gobierno japonés intervino en los mercados de divisas. Las autoridades monetarias del Japón gastaron más de $23.000 millones de dólares para que el valor del yen bajara 3% con respecto al dólar estadounidense.

La relevancia de la intervención no solamente radica en su magnitud, sino en que el gobierno japonés actuara de manera unilateral. Este hecho despertó las críticas de las autoridades europeas, que señalaron: “Las medidas unilaterales no son la vía para lidiar con desequilibrios globales”, y suscitó la condena de Chris Dodd, presidente de Comité de Banca del Senado estadounidense, quien afirmó: “La intervención viola los acuerdos internacionales”. Cabe notar que, pese a ello, el gobierno de Obama, que ve en Japón un aliado en su conflicto con China, no hizo comentario alguno.

Las tensiones entre Estados Unidos y China volvieron a adquirir protagonismo la semana pasada cuando Timothy Geithner, Secretario del Tesoro de Estados Unidos, en una comparecencia ante el Congreso, pidió que China permitiera a su moneda aumentar de valor con mayor rapidez frente al dólar. Afirmó que el gobierno estadounidense estaba “analizando la importante cuestión de qué combinación de herramientas, al alcance de Estados Unidos y también conforme a enfoques multilaterales, podrían ayudar a las autoridades chinas a tomar medidas más rápidas”. 

Tal como lo señaló Robert Reich, ex Secretario del Trabajo de Clinton, el mensaje concreto que hay detrás de esas declaraciones es: “Estamos a punto de amenazarlos con sanciones comerciales”. También se comentó que el conflicto entre divisas significaba que el mundo se había acercado aún más al tipo de guerra comercial que marcó la década de los treinta.

La fuente inmediata de antagonismos es la campaña de las grandes potencias capitalistas por contrarrestar los efectos del estancamiento de la economía mundial mediante la expansión de sus exportaciones.

El gobierno de Obama desea un dólar más bajo para inyectar competitividad a la industria estadounidense, pero las autoridades chinas temen que un alza demasiado rápida del renminbi golpee a las empresas manufactureras que operan con bajos márgenes de ganancia, lo que fomentaría el desempleo y echaría leña al fuego de las tensiones sociales. 

Los exportadores japoneses argumentan no poder operar con rentabilidad mientras el tipo de cambio yen-dólar se mantenga en los niveles de la década de los ochenta e insisten en que debería situarse en alrededor de 95 yenes por dólar. Las potencias europeas, particularmente Alemania, cuyas exportaciones representan alrededor de 40% del PIB, quieren mantener el valor del euro en torno al $1,30, en lugar del $1,50 que alcanzó el año pasado.

Si bien estos conflictos se exacerban debido a la situación económica inmediata en el mundo, su relevancia histórica es profunda, ya que constituyen una de las evidencias de la contradicción irresoluble que habita el corazón mismo del sistema capitalista: la que se establece entre la economía global y la división del mundo en Estados-nación rivales.

Todo país capitalista tiene su propia moneda, respaldada por el poder del Estado al interior de sus fronteras; pero ninguna moneda constituye en o por sí misma lo que se denomina dinero mundial. En todo caso, para que el sistema capitalista funcione debe haber un medio de pago internacionalmente reconocido.

Al principio, el oro y otros metales preciosos cumplieron esa función, pero la expansión de la economía capitalista, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, hizo que la base del sistema monetario fuera cada vez más restrictiva y tuviera que buscarse un mecanismo que sustituyera a los metales. El auge de Gran Bretaña como potencia económica dominante la dotó de los medios para lograrlo.

Si bien el oro siguió siendo la base oficial del sistema monetario mundial, en la práctica la economía operó cada vez más en función del patrón libra esterlina. Como reflejo del poder de la economía británica y su sistema financiero, en gran medida gracias a la enorme cantidad de recursos extraídos de la India y otras partes del Imperio Británico, la libra esterlina funcionaba como dinero mundial.

Sin embargo, la situación cambió radicalmente después de la Primera Guerra Mundial. Gran Bretaña resultó victoriosa, pero había sufrido un deterioro económico considerable en comparación con sus adversarios. Además, para pagar los costos de la guerra se había retirado del patrón oro, es decir, la libra ya no tenía tanto valor como este metal.

El intento del gobierno británico por restaurar el patrón oro en 1925 se vino abajo en 1931 cuando, en medio de una crisis bancaria en Europa, se devaluó la libra. En el resto de aquella década la economía mundial se vio envuelta en la Gran Depresión y el mercado mundial se fragmentó, dando paso a bloques económicos rivales que acabarían por iniciar el conflicto armado en 1939.

El Acuerdo de Bretton Woods de 1944, según el cual el dólar estadounidense quedaba atado al oro con un tipo de cambio de $35 por onza, tenía por objetivo establecer un sistema monetario mundial sin el que la economía global habría vuelto rápidamente a las condiciones de la década de los treinta.

Este acuerdo, en el que el dólar estadounidense, en virtud del aplastante dominio económico del capitalismo estadounidense, funcionaba de hecho como dinero mundial, desempeñó un papel decisivo en la restauración del comercio y los flujos de inversiones en el globo. 

Sin embargo, el sistema de Bretton Woods se fundaba en una contradicción: para mantener la liquidez internacional se requería de un flujo constante de dólares desde Estados Unidos al resto del mundo, pero esa salida de capitales minó la relación entre el dólar y el oro a medida que los dólares que circulaban en la economía mundial superaron con creces el oro en manos del Tesoro estadounidense.

La brecha entre el dólar y el oro se abrió más y más en la década de los sesenta, hasta que el 15 de agosto de 1971 el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, declaró que en adelante no sería posible cambiar el dólar por oro. Al poner fin al sistema de Bretton Woods, la capacidad del dólar estadounidense de seguir funcionando como dinero mundial dependió de la solidez de la economía de ese país y la de sus mercados financieros... pero esa solidez ha venido declinando continuamente.

Hacia fines de la década de los ochenta, Estados Unidos había dejado de ser el principal prestamista del planeta para convertirse en el principal deudor, al depender de los flujos de capital provenientes del resto del mundo. 

Esta entrada de dinero disfrazaba, hasta cierto punto, la descomposición y el deterioro del sistema financiero estadounidense, pero la verdad habría de salir a la luz cada cierto tiempo a través de una serie de crisis, empezando por la caída de la bolsa en 1987 y con distintos episodios en la década de los noventa: la crisis de los bonos en 1994, el colapso de la firma de gestión de fondos de cobertura Long Term Capital Management en 1998 y la denominada “crisis de las puntocom” entre 2000 y 2001, para culminar con la debacle desatada por el colapso de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008.

La subsiguiente crisis financiera internacional y los conflictos entre divisas apuntan hacia la intensificación de la contradicción entre la economía mundial y el sistema del Estado-nación. Para funcionar, la economía capitalista global requiere de una divisa de reserva (dinero mundial) que sea estable; pero el dólar estadounidense se muestra cada vez menos capaz de desempeñar ese papel. Tampoco hay otra divisa (ni el euro ni el yen ni el renminbi) que esté en posibilidades de sustituirlo.

La creciente falta de confianza en todas las divisas se refleja en el aumento del precio del oro, que constantemente alcanza nuevos récords. No obstante, volver al patrón oro tampoco es factible, ya que se produciría una contracción masiva del crédito y la economía mundial se sumiría en una depresión equiparable o peor que la de los años treinta.

En medio de un caos en ascenso, se ha propuesto la posibilidad de que las principales potencias lleguen a algún tipo de pacto similar al Acuerdo Plaza de 1985 que propició la disminución concertada y organizada del valor del dólar estadounidense. 

Sin embargo, basta con ponderar las diferencias entre la situación de 1985 y la actual para ver por qué ese proyecto es inviable. Hace 25 años Estados Unidos todavía tenía la hegemonía económica y las economías atlánticas constituían el centro principal de crecimiento en el globo. Las cosas han cambiado: Estados Unidos está en declive económico y el centro económico de gravedad transita rápidamente al este.

Sin duda la crisis de las divisas recorrerá muchos vericuetos en los tiempos por venir, pero la lógica general del proceso está clara. La economía mundial se atomizará cada vez más y dará lugar a bloques regionales y de divisas rivales, y el fantasma del conflicto armado amenazará de nuevo.

La única manera de evitar este desastre es luchar por el programa del internacionalismo socialista: derrocar al sistema de obtención de ganancias y al sistema del Estado-nación en el que se fundamenta, y establecer una economía mundial racionalmente planificada.

(*) Secretary of the Socialist Equality Party in Australia

Democracia, ¿en todas partes, en ninguna parte? / Immanuel Wallerstein *

La palabra democracia es muy popular en estos días. Hoy, virtualmente no hay país en el mundo cuyo gobierno no reivindique ser el gobierno de una democracia. Pero al mismo tiempo, virtualmente no hay país del mundo hoy del que otros –dentro del país y en otros países– no denuncien al gobierno por ser antidemocrático. 

Parece haber muy poco acuerdo acerca de lo que queremos decir cuando decimos que un país es democrático. El problema es muy claro en la misma etimología del término. Democracia viene de dos raíces griegas –demos, o pueblo, y kratia, dominio, la autoridad para decidir-. Pero ¿qué queremos decir con dominio? ¿Y qué queremos decir con pueblo?

Lucien Febvre nos mostró que siempre es importante mirar la historia de una palabra. La palabra democracia no fue siempre tan popular universalmente. La palabra arribó a su uso común político moderno durante la primera mitad del siglo 19, sobre todo en Europa occidental. En ese entonces, tenía las tonalidades que hoy tiene el terrorismo.

La idea de que el pueblo pudiera de hecho mandar era considerada por las personas respetables como una pesadilla política, soñada por radicales irresponsables. De hecho, el objetivo principal de las personas respetables era asegurarse de que no sería la mayoría de la gente quien tuviera la autoridad de decidir. La autoridad tenía que dejarse en manos de personas que tenían intereses en conservar el mundo como era, o como debería ser. Éstas eran personas con propiedades y sabiduría, que eran consideradas competentes para tomar decisiones.

Tras las revoluciones de 1848, en la cual el pueblo se levantó en revoluciones sociales y nacionales, los hombres con propiedades y competencia se fueron atemorizando. Respondieron primero con la represión, y luego con concesiones calculadas. Las concesiones eran admitir a gente, lentamente y paso a paso, a que votaran. Pensaron que el voto podría satisfacer las demandas del pueblo y en efecto lo cooptaría a que mantuviera el sistema existente.

Durante los siguientes 150 años, esta concesión (y otras) funcionaron hasta cierto punto. El radicalismo fue acallado. Y después de 1945, la propia palabra, democracia, fue cooptada. Ahora todos alegan estar a favor de la democracia, que es donde estamos hoy.

El problema, sin embargo, es que no todo el mundo está convencido de que todos vivimos en países verdaderamente democráticos, en los cuales la gente –todo el pueblo– sean quienes en verdad mandan, es decir, toman las decisiones.

Una vez que se escoge a los representantes, con mucha frecuencia no cumplen las demandas de la mayoría, u oprimen a importantes minorías. La gente reacciona con frecuencia, protestando, con huelgas, con levantamientos violentos. ¿Es democrático que se ignoren las manifestaciones? ¿O lo democrático es que el gobierno se pliegue y se someta a la voluntad del pueblo?

¿Y quiénes son el pueblo? ¿Son la mayoría numérica? ¿O hay grupos principales cuyos derechos deben garantizarse? ¿Deben grupos importantes contar con una autonomía relativa? ¿Y qué clase de compromisos entre la mayoría y las minorías importantes constituyen resultados democráticos?

Finalmente, no debemos olvidar los modos en que la retórica en torno a la democracia se utiliza como instrumento geopolítico. Regularmente, denunciar a otro país de antidemocráticos se usa como justificación para entrometerse en países políticamente más débiles. Tales intromisiones no necesariamente tienen por resultado que lleguen al poder gobiernos más democráticos; son sólo diferentes o tal vez con política exteriores diferentes.

Quizá debamos pensar que la democracia es una reivindicación y una aspiración que no se ha concretado aún. Algunos países parecen ser más antidemocráticos que otros. Pero, ¿acaso hay países que puedan demostrar ser más democráticos que otros?

(*) Sociólogo y profesor universitario en EE UU y Canadá

La crisis dentro de la crisis / Alain Touraine *

No somos economistas, pero intentamos comprender. Vemos una sucesión de crisis -financiera, presupuestaria, económica, política...-, definidas todas ellas por la incapacidad de los Gobiernos para proponer otras medidas que no sean esas denominadas "de austeridad". Hay, finalmente, una crisis cultural: la incapacidad para definir un nuevo modelo de desarrollo y crecimiento. Cuando sumamos todas estas crisis, que duran ya cuatro años, nos vemos obligados a preguntarnos: ¿existen soluciones o vamos ineluctablemente hacia el precipicio, sobre todo respecto a países como China o Brasil?

Ni los economistas ni los Gobiernos a los que aconsejan han logrado otra cosa que ralentizar la caída. Consideremos, pues, tres crisis: la financiera, la política y la cultural.
2009. La financiera es la que mejor conocemos en su desarrollo, incluida su preparación, a partir de los años noventa, mediante crisis sectoriales o regionales y "burbujas" como la de Internet, o, más tarde, escándalos como el de Enron. 

Todo esto, junto con el caso Madoff y, sobre todo, el hundimiento del sistema bancario en Londres y Nueva York, en 2008, nos colocó al borde de una situación excepcionalmente grave. Entonces descubrimos la existencia de un segundo sistema financiero que obtiene beneficios de miles de millones de dólares para los directivos de los hedge funds y también para los grandes bancos y sus traders más hábiles. Este segundo sistema financiero no tiene ninguna función económica y solo sirve para permitir que el dinero produzca más dinero. ¿Por qué no hablar aquí de especulación?

Estupor. Después de tantos años de fe en el progreso, de resultados económicos muy positivos y de una multiplicidad sin precedentes de nuevas tecnologías, la economía occidental revela una búsqueda del beneficio a toda costa, una pulsión de latrocinio y corrupción. Gracias al presidente Obama y a los grandes países europeos, se evitó la catástrofe. Pero, desde entonces, la situación no se ha enderezado. Ha sido en Reino Unido donde la catástrofe ha tenido los efectos más destructivos; por eso es también en ese país donde el nuevo Gobierno puede imponer a unos bancos de facto nacionalizados las medidas de control más fuertes.

La izquierda ha perdido el poder en Reino Unido y ha pasado a ser minoritaria en una España abrumada por las consecuencias de la crisis. España había decidido apostar su futuro económico a las cartas del turismo y la construcción, y ha sufrido un choque violento. Su tasa de paro subió hasta el 20% y los españoles le han retirado su confianza a Zapatero, aunque su rechazo hacia el PP de Rajoy es aún más fuerte. Es el ejemplo extremo de una crisis que, como en los demás lugares, no genera propuestas económicas ni sociales nuevas.

Tras la catástrofe de 1929, los estadounidenses llevaron al poder a Franklin D. Roosevelt, que lanzó su new deal. En 1936, Francia recuperó su retraso social con las leyes del Frente Popular. Hoy, silencio, vacío, nada. Los países occidentales no parecen capaces de intervenir sobre su economía. Los economistas responden a menudo que estas críticas no llevan a ningún lado y que las Casandras no hacen sino agravar las cosas. Es falso: Casandra tiene razón, nadie propone una solución.

2010. Las crisis se amplían y se hacen más profundas. En Europa, de forma más visible, pero también en Estados Unidos. El hundimiento de Grecia, evitado en el último momento y después de perder mucho tiempo, ha revelado que la mayoría de los países europeos, incluidos algunos del Este, como Hungría, estaban en plena caída. Su déficit presupuestario resta cualquier realidad al pacto que quería limitarlo al 3% del presupuesto del Estado. La deuda pública se dispara y sabemos que la situación actual implica una reducción del nivel de vida de las próximas generaciones. 

Ya ni siquiera se habla de "política de recuperación", sino de "rigor" y "austeridad", lo que conduce a muchos Gobiernos a reducir los gastos sociales. Esto se puede ver en Francia, cuyo Gobierno quiere una reforma de las pensiones. El retroceso del trabajo con respecto al capital en el reparto del producto nacional aumenta y acrecienta las desigualdades sociales.

De nuevo, se trata de una crisis política. La ausencia de movilización popular, de grandes debates, incluso de conciencia de lo que está en juego, todo ello revela una impotencia cuya única ventaja es que nos mantiene alejados de efectos, como la llegada de Hitler al poder, de la crisis de 1929. Pero este vacío aparece cada vez más como la causa profunda de la crisis que como su consecuencia. 

Ante la implosión del capitalismo financiero, los países occidentales son incapaces de enderezar, e incluso de analizar, la situación. Las poblaciones sufren, pero lo que ocurre en la economía permanece al margen de su experiencia vital. La globalización de la economía ha roto los lazos entre economía y sociedades, y las políticas nacionales han perdido casi cualquier sentido. 

Hasta los movimientos de opinión más originales, como Move on y Viola, se sitúan en un plano más moral que económico y social. La nave de los locos occidentales se hunde en las crisis mundiales, pero la extrema derecha de los tea parties estadounidenses solo quiere la piel de Obama, acusado de ser musulmán, mientras que la extrema izquierda italiana quiere antes que nada la piel de Berlusconi, que merece ciertamente una condena que la oposición de izquierda no es capaz de obtener proponiendo otro programa.

¿Y qué viene después de 2010? Seguimos subestimando la gravedad y el sentido del silencio general. Hay que cambiar de escala temporal para comprender unos fenómenos cuyo aspecto más extraordinario es que nadie parece ser consciente de ellos.

Hay que interrogarse sobre Occidente. Desde mediados de la Edad Media, Occidente creó un modelo diferente a todos los demás, y lo hizo concentrando todos los recursos, conocimientos, poder, dinero e incluso apoyo de la religión en manos de una élite triunfante. Así creó monarquías absolutas poderosas y, luego, el gran capitalismo. Pero al precio de la explotación de todas las categorías de la población, desde los súbditos del rey hasta los asalariados de las empresas, y desde los colonizados hasta las mujeres. 

Este modelo occidental se basó también en las luchas entre Estados, que terminaron transformándose en guerras mundiales y totalitarismos que ensangrentaron Europa. En el plano social, la evolución fue inversa. Poco a poco, los que estaban dominados se fueron liberando a fuerza de revoluciones políticas y movimientos sociales. Y los países de Occidente conocieron algunas décadas de mejoría de la vida material, de grandes reformas sociales y de una extraordinaria abundancia de ideas y obras de arte. 

Pero fue un verano corto y Europa se encontró sin proyectos, sin capacidad de movilización y, sobre todo, incapaz de elaborar un nuevo modo de modernización opuesto al que dio forma a su poder, y que no puede reposar sino en la reconstrucción y la reunificación de sociedades polarizadas durante tanto tiempo.

El gran capitalismo acaba de mostrar de nuevo su incapacidad de autorregularse, y el movimiento obrero está muy debilitado. Ya no hay pensamiento en las derechas en el poder. La única gran tendencia de la derecha es la xenofobia; la única gran tendencia de la izquierda es la búsqueda de una vida de consumo sin contratiempos.

No nos dejemos arrastrar a una renuncia general a la acción. Existen fuerzas capaces de enderezar la situación. En el plano económico, la ecología política denuncia nuestra tendencia al suicidio colectivo y nos propone el retorno a los grandes equilibrios entre la naturaleza y la cultura. En el plano social y cultural, el mundo feminista se opone a las contradicciones mortales de un mundo que sigue dominado por los hombres. En el terreno político, la idea novedosa es, más allá del gobierno de la mayoría, la del respeto de las minorías.

Ni nos faltan ideas ni somos incapaces de aplicarlas. Pero estamos atrapados en la trampa de las crisis. ¿Cómo hablar de futuro cuando el suelo se abre a nuestros pies?

Pero nuestra impotencia económica, política y cultural no es consecuencia de la crisis, es su causa general. Y si no tomamos conciencia de esta realidad y si no encontramos las palabras que rompan el silencio, la crisis se profundizará aún más y Occidente perderá sus ventajas. Entonces será demasiado tarde para intentar atenuar una crisis que ya se habrá convertido en destino.

(*) Alain Touraine es sociólogo