jueves, 18 de noviembre de 2010

El monocultivo del pensamiento / Gustavo Duch Guillot *

Recientemente, Noam Chomsky publicó lo que él llamó diez estrategias de manipulación mediática. Diez formas de alejar a la población de la verdad y de adormecerla en la medida de lo posible. Quisiera, a partir de algunas ideas de este decálogo, analizar qué información nos llega, mayoritariamente, desde los medios de comunicación, la publicidad y la gobernanza en general, acerca de la agricultura, la alimentación y, en particular, del hambre.

Primero, y con el argumento de la distracción, se busca eso, alejarnos de cuestiones fundamentales para el devenir de la civilización, llevando nuestra atención a temas banales, sin ninguna importancia. Segundo, cuando llega el momento de hablar de los problemas del hambre, se suele acabar planteando un problema falso, para que estemos todos de acuerdo en aceptar una solución interesada. Suele ser habitual situar el problema del hambre en la falta de productividad: que no tendremos alimentos para tantas personas, que el aumento de la demanda en China e India obliga a más producción, etc. La solución –su solución– entonces entra en bandeja de plata y se postula que la biotecnología salvará al mundo. Si supiéramos que la escasez de alimentos es mentira, ¿aceptaríamos sus recetas rellenas de transgénicos?

Tercero, la estrategia de falsas (o muy improbables) expectativas es el método utilizado para convencernos de que, por el momento, no son necesarias medidas correctoras. Si el petróleo se acaba, ¿no deberíamos buscar otras maneras de producir alimentos menos dependientes? Si el cambio climático lo tenemos encima, ¿no deberíamos prescindir de modelos productivos contaminantes? No –contestan– ya encontraremos una fuente alternativa, una solución mágica, no hay prisa. Es el mensaje tecnoptimista de quien no quiere cambiar nada porque todo le va muy bien.

Cuarto, el mal uso de las imágenes de personas sufriendo hambre o pobreza es un recurso clásico y desafortunado de presentarnos una realidad sin duda existente pero con otras muchas aristas y enfoques. Los impactos emocionales suelen desviarnos del sentido y la reflexión crítica que debemos agudizar en esos momentos. Será por eso que, en general, es más fácil encontrar opiniones de “pobres personas, cuanta ayuda necesitan”, que preguntarse: “¿Qué hace que estas personas estén en esta situación?”.

Quinto, el pacto entre el poder y la ciencia oficial. Es común que muchos posicionamientos se escudan en la infalibilidad de la ciencia, ese ser alejado, intocable, capaz de hacernos sentir ignorantes absolutos. Son muchos los casos, por ejemplo, de campesinos que, teniendo con la experiencia propia (una forma de ciencia desautorizada) buenos resultados de sus cultivos, cambian a otras prácticas menos apropiadas porque “lo dicen los servicios técnicos” (añadan: de las empresas que se beneficiarán). El extremo se alcanza cuando se defienden los argumentos científicos por encima de los políticos y sociales.

Sexto, reforzar la autoculpabilidad de todos nosotros como consumidores. Acaban haciéndonos sentir culpables porque no somos del todo coherentes en nuestro consumo y no cumplimos con los estándares del consumidor responsable. Sólo una táctica más para alejarnos de una actitud de rebeldía contra el sistema económico, el verdadero responsable. Y lo mismo podíamos decir, para acabar, cuando se nos aleja mucho de las posibles soluciones. Es aquello de “no podemos cambiar nada”, “las decisiones se toman muy lejos de nuestras esferas”, “las fuerzas contrarias son muy poderosas”, etc.

Para que vean que lo que les digo no son imaginaciones mías, les informo sobre dos declaraciones llegadas de Naciones Unidas, que no han encontrado eco mediático y que contrastan enormemente con lo que nos explican cuando hablamos de agricultura y hambre en el mundo: por un lado, según Oliver De Schutter, relator especial para la alimentación de la ONU, “en lo que a la seguridad alimentaria mundial se refiere, el rendimiento de la agroecología o agricultura ecológica supera ya al de la agricultura industrial de gran escala”. 

Por consiguiente, frente al discurso oficialista, lo que propone De Schutter es que “los Gobiernos y las agencias internacionales deben promover urgentemente las técnicas de cultivo ecológicas para aumentar la producción de alimentos y salvar el clima”. Por otro, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, “si se adoptan mayoritariamente los sistemas agroecológicos, que han demostrado su eficacia en la reducción de las emisiones, el sector de la agricultura podría neutralizar la mayor parte de sus emisiones de carbono antes de 2030 y producir alimento suficiente para una población que probablemente alcance los 9.000 millones en 2050”.

Dos declaraciones muy similares, fuera de los moldes habituales, que contrastan con la última operación de la Fundación Gates que, ahora aliada y con participaciones en el gigante Monsanto (jefe de la agricultura industrial), propone replicar en África el modelo de agricultura intensiva y dependiente de semillas y agrotóxicos. Monsanto lo llama, con la boca bien grande, la Nueva Revolución Verde. Gates lo llama la Revolución Verde 2.0.
 
Aviso: nos distraerán, nos mentirán, nos venderán sueños imposibles, coquetearán con nuestro corazón, nos harán sentir malas personas y nos presentarán todos los datos a su favor para que creamos, apoyemos y confiemos en su buen saber y su buen hacer.

(*) Gustavo Duch Guillot (1965, Barcelona) licenciado en Veterinaria y Postgrado en Dirección de Empresas. Director de 'Veterinarios sin Fronteras', Presidente de AGORA NordSud. y Coordinador de la revista 'Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas'

El anarquismo subyacente de Luis García Berlanga / Pepe Gutiérrez Álvarez

Acaba de fallecer, Luis García Berlanga Martí (Valencia, 12 de junio de 1921), el más extraordinario de los realizadores hispanos después de Luis Buñuel, y autor de una obra que brilló con especial intensidad en los años más oscuro de la tiranía franquista, tiempo en el que dirigió películas insuperables, de una carga subversiva tan auténtica como soterrada…

Paradójicamente, luego, ya sin problemas de censura, su cine bajó hasta el extremo de la decepción, películas como Todos a la cárcel parecía filmada por un cineasta que no le llegaba al calcetín al autor de El verdugo o Plácido…Casi se podía hablar de dos Berlanga, uno anarquista que se decía conservador (un categoría en la que entran muchos genios del arte y la literatura, y que habría que interpretar en su justo sentido), y el otro, un conservador que parecía perdido en los nuevos tiempos.

Como tantos y tanto hijos de “rojos” que trataron de “limpiar” el nombre de sus padres, y liberarlos en lo posible de liberarlos de las mayores penalidades, Luis Garía Barlanga estuvo alistado en la División Azul intentando hacer méritos suficientes para tratar de salvar la vida de su padre, un republicano condenado, y que ha sido definido como un “anarquista conservador”, y también como “un valenciano barroco, fallero, misógino, anarquista desconfiado de cualquier movimiento colectivo, provocador e independiente” (Diego Galán). 

En otro lugar se le tacha de individualista solidario, conformista rebelde, temerario timorato y cofundador del Partido Anarquista Burgués Independiente, siglas acuñadas con ironía por su amigo Bardem...

Resulta bastante difícil caracterizar de “anarquistas” cualquiera de su personajes, incluyendo lo que aceptan este concepto como pueden ser el del libertario desencantado (Manuel Alexandre) o el del anarconudista (Juan Diego), o el de Michael de Assantes (Michel Piccoli), personaje lejanamente inspirado en un verdadero surrealista y libertino llamado Pierre Moliner, los tres pertenecientes a su última película, París-Tombuctú (1999), una suerte de “testamento”, ciertamente malogrado del que se salvan algunos apuntes, los suficiente como para añorar el Berlanga en blanco y negro, cuando se movía en farsas con un lenguaje metafórico que entroncaba gloriosamente con la tradición del esperpento. 

Quizás se pueda apreciar también alguna pista de signo libertario en su aportación sobre la guerra civil, La vaquilla (1985), cuyo guión había escrito 25 años antes, pero que el franquismo no le permitió trasladar a la pantalla. Esto a pesar de su pretensión de hacer una película “que desacralizase la Guerra civil, donde no hubiera culpables sino víctimas”, verdadera cuadratura del círculo. Cuando la hizo no dudó en definirla como una “visión básicamente libertaria” pero que provoca más indignación que otra cosa; los franquistas no fueron unos meros carcamales, al menos no más que los nazis...

Algo no muy diferente se podría decir de Todos a la cárcel, cuyas intenciones de denuncia quedaban malogradas por la falta de credibilidad de los personajes, y cuyo sentido absurdo adquiría caracteres patéticos cuando, pro ejemplo, convertía en presos de toda la vida a un comunista y…!un hedillista¡, un detalle sacado de una manga que quedaba más lejos de la realidad que su añorado imperios austro-húngaro. 

Para encontrar alguna pista de un cierto anarquismo hay que remontarse a sus obras maestras, a lo que de alguna manera podíamos llamar benévolamente anarquismo pasivo de algunos de los personajes más característicos del pueblo llano de Calabug (1956), y en el pacifismo antinuclear del entrañable sabio, claramente insumiso, George Serra encarnado magistralmente por Edmund Gwenn, o en la mala uva de El verdugo (1963), una obra maestra absoluta, sin lugar a dudas, el mayor alegato que el cine ha hecho contra el franquismo, y de la pena de muerte (y delante de las barbas del gran verdugo, justo coincidiendo con la ejecución del resistente comunista Julián Grimau). 

La película se coló literalmente, engañando a la burda censura franquista lo que provocó las iras justificadas del Caudillo que para sorpresa de su director dijo “Berlanga no es comunista” como le decían. No dijo que era un “anarquista”, sino que era “mucho peor, es un mal español”, pronunciando involuntariamente así. El que seguramente sería el mejor elogio posible. 

Después de esta bofetada al régimen, Berlanga ya no pudo trabajar más en España hasta después de la muerte más deseada que conocieran los siglos. Cuando comenzó a hacerlo, Berlanga ya no era el mismo aunque, evidentemente, no le faltaron detalles.

Habría que olvidarse de toda la parafernalia de los homenajes, y llevar a los colegios y a las entidades educativas todas sus películas de los años cincuenta, y explicar que había detrás de aquellas historias de personajes llenos de vida y humanidad, de gente del pueblo vencido pero no colonizado.

También podríamos aprovechar el evento para alegrarnos la vida unos cuantos días revisando y viendo por primera vez odas aquellas películas, y descubrir algo que merece ser estudiado, a saber, que el mejor cine antifranquista se llevó a cabo bajo el franquismo, y lo hizo un anarquista sin adjetivo, un anarquista que ni siquiera sabía que lo era.

Soberanía tecnológica contra poder transnacional / Omar Pérez Salomón *

Resulta habitual que la asistencia técnica a determinados procesos productivos o de servicios, se produzca desde la sede de las empresas proveedoras de equipamiento utilizando la red de redes. Pero todo se complica si estas firmas transnacionales tienen conexiones con los Servicios Especiales de alguna potencia capitalista y se utiliza su tecnología para provocar daños, descontroles en la operación del sistema o realizar acciones de espionaje.

En el artículo ¿Por qué la izquierda debe defender el Software Libre?, de Diego Saravia y Rafael Rico Ríos, publicado en el sitio
Rebelión, se grafica lo anterior, a partir del paro petrolero realizado en el 2003 en Venezuela: “Ante la inminente nacionalización de la industria petrolera por parte del gobierno venezolano, la derecha organizó un paro petrolero que durante varios meses paralizó la economía del país. El PIB llegó a bajar más de un 20%. El Estado trató de recuperar el control de su industria pero el ‘cerebro’ de PDVSA estaba controlado por empresas privadas de software privativo que impedían la recuperación del control de la industria. Un país entero sometido a través del control del Software”.

En la actualidad, resulta significativa la incidencia y el control de las empresas transnacionales en el comercio internacional y en la transferencia tecnológica a los países del Tercer Mundo, que ha reforzado la dependencia que han padecido históricamente de las metrópolis capitalistas.

En la década de 1970 ya existían más de 10 mil compañías de ese tipo, que contaban con más de 30 mil filiales distribuidas por el mundo, cifra que se ha multiplicado, sobre todo, con empresas norteamericanas, europeas y japonesas, en sectores claves como el bancario, farmacéutico, biotecnológico, telecomunicaciones, tecnología de la información, petróleo y gas, seguros, software y comercio minorista.

El ejemplo descrito anteriormente no es único, “el antiguo jefe de los servicios de información militares de Israel, Amos Yadlin, declaró a la prensa en la ceremonia de nombramiento de su sucesor, lo siguiente: Hemos logrado establecer un gran número de redes de espionaje en Líbano. Lo más importante es que logramos un control total sobre el sector de telecomunicaciones de ese país, una fuente de información inestimable”. [1]

En este sentido la Administración del presidente Barack Obama busca enmendar la llamada Ley para la Asistencia de las Comunicaciones en el Orden Público, aprobada en 1994, con el objetivo de facilitar el acceso a los sistemas de comunicación que utilizan las redes sociales y los teléfonos celulares.Desarrolladores de servicios de comunicaciones en la red deberán instalar durante la programación de sus ofertas una especie de puerta trasera virtual a través de la cual las autoridades estadounidenses puedan acceder a las conversaciones orales y por escrito en chats.

Como es de suponer, el camino hacia la soberanía tecnológica de los países del Sur es largo; sin embargo algunos pasos se comienzan a dar en América Latina. El Convenio Integral de Cooperación entre Cuba y Venezuela tiene como uno de sus principios la soberanía tecnológica, reconocida “como el derecho de cada Estado a decidir sobre su propio desarrollo tecnológico, mediante el aprovechamiento de sus potencialidades, a fin de modificar los actuales patrones de dependencia y consumismo, garantizando la satisfacción de las necesidades de los respectivos mercados nacionales del ALBA y los países de la región”.

El satélite venezolano Simón Bolívar, el cable de fibra óptica submarino entre Cuba y Venezuela, los aportes realizados por Brasil a la norma de televisión digital japonesa, los proyectos de colaboración tecnológica de varios países latinoamericanos con China y Rusia, muestran lo que se puede hacer en esta materia.

Aunque las inversiones en investigación y desarrollo en la región son insuficientes, varios países han alcanzado una posición destacada en la escena mundial en lo que respecta a algunas tecnologías de vanguardia. Es el caso de Cuba, que se sitúa a la avanzada en las tecnologías de producción de vacunas, equipos médicos y en la biotecnología.

Para lograr la independencia económica, necesariamente se debe transitar hacia la soberanía tecnológica. El poder transnacional lo sabe; por eso recurre cada vez más al control sobre la tecnología y el conocimiento como forma de dominación.

Nota:[1] Abelardo Cueto Sosa: “Crece la tensión en el país de los cedros”. Panorama Mundial, 9 de noviembre de 2010.
 
(*) Omar Pérez Salomón es funcionario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba