lunes, 22 de agosto de 2011

El 15M: la hora del despertar / Luis Hernández Navarro *

Un nuevo ciclo de luchas sociales contra la globalización neoliberal se ha abierto en Europa. Islandia, Grecia y España son su epicentro. El rechazo a las políticas de ajuste y estabilización, al trabajo precario, a las políticas de exclusión social y el reconocimiento de nuevas formas de ciudadanía y de democracia participativa están en el corazón de las movilizaciones. 
 
Las masivas protestas en estos tres países resisten a un modelo laboral basado en la combinación de trabajo informal, trabajo ilegal y migración. Un modelo que aspira parecerse a China y que opera con una mecánica sencilla: reducir los costos de producción sobre la base de la expansión de la economía informal y la desregulación laboral, utilizando para ello la mano de obra inmigrante. 

Las movilizaciones en estas naciones son expresión del grado de ruptura de la universalidad de la ciudadanía promovidas por la desestructuración de los mercados de trabajo y la expoliación de derechos. Son, también, un indicador del profundo deterioro que viven las metrópolis en sus políticas, tanto en el control de los flujos migratorios como en la integración de los migrantes. 

El descontento popular ha hecho erupción. En un continente en crisis, en el que los gobiernos supranacionales y los organismos financieros multilaterales se empeñan en recetar la amarga medicina de políticas de ajuste y estabilización para salvar a los bancos, los ciudadanos han tomado las plazas públicas y las calles para externar su malestar.

Su enojo es una ira diferente a la tradicional oposición al poder de corte programático y razonado de los movimientos socialistas históricos; distinta a la resistencia (con frecuencia violenta) de los movimientos de liberación nacional contra las potencias coloniales. Es otra cosa: la explosión de furia de los de abajo, sin una propuesta política previa de transformación social o una ideología que justifique su acción. Es la cólera nacida del malestar, del desagrado, la indignación, la incomodidad, la frustración, el despojo y el maltrato de los poderosos. Es un profundo sentimiento de contrariedad que al exteriorizarse está cambiado el mapa político.

A través de la rabia (y de la fiesta) el nuevo actor de los indignados se ha descubierto y definido a sí mismo. Su indignación tiene contenidos antiautoritarios y anticapitalistas; rechaza la representación política formal. Su ira es, indudablemente, una lucha por la dignidad entendida como el rechazo a aceptar la humillación y la deshumanización; como la negativa a conformarse con un futuro de precariedad laboral y la falta de futuro; como la no aceptación del trato basado en los rangos, las preferencias y las distinciones, como la exigencia de no ser juzgado por cualquiera.

Aunque en cada país las causas que la explican son únicas, hemos entrado de lleno en la era de la indignación y el tumulto. Sin embargo, el hecho de que estas erupciones se produzcan ahora en la Europa desarrollada y no sólo en el norte de África o en los países pobres, nos indica que estamos ante una nueva subjetividad política del radicalismo plebeyo, y que hay en ellas elementos que les son comunes. La expropiación de los modos de vida y lo común, la generación de otras opciones de vida alternativas, el desarrollo de la cooperación y la resistencia, y la pretensión de imponer la disciplina clasista han creado un coctel social explosivo. 

La revuelta de los indignados tiene una serie de elementos que forman un sustrato común a varios países. Primero, la creciente precarización y polarización social que el modelo neoliberal creó en todo el mundo. Desmanteló redes de protección social, adelgazó los sectores medios y fabricó una nueva camada de ricos inmensamente ricos. Segundo, la cancelación de un horizonte de bienestar o de ascenso social para muchos jóvenes; ellos son los nuevos desposeídos. Tercero, el divorcio creciente de los políticos profesionales y la democracia representativa con respecto a amplias franjas de la población. Cuarto, las migraciones desde las antiguas colonias a las metrópolis, que ha creado una clase de trabajadores no ciudadanos. Quinto, la emergencia de lo plebeyo en defensa de lo común. Sexto, la autoorganización en forma de red de los nuevos sujetos que expresan su cólera, facilitada por los teléfonos móviles e internet. Séptimo, la ocupación de las plazas públicas de manera regular y por largos períodos de tiempo. Octavo, la resistencia civil pacífica como elemento central de lucha.

Los Aganaktismeni, la revolución silenciada y la spanish revolution
En 2008, jóvenes griegos de entre trece y dieciséis años de edad tomaron las calles y las comisarías de policía para expresar su ira por el asesinato a manos de la policía de un muchacho de su edad. De aquellos que, como escribió Eugenia Apostolou, “vieron en el homicidio de Alexis (un muchacho asesinado por la policía) sus horizontes ultimados”.

Desde entonces, los brotes de indignación han emergido una y otra vez. En su último episodio, los Aganaktismeni o indignados helenos de la Plaza de Syntagma, pusieron al país de cabeza. A lo largo de varias semanas de mediados de 2011, se reunieron en Atenas cada noche a partir de las 9, en una Asamblea popular de miles de personas y decenas de oradores. Allí debatieron los grandes problemas de la nación. Cuando fue necesario, bloquearon el Parlamento, pararon la producción y ocuparon las calles. En unos cuantos meses realizaron quince huelgas generales en rechazo al pago de la deuda pública y las medidas de austeridad impulsadas por la Unión Europea y el gobierno griego.

En estas movilizaciones la voz de la calle habló con energía y firmeza. Las consignas de los Aganaktismeni han sido directas: “¡No debemos nada, no vendemos nada, no pagamos nada –dicen unos. “¡No vendemos ni nos vendemos!” –exclaman otros. “¡Que se vayan todos: memorando, Troika, gobierno y deuda!” –advierten varios más. “¡Nos quedamos hasta que se vayan!” –aseguran todos. Sin embargo, a pesar de la magnitud de las protestas, las medidas de austeridad fueron aprobadas por el Parlamento.

Otra es la historia de Islandia, la democracia más antigua del mundo. En 2006 esta isla tenía una renta per capita superior a Estados Unidos o Reino Unido. En 2007 Naciones Unidas la nombró el “mejor país del mundo para vivir”. En octubre de 2008 la crisis hizo añicos ahorros, pensiones y sueños de la población. El país cayó en bancarrota. 

La gente salió a la calle y, pacíficamente, derrocó al gobierno. En referéndum, con un noventa y tres por ciento de los votos, acordó no pagar su deuda. Los grandes bancos fueron nacionalizados. Políticos y financieros responsables del atraco a la nación están sujetos a procesos penales. Hartos de los políticos, los islandeses eligieron un “consejo de justos”, en el que los ciudadanos propondrán la nueva Constitución, debatida en asambleas populares. En lugar de delegar el trabajo en un grupo selecto de elegidos, la responsabilidad de su hechura recae en el conjunto de la población. Los convencionistas reciben sugerencias e ideas a través de redes sociales. A los partidos políticos se les despojó de su autoridad y apoyo. Simultáneamente, han tomado medidas de protección para su producción interna y han establecido una política energética que mantiene la electricidad a precios relativamente bajos. 

No siempre fueron así las cosas. Cuando el primer fin de semana de octubre de 2008, el músico Hordur Torfason, iniciador de la protesta, se plantó frente al Parlamento de esa república nórdica con una cacerola y cincuenta compañeros, sus compatriotas quedaron perplejos. Enarbolaban tres demandas centrales: la dimisión del gobierno, la reforma constitucional y limpiar cargos en el banco central. Casi cuatro meses después, el 24 de enero, la plaza estaba llena con 7 mil personas (la población de la isla es de 320 mil almas) gritando “¡Gobierno incompetente!” Dos días después, el gobierno dimitió. 

Pero la experiencia islandesa ha sido silenciada por los grandes medios de comunicación en el mundo. La rebeldía de sus habitantes parece no existir para el gran público, aunque los indignados de Grecia y España la reivindiquen.

El aire vikingo se respira en las plazas españolas. Los indignados hispanos cantan en sus concentraciones que quieren ser como la república nórdica rebelde. En Palma de Mallorca, la efigie de Jaime I, el conquistador, cabalga pétreamente con un banderón islandés en la mano. La plaza fue rebautizada en honor de la patria vikinga. En la Puerta del Sol, en Madrid, la multitud corea en sus movilizaciones: “España en pie una Islandia es”, o “De mayor quiero ser islandés.”

Según el islandés Hordur Torfason, “la sensación que me da es que en España el espíritu de descontento y hartazgo con la clase política es exactamente el mismo que hubo aquí. No confiábamos en los sindicatos, tampoco en el gobierno ni en los políticos porque esa gente simplemente no hizo su trabajo”. 

Pero, también, el fresco viento de la indignación española sopla por otros estados de Europa. Según Yorgos Mitralias, fundador del Comité Griego contra la Deuda, “la lengua más utilizada en la Plaza Syntagma, en todo el movimiento de los indignados griegos, es el castellano”. 

Radiografía española
El movimiento de indignados 15M es un movimiento ciudadano, espontáneo, sociopolítico, apartidista, pacífico, horizontal, democrático, formado esencialmente por jóvenes, que nació el pasado 15 de mayo. Toma sus decisiones en asambleas masivas que funcionan sobre la base de la deliberación y el consenso. Tiene su cuna en la Puerta de Sol. Su lema: “No somos marionetas en manos de políticos y banqueros”, resume su crítica simultánea y sin concesiones a la clase política en su conjunto y a los poderes económicos y financieros.

Los indignados españoles responden a las consecuencias sociales de la crisis económica con la precariedad laboral y desempleo masivo, y a la falta de representación ciudadana efectiva del sistema de partidos.

En sus inicios, el 15M levantó una plataforma para eliminar los privilegios de la clase política, contra el desempleo, por el derecho a la vivienda, a favor de servicios públicos de calidad. Exigió el control de las entidades bancarias con medidas como la prohibición de cualquier tipo de rescate o inyección de capital a entidades bancarias, así como la prohibición de inversión de bancos en paraísos fiscales. Demandó el aumento del tipo impositivo a la grandes fortunas y entidades bancarias. Reivindicó libertades ciudadanas plenas y democracia participativa. Se opuso al control de internet. Señaló la necesidad de reducir el gasto militar.

La emergencia del movimiento y su propuesta de acción reflejan la creciente erosión de las redes de protección social. A pesar de que España es uno de los países más ricos del mundo, una vez que la crisis pinchó la burbuja inmobiliaria que alimentaba su economía, el espejismo de la riqueza comenzó a desvanecerse y sus problemas estructurales emergieron dramáticamente. Comparada con sus socios europeos, el reino hispano no es un Estado de bienestar. Por el contrario, es una nación socialmente desigual. Sus ricos casi no pagan impuestos y los grandes directivos de sus empresas son los mejor remunerados de Europa. Sin embargo, es el segundo país de los primeros quince que integraron la Unión Europea (UE15) con mayor desigualdad económica, inmediatamente después de Portugal. Su tasa de pobreza relativa es también una de las mayores de la UE15: 20.8% en 2010; un 2.7% más que el año anterior. 

El salario mínimo anual es uno de los más bajos de Europa: 21 mil 500 euros, la mitad que en Alemania, Holanda o Reino Unido. Pero, además, el salario medio real tiende a decrecer. Es, además, el país europeo con más desempleo: un 22.2% del PIB, el doble de la media continental. Es líder en precariedad y tercer lugar europeo en economía sumergida.

Más de la mitad de los jóvenes entre dieciocho y treinta y cuatro años vive con sus padres. El año pasado, uno de cada diez tuvo que regresar a vivir a casa de sus progenitores. El desempleo juvenil es superior al cuarenta por ciento. Es el país del primer mundo con mayor porcentaje de universitarios que laboran en empleos por debajo de su preparación. 

El cuarenta y cuatro por ciento estaba sobrecalificado. La movilidad social está estancada. El 1 de septiembre de 2010, el presidente Zapatero explicó sus prioridades respecto a la crisis: “Estamos abordando las reformas que más preocupan a los inversores internacionales.”

Margaret Thatcher, la musa del neoliberalismo, decía que “no hay tal cosa como la sociedad”. La revolución en Islandia, los Aganaktismeni y el 15M muestran cuán equivocada estaba. Sus levantamientos anuncian que la hora de despertar de los pueblos de Europa para enfrentar la crisis y el fin del Estado social parece haber llegado. No es un despertar que guste a los partidos políticos tradicionales, enganchados como están al Consenso de Washington e incapaces de comprender sus reivindicaciones de democracia directa.

Tampoco a intelectuales como Fernando Savater (ese Julio Iglesias de la filosofía), quien declaró que el movimiento le sirvió “para medir el nivel de estupidez y cinismo de muchos”. Pero, al igual que las revoluciones de mediados del siglo XIX en el continente, es un despertar que anticipa la formación de un sujeto como vocación emancipadora. 


(*) Periodista editor de opinión del diario mexicano 'La Jornada'

¿Alemania, con Merkel, de nuevo un problema para Europa? / Manel Garcia Biel *

Durante la primera parte del Siglo XX, Alemania y su expansionismo fue la causa de, la peor fase de la historia europea, la II Guerra Mundial, con todas sus horribles consecuencias, y con el coste que para la propia nación alemana tuvo su derrota y su partición.

Con posterioridad al final de la guerra, los políticos alemanes, empezando por los cristianodemócratas de Adenauer, como posteriormente los socialdemócratas de Willy Brand, hasta la época de Kohl, hicieron de la política de buena vecindad europea, y en especial con Francia la base de una política que sirviera para evitar nuevos conflictos. Esta política tuvo su correspondencia por parte de otros políticos europeos, en especial los franceses que desde De Gaulle a Miterrand, contribuyeron a disipar los recelos que durante muchos años habían existido entre las dos primeras potencias continentales de la Europa Occidental.

Sin duda esa fue la base de la creación del embrión de la Unión Europea que fue la CEE (Comunidad Económica Europea). En todo ese proceso Alemania se fue convirtiendo en una potencia industrial y económica, a la vez que desde el punto de vista político continuó durante mucho tiempo siendo un enano político. Alemania aceptó ser el motor económico europeo, y la alianza franco alemana la base de la política unitaria europea.

Sin embargo, a partir de la unificación alemana, y de la ampliación precipitada a los países del Este, objeto del interés primordial alemán, para conseguir expandir su “hinterland”, comienza el renacer de un nuevo nacionalismo y expansionismo económico alemán, que esta vez se efectúa a través de su potencial económico en lugar del potencial militar de otras épocas.

Con la llegada de la crisis económica y financiera por una parte y la Canciller Merkel por otra se inicia una etapa de repliegue del ideal sobre la idea europea y se priorizan sus propios intereses económicos, a corto plazo, por encima de los intereses del conjunto de la Unión.

La actuación durante toda la crisis de la deuda, comenzando por el caso griego, no deja de ser sintomático y hasta lo ha planteado públicamente alguien como George Soros que dice: “el origen de la crisis del euro está en la postura adoptada por la canciller alemana Angela Merkel, cuya vacilación intensificó la crisis griega y dió lugar al contagio que la convirtió en una crisis existencial para Europa”.

Las vacilaciones de Merkel de cara al rescate comportaron un mayor deterioro de la situación en Grecia. Y su falta de reacción ha comportado, en todo este período, la parálisis de la Unión Europea, por otra parte dirigida por un puñado de mediocres y pusilánimes dirigentes, dignos representantes de la mediocridad de dirigentes de los países de la Unión.

Porque en primer lugar debemos aclarar algunas cosas:
1.- Cuando se inició la crisis financiera internacional, la crisis de las hipotecas “sub-prime”, los bancos alemanes eran de los más afectados por ella, y Alemania tuvo que refinanciar a su banca comenzando por el Deustche Bank.
2.- La crisis de la deuda en muchos de los países periféricos, es una crisis más de sus bancos que de los propios países. Este es por ejemplo el caso de España. Es evidente que los banqueros, los especuladores, los reguladores y los responsables políticos son responsables en gran medida del endeudamiento bancario de esos países. Pero cabe decir que en la misma medida son responsables bancos como los alemanes, y sus políticos que no tuvieron reparos en prestar por encima de las posibilidades de los prestatarios, a la vista de los beneficios que se preveían.
3.- Tiene razón el Premio Nobel, Joseph Stiglitz, cuando señala que más que rescatar esos países lo que se hace es rescatar a los bancos alemanes, franceses o ingleses, básicamente.
4.- La hipocresía política y los intereses, principalmente de Alemania, por proteger los intereses de sus bancos, ha llevado a que la deuda privada de los bancos de los países periféricos, se convirtiera en deuda de los propios estados y de sus ciudadanos, como dice Stiglitz “ha provocado una caída general, de salarios, consumo, impuestos... que no ha hecho sino empeorar las cosas". 

En su opinión las secuencias de los rescates empeoran la situación: "Se traspasó la deuda del sector privado al Gobierno, que tiene que responder con un recorte que experimentan los ciudadanos”. Ante la crisis, Alemania y sus apéndices, imponen condiciones draconianas a las poblaciones de los países afectados para poder prestarles los fondos suficientes para devolver sus deudas, a los bancos alemanes, a costa de un recorte de las condiciones económicas y sociales que comportará que tarden décadas en recuperar sus niveles de vida y poniendo en cuestión el propio estado del bienestar. 

Como bien señala Stiglitz, esta política de La Unión “no sirve para la recuperación. Necesitamos pensar cómo hacer crecer la economía y simultáneamente, a medio y largo plazo, ir reduciendo el déficit. Y hay formas para hacerlo. La mayor parte del déficit se debe a un bajo crecimiento. Cuando se restablece, se solventa el problema, puesto que el déficit no es la causa del crecimiento bajo, sino al revés: el bajo crecimiento es la causa del déficit. Esa es la idea que la gente debe entender. Debemos pensar, pues, estrategias que promuevan el crecimiento con un impacto positivo sobre el déficit”.

La política alemana hasta la crisis, la política preeuropea, benefició en primer lugar a la propia Alemania, fue una inversión favorable, las mejoras de los países vecinos que se fueron incorporando a la Unión, la mejora de los niveles de vida de sus poblaciones, a quien más beneficiaron fue a la economía alemana que tuvo un mercado privilegiado.

La nueva política alemana es miope y cortoplacista, el deterioro de las condiciones económicas de las economías de esos países perjudicará de entrada y de forma especial a sus ciudadanos, pero a la larga afectará a la propia Alemania, ya que el nivel de consumo de reducirá dentro del mercado único en el que la economía alemana predomina.

Desde el inicio hubo quien propuso como base para afrontar los problemas de la deuda de los países atacados la emisión de “eurobonos”, es decir de deuda de la Unión. Lo propuso uno de los políticos más veteranos y serios, el presidente del Eurogrupo, el luxemburgués Junkers, pero se encontró con el fuerte rechazo alemán.

La actual política europea, dictada por Alemania, sólo nos llevará a una recesión prolongada, en los países más débiles, pero también al conjunto de la Unión. Es una política equivocada que hace pagar con recortes generalizados, a los ciudadanos de esos países, por las deudas de sus bancos y la negligencia de sus políticos. Pero a la vez conllevará una reducción general del consumo en el conjunto de la Unión y repercutirá también en la economía alemana que parece querer adoptar un aislacionismo suicida.

Joseph Stiglitz plantea de forma acertada que “La mejor solución sería la creación de un fondo solidario europeo, con el cual se ayudara a los países con problemas a que restauraran su crecimiento. Alemania podría seguir expandiéndose, los bancos europeos realizarían más inversiones en el país y se estimularía la economía. Eso permitiría, a su vez, restablecer el crecimiento, mejorar los ingresos públicos y reducir el déficit. Así que con estos compromisos, los intereses de la deuda de los países con dificultades bajarían y podrían cumplir con sus obligaciones”.

Deben efectuarse planteamientos cuyo principal objetivo sea combatir la crisis por delante del déficit. El déficit no generó la crisis, fue la desaparición de la demanda, influenciada también por la caída del crédito, la que provocó un peligroso cóctel que acabó por hundir el techo de los ingresos de las administraciones por la contracción económica y ensanchó el déficit. España por ejemplo tenía superávit antes de la crisis, así que no fue una mala salud fiscal la que generó la crisis.

Pero además las medidas que cabría pedir que la Unión exigiera a los países en dificultades deberían ir en la idea de potenciar la transparencia y una presión fiscal más justa para reducir el déficit. La mayoría social, las clases medias y trabajadoras consumen más que el resto, por tanto cambiar la presión fiscal de la mayoría social a los ingresos más altos, comportaría que los mismos ingresos tributarios consiguieran más estímulos o que con el mismo estímulo consiguieran recaudar más.

Es inconcebible, inaceptable y errónea y peligrosa la posición reflejada por una persona de la importancia del Ministro de Finanzas alemán Wolfgang Shäuble “que se opone a una “colectivización de la deuda” y anuncia que no habrá un apoyo ilimitado y plantea que “los que necesiten nuestra solidaridad deben reducir sus déficits y reformar sus economías con medidas que pueden ser muy duras” Esta posición del dirigente democratacristiano alemán plantea, sin duda alguna, una nula voluntad de solidaridad europea. Al contrario, con un concepto claro de clase de derecha rancia, plantea que los ciudadanos de los países afectados han de “pagar” por los errores de sus bancos y sus dirigentes. Y además han de pagar en recortes del estado de bienestar, no con políticas fiscales más justas que seria lo lógico.

Con su política actual el gobierno conservador alemán hace un mal servicio a la causa de la Unión Europea, a la idea de Europa, y a la larga un mal servicio a su propio país. Cabe esperar que el actual gobierno alemán dure lo menos posible, por el bien de todos en Europa. Las fuerzas de la oposición alemana, desde los socialdemócratas a los verdes, plantean por el contrario que debe potenciarse una política de mayor Europa, de mayor integración. En lugar de poner por delante como hace el gobierno Merkel los intereses a corto plazo egoístas y cicateros, una visión miope y egocéntrica, en lugar de tener una perspectiva a largo plazo de las repercusiones de la política económica que ahora se efectuen.

En estos momentos no hay duda que el actual gobierno conservador alemán, está haciendo de Alemania, de nuevo, un problema muy grave, para Europa y para la propia Alemania, su futuro y su modelo social.

(*) Economista y sociólogo

Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, según el pensador francés Edgar Morin

1. Una educación que cure la ceguera del conocimiento: Para Morin el conocimiento no puede ser filosofía del mañana; pues no existe conocimiento acabado que garantice la disolución del error y de la ilusión. Por el contrario, el conocimiento humano seguirá estando expuesto a las vibraciones de las alucinaciones sociales y personales; es así como no existe ciencia, que dejando de lado la afectividad, pueda comprometerse objetivamente con su eliminación definitiva. 

Lo anterior, lleva a reflexionar al filósofo francés en cuál ha de ser el tipo de educación que nos cure de la ceguera de un conocimiento que sólo propende a la racionalización; pues “es cierto que el odio, la amistad o el amor pueden enceguecernos y quizás pensemos que una ciencia objetiva sea la única salida, pero también es cierto, que el desarrollo de la inteligencia es inseparable del de la afectividad”. 

Considera que la primera e ineludible tarea de la educación para afrontar tal ceguera, ha de ser la de enseñar un conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento y, para ello, apela a evitar la doble enajenación que se da en “nuestra mente por sus ideas y de las propias ideas por nuestra mente”.

Por tanto, Morin concluye que si la primera tarea es la de enseñar un conocimiento que forme a la humanidad para criticar el conocimiento; el primer objetivo de la educación del futuro será apropiar a cada uno de los alumnos de la capacidad para detectar y subsanar los errores e ilusiones del mismo, en un escenario social de reflexibilidad, crítica y, sobre todo, de convivencialidad ideológica. 

2. Una educación que garantice el conocimiento pertinente: Morin promueva la “inteligencia general” dotada de sensibilidad ante el contexto o la globalidad y que a su vez pueda referirse a lo multidimensional y a la interactividad compleja de los elementos. Su distinción “pertinente” entre la “racionalización” como construcción mental que sólo atiende a lo general y a la “racionalidad” se atiene simultáneamente a lo general y a lo particular, permite definir lo que él denominó “conocimiento pertinente”, que siempre es y al mismo tiempo general y particular.

3. Una educación que enseñe la condición humana: Morin sitúa al ser Humano en el universo y, al mismo tiempo, separarlo de él: la humanidad debe reconocerse en su humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural implícita en todo lo humano. Para ello, el filósofo francés refrenda que el conocimiento del ser humano ha de ser contextualizado: Al preguntar quiénes somos debemos preguntar dónde estamos, de dónde venimos y a dónde vamos. Así sintetiza el ser y el desarrollo de lo humano en un conjunto de tríadas o bucles con las cuales explica lo global y lo individual de la especie: 

a. Cerebro-mente-cultura 
b. Razón-afecto-impulso 
c. Individúo-sociedad-especie

Para concluir que la educación deberá mostrar el destino individual, social, global de todos los humanos y nuestro arraigamiento como ciudadanos de la tierra.

4. Una educación que enseñe la identidad terrenal: El horizonte planetario es fundamental en la educación de hoy y del futuro: el desarrollo de un auténtico sentimiento de pertenencia a nuestra tierra, considerada por Morin como la última y primera patria, es imprescindible para el desarrollo de la conciencia antropológica, ecológica, cívica y espiritual.

La historia tuvo su nacimiento en una diáspora de todos los humanos destinados a cubrir cada uno de aquellos rincones solitarios de la tierra, en donde diversidad de lenguas, religiones y culturas hicieron su aparición en escena. Hoy, la tecnología acerca la diversidad humana y todos aquellos lenguajes secretos a nuestros oídos ya son más claros y podemos, por fin, comenzar a caminar de la mano hacia un nuevo destino. Destino que en la voz de Morin es volver a relacionar las culturas, volver a unir lo disperso.

5. Una educación que enseñe a enfrentar las incertidumbres: Las distintas sociedades, los distintos imperios y pueblos, siempre suponen que el futuro ha de edificarse conforme a sus patrones o modelos; véase Roma, un imperio tan extendido en el tiempo, el mejor ejemplo que podemos mostrar de esta creencia. Pero los imperios caen y cae su cultura, su poder. El futuro es incierto y el ser humano debe ser consciente de ello ¡Podemos reconocer lo indefinido de nuestras vidas!.

Así afecta la incertidumbre el futuro, pero también se riega como una infección en el conocimiento, en nuestras propias decisiones.

Una vez que se toma una decisión, comienza a operar el concepto ecología de la acción y se desencadena una serie de acciones y reacciones que afectan al sistema global y no podemos predecir. Pero no se nos educó para la incertidumbre y Morin matiza su confirmación, así: “existen algunos núcleos de certeza, pero son muy reducidos. Navegamos en un océano de incertidumbres en el que hay algunos archipiélagos de certeza, no viceversa”. 

En virtud de este fenómeno de incertidumbre convertido ya en una constante, Morin concluye que la educación debe hacer suyo el “principio de incertidumbre” a la manera en que la física lo asumió a partir de 1900 cuando Heisenberg se lo enunció a la ciencia, porque ya en el siglo XX se ha derruido totalmente la predictividad del futuro. 

6. Enseñar la comprensión: Morin verificó que comunicación no implica comprensión. Por eso la educación tiene que abordar la comprensión de manera directa y en dos sentidos: A. La comprensión interpersonal e intergrupal. B. La comprensión a escala planetaria. La comprensión siempre está amenazada por los códigos éticos de los demás (sus costumbres, sus ritos, sus opciones políticas). De ahí, que los grandes enemigos de la comprensión sean el egoísmo, el etnocentrismo y el sociocentrismo.

“Enseñar la comprensión significa enseñar a no reducir al ser humano a una o varias de sus cualidades que son múltiples y complejas”. No podemos “etiquetar” las personas, ellas están más allá de la “etiqueta”. Al respecto Morin propone la posibilidad de mejorar la comprensión mediante: A. La apertura empática hacia los demás. B. La tolerancia hacia las ideas y formas diferentes, en la medida en que no atente a la dignidad humana.

Morin resuelve este punto, afirmando que la comprensión alienta el establecimiento de sociedades democráticas, pues fuera de éstas no cabe la tolerancia ni la libertad para salir del círculo etnocéntrico. Concluye con que la educación del futuro deberá asumir un compromiso sin requiebres con la democracia, porque sólo en la democracia abierta se puede realizar la comprensión a escala planetaria entre pueblos y culturas.

7. La ética del género humano: Morin clama por una ética válida para todo el género humano como una exigencia de nuestro tiempo, además de las éticas particulares. Retoma el bucle individúo-sociedad-especie como base para el establecimiento de una ética de futuro y confirma que en el bucle individuo-sociedad se origina el deber ético de enseñar la democracia como consenso y aceptación de reglas democráticas. 

Aclara, a su vez, que el bucle en mención requiere alimentarse de diversidades y antagonismos; o sea, que el contenido ético de la democracia afecta todos los niveles y que el respeto a la diversidad significa que la democracia no se identifica con la dictadura de las mayorías. Termina diciendo que el bucle individuo-especie sustenta la necesidad de enseñar la ciudadanía terrestre; porque la humanidad ya no es una noción abstracta y distante, ya se ha convertido en algo concreto y próximo que interactúa y tiene obligaciones planetarias.

La crisis secuestrada / Paul Krugman *

Les ha dejado la agitación de los mercados con una sensación de miedo? Bueno, pues debería. Está claro que la crisis económica que empezó en 2008 no ha terminado ni mucho menos.

Pero hay otra emoción que deberían sentir: ira. Porque lo que estamos viendo ahora es lo que pasa cuando la gente influyente se aprovecha de una crisis en vez de tratar de resolverla.

Durante más de un año y medio -desde que el presidente Obama decidió convertir los déficits, y no los puestos de trabajo, en el tema central de su discurso sobre el Estado de la Unión de 2010- hemos mantenido un debate público que ha estado dominado por las preocupaciones presupuestarias, mientras que prácticamente se ha hecho caso omiso del empleo. La supuestamente urgente necesidad de reducir los déficits ha dominado hasta tal punto la retórica que, el lunes, en medio de todo el pánico en las Bolsas, Obama dedicaba la mayoría de sus comentarios al déficit en vez de al peligro claro y presente de una nueva recesión.

Lo que hacía que todo esto resultase tan grotesco era el hecho de que los mercados estaban indicando, tan claramente como cualquiera podría desear, que nuestro mayor problema es el paro y no los déficits. Tengan en cuenta que los halcones del déficit llevan años advirtiendo de que los tipos de interés de la deuda soberana de EE UU se pondrían por las nubes en cualquier momento; se suponía que la amenaza del mercado de los bonos era la razón por la cual debíamos reducir drásticamente el déficit. Pero esa amenaza sigue sin materializarse. Y esta semana, justo después de una rebaja de calificación que se suponía que debía asustar a los inversores en bonos, esos tipos de interés en realidad se han hundido hasta mínimos históricos.

Lo que el mercado estaba diciendo -casi a voces- era: "¡No nos preocupa el déficit! ¡Nos preocupa la debilidad de la economía!". Porque una economía débil se traduce tanto en unos tipos de interés bajos como en una falta de oportunidades empresariales, lo que, a su vez, se traduce en que los bonos del Tesoro se convierten en una inversión atractiva aunque la rentabilidad sea baja. Si la rebaja de la deuda de EE UU ha tenido algún efecto, ha sido el de acrecentar los temores a unas políticas de austeridad que debilitarán aún más la economía.
¿Y cómo llegó el discurso de Washington a estar dominado por el problema equivocado?

Los republicanos radicales, cómo no, han tenido algo que ver. Aunque no parece que los déficits les importen demasiado (prueben a proponer cualquier subida de los impuestos a los ricos), han descubierto que insistir en los déficits es una forma útil de atacar los programas del Gobierno.

Pero nuestro debate no habría llegado a estar tan descaminado si otras personas influyentes no hubiesen estado tan ansiosas por eludir el asunto del empleo, incluso ante una tasa de paro del 9%, y secuestrar la crisis en defensa de sus planes previos.

Repasen la página de opinión de cualquier periódico importante, o escuchen cualquier programa de debate, y es probable que se topen con algún autoproclamado centrista afirmando que no hay remedios a corto plazo para nuestras dificultades económicas, que lo responsable es centrarse en las soluciones a largo plazo y, en concreto, en la "reforma de las prestaciones", o sea, recortes en la Seguridad Social y Medicare. Y cuando se topen con alguien así, sean conscientes de que esa clase de gente es uno de los principales motivos por los que tenemos tantos problemas.

Porque el hecho es que, en estos momentos, la economía necesita desesperadamente un remedio a corto plazo. Cuando uno sangra profusamente por una herida, quiere un médico que le vende esa herida, no un doctor que le dé lecciones sobre la importancia de mantener un estilo de vida saludable a medida que uno se hace mayor. Cuando millones de trabajadores dispuestos y capaces están en paro, y se desperdicia el potencial económico al ritmo de casi un billón de dólares al año, uno quiere políticos que busquen una recuperación rápida en vez de gente que le sermonee sobre la necesidad de la sostenibilidad fiscal a largo plazo.

Por desgracia, lo de dar lecciones sobre la sostenibilidad fiscal es un pasatiempo de moda en Washington; es lo que hacen las personas que quieren parecer serias para demostrar su seriedad. Así que, cuando la crisis estalló y nos arrastró a unos grandes déficits presupuestarios (porque eso es lo que pasa cuando la economía se contrae y los ingresos caen en picado), muchos miembros de nuestra élite política tenían muchas ganas de utilizar esos déficits como excusa para cambiar de tema y pasar del empleo a su cantinela favorita. Y la economía seguía desangrándose.

¿Qué conllevaría una respuesta real a nuestros problemas? Ante todo, por el momento conllevaría más gasto gubernamental, no menos; con un paro masivo y unos costes de financiación increíblemente bajos, deberíamos estar reconstruyendo nuestras escuelas, carreteras, redes de distribución de agua y demás. Conllevaría unas medidas agresivas para reducir la deuda familiar mediante la condonación y la refinanciación de las hipotecas. Y conllevaría un esfuerzo por parte de la Reserva Federal para tratar por todos los medios de poner la economía en movimiento, con el objetivo intencionado de generar más inflación a fin de aliviar los problemas de endeudamiento.

Lógicamente, los sospechosos habituales tacharán esas ideas de irresponsables. Pero ¿saben lo que es de verdad irresponsable? Secuestrar el debate sobre la crisis para conseguir las mismas cosas que uno defendía antes de la crisis, y dejar que la economía siga desangrándose.

(*) Paul Krugman es profesor en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía

¿Vale la pena ser global? / Guillermo Bilancio *

Soplan vientos de crisis otra vez. En realidad esos vientos nunca han cesado, pero esta vez la credibilidad de quienes protegen al rebaño está cada vez más borrosa. Y el aleteo del águila se transforma en un huracán cuando estamos atados a una cuerda común llamada globalización.

Joseph Stiglitz plantea que la globalización es un fenómeno basado en la integración más estrecha entre los países, producto de los mejores medios de comunicación, transporte, costos. Pero que impulsada por los grandes generan exigencias a los mas pequeños que a veces resultan inalcanzables.

Para cubrir las exigencias de ingresar a este club, se imponen modelos únicos y recetas indiscutibles que terminan siendo discutibles pero sólo por los que las crearon. Está claro que quienes no forman parte de la mesa chica de los ricos, no tienen derecho a plantear que los países impulsores de teorías únicas se han equivocado. En estos términos, EE.UU. parece seguir siendo un país serio…los desobedientes no.

Sostenida en la teoría que supone que los mercados en su libre andar alcanzan resultados eficientes, el modelo global critica y bloquea la acción del Estado como participante de la vida económica que genere recursos aplicables en aquellas situaciones deseables para el desarrollo de un país, como la educación y la salud.

Los países “centrales” y las instituciones financieras globales definen un método que prescribe las políticas a seguir, y quién no sigue ese método se transforma en un trasgresor del sistema. Y ese método no resolvió la pobreza ni el desarrollo. Y mantiene crisis no resueltas.

En relación a estas crisis crónicas, Paul Krugman ironiza sobre la caprichosa forma de categorizar a los países en términos de su seriedad, la que está determinada por sus políticas económicas. Entonces surge la pregunta: ¿Qué es y qué no es un país serio?

Siguiendo la senda de la seriedad global, Argentina parece no ser un país serio al apartarse de las reglas del FMI y diseñar su propio modelo justo cuándo el mundo le devolvió la posibilidad de crecimiento a partir de las necesidades globales de alimentación. Sin recurrir a recetas supuestamente “lógicas”,  y más allá de las incoherencias políticas y desencantos sociales, creció económicamente y sobrevivió al desastre del 2001.

Cuándo los expertos en economía buscan la fórmula del éxito para el desarrollo con EE.UU. como eje de las decisiones y como generador de los modelos, las crisis parecen interminables y no cesarán en la medida que todo tenga que estar bajo una única y fundamental teoría. Es como si viviésemos en un reality planeado al estilo Matrix… Pero ¿qué resultados está teniendo ese plan global maestro?

¿Es hoy EE.UU. un país serio? ¿Son serios los países europeos en decadencia? ¿Es serio lo que se planteó en Islandia, que pasó del desarrollo a la desesperación por formar parte del modelo económico “globalmente aceptado”? ¿Qué sucedería si dejamos que cada país desarrolle sus políticas de acuerdo a sus exigencias y deseos de calidad de vida?

Estamos en problemas si pensamos el mundo con una teoría fundamentalista y no ponemos foco en las emociones que nos llevan a decidir el destino de lo que queremos como sociedad más que como individuos.

Por eso, más allá de las teorías y métodos universalmente aplicados, la esencia está en los valores de quienes juegan el juego.  ¿Queremos ser globales siguiendo reglas ineficientes para ser un país serio o parecerlo? O queremos tener un país “vivible”? Qué queremos tener?

Así como es caprichoso catalogar a un país de serio o no a esta altura de los acontecimientos, podemos afirmar que la globalización no es ni buena ni mala. Ha reducido el aislamiento, ha mejorado la solidaridad internacional, ha interconectado culturas. Pero no ha resuelto la integración de acuerdo a lo esperado. Con inequidad y con intereses encontrados, no hay integración. Y sin integración, estar juntos no vale la pena.

(*) Profesor de Estrategia en la Universidad Adolfo Ibañez y Consultor de Empresas en Chile